miércoles, 10 de agosto de 2011

Mazorra... primera crónica



 
 Próspero M. Chaumont       

 A mi pobre Teresa              
                                                                                 
Porque duro es, cruel, mirar hundirse 
El horizonte de una vida en flores, 
Y la dulce ilusión sentir partirse 
Al abismo eternal de los dolores.
                                                                                                           Guell y Renté


Oh vosotras que un lujoso coche lleva a lugares donde nunca se medita en las humanas vicisitudes, que llenas de felicidad y alegría ocupáis las horas todas en pensamientos leves como las gasas de vuestros trajes; vosotras que salís de perfumadas habitaciones para ser el blanco a que dirige la vista una turba de admiradores o para ir a respirar el aire de encantadores paseos, puntos de reunión de gentes entonadas, añadiendo esencias a los puros aromas del ambiente: ah! vosotras que viajáis constantemente por los coches del ferrocarril a buscar las sendas del placer, nunca se han detenido vuestros ojos delante de este triste recinto cercado de sombríos pinos donde ninguna distracción tiene entrada. Nunca vuestros ojos se han vuelto hacia esa quinta, esa habitación, fortaleza de la desgracia, donde tantos recuerdos se extinguen, tantas lágrimas se derraman, tantos tormentos se padecen sin más término que la muerte....! No obstante, a menudo esas ferradas puertas se han cerrado tras de mujeres y hombres que ni se dignaron informarse sobre a quién guardaban!
 Algunas visitas a las habitantes de esta mansión, fueran tal vez muy provechosas para la mujer de alta alcurnia que vive rodeada de una sociedad seductora. Delante de las víctimas que encierra este sitio, la dama joven y hermosa no pudiera dejar de exclamar para consigo: "Estos ojos que me miran despavoridos estuvieron llenos de suavidad y dulzura como los míos; esta boca que me injuria recibió amorosos besos, este corazón que ningún sentimiento de razón anima, latía a los dulces nombres de esposa y madre, y acaso por haberse mostrado harto apasionada a los homenajes del mundo esta criatura de una naturaleza igual a la mía, se halla ahora condenada a su desprecio ¿Quiénes son los infelices de esta mansión? Dementes…! ¡Palabra terrible que entraña tantas desdichas y significa un ser igual a la nada....!
El edificio en que se encerrarán y que se está fabricando para este efecto con tres hermosos departamentos, puede igualar a los mejores de Europa: circúndale una espaciosa muralla y calles de pinos, cuya extensión ocupa más de 2,000 toesas cuadradas. Este asilo de la desgracia está rodeado de jardines y me trae a la memoria lo que sucede en París, que en la Salpetriere, casa de dementes que lleva este nombre, que es también asilo de la vejez, de la miseria, de la locura en fin, está frontero a un magnífico jardín, uno de los más bellos establecimientos de Francia, destinado al saber, jardín que han habitado los hombres más célebres, mansión de estudios y de profundos trabajos en la que inventó maravillas el genio, y donde la naturaleza ha descubierto al hombre grandes secretos, palacio que no pudieran adquirir todos los ricos de la tierra, abundante en materiales profusamente esparcidos por sus galerías como en ideas expresadas en sus jardines: extraño efecto por cierto de la casualidad, hallarse tan vecinas la riqueza y la miseria, el genio y el idiotismo, la sublime inteligencia y la locura: en una palabra, las flores con perfume, y la razón sin ella. Todo lo contrario sucede en Cuba, en mi querida patria.
En Mazorra, en esos grandes departamentos de alto y bajo rodeados de vistas alegres y perfumados por nuestras tropicales campiñas, en esas bellas casas que existen y se fabrican, encerrarán por separado la vejez, la pobreza y la locura ya sosegada y sin ideas, ya furiosa o arrebatada.
 Penetrad en estas moradas, y desde luego sentiréis suaves emociones. Bajo grandes y murmuradores pinos, por el esmaltado césped y junto a las bellas flores que las riegan las límpidas ondas de una fuente, por todas partes veréis hombres y mujeres encorvados por el peso de los años: la cieguecita es guiada por la que ve algo todavía; la mujer sorda cuida una planta que crece bajo sus manos; el enfermo halla distracción en la habladora, aficionada a que la escuchen; la golosa halla con que satisfacer su golosina con tantas plantas frutales que abundan en el establecimiento. Estas buenas ancianas que nunca conocieron la agitación del mundo, todas de humilde alcurnia, ningún recuerdo conservan capaz de afligirlas; lo pasado les deja alguna tristeza y algún temor a lo futuro: morirán, y su tumba está junto a ellas: corta transición entre la vida y el sepulcro.
 Cuando algunos de estos desgraciados entren en estos departamentos dejarán a la puerta esta carga tan pesada para los infelices y los viejos, la miseria: están seguras de vivir sin padecimientos, y de morir cuidadas y consoladas: no las abandonarán los auxilios de la religión, pues tienen cerca la capilla siempre abierta a sus oraciones, y el ministro dispuesto en todas ocasiones a dar oído a sus quejas y absorberlas; por lo tanto aguardan resignadas el término de su existencia, y llegan al cabo de la jornada sin contarlas horas ni temer que dé la postrera.
 Entrad en el primer patio y veréis muchas caras arrugadas, pero pocas que den señales de tristeza. Entrad en el lugar de las enfermas y veréis las señales de los padecimientos; pero es suerte de todo viviente sufrir antes de morir, por lo que este sensible espectáculo solo inspira agradecimiento a la filantrópica idea que ha producido siempre la fundación de tan útiles establecimientos.
 Dad algunos pasos más, y os aguardan sensaciones más penosas: llegáis al sitio destinado para las idiotas.
El idiotismo es más digno de lástima que la locura, pues quien dice locura dice ideas, ideas extraviadas y peligrosas para el loco y para los demás, es verdad; pero el mismo temor que inspira la locura prueba que conserva alguna vida, al paso que el idiotismo arrebata al hombre todo cuanto le distingue del bruto, y hasta le señala un grado inferior a esta, pues al perder el idiota su naturaleza de hombre ninguna le queda que la sustituya.


Estas desgraciadas criaturas exhalan sordos y débiles gemidos: es preciso que el esmero de las que las cuidan supla por el instinto que les falta para acudir a sus necesidades aun las más urgentes y abyectas: es preciso que los miren como niños caprichosos y que los cuiden como enfermos. Todo esto se verifica con grande suavidad e inteligencia, aunque ningún otro premio pueden aguardar, más que la conciencia de tan caritativos desvelos, las dignas mujeres dedicadas al servicio de la humanidad doliente.
 Esa especie de vegetantes viven mucho tiempo y casi nunca curan. Desde esta habitación del disgusto, podemos pasar adelante y dirigirnos al través de hermosos céspedes sombreados por palmas y pinos majestuosos, y acá y acullá encontraremos desgraciadas vestidas con aseo y limpieza que respirando el puro ambiente de los jardines, pasan el resto de su vida gozando con los atributos de la naturaleza.
Al visitar no hace mucho tiempo el antiguo edificio que se les tenía destinado a las locas en la calzada de Belascoaín, más bien parecía una prisión que no una casa de dementes, vi el espectáculo siguiente.
 Apenas la puerta pesada ha rechinado sobre sus goznes, vénse a un sin fin de mujeres esparcidas por un espacioso patio que llegan tras la reja de hierro que las cierra: preséntaseos delante unos ojos despavoridos, horribles, que hielan la sangre en el corazón; la expresión de estas miradas parece deciros, ¿qué buscáis en este sitio? acaso habéis abandonado el gran mundo para venir a insultarnos…? venís a que vuestra razón se divierta con nuestra locura? Nosotros tenemos también nuestra razón particular que no se halla bajo nuestro arbitrio. —"Soy una reina, dice aquella, una reina destronada que no he perdido el sentimiento de mi pasada grandeza", y se aparta de las demás, anda con pasos mesurados y en ademán altivo; habla consigo de sus desgracias, y quiere que las otras la sirvan como sus vasallas. Esta lee en los astros y adivina el porvenir: para sacar más fruto de sus investigaciones pasa en vela las noches enteras envuelta en sus harapos al modo que las brujas, y permanece sola con los ojos clavados en el cielo meditando los secretos astrológicos. Unas ciñen con cuerdas sus desgreñadas cabelleras para adornarse; otras desgarran su piel con el cilicio; otras en fin cantan, bailan, hablan sin concierto, se chocan, se injurian, y producen cierto ruido comparable al de los murciélagos sorprendidos en su cueva.
La enajenación mental presenta un carácter más marcado en la mujer que en el hombre, y no sin riesgo puede uno permanecer en medio de estos cerebros desorganizados. La presencia de otras mujeres enfurece particularmente a las locas: el contraste de sus girones con los hermosos vestidos de las que van a verlas, la calma que estas presentan en sus facciones, que comparan con la agitación de su alma: el hombre que las acompaña, que les recuerda su aislamiento: tantas verdades como se revelan a las dementes a pesar de su locura, las hieren profundamente, y provocan la lluvia de ultrajes que dirigen a aquellas mujeres que tienen la indiscreción de turbar su retiro.
También en la quinta de Mazorra se está haciendo un departamento para las incurables…. incurables! Ah! si por un instante recobrasen la razón esas infelices y comprendiesen esta palabra que las condena para siempre! Hallarse toda la vida encerradas siendo inocentes; envilecidas siendo respetables, amadas, lloradas acaso, y sin embargo arrojadas del mundo y para siempre aisladas… ! Qué error cometió la naturaleza al dar al hombre una razón que puede abandonarle, y hacer que sobreviva a tal abandono! Ciertamente si un instante lucido les fuese cedido, encerrara más profundo dolor que una vida entera llena de tristeza y amargura....! Esas pobres mujeres (parece increíble) se vuelven aun más horribles cuando están alegres: la alegría en las facciones de una loca es un rayo del Sol que por un instante ilumina un sepulcro, sin poder comunicarle su calor.
De estas desventuradas las que mayor compasión inspiran son aquellas que ha marchitado un noble pesar. ¡Qué interés no inspira esa joven que entreteje la corona virginal que ha de ceñir sus sienes el día que dé la mano a su amante! Este murió; pero ella le aguarda eternamente; créele dormido, imaginase verle a su lado, y tiene la vista clavada de continuo en el sitio en que lo colocó su fantasía: a veces se sonríe en medio de esta ilusión del delirio, pero de repente cae en horribles convulsiones que hacen temer por su vida.
 Los departamentos, las enfermerías, los refectorios, todo en fin admirablemente ordenado para suavizar y mejorar la suerte de las mujeres y hombres enfermos de toda especie que estarán a cargo de la administración de Mazorra, y por último debo confesar que no pueden estar mejor unidos los sentimientos de cristiana caridad con la actividad de la administración material, pues nada se olvida de cuanto es capaz de aliviar los padecimientos y la desgracia.

Revista de La Habana, Vol. 4, 1855, Imprenta y Encuadernación del Tiempo, calle Cuba 110, pp. 153-55.  

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