miércoles, 28 de diciembre de 2022

Musas dormilonas

 


  

    Nicolás Arnao 



   Cualquier mostrenco aconsonanta y rima;

un soneto se empuja en tres tirones,

se apechugan los sesos y a trompones

se emplastan ripios, se recorta y lima.


   ¿Quién no suelta un poema que dé grima?

Mil idilios de amor, como lechones;

o en épica se queda sin pulmones,

y se guinda el poeta en la alta cima.


   Fácil, muy fácil cosa es hacer versos;

pero aquellos que nacen desgreñados,

por plebeyos, latosos y perversos


   al umbral del Parnaso colocados,

arrullan a sus musas dormilonas

de cayucas, peladas y pelonas.



miércoles, 14 de diciembre de 2022

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Capablanca algunas imágenes


El Fígaro, 8 de octubre de 1893. De "Un portento mexicano y una maravilla española: Andrés Ludovico Viesca y Raúl Fausto Capablanca", artículo de Andrés Clemente Vázquez.  


Diario de la Marina, 16 de octubre de 1893. 


Jugando con su padre


Diario de la Marina, 2 de noviembre de 1901. 


Retratado por N. E. Maceo 


Cuba y América, 1909 


Serie de La Caricatura publicitaria de Cigarros Cabañas 


Versus Lasker


España y América, 1927




Por Massaguer 


Capablanca vs Lasker

 


 Caras y Caretas, 26 de marzo de 1921, p. 40. 


sábado, 3 de diciembre de 2022

Capablanca y el significado del ajedrez

 


  Rogelio Saunders 


 [2. El anch’io]

 

 El cubano José Raúl Capablanca era único. A diferencia de todos los otros (incluido, por supuesto, Aliojin, [1], pero también los más recientes, de Kaspárov a Magnus Carlsen), Capablanca llegó al ajedrez a través de una revelación extraordinaria e instantánea. Todos los otros son una combinación de mayor o menor talento y mucho, muchísimo trabajo. Por eso decía Lasker que había conocido a muchos ajedrecistas, pero sólo a un verdadero genio: Capablanca. Y es que lo era: era el único.[2] Esta revelación (ocurrida cuando Capablanca tenía 4 años y medio) determinó para siempre su actitud ante el juego.

 El problema es que el ajedrez (devenido una disciplina estrictamente competitiva, es decir: un deporte) es un mal lugar para la revelación y para el portador vivo de la revelación. Ésta es, probablemente, la verdadera causa de la derrota de Capablanca en el match con Aliojin en 1927. Es decir: las causas superficiales fueron la falta de preparación, la presión arterial alta (ella resultó decisiva, porque comprometía seriamente su capacidad mental), la laxitud de bon vivant de Capablanca y —last but not least— el haber subestimado a Aliojin (a quien había derrotado con relativa facilidad unos meses antes) y haber evaluado mal la actitud de éste ante el ajedrez y ante él mismo. Pero la causa profunda fue el sentido que tenía Capablanca del juego, y que estaba inscrito en él desde el lejano día en que se encontró con el juego del ajedrez y se dio cuenta de que sabía jugarlo sin haber tenido que aprenderlo. (Por eso su relación con el ajedrez fue siempre una relación extraña: Capablanca se sentía como preso, como flechado en aquel reconocimiento instantáneo, en aquella anagnóris o anch’io.) Ese sentido se confirmaba (sin necesidad de recordatorio o prueba) cada vez que el jugador cubano se sentaba frente a un tablero de ajedrez. Debido precisamente al carácter único de su relación con el juego, Capablanca no se sentía inclinado a trabajar. Entendámonos bien: hubiera podido, pero sin duda prefería no hacerlo. Le hubiera parecido una traición doble: traición a la fuerza y la pureza de la revelación (ya que, en el extremo, don y trabajo no se reúnen sino que se separan) y traición también a la nobleza de algo que debía ser visto y practicado ante todo como un arte y, quizá (y no se sabe si esto hubiera sido equivalente de lo primero), como una ciencia. Por último, su extraña relación con el juego lo llevaba a una actitud límite entre el entusiasmo creativo y algo muy semejante a la desidia. En cuanto a su actitud hacia el juego mismo y hacia sus rivales, ¿era quizá demasiado ingenua? Sin duda para Aliojin, cuya visión del juego era cualquier cosa menos ingenua, lo era. Pero la fuerza de Capablanca era tal, que si hubiera superado esos escrúpulos y se hubiera puesto a “trabajar en serio” sólo una fracción mínima de lo que lo hacían los otros, hubiera dejado a éstos y a Aliojin sin la más mínima posibilidad. (Más que ingenua, pues, habría que llamar a su actitud inocente. Esa inocencia era lo que brillaba en la sonrisa infantil de Capablanca.)

 Por eso también el momento vivo del juego era lo decisivo en el caso de Capablanca. Ya no podemos ver ese momento (el momento en que esa mente sobredimensionada, fuera de toda medida, se inclinaba sobre el juego del que tenía un conocimiento maravilloso, imposible de definir ni de explicar), y lo que perdura son los esqueletos, lógicos y hermosos quizá, pero esqueletos al fin, desprovistos ya de esa energía psíquica excepcional que sólo pudieron experimentar (y aun así de un modo incompleto) quienes se enfrentaron a él.

 No se podría comprender lo que fue José Raúl Capablanca si no se comprende eso que ya no puede verse en ningún tablero ni en ningún diagrama, y que era Capablanca entero, tanto en su imagen del ajedrez (pues Capablanca veía el ajedrez en imagen) como en su actitud ante la vida y aquella mente suya extraordinaria que ya no podemos ver actuar y que, como él mismo dijo alguna vez, “no compartía con nadie”.



[1] El nombre tiene dos variantes: Aliejin y Aliojin. El ajedrecista ruso sin duda prefería la primera, e incluso su forma francesa e inglesa: Alekhine (que es como se le conoce mayormente hoy día).

[2] El otro único era un créole de New Orleans llamado Paul Morphy.



domingo, 27 de noviembre de 2022

El poeta y los actores

 

Diario de la Marina, 14 de marzo 1909, p. 4. 

Catulle Mendès. Final



El Fígaro, 14 de marzo de 1909, p. 137. 

Puestas de sol

 



El Fígaro, 14 de febrero de 1909, p. 6. 

El olor de los baúles: Kostia, Casal, Lezama...


  Pedro Marqués de Armas


 Entre los muchos escritores franceses que introdujo en Cuba, bien portándolo en su célebre baúl, citándolo o traduciéndolo para El Fígaro o La Habana Elegante, e incluso “recitándolo” en el Círculo Habanero, el Conde Kostia tuvo siempre especial predilección por Catulle Mendès.

 Es a través suyo que llega a manos de Julián del Casal, que lo lee con voracidad, pero sólo lo traduce años más tarde, cuando ya siente que domina el francés.

 Es probable, por las fechas, así como por los textos que el propio Kostia tradujo, que entre los libros llegados a La Habana en abril de 1885 viniese, de Mendès, Le Rose et le noir, que acababa de salir en París, y Les boudoirs de verre, publicado un año antes.

 Hay una anécdota, muy bien contada por Amado Nervo en un artículo sobre el París de los escritores latinoamericanos y, en especial, sobre la pasión por los libros de uso y su búsqueda en los estantes del Sena, donde el Conde Kostia aparece como avezado en “el arte de buquinear”, a la vez que como emblema de esa pasión.

 Dice Nervo: “No sé quién me contó (ni si será cierto) que el Conde Kostia, nuestro viejo conocido, llegó en una ocasión a París; entró al hotel, dejó su saco de mano, fuese a los muelles a buquinear todo el día, y al siguiente se volvió a la Habana... Yo comprendo al Conde Kostia...”.

 Ciertamente, poco antes de regresar a Cuba después de su larguísima estancia en España, Valdivia viajó a París a toda carrera. París, ese lugar al que Casal no llega y al que el afanoso literato todavía sin título -“loco sultán de nuestras letras”, según Sanguily-, asoma solo para unas compras a destajo aunque, eso sí, selectas, haciendo un uso en definitiva fictivo, literario, de la ciudad.                         

 En las antípodas de aquel baúl cargado de parnasianos y decadentes, está el de otro conde, el futuro Conde Coveo, al que su creador, Ramón Meza, dibuja a su llegada a esa misma ciudad como pobrísimo inmigrante, sin más credenciales que una boleta a nombre de Vicente Cuevas y una carta para el tío, arrastrando un baúl no menos inmenso pero -en su caso- absolutamente vacío.

 Meza señala que Cuevas llevaba “cogido el mundo por sus dos agarraderas”, pues es así como hacía llamar a su baúl, el mundo, intuición que no pasa inadvertida para José Lezama Lima, quien en su ensayo sobre el autor de Mi tío el empleado asegura que la fuerza del personaje radica “en el nadismo de su baúl”. Sin embargo, esa nada en negativo, como la reducción de Cuevas a la categoría de “personajillo”, hablan más de lo que oculta el “lezámico modo” que de una aprehensión filosófica, incluso kafkiana, del asunto.

 De acuerdo con Lezama, de ese baúl -de ese mundo vacío- no pueden salir “reminiscencias, ni recuerdos de la madre, ni pequeños objetos mágicos de la infancia”. Ese mundo solo puede "verificarse" como teatro -implícitamente como República-, sin que surja de él más que "errancia de muerte". Se trata, a juicio suyo, de la vida simple (por no decir, nuda), de momias, de ciertos inmigrantes españoles, cuya imaginación equipara despectivamente (lo que podría estar bien en Meza) a la obesidad y calvicie de los capitanes generales y a sus ampulosos discursos. 

 Pero no solo eso, sino que, subiendo siempre la nota, en desmesurado paralelo con Tersites y Flaubert, tilda al personaje de "hombre-mujer-hombre" para calificar de "simiesco" (como en las primeras páginas de Megara, barrio de Cartago, en estas portuarias de la novela de Meza) el encuentro del personaje con las divinidades del entorno, cuando es "arrebatado por las turbas en un día de reyes". 

 Todo esto, en una maniobra de vaciado opuesta a la inflación que reserva para los suyos y para su modo de construir el pasado cubensis, con su arcón de maravillas, donde las garduñas se transforman en liebres y los suicidas trágicos de la familia en risueños tarambanas.

 Por su parte Casal, que en su proyectado viaje a París cruza el Atlántico haciéndose acompañar de autores franceses (un ejemplar Les boudoirs de verre, muy probablemente) regresará, en cambio, sin pertenencias, persuadido como nunca de que todo es ilusorio, presentándose ante su amigo Miyares “casi en andrajos, como un obrero y arrastrando una maleta vacía”.

 Si mérito tuvo partir con el dinero del solar, con lo cual liquidaba cualquier vestigio de heredad, más lo tendrá el exponerse al punto de gastar esos estipendios sin pensarlo siquiera, con la misma urgencia adictiva con que leía o experimentaba las sensaciones corporales más diversas para alimentar, mejor aún, la estufa de la neurosis.

 Para pagarse el regreso, después de agotar su peculio en La Cervecería Inglesa y a saber en qué otras aventuras madrileñas, Casal tiene que empeñar el gabán y la chistera, toda la ropa interior y, por supuesto, los libros. A fin de paliar la penuria en que se encuentra al cabo de dos semanas, traduce al menos cuatro prosas de Catulle Mendès, que aparecerán en La Monarquía por mediación de Salvador Rueda.

 De estas, algunas no habían salido sino en revistas, por lo que, con seguridad, tuvo en manos alguna publicación francesa. Es a poco de regresar a La Habana que los textos traducidos en el viaje aparecen en Pour lire au bain (1890). Casal leyó, por esos días, Les oiseaux bleus (1888). Y ya de vuelta, traduce para El Fígaro y La Discusión otras cuatro piezas, estas de Le Confessional. Contes chuchotés (1890).

 De modo que todas las traducciones de Mendès las realiza entre marzo de 1888 y abril de 1890, en su etapa, digámoslo así, de despegue, y en la que, de paso, el traumático viaje resulta esencial. A las de Mendès siguieron las traducciones de Baudelaire y, a continuación, sus mejores crónicas, con resuelta asimilación de los franceses.   

 Valdivia y Casal no intercambian dones, sino roles. Uno importa la biblioteca, exagera su pasado y aquel único día en París, para convertirse, pronto, en el personaje del que todos hablan por su pasión libresca. El otro devora a los modernos con prodigiosa eficacia y, a la vez, y como consecuencia, con incalculable poder de desasimiento.

 El fin último de Casal no está en los libros, sino en su entrega. Su aprendizaje es en todo momento espiritual. Cada libro devorado produce en él “el efecto de una bocanada de éter”, como dice a propósito de Maupassant. Sus sensaciones se intensifican al punto de traspasar esos umbrales, esas intensidades de que hablaba Deleuze.

 Según su amigo Francisco Chacón, que lo conoció de adolescente, a su talento innato -que denotaba hasta en el modo de caminar a pasos desiguales y en una como autística abstracción-, se suman su simpatía y atrevimiento, su ironía y su condición marginal.

 Capaz de separarse de los objetos, tan necesarios para Lezama, Casal no es acumulativo como se le supone, comenzando por el propio Lezama. Y no está nunca de más recordar que ningún escritor cubano necesitó menos para formarse -menos tiempo y mistificación.  

 Por su parte Valdivia, que en su escritura apenas asimila a quienes traduce (quizás más a Gautier que a Hugo, al que tradujo con decoro según Vitier) y que, como se ha dicho, padeció de “desordenada gula literaria”, alcanza justamente con ese baúl y esa escapada a París, su verdadero mítico lugar.

 Bien visto, el suyo era un baúl como otro cualquiera, pero a la vez una metáfora de sí mismo: un baúl multipropósitos. Manuel de la Cruz lo descubre en su abigarrada alcoba, definiéndolo como un mueble más, tan típico como emblemático: “enorme, forrado en cuero carcomido y lleno de calvicies (...) desempeñaba funciones de armario, de velador y de escritorio”.

 Muerto Casal, es el Conde Kostia quien promueve las visitas a su tumba, quien mantiene su memoria, quien da cuenta de esos libros. No es necesario desplegar otra vez la lista. De modo más completo, se la encuentra en sus escritos y cartas.

 Esos nombres suponen más bien una farmacopea, un catálogo de sustancias y sensaciones. A fin y al cabo los baúles conservan más el olor de las cosas que las cosas mismas.

 Como Darío, Valdivia sostuvo hasta el final su admiración por Mendès. Al morir éste, lo califica de “primera gloria literaria de la Francia contemporánea”. Ni el suntuoso Heredia, ni Coppée, ni Lisle, ni Flaubert, dice refiriéndose a los ya muertos, pueden opacarlo. Sólo Hugo y Gautier, cariátides de la poesía y la prosa.

 Se refiere luego a su impecable fecundidad y añade esta frase muy a lo Darío: “París, que se cansa de todo, no se cansó nunca de Catulle Mendès”. Como en todo, exagera. Sucede que esta vez la exageración es compartida.

 

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Catulle Mendès en traducciones

 



Algunas traducciones de Catulle Mendès en revistas cubanas o por autores cubanos 

“El escaparate de espejo”, La Habana Elegante, 17 mayo de 1885, pp. 2 y 3.

Traducción: Como “arreglo de Catulle Mendes”, por Juan Miguel Ferrer.

...

“Maldita”, La Habana Elegante, 8 de noviembre de 1885, pp.3 y 4.

Traducción: Sin referencias.

...

“La hermana pálida”, El Sport, 2 septiembre, 1886, Año I, núm. 47, pp. 5-6.

Traducción: Sin referencias.

“Juana la Flor”, El Sport, 16 septiembre, 1886, núm. 49, p. 5.

Traducción: Sin referencias.

“Las golondrinas”, La Habana Elegante, 20 de marzo de 1887, pp. 2 y 3. 

Traducción: Aniceto Valdivia, Conde Kostia.

“Viejos labios y joven beso”, La Habana Elegante, 25 de marzo de 1888.

Traducción: Julián del Casal.

“La dulce amargura”, El Fígaro, 4 de noviembre de 1888, p. 3.

Traducción: Aniceto Valdivia, Conde Kostia.

“El quebrador de rubíes”, La Monarquía, 1 de diciembre de 1888, p. 2.

Traducción: Julián del Casal.

“El agua que quema”, La Monarquía, 1 de diciembre de 1888, p. 2.

Traducción: Julián del Casal.

“El beso enjaulado”, La Monarquía, 1 de diciembre de 1888, p. 2.

Traducción: Julián del Casal. 

“Una víctima”, El Fígaro, 30 de diciembre de 1888, pp. 3 y 6.

Traducción: Bibelot (seudónimo de Nicolás Heredia). En nota al pie se anuncia el comienzo de una serie de cuentos de Catulle Mendès en traducción de Bibelot.

“Los besos de oro”, La Monarquía, 4 de febrero de 1889, p. 1.

Traducción: Sin referencias. Atribuible a Julián del Casal.

“El ramo de Myosotis”, La Habana Elegante, 17 de febrero de 1889, pp. 5 y 6.

Traducción: Raúl Navarrete.

“Bodas de un ángel”, La Habana Elegante, 24 de marzo de 1889, p. 5.

Traducción: Bibelot (Nicolás Heredia).

“Los besos de oro”, La Habana Elegante, 6 de junio de 1889, p. 4 y 5.

Traducción: “Traducido expresamente para La Habana Elegante”, sin más referencias. No es la misma versión que apareció en La Monarquía atribuible a Julián del Casal.

“Higiene”, La Habana Elegante, 22 de septiembre 1889, p. 6.

Traductor: Sin referencias.

“La domadora”, El Fígaro, 20 de octubre de 1889, p. 3.

Traducción: Julián del Casal.

“Enrique de Kleist”, La Habana Elegante, 10 de noviembre de 1889, p. 5 y 6.

Traducción: Sin referencias. (Sobre Heinrich von Kleist Von Kleits.)

“La estrella”, La Discusión, 25 de abril de 1890.

Traducción: Hernani, Julián del Casal.

“La limosna soñada”, La Discusión, 25 de abril de 1890.

Traducción: Hernani, Julián del Casal.

“El ensueño amargo”, La Discusión, 25 de abril de 1890.

Traducción: Hernani Julián del Casal.

“El amor de una rosa”, El Fígaro, 30 agosto 1891, p. 3.

Traducción: Francisco Hermida (“calco o pastiche”, según el traductor).

“El literato”, Diario de la Marina, 19 diciembre 1893, p. 4.

Traducción: Sin referencias.

“Las golondrinas, Diario de la Marina, 30 noviembre 1894, p. 4.

Traducción: Sin referencias. No es la misma versión del Conde Kostia publicada en La Habana Elegante el 20 de marzo de 1887.

“Los labios rojos”, El Fígaro, 14 de abril de 1895, p. 172.

Traducción: Sin referencias.

“El copo de nieve”, Diario de la Marina, 27 de mayo de 1895, p. 4.

Traducción: Sin referencias.

“Juana”, Diario de la Marina, 2 de julio de 1896, p. 4.

Traducción: Sin referencias.

“Cuento extravagante. El genio y el repórter”, El Fígaro, 6 de septiembre de 1896, p. 389.

Traducción: Sin referencias.

“El humo”, El Fígaro, 1897, p. 65.

Traducción: Sin referencias.

“El jugador honrado”, La Discusión, 11 de enero 1903.

Traducción: Sin referencias.

“Lo que sean las lágrimas”, La discusión, 18 de enero 1903.

Traducción: Sin referencias.  

“Avaricia”, Diario de la Marina, 18 de julio de 1903, p. 8. /sección Novelas cortas, que comenzó a salir en 1902 y en la que aparecieron textos de Dumas, Daudet, Tolstoi, Richepin, de Amicis, Pio Baroja, Alejandro y Miguel Sawa, J. H. Rosny, Mme F. Méaulle y L. Rodríguez Embil, entre otros.

Traducción: Sin referencias.

“La hermana pálida”, Diario de la Marina, 24 de julio de 1903, p. 8. /Novelas cortas.   

Traducción: Sin referencias.

“El peor suplicio”, Diario de la Marina, 20 de mayo y 20 de octubre de 1904, pp. 8 y 8, respectivamente. /Novelas cortas.

Traducción: Sin referencias.

“El tocador de zampoña”, Diario de la Marina, 10, 11 y 12 agosto 1905, p. 8 /Novelas cortas.  

Traducción: Sin referencias.

“Los tres anhelos”, Diario de la Marina, 24 de octubre de 1906, p. 3. /Átomos

Traducción: Sin referencias.

“Huéspedes opuestos”, Diario de la Marina, 22 de noviembre de 1906, p. 8. /Novelas cortas.

Traducción: Sin referencias.

“La flor que tiembla”, Diario de la Marina, 1 de diciembre de 1906, p. 6. / Átomos.

Traducción: Sin referencias.

“Un alma sobre un hijo”, Cuba y América, vol. 24, núm. 18, 2 de noviembre de 1907, p. 276.

Traducción: Sin referencias.

“La risa de la joven”, Diario de la Marina, 22 de agosto de 1908, p. 3. /Un cuento diario.

Traducción: Sin referencias.

“El León”, Diario de la Marina, 9 junio 1929.

Traducción: Sin referencias.



martes, 22 de noviembre de 2022

La domadora



“La domadora”, El Fígaro, 20 de octubre de 1889, p. 3. 

Traducción: Julián del Casal. 


lunes, 21 de noviembre de 2022

El amor de un rosa

 

     “El amor de una rosa”, El Fígaro, 30 agosto 1891, p. 3.

Traducción: Francisco Hermida.


viernes, 18 de noviembre de 2022

El ramo de Myosotis


La Habana Elegante, 17 de febrero de 1889, pp. 5 y 6. 

Traducción: Raúl Navarrete.