lunes, 30 de diciembre de 2024

Pieza en tres jornadas

 



 La más fermosa. Historia de un soneto; prologada y anotada por José María Carbonell, La Habana, Siglo XX, 1917. 

domingo, 29 de diciembre de 2024

Seboruco interviene: Soneto improvisado

 



 La más fermosa. Historia de un soneto; prologada y anotada por José María Carbonell, La Habana, Siglo XX, 1917, pp. 150-51. 



Plagios, telepatía y sonetos

 



 La más fermosa. Historia de un soneto; prologada y anotada por José María Carbonell, La Habana, Siglo XX, 1917. 


lunes, 23 de diciembre de 2024

Pavos para todos



Noticias de Hoy, 24 de diciembre 1960. 

Un cigarro novelesco

 

  Guillaume Apollinaire


  Hace de esto unos años —me dijo el barón d'Ormesan—, uno de mis amigos me obsequió una caja de habanos, asegurándome que eran de la misma calidad que aquellos sin los cuales no podía pasarse el difunto rey de Inglaterra.

 Esa noche, levantando la tapa de la caja, me complací en respirar el aroma de esos maravillosos cigarros. Los comparé a los torpedos bien alineados de un arsenal. ¡Pacífico arsenal! ¡Torpedos que el sueño ha inventado para combatir el hastío! Luego, tomando delicadamente uno de los cigarros, comprendí que la comparación con los torpedos era desacertada. Se parecía, más bien, a un dedo de un negro, y el anillo de papel dorado contribuía a aumentar la ilusión que el hermoso color obscuro me había sugerido. Lo perforé cuidadosamente, lo encendí y comencé a aspirar, beatíficamente, aromáticas bocanadas. Al cabo de unos instantes, comencé a sentir en la boca un sabor desagradable, y el humo del cigarro me pareció que olía a papel quemado.

 El rey de Inglaterra —me dije— debe de tener, en materia de tabacos, gustos menos refinados de lo que podría creerse. Es posible, también, que el fraude, tan generalizado en nuestros días, no haya respetado siquiera el paladar ni la garganta de Eduardo VII. Todo se pierde; ya no hay manera de fumar un buen cigarro. Y con una mueca de disgusto dejé de fumar ese cigarro que, decididamente, olía a cartón quemado. Lo examiné un momento y pensé:

 Desde que los norteamericanos han puesto sus manos sobre Cuba, puede ser que la prosperidad de la isla haya aumentado, pero los habanos ya no son fumables. Estos yanquis habrán seguramente aplicado procedimientos modernos a los cultivos de tabaco; las cigarreras han sido reemplazadas por máquinas. Todo eso puede resultar económico y rápido, pero el cigarro pierde mucho. En todo caso, el que traté de fumar hace un instante me autoriza a creer que los falsificadores intervienen en esto y que los diarios viejos empapados en nicotina ocupan ahora el lugar de las hojas de tabaco en las manufacturas habaneras.

 Reflexionaba de esta manera mientras deshacía mi cigarro con el objeto de analizar los elementos que lo componían. No me sorprendió demasiado descubrir, dispuesto de manera que no impedía el tiraje, un rollito de papel que me apresuré a desenrollar. Estaba formado por una hoja de papel que protegía a un sobrecito cerrado con la siguiente dirección:

Sen.  Don José Hurtado y Barral

Calle de los Ángeles

Habana

  En la hoja de papel, cuyo borde superior estaba un poco quemado, leí con estupefacción algunas líneas en español trazadas por una mano femenina:

 “Encerrada contra mi voluntad en el convento de la Merced, ruego al buen cristiano a quien se le ocurra la idea de averiguar la composición de este cigarro desagradable, quiera enviar a su destino la carta adjunta.”

 Asombrado y muy conmovido, tomé mi sombrero y luego de escribir mis señas como remitente en el dorso del sobre, para que en caso de no llegar a su destinatario me fuese devuelto, fui a echarla al correo. Volví a casa y encendí un segundo cigarro. Era excelente, al igual que los restantes. Mi amigo no se había engañado. El rey de Inglaterra era un buen conocedor de tabacos de La Habana.

 ***

 Cinco o seis meses después, cuando ya había olvidado este novelesco incidente, un día me anunciaron la visita de un negro y una negra muy atildados, que me rogaban insistentemente los recibiera, agregando que yo no los conocía y que, sin duda, sus nombres no me dirían nada.

 Muy intrigado, entré en el salón donde me esperaba la exótica pareja. El caballero negro se presentó con soltura, expresándose en un francés bastante inteligible:

  —Soy —me dijo— don José Hurtado y Barral...

  —¡Cómo! ¡Usted! —exclamé asombrado al recordar de pronto la historia del cigarro. Aunque, debo confesado, no se me había pasado por la mente que el Romeo habanero y su Julieta pudieran ser negros.

 Don José Hurtado y Barral prosiguió con cortesía:

  —Soy yo. Esta es mi esposa —y presentándome a su mujer, agregó—: lo es gracias a la gentileza de usted, pues sus padres, despiadados, la habían encerrado en un convento en el que las monjas fabrican cigarros destinados exclusivamente a la corte pontificia y a la de Inglaterra.

  Yo no salía de mi asombro, Hurtado y Barral continuó:

  —Los dos pertenecemos a ricas familias de color, de las que hay un cierto número en Cuba. Pero, ¿lo creerá usted?, el prejuicio racial existe tanto entre los negros como entre los blancos. Los padres de mi Dolores querían, a todo precio, que ella se casara con un blanco. Sobre todo, deseaban a un yanqui por yerno, y, afectados por la firme decisión adoptada por la hija de casarse conmigo, la encerraron, dentro del mayor secreto, en el convento de la Merced.

  No sabiendo cómo volver a encontrar a Dolores, estaba desesperado y dispuesto a matarme, cuando la carta que usted tuvo la bondad de echar al correo me devolvió el ánimo. Rapté a mi novia y luego la hice mi mujer...

 Hubiésemos sido ciertamente muy ingratos, señor, de no haber elegido como meta de nuestro viaje de bodas a París, adonde teníamos el deber de venir para darle las gracias.

  En la actualidad dirijo una de las más importantes manufacturas de cigarros de La Habana, y queriendo indemnizarle por el mal cigarro que usted fumó por culpa nuestra, le enviaré, dos veces al año, una provisión de habanos de primera selección, y sólo espero conocer su gusto de usted para ordenar el primer envío.

  Don José había aprendido el francés en Nueva Orleans, y su mujer lo hablaba sin acento extranjero, pues había sido educada en Francia... 

  ***

  Poco tiempo después, los jóvenes héroes de esta aventura novelesca regresaron a La Habana. Debo agregar que, ingrato o descontento de su matrimonio, no lo sé, don José Hurtado y Barral jamás me hizo llegar los cigarros que me había prometido.

   

 El Heresiarca y Cia: Traducción de Juan Esteban Fassio y estudio preliminar de Rodolfo Alonso, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982. 


domingo, 22 de diciembre de 2024

sábado, 21 de diciembre de 2024

El bardo maderista; detalle singular y preciso

 

  Guillaume Apollinaire 


 Los acontecimientos de México nos han dejado preocupados por la suerte del bardo maderista J. Urueta, detenido en la noche del 18 al 19 en el tren nocturno de Veracruz. El poeta iba en compañía de su amigo Sánchez Azcona, secretario particular del expresidente de la República. Fueron detenidos por gendarmes en la estación de Apizaco.

 He aquí los sucesos, como me han sido comunicados por un testigo procedente de allí:

 “El 18 de febrero, a las 2 de la tarde, el Sr. Francisco Madero y los ministros presentes en los salones del Palacio Nacional fueron hechos prisioneros por el general Blanquet. Mientras tanto, en una sala del restaurante Gambrinus, el general Huerta almorzaba en compañía del general Delgado y de Gustavo Madero, hermano del Presidente de la República, a quien la opinión pública responsabiliza de los hechos. La comida transcurría sin incidentes cuando, en el postre, un mensajero entregó una nota al general Huerta sobre lo que acababa de ocurrir en Palacio. Huerta se levantó y ordenó a sus dos comensales que entregaran las armas. Se armó un alboroto. El bardo Urueta, presente en la sala, intentó intervenir. Delgado y G. Madero fueron detenidos. En cuanto al bardo Urueta, consiguió escapar gracias a la estampida. Muchas personas tomaron el tren de Veracruz para huir en los buques de guerra norteamericanos. En este tren fue detenido el bardo maderista J. Urueta. Los periódicos, que aparecen con solo dos páginas, apenas han mencionado su arresto y desde entonces no se ha vuelto a hablar. ¿Qué ha sido del bardo Urueta? ¿Cuál es su destino?”

 El testigo añadió algunos detalles pintorescos sobre esta guerra civil que paralizó la actividad comercial de la ciudad de México:

 "Las tiendas y los bancos estuvieron cerrados durante once días. Los puestos de alimentos abrieron sus puertas por un momento alrededor de las 7 de la mañana. Pero nada de servicio a domicilio. Ni siquiera cablegramas. Los tranvías no funcionaban. El cañón rugía a toda hora. Hubo muchas víctimas; según informes oficiales cerca de 5.000. Detalle característico: el 90 % de las víctimas son civiles, curiosos que salieron tras las noticias y encontraron la muerte. Algunos barrios han sufrido mucho por los bombardeos. Todo está devastado, quemado y en ruinas. Cadáveres medio carbonizados ensucian las calles. En los descampados de Valbuena, se quema a los muertos. Rociados con gasolina, los cadáveres de soldados federales, campesinos, curiosos, mujeres y niños son amontados y quemados. Las llamas chisporrotean, las carnes crepitan. Algunos vecinos con largos palos remueven los cadáveres. Un humo negro, acre y pestilente se eleva hacia el cielo inexorablemente puro".

 Y termina así su relato:

 "Hoy la capital de México retoma su acostumbrado aspecto de ciudad trabajadora. Las tiendas están abiertas. Las calles animadas. Todo el mundo está ocupado reparando sus negocios, corriendo a recibir noticias e información de amigos desaparecidos durante estos terribles once días. Las agencias funerarias están desbordadas. Todos los carpinteros están trabajando, clavando apresuradamente ataúdes en los cementerios.

 El poeta J. Urueta ha cantado algunos de los rasgos menos morales y más líricos de esta guerra civil que aún no ha concluido. El partido maderista que, a pesar de todo, sigue existiendo, llora la pérdida de su Tirteo, a quien algunos dan por muerto, mientras que la mayoría de sus amigos piensan que aún vive y algunos afirman haberlo visto disfrazado de mujer, como Aquiles en cierta ocasión. Vestido con una rara elegancia, el bardo maderista, que parecía muy cómodo en su atuendo femenino, llevaba en la mano -detalle singular y preciso- el primer volumen de las Poesías de Plácido, publicadas por Roe Lockwood and Son, en Nueva York". 


                Traducción: Eulogio Porta 


 Mercure de France, 1913. Anecdotiques, 1926, pp. 98-100. 
  


viernes, 20 de diciembre de 2024

La Habana en un caligrama de Apollinaire

 



  Pedro Marqués de Armas 


 “rue St.-Isidore à Havane cela n'existe +”. No se trata de un verso, sino de una línea; o, mejor, de uno de los doce rayos en torno al segundo círculo, en el célebre caligrama de Guillaume Apollinaire “Lettre-Océan”. Con esa línea o rayo que emana a modo de onda de la Torre Eiffel, línea que debe leerse lo mismo centrífuga que centrípetamente, y que señalaría -en caso de que asimilemos la esfera a una suerte de meridiano o reloj- a la una de la tarde o de la madrugada, La Habana hizo su entrada en la modernidad literaria.

 Dicho de otro modo: se incorpora así, en forma lúdica y viajera -un poema visual con visos gramofónicos-, al nuevo mapa poético que dimana de las vanguardias. Si se quiere, Apollinaire como adelantado de José Juan Tablada, como el primero que aprehende esa ciudad -sea apenas en línea fugacísima– en tanto imagen emitida o en movimiento.

  Sucede que "Carta-Océano", publicado en Les Soirées de París el 15 de junio de 1914, es no solo el caligrama más complejo de Apollinaire, sino también el más influyente, al punto de comparársele con La Consagración de la Primavera de Stravinski y Las señoritas de Avignon de Picasso.

 Sintético y simultáneo, figurativo y esquemático, soterradamente discursivo, procura ser un poema-conversación, un intercambio cablegráfico, un registro gráfico-sonoro de frases, canciones y chasquidos al azar y, en todo momento, un artefacto vivo que, al tiempo que recrea la forma de una carta-postal y el funcionamiento de los modernos medios de comunicación que conectan París y Ciudad de México, da cuenta del acucioso cruce de afectos e informaciones que sostendrían Guillaume y su hermano Albert Kostrowitzky, destinado éste al país azteca por asuntos de negocio.

 Todo, en síntesis, registrado en otra sintaxis: la partida desde Nantes el 21 de enero de 1913, el Berlín donde el poeta se encuentra a la sazón, el Sena, la llegada a Veracruz, las impresiones iniciales, siempre convulsas; registro del viaje mismo, de la distancia que separa a los hermanos y los modos de anularla (“Ta voix me parvient malgré l'énorme distance”), como de múltiples referencias históricas, lingüísticas y familiares convocadas al unísono.

 Cables, postales, publicidad, recortes de periódicos, los propios desplazamientos, la agitación y el bullicio cotidianos, etc., estructurando el poema moderno por excelencia: aquel en que -como apunta Willard Bohn- “percepción y concepto, imagen y metáfora tienden a fundirse en un todo indivisible”.

 Se trata, lo dice Michel Butor en lúcido ensayo, más que de inclinar el espíritu a concebir la poesía como una escena de vida simultánea, de acostumbrar “el ojo a leer la totalidad del poema de un solo vistazo, como un director de orquesta lee a la vez los elementos plásticos impresos en un cartel”. Sin embargo, si bien la observación de Butor remite a Un golpe de dados de Mallarmé que, concebido como “partitura”, obligaría a una “visión sincrónica de la página”, lo cierto es que la analogía con la pintura apenas desplaza a las similitudes sonoras: ondas de radio, sirenas, gritos callejeros, el rebobinado de un gramófono y hasta el crujido de los zapatos recién estrenados del poeta (“cré cré cré”).

 Si se concibe “Carta-Océano” a la vez como viaje y trasmisión, no queda otra que percibirlo en su conjunto como un constante ir y venir; en efecto, como un entrecruzamiento de mensajes de barco a barco (es lo que significaba el título en su momento), a la par que entre uno y otro centro emisor o receptor. En este sentido, Bohn apunta:

Con la ubicación del poema como centro, la acción se irradia hacia fuera para abarcar el distrito, la ciudad, la nación, el continente, y el mundo entero. La serie de círculos concéntricos de la derecha ilustra esta estrategia, en la que se hace visible la estructura implícita del poema. Las alusiones al pasado son breves e incluyen un terremoto que Apollinaire, su madre y su hermano sufrieron en la Costa Azul en 1887. Geográficamente, se avanza desde París hasta el suburbio de Chatou y luego, vía Poitiers, a La Habana y finalmente a México, el destino final. La frase "rue St.-Isidore à Havane cela n'existe +" se refiere a la zona de tolerancia cubana de la calle San Isidro, recientemente cerrada”.

 No vamos a comentar las muy conocidas referencias mexicanas. En cuanto a la línea que contiene la alusión a La Habana, cabe pensar en un papel activo no solo como mensaje, también como lugar y medio de emisión. Aunque habría que detentar el dato, no es improbable que Albert Kostrowitzky haya hecho escala en el puerto habanero a inicios de febrero de 1913. Podría pensarse en un cablegrama -picante, en respuesta a un supuesto previo- enviado tras su llegada; no era el barrio en cuestión poco conocido en París, ni escaso el interés de Apollinaire en la prostitución, como puede verse -incluso- en alguna otra línea del poema.

 Sin embargo, si nos atenemos al contenido en sentido estricto, habría que remontarse al 23 de octubre de 1913, cuando se dicta el decreto que suspende la zona de tolerancia de San Isidro, con no poca repercusión en la prensa cubana y extranjera. Cabe, por tanto, que algún recorte de periódico le llegara por mediación del hermano, en alguna de las tantas cartas (la mayoría desaparecidas). De manera que el enunciado “calle de San Isidro no existe +” podría derivar de un cintillo periodístico. Apollinaire habría tomado parte del mismo y lo habría traducido (se infiere un "St. Isidro" y un “no existe ya”), agregándole a la manera de Marinetti y su corte de la revista Acerba, el signo +. 

 De ser así, la tesis de “Lettre-Océan” como un trabajo en progresión que se apodera de las sucesivas señales que intercambian los hermanos desde enero de 1913 hasta la edición del texto, se vería reforzada.

 En cualquier caso, y sin más conjeturas, debería leérsele junto al resto de las líneas: “y cuántos trenes tomé sin pagar con mi chica”… “pendejo es + que un imbécil”… “le decía al indio Hijo de la gran chingada”. O bien: “el cablegrama traía 2 noticias tranquilizadoras”.

 Todo dispuesto radialmente, como si la función de semejante diseño fuera la de sostener unas frecuencias de onda. Artefacto visual cuyos discos registran y emiten a la vez letras, voces, atisbos de dos mundos -el “sagrado país de los indios” y el caótico ajetreo parisino-, La Habana deja su huella. 

 Cintillo o cilindro, cifra o eco, metaforiza -en fin- lo que el propio Apollinaire llamó una “lírica ambiental”.

 

jueves, 19 de diciembre de 2024

Lettre-Océan

 


Les Soirées de París, 15 de junio 1914.




 Caligramas. Guillaume Apollinaire: Traducción y presentación de Nicolás Rodríguez Galvis, Instituto Distrital de las Artes, Bogotá, 2014, pp. 40-45. 

martes, 17 de diciembre de 2024

lunes, 16 de diciembre de 2024

domingo, 15 de diciembre de 2024

domingo, 8 de diciembre de 2024

Una criolla en La Habana

 

La tez

 

Como el azufre que oscurece

la plata y quiebra el oro el amor

empañó mis ojos también destrozó

 este corazón

una criolla en La Habana

   de tez blanca

salvada por Dios el amor la condena

 

Le teint

  

Comme le soufre qui noircit

L’argent et casse l’or l’amour

Ternit mes yeux brisa aussi

Ce cœur

Une créole à La Havane

Le teint blanc

Sauvée par Dieu l’amour la damne

 


 Imagen, publicación original: Lacerba (Florencia),15 de julio de 1914, p. 215; Guillaume Apollinaire. Obra completa en poesía, T. III, Ediciones 29, Libros Río Nuevo, Barcelona, 1981, p. 109, traducción: González Boto; y, Poèmes retrouvés, in Œuvres Poétiques de Guillaume Apollinaire, Ed. Gallimard, Bibl. de la Pléiade, Paris, 1971.