viernes, 20 de diciembre de 2024

La Habana en un caligrama de Apollinaire

 



  Pedro Marqués de Armas 


 “rue St.-Isidore à Havane cela n'existe +”. No se trata de un verso, sino de una línea; o, mejor, de uno de los doce rayos en torno al segundo círculo, en el célebre caligrama de Guillaume Apollinaire “Lettre-Océan”. Con esa línea o rayo que emana a modo de onda de la Torre Eiffel, línea que debe leerse lo mismo centrífuga que centrípetamente, y que señalaría -en caso de que asimilemos la esfera a una suerte de meridiano o reloj- a la una de la tarde o de la madrugada, La Habana hizo su entrada en la modernidad literaria.

 Dicho de otro modo: se incorpora así, en forma lúdica y viajera -un poema visual con visos gramofónicos-, al nuevo mapa poético que dimana de las vanguardias. Si se quiere, Apollinaire como adelantado de José Juan Tablada, como el primero que aprehende esa ciudad -sea apenas en línea fugacísima– en tanto imagen emitida o en movimiento.

  Sucede que "Carta-Océano", publicado en Les Soirées de París el 15 de junio de 1914, es no solo el caligrama más complejo de Apollinaire, sino también el más influyente, al punto de comparársele con La Consagración de la Primavera de Stravinski y Las señoritas de Avignon de Picasso.

 Sintético y simultáneo, figurativo y esquemático, soterradamente discursivo, procura ser un poema-conversación, un intercambio cablegráfico, un registro gráfico-sonoro de frases, canciones y chasquidos al azar y, en todo momento, un artefacto vivo que, al tiempo que recrea la forma de una carta-postal y el funcionamiento de los modernos medios de comunicación que conectan París y Ciudad de México, da cuenta del acucioso cruce de afectos e informaciones que sostendrían Guillaume y su hermano Albert Kostrowitzky, destinado éste al país azteca por asuntos de negocio.

 Todo, en síntesis, registrado en otra sintaxis: la partida desde Nantes el 21 de enero de 1913, el Berlín donde el poeta se encuentra a la sazón, el Sena, la llegada a Veracruz, las impresiones iniciales, siempre convulsas; registro del viaje mismo, de la distancia que separa a los hermanos y los modos de anularla (“Ta voix me parvient malgré l'énorme distance”), como de múltiples referencias históricas, lingüísticas y familiares convocadas al unísono.

 Cables, postales, publicidad, recortes de periódicos, los propios desplazamientos, la agitación y el bullicio cotidianos, etc., estructurando el poema moderno por excelencia: aquel en que -como apunta Willard Bohn- “percepción y concepto, imagen y metáfora tienden a fundirse en un todo indivisible”.

 Se trata, lo dice Michel Butor en lúcido ensayo, más que de inclinar el espíritu a concebir la poesía como una escena de vida simultánea, de acostumbrar “el ojo a leer la totalidad del poema de un solo vistazo, como un director de orquesta lee a la vez los elementos plásticos impresos en un cartel”. Sin embargo, si bien la observación de Butor remite a Un golpe de dados de Mallarmé que, concebido como “partitura”, obligaría a una “visión sincrónica de la página”, lo cierto es que la analogía con la pintura apenas desplaza a las similitudes sonoras: ondas de radio, sirenas, gritos callejeros, el rebobinado de un gramófono y hasta el crujido de los zapatos recién estrenados del poeta (“cré cré cré”).

 Si se concibe “Carta-Océano” a la vez como viaje y trasmisión, no queda otra que percibirlo en su conjunto como un constante ir y venir; en efecto, como un entrecruzamiento de mensajes de barco a barco (es lo que significaba el título en su momento), a la par que entre uno y otro centro emisor o receptor. En este sentido, Bohn apunta:

Con la ubicación del poema como centro, la acción se irradia hacia fuera para abarcar el distrito, la ciudad, la nación, el continente, y el mundo entero. La serie de círculos concéntricos de la derecha ilustra esta estrategia, en la que se hace visible la estructura implícita del poema. Las alusiones al pasado son breves e incluyen un terremoto que Apollinaire, su madre y su hermano sufrieron en la Costa Azul en 1887. Geográficamente, se avanza desde París hasta el suburbio de Chatou y luego, vía Poitiers, a La Habana y finalmente a México, el destino final. La frase "rue St.-Isidore à Havane cela n'existe +" se refiere a la zona de tolerancia cubana de la calle San Isidro, recientemente cerrada”.

 No vamos a comentar las muy conocidas referencias mexicanas. En cuanto a la línea que contiene la alusión a La Habana, cabe pensar en un papel activo no solo como mensaje, también como lugar y medio de emisión. Aunque habría que detentar el dato, no es improbable que Albert Kostrowitzky haya hecho escala en el puerto habanero a inicios de febrero de 1913. Podría pensarse en un cablegrama -picante, en respuesta a un supuesto previo- enviado tras su llegada; no era el barrio en cuestión poco conocido en París, ni escaso el interés de Apollinaire en la prostitución, como puede verse -incluso- en alguna otra línea del poema.

 Sin embargo, si nos atenemos al contenido en sentido estricto, habría que remontarse al 23 de octubre de 1913, cuando se dicta el decreto que suspende la zona de tolerancia de San Isidro, con no poca repercusión en la prensa cubana y extranjera. Cabe, por tanto, que algún recorte de periódico le llegara por mediación del hermano, en alguna de las tantas cartas (la mayoría desaparecidas). De manera que el enunciado “calle de San Isidro no existe +” podría derivar de un cintillo periodístico. Apollinaire habría tomado parte del mismo y lo habría traducido (se infiere un "St. Isidro" y un “no existe ya”), agregándole a la manera de Marinetti y su corte de la revista Acerba, el signo +. 

 De ser así, la tesis de “Lettre-Océan” como un trabajo en progresión que se apodera de las sucesivas señales que intercambian los hermanos desde enero de 1913 hasta la edición del texto, se vería reforzada.

 En cualquier caso, y sin más conjeturas, debería leérsele junto al resto de las líneas: “y cuántos trenes tomé sin pagar con mi chica”… “pendejo es + que un imbécil”… “le decía al indio Hijo de la gran chingada”. O bien: “el cablegrama traía 2 noticias tranquilizadoras”.

 Todo dispuesto radialmente, como si la función de semejante diseño fuera la de sostener unas frecuencias de onda. Artefacto visual cuyos discos registran y emiten a la vez letras, voces, atisbos de dos mundos -el “sagrado país de los indios” y el caótico ajetreo parisino-, La Habana deja su huella. 

 Cintillo o cilindro, cifra o eco, metaforiza -en fin- lo que el propio Apollinaire llamó una “lírica ambiental”.

 

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