sábado, 30 de junio de 2018

Borges y la vanguardia cubana. Un apunte



  Pedro Marqués de Armas

 Acompañada por un dibujo de Norah Borges que fue atribuido a Norah Lange, y de una nota autobiográfica que resumía su todavía breve trayectoria literaria, la poesía de Jorge Luis Borges hizo su entrada en Cuba el 5 de junio de 1927, cuando aparecen cinco poemas suyos en la sección “Poetas de Ahora” del Suplemento Literario del Diario de la Marina.
 Los poemas en cuestión eran “Remordimiento por cualquier defunción” (luego “por cualquier muerte”), “Lucia linquimus arva”, “Antelación de amor” (con el tiempo “Amorosa anticipación”), así como “Rusia” y “Gesta maximalista".
 Como ocurre con tantos otros textos de su etapa española, los dos últimos, Borges no los había incluido en sus libros de poesía publicados hasta la fecha: Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925). Y uno de ellos seguía circulando en diversas publicaciones, bien acogido, por lo que parece, a su consentimiento. Es el caso de “Rusia” que, después de su aparición inicial en Cuasimodo (1921), seguiría asomando en otras revistas y en Índice de la nueva poesía americana (1926), antología que el propio Borges prologa junto a Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo.
 Un paréntesis al final de la nota autobiográfica que sirve de introducción a los poemas reproducidos en “Poetas de Ahora”, podría inducir a pensar que la totalidad de los textos fueron tomados de la Antología de la poesía moderna en la Argentina (1926) de Julio Noé, al ser la única fuente citada. Pero no es así, puesto que los poemas incluidos en esa antología y a la vez en la muestra del Diario de la Marina, fueron exclusivamente los tres primeros, y no los "poemas rusos".  
 ¿De dónde entonces tomaron los editores cubanos, con más seguridad Fernández de Castro, aquel par de poemas bolcheviques? Cabe preguntarse lo mismo en relación a la aludida nota autobiográfica, ya que, a diferencia de la incluida por Noé en su antología, la del diario habanero incorpora una línea más que reza: "Con Ricardo Güiraldes, Pablo Rojas Paz y Brandán Caraffa fundé en Agosto de 1924, una segunda revista: Proa"; variante que tampoco se corresponde con la recogida (décadas más tarde) en Textos recobrados.
 En un principio, y como resultado de lo anterior, llegué a pensar en una colaboración directa de Borges, que Borges mismo hubiera elegido los poemas, tanto más al verificar tan notables contrastes entre las variantes “habaneras” de “Rusia” y “Gesta maximalista” y los originales, así como en relación a otras variaciones conocidas.
 Pero entonces no había reparado en las “versiones fragmentarias” que, de ambos poemas, publicara Guillermo de Torre en Literaturas europeas de vanguardia (1925). Todo un éxito de circulación entre los vanguardistas cubanos, fue esta la fuente de donde Fernández de Castro tomó esos “poemas incompletos”, según lo advertía de Torre. Pero no reparó el apresurado editor en tal advertencia eliminando –fatalmente- los puntos suspensivos que indican la ausencia de versos.
 Juguemos, pues, a leer los poemas como los leería un lector no avisado, es decir, cualquier lector de 1927 -o incluso actual- colocado ante dichas variantes.
  En el caso de “Rusia”, la conversión de la versión fragmentaria en poema acabado, autorizaría la desaparición (respecto del original) de los dos primeros versos:

 “La trinchera avanzada es en la estepa un barco al abordaje
 con gallardetes de hurras”

  Así como de los números 8 al 10:
 “El mar vendrá nadando a esos ejércitos  
 que envolverán sus torsos
  en todas las praderas del continente”

  Por su parte, en “Gesta maximalista”, por igual procedimiento, habría cuatro versos menos.
   Los dos primeros:
  “Las barricadas que cicatrizan las plazas  
  vibran nervios desnudos"

 Y los números 9, 10 y 11:
 “y el ejército fresca arboladura
 de surtidores bayonetas pasa
 el candelabro de los mil y un falos”

  A la vez que persiste “la catedral avión de multitudes quiere romper las amarras”, pero cortado ahora, felizmente, a partir de “quiere”.
 De modo que el lector cubano de 1927 tiene delante una versión apócrifa de Borges, en cualquier caso un poema involuntario.
 Borges no ha tenido esta vez que esmerarse.
 A diferencia de otras empeñadas versiones de esos textos, no hay aquí labor sintáctica (salvo en el verso cortado y un “como” que debió añadir de Torre); ni se persigue un énfasis nuevo, un cambio de tono.
 Se practica una cirugía a fondo, extirpando versos enteros; una cirugía exitosa, toda vez que la sutura resulta indeleble. 
 Y la operación es de tal profundidad que quedan fuera “barco al abordaje”, “gallardetes de hurras”, “ejércitos”, “torsos”, “praderas del continente”, “barricadas”, “nervios desnudos”, “surtidores”, “bayonetas” y hasta “mil y un falos”.
 El resultado (y no podemos culpar a Guillermo de Torre) es sencillamente funesto: no solo son poemas menos vigorosos, sino más malos.
 Tras varios años en Argentina, Borges trueca su estilo "ultraico" (el término es suyo) por otro “más dulce” y arrabalero. Pero no había roto aún –al menos definitivamente- con su legado "juvenil" y, por tanto, con la “apreciación” de los poemas escritos en elogio de la revolución rusa.  
  Había descartado, es cierto, la publicación del poemario Ritmos rojos; pero algunos de esos poemas circulan todavía como parte de una narrativa cuyos comienzos no han sido del todo reconfigurados.
 Después de 1931 no volverían a publicarse, al menos bajo consentimiento, las “vocinglerías”, “multitudes” y “torres del Kremlin”.
 Ese año aparece en la revista argentina Metrópolis la última de las esforzadas versiones de "Rusia"; es decir, a poco más de una década de escrito e inicialmente publicado, y tras varios intentos por salvarlo. 
 Cuando en 1978 le anuncian que tales poemas acababan de ser exhumados por unos editores mallorquines, Borges pierde su habitual compostura y está a punto de abrir un proceso judicial. El hombre que había hecho de lo biográfico una cifra de sabiduría y escepticismo, experimenta –pero solo por unas horas- un sentimiento de vergüenza que, bien visto, era más consecuencia de un pecado ideológico que de estilo.
 En 1927 Borges ya era una figura conocida y apreciada en La Habana. Un año antes el Diario de la Marina había reproducido su ensayo “La adjetivación”, a escasos meses de publicado en Buenos Aires, y la revista Social "Las coplas acriolladas" (ambos en el El tamaño de mi esperanza, 1926). 
 Sus poemas y ensayos circulaban desde la revista Proa y más tarde en Martín Fierro y Síntesis.
 En Cuba lo leen Mañach, Lizaso, Ichaso, y Fernández de Castro, entre otros; al menos los dos primeros lo leen con intensidad y reciben su influjo, visible en “Programa de criolledad”, de Lizaso, y secreto en “Indagación del choteo”, de Mañach.
 Para los vanguardistas cubanos, a esas alturas Borges no es un poeta pro-soviet, si bien no falta quien señale la influencia de Maiakovski y Esenin. Es un crítico de primera, tan capacitado en Quevedo y Góngora, como los mejores estudiosos en España y, sobre todo, una mentalidad que viene a ensalzar lo criollo: una manera de ser americana.
 Curiosamente, su nombre resonará en los tres grandes homenajes que realiza la Revista de Avance, los dedicados a los centenarios de Goya y de Góngora, y el dedicado a Guiraldes tras su muerte.
 También aparecerá en las páginas de la publicación cubana una breve reseña de Cuaderno de San Martín.
 Cuando se establece la llamada polémica del “meridiano intelectual” –La Gaceta Literaria vs Martín Fierro, Madrid vs Buenos Aires, Ortelli y Gasset (Borges), etc. vs Guillermo de Torre, Giménez Caballero, etc.- su figura es invocada en La Habana por quienes se suman a aquella trifulca transatlántica por la lengua (que lo era también por otras cosas menores), defendiendo una peculiaridad continental.
 Borges, que atiza la pelea e incurre en chocantes estereotipos, aporta, pese a todo, autoridad. De ahí que, tanto en La Habana como en Montevideo, San José y México, donde el “meridiano” es una y otra vez contestado y “corregido”, su criterio asome en más de una ocasión como signo de “lo propio”, lo mismo entre quienes participan del debate en clave de humor, como entre quienes lo asumen con gravedad.
 Después de citarlo, Mañach señalaría: “Los que comulgamos con esta gran fe de la juventud actual en los destinos peculiares de América, no podemos menos que regocijarnos ante lo que hay de propia afirmación valerosa, de robusta confianza en sí mismos y de lejana y esperanzada visión en el desenfado de Martín Fierro”.
 Ichaso lo llama “nuestro Borges”; y Delahoza (nada sospechoso por su posición ideológica y al tanto de las “visiones bélicas” de su pasado) celebra en él la evolución hacia una poesía sin poses que avanza “al encuentro de una pura estética, desprovista de exotismo, que será la estética de la América por venir”.
 Su agudeza e ironía, su resuelto humor, y en fin, los rasgos de su estilo, causan admiración y son a menudo señalados. 
 Pero su lugar, para la vanguardia cubana, es más que nada el de representar una nueva expresión cuyo hilo conductor es el nacionalismo literario.
 Como advertíamos al inicio, el dibujo publicado junto a los poemas y presentado como “Retrato por Norah Lange”, es en realidad de Norah Borges, la hermana del escritor. ¿Cómo aclarar que se haya publicado en Cuba como perteneciente a la poeta y novelista argentina soñada por Borges -y no solo por él- y vivida a fondo y volando como pluma para Oliverio Girondo? ¿Confusión también de los editores? En cualquier caso, la imagen aparece recortada, sin que se aprecie el pie que indica el nombre, el verdadero, de la dibujante.  
 A igual medida y sin que se observe firma, la imagen acompañó otra nota biográfica del poeta, la conocida como “Jorge Luis Borges” (semejante en contenido y estilo pero no idéntica), incluida en Exposición de la actual poesía argentina (1922-1927) de Pedro Juan Vignale y César Tiempo (Buenos Aires, Minerva, 1927).
 Al repasar las páginas de Revista de Avance, topamos con alguna colaboración de Norah Borges: un dibujo que escolta el poema de Mariano Brull "Epitafio de la rosa". Acá firma como Borges de Torre, es decir con sus apellidos de casada. 
 No hay más que ver el dibujo para apreciar una clara similitud entre sus imágenes: cierto carácter estatuario, y un mismo trazo diurno, a la vez un tanto ensoñado y helénico.

 Sobre el rescate de su obra, la de N.B., ver el siguiente texto de May Lorenzo Alcalá.


miércoles, 20 de junio de 2018

Maiakovski. Final

  
  
 La primera vez que oí hablar de este poeta ruso que acaba de suicidarse en Moscú, fue en México. El año 1926. Diego Rivera, el enorme y genial pintor mexicano, en su simpática casa de Mixcalco, me habló de un amigo suyo –escritor comunista ruso-, que acababa de visitar su país, habiendo pasado antes por este puerto de La Habana. Diego refería cómo era el escritor físicamente. De más de 6 pies de estatura. Con aspecto de boxer antes que de poeta. Diego decía: “Más alto que yo”, y elevaba su poderosa diestra por encima del inmenso tejano que le cubría la cabeza. Los retratos de Mayakovski confirman la impresión de que era hombre que poesía extraordinario vigor físico.
 Añade Rivera, que el ruso había escrito unos poemas admirables sobre Cuba, en los que “estaba todo el vigor del trópico. Todo el color brillante de La Habana, pero también todo el dolor de un pueblo condenado a morir entre las fauces de un imperialismo económico y voraz”. Entrecomillo las anteriores palabras porque las transcribo tal como las recuerdo de labios del pintor amigo.
 Más dijo éste. Contó que esos poemas fueron traducidos al español por el poeta mexicano José D. Frías, y que él creía que habían sido publicados en alguna parte. Los busqué –con resultado negativo- en todas las revistas y publicaciones a la estancia del poeta ruso en México. Por último, una tarde de septiembre, en el hotel Mancera, cuando conocí al “vate Frías”, le pregunté sobre el destino de esas publicaciones suyas de los poemas del escritor ruso, y contestó que nunca se habían publicado y que probablemente las tendría entre sus papeles. Ofreció buscarlas y a pesar de todos los empeños no dio con ellas.
 Quede ya fijo el hecho de que uno de los poetas de más fama merecida en los días actuales en el mundo, al pasar por La Habana, se impresionó de tal modo con nuestro pueblo y nuestro instante, que recogió sobre el papel sus emociones, y las trasmitió a su gente. El escritor era Vladimiro Mayakovski y su gente son nada menos que 150 000 000 de hombres que viven en el territorio de la Unión de las Repúblicas Socialista Soviets.


 Ver ensayo completo de Fernández de Castro aquí y acá




domingo, 17 de junio de 2018

Maiakovski en París




 Elsa Triolet

 Fue en 1922 cuando Maiakovski llegó por primera vez a París, mientras yo estaba en Berlín. Escribió en Izvestia del día 6 de febrero de 1923:
 “La aparición de un soviético vivo causa por todas partes admiración e interés con innegables matices de asombro (en la prefectura de policía el efecto de sensación es el mismo, pero sin los matices). Lo que domina es el interés. Delante de mi persona se manifestó hasta con tendencia a hacer cola. Durante varias horas me hacían preguntas, empezando por el aspecto físico de Lenin y terminando por la leyenda, muy extendida, de la “nacionalización de las mujeres de Saratov…”
 Cuando Maiakovski venía a París y si estaba yo, se instalaba en un hotel pequeño donde yo vivía. Como no hablaba más que el ruso (y el gregoriano) no me abandonaba un momento, persuadido como estaba de que sin mí estaba ¡perdido, vendido, traicionado! Convertirse así en sordomudo y no hablar más que el triolet como él decía, le sacaba de quicio. No poder probar que la URSS era el único país habitable, no comprender lo que hablaban y pensaban los franceses, no dominar con la palabra a los que le rodeaban, como era su costumbre, le parecía horrible:
 “Yo supongo que los extranjeros me estiman, pero pudiera ser también que me consideren un imbécil –no hablo de los rusos en este momento-. Póngase usted en el lugar de los americanos, por ejemplo, han invitado a un poeta, le han dicho: “Es un genio”. Un genio es aún más que una celebridad. Yo llego, y de sopetón:
 -Give me please some tea.
 De acuerdo. Me lo dan. Espero un momento y repito:
 Give me please…
 Me lo vuelven a dar.
 Entonces vuelvo una y otra vez en todos los tonos y con toda clase de modulaciones:
 -Give me y regive me y reregive me… -Me explico ¿verdad? Y la encantadora velada continúa…
 Los viejecillos me escuchan respetuosamente y piensan ellos: “Esto son los rusos, ni una palabra de más. Un pensador. Tolstoi. El Norte…”. 
 El americano piensa cuando trabaja. Jamás le vendrá a un americano la idea de pensar después de las seis de la tarde.
 No se le ocurrirá la idea de pensar que yo no conozco ni una palabra de inglés y que mi lengua salta y se enreda como un sacacorchos, de tanto deseo que tengo de hablar algo, y que, levantando la lengua como un bastón en un juego de equilibrio, enfilo cuidadosamente toda clase de O y de V inútiles porque son más que piezas sueltas. No se le ocurrirá a un americano la idea de que yo me pinga a parir penosamente frases salvajes, suringlesas.
 -Yes white please five double arm stromg…
 Tengo la impresión de que encantados por mi acento, arrastrados por mi espíritu, conquistados por la profundidad de mi pensamiento, las mujeres de piernas kilométricas se han quedado sencillamente meduseadas por mí y los hombres se han puesto a adelgazar a ojos vista y se han vuelto pesimistas, pues les es imposible rivalizar conmigo.
 Pero las Ladies retroceden, habiendo oído por centésima vez la letanía del té, dicha con una encantadora voz de bajo mientras los gentlemen se salvan por los rincones.
 “¡Quieres traducirles tú, le dijo gritando a Burliuk, que si supiesen en ruso yo hubiera podido, sin estropear sus corbatas, clavarles con mi lengua a la cruz de sus propios tirantes, que hubiera podido hacer girar sobre el hierro del asador de mi lengua a toda esta colección de insectos!”
 Y Burliuk, concienzudamente, tradujo:
 “Mi glorioso amigo, Vladimir Vladimirovitch, pide a ustedes otra taza de té.”” (Cómo les hizo reír, 1926).


 El viejo amigo de Maiakovski, Burliuk, a quien habían echado de Bellas Artes al mismo tiempo que a él y que fue el primero en proclamarle poeta de genio, exigiéndole que lo fuera para no pasar él por mentiroso, Burliuk vivía desde hacía años en América: Chicago o nueva York… Cuando Maiakovski le telefoneaba:
 -Aquí, Maiakovski.
 -Buenos días, Volodia. ¿Cómo estás? –respondió la voz de Burliuk.
 -Te doy las gracias. Durante estos últimos años he tenido un catarro muy fuerte.
 (Esto era al menos lo que Maiakovski me contó de su encuentro con los fundadores del futurismo ruso. )
 Sin embargo Maiakovski conseguía arreglarse con su mímica y sus gestos excesivos. En casa del sastre, hacía muy seriamente dibujos pequeños indicando los defectos de su cuerpo y, con puntos, la manera de corregir el traje. Por donde fuéramos nos acompañaba una especie de asombro. Este gigante jugaba con las gentes como un perro grande con los niños: las empujaba delicadamente y las mordisqueaba sin hacerles daño…
 Pero sucedió que algunos días después de su llegada Maiakovski recibió de la prefectura la orden de salir de París. Estaba muy tranquilo y hacía lo que todos los extranjeros hacen cuando vienen a París, iba al Louvre y a los cabarets y se compraba camisas y corbatas, y de pronto le dicen: ¡que tiene que marcharse! ¿Por qué? Creo que habían confundido a Maiakovski con Esénin, al ser los dos poeta y porque Esénin había dejado malos recuerdos a la policía de París por razones que nada tienen que ver con la política sino más bien con la bebida. Pero Maiakovski sabía beber. Entonces ¿qué le querían?
 Henos aquí los dos en la prefectura. Me veo errando con él por los largos corredores oliendo a pis, enviados de oficina en oficina, yo delante, Maiakovski detrás, haciendo mucho ruido con el acero de los tacones y del bastón, que llevaba arrastrando y se le enganchaba al pasar en los juros, las puertas y las sillas. Al fin llegamos a una oficina de alguien importante. Era un señor muy irritado el que se levantó detrás de la mesa para decirnos con voz fuerte y furiosa que el señor Maiakovski debía dejar París en veinticuatro horas. Yo balbuceé algo poco convincente mientras Maiakovski, insoportable, me interrumpía constantemente con sus “¿Qué es lo que dices?”… “¿Qué es lo que él dice?...” “Yo le digo que no eres peligroso porque no hablas ni una palabra de francés…”.
 La cara de Maiakovski se iluminó. Miró confiado al furioso señor y le dijo con su voz gruesa e inocente:  
 -Jambon…
 El señor cesó de gritar, miró a Maiakovski, sonrió y le dijo:
 -¿Por cuánto tiempo quiere usted el permiso?
 En la ventanilla de una gran sala fue donde Maiakovski tendió por fin el permiso tendió al fin su pasaporte y le pusieron los sellos indispensables. El empleado miró el pasaporte y le dijo en ruso: “¿Usted es del pueblo de Bagdadi, provincia de Kutais? Yo he vivido allí varios años. Era viticultor…” Estaban los dos encantados. Fue una prueba más de la pequeñez del mundo, nos vamos pisando los pies…
 Con tantas emociones, Maiakovski se fijó demasiado tarde de que no tenía su bastón: ¡se lo habían robado en plena Prefectura!
 Tratándose de robos, Maiakovski no había tenido suerte en París. Se le veía demasiado, era demasiado evidentemente un extranjero y un extranjero rico, para que no repararan en él los que buscan una víctima.
 Esto ocurrió en otro de sus viajes a París. Partía para un viaje alrededor del mundo, había economizado y llevaba veinticinco mil francos. Un día, no sé por qué razón, los retiró del banco. La catástrofe se produjo al día siguiente. Yo había venido temprano a su cuarto a buscarle. Estaba en mangas de camisa, tomando el desayuno, su “jambón”. En el momento de salir echó su chaqueta sobre una butaca, con un gesto maquinal para verificar si todo si todo estaba en los bolsillos. De pronto, lo vi palidecer. No había visto a nadie volverse ante mis ojos color de ceniza: le habían robado todo su dinero, sus veinticinco mil francos…



 Estaba en la primera etapa de su viaje alrededor del mundo que debía durar un año… y ni un céntimo en el bolsillo.
 Otro hubiera ensayado encontrar el dinero para pagar un billete de regreso a Moscú y se hubiera vuelto con su vergüenza y su ictericia. No Maiakovski. Su abatimiento duró sólo una hora. Ya camino del comisariado, olvidando de ajustas sus pasos a los míos, me decía: “Sobre todo no cambiemos nada en nuestro género de vida. Almorzaremos en la Grande Chaumière y después iré a hacer unas compras…” Estaba decidido a no dejarse dominar por la vida.
 El que robó a Maiakovski debió de seguirle desde el momento en que retiró el dinero del banco. En todo caso era el hombre que la víspera había alquilado la pieza enfrente a la suya, seguramente, sabiéndolo todo.  Aprovechándose de que Maiakovski salió para ir al baño, dejando la puerta abierta, cogió el dinero y desapareció del hotel. Sus señales, dadas por la camarera y el dueño del hotel, eran perfectamente conocidas en el comisariado como las de un ladrón profesional. De comisariado en comisariado fuimos… sin encontrar nunca ni el ladrón ni el dinero.
 Por otra parte, sin esperar más, Maiakovski se puso a procurarse dinero para recuperar la suma robada. De las Ediciones de Moscú consiguió Lilí una cantidad respetable, que dos años después devolvió. Lo demás lo iba encontrando donde podía. ¡Iba pidiéndolo a todo el mundo! Y se fue volviendo un juego: “¿Cuántos me dará este?”, ¿Qué crees tú? ¿Doscientos? Yo digo ciento cincuenta. La diferencia para ti. ¿Y éste? ¿Nada? Yo digo… ¡mil! Si me da algo te doy veinte francos”. Era en 1925, durante la Exposición de Arte Decorativo de y había en París muchos rusos soviéticos. Juzgábamos a la gente según y cómo daba el dinero o si no daba nada. Los compañeros que tenía dinero y se lo rehusaban dejaban de existir para Maiakovski. “Perros”, decía expresando su disgusto con gestos de la espalda y del rostro… Y se ponía a perseguirlos, haciendo de ellos la irrisión general durante toda su estancia en París. Había otros que encontraban raro que tal historia le hubiese sucedido: “Es demasiado vivo para dejarse coger…”, repetían desde lo alto de su talento entre anchas sonrisas.
 Si por el contrario alguno daba a Maiakovski más de lo que había previsto de sus posibilidades y de su generosidad este se volvía un ser adorable. Así fue con Ilya Ehremburg, que hasta ese momento le había sido indiferente y consiguió conquistarle con cincuenta francos belgas. Ehremburg venía de Bélgica y tenía poco dinero. Estos cincuenta francos fueron un tema constante de ternura para Maiakovski . “!Belgas –decía- fíjense bien que son belgas!”. Y se moría de risa. Y se puso a llamar a Ehremburg por su nombre, encontrándolo estupendo.
 Pero si Maiakovski había recibido autorización para estar en Francia, esto no quería decir que la policía se durmiese. Por donde quiera que íbamos había dos señores que se encarnizaban por hacer lo mismo que nosotros hacíamos. Hemos debido costarles mucho dinero en taxi, fiestas y comidas. 
 Fue en ese mismo restaurante de la Gran Chaumière, donde íbamos a comer todos los días (porque en cuanto iba tres días al mismo sitio Maiakovski tomaba la costumbre), mientras comíamos con unos amigos, cuando vinieron a sentarse en la mesa de al lado dos hombres a los que ya habíamos visto. Uno joven y otro viejo y todo lo más correcto y más franceses posibles. Maiakovski se puso a contar cuentos y nosotros a reírnos hasta las lágrimas, mientras nos miraban impasibles los vecinos, el joven y el viejo. Pero cuando Maiakovski empezó a contar cierta partida de billar, entonces nuestros vecinos empezaron a reírse con esas carcajadas que no se pueden contener, aunque dependa de ella vuestra carrera o vuestra vida.
 En 1929 vi a Maiakovski por última vez y siempre en París.
 Recuerdo cómo sentado en el suelo con un bloc de papel apoyado sobre la cama, escribía cartas a Moscú. ¿Se han fijado ustedes que los niños eligen la postura más incómoda para leer o para escribir? Durante horas permanecen en una posición que parece han elegido por un solo instante… Maiakovski hacía como ellos…
 Después, la noticia llegó por teléfono a las ocho de la mañana: Maiakovski se ha matado ayer, 12 de abril de 1930, de un tiro de revólver en el corazón. Muerte instantánea. 
 Reproduzco aquí el principio de la carta que encontraron cerca de él.
 No se culpe a nadie de mi muerte, por favor, sin comentarios, al difunto le molestaban enormemente. Madre, hermanas, camaradas, perdonadme –no es un método, no se lo aconsejo a nadie- pero no tengo otra salida.
 Lila, ámame.
 Camarada Gobierno: Mi familia se compone de Lilí Brick, Madre, mis hermanas y Verónica Vitóldovna Polónskaia.
 Si les haces la vida soportable, gracias.
 Enviar los versos inacabados a los Brick. Ellos sabrán descifrarlos.

 Como suele decirse, “el incidente ha concluido”,
 “la barca del amor
  se estrelló contra la vida cotidiana”.
 Estoy a mal con la vida
        y es inútil recordar dolores,
      desgracias
              y ofensas mutuas.
                         Sed felices.

 Vladimir Maiakovski, 12-4-1930.



 Tomado de Elsa Triolet, Recuerdos sobre Maiakovski y una selección de poemas, Barcelona, Editorial Kairós, S. A, 1970; cap. IV, pp. 66-72.
    

viernes, 15 de junio de 2018

Cuando Vladimir Maiakovski estuvo en La Habana


 Ángel Augier

 El 3 de julio de 1925, Viadimir Maiakovski, a bordo del vapor francés "Espagne", escribió en una carta a Lila Brik: "Ahora nos estamos acercando a la isla de Cuba –el puerto de La Habana (la de los cigarros)". Así, por el tabaco habano identificaba el puerto al que llegaría al día siguiente, sábado 4, después de casi dos semanas de travesía desde Saint Nazaire, con escala en tres puertos españoles.
 Julio, con agosto, es de les meses de más riguroso verano en Cuba, Maiakovski pudo comprobarlo cuando en sus notas de viaje califica al calor tropical de "insufrible" y agrega que llegaron "fritos, asados y hervidos al blanco puerto de La Habana, rocosa y edificada''. Y describe las numerosas lanchas llenas de piñas, que se acercaron al barco para vender su mercancía a los viajeros ansiosos de refrescarse con jugo de frutas.
 Según la prensa del día siguiente (domingo 5 de julio) de los 593 pasajeros que conducía el "Espagne", 232 viajaron con destino a la capital cubana, y los restantes 361 seguían en tránsito para el puerto mexicano de Veracruz. Uno de estos últimos era el poeta soviético, quien aprovechó la ocasión dispensada a los pasajeros de primera clase de visitar la ciudad algunas horas de las 24 que permanecería el barco en el puerto.
 En sus informaciones, los periódicos habaneros que consignaron la llegada del vapor francés, sólo se refirieron por sus nombres a dos de los pasajeros para La Habana: un ingeniero cubano que dirigía una importante revista de la época y un embajador panameño; de los viajeros en tránsito, sólo mencionaron a un biólogo francés que fue agasajado por sus colegas cubanos. Hubo, pues, una absoluta ignorancia entonces del paso de Maiakovski por Cuba. Además, también existía en los países latinoamericanos un gran desconocimiento del desarrollo de la cultura soviética y de sus más calificados representantes, debido al bloqueo contra la URSS impuesto por Estados Unidos, que poseía el absoluto monopolio de la información internacional. En esas circunstancias, resultaba difícil que los periodistas cubanos pudieran dar algún significado al nombre de Vladimir Maiakovski, en el caso improbable de que hubieran tenido acceso a él.
 No habría quedado constancia de este fugaz y anónimo encuentro del poeta con el trópico, a no ser por su hábito de anotar las impresiones de viaje –que en este caso conformarían más tarde su conocida conferencia "Mi descubrimiento de América''–, y gracias también a un poema que le inspiró su rápida visión de La Habana y que todo parece indicar que escribió al continuar viaje a Veracruz. Pero fueron testimonios conocidos a muy largo plazo en español.
 No fue hasta 1930, a raíz de la muerte del gran poeta, que los cubanos tuvimos noticia de su presencia en Cuba cinco años antes, pero con datos muy vagos. Un notable escritor y avisado periodista, José Antonio Fernández de Castro, en trabajos publicados en dos revistas literarias cubanas sobre el suicidio de Maiakovski, contó que en viaje que él hizo a México en 1926, fue informado por el pintor Diego Rivera del tránsito de aquél por La Habana y de la existencia de poemas suyos dedicados a Cuba.
 Desde ese momento, Fernández de Castro mostró enorme interés en la vida y la obra de Maiakovski, dentro de! panorama de la cultura soviética que también estudió en libros y revistas de idiomas francés e inglés, ya que en español apenas se encontraban ni información sobre literatura en la URSS, ni traducciones de sus escritores. Fue así que hizo versiones (que publicó) de poemas de Maiakovski y en 1933, cuando reprodujo sus trabajos dispersos en el libro Barraca de feria, pudo ofrecer una traducción al español de las impresiones sobre La Habana del gran poeta de "A plena voz", que le fueran enviadas desde Moscú por un miembro de la Sociedad de Amigos de Literaturas Extranjeras.
 Damos por descontado que los lectores soviéticos conocen las notas de viaje de "Mi descubrimiento de América", y, por tanto, las que escribió de su breve experiencia habanera de hace nada menos que cincuenta y ocho años. Pero seguramente les interesará la opinión que sobre ellos puede tener un escritor cubano, hoy.


 En general, las notas de viaje de "Mi descubrimiento de América" son ágiles e intencionadas, con el toque de buen humor de aquel temperamento sano y deportivo. Al sorprenderle un típico aguacero de verano justamente al descender del barco, hizo una simpática observación: "¿Qué cosa es la lluvia? Es el aire cargado con un poquito de agua. Pero la lluvia tropical es un chorro poderoso de agua con un poquito de aire". Le hace gracia el "lindo cementerio con los innumerables señores López y Gómez en mármol blanco", y traza una estampa llena de colores: "Sobre un fondo de mar verde, un negro con pantalones blancos ofrece al transeúnte un pescado rojo, alzándolo por la cola por encima de la cabeza". También hizo alusión a dos frutos deliciosos de Cuba: el mango y el aguacate.
 Pero es natural que tan perspicaz viajero advirtiera algo más que detalles pintorescos de La Habana. La situación neocolonial de Cuba se le reveló fácilmente en los edificios de diez pisos con grandes letreros en inglés: Ford, Henry Clay and Bock (monopolio tabacalero), etc., que él consideraba los "primeros signos palpables del dominio de los Estados Unidos sobre las tres Américas: del Norte, Central y del Sur".
 Maiakovski exagera la nota al afirmar que pertenecía a los norteamericanos en su mayor parte todos los edificios que se extienden a lo largo del lindo y extenso Paseo del Prado –semejante a un larguísimo puente, lleno de cafés, de anuncios y de focos lumínicos". Olvidaba el cronista la existencia de una burguesía cubana que, aunque aliada a los monopolios norteamericanos, también contaba, y sus intereses eran igualmente custodiados por los policías sentados sobre taburetes cubiertos de grandes sombrillas, que mencionaba el poeta.
 Sin embargo, el capital financiero norteamericano apretaba cada vez más su cerco a la economía cubana, y hay que imaginar lo que hubiera escrito Maiakovski, de saber que ese mismo día de su estancia en Cuba, hubo dos acontecimientos de ese carácter de los que informaron los periódicos del 5 de julio: el establecimiento en Cuba de un nuevo banco norteamericano –el Chase National Bank of the City of New York– y la instalación "en su suntuoso palacio de O'Reilly y Compostela", del National City Bank of New York.
 A juzgar por los lugares que menciona, situados distantes unos de otros, es de presumir que fue largo el recorrido que hizo el visitante por las calles de La Habana. Y cuenta él que le fue difícil encontrar el camino de regreso al barco, porque recordaba la calle por el letrero "Tráfico"... y todas las calles lo tenían para señalar la dirección del tránsito de los vehículos.
 Al final de sus notas sobre La Habana, cuenta Maiakovski que le salió al paso, en los muelles, un desempleado que le dirigió preguntas en varios idiomas. Para evadirlo, él contestó en inglés que era ruso. El hombre se entusiasmó y tomándole las manos le gritaba: "¿Usted bolchevique? ¡Yo también soy bolchevique! "El poeta confiesa que se escabulló como pudo para evitar las miradas peligrosas de otros que presenciaban la escena".
 No estaba descaminado el poeta al tomar sus precauciones, porque su visita se produjo precisamente mes y medio después de haber tomado posesión el gobierno del General Gerardo Machado, que había anunciado sus propósitos de destruir el movimiento obrero por considerarlo de tendencia comunista. Ya se sabe cómo no tardó aquel gobierno en derivar en brutal tiranía al servicio del imperialismo.
 Como se recordará, el poema que Maiakovski escribió en La Habana ostenta un título en inglés: "Black and white", que es la marca de un whisky a la que el poeta había hecho alusión en sus impresiones habaneras. Con esa contraposición del blanco y el negro, él quiso crear una alegoría burlesca de la lucha de clases en Cuba, en el marco aparentemente paradisíaco del trópico que traza al comienzo de la composición. Sólo que la lucha se plantea entre el negro Willy –que representa a los trabajadores de Cuba– y el magnate blanco, norteamericano, del monopolio azucarero. En su encuentro personal con el millonario, al obrero negro le toca la peor parte. Y el poeta sentencia que eso le ha ocurrido porque este tipo de cuestiones entre el capital y el trabajo, "al Komintern plantéanse, en Moscú".
 Aunque en tono de farsa, los términos de la lucha planteada son extremos, porque el problema de los trabajadores cubanos, del pueblo de Cuba, no era precisamente sólo de "black and white", como lo es en las Antillas de habla inglesa o francesa. Era una cuestión bastante compleja, y en realidad su solución no estaba lejos de relacionarse con el Komintern. Para resolvería, casi mes y medio después de la fecha en que estuvo Maiakovski en Cuba –el 16 de agosto– quedó fundado en La Habana el primer partido marxista-leninista de nuestro país, y uno de sus primeros acuerdos fue adherirse a la Tercera Internacional o Komintem.
 Esto, seguramente, no lo supo por entonces el poeta como tampoco que exactamente un mes después de su paso por la isla, llegó a un puerto cubano el primer barco soviético, "Vatislav Voronski", para recoger una carga de azúcar. Las autoridades cubanas tomaron toda clase de medidas para que no hubiera contacto alguno de los trabajadores cubanos con la tripulación soviética. Pero el Partido en trance de creación, comisionó a Julio Antonio Mella, el gran líder de la juventud y de los trabajadores del país, para que entregara a bordo, a los obreros de la patria de Lenin, una bandera cubana en mensaje de solidaridad.
 Fueron los primeros contactos de unas relaciones fecundas entre Cuba y la URSS, entre sus trabajadores, en la que también actuó la presencia y la poesía de Vladímir Maiakovski. Su obra sería conocida después en Cuba y aquilatada en todo lo que significa, como expresión de un trascendental momento histórico de nuestro siglo: la Gran Revolución de Octubre. La resonancia de esa poesía nacida del impulso revolucionario de la clase obrera, es universal y llena nuestra época, por lo mismo que la Revolución que él cantó ha inspirado a las masas proletarias del mundo.
 La Cuba que él visitó hace casi seis décadas, quedó lejos también en lo social como en lo histórico, y hoy los pueblos de Cuba y de la URSS están más cerca que nunca, a pesar de la distancia geográfica, y en esa cercanía ideológica no sólo están presentes el internacionalismo proletario y la identidad en lo político y social, sino también la obra de los creadores de ambos puebles, entre los que sobresale con su luz propia inextinguible el genio de Vladímir  Maiakovski.

 Bohemia, 9 de septiembre de 1983 pp. 16-18. 

 Tomado de librinsula.bnjm.cu

martes, 12 de junio de 2018

Negro y blanco (Black and white)


Vladimir Maiakovski


A un vistazo
            La Habana
                        se revela
paraíso,
            país afortunado.
Flamencos en un pie
                    bajo una palma.
Florece
           el coralillo
                        en el Vedado.
En La Habana
             las cosas
                        son muy claras:
blancos con dólares,
                        negros — sin un cent.
Por eso
             Willy
                        con su escoba barre
cerca de «Henry Clay and Bock, Limited».
Mucho
            en su vida
                        ha Willy barrido—
tanto polvo
                        formaría una montaña.
Por eso
            su cabello
                        se ha caído
y apenas
          la barriga
                        le acompaña.
Hay poco espacio para su alegría:
seis horas de dormir sobre un costado.
O cuando
            el inspector
                        le concedía
la mísera
                        propina de un centavo.
¡Si pudiera evitar tanta basura!
Sólo
         quizás
                        andando de cabeza.
Pero entonces
                        pegárase más fango:
pelos, son miles;
                sólo dos
                        las piernas.
Junto a mí
         pasea el Prado
                        suntuoso.
El jazz
        de pronto estalla
                        o centellea.
Que en La Habana
                        se encuentra el paraíso
un bobo solamente
                        lo creyera.
El cerebro de Willy
                        es limitado,
muy poca siembra,
                        pocos brotes, creo,
pero grabó
          una cosa en su memoria,
sólida,
        cual la estatua
                        de Maceo:
«Tócale al
              blanco
                        la piña madura,
y la podrida
            sólo alcanza
                        el negro,
el trabajo más blanco
                        es para el blanco,
y el trabajo más negro—
                        para el negro».
Pocas cuestiones se planteaba Willy.
Pero alguna
            le hincó con más tesón.
La escoba
             se escapaba
                        de sus manos
Cuando a Willy
              le hincaba
                        esta cuestión
Hay que ver
            lo ocurrido en ese instante:
visitó a Henry Clay,
                        rey del tabaco,
del azúcar,
            el rey más poderoso.
Más que las nubes, piel y traje blancos.
El negro
           se acercó
                        al bulto de grasa:
«Perdón, míster
               —le dijo—
                        pero quiero
saber
      ¿si es el azúcar
                        blanco blanco
por qué
       tiene que hacerla
                        el negro negro?
El tabaco
           no asienta
                        a sus bigotes,
más bien a un negro
                        de pelambre oscura.
Y si usted gusta
                del café
                        bien dulce
haga usted lo mismo,
                    entonces,
                            el azúcar».
Cuestión planteada así
                        no queda en vano.
El rey
          su blanco rostro
                        tornó en verde.
Se revolvió
         furioso con los
                        puños,
lanzó dos golpes,
                        presuroso fuese.
Los jardines
            en torno
                        florecían,
los plátanos
            trenzaban
                        sus penachos.
Sus blancos
            pantalones
                        manchó el negro
de la sangre
            nasal
                que ardía en su mano.
Luego aspiró
                por las narices rotas,
la escoba recogió
                casi al tuntún.
¡Cómo él podría saber
                      que estas cuestiones
al Komintern
            plantéanse
                       en Moscú.


 La Habana, 5 de julio de 1925



 Versión: Nina Bulgákova y Ángel Augier