sábado, 28 de julio de 2012

Los manuscritos no arden, Maestro





  Dolores Labarcena 
   

Si le preguntan qué haría sin tantos aspavientos: saltar de un edificio en llamas o meterse con un rifle de caza entre hienas en cautiverio, estoy segura escogería la primera opción. A mí tampoco me gustan los animales carroñeros.

“¡Bah! ¡Si es la casa de los escritores! Sabes qué te digo, que he oído muchas cosas buenas y favorables sobre esta casa. Fíjate en ella... Es agradable pensar que bajo este tejado se ocultan y están madurando infinidad de talentos. -Como las piñas en los invernaderos -dijo Popota… -Eso es -asintió Koróviev, compartiendo la idea de su amigo inseparable. Y qué emoción tan dulce envuelve el corazón cuando piensas que en esta casa madura el futuro autor de Don Quijote o del Fausto, o ¿quién sabe? de Almas muertas”.

Todo está servido en este diálogo entre Popota y Koróviev, personajes de El maestro y Margarita de Bulgákov. Popota, vale decir, es un gato, no uno cualquiera, sino un enviado de Voland. Hablador, regordete y con pajarita. Ya bien montando destrozos, desenmascarando rufianes o dejando en ridículo a algún que otro sujeto público, estos emisarios de ultratumba llegan a Moscú para salvar muy quijotescamente de las adversidades de la vida (¿o de la literatura?) a esa Dulcinea soviética que más tarde se convierte en sucedáneo de Fausto.

Por su tono circense y desparpajado esta obra atrapa rápidamente al lector. Pero cuidado, habría que estudiarla con lupa…

Entrando en el argumento, Voland, (capo delle tenebre) se presenta como quien no quiere la cosa, disfrazado de profesor extranjero, un poliglota que se defiende en todos los idiomas; y allí, en los Estanques del Patriarca, comienza una conversación con Berlioz y Desamparado (otros personajillos incomparables) en la que casi por carambola cae en el pasaje bíblico de la crucifixión y expone cómo Poncio Pilatos se lavó las manos ante tal crimen. Berlioz, camarada escéptico, no da crédito alguno a sus palabras. Y nada, termina literalmente sin cabeza debajo de un tranvía. Por su parte Desamparado, haciendo honor al seudónimo, no tiene otra salida que la de dar tumbos por media ciudad gritando a más no poder el nombre de Pilatos; eso, hasta que lo encierran casi en pelotas en un sanatorio para enfermos mentales. A partir de ese momento se desencadenan en Moscú una serie de acontecimientos que pondrían los pelos de punta al más incrédulo de los mortales.

Hilarante de principio a fin, la novela es una sátira antitotalitaria y, una crítica con guante blanco al arribismo y la mediocridad. El Maestro (evidentemente inspirado en Gógol), quema en un raptus de locura la obra que había escrito tras ser rechazada por el gremio de las letras (¿o de las hienas?). Momento clave para que Margarita, el amor del Maestro, se convierta en bruja, y siempre de la mano de la cohorte de demontres, se vengue de cuanto literato se interponga en el camino del amado.

A pesar de cierto regusto moralista, ya que se muerde la cola en los últimos capítulos (rezago gogoliano), es una de las obras más emblemáticas y polémicas escritas en la Era de Stalin. Una joya en la que Bulgákov, con pleno dominio de la pluma y en tono jocoso, le brinda de una vez por todas su afecto, y hasta un guiño, digamos algo inquisidor, al Maestro. “Los manuscritos no arden". Para esos trabajos de purga ya se ocuparán otros demonios.

 

 

 

Una familia feliz






 Rogelio Saunders


                             a Susanne



 La música había cesado y ahora había llegado el momento del café. Estábamos sentados en la amplia sala con altos ventanales y el fuego crepitaba en la chimenea. Afuera iba cayendo la noche. Una luz aterciopelada se reflejaba en mi copa de vino. Finalmente, me decidí.
—He dudado en decirlo —dije—, pero ahora sé que tengo que contárselo. Es más fuerte que yo.
Mi anfitrión hizo un vago movimiento con la mano que sostenía el habano, pero no pareció sorprendido.
—Siempre tenía que volver a esta casa —continué—. O a una casa idéntica a ésta. Noche tras noche, durante meses, soñaba lo mismo. Erraba por el bosque y luego llegaba a esta casa.
Mi anfitrión fumaba. El rojo de la punta de su habano rimaba con el rojo de los carbunclos en la chimenea.
—Pero, como suele suceder en los sueños —dije—, había dos historias a la vez simultáneas y paralelas. Por una parte,  estaba yo y mi huida en la oscuridad del bosque. Por otra, la historia de la mujer y la niña.
Me detuve un segundo, tratando de ver con claridad allí donde sólo había sombras.
—Yo venía hacía aquí cada noche atravesando el bosque, los campos de negro verde, viendo las siluetas gigantescas de los árboles. Llegaba a esta casa por la parte trasera, donde está el farallón blanco. Era un acto furtivo y misterioso, pero había una extraña familiaridad en todo ello.
Me detuve otra vez para recordar y abrirme un poco el cuello de la camisa. Parecía haber aumentado el calor, o quizá estábamos demasiado cerca de la chimenea.
—En un sueño o varios yo iba explorando partes de esta casa, sabiendo que usted (usted, su mujer y su hija, aunque sólo las vi al final) no estaban. Al llegar hoy aquí lo he reconocido todo. Los altos cristales, el sendero de grava, el probable seto.
El hombre del habano, como el sueño, parecía ahora hecho de sombra.
—La otra historia —dije— tiene el mismo escenario que ésta, y casi la misma trama. La mujer y yo huimos con una niña a través del bosque (de ese mismo bosque que nos rodea allá afuera). Huimos no sabemos de qué. Lo único claro es que la niña está muy enferma o quizá muriendo. Aquí no hay nombres ni tampoco rostros. Sólo figuras que se mueven y sentimientos que luchan. No sé si la niña es mi hija, aunque supongo que lo es. Por alguna razón, la mujer (mi mujer) y yo discutimos. De algún modo, la niña es el centro de nuestras discusiones. Estamos bajo una especie de portal y la niña yace envuelta en algo, pañales o mantas. Así noche tras noche, huyendo en la oscuridad, de forma paralela y simultánea al otro sueño. Pero este sueño es más breve. Tiene, por así decirlo, menos sustancia de sueño. La niña, aparentemente, se cura (y ésa era la razón por la que discutíamos), lo cual me produce alivio y me deja en libertad para huir sin trabas, para venir directamente aquí a través del bosque.
Entonces, una noche, hace ya muchos años, venía hacía aquí, como cada noche. Pero había algo diferente. Una música estridente que se acercaba, como de gente celebrando algo subida sobre un auto o moviéndose como un enjambre. Me apresuré en llegar, pues tenía miedo de que me alcanzase el estruendo. Escalé rápidamente el farallón blanco y salté sobre el muro espeso, revestido con losetas brillantes. Vi los altos ventanales y una escalera interior de madera oscura. Un momento después estaba dentro, mirando de frente los cristales de la parte trasera. Oí voces y me volví. Todas las luces estaban encendidas. Entonces los vi. Estaban abajo, en esta misma sala, a punto de marcharse. Usted, su esposa y la niña. Usted les decía algo, que fueran hacia el auto y que ya las alcanzaría. Vi incluso cómo avanzaban hacia la puerta y el mundo que comenzaba más allá, la parte delantera de la casa que yo nunca había visto. No esperé a que usted se volviera. Tenía un miedo mortal a que me descubriesen. Hice el gesto de girar sobre mis pasos y entonces una espesa bruma de ignorancia lo cubrió todo y desperté. Desde ese momento, no he vuelto a soñar el sueño del bosque y de esta casa. Tampoco volví a soñar el sueño de la mujer y la niña. Pero no he podido dejar de contárselo, porque estoy seguro de conocer esta casa tan bien como usted. Nunca antes había estado aquí, pero es como si hubiera vivido en ella toda mi vida.
El hombre parecía haberse hundido ahora completamente en su sillón de alto respaldo. El habano se había apagado y la ceniza formaba un pequeño montículo sobre la alfombra. El fuego, en la chimenea, seguía tan vivo como antes. Cuando habló, su voz resonó clara entre las paredes de piedra.
—Te esperamos durante muchos días —dijo—. Durante meses y años. Cada noche encendíamos las luces a la misma hora, y repetíamos el ritual de la despedida, por si te decidías a hablarnos. Pero nunca lo hiciste. Siempre te dabas la vuelta bruscamente y escapabas por la parte trasera. Mi mujer murió hace ya tiempo, y mi hija dirige un instituto científico en no sé qué lugar de Inglaterra y nunca nos vemos. Pero quiero enseñarte algo.
Se levantó con agilidad inusual y fue hasta la repisa de la chimenea, de donde tomó una fotografía bellamente enmarcada, que me puso en las manos. En ella se veía, a todo color, a una familia de clase media alta. El padre, con un suéter de tweed gris; la mujer, hermosa, con un vestido negro y una fina cadena en el cuello, de la que cuelga un medallón; y la niña, finalmente, de unos 5 años, haciendo una mueca como si odiase ser retratada, besada o cualquiera de esas torturas que los adultos imponen a los niños. Miré detenidamente la foto, palpando cada detalle. Sí; era, había sido una familia feliz.
No se lo dije, pero la razón por la que siempre huía es que sabía que no hubiera podido vivir en aquella casa. Ni en ninguna otra. Hace tanto tiempo que no tengo casa que ya no recuerdo si alguna vez he tenido una.
El hombre colocó nuevamente la fotografía sobre la chimenea y ambos volvimos a nuestros asientos, yo con mi copa de vino vacía y el con su habano apagado. Afuera ya era noche cerrada. El fuego, que hasta hacía muy poco parecía invencible, comenzaba lentamente a dar muestras de cansancio.



(Sabadell, 10 de abril de 2007)


viernes, 27 de julio de 2012

Muerte de Clarice Lispector






Ferreira Gullar



Mientras te enterraban en el cementerio judío
de Caju
(el soterrado resplandor de tu mirada
resistiendo aún)
el taxi recorría conmigo la orilla de la Lagoa
en dirección a Botafogo
Y las piedras y las nubes y los árboles
en el viento
mostraban alegremente
que no dependen de nosotros



Traducción: Pedro Marqués de Armas


lunes, 23 de julio de 2012

Reglamento del correccional de vagos





 Reglamento penal para el establecimiento correccional de sentenciados por vagos

 DESERCIÓN
 El penado que falte a la lista al empezar o regresar de los trabajos, si se presenta en el curso de las dos horas inmediatas a la en que se notó su desaparición, se le obligará a trabajar por dos días seguidos, además del tiempo ordinario, las horas que sus compañeros descansan en el día sin otra interrupción que el momento necesario para comer.
 El que después de faltar a la lista pernoctare fuera del establecimiento, si se presenta en las 24 horas inmediatas se le pondrá en el cepo por las que de día tienen sus compañeros de descanso y por igual tiempo que el que se halló ausente.
 El que desertado se presente antes de los diez días, se le impondrá la pena anterior por ocho días, trabajando otros ocho en las horas de descanso.
 El desertor de primera vez que fuere aprehendido sin causa agravante, además de aplicársele toda la pena del artículo anterior, sufrirá un mes de recarga en su condena, dos el de segunda y cuatro el de tercera y si reincidiere, como ya puede tenérsele por incorregible se propondrá por conducto de la Inspección de presidios a esta Capitanía general, para que se le traslade a cumplir su condena al presidio de Obras públicas: en todos los casos no se le contará para extinguir su condena el tiempo que estuvo desertado. Consideración que merezca mayor pena, se procederá a la formación de causa con arreglo a derecho.
 Si las deserciones no fueren simples, por haber habido escalamiento, fractura, atropello a la custodia u otro motivo que agrave el delito, el Comandante del establecimiento formará sumaria y sustanciada la remitirá a la Inspección para que por su conducto llegue a esta Capitanía general, y se determine con consulta del Juzgado de Guerra.
  Los delitos que cometan los penados por vagos, ínterin estuviesen desertados serán juzgados y sentenciados por los Tribunales ordinarios, los cuales al condenarlos tendrán presente aquella calidad y darán conocimiento de ella a la Capitanía general.
 Para las simples deserciones no se formará sumaria, bastará solo una averiguación verbal que practicará el Comandante, el que bien enterado, dispondrá la aplicación de las penas establecidas en los artículos anteriores, dando cuenta a la Inspección, y anotando el castigo en la hoja histórico-penal del individuo.
 INOBEDIENCIA
 Las faltas de esta naturaleza se castigarán con algunas horas de cepo de pies y con recargo de trabajo que graduará el Comandante según la gravedad de la falta.
Si hubiere insulto a los capataces o vigilantes de la escolta, el castigo expresado se aumentará con privación de fumar o encierro en el calabozo reducido al silencio por cierto número de días que no pasarán de quince; pues si la falta fuese de mucha gravedad, o hubiese maltratado de obra se formará la correspondiente sumaria que será remitida a esta Capitanía general para que el juzgado de Guerra determine la pena que ha de aplicarse como se ha dicho anteriormente.
 ROBO EN LAS GALERAS
 El que dentro de la galera robare cualquier prenda del vestuario de sus compañeros se le obligará a reponerla de sus sobras y de la gratificación de su trabajo si la devenga, y además se le castigará con algunos días de calabozo reducido al silencio y sin fumar; pero si el robo o harto fuese de dinero o de otra consideración que merezca mayor pena, se procederá a la formación de causa con arreglo a derecho.
 El que enajenare alguna prenda del vestuario la repondrá de su fondo o de las sobras, prefiriendo siempre a estas, para que el primero no disminuya llegado el caso de la libertad del penado y además se le impondrán algunas horas de cepo en las destinadas al descanso de los trabajos.
 EMBRIAGUEZ
 Este delito se corregirá por primera vez con veinte y cuatro horas de pan y agua y cuatro días de trabajo en las horas de descanso, sin fumar; doble por la segunda y si reincidiese con calabozo reducido al silencio y algunos días alternados de pan y agua.
 ARMAS O INSTRUMENTOS
 Estando prohibidos en el establecimiento toda clase de instrumento punzante o cortante para el uso particular de cada individuo, al que se le hallare cualquiera especie de arma o utensilio con que pueda dañarse o dañar a otro, se le impondrán algunos horas de trabajos extraordinarios y encierro en el calabozo, reducido a silencio, pero si el arma fuese de las reputadas como prohibidas por las leyes del país, se le sumariará y aplicará la pena de la ley.
 HERRAMIENTAS PERDIDAS O ROTAS POR DELIBERADA INTENCIÓN
 Los que por mala intención o por actos deliberados de mal humor rompieren o inutilizaren antes de tiempo las herramientas o útiles que se le confían para el trabajo, las repondrán de sus sobras, graduando su costo el Comandante por el estado en que se hallaba la herramienta inutilizada y tiempo que todavía hubiera podido servir, imponiendo además al culpado algún tiempo le recarga en el trabajo.
 El que por descuido pierda la herramienta que se le entrega y no la presenta al encargado de recogerla en las horas señaladas, la pagará de sus sobras, haciéndosele el descuento como si fuese nueva.
 JUGADORES
 Estando en estos establecimientos prohibidos toda especie de juegos de cualquiera clase y por inocentes que sean, al que se le encontrasen naipes, dados u otros instrumentos a propósito será encerrado por ocho días en el calabozo, saliendo a los trabajos con prohibición de fumar en aquel ni en ellos, pero en cualquier número que fuesen los jugadores, si se les hallase jugando, se les prohibirá el tabaco, por completo durante quince días que estarán obligados a trabajar hasta en las horas del descanso y sin más intermisión que el momento de comer.
 REYERTAS
 Los penados que entre sí se maltratasen con palabras descompuestas, serán castigados con recarga de trabajo y si vinieren a las manos, lo serán con calabozo a no ser que del hecho resultare algún golpe o herida que requiera curación y pase a la enfermería, en cuyo caso, se formará la competente sumaria, aplicándose la pena de la ley.
 De cuantas penas, correcciones y descuentos se aplicaren a los penados, según las marca este reglamento, llevará nota general en un registro que tendrá preparado al efecto el Comandante del establecimiento, y al mismo tiempo lo anotará por fechas en la hoja histórico-penal del individuo a quien se aplicase, dando perentoriamente conocimiento de todo a la Inspección de presidios, para que esta pueda noticiar a la Capitanía general todo aquello que merezca su atención.
 Habana 20 de Mayo de 1857.—José de la Concha.

 Remitiendo Reglamento para los Correccionales de Vagos.
 GOBIERNO, CAPITANÍA GENERAL Y SUPERINTENDENCIA DELEGADA de HACIENDA DE LA SIEMPRE FIEN ISLA DE CUBA.—E. M.—
 Sección 8va —Circular. —Incluyo a V. S. doce ejemplares impresos del Reglamento penal para el establecimiento Correccional de los sentenciados por vagos en esta Isla; a fin de que circulándolos a quienes competa su conocimiento, se observe su cumplimiento.
 Dios guarde a V. S. muchos años. —Habana 26 de Mayo de 1857.—Concha.—Sr. Coronel Inspector de Presidios.
 NOTA.—En 26 se remitieron ejemplares al Comandante del Correccional de Vagos de Ferro.

Correcional de vagos




 Reconocida la necesidad de que los penados en concepto de vagos extingan sus condenas en establecimientos especiales, en vez de hacerlo en las prisiones comunes, donde no hallarían los elementos de trabajo difícil de proporcionar en ellas: considerando asimismo que a aquellos establecimientos podrán destinarse otros penados por delitos leves, que en el día lo son a las cárceles por falta de correccionales apropiados, resultando de ello inconvenientes que deben evitarse: oído el dictamen del Real Acuerdo y el de las oficinas de Hacienda, en la parte que a estas corresponde, he determinado lo siguiente:
 Se crea en cada uno de los departamentos de esta Isla un correccional, en el cual extinguirán sus condenas los penados en concepto de vagos y los demás que la Real Audiencia considere oportuno, según la calidad de los hechos que produjesen la condena; ocupándoles en las obras y trabajos que se determinen y en los talleres que sucesivamente se establezcan.
 Estos correccionales se considerarán como una sección de los presidios y dependerán de la Inspección del ramo, en todo lo relativo a su gobierno y organización. La Real Hacienda satisfará los haberes de los penados con cargo al artículo de presidios del presupuesto general.
 Un reglamento especial determinará la organización interior de los correccionales.
 Se dará oportunamente cuenta de esta disposición al Gobierno de S. M.
   
 Habana 10 de Marzo de 1857, José de la Concha...


sábado, 21 de julio de 2012

Proyecto de nueva cárcel



 

Juan Manuel Mestre 


En la inteligencia en que estamos de que nuestro Excmo. Ayuntamiento se ha ocupado muy recientemente en promover la construcción de una nueva Cárcel, nos parece oportuno publicar en las páginas de este periódico, un informe que sobre tan interesante asunto dio nuestro codirector D. José Manuel Mestre como vocal de la Junta inspectora de la Real Cárcel.De resultas de dicho informe esta corporación siguió un expediente en el que el Sr. comandante de ingenieros D. Juan Álvarez Sotomayor, cuya capacidad facultativa es notoria, presentó un plano perfectamente desempeñado para desenvolver el proyecto a que nos referimos, y en nuestro sentir ese plano, que hemos tenido el gusto de ver, llena su objeto a satisfacción.—El expediente que ha seguido cursando sus trámites, aunque por desgracia con demasiada lentitud, se encuentra en la actualidad en manos de la Comisión de Nueva Población, con el fin de que esta designe el lugar en que debiera elevarse la nueva Cárcel, y según se nos ha informado, merced a las últimas determinaciones de nuestro cuerpo municipal de que hablamos al principio, marchará en lo adelante con mayor impulso que hasta ahora. —He aquí el informe:
Señores Presidente y Vocales de la Junta Inspectora de la Cárcel.
 Encargado por esta Junta de la honrosa tarea de presentar a su discusión y examen las bases según las cuales debe construirse una Nueva Cárcel, no puedo menos de permitirme algunas observaciones preliminares que espero serán oídas por V. SS. con su acostumbrada benevolencia, en gracia del motivo que á hacerlas me anima.
 Cuanto había llegado a mis oídos acerca de las deplorables consecuencias del principio que presidió a la construcción de la Real Cárcel y ha presidido y preside a la marcha y desarrollo de la institución, no era sin duda más que un pálido reflejo de una terrible realidad. Una Cárcel construida bajo el espíritu ya añejo y por dicha, odiado en nuestros días de la venganza, o llámese con algún tanto de hipocresía, de la vindicta social; una Cárcel que castiga y no corrige, no podía por punto general ser buena en manera alguna; pero fuerza es decir que, tras de la maldad ingénita del sistema a que pertenece, la Cárcel de la Habana tiene muchas otras maldades que le son peculiares. Solamente, después de haber recorrido los diversos departamentos de ella y examinado con mis propios ojos todo lo que me ha sido posible ver y examinar, he podido llegar a concebir, y aun me parece que no con toda su extensión, cuanto horror está encerrado en aquel gigantesco y hermoso edificio. Abusaría indudablemente de la bondadosa atención que V. SS. se dignan prestarme, si me detuviera a presentar ante su vista esos horrores en toda su repugnante desnudez; V. SS. por otra parte han podido contemplarlos por sí mismos, y además sería cosa de nunca acabar; pero sí, me parece muy al caso repetir con uno de los señores Síndicos Procuradores Generales del año próximo pasado, que "puede asegurarse que si entra en la Cárcel algún hombre de buenas costumbres, sale pervertido." Estas palabras contienen en su sencillez cuanto pudiera decirse para describir los males de la Cárcel de la Habana.
"El mal exige instantáneo remedio," exclamó el Sr. D. José Manuel Espelius en la moción que hizo en el Cabildo del 10 de Noviembre de 1854, y por lo que a mí respecta, repito con toda la energía de mi alma: el mal exige instantáneo remedio. Sí, señores; la Junta Inspectora a lo que alcanzo, no puede mostrarse indiferente y apática en presencia de un mal de tanta trascendencia. Ella hace sin duda un gran beneficio con solo evitar con su cuidado y vigilancia, que el mal vaya adquiriendo mayor incremento, con oponerle un dique a su marcha devastadora; pero ¿podrá contentarse con eso? ¿le bastará acaso, el conseguir que las paredes del edificio estén blanqueadas, que los encarcelados tengan una regular comida, que esos desgraciados vean con frecuencia una cara amiga y protectora? No; por bueno que esto sea, no pasa de ser un paliativo, un barniz que ocultará tal vez la llaga, haciéndola menos asquerosa si se quiere, pero que no podrá impedir que a la sordina siga corroyendo las entrañas de nuestra sociedad. Cómo! ¿Veremos que la gangrena corre derecho hacia nuestro corazón, y hemos de mantenernos impertérritos, sin buscar a toda prisa el remedio? No, vuelvo a decir, la Junta está animada de una caridad más activa, más eficaz, más militante, y eso lo digo porque tengo íntimo sentimiento de ello, yo, que soy el último de sus miembros.
 Sentada esta premisa de que la Junta, comprendiendo como debe su misión, está en el caso de aspirar a que el mal se corte de raíz, en cuanto posible sea, he llegado ya a colocarme en el punto de vista que deseaba, y que creía indispensable antes de entrar de lleno en el desempeño de mi cometido.
 Señores, yo parto del principio de que lo que tenemos es malo, es atroz, y tanto, que si me ocurriese en este momento la idea de que una Nueva Cárcel había de parecerse a la actual, la pluma se me caería de la mano. Pero parto también de otro principio. No soy de los que creen que los sistemas de cárceles pueden importarse como las mercancías, aviniéndose lo mismo a un país que a otro. En mi concepto, para satisfacer la imprescindible necesidad de que tratamos, debemos estudiar perfectamente nuestro carácter, nuestras costumbres, nuestro clima, nuestras circunstancias locales todas, en una palabra; deducir de ese estudio de qué manera puede y debe ejercerse entre nosotros esa faz del derecho social de castigar; y al poner en práctica ese sistema que a posteriori digámoslo así, hayamos descubierto, sacar partido de los adelantos que en la materia se han hecho en diferentes países.
No me propongo, por cierto, en este momento presentar a la ilustrada consideración de V. SS. la serie de raciocinios que haya podido formar acá en mis adentros para llegar al plan que paso a desenvolver brevemente. Lo que me parece del caso es ofrecerles sus puntos cardinales, para que procedamos a discutirlos, pues una vez de acuerdo sobre estos, sobre los demás, si hubiere dificultades, serán sin duda de muy poca monta. Por eso no he podido menos de determinar categóricamente cuales han sido mis principales puntos de partida.
La Cárcel de la Habana es en su clase el establecimiento más heterogéneo que puede concebirse. La Cárcel de la Habana es una prisión por deudas; es una casa de detención para los procesados, una casa de corrección para los que hayan de cumplir una condena gubernativa, una penitenciaría (en el sentido lato de esta palabra) para los que S. A. la Real Audiencia Pretorial sentencia a encierro y trabajo en talleres, y es por fin casa de refugio. Esta consideración es sumamente trascendental, como que, a mi modo de ver, su olvido es cabalmente el origen de los males que tanto deploramos en nuestra Cárcel. La calidad carcelaria de los presos es la primera cosa que debe tenerse en cuenta para determinar el modo con que deba tratárseles.
Vamos, por lo tanto, por partes.
Presos por deudas—¿Cómo hemos de tratar, señores, a los que son reducidos a prisión, porque no pagan lo que deben; muchos de ellos, porque hallándose en la indigencia no tienen con qué pagar? Me parece que sobra este particular no debo detenerme ni un momento. Las circunstancias personales de tales presos, y aun las mismas leyes que los han reducido a ese estado, (pues todas dan a conocer cuánto repugnan las mismas medidas que se ven forzadas a prescribir) nos trazan bien claramente nuestra línea de conducta. Una o dos salas ventiladas y cómodas reducirán la situación de esos encarcelados al verdadero punto a que, según la ley y según la razón, debe reducirse.
 Presos por corrección gubernativa.—En cuanto a estos tampoco pueden presentarse dificultades. ¿Qué castigo es el que pretende imponerles la autoridad? Ellos distan mucho de ser criminales; no son más que delincuentes contra los bandos de policía, y no pocos entre ellos si hubieran tenido algunos pesos hubieran evitado la cárcel. El encierro es su castigo. Su reunión no puede ser verdaderamente perjudicial, ni su número demasiado grande. Por consiguiente, pueden ser contenidos en seis salas, cuatro de ellas mayores que las otras dos, según su sexo, edad y color, y si se les hace trabajar de la mejor manera que sea posible, de modo que la Cárcel, en cuanto a ellos, habrá llenado, me parece, completamente su objeto.
Procesados.—Un delito de cualquier género es cometido; la justicia social, llenando un deber sagrado, sigue o procura seguir la huella de su autor: sus sospechas recaen sobre tales o cuales individuos, y mientras que su inocencia o delincuencia se averigua y comprueba en toda aquella plenitud que ordenan imperiosamente las leyes humanas y las divinas, es necesario que los que por cualquier motivo hayan sido objeto de aquellas sospechas se mantengan bajo la inmediata acción de la ley. He aquí por qué ha de haber necesariamente un lugar destinado para los que están procesados, hasta tanto que sea declarada su inocencia o su criminalidad, y he aquí también el verdadero carácter de esta clase de encarcelados, carácter que por muy aparente que parezca para muy poco, si para algo, se ha tenido en cuenta entre nosotros. Confundiéndose el doble significado de la palabra reo, y usándola en su más estricta acepción, aquel de quien algo haya podido sospecharse ha sido desde luego considerado como verdadero delincuente, y se le ha tratado en ese concepto. No se les ocultan a V. SS las repugnantes consecuencias que han podido germinar de semejante deplorable confusión. ¡Cuántos han salido de nuestra Cárcel con su inocencia acrisolada del modo más satisfactorio; pero después de haberse visto largos meses, tal vez años, en la pantanosa sociedad de bandidos y asesinos! Y ¿cuántas veces no habrán salido los tales inoculados ya con el virus de la perversión? Eso es indigno, tres veces indigno.
 Es, pues, punto que no admite discusión que los procesados no deben confundirse en manera alguna con los condenados de cualquier clase que sean. Pero ¿qué haremos con ellos? Esta cuestión es sin duda de suma gravedad. Es cierto que entre los procesados los hay que no tardarán en ser puestos en la libertad, sin que les sirva de nota la prisión sufrida; pero no faltan tampoco quienes mañana arrastren vergonzosas cadenas por nuestras calles o por las de los presidios de África, y quienes tengan que salir de la cárcel por un horrendo camino: el que termina en el patíbulo.... Si, como dije antes, es pernicioso confundir a los procesados con aquellos cuya delincuencia está ya declarada, peor es todavía que los procesados verdaderamente inocentes se vean confundidos con los verdaderos culpables. Digo peor, porque esos culpables ya declarados tales, que existen en la cárcel, no son por cierto grandes criminales, pues como sabemos la pena de encierro en la Cárcel y trabajo en sus talleres no la impone S. A. por delitos de cierta entidad, mientras que entre los procesados los hay acusados por toda suerte de crímenes.
 ¿Qué partido debe tomarse en tal caso? El único que encuentro yo que todo lo concilie, que diga á todas las necesidades y exigencias es encerrar a cada uno en su célula. ¡El sistema celular! el sistema penitenciario! Sí, señores. Pero es menester que no perdamos de vista una circunstancia interesante. Lo que propongo no tiene del sistema penitenciario más que una cosa: las células. Fuera de ellas nada tenemos que ver nosotros, por ahora, con dicho sistema. Aquí no se trata más sino de que cada preso esté en su aposentillo o célula, que no se encuentre en perpetuo contacto con los otros; por lo demás, aquí no hay aquel no salir jamás de la célula, no ver rostro humano, ni aun siquiera el del carcelero, ni escuchar las simpáticas modulaciones de la voz humana. Nada de eso. No estaría incomunicado el que no debiera estarlo; tendrían sus horas de paseo y podrían trabajar en sus respectivas células, si mañana la Junta estima ser esto lo más conveniente. Pero esto ya corresponde al Reglamento interior del Establecimiento que en tal caso se formaría, y eso es anticipar demasiado las cosas. ¡Ojalá que nos viéramos ya a estas alturas! De todos modos, ni el perverso pervertiría, ni el inocente seria corrompido, ni el que comenzase a estarlo adelantaría un paso en la carrera de su perdición; y lo que es importantísimo, señores, el inocente y de buenos sentimientos solo sufriría con su proceso algún tiempo de retiro, sin verse forzado a soportar la más asquerosa tertulia; y el malvado, el verdadero malvado, comenzaría tal vez a recibir el justo castigo de sus faltas, oyendo a veces, en la soledad y silencio de su célula, la voz punzante y reprobadora de los remordimientos. Su Juez podrá ignorar aun si es o no criminal; pero Dios lee en el fondo de las conciencias. Séame permitida, para concluir con este punto, la más aventurada de las hipótesis. Supongamos que cualquiera de nosotros viese discutida en un proceso su inocencia. ¿Qué preferiríamos? En cuanto a mí, pediría de rodillas, el ser encerrado en la más oscura bartolina, a trueque de no verme en alguna de aquellas inmundas galeras.
Así, en consecuencia, los procesados deben ser encerrados singularmente en células, cuyo número puede fijarse con vista de los promedios que arroje la estadística de nuestra Cárcel, averiguación que es bien fácil de hacer. Si los datos de que he podido proveerme y mis cálculos no están errados, no creo que serian necesarias ni aun quinientas células, para los presos de la clase que venimos examinando. Pero a mi juicio seria muy conveniente que, caso de que facultativamente sea posible y no obste al plan general del edificio, se clasifiquen esas células en cuatro grupos o series, destinada cada una a distinto sexo y color, por manera que cada cual tenga su salida particular. Debe haber también una quinta serie para los incomunicados. Sería asimismo, muy útil que las células no tuviesen vista entre sí. En cuanto a las dimensiones de cada una podrán determinarse fácilmente una vez que la Junta acepte la idea fundamental.
Encarcelados por sentencia de S. A.—Esta es ciertamente la sección de presos, que a mi modo de ver es la más acreedora a llamar sobre sí toda la filantrópica atención de la Junta. En efecto, a estos desgraciados nos los confía la sociedad para que, al paso que sufran un castigo con el encierro y trabajos forzados del Establecimiento, se corrijan y mejoren merced a su saludable influencia.


 
 Los que van a la Cárcel por disposición gubernativa están allí por poco tiempo y a causa de faltas leves: poco partido puede sacarse de algunos, mientras que otros salen bastantemente escarmentados con el encierro a que se les sometió.
 Los procesados no van a la Cárcel a mejorarse: están allí a las resultas de un juicio, y a los ojos racionales de la sociedad, no tienen un carácter determinado, digo mal, a los ojos de la sociedad son inocentes, porque, quilibel prcesumiturprobus, doneeprobetur contrarium. Con que no empeoren, la Cárcel ha llenado su objeto: si los mejora, como lo espero y dije ya, tanto mejor.
 Pero los sentenciados por S. A! Esos van allí a depurarse, a retroceder en el camino del mal, a transformarse de malos en buenos, a convertirse en miembros laboriosos y honrados de la sociedad.. ¡Cuán grato debe parecernos el contribuir con nuestros esfuerzos en semejante tarea! porque esa especie de metamorfosis, que debe verificarse bajo nuestra inspección, es sin duda uno de los trabajos más interesantes de que puede ocuparse un hombre que ame bien a sus hermanos: se trata nada menos que de crear en cierto modo un hombre nuevo, haciendo entrar al malo en una vida enteramente otra en las aspiraciones, en los medios y en los fines. Es menester que de lo que ahora sucede procuremos pasar al extremo enteramente opuesto; es decir, para hablar con franqueza, que en vez de salir pervertido el hombre de buenas costumbres que entra en la Cárcel, salga morigerado, bueno, el que entre corrompido y malvado.
 ¿Qué haremos para conseguir tan apetecible resultado? Coloquémoslos a cada uno en su célula de la misma manera que a los de la clase anterior; pero que en los de ésta el trabajo sea imprescindible y en común. Que puedan esparcir su ánimo en un moderado paseo; que con el aseo de sus cuerpos y células; y la "abundancia y bondad de su comida, se vean guarecidos de toda influencia antihigiénica; que puedan ver en ciertos y determinados días y horas a sus parientes y amigos, que trabajen juntos en los talleres; pero, por Dios! que cada uno tenga su célula, y que trabajen todos, todos, hasta que queden rendidos del trabajo. Así no se contaminarán los unos a los otros, irán adquiriendo hábitos de orden, de silencio, y de laboriosidad, y (aunque no fuera más que esto) así, por último, no les quedarán deseos de volver a la Cárcel. Demasiado les consta a V. SS. que este deseo inmoral y corruptor no es una mera frase por desgracia; demasiado saben que para cierta ralea social, una temporada de cárcel sirve para el descanso de sus repugnantes fatigas y para la renovación de sus fuerzas, saliendo de allí con nuevos bríos a engrosar las filas que el genio del mal recluta constantemente contra el genio del bien.
Se me objetará tal vez, que no debiendo permanecer en el Establecimiento los presos de que en este momento me ocupo, sino un período bastante corto de tiempo, comparativamente con el que permanecen los que son condenados a las Penitenciarias, no podrán conseguirse las reformas morales que estas se proponen por objeto. Pero en hacer esta objeción habría un error. En primer lugar, es preciso tener en cuenta que los de las verdaderas Penitenciarías han cometido en su mayor parte crímenes de la mayor gravedad, cosa que no sucede en los nuestros: y en segundo, eso sería echar en olvido cuanta influencia debe esperarse de una disciplina severa y del trabajo constante, en combinación con el sistema de células que propongo a la humanitaria consideración de la Junta. Sí; es necesario que el trabajo y el orden, en todas sus fases, sirvan de atmósfera en aquellas células y galerías, en aquellos patios y talleres. Habrá .algunos que no sepan ningún oficio, que sean ineptos para trabajos que exijan ciertas luces naturales; pues bien, pensemos en proveer al Establecimiento de esas máquinas sencillas de manejo más sencillo todavía, a trabajar en las cuales obligaremos aun a aquellos que no tengan más que un brazo útil para el servicio, o bien, dediquémoslos a la limpieza del mismo.
 Respecto al número de células correspondiente a esta clase, si no estoy equivocado, con ciento cincuenta o sesenta habrá lo suficiente; pero debe, procurarse de la misma manera que indiqué al tratar de la clase anterior, que sean distribuidas también en cuatro series distintas, cada una con salida o desemboque especial, si fuese posible, para los diferentes sexos y colores...: Pero tal me parece que oigo estas preguntas: ¿habrá departamentos de distinción que proporcionen cierto ingreso a los fondos? ¿serán productivos los talleres?.  
 Hagámonos cargo de la primera. Mucho me temo que el plantel correccional, que trato de encarecer a V. SS. se adune muy mal con nuestras actuales salas y salones de distinción. Los presos por deudas no estarían en la Cárcel, si estuviesen en estado de pagar por permanecer en un lugar distinguido. Los que lo están por corrección gubernativa, tampoco es do suponerse que se hallen en ese caso. Y en cuanto a los sentenciado» por S. A., señores, en mi concepto, no deben diferenciarse lo más mínimo entre sí. Ante el régimen carcelario deben ser tratados con la más perfecta igualdad, porque el rico no por ser rico deja de ser delincuente y sería una injusticia el hacer mejor su condición. Por otra parte lo que en el actual estado de Cárcel es una verdadera necesidad, en el que estoy proponiendo no tendría objeto: ahora el evitar una galera es evitar el infierno; entonces lo que se trataría de evitar seria la célula, 6 digamos por no asustar con los nombres, el aposentillo que se les daría por habitación, y en que solo tendrían que pasar aislados las horas de la noche y algunas de las del día. En cuanto á los procesados, la cuestión varía de aspecto. No veo inconveniente en que haya sala de distinción para ellos, no porque crea que es mejor estar en una sala de distinción que en una célula de las proyectadas, sino porque es necesario echar la cuenta con lo que influye en el corazón del hombre el pretencioso amor propio. Me parece que si los presos tuviesen que optar entre los más frescos y cómodos aposentos, que tuviesen el nombre de células, y una sucia pocilga, con el nombre de Sala de distinción, no pocos se decidirían por la última. Mas supongamos que vaya equivocado y que nada produjesen las dichas salas de distinción. Quiero ir aun mas adelante. Supongamos que ni aun con el trabajo de los talleres, han de poder cubrirse los gastos de la Cárcel. ¿Qué tendríamos con eso? Una cosa es que fuera de desearse semejante resultado, y otra que haya de creerse que una Cárcel debe ser necesariamente un establecimiento productivo. Si la Cárcel no puede sufragar por sí misma sus costos, es menester que los sufrague el Común, en la inteligencia que eso está en su más alta conveniencia, y que llena uno de sus más graves y trascendentales fines. Señores, no puede perderse de vista la naturaleza heterogénea de la Cárcel de la Habana: si no fuera más que una casa correccional, de seguro que produciría para cubrir holgadamente todas sus necesidades.
V. SS. no habrán echando en olvidado que me he expresado en un sentido hipotético. Muy al contrario, creo que bien organizados los talleres y con contratas bien y ventajosamente estipuladas, habían de producir mucho mas, sin comparación, de lo que en el día producen. En mi opinión, la nueva Cárcel, no debe contar con menos de seis salones para el efecto, cuyas dimensiones podrán determinarse al cálculo prudente de la Junta. Recuérdese, ya que hablamos de productos de la Cárcel, que los esclavos presos han de abonar una cuota, bien la que dice nuestro Reglamento, bien la que se convenga fijarles.
 Tiempo es ya de resumir lo que llevo dicho, que quizá he fatigado en demasiado la bondadosa atención de V. SS.; pero quiero hacer antes una observación. He creído de todo punto indispensables estas consideraciones que acabo de hacer, porque reformas tan radicales como las propuestas para nuestro régimen carcelario no podían haberse presentado sin alguna explicación que les sirviese de fundamento.
 Echando, pues, una ojeada retrospectiva, diré que la Cárcel proyectada deberá tener: dos salas para los presos por deudas; seis para los presos gubernativamente: quinientas células, clasificadas en cinco series, para los procesados, según su sexo, color y circunstancias; ciento sesenta de las mismas, divididas también en cuatro secciones, para los sentenciados por S. A. a encierro en la Cárcel y trabajo en sus talleres, con atención a sus sexos y color; seis salones para los talleres: y por último, los que parezca conveniente destinar a distinción. Advierto que hago muy poco hincapié en esos números, pues lo que interesa fijares el sistema. Yo los he calculado á bulto, en el concepto de que, con suma facilidad, puede hacerse el cálculo con toda exactitud.
Sin embargo, una Cárcel como la que deseamos necesita de algunos otros departamentos y piezas, además de las ya mencionadas, y este camino lo encontramos ya andado en el artículo 32 de nuestro Reglamento. Tomemos de él, por consiguiente, lo que no contradiga y sea de admitirse en el proyecto de Cárcel, que acabo de bosquejar.
  Local para Cuerpo de Guardia.—Capilla donde se celebre el Santo Sacrificio de la misa, situada de manera que todos los presos con separación de sexos, puedan oírla.—Patio espacioso y traspatio.—Lugares excusados, lavadero y baño para el departamento de hombres, con divisiones para blancos y de color.—Lo mismo para el de mujeres.—Enfermería preventiva o de socorro, con botiquín.—Sala de actos judiciales.—Otra de visitas de Cárcel.—Otra para las generales y semanales de la Audiencia. —Habitación para el Alcaide. —Cuarto de despacho para el mismo.— Otro para archivo de libros, cuadernos, legajos y papeles.—Cuartos para habitación de empleados, sirvientes y enfermero, en puntos a propósito.—Local para la escuela.—Piezas para almacenes.—Pieza para cantinas.—Aposento para ministros de policía, alguaciles y funcionarios auxiliares de esta clase con dos o más separaciones. Se entiende para los que estén procesados, pues los ya sentenciados, no hay un motivo para que no vayan a las células indicadas.
 Mas ¿para qué detenernos en estos pormenores? Lo que importa, por ahora, es que la Junta tome en consideración las opiniones que he tenido el honor de exponer, y discutiéndolas, o reformándolas, según se lo aconseje su ilustrado discernimiento y experiencia, formule un acuerdo en este particular que ha de ser de grandísima importancia para el país.
 Llegados, a tal extremo, lo más dificultoso de la tarea estará ya vencido. Solo nos faltará entonces fijar dimensiones, determinar qué departamentos y piezas de segundo orden deben de tenerse presentes en el plan general del edificio, y especificar del modo más exacto que sea posible todas las condiciones que se estimen necesarias para que la Cárcel, con cuyo proyecto nos congratulamos, sea lo que debe ser: una buena Cárcel. De estas cosas que nos faltan por hacer, unas serán hechas tan luego como se crean convenientes, otras las tengo preparadas para someterlas a la Junta en su oportunidad; y una vez que hayamos terminado tan gravísimos trabajos, podremos presentar a nuestra primera autoridad, sus resultados, a fin de que, si se sirve impartirles su superior aprobación, podamos esperar con no poco fundamento que dentro de poco se eleve en nuestro suelo un edificio que tan poderosamente debe influir en la morigeración de nuestras masas.
Así, pues, estas mis nada pretenciosas y bien intencionadas observaciones no vienen a ser más que como la introducción de los trabajos que con fe tan viva nos hemos propuesto emprender, o mejor dicho, su programa preliminar; del mismo modo que el Reglamento carcelario que a su debido tiempo formemos, será su digna conclusión y coronamento.
Me anima, Señores, la agradable idea de que esta primera piedra que ponemos en el cimiento de la futura Cárcel no ha de ser arrebatada por el soplo helado del indiferentismo. No tratamos de quimeras é ilusiones; no estamos vagando por los palacios de la utopía. Aquí, á un lado, vemos un foco de pestilentes emanaciones que amenaza emponzoñar de muerte hasta los gérmenes de la moral pública, llamándose irrisoriamente, establecimiento de corrección. Allí, delante, el remedio positivo, sí, positivo, de mil males y el origen de mil inestimables bienes.
¡Qué noble gloria no embellecería los recuerdos del jefe que sobre sí tomara el empeño de realizar tan halagüeña perspectiva! Cuánta no recaería también sobre la Junta Inspectora de la Cárcel y sobre su digno Presidente! Porque la Isla de Cuba con una Cárcel, tal coma a una la exigen la civilización, la moral y la religión, habría recibido uno de los mayores beneficios de que puedan ser objeto los pueblos.
Dispénsenme V.SS., si, arrastrado por el entusiasmo que naturalmente me inspiran estas animadoras esperanzas que abrigo, no he podido detenerme antes de llegar a fatigar su bondadosa atención. Yo por mi parte concluiré con una justa salvedad. Al expresarme de la manera con que lo he hecho, no he alimentado la necia presunción de figurarme que la Junta había de necesitar para lo más mínimo de mis insignificantes inspiraciones; he creído solamente ser el eco más o menos fiel de los sentimientos de los que componen mi respetable auditorio.

Habana y Julio 26 de 1855.



viernes, 20 de julio de 2012

Estudio sobre los presidios






 Marcial Dupierris


 Nuestro empleo de médico por algunos años en el Real Arsenal de este Apostadero, en el cual se halla un crecido número de presidiarios, nos ha facilitado medios de hacer un especial estudio acerca de esos infelices, cuya posición no está de acuerdo con su carácter; el fin de la buena moralidad no está satisfecho en el presidio de la Habana; el castigo es igual para todos los criminales, sea cual fuere su delito, y solo varía en el tiempo de su condena.
De todos los presidios de la Capital, el del Arsenal está considerado como el más penoso; pero aunque los trabajos de aquellos presidiarios son más fuertes que los de los otros presidios, tienen sin embargo el consuelo de ser visitados por sus parientes y conocidos a ciertas horas del día, particularmente los días feriados. Los presidiarios de los demás puntos son empleados comúnmente en la composición de calles, por lo que están en continuo contacto con sus camaradas, presuntos malhechores, que no tardan en ser presa de la justicia. Resulta de esto que esos hombres son considerados simplemente como unos particulares, a quienes se hubiere impuesto la obligación del trabajo por un tiempo determinado, durante el cual se les suministrará de lo necesario. La situación es apenas deshonrosa!  
Consideremos por un momento lo que puede sobre un espíritu ya viciado el roce frecuente con los presidiarios. El uno cuenta la historia de los delitos que le han conducido al estado en que se encuentra; otro, haciendo del valiente, quiere hacer ver a los compañeros que si lo han preso, ha sido por que se ha equivocado en ciertos particulares, y que si hubiera obrado de este o del otro modo, se hubiera librado de la sujeción en que se halla, o por lo menos del castigo; y otros en fin, malos por inclinación, se complacen en aleccionar a los más tranquilos, en mil clases de horrorosos crímenes, partos de su invención, o verdaderas fechorías suyas o de sus cómplices, haciendo alarde a la vez de verse en aquel estado, que consideran como muy conforme a su carácter y hábitos. Se comprende toda la perversidad que esas lecciones deben fomentar en el corazón de hombres acostumbrados a la holganza e inclinados al mal.
 Preciso es observar que en estos países, y en ciertas clases de la sociedad, suele mirarse como deshonroso el trabajo. El rico ha sentado ese precedente, y en su prodigioso orgullo, el pobre quiere imitar al rico. Inútil nos parece declarar aquí las causas de esa aberración, tanto más deplorable, cuanto que el hombre, aunque perezoso, debe sustentarse. Sabido es la sobriedad con que vive la clase de color, libre; que prefiere los harapos al buen vestido, cuando para obtenerlo es preciso trabajar mucho. Dominado pues, por esas ideas, claro es que el hombre se hallará muy dispuesto á aprender que todo lo que necesita puede obtenerlo sin grandes trabajos ni fatigas. El presidio no espanta al que falto de todo recurso en la sociedad, sabe que a continuación de su sentencia halla alimentos, ropa, asistencia en sus enfermedades, medios con que obtener lo necesario para sustentar algunos de sus vicios, y las frecuentes visitas de sus parientes y amigos; además de eso, el presidio es una escuela en donde se perfeccionará en el arte de los Cartouches y de los Mandrines: allí aprenderá sin duda como se da la puñalada de modo que la víctima no tenga lugar de lanzar un quejido.
Tal es el presidio de la Habana: no es un lugar de corrección, es simplemente un sitio en el cual se encierra al malhechor por un tiempo más o menos largo, con el fin de librar temporalmente a la sociedad de sus maldades; es también, y este es su peor lado, un taller en donde se forjan y refinan los métodos de criminalidad que hacen maestros, como ya dijimos, a los que al entrar en él eran solo aprendices.

   Modificaciones relativas a los presidios

De ahí proviene que con el actual sistema de presidios en la Habana, el desgraciado que ha entrado en ellos, tan pronto como ha cumplido su condena, obedece a la necesidad de volver a entrar; porque podrá salir del presidio, pero no abandonar la senda que conduce a él. ¿Y cómo no suceder así? La sociedad lo rechaza…! ¿Quién querrá emplear a su lado un presidiario cumplido, en un país en donde los antecedentes de cada individuo son conocidos? El presidiario que haya sido destinado a los trabajos públicos en la Habana, queda para siempre infamado, aun cuando su culpa haya sido leve y buenas sus intenciones respecto a su futura conducta; porque si no es conocido de momento por la persona a quien haya acudido a pedir ocupación, lo será de otros muchos, y no podrá sustraerse a la proscripción. No puede pues esperar la subsistencia de su trabajo; qué le resta sino la depravación? Helo pues ya de nuevo engolfado en el crimen, hacia el cual lo inclina la seguridad que cree tener en la habilidad adquirida en la educación del presidio; pues sabe ya como debe manejarse para no ser fácilmente preso; el modo de cometer sus maldades con más método, y de consiguiente con mayor suerte y más confianza; sabe en fin que el presidio no es lo que se piensa en el mundo; y la guerra que hace a la sociedad tiene una especie de disculpa perfecta, en su juicio, puesto que esta lo rechaza de su seno.
Sin perder nuestro tiempo en combatir opiniones inexplicables, preguntaríamos si no podría modificarse el sistema de presidios adoptado en la Habana, de tal modo, que fuera más análogo al estado actual de civilización. Nosotros lo creemos posible, sin que para ello sea necesario recargar las contribuciones públicas. Todo consiste en hacer el trabajo del presidiario más productivo de lo que sea necesario para su mantenimiento.
 Desearíamos que el presidiario se emplease en tareas privadas y que nada le distrajese del cumplimiento de sus obligaciones. Este aislamiento sería un verdadero castigo, que más tarde vendría a servirle de satisfacción, cuando al cumplimiento de su condena, quisiera llevar una nota de buena conducta; no sería reconocido de nadie, y podría ir confiado en volver a obtener su lugar en la sociedad; temería mucho volver al presidio, convencido de que el tiempo que hubiera de pasar en él, estaría sometido a grandes privaciones, a no ver a sus parientes y amigos; aprendería a trabajar, a ser sumiso, sobrio y a conocer el precio de su libertad; lo que hubiera sufrido durante su prisión, le infundiría el temor de volver a ella; saldría en fin con algunos recursos, si su conducta había sido buena, conociendo por ese medio la recompensa a la vez que el castigo, y muy pronto habría de obtener lo primero y evitar lo segundo. Todo esto y mucho más podría obtener casi de momento, aplicando los presidios a los trabajos de terraplén, trabajos sumamente útiles a la salud y al bien general, cuyo teatro estaría fuera del alcance del público espectador. Una vez terminados los terraplenes, que no sería pasado mucho tiempo, podría organizarse prisiones de trabajo en común, pero dispuestos de modo que los dormitorios quedasen aislados. Nuestras observaciones nos han hecho conocer cuan horrible es para esos infelices la privación de la frecuentación nocturna.
 Poco podemos decir relativo al modo como deban ejecutarse los trabajos; porque teniendo nuestra profesión muy poca conexión con la de ingenieros, no nos hallamos aptos para ello. Falta saber cómo podría la ciudad hacerse propietaria de los terrenos que deben ser terraplenados. Este es asunto puramente municipal, que no trataremos, ni tampoco si convendría que la Municipalidad formulase las bases de un tratado, por medio del cual, el propietario actual reembolsase el más valor del terreno, una vez terminado el trabajo, o bien después de la venta o arriendo de aquel. Lo que sí podemos asegurar es que después de terraplenados esos terrenos, tendría cada solar un valor excesivo del poco o ninguno que hoy se les da. La mayor parte de ellos están situados en las inmediaciones de arrabales, que con ansiedad se aguarda la ocasión de que se extiendan. Preparadas las cosas así, se irá estableciendo una especie de colonia militar bien organizada, cuyos jefes vigilarían la conducta de los trabajadores y llevarían apunte semanal de la conducta y suma que hubiese de recompensar cada individuo, al cual se le abriría exacta cuenta de crédito. Al cumplimiento de la condena recibiría el presidiario el haber que tuviese; cuya propiedad quedaría en caso de muerte, a favor de sus herederos; para cuyo efecto debería inspirársele toda confianza de que ese requisito sería observado religiosamente. Esto no podría por menos de influir de un modo portentoso en todo ánimo que alienta la confianza, o al menos la esperanza en el porvenir. Somos de parecer que el sistema de recompensas debería extenderse a los soldados que vigilasen la colonia; el tiempo se emplearía mucho más útilmente, como bien se deja comprender.

 Medios propuestos para ejecutar los terraplenes en los alrededores de La Habana

 No obstante de haber dicho que no nos hallamos aptos para poder indicar el modo como se han de ejecutar esos trabajos, permítasenos exponer algo relativo a ellos. La natural inclinación de los terrenos elevados, hacia los puntos que deben ser terraplenados, presenta la gran ventaja de poderse establecer en estos dos caminos de hierro paralelos, provisionales y con el suficiente declive, para que sin auxilio de ninguna otra potencia, pueda un carro rodar hacia la parte donde haya de depositarse su carga; haciendo por medio de su descenso remontar al que se halla abajo sobre el otro camino de hierro adjunto. Un motón fijado a un poste colocado en medio de los dos caminos y en la parte superior del punto de partida, daría paso al asa de un cabo, cuyas puntas deben estar afianzadas en un anillo, en la parte posterior del carro; ese cabo será de un largo suficiente para contener un carro hasta el final del camino, mientras que el otro esté arriba cargándose. Una cuña o una cadena delante de cada rueda, y fijada en el poste, contendrán el carro en el lugar que se desee. Una vez cargado el carro, se echa a rodar con bastante impulso, para hacerlo llegar a su destino, y el otro remontará remolcado por el cabo designado. Algunos rollos colocados entre los travesaños de los caminos, facilitarán el resbalamiento del cabo, cuando llegue a tocar el suelo por efecto de su propio peso. Cuando el terreno de esa parte estuviese arreglado, esos caminos de hierro podrán ser trasladados a otro punto sin mucho trabajo.
 Podrá decirse que se carece de fondos para la realización de ese proyecto, y que a duras penas se consigue sostener los presidios destinados a trabajos putamente indispensables; que lo que proponemos tendría costos demasiado crecidos, para que merezca fijarse en ello la atención con miras de conveniencia. Pero a esto diríamos que las objeciones serían dignas de consideración, si los terrenos designados no adquiriesen un valor excesivo después de terraplenados, y que su importe no bastase y excediese a todos los costos invertidos. Además de eso, higiénica y administrativamente hablando, proponemos una cosa moral y materialmente indispensable; una cosa en fin, que esta capital está o estará muy pronto en la necesidad de que se haga. Cuando hemos dicho que cualesquiera objeción que se nos hiciera, bajo el punto de vista económico, sería especiosa, nos hemos escudado con el valor que deberían necesariamente adquirir esos terrenos una vez terraplenados. Esta consideración de la mayor importancia, nos permite asegurar que fácilmente hallaría la ciudad un empréstito para llevar a término esos trabajos. Los capitalistas se conformarían con las seguridades que los dueños de los terrenos prestasen a la ciudad. Quizás se hallarían empresarios que se hicieran cargo de ese gran proyecto, con tal de que se pusiesen los presidiarios y algunos soldados a su disposición.
 Llegado ese caso, los fondos hoy aplicados al mantenimiento de los presidiarios, podrían ser destinados a los trabajos en que se hallan ocupados, y estos, en manos de otras empresas, disminuirían infinitamente el número de empleados.

             
                     La Habana, 1852.