miércoles, 31 de diciembre de 2014

ANNO DOMINI





Joseph Brodsky


La provincia celebra la Navidad.
El palacio del Gobernador está engalanado con muérdago,
y las antorchas humean en el portal.
En los callejones, empujones y diversión.
Alegre, ocioso, sucio y alucinado,
el gentío se amontona detrás de la mansión.
El gobernador está enfermo. Yace en su lecho,
cubierto con un chal, traído del Alcázar,
donde prestó servicio y piensa
en su mujer y en su secretario,
que, abajo en el salón, reciben a los invitados.
En verdad, no está celoso. Para él,

lo más importante ahora es encerrarse en la coraza
de sus males, sus sueños o del aplazamiento de
su traslado a la metrópoli. Ya sabe
que la libertad no es necesaria para que
el pueblo celebre su fiesta;
por la misma razón permite

que su mujer le engañe. ¿En qué pensaría
si no le perturbaran
la tristeza o sus achaques? ¿Y si amara?
Sin querer, estremeciendo el hombro como si sintiera frío,
aparta los malos pensamientos.
En el salón, languidece el fulgor de la alegría.

Aunque aún perdura. Muy borrachos,
los jefes tribales fijan sus ojos vidriosos
en una lejanía carente de enemigo.
Sus dientes, la expresión de su ira,
como una rueda mordida por los frenos,
se traban en una sonrisa, y el criado

sirve más comida. Entre sueños grita un mercader.
Suenan retazos de canciones.
La mujer del Gobernador y el secretario se deslizan hacia el jardín. En la pared,
como un murciélago, el águila imperial
devora el hígado del Gobernador…

Y yo, un escritor que ha visto mundo,
que ha cruzado el ecuador sobre un asno,
miro por la ventana las colinas dormidas
y pienso en la semejanza de nuestras desgracias;
a él no le quiere ver el Emperador;
y a mí, ni mi hijo ni Cynthia. Pero nosotros

perecemos aquí. El orgullo
no convertirá nuestro amargo destino en una prueba de
que venimos de la imagen del Creador.
Todos seremos iguales en el ataúd.
Tengamos en vida rostros diferentes!
¿Para qué intentar escapar del palacio?

No somos jueces de la patria. La espada del juicio
se hunde en nuestra propia deshonra:
los herederos y el poder están en manos ajenas…
!Qué bien que las naves no naveguen!
!Qué bien que el mar se congele!
!Qué bien que los pájaros entre las nubes
sean sutiles con cuerpos tan pesados!
Nada hay que reprochar.
Pero tal vez nuestro peso esté en
proporción a su canto.
!Que vuelen, entonces, a la patria!
!Que griten, entonces, por nosotros!

Mi patria… extraños señores
visitan a Cynthia, se inclinan sobre la cuna
como nuevos Reyes Magos.
El niño duerme. La estrella parpadea
como carbón bajo la fría pila bautismal.
Y los visitantes, sin tocarle la cabeza,

truecan su nimbo por una aureola de mentiras,
y a la Inmaculada Concepción por un cotilleo,
por pasar en silencio sobre la figura del padre…
El palacio se vacía. Se apagan las luces en las plantas.
Primero, una. Luego, otra. Por fin, la última.
Y sólo dos ventanas en todo el palacio

tienen luz. La mía, donde de espaldas a la antorcha
miro cómo el disco de la luna se desliza
sobre el escueto bosque, y veo a Cynthia y la nieve;
y la del gobernador, que, al otro lado de la pared
lucha en silencio con la enfermedad durante la noche
y alumbra el fuego para distinguir al enemigo.

El enemigo se retira. La tenue luz del alba
apenas despunta en el Oriente del mundo,
trepa por las ventanas, intenta ver
qué ocurre dentro,
y tropezando con los restos del festín,
vacila. Pero sigue su camino.



Palanga, enero de 1968


Traducción de Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela


martes, 30 de diciembre de 2014

De Almelio Calderón a José Saramago




  12 de mayo 


 Carta de Cuba, escrita a lápiz, de un joven poeta, Almelio Calderón, a quien conocí en Mollina (Málaga) en el encuentro que reunió, a la sombra del tema Literatura y trasformación social, a ochenta escritores "jóvenes" y una docena de escritores "viejos":

 "Aquí en Cuba se lee mucho, a veces se publican obras que no satisfacen los deseos de los lectores. Nuestra política editorial es muy lenta, llevamos años de atraso en cuanto a las obras universales.

 En estos momentos hay una crisis de papel (no  hay), casi todas las editoriales se encuentran paradas; se están editando una especie de plaquet que no satisfacen las demandas...

 Se viven momentos únicos, muy intensos, que espero la historia sepa recibir en sus páginas.

 No es cierto que el desastre todo lo deje intacto.

 Aquí le mando toda mi esperanza y mi fe hacia ustedes".

  

 José Saramago, Diario de Lanzarote, 1994.

                          

La columbina



 



Juan Carlos Flores

 

El Síndrome de Down no es enfermedad,
estar exento del Síndrome de Down
es padecer la enfermedad.

Sulamita, mi cabeza, un barquillo
en el que echaron cemento,
guajirita, mi cabeza, un barquillo
en el que echaron cemento,
mi cabeza lasqueada, sulamita,
mi cabeza lasqueada, guajirita.

Hombre, aura regordeta del buen Patch,
revendiendo tenis deportivos, suelas y agujeros.

El Síndrome de Down no es enfermedad,
estar exento del Síndrome de Down
es padecer la enfermedad.

Sulamita, mi cabeza, un barquillo
en el que echaron cemento,
guajirita, mi cabeza, un barquillo
en el que echaron cemento,
mi cabeza lasqueada, sulamita,
mi cabeza lasqueada, guajirita.

Hombre, aura regordeta del buen Patch,
revendiendo tenis deportivos, suelas y agujeros.

El Síndrome de Down no es enfermedad,
estar exento del Síndrome de Down
es padecer la enfermedad.

Sulamita, mi cabeza, un barquillo
en el que echaron cemento,
guajirita, mi cabeza un barquillo
en el que echaron cemento,
mi cabeza lasqueada, sulamita,
mi cabeza lasqueada, guajirita.

Hombre, aura regordeta del buen Patch,
revendiendo tenis deportivos, suelas y agujeros.

Al individuo a su alcance se dirige:
seas tú el nacional o seas tú el extranjero,
compra tus tenis deportivos.

Te queden grandes o te aprieten,
poco importa, compra tus tenis deportivos.
Por si vienen rabiosos atomistas,
compra tus tenis deportivos.
Cava otra vía, topo, al limbo.



domingo, 28 de diciembre de 2014

Dos piedras




Antonio Armenteros


Sentado en el mesón del puerto –en Odessa-,
chirriando como el tranvía por los rieles 
la idea de una palabra santa,
mientras veía pasar inquietos tus ojos.
Apresuré un trago de cerveza amarga,
espumosa, recordable y pagué. Tomando de mis piernas
un libro de Anna Ajmátova, un libro para aligerar
mis patologías.
Sin saber que otras Annas y otros ojos me aguardaban.

Hoy estoy sentando en una taberna del puerto
-en La Habana-, miro los rieles vanos
y siento pasar estos ojos –sin verlos- 
que susurran alegres y breves:
“Tiene olor a sangre”.

La cerveza es alemana u holandesa, 
amarga, fría, espumosa y costosa 
hasta lo recordable en la voz perdida / neurótica:
“No compares, quien vive no puede compararse”.
Ahora releo un poema de Ajmátova en mi lengua materna 
y lloro:

         “Bebo por el hogar arruinado,
          por mi mala vida,
          por la soledad de los dos
          y por ti bebo….”

Mientras las monedas chirrían sobre las tablas en el mesón de Odessa –en la psiquis- los ojos inquietos 
de aquellas Annas y el valor que se ajusta 
a los rincones más sórdidos.

La Habana –también- posee olor a sangre.

                       (Odessa 1989 / La Habana 2001)



viernes, 26 de diciembre de 2014

Turismo ecológico





 Dolores Labarcena


 Acurrucados en el sofá, compartiendo el radiador y la manta, mientras brindábamos con cerveza artesanal. No obstante tu esmerada planificación en lo concerniente a cosas prácticas, de improviso saltó la alarma. Fuego, bomba, ¿ataque extremista en un hotel de Viena? Cualquier suposición es plausible, dijiste. Y temí, no solo por los dos, ¡por caridad!, sino por el sisón común, la ganga ibérica, y la terrera marismeña. Admirables especies que aguantaron nuestro hastío en el museo de Historia Natural. ¿Recuerdas? Fosilizadas. ¿Qué culpa tienen las aves del calentamiento global?, escuchábamos, alternando con Schubert por los audífonos.


 Nublado con escasas probabilidades de precipitaciones, informó el meteorólogo de la Österreichischer Rundfunk, en el tren, camino al aeropuerto. Puentes, autopistas, posters anunciando la próxima presentación de unas gogós francesas: “Sont les bienvenues et qu'elles peuvent se sentir ici chez elles”, frase que obliga a pensar en lo que no está al alcance. Como si algo pusiera en guardia al lenguaje. Sí, señor, veladísimo. Cubierto por un betún escolástico, ídem, a la falsa alarma. ¡Boom! Y corrí. Inmóvil bajo el gorro de cachemir, en tanto hablabas sin pudor de Schiele, o quizás Kokoschka. Nublado, informó otra vez el meteorólogo de la Österreichischer Rundfunk. 


miércoles, 24 de diciembre de 2014

El conflicto linguístico





  Walterio Carbonell

 Por lo menos hasta 1850 la mayoría de la población negra hablaba lenguas africanas. Eran “bozales” o auténticos negros de nación que no hablaban el español. El porcentaje de los negros esclavos que habían aprendido la lengua española debió de ser muy bajo por esta fecha. Incluso el número de bozalones, es decir, de los negros que hablaban mitad en africano y mitad en español, era menos numeroso que los bozales, que sólo hablaban en lenguas africanas. Era muy lógico que esto fuese así, ya que en la primera mitad del siglo XIX, la inmensa mayoría de la población negra acababa de llegar. El número de los negros nacidos en Cuba era muy inferior al de los que llegaron durante el siglo XIX.
 Los africanos tenían enormes dificultades para aprender el español, puesto que la esfera de sus relaciones se limitaba a las relaciones entre ellos mismos. Más de las tres cuartas partes de la población esclava vivía en las plantaciones de caña y café, apenas si tenían contacto con la población blanca. A los africanos y negros nativos que vivían en las ciudades les resultaba mucho más fácil aprender la lengua española, ya que estaban más en contacto con la población blanca, especialmente los llamados esclavos familiares y los artesanos.
 (...) No fue hasta después de la Guerra de los Diez Años que los negros invadieron las ciudades. De estas realidades hay que deducir que el idioma español fue lengua hablada también por los negros después de la terminación de la guerra. Antes la lengua española no había sido en realidad lengua nacional; era oficial, pero no nacional.
 Antes de la Guerra del 68, los negros hablaban varios dialectos: el yoruba, el mandinga, el arará, etcétera, según la tribu de la que procedían… Se hablaban muchos dialectos y una lengua, la española. No existía una lengua nacional. Todavía en 1850 la población negra era mayoritaria; los españoles y sus descendientes estaban en minoría. Pero la lengua española estaba destinada a convertirse en lengua nacional. Era la lengua de la clase dominante y esto constituía una gran ventaja. Pero si esta lengua venció a los dialectos africanos fue no sólo por ser la lengua de la clase dominante sino además, porque a partir de 1854 la población blanca y mestiza creció a un ritmo mayor que la población negra (…)  Fue el aumento de la población blanca lo que salvó a la lengua española en Cuba. De no haber aumentado la población blanca hablaríamos, como en Haití, una lengua nativa. En eso el racista José Antonio Saco tenía razón: el blanqueamiento era la clave para salvar los valores de la cultura de la clase dominante (…) Si no quedó traza importante alguna de estos dialectos, se debió a estos tres factores principalmente:
 Uno: a que el idioma español era el idioma de la clase dominante.
 Dos: al hecho de que a partir de la segunda mitad del siglo XIX la población blanca fue aumentando a un ritmo superior al de la población negra.
 Tres: a que la dominación española duró por espacio de más de tres siglos.


 Ahora bien, aunque en este conflicto lingüístico el idioma español pudo vencer a los dialectos de las clases más explotadas la lengua de los colonialistas sufrió serios reveses fonéticos y de sintaxis.
 Muchas de las deformaciones fonéticas de entonces han perdurado hasta nuestros días. Deformaciones fonéticas que son el común denominador de la población cubana. En la excelente novela cubana La búsqueda, de Jaime Sarusky, quien demuestra un profundo conocimiento del tipo popular de nuestras ciudades, pueden apreciarse muchas deformaciones fonéticas del español a través de sus personajes. Sirvan estas líneas como muestra:
 –¡Abré, degenerao! ¡Abre pa,que veas.
 O por ejemplo:
 –¿Y eso? –preguntó Lobera.
 –No, na má que pá ver la cara que ponían los blanquito.
 –Usté e’ de los nuestro, mi hermano.   ¿E o no e’ así?
 –Sí vejo Rufo e’ trompeta también en La Ola de Calor.
 –Y él ¿qué sabe de eso? –preguntó irritado al saber que un Rufo cualquiera estaba mejor enterado que él de lo que sucedía en el Máximo Centro.
–El e’ trompeta suplente de ahí, del Máximo
Centro.
–¿Trompeta suplente?
–Como lo oye. Ya hace... deja ver... como un
mes que está ensayando.
 –¡Mentira! ¡Un mes! ¡Trompeta suplente y toca contigo en La Ola de Calor!
 –Sí señó. ¡Que me caiga muerto, aquí mimito si no es verdá lo que estoy diciendo!
 –Y ¿cómo pudo entrar?
 –Yo no sé na’ de eso. Na’...
 –Sí, pero se me olvidó. Cualquiera se mete en la cabeza las cosas que le dicen a uno to’ los días.
 Las deformaciones o sustituciones de una o varias letras por otras realizadas por el negro en la lengua española, ha sido admirablemente expuesta por Néstor Almendros en un trabajo de gran rigor científico publicado en el Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, Vol. VII, Enero-Junio, 1952, Nos. 1-2 (…) “Esta influencia fue notada ya de antiguo por nuestro primer filósofo Esteban Pichardo, que registró con admirable precisión, dada la época, el habla de los esclavos africanos”. “Lenguaje relajado es el de los negros bozales”. “Este lenguaje es común e idéntico en los negros, sean de la nación que fuesen”. “Es un castellano desfigurado chapurreado, sin concordancia, número, declinación ni conjugación”. Y hace las siguientes felices observaciones: no tienen “ni erre fuerte, s, ni d final; truecan elle por eñe, la e por í y la w por u”. Y seguidamente reproduce un ejemplo del típico lenguaje de estos negros bozales:
 “Yo mi ñama Frasico Mandinga, neglito reburujaoro, erabo musuamo. Yo Mingué de la Cribanería, branco como carabon, suña como nan gato, poco poco mirá ote, cribí papele toro ri toro ri, Frasico dale dinele, non gurbia dinele, e laja cabesa, e bebe guardiente, e coje la cuelo, guanta qui guanta”. (Diccionario Provincial ct. p. XI).
 (…) Las obras del teatro popular cubano del siglo XIX basaban su poder cómico no en el tema, ni en los chistes, sino, aunque, cause extrañeza, en los problemas idiomáticos, hasta fonéticos podría decirse, pues todo se reducía a presentar sucesivamente personajes que hablan con acento de bozal, gallego, catalán; inglés o propiamente criollo. Señal inequívoca de la plural corriente fonética que había en Cuba en aquellos momentos y de la preocupación, no tan inconsciente, que ello suscitaba.

 Habla el Congo:

 Gueno día sumersé
usté ta cuchá la tango
ese so lo congo loango
y yo son la rey José.
Yo vienga pa que guaté
hace uno divertimiento

 Yo hablá con Mayorá
ayey mimo y me dicí
que yo tienga que viní
con toda la gente pa cá.

(Ramón Morales Álvarez: El proceso del oso. Ajiaco bufo-lírico-bailable. La Habana: 1882).

Habla José el congo:

Joye bien, jabre los ojos,
corasó yo está rendío
yo tengo el pecho premío.
Porque tú son mis antojos
tú disipa mis enojos.
Quiéreme por compasión
Júndeme en tu corasón.

(Don Ignacio Benítez del Cristo: Los novios catedráticos. Pieza en un acto. Matanzas, 1868).

 Y, Néstor Almendros concluye: “Naturalmente que esas pronunciaciones y formas idiomáticas de los negros de la colonia fueron cediendo hasta desaparecer por completo con la emancipación de los esclavos y el advenimiento de la República, pero es evidente que muchos de los fenómenos fonéticos que señalaba Pichardo han dejado huella más o menos marcada en el lenguaje actual”.
 Algunos de las ejemplos citados de cómo hablaban los negros bozales o congos, prueban que antes de la terminación de la Guerra de los Diez Años, la población negra no hablaba el español, el español continuaba siendo para ellos una lengua extranjera. Ellos perdieron su propia lengua pera le introdujeron variaciones fonéticas al español, que la propia población blanca han hecho suyas. Hoy la única diferencia entre el español del negro y el español del blanco, está determinada por el grado de cultura alcanzado por unos o por otros.


 Fragmentos del Capítulo IX de Cómo surgió la cultura nacional, 1961. 


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Allí donde jamás se lo imaginan: Casal y Maceo





  Francisco Morán


  Lo descubrí por casualidad. En la galería «Liberators of Cuba» dibujada a plumilla y publicada en la página 22 de la edición dominical del 8 de mayo de 1898 del Boston Sunday Globe, Mass. Debajo, a la derecha, la mano del azar – ¿o la de quién? – había incluido el retrato de Casal. La galería ocupa el centro del texto, y con él, toda esa página cuyo titular dice: 

  MEN WHO HAVE MADE CUBA FREE

 Pen Pictures of Patriots Who for Years Have Bravely Struggled Against the Oppression of Spain --- Best Blood of the Island Shed in Liberty’s Cause.

  El centro de ese museo lo ocupa el retrato de Máximo Gómez, también dibujado a mayor escala que el del resto. Sobre el suyo, el de Mario G. Menocal, y debajo el del Gen. Antonio Maceo. A la izquierda de Gómez, y en la parte superior, Martí. Al mismo nivel, pero a la derecha, Tomás E. Palma. Debajo, a la izquierda, Calixto García. A la derecha, también debajo, Bartolomé Masó. No es de extrañar el lugar relativamente marginal de Maceo en esa selecta galería – está en el centro de la fila inferior – puesto que en la prensa yanqui de la época contrastan las numerosas menciones de José Martí y de Máximo Gómez, aunque en contextos diferentes – el primero como organizador de la guerra, y hasta como «Presidente»; el segundo como guerrero – con el escaso interés que suscita Maceo. 

 Resulta entonces que, visualmente, el general mulato está más cerca de Casal que, digamos, de Martí; pues paraExamen antropológico acercarse a este primero tendría que saltar sobre Calixto García. El azar tiene sus cosas. Después de todo, el estudio antropológico del cráneo de Maceo que realizaron en 1899 José Rafael Montalvo, Carlos de la Torre y Luis Montané no hizo sino poner de manifiesto que ninguna hazaña militar era quizá suficiente para justificar el empadronamiento de Maceo en el ilustre panteón, en el claustro de mármol de la Patria: “En los momentos en que había que soldarse – cerrando para siempre – la caja que contenía el esqueleto de A. Maceo, los individuos que componen el comité de exhumación, comprendieron que aquellos restos merecían algo más de una árida descripción anatómica, o de un mero certificado de identidad” (La Comisión). ¿Por qué ese merecimiento, con el que por otra parte no fueron distinguidos los restos de Martí, ni los de Máximo Gómez? Porque más bien se trataba de verificar el merecimiento – si merecía o no el mulato un peldaño más arriba que lo acercara a los blanquitos merecedores: Martí y Gómez. El examen antropológico no sólo no está lejos, pues, de la pesquisa policial, sino implicado en ella. La conclusión de que Maceo “se aproxima más a la raza blanca, la iguala, y aún la supera por la configuración de la cabeza, por el peso probable del encéfalo, por la capacidad craneana, lo que permite definitivamente afirmar en nombre de la antropología” que “dada a la raza a que pertenecía, y en el medio en el cual ejercitó y Muerte de Maceodesarrolló sus actividades, […] puede ser considerado como un hombre realmente superior” (El cráneo de Antonio Maceo 16). La clave está en el tortuoso viaje de esos restos por la escritura del saber antropológico, y que realzan las itálicas: se aproxima, iguala, supera. El racismo inscrito en este ritual fundante de la República hace sonar todos sus bronces, primero, en esa superación estrambótica: Maceo, aunque mulato, resulta al cabo el más blanco de los blancos. La hipérbole lava a Maceo y nos lo devuelve, aun si solo en esos restos, blanco de pies a cabeza. De eso se trata cuando, en segundo lugar, se menciona sin nombrarla a “la raza a que pertenecía;” y más todavía cuando ese “medio” - ¿cuál? – “en el cual ejercitó y desarrolló sus actividades” aparece sospechosamente descolorido; o más exactamente blanqueado. Asimismo, la superioridad de la cabeza, incluyendo el “peso” del encéfalo del que ni siquiera pueden estar seguros los examinadores, es probablemente el signo que mejor revela la intentona de blanquear a Maceo, quien se acerca así a la inteligencia de Martí – del blanco – puesto que en el discurso racial la inteligencia ha sido el privilegio de los blancos. Aquí desaparece aquello de que Maceo tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo, puesto que esto último – el cuerpo alzado, amenazante sobre el caballo – es desplazado totalmente por la cabeza, asiento de la inteligencia. No se trata, por supuesto, de que se equivocaran al afirmar la inteligencia de Maceo, sino de traer a la luz las cartas marcadas con las que jugaban los antropólogos cubiches. Porque, después de todo, no se necesitaba de ningún reconocimiento antropológico para saber que Maceo había sido un hombre inteligente. Y hay que ver para lo que en última instancia se manejan esos restos: por el reverso de la afirmación de que Maceo era un hombre realmente superior se afirman la inferioridad del negro y la del chino. Finalmente, hay que advertir que ninguno de los héroes de la guerra – no Martí, ciertamente – fue sometido a un ritual tan humillante y deleznable como el que hubieron de soportar los restos de Maceo.
   
 Julián del Casal, por otra parte, fue en vida objeto a su vez de las pesquisas y sospechas de los saberes médicos, y de Julián del Casal las prescripciones higienistas de médicos y críticos. El suyo fue también un cuerpo sospechoso, y en cuanto tal, asediado por el secreteo, las insinuaciones. El deseo de averiguar la sexualidad de Casal precedió a la averiguación de la raza de Maceo. De esta manera, más que en el Hotel Inglaterra el general y el poeta se encontraron sobre la mesa de disecciones del nacionalismo cubano. Ambos encarnaron la otredad en lo que podían tener de más abyecto: homosexualidad y negritud. En ambos la sospecha sigue el itinerario del examen empeñado en normalizarlos: hacer del negro un blanco, y del maricón un revolucionario. Véase sino el artículo “Julián del Casal, patriota,” de nada menos que Enrique Hernández Miyares. Por otra parte, Cintio no dejará de machacarnos el soneto que Casal le dedicó a Maceo. No es casual, pues, que Montané dejara lo suyo en el número-homenaje que La Habana Elegante le dedicó a Casal el 29 de octubre de 1893, a solo unos pocos días de su muerte. Así nos enteramos de su participación en el contubernio de los médicos que se empeñaron – y creyeron lograrlo – en mantener a Casal en la ignorancia de su enfermedad y de su verdadero estado de salud:

En estas reuniones íntimas, en el gabinete del doctor, a pesar de todos nuestros esfuerzos para distraer a su imaginación, Casal terminaba preguntándonos acerca de su enfermedad. ¡Lo engañábamos, con tanta facilidad! Y el poeta se marchaba radiante, lanzando una gasa dorada entre él y la triste realidad de las cosas. ¡Porque él estaba inconsciente, siempre estuvo inconsciente de su condición, y es con los ojos vendados que descendió la escalera de la vida!
 No se da cuenta de que la insistencia de la pregunta traicionaba la desconfianza de ese que creían salir de la consulta con los ojos vendados. Eran los médicos los que no veían. Casal sabiéndose cerca de la tumba, se despedirá de Darío y no de esos médicos que lo creyeron alguna vez ciego a las artimañas con que intentaron engañarlo. Por otra parte las “reuniones íntimas” de que habla Montané nos permite asomarnos, o vislumbrar al menos, ese panopticismo médico que disuelve la distancia entre el gabinete y el salón, entre la conversación de los amigos, y la inspección de los especialistas, pero que también subraya otra distancia: la que desplazaba al poeta y su quimera lejos del saber especializado de la medicina. 

 Resulta revelador el impulso organizador de Montané en sus relaciones sociales:

Como J. Reynaud, toda mi vida, al encontrarme con las gentes por primera vez, las organizo instintivamente, y como a pesar de mí mismo, en tres clases: ésos que no me gustarán nunca, ésos que tal vez me gustarán, y ésos que me gustan inmediatamente; y Casal había tomado su lugar inmediatamente en la tercera categoría.
 Pero, ¿qué relación tuvo Montané con Casal? Y si hubo alguna relación entre ellos, ¿cómo habría sido? Montané solo nos dice: “También, he tenido el placer de extenderle mi mano.” Dejando a un lado este fugaz contacto personal, todo cuanto nos queda es su participación en el contubernio de los médicos y el oído para el rumor que, tal y como sucede con los amigos de Casal, nos llega siempre codificado en las alusiones a los padecimientos físicos y psíquicos – ah!, ese nerviosismo que no pueden dejar de mencionar:

También, he tenido el placer de extenderle mi mano. Entonces, me había enterado de que él había nacido para el dolor constante, que tuvo una infancia enfermiza y nerviosa, que temprano había conocido delicados sufrimientos y sentimientos artísticos; y fue así que me expliqué esta dulce alegría cruzada con tristeza (énfasis mío).
  El rumor parece preceder al estrechón de manos – entonces me había enterado – y quizá lo segundo fue el resultado de lo primero. Ya le habían llegado los detalles consabidos de la biografía de Casal – la infancia enfermiza y nerviosa – y lo otro, murmurado en otras reuniones íntimas: esos delicados sufrimientos y sentimientos artísticos. Justamente el “así me expliqué” sugiere que la inquisición antecedió al placer de extenderle la mano. De hecho, podría inferirse del comentario de Montané que solo, o al menos casi siempre que se encontraba con Casal era en la consulta de Aróstegui: “Lo vi de vez en cuando en casa del Dr. G. Aróstegui, cuya amistad era muy valiosa para él; y desde el primer momento, me sentí atraído por esta naturaleza suave y triste” (énfasis mío). Al igual que a la mayor parte de los amigos de Casal, a Montané lo atrae no tanto el escritor como su “naturaleza suave y triste.” Se trata de lo mismo: del secreto. El cuerpo de Casal encierra un secreto; un secreto que además exhibe, un secreto con el que Casal se muestra desfachatadamente y se oculta. El cuerpo de Maceo no tiene secretos en el sentido que el de Casal. Su negritud, su mulatez estaban a la vista, quizá demasiado a la vista. Por lo tanto aquí la mirada antropológica trabaja a la inversa: presiona la negritud de Maceo, insiste en hacerla desaparecer hasta el punto de convertirla en secreto, en armario. Después del examen antropológico, la negritud del titán de bronce – más blanco ahora que la rosa blanca – no podía ser sino secreto. Secreto a voces que nos grita desde el bronce oscuro de la estatua, como el secreto, también vociferante de Casal, que nos mira y nos da la espalda en esas flores de éter en que se traviste para bailar al fin ante nosotros con todos sus atuendos decadentistas:

Halo llevabas de poesía
y más que el brillo de tu corona
a los extraños les atraía
lo misterioso de tu persona
que apasionaba nobles mancebos,
porque ostentabas en formas bellas
Antonio Maceola gallardía de los efebos
con el recato de las doncellas.

  ¿Derramó Casal su sangre por la libertad de Cuba? En el soneto que le dedicó a Maceo, el héroe que regresa a Cuba no está muy lejos de Luis de Baviera:

así al tornar de costas extranjeras,
cargado de magnánimas quimeras,
a enardecer tus compañeros bravos,

 


  Apasionar nobles mancebos o enardecer a compañeros bravos. Da lo mismo. Sobre el mantel del banquete o en los campos de Baraguá, la risa y las balas pasan “como enjambre súbito de avispas” (“La cólera del infante”) dentro del mismo sueño compartido. Al final quedan los dos, tan juntos y tan distantes, ensimismados para siempre como el gladiador de “Bajo-relieve” que “sepulta la cabeza entre las manos / viendo correr la sangre de su herida.” Por la misteriosa zanja del matadero corren esas sangres burla burlando los saberes organizadores de la antropología y de la historia. En una de las fotos de Maceo vistiendo el uniforme militar sorprendemos la pose digna y elegante, incluso de dandy, que junto a su proverbial belleza física podría explicar el ardor de los ojos de Casal. 

 Alguien, un extraño, acercó en un dibujo a plumilla esas cabezas que así encontraron otro espacio – lejos de la isla – donde juntar secreto con secreto, maldición con maldición, y abrazarse.