domingo, 14 de agosto de 2016

El terror en Cuba (prefacio)



  Henri Barbusse

 Somos varios ya los que hemos señalado al público europeo la espantosa ferocidad de los regímenes de terror que hacen sufrir actualmente a los bellos países de la América Latina, tiranos semi-feudales, apoyados por el imperialismo extranjero. He lanzado ya, por mi parte, el grito de alarma, el monótono y desesperado grito de alarma de los testigos demasiado lejanos, contra los crímenes de infames dirigentes, que se llaman Sánchez Cerro, en el Perú; Juan Vicente Gómez, en Venezuela; verdugos de la especie de los Tsankoy, de los Horthy y de los Mussolini. Hoy, es preciso que denuncie al siniestro Machado, tirano reinante de Cuba.
 Deben leerse con cuidado las páginas terribles de este pequeño opúsculo. Terribles, porque son precisas. Se trata de una realidad flagrante, indiscutible. Esta exposición está llena de certidumbres, llena de pruebas. Constituye un resumen neto y claro de la historia de un país que fue uno de los más lujuriantes del Nuevo Mundo, la Isla de Cuba, desde que le fue concedida, en apariencia, la libertad.
 Fueron breves los bellos días en que se pudo creer que los hombres que fueron los obreros de la Independencia, harían de Cuba un país libre. En realidad, la pobre “Perla de las Antillas”, ha caído del yugo español al yugo yankee, y la serie de los presidentes de la República, desde el extraño, autoritario, pero íntegro, Estrada Palma, ha rodado gradualmente a la corrupción y al crimen.
 El general Gerardo Machado y Morales, corona la serie de esos hombres, peleles de los Estados Unidos, de los Estados Unidos que, con el pretexto de que habían intervenido en la guerra de Independencia, han modificado la Constitución Cubana, agregándola cierta Enmienda Platt, que les permite hacer lo que quieren de la Isla y de sus habitantes.
 No basta decir que Machado ha concentrado en el Palacio de la Presidencia los defectos, los vicios y los desmanes de sus predecesores. Ha llevado el empleo del terror hasta la locura. Ha hecho asesinar, en estos últimos tiempos, más de mil personas: intelectuales, estudiantes, obreros.
 El régimen constitucional de Cuba, es él, él solo. Es su arbitrariedad bestial. (Naturalmente, con la Enmienda Gris Yankee entre bastidores).
 Grotescas maniobras, violaciones constantes de la legalidad, según los caprichos y las necesidades de ese personaje de tragicomedia. Cuando le parece bien, hace votar leyes de excepción, prorrogar los mandatos. Los decretos manipulan las leyes. Las garantías democráticas no existen ya para nadie desde hace tiempo. La Universidad de La Habana está cerrada desde hace tres años. Se mata a todos los adversarios que se distinguen. Los abogados que asumen la defensa de los adversarios del Gobierno, son asesinados también: siete u ocho policías se presentan en sus casas en pleno día, y los derriban a tiros de revólver, como le ocurrió al valiente y probo abogado Gonzalo Freyre de Andrade. Sus dos hermanos perecieron al mismo tiempo que él.
 Nadie osa acusar a los culpables. Los testigos molestos desaparecen. Unas veces se descubren sus cadáveres, otras no. El Gobierno cubano —es decir, Machado— da una orden breve: “Que se suprima a tal o cual persona”; esta orden se ejecuta puntualmente, inmediatamente. Un periódico que redactan los bajos lacayos del Gobierno, el Heraldo de Cuba, anunció en una edición aparecida a la una de la tarde, la muerte de Gonzalo Freyre de Andrade, cuando el asesinato no tuvo lugar hasta las tres de la tarde. La hoja estipendiada se apresuró demasiado en publicar la “noticia”, que conocía de antemano, es decir, desde el momento en que fue dada la orden. Más aún: el Heraldo anunció al mismo tiempo la muerte del diputado de la Cruz, y del profesor Dolz. Ahora bien, ha sucedido que esas dos personalidades, prevenidas a tiempo de la orden formulada en el Palacio Presidencial, escaparon, por milagro, a las balas de los esbirros de Machado. El Gobierno cubano ordenó el secuestro de la edición anunciadora, pero no lo logró sino en parte, y debió contentarse con hacer moler a golpes a los dos periodistas responsables.
 El Gobierno ha prohibido también, durante largo tiempo, la pesca de tiburones, porque se había podido reconocer, en ciertas ocasiones, en el estómago de estos animales, despojos humanos, a los cuales conferían una identidad ciertas prendas (como en el caso del obrero Brouzón). Se trata de prisioneros políticos, que se hacían desaparecer por series, ahogándolos por la noche en el Océano. Este método ha sido empleado ya en grande en Venezuela, y a esto se le llama “anclar los prisioneros”. Es útil agregar que la falta imputada a dichos prisioneros puede consistir, simplemente, en haber distribuido proclamas, o aún, en haberlas recibido por correo.
 Las prisiones de Cuba son recintos donde reina un horror indecible. En la Isla de Pinos, la menor infracción al reglamento, hablar alto, llegar tarde, el pecado más mínimo, se castiga con la muerte; se estrangula —con las manos— al prisionero en su celda; se le dispara por la espalda en la primera salida, o bien se le transporta al hospital, donde una misteriosa inyección lo envía algunas horas después a la fosa común. Se eliminan de este modo, en Isla de Pinos solamente, treinta o cuarenta pesos al mes.
 Hasta los cubanos emigrados al extranjero son asesinados por los agentes del Gobierno, cuando estorban a este. Así murió, por ejemplo, el noble Julio Antonio Mella, asesinado en Méjico.
 Machado juzga útil dejar en las calles bien en evidencia, los cadáveres; se les ve, acribillados de balas, colgados a los faroles. Un telegrama que acabo de recibir me anuncia que, durante las últimas matanzas políticas, se exhibieron en las calles —para hacer un ejemplo— cadáveres destrozados de estudiantes.
 Y mientras tanto, bandidaje y prevaricaciones; robo de los fondos del Estado por el Gobierno; fraude y dilapidación desvergonzados.
 La crisis económica mundial, precipitada en Cuba por las deshonestas especulaciones del Presidente Machado —el cual se enriquece a ojos vistas, cobra comisiones sobre todos los trabajos, toma a manos llenas, para llenar su caja personal, en las finanzas del Estado— la crisis sume en el marasmo y en la miseria a todos los trabajadores, los comerciantes, las clases medias; amontona ruinas sobre ruinas. En ese país que fue tan próspero, el pueblo conoce hoy el hambre. No se les paga a los funcionarios. El Estado está en verdadera bancarrota. Los hospitales carecen de las cosas más elementales, pero los organismos de represión y el Ejército —después del Presidente y del observador yankee—, son tratados a cuerpo de rey.
 De cuando en cuando, el Presidente Machado vota una amnistía, si puede dársele a esto ese nombre, pues aprovecha solo a los asesinos, jamás a los revolucionarios.
 Al fin, la indignación ruge y estalla una y otra vez. Una y otra vez, una oleada de furor y de venganza, sacude a esta población, mártir de un ladrón con garras sangrientas. Ya se han producido represalias desesperadas por parte de esos hombres acorralados. Ya los Estados Unidos se han visto obligados, en la persona de su representante oficial, a salir de su degradante apatía.
 Leed este estudio, cuyas grandes líneas esbozo rápidamente, y uníos a la protesta que eleva toda la parte sana de la emigración latino-americana, contra el abyecto régimen impuesto a un país, a un pueblo, por un bandido, que no permanecería un instante más en su puesto, si no lo sostuviera la hipocresía interesada y voraz de los americanos del Norte.
 …Y cuando lo hayáis leído, leed también, para vuestra edificación, este telegrama que he hallado hoy mismo en la gran prensa, justamente alarmada, del escándalo que puede provocar la divulgación, ya comenzada, de la verdad sobre Cuba, sobre un hombre y sobre un régimen podridos:
 “Londres 10 de febrero. —El Daily Herald anunciaba, hace algunos días, que en Cuba reinaba el terror. Partiendo de diversas fuentes, se ha vuelto a publicar luego la misma noticia. Como consecuencia de esas informaciones, el Daily Herald, publica un mentís de la Legación Cubana en Londres, que asegura que la vida de sociedad es más alegre que nunca en La Habana, y que es absurdo hablar de un reino del terror.”
 ¡Y adelante la música!

                                                                                                                       París, 1933.



sábado, 13 de agosto de 2016

Más sobre una dictadura





  Antonio de Obregón


 "El terror en Cuba". Comité de jóvenes revolucionarios cubanos. Prefacio de Henry Barbusse. Edición española. Madrid 1933. 


 No hace mucho tiempo que, al comentar la biografía de José Martí aparecida recientemente en Espasa-Calpe, aludíamos al hecho fatal de Cuba, la Isla rica y pródiga, que no ha gozado nunca, no ya de una libertad instalada en sólidos principios democráticos, sino tampoco de los más mínimos retazos de independencia, a los que, por su nombre y posición en el mundo, tiene derecho.

 La historia de Cuba es la de una tiranía completa y permanente.

 Primero fuimos —doloroso es decirlo— los españoles los que la ejercimos en forma de un terror, que —no está de más, asimismo, el aclararlo— no fue el resultado de la táctica ni de la maldad, sino de lo que, desde un punto de vista moderno, quizás sea peor: de la inercia y del desgobierno tradicionales.

 Decíamos, al glosar el hecho —para nosotros, sus admiradores, penosísimo— de los sufrimientos experimentados por José Martí, adolescente, en los trabajos forzados de las canteras cubanas, que ni los Gobiernos de la Monarquía ni la República del 73 —al lado de cuyos hombres indecisos ningún joven de hoy puede estar— resolvieron el pleito cubano, que quizás intuyó mejor que nadie y anteriormente Prim; ni siquiera aliviaron la situación bochornosa de los presidios.

 Pero hoy los males de los hombres de España han sido de tal modo superados que, forzoso es reconocerlo como se consigna en el libro "El terror en Cuba", al lado de presente tan desastroso ya se han borrado nuestros malos recuerdos.

 El movimiento frente a España, decisivo, brotó tras la muerte de ocho estudiantes en 1881 (sic); hoy los fusilamientos de estudiantes pasan de ciento, y los asesinatos, según cálculos de un periodista, pasan de mil. Por eso podemos llamar a Martí el genial iluso y por eso aceptamos el argumento de que sucesos tan terribles pueden desarrollarse en un país civilizado por haber consentido, desde entonces acá, en dejar crecer una mala semilla, semilla que hoy florece en una planta sangrienta.

 Tomás Estrada Palma, el presidente honrado y amigo de la cultura, provocó una revolución, que terminó con una intervención americana. Le sucedió José Miguel Gómez, el comerciante sin escrúpulos. Después vino Menocal, el autor de las primeras represiones, que cayó en errores análogos a los de sus predecesores. Y luego Alfredo Zayas, el doctor, el intelectual, que fracasó en el Poder, ya que durante su mandato aumentó considerablemente la deuda pública y sus condiciones no sirvieron de nada.

 Por último, el desconcierto de Cuba desembocó, como un río tumultuoso, en Machado, el cuidadoso arquitecto de la tiranía perfectamente organizada y el que se elevó al Poder haciendo promesas de probidad ante la estatua de uno de sus antecesores... 

 Los jóvenes revolucionarios cubanos que editan libros en diversos idiomas sobre la situación de su país publican ahora la presente obra, ayudados por algunos diputados de las Cortes y por Asociaciones diversas de estudiantes, así como por grupos de escritores caracterizados por sus campañas de izquierda, entre los que se destaca el infatigable Alberto Ghiraldo, tan unido a las letras españolas.

 El libro comienza con un prefacio de Barbusse (el cual, en la enumeración que hace de las dictaduras americanas y europeas, se olvida, naturalmente, de citar la rusa) y está dedicado, principalmente, a relatar el asesinato de los hermanos Guillermo y Gonzalo Freyre de Andrade, víctimas de la Policía del Gobierno, uno de cuyos diarios publicó la noticia del crimen —según testimonio de los narradores— una hora antes de producirse... Este suceso odioso, acaecido recientemente, ha contribuido a desatar contra aquel régimen el pensamiento de muchos hombres de letras europeos.

 El libro va acompañado de algunas adhesiones españolas y extranjeras. Frases de Marañón, Jiménez de Asúa, Espina, Arderíus, Tapia, Roces, Jiménez Díaz, Río-Hortega, y de Romain Rolland, Beals, etc.

 Cuba gime bajo dos opresiones. La personal del dictador y la legislativa. Esta última , la de la llamada "enmienda Platt", incorporada a la Constitución del país el 1 de julio de 1902, y merced a la cual se autoriza a los norteamericanos a intervenir en la isla cada vez que consideren que la seguridad de ella o la suya propia está en peligro...

 ¡Grave merma de libertades y de nacionales alientos! 


 Luz, 16 de junio de 1933.

viernes, 12 de agosto de 2016

Una dictadura ejemplar




  Antonio Espina


 La situación en Cuba bajo la dictadura del general Gerardo Machado y Morales es sencillamente espantosa. Sigue siéndolo, mejor dicho, porque la verdad es que ha variado poco desde hace varios años, sin que en España hayamos prestado la debida atención —la verdad, también— a la tragedia que viven muriendo muchos hermanos nuestros de sangre y de idioma, los más afines a nosotros de toda América por diversas razones y en multitud de aspectos.

 Allá, por el año 30 recibimos unos cuantos escritores españoles, por mediación de Jiménez de Azúa, un documento firmado por las figuras más destacadas de la intelectualidad cubana. En él se nos rogaba con angustioso apremio que pusiésemos en conocimiento de los intelectuales de España la verdadera situación por que atravesaba Cuba y recabásemos de ellos una actitud de solidaridad con los camaradas trasatlánticos frente al siniestro régimen que imperaba en la isla.

 Así lo hicimos. Unamuno redactó una vigorosa protesta contra el selvático proceder de la dictadura de Machado —y contra la Dictadura en sí misma, naturalmente—. La protesta, suscrita por muchos nombres ilustres en la vida española, envióse a Cuba, se publicó en diversos periódicos de  España y del extranjero, y no surtió el menor efecto. La marmórea epidermis del dictador cubano y de sus abruptos compinches no experimentó con nuestro alegato el más leve cosquilleo.

 Lo esperábamos, desde luego. Nuestro objeto no era precisamente el de provocar una reacción ética, imposible en el espíritu de un individuo como el general Machado, sino el de hacer vibrar con repulsa unánime a todas las conciencias normales de nuestro mapa hispanoamericano. Y aun a las de los otros mapas, que ya no van resultando tan otros en materia de dictaduras, de la hiperculta Europa y la no menos hiper América del Norte.

 Ahora la acción común contra el régimen inhumano que brutaliza a la antigua perla de las Antillas se propaga, avanza y toma carácter Internacional. Henri Barbusse acaba de redactar una enérgica arenga dirigida a todas las democracias del mundo, que irá como prefacio al folleto que el Comité Revolucionario Internacional Cubano publicará en breve. Las páginas de Barbusse se refieren preferentemente al caso de Cuba. Pero su anatema se extiende a los casos de las demás tiranías que para vergüenza de nuestro siglo infectan el planeta. El particular enfoque de Barbusse hacia la dictadura de Machado está plenamente justificado, porque ella supera en iniquidad y barbarie a las otras consabidas de Italia, Portugal, Venezuela, Perú, Yugoeslavia, etcétera, y a la que ahora empieza a funcionar en la Alemania de Hitler y del próximo kaiser , ninguna puede compararse en violencia a la que sufre Cuba. Puede hacerse esta afirmación con absoluta certidumbre. 

 Claro es que las Embajadas, los Consulados, los ministros y ministriles del dictador Machado en el extranjero se apresuran siempre a negar tales afirmaciones. "¿Y las pruebas? ¿Dónde están las pruebas?", claman con la voz falsa, como de Carnaval, que suele utilizar la diplomacia para estos menesteres u oficios. ¿Dónde están las pruebas? En ninguna parte, si sólo han de valer como tales los papeles bien sellados y rubricados que fabrican las Audiencias, las Notarías y los Registros. Los Gobiernos delincuentes no acostumbran a permitir que de sus crímenes se levante acta. Ni suelen conservar las pruebas documentales de sus canalladas en los archivos del Estado. Y por lo que hace a las partidas de defunción de las víctimas, es obvio manifestar que tampoco demostrarían gran cosa. Un individuo a quien asalta en su casa una cuadrilla de pistoleros a sueldo, muere; certifica un médico su defunción; lo entierran como a cualquier otro fallecido por enfermedad natural, y... pax Christí". El forense se limita a hacer constar la muerte violenta; el funcionario del Registro, a inscribir el fallecimiento, y la Policía, a declarar por pura fórmula  que "practica indagaciones" —o no dice nada cínicamente y se encoge de hombros-. Pero el juez en todos los casos acaba por inhibirse. ¿Qué juez, por recta que sea su voluntad justiciera, se atreve en Cuba como no tenga un temple heroico, a enfrentarse con el dictador? 

 Todo el mundo sabe en Cuba que los tiburones de la bahía de la Habana se alimentan a menudo con carne de obreros y estudiantes enemigos de Machado. La ley de fugas se aplica a diario con una perfección técnica que envidiaría su ilustre inventor, el bizarro ex general Martínez Anido. A machetazo limpio se suprime en cuarteles y puestos de Policía al desdichado que ha tenido la torpeza de incurrir en la ojeriza de las autoridades gubernativas... Verdad es que no siempre emplea la Dictadura procedimientos tan expeditivos. A veces se contenta con castigar a sus adversarios menores o a los demasiado importantes con la cárcel, el destierro y las palizas en la vía pública. Para esta última misión, tan profiláctica como persuasiva, existe una banda perfectamente organizada de rufianes y prostitutas, que viene actuando con verdadero acierto, sobre todo en las calles de la Habana. He aquí lo que a tal respecto afirma el documento que muy pronto verá luz, editado por el C. R. I. C: "Varias damas honorables fueron desnudadas en la calle por las prostitutas que componen "La Porra" y que protege la Policía."

 ¡Pruebas! Las pruebas en el papel son difíciles de encontrar, cuando no imposibles.

 Pero las acusaciones concretas, decisivas, que contra la Dictadura y sus hombres y contra sus delitos evidentísimos mantienen los más elevados espíritus de Cuba y en general todas las personas honradas de este país son pruebas plenas más que suficientes para convencer a cualquiera que no se obstine en cerrar los ojos a la realidad. Los hechos son harto elocuentes. Ellos bastan y sobran para justificar los pasados movimientos revolucionarios y el que muy pronto habrá de acarrear, en su impulso avasallador, la victoria definitiva. Los hechos son inauditos, pronto lo veremos.


 Luz, 1ro de marzo de 1933, p. 3.