lunes, 29 de febrero de 2016

domingo, 28 de febrero de 2016

De la locura ligada al espiritismo




  Américo de Feria Nogales

 Basta pasar la vista por la siguiente estadística, para convencerse del gran número de individuos que por locura ingresan en el Manicomio Nacional y cómo este número ha ido aumentando. 

  Años                   Entrados

  1895.................... 114
  1896.................... 262
  1897.................... 222
  1898....................  37
  1899.................... 257
  1900.................... 361
  1901.................... 564
  1902.................... 537
  1909.................... 992
  1910.................... 970

 Si examinamos los factores que pueden concurrir a la enajenación mental (sífilis, alcoholismo, depauperismo, etc.), vemos que en nuestro país no actúan ni más ni menos que en otras partes, teniendo más bien a nuestro favor, si apuramos el análisis, diferentes ventajas, y entre ellas nuestro relativo poco alcoholismo.

 Sin tratar de ahondar el problema y dejando a un lado el factor importantísimo de nuestras continuas agitaciones políticas y sociales que por más de medio siglo han conmovido a la sociedad cubana, impresionándola, excitándola; dejando a un lado todo esto, salta a la vista del observador menos diligente, un factor no despreciable, como causa de locura en nuestra patria y que hacemos tema de este pobre trabajo: el espiritismo.

 Y, en efecto, no es necesario mucho esfuerzo, para llegar a la conclusión de cómo han progresado en nuestra naciente sociedad republicana, las ideas más absurdas de lo maravilloso e incomprensible: es suficiente para iluminar con luz meridiana nuestro aserto, pasar la vista por las planas de nuestros mejores diarios y ver el gran número de sonámbulos, palmistas, quirománticas, espiritistas, etc., que se anuncian y que, indudablemente tienen cierto éxito.

 Ahora bien: ¿cómo actúan las doctrinas espiritistas en el cerebro humano hasta el extremo de llevarle a la perturbación de sus fisiológicas funciones? Dejemos la contestación de esto al psicólogo, y sin salirnos de nuestros estudios mentales, afirmamos desde luego, que los perturban porque son cerebros predispuestos. Pero ¿hasta llega esa predisposición? Seguramente que en algunos casos ésta era tan grande que cualquier hecho ocasional (una intoxicación, una impresión fuerte, etc.) hubiera bastado para hacer estallar la crisis mental; pero también es indudable que en otros casos esa predisposición hubiera pasado inadvertida si una impresión tan sui géneris como la producida por esas doctrinas espiritistas no hubiera venido a despertarla, poniendo en tortura un pobre cerebro no preparado e incapaz de discernir lo real de lo supuesto, lo verdadero de lo hipotético.

  Trabajo científico éste, no entra, ni puede entrar en él la discusión doctrinaria de religiones, desde el punto de vista sectario. Pero desde el punto de vista científico-mental, digamos que las creencias espiritistas son perturbadoras, debido a los análisis que ellas entrañan, porque al contrario de otras religiones (del catolicismo, por ejemplo) que exigen creencias ciegas de fe, en el espiritismo quiere comprenderse lo incomprensible, analizar lo que no tiene análisis y mirar para el pasado y para el porvenir como quien mira un paisaje al través de límpidos cristales.


 Hechas estas consideraciones, pasemos a estudiar ahora la locura ligada al espiritismo.

  María Luisa N., aislada en nuestro Hospital de Dementes, es una señora de unos 45 años de edad, de la raza blanca, estatura regular, más bien delgada que gruesa, color trigueño pálido, de mala dentadura, algo miope (usa espejuelos) y de orejas regulares, con lóbulos adherentes. Al escribir estas líneas, está tranquila, se conduce bien, ayuda al costurero del Asilo y no exterioriza delirio, ni fobia, ni nada anormal. Nos pide el alta por considerarse bien de su estado mental y muy en breve, efectivamente, le será concedida.

 Esta señora ingresó en el Asilo el día 27 de Junio de 1910: la acompañaba también, en calidad de enajenado, su esposo José D. M. En el historial clínico de la observación a que fue sometida en el Hospital Número Uno y que se acompañó a su ingreso, se atribuye su locura “a la predisposición orgánica despertada por las prácticas del espiritismo”.

 Hemos seguido este caso día por día: hizo su ingreso bastante excitada, cantaba, reía y era agresiva con sus compañeras; hablaba con incoherencia de los espíritus. De una observación fecha 30 del mencionado Junio, copiamos: “Tan pronto ríe como canta; no hace caso a nadie; se excita muy a menudo y es agresiva: dice que ella es la virgen y que por eso es religiosa, pero al momento dice que es el diablo; habla constantemente, con mucha incoherencia y es alucinada: todo lo tira y lo rompe. Por la noche no duerme, hablando constantemente, como por el día”.

 Este estado de agitación en el que es agresiva con sus compañeras y sufre alucinaciones de la vista y del oído, le duró hasta los primeros días del mes de Octubre. En lo adelante se observó tranquilidad y empezó a ser obediente. Poco a poco se fue reintegrando a su estado normal, hasta no presentar actualmente nada de particular, si bien es verdad que continúa creyendo en las doctrinas del espiritismo.

 Hablando con ella nos dice, que en su casa todos son espiritas; que tiene una hija, que es muy adelantada; que su esposo es, también, un buen espiritista, desde la guerra del 68, y que ella lo fue últimamente al convencerse de la verdad de esas creencias.

 J.D.M., esposo de la citada M.L.N., es un hombre más bien alto que bajo, de unos 50 años de edad, de cara asimétrica, con estrabismo y de orejas sumamente grandes y separadas de la cabeza, con grandes lóbulos no adheridos. En el historial clínico de la observación a que fue sometido se atribuye su locura “a la predisposición orgánica despertada por las prácticas espiritistas”.

 En una observación fechada el 10 de Julio de 1910, se lee: “El asilado J.D.M. continúa creyendo en sus ideas espiritistas; cree ser poseedor de la gracia para poder curar, y a los asilados -sus compañeros- que se oponen a su tratamiento, suele pegarles. Ha tenido días de excitación maniaca. Come y duerme bien. Buena salud física actual”. Un poco después, el 20 de Julio: “Continúa igual, ahora duerme poco y ha estado muy excitado, víctima de sus alucinaciones”.

 A fines de Agosto se vio tranquilo y como en un estado de depresión, sin hablar con nadie. Más adelante se excitó algo, y desde entonces viene pasando por períodos de excitación y de tranquilidad, siendo siempre sus ideas delirantes, incoherentes y de un fondo espiritista.

 Este individuo ha estado otra vez en Mazorra y aunque salió en concepto de mejorado. Nunca ha estado bien de salud mental.
 


 J. S. H., es una joven de raza blanca, de 22 años de edad y que ha estado dos veces en este Hospital. Presenta, como estigmas físicos, adherencias en los lóbulos de las orejas y profundidad de la bóveda palatina.


 En su historial clínico se lee: “Ignórase si en su familia ha habido locos. Se atribuye su enfermedad al espiritismo”. Del mismo historial clínica extraemos: “Desde su ingreso ofrece alguna incoherencia, acompañada de excitación, locuacidad y delirio de actos”. “No ha sido posible entregarle una carta de sus familiares, ni leérsela, por no prestar atención y encontrarse muy agitada”. “Se encuentra tranquila y presta atención a lo que se le dice”. “Se acentúa cada vez más la mejoría”.

 Y.P.G., es una señora de 42 años de edad, estatura pequeña, delgada y de consistencia débil. Ingresó el 6 de Agosto de 1909, permaneciendo a su ingreso en cama, porque decía que los médicos espiritistas le habían operado de apendicitis, razón que tenía para negarse a tomar alimento. En una observación del 14 de Agosto, consignada en su historial clínico, se lee: “Nos manifiesta tener creencia en los espíritus, pues muy a menudo habla con ellos”.

 Estudiando el historial clínico de esta enferma, encontramos que en los meses de Septiembre, Octubre y Noviembre, remitió su afección, pasando por una fase tranquila y durante la que se le vio algunas veces buscar los lugares más solitarios, sentada y sin hablar con nadie. En Diciembre se volvió a excitar, cantando y rezando en voz alta. Esta excitación le duró hasta fines de Marzo del año siguiente, en que volvió a estar tranquila, para volverse a excitar en Julio, por otros cuatros meses, en los que rezaba y besaba a los ángeles y espíritus. Noviembre, Diciembre y Enero, lo pasó tranquila, aunque siempre perturbada. Actualmente se encuentra excitada, pidiendo el alta y diciendo que ella nunca ha sido loca.

 En el historial clínico, se lee este diagnóstico: “Locura sistematizada”.

 Pudiéramos seguir citando casos, pues en realidad abundan las locuras ligadas al espiritismo en nuestro Hospital de Dementes; mas nos conformamos con los expuestos, primero, porque ellos encierran las diferentes modalidades de esta clase de enajenación mental, que hemos estudiado; y segundo, por nuestro deseo de hacer este trabajo lo menos largo posible. 


 Ahora bien: por los casos expuestos, y por otros que hemos observados, podemos establecer las siguientes conclusiones:
 1. El espiritismo es en nuestra sociedad un factor no despreciable de enajenación mental.

 2. Que estas doctrinas pueden actuar como causa ocasional de locura en los predispuestos.

 3. Que la locura ligada al espiritismo puede ser causa de contagio mental, observándose en estos casos algunas leyes establecidas en la locura a dos (mayor inteligencia en el contagia, vida parecida, etc.). Más aún, que puede establecerse una verdadera epidemia como la que se desarrolló en Oriente y a la que se refieren las siguientes líneas que copiamos de un dictamen fiscal (aceptado por la Sala de Audiencia de Puerto Príncipe) oponiéndose a la salida de un asilado del Hospital de Dementes, procesado por homicidio y lesiones graves, dice: “...que ya desoyó los consejos y advertencias de su familia y allegados para que abandone las prácticas espiritistas, antes de la perpetración de los hechos, y tanto más probable es la recidiva cuanto que el lugar de su residencia está próximo a Santiago de Cuba, centro de la secta de este territorio, donde se publican periódicos espiritistas y se hace propaganda que llegó a trastornar el orden de un barrio rural...”

 4. Que el síndrome que comúnmente se desarrolla en esta clase de locura, es el de éxtasis maníaca acompañada de rasgos semiológicos propios: alucinaciones de espíritus, delirio religioso, creencias en poderes curativos, además de agitación, incoherencia e impulsos agresivos. Después de este estado de excitación maníaca, que varía desde menos de un mes hasta más de un año, tiene un período de calma, de tranquilidad que termina en la curación de los pocos predispuestos y que no es nada más que una remisión en los muy predispuestos, en los que se observa tendencias a la sistematización.

 5. Que esta locura por espiritismo es muy peligrosa, puesto que en el período de excitación –debido a las creencias de espíritus malos apoderados de personas, a las comunicaciones que se creen recibidas y a las alucinaciones e ilusiones que padecen– hacen agresivos a los pacientes. Hemos recibidos muchos casos de individuos enajenados, procesados por homicidios o agresiones a sus familiares.

 6. Que en estas locuras son muy fáciles las recidivas, porque al volver a sus casas los que la han pasado, vuelven a su antiguo medio, a los mismos usos, a las mismas costumbres, bajo las mismas influencias, a las mismas creencias. De aquí que se observe muchas veces que esta locura en un individuo determinado tome la forma de locura periódica.

 7. Que el tratamiento de esta clase de afección es la secuestración del individuo, lo más pronto posible; evitándose así acaso la sistematización, por una parte, y los peligros que entrañan, por otra; además de los distintos medios que la terapéutica enseña (baños calientes prolongados, clinoterapia, purgantes, reconstituyentes, etc.) y que lo vuelva el individuo, una vez reintegrado a su estado normal, al antiguo medio, sino que cambie de vida, de relaciones y localidad.

  Conferencia presentada al II Congreso Médico Nacional, celebrado en La Habana en febrero de 1911. Reproducida en La Habana Elegante, no. 31, otoño de 2005.



 Américo Feria Nogales (Holguín, 1872-La Habana, 1956).

 Bibliografía:

 Algo sobre política económica, La Habana, Imprenta de Rambla y Bouza, 1904.

 De la hemiplejía a la epilepsia parcial, La Habana, Imprenta Militar, 1909, 8 p., y Crónica Médico Quirúrgica de la Habana, 1909; 35:315-21.

 Contribución al estudio de la epilepsia, etiología y patogenia, La Habana, Imprenta Militar, 1910, 23 p. 258. 264. Feria A; y Crónica Médico Quirúrgica de la Habana, 1910;36: 431-40; 443-8 y 461-7.

 "De la locura ligada al Espiritismo", Américo de Feria (también "Consideraciones sobre el espiritismo como causa de locura en Cuba"), Archivos de Medicina Mental, 1911, año 2, mayo-junio, no 5 y 6, pp. 116-20; y Actas y trabajos del Segundo Congreso Médico Nacional, celebrado en La Habana del 24 al 28 de 1911, La Habana, La Universal, 1911.

 Elementos de patología mental, La Habana, Rambla, Bouza y Cía, 1915, 409 p.

 “La locura en nuestras razas", Vida Nueva, 1919, Vol. 11, no 2, pp. 35-37.

 "Teoría coloidal en sus relaciones con las psicosis", Presentado a la Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología el 28 de abril de 27, Vida Nueva, 1927.

 Psiquiatría. Orígenes de las locuras. Su etiología y patogenia a la luz de los nuevos conocimientos de psicología experimental, biología y teoría coloidal, y su tratamiento racional y positivo por las equilibrinas, La Habana, Cultural, S A. , 1928, 170 p.

 La vagoastenia, La Habana, 1929.

 Otros trabajos: "Contribución al estudio de las neurosis"; "La demencia precoz", "Síndrome de manía y melancolía" "Tratamiento de la parálisis general".

 Dirigió, El Oriente, Periódico biográfico, político y literario.




viernes, 26 de febrero de 2016

Américo Feria Nogales o la psiquiatría que cura


 
   Pedro Marqués de Armas


 Carlos Loveira lo menciona en su novela Generales y doctores. En 1895 fue deportado al Castillo del Acho, en Ceuta, donde estuvo prisionero hasta el final de la guerra. En la República ocupó puestos importantes en el entramado médico-político.

 En 1910 era subdirector de Mazorra, y colaboraba habitualmente en Archivos de Medicina Mental, órgano de prensa de la Clínica Malberty alrededor del cual se establecería -al año siguiente- la primera Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología.

 En 1911 presentó al II Congreso Médico Nacional una ponencia titulada “De la locura ligada al espiritismo”. Ya entonces destaca por sus estudios sobre epilepsia y demencia precoz, y se sitúa de pleno en la corriente organicista kraepeliniana, aunque a la vez cercano a las tesis sobre el contagio y la locura colectiva sostenidas por autores franceses.

 Más tarde, colaboró con el criminólogo Israel Castellanos, a quien facilita fotografías y autopsias de enfermos de Mazorra que aquel utiliza en la elaboración de su atlas A través de la criminología (1914). Castellanos aseguró haber escudriñado en dichas autopsias en busca de la llamada “foseta vermiana”, detalle anatómico supuestamente hipertrofiado en ciertos epilépticos, cuyo hallazgo probaría las tendencias criminales.

 En 1915, Feria publicó en Rambla y Bouza el grueso volumen Elementos de patología mental. Se trata del primer libro de psiquiatría con fines docentes editado en Cuba. En él expuso la clasificación de Kraepelin, tal como fue configurada por los seguidores del gran organicista alemán. Describe, además, prácticas como el non-restraint, el open door, la clinoterapia y el uso de celdas acolchadas, entre otras novedades de la reforma intrasilar.

 Uno de los textos más significativos de Feria es sin dudas “La locura en nuestras razas”, publicado en 1919 en la revista Vida Nueva. En este artículo negó que existiera una “locura típica” de blancos o negros, pero aseguró, sin embargo, la existencia de “caracteres psicológicos propios de cada raza” que, junto a aspectos como el clima, la educación, la alimentación, la pesadumbre y los atavismos, suponían una mayor o menor incidencia de determinados trastornos.

  A su juicio, la manía predominaba en hombres blancos, mientras los negros eran propensos a la melancolía. En la mujer, por su parte, la manía era más frecuente en las negras, mientras la melancolía lo sería en las blancas. Al romperse el equilibrio mental, según Feria, se desatan en el blanco las “pasiones reprimidas” y su lucha adquiere la forma de defensa maníaca; en tanto en el negro “se ahonda la pasividad”, expresión de un pasado de sufrimientos.

 Feria advirtió la baja incidencia de Parálisis General Progresiva (producto de la sífilis cerebral) entre afrodescendientes, reservando esta categoría a “artistas y gentes de café”.

 Señaló, asimismo, la mayor frecuencia de locuras supersticiosas por brujería, entre los negros, y derivadas del espiritismo, en los blancos.

 Los negros, dijo, exhiben, al enloquecer, rasgos atávicos del arte y la religión africana: fetiches, armas primitivas, gestos bizarros que recuerdan sus bailes, y pájaros y animales raros.

 Castellanos elogió el artículo, expresando que era uno de los mejores estudios que se hubiera realizado sobre la “psique cubana”, y lo opuso, incluso, a las consideraciones de positivistas italianos como Locard, Mariani, Falco, y el propio Lombroso, quienes se expresaran con anterioridad –curiosamente, a partir de una colección de fotografías de presidiarios que Fernando Ortiz donara al Museo de Antropología de Turín (sólo Federico Falco había realizado investigaciones directas en el presidio de La Habana)- sobre los rasgos antropológicos dominantes en criminales y epilépticos cubanos. 

 Pero la obra más interesante de Américo de Feria tal vez sea la que tituló Orígenes de la locura. Su etiología y patogenia a la luz de los nuevos conocimientos de psicología experimental, biología y teoría coloidal. Y su tratamiento racional y positivo por las equilibrinas (1928, Cultural S.A), un avance de la cual expone ante Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología en su ponencia "Teoría coloidal en sus relaciones con las psicosis" (1927).

 Intentaba inscribirse con ella en el nuevo modelo organicista que, justo entonces, comenzaba a estructurar la psiquiatría tanto en Europa, como en Estados Unidos, concretándose en la experimentación con sueros y vacunas, y en el uso de terapias de choque y de la psicocirugía.

 Fenómenos como la anafilaxia, el medio humoral, las glándulas endocrinas y las propiedades del coloide -que en medicina supusieron notables avances- llamaron poderosamente su atención y le llevaron a conjeturar sobre los efectos presuntamente nocivos de las sustancias coloidales en el sistema nervioso, y su implicación en las enfermedades mentales.

 De la hipótesis pasó sin solución de continuidad a la terapéutica, y entre 1925 y 1928 llevó a cabo un ensayo de “desensibilización humoral” que consistía en inyectar a sus pacientes, durante sucesivas sesiones, un “dispersoide proteínico” que llamó Equilibrina.

 Con este preparado pretendía “inactivar” la acción tóxica del coloide sobre las neuronas corticales. Administró su Equilibrina a 26 enfermos maniaco-depresivos y a 4 diagnosticados de demencia precoz, todos recluidos en Mazorra. Y a algunos los dio por curados.

 “La psiquiatría que cura”, tal como titula uno de los capítulos, no resulta sino el sueño de una terapéutica que, aun hoy, no acaba de cuajar. Entonces legítimo, pues se intentaba superar el estancamiento implícito a la más controvertida de las disciplinas médicas, hoy ese sueño parece cada vez más una falacia o, si se prefiere, una ficción que, de tan extendida, deja corto a cualquiera de aquellos crueles o simplemente anodinos ensayos.


martes, 23 de febrero de 2016

El médico chino, la virgen de Jiquiabo, el Hombre Dios, Ñica la milagrera y otros «salvadores» de la humanidad





 Emilio Roig de Leuchsering 


 En nuestro manicomio nacional —no me refiero, queridos lectores, al Capitolio, donde moran, discurren —muy raras veces— y hacen locuras —con demasiada frecuencia— los beneméritos padres y padrastros de la patria— se halla recluida desde hace meses la más famosa de las  curanderas criollas de estos tiempos: Antoñica Izquierdo o  Ñica la milagrera, la que,  adaptándose a la época, tan pródiga en curanderos políticos, salvadores, a la fuerza, de sus pueblos, no se conformaba con curar los males físicos de los que a ella acudían, sino que también quiso meterse en camisa de once varas, pronunciándose, como cualquier politiquillo o apolitiquillo, contra la tan cacareada, y cada vez más lejana, Asamblea Constituyente, panacea mágica que remediará todos nuestros males políticos, económicos, etc., etc., etc. Amén.

 La milagrera Antoñica curaba con agua: agua de los ríos, y por eso encontró su Waterloo en La Habana donde, como bien saben y padecen sus moradores, el agua sólo existe… en las nubes y en estado de vaporización, pues ya ni siquiera llueve de vez en cuando. ¡Felices tiempos aquellos de la colonia en que la Divina Providencia, apiadada de los muy devotos habaneros, tenía siempre repletos de agua lluvia los aljibes, tinajas, tinajones y bateas!

 Pero no voy a referirme especialmente en estas Habladurías a la bienaventurada Antoñica, pues ustedes conocen tan bien como yo su santa vida y sus prodigiosos milagros.

 Quiero, sí, hablarles de otros curanderos, de uno y otro sexo, que florecieron en épocas pasadas, y cuyos nombres y hazañas han llegado hasta nuestros días.

 Hablaré en primer lugar del famosísimo Cham Bom-biá, el Médico Chino, cuyas curaciones fueron tan extraordinarias que de él ha quedado en nuestro folklore la frase ponderativa de la suprema gravedad de un enfermo: «No le salva ni el Médico Chino».

 Uno de los biógrafos de este milagrero, Herminio Portell-Vilá, refiere que Cham Bom-biá llegó a La Habana en 1858, estableciendo aquí su consulta, que era visitada por personas de  todas las clases sociales. Vivió después en Matanzas, con consultorio en la calle de Mercaderes esquina a San Diego, próxima a la residencia de la familia Escoto; y por último se trasladó a Cárdenas, pasando en ella sus últimos años, hasta su misteriosa muerte.

 Portell-Vilá lo pinta «Hombre de elevada estatura, de ojillos vivos y penetrantes algo oblicuos; con luengos bigotes a la usanza tártara, larga perilla rala pendiente del mentón y solemnes y amplios ademanes subrayando su lenguaje figurado y ampuloso; vestía como los occidentales, y en aquella época que no se concebía en Cuba al médico sin chistera y chaqué, él también llevaba con cómica seriedad una holgada levita de dril».

 En Cárdenas apareció por el año de 1872, instalándose en una casa de la Sexta Avenida, casi esquina a la calle 12, junto al actual cuartel de bomberos, en la que tenía su botiquín.

 Cham Bom-biá, si prescindimos del aparatoso ceremonial que usaba en su consultorio y en las visitas a los enfermos, puede ser considerado, más que como vulgar curandero, como un notable hombre de ciencias de amplia cultura oriental, que mezclaba sus profundos conocimientos en la flora cubana y china, como sabio herbolario que era, con los adelantos médicos occidentales.

 En Cárdenas realizó curas maravillosas de enfermos desahuciados por médicos de fama de aquella ciudad y de La Habana, devolviéndoles a muchos de sus clientes la salud, la vista, el uso de sus miembros.

 En el ejercicio de su carrera científico-curanderil, actuaba con absoluto desprendimiento, cobrando honorarios a los ricos, y conformándose con decirles a los pobres: «Si tiene linelo paga pa mí. Si no tiene, no paga; yo siemple da la medicina pa gente poble». Las medicinas las proporcionaba unas veces de su botiquín particular, y otras mediante recetas que eran despachadas en la farmacia china de la Tercera Avenida número 211.

 Cham Bom-biá llegó a conquistar gran popularidad en Cárdenas y en toda la Isla, convirtiéndose, según afirma Portell-Vilá, en el sumo pontífice de la medicina, lo mismo ayer que hoy, como bien lo expresa la frase popular que sobre él perdura, ya citada más arriba, y de la que existe esta otra variante: «A ése no lo cura ni el Médico Chino».

 Una mañana encontraron sin vida a Cham Bom-biá, tendido en el camastro de la casa que siempre habitó solo en la Perla del Norte. Nunca pudo esclarecerse la causa de su muerte, atribuyéndola, unos, a un suicidio, y otros a algún veneno administrado por cualquiera de sus colegas, envidioso de su fama.

 De él quedan, además de su reputación elevada a la estratosfera, estos versos que los mataperros callejeros aplican a todos los orientales:

 Chino manila,

 Cham Bom-biá:

 Cinco tomates

 Por un reá.

 Casi en la misma época que el  Médico Chino hacía milagrosas curaciones en Cárdenas, sobresalió por Las Villas, en el caserío de Jiquiabo, término municipal de Santo Domingo, una curandera, que desde niña era conocida por sus milagrerías: Rosario Piedrahita, llamada la Virgen de Jiquiabo o la Vieja de Jiquiabo o Nuestra Señora la Virgen de Jiquiabo.



 Esta curandera no usaba agua como Antoñica ni yerbas como el Médico Chino, sino pañitos pertenecientes a las ropas interiores del enfermo o de la persona que deseaba prosperar en sus negocios o conservar su salud. Ya en poder de esos pañitos, la Virgen de Jiquiabo se encerraba en su cuarto para hacer sus conjuros o burlarse a solas de sus crédulos pacientes, y una vez  benditos los pedazos de tela los entregaba a éstos. Los  pañitos, aplicados a la parte enferma, guardados en los bolsillos o conservados tras las puertas, debían resultar eficacísimos para curar una herida, un dolor, un grano, aumentar la familia y traer la paz a los matrimonios averiados.

 Según parece, esta embaucadora ejercía especial influencia sobre los alcaldes, pues logró catequizar a dos de éstos, uno de Villaclara, Juan Manuel Martínez, quien, según refiere Antonio Berenguer en sus Tradiciones Villaclareñas, dicho mayor, muy querido y respetado en el Municipio, ya entrado en años y cargado de achaques, acudió a los pañitos de la Virgen de  Jiquiabo. Pero cansado de no obtener éxito, quiso comprobar los poderes sobrenaturales o la charlatanería de la Virgen, enviando al efecto a tres limosneros del pueblo: un chino casi ciego, un negro viejo de nación y un gallego que se hacía más el enfermo de lo que en realidad estaba, a que se consultaran con la milagrera. Regresaron los tres, y a preguntas del alcalde el chino contestó: «Señó alcalde, ya yo ve poquito menos». El negro viejo: «Yo, mi señó, llevé quebradura y un espolón en la pata y yo viene con quebradura botá y do espolón que no dejan caminá». Y el gallego: «Yo llevé mis ahorros que quise aumentar, poniéndome un paño en los bolsillos; al venir me extravié, unos ladrones me robaron y sólo me dejaron este pañito que no me sirve ni para secarme las lágrimas». Ante este triplemente desastroso resultado, cuenta Berenguer que el bueno del alcalde se encerró en su cuarto, se quitó los paños y los arrojó violentamente, diciendo: «Esa vieja es una embaucadora, hoy mismo la mando a prender».

 El otro alcalde engatusado por la Virgen de Jiquiabo fue, según cuenta Herminio PortellVilá, el mayor de Cárdenas en 1882, don José Belaunzarán y Galarraga, quien trajo a la milagrera a su casa para que lo atendiese a él en sus males y también a la señora alcaldesa, no menos estropeada en su salud que su amante compañero, el señor alcalde.

 Y la residencia del alcalde se convirtió en la Meca de todos los enfermos de la población; pero si la Vieja de Jiquiabo ejercía sus curanderismos sin interés alguno, el señor alcalde y la señora alcaldesa se convirtieron en managers económicos de la milagrera, cobrando tres pesos por cada  pañito bendecido en el consultorio y cinco pesos si había que ir al domicilio del cliente, con honorarios mucho más altos para los ricos de la localidad. El negocio produjo tanto que algunos cardenenses lo hacen ascender a más de $20.000. Pero el cívico periodista Pedro Sust y el notable poeta Federico Torres Rangel desenmascararon a la  Vieja, al alcalde y a la alcaldesa, realizando contra ellos lo que hoy se  llamaría un  acto de calle, con todos los enfermos, cojos y desgraciados a los que la Virgen de Jiquiabo les había tomado el pelo, y el alcalde y la alcaldesa sus dineros; y la Virgen, dando tusa se corrió hacia el Jiquiabo, y el mayor y la mayora tuvieron que dar 10.000 pesos de lo recaudado para la construcción de una sala de inválidos en el hospital de Santa Isabel.

 Desde entonces los cardenenses miran con prevención a todo el que viene ofreciéndoles milagros, curaciones, bienandanzas, por temor de que los tales prodigios sean «como los pañitos de la Virgen de Jiquiabo».

 Fernando Ortiz, en su vieja costumbre de desnucar santones, milagreros y hombres providenciales, demostró en documentado artículo que la tal  Virgen de Jiquiabo ni siquiera tenía el mérito de la originalidad, pues sus pañitos habían sido usados algunos siglos antes por un ermitaño español, guardián de la Virgen de Godes, que se venera en el pueblo navarro de su nombre, para reaparecer, «siglos y mares de por medio, en las análogas maravillas de la carnal y criolla Virgen de Jiquiabo».



 El último curandero criollo que voy a citar figuró en tiempos republicanos, el año 1905, y era conocido por «El Hombre Dios, llamado en realidad Juan Manso, y habitaba en la loma de San  Juan. Era de rústico aspecto, vestido con burda filipina oscura y provisto de hirsutos bigote y patilla. Curaba mediante pases sobre la cabeza de los pacientes».

 El gran periodista Manuel Márquez Sterling le dedicó un artículo en la revista El Fígaro, de aquel año, refiriendo los detalles de la visita que le hizo, «una tarde bajo los rayos de un sol que tostaba las entrañas de la tierra».

 Este  Hombre Dios, que logró, como el  Médico Chino y la  Virgen de Jiquiabo, atraer a las muchedumbres ávidas de hazañas sobrenaturales, ha quedado olvidado, como lo será también, o lo es ya, Antoñica Izquierdo, y como han de desaparecer, igualmente, del recuerdo de sus pueblos, en lo que a sus providencialidades se refiere, todos aquellos santones y autores de prodigios que, ayer como hoy, han tratado de vivir de sabrosos, satisfacer su afán de lucro, sus perversos instintos o su vanidad, con la engañifa de salvadores de su pueblo, del mismo pueblo que explotan y atropellan, a su gusto, capricho y conveniencia.