martes, 29 de enero de 2013

El hombre en la ventana





  Alessandra Molina


 Leer los aforismos de Georg Christoph Lichtenberg es encontrarse de continuo con su figura del hombre en la ventana. En una traducción al español ha sido usada como subtítulo para señalar el carácter autobiográfico de una de las secciones, lo que no deja de sugerir que volverá a aparecer en muchos otros momentos. Ventana, vano del que un huésped amable se retira –ha permanecido en ese lado de la casa lo mismo que sobre sus piernas y sus riñones–, para que también nosotros podamos estar. Los codos encajan en el marco mientras por encima de la cabeza queda un filón de aire, pájaros y astro. El hombre en la ventana es la puesta en escena del acto de escribir, por eso incita tanto y acaso más que un razonamiento. Umbral que cabe entero en un cono de lámpara, como entre luz y sombra pasan la mesa de sostén y un libro, la escritura y las horas. El deseo de Lichtenberg de que cada quien viera y pensara por sí mismo, nos regala ese preámbulo, solaz que fortalece nuestra confianza y la hace romper en un paso sostenido de galope: nos ponemos a imaginar nuestra posibilidad de escribir. Durante ese tiempo en que imaginar que se escribe vale tanto como la escritura misma, cuánto más no avanzan nuestras ilusiones si ésta nos es presentada a escala de unos objetos y de un sitio donde pudo tener lugar. (Y para alguien dotado las cosas serán diferentes sólo en la medida de su gran espera.) ¡Con qué exaltado bienestar se está en esos elementos que no son la escritura pero pueden atesorarla!: la mesa, el vino, los libros, unas papas humeantes, los amigos que visitan, un paseo en soledad, un paseo con alguien, la vigilia nocturna, la reclusión en casa… Aunque Lichtenberg es todavía más ágil que todo nuestro entusiasmo a la luz de una lámpara, y otra vez deambulamos por la casa, recodo, pasaje de una idea.


Algo de sus óleos





  Caridad Atencio



 Están entrando en Cristo por sitio no sagrado. Vienen a desgarrar los clavos propios, la costilla expandida que Adán pobló de bruces. “Ciega me gustas, sorda, vuelco de res abierta sombreando la camilla: ruedas sobre el enigma”. Casa que me escogió para exhibirme presa. Estoy tocando mi silencio. Hay sueros para canes y una rara molécula para tornar verdes los ojos, verde la tarde, el trino como el agua. Verde es la ciencia. Frida, ya lo ves, palpo tus senos verdes. El trino como el agua: rostros incontenibles. Y marcan la oquedad entre tus cejas, llegan al lienzo, yo: fin del cercado, la espuma de la esquina. Las puntas de tus senos se alambican: nuestros pezones son de sangre. Bárbara la señal de estos vestidos en la angostura de los talles. Estoy en el camino y llevo en un zurrón Lo que el agua me ha dado para asistir mis culpas. La espera luminosa no viste de serpiente, pero algo de sus óleos le transita la vida.


lunes, 28 de enero de 2013

Duro de roer






  Damaris Calderón

 Hasta la quebradura de las rodillas, sus huesos habían sido siempre domésticos. Como los huesos de pollo que había visto en el caldo, en la sopa, cloqueando en el corral, antes de terminar triturados en los dientes del padre.
  -Guárdame este hueso como hueso santo.
 Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos con las propias falanges. Y si le salía un orzuelo, el tío milagrero lo curaba con una peseta caliente o con un mate, y si una verruga, con la cruz de un hueso, que había que enterrar en el patio para que se pudriera. Como los otros.
 La abuela se pudrió y quiso verlos a todos. Un racimo de plátanos para consuelo de una vieja: una familia.
 Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron de rabia y empezaron a morder lo que se les pusiera por delante. Y hubo que quitarle el bozal al perro y ponérselo en las piernas.
 Luego los huesos escaparon de casa, cogieron su propio rumbo. Y su vida fue simple, descarnada. Como una articulación.


Imagen






 Reina María Rodríguez


 He visto el trasero de un puerco esta mañana. El puerco venía amarrado a una bicicleta y atravesado de lado a lado debajo del coche; pasaba la Avenida de Italia, una de las más céntricas de La Habana, como ya dije. Pasó frente a semáforo, frente a los peatones, frente a Variedades de Galiano (perteneciente a la cadena Imagen, según me enteré en mi recorrido). Entonces ese puerco que viajaba transversal, cuyo culo es rosado-beige, pertenece a la misma cadena. Su carne abierta aún gotea sobre el asfalto. ¡Siento pena por él! Y un olor a puerco achicharrado sale de la próxima esquina donde asan a un compañero suyo. Estoy mareada. Es ley que así sea. Los niños llevan puchas de flores al mar (mariposas blancas) y sonríen al verlo atravesar la calle. Los viejos venden “chucherías”: el café que le dan en la bodega, los cigarros, la pasta dental, y juegan con chapas de botellas vacías en la acera. Uno, al pasar, me piropea y toca una clave prieta con la que pretende detenerme y cantar. Aparto la cabeza y niego que quiero escucharlo. Se molesta. El mar, el puerco, el sol, la luz contra las chapas hacen una intersección pintoresca y me pregunto, si es real que estoy aquí, que amanezco con ellos. Árbol, flor, puerco espín, como en las composiciones de la escuela.
 Vuelo a ser una niña floreada con la maleta de metal reluciente, donde unas bailarinas danzas piruetas sobre la merienda. Llevo un cintillo color mamoncillo. (Mamoncillo y azul es el color para este día). “¿Podríamos haber vivido mejor?” –me pregunto, porque conozco la respuesta. “Naturalmente” –me respondo, y sigo de largo. Quisiera caminar hacia atrás, con  la ilusión óptica de esos asientos invertidos de trenes más veloces, pero el entusiasmo por ser diferentes me cegó y cambié de posición dentro del tren.
 Soy como ese puerco atravesado en el coche de un bicicletero y seré vendida en la plaza mayor. Cruzo el portal, la misma acera pedregosa, el mismo semáforo sombrío y la anciana María con su saya también al revés me señala, abriendo descomunalmente una boca con dentadura postiza, el fin de la apuesta que con ella inicié. El cuchillo con el cortaré las mitades truncas, hinca. ¿Cree o no creer? Más allá, hacia la esquina, colocan urnas de cartón pintadas donde la población votará.
 El tiovivo sigue detenido y la niña que fui salta solita con sus trenzas sucias sobre los caballitos coloreados. “¡Cinta roja entre las trenzas!”, dice María y recoge la imagen que le regalan, doble.  Mariposas, derrumbes, fosas abiertas. Se baja del tiovivo. Los alrededores son yerbas que otros pisotean, no caminos. ¿Dónde tengo un jardín, un amigo? ¿Dónde esa nube particular y borrosa de ayer?
 Todos son extraños, desconocidos, gente, gente…
 La cadena Imagen me estafa. No conozco la carne de puerco espín, las mariposas blancas, el trébol de ocho puntas que persigo. (La disminución de pretensiones conduce al estado de la mendicidad sostenida.) El manicomio local, municipal, su explanada frente a mí que no puedo torcer el destino. Aceptamos la rigidez de la imagen, las urnas paralelas, la encomienda cotidiana: todo perfecto porque está vacío. ¿Dónde están los tiovivos de mi infancia? ¿Los relámpagos? Y el grito, de que dispongo ahora, viene de otra voz y me sobrecoge.
 Soy una turista, indiferente a la sangre del puerco que se pega al asfalto; indiferente a la curvatura que hace la bicicleta al doblar junto a mí. Entonces, el juego al Monopolio en un cartón grande con figuritas que valen cualquier precio: vidas, casas, situaciones, arrepentimientos. Pero tanto me acomodo a fingir que sigo dentro del juego (y del tablero) colocado al fondo.
 ¿Aspiraciones?, ¿preguntas qué cuáles son mis aspiraciones?
 Pura bachata cubre de flores blancas la impertinencia de una anciana (que no es María, que no es Marina) que no deja de parlotear. Regreso por sus ojos caídos, por su piel como ropa estrujada. “No es nada, digo, no es nada”. Y ensarta una agujeta con la que cose el color mamoncillo del día a la cinta roja en las trenzas. 

  Tomado de Variedades de Galiano


viernes, 25 de enero de 2013

El camino del cementerio





 Soleida Ríos


 Había mucho movimiento y podría ser festivo porque me veo andando con un muchacho yendo y viniendo entre edificios muy iluminados. El muchacho es alto y delgado, no creo que lo conozca. No es Gigi. No es aniñado ni lacio como Gigi. Sin embargo, tenemos un acercamiento. Hay entre nosotros una sensación de espera de lo que va venir, un cierto grado de calor que yo he sentido erótico y no existe con Gigi. Ese movimiento nos reúne con otras personas. Parece que es festivo aunque, pensándolo bien, puede haber otras razones. Pero nada de esto es lo me interesa.
 Por la mañana, como en un semisueño, hago por recordar lo que había visto antes, lo que en verdad me interesaba. Esforzándome para recordar, de pronto, salto en la cama. Un ratoncito me cruzó por encima, o me rozó, o vi que iba a rozarme. Salté en la cama, no es que soñara que saltaba. Salté y pude recorder. Lo que había visto antes era un grupo de personas que iban por el agua, por un río, para el cementerio. Caminaban en el agua rumbo al cementerio. Yo los veía de espaldas, veía el boscaje, los árboles, no el verde de los árboles, y el agua y los pies en el agua. Yo no iba. Y se lo comenté a alguien, ése que no era Gigi, “no voy al cementerio”. Parece que había que ir al cementerio, masivamente. No me interesaba ir al cementerio y además no quería tomarme el trabajo de ir por dentro del agua. La otra persona, que no es Gigi pero ahora sé que tampoco es el muchacho de la espera, me responde que yo tendría que ir alguna vez y yo insisto que no.
 -Nunca.
 El Camino del cementerio antes era otro. Eso lo sabía, lo tengo claro, y la persona con la que hablo también lo tiene claro. El Camino anterior era otro, por tierra, como debe ser, y lo han utilizado para otras cuestiones. Esa persona me hace ver, con excesivos argumentos, que el cambio de Camino obedece a una necesidad y, como ya es un hecho el camino a través del agua, dice que yo tendría forzosamente que ir también por ahí, igual que los demás. Pienso, o le digo, que a mí lo que molesta, lo que me hace trinar no es ir al cementerio sino ir obligatoriamente y por un camino que no es el Camino del cementerio.

 Calle Concordia, domingo, 12 de agosto de 1990. 


domingo, 20 de enero de 2013

Se vio llegando al aereopuerto



  
 Magali Alabau 


 Se vio llegando al aeropuerto sórdido como las noches invadidas de sombras. No podía vestirse. Trató de ordenar la ropa y no pudo. Tengo que sentarme. De todas formas, tengo que vestirme. Ya tengo el pasaje y me están esperando. Cualquier cosa, cualquier camisa, los zapatos. Tengo frío. Todo lo que pueda imaginarme es poco. Tengo al frente la maleta. No es la misma que traje. Aquella la boté enseguida. Estoy atolondrada. El más pequeño error en el pasaporte, un nombre mal puesto en cualquier papel me puede rendir sospechosa. Todavía quieren que les lleve regalos. Como siempre, se han salido con la suya. Me tienen de vuelta, en sus manos, moribunda, empequeñecida y muda. ¿Cuál será el aparato que tendrán listo para mi demolición? ¿Cuánto tiempo hace que estoy acá? No me acuerdo. He perdido la memoria. Registrarán todas mis pertenencias. Uno a uno todos los recuerdos serán interrogados. Los aeropuertos me perturban. Me dan miedo. Entrar en ellos, no poder salir de ellos. Tengo que mantenerme rezando. Eso sí, el corazón aguanta. Aguanta palos, corazón. Rájate que me harás un favor grande en este momento. Pero el corazón es un escorpión más que te echa en el mar lleno de guijarros. Tengo un dolor implacable. Nadie lo sabe. Yo no puedo ir a ese lugar, si entro no me dejarán salir. Mis peores pesadillas se aúnan todas al presente. Estoy presente para encarcelarte. Que todos sepan que si no regreso no es porque soy culpable. No, no he hecho nada malo. Algo malo debes haber hecho. Mírate. Me miro. Mírate en ese espejo. ¿No te da vergüenza tener el pelo tan corto? Si me creciera durante el viaje. Pero el viajecito dura solo un par de horas. Ojalá que el pelo se me caiga por completo. Les diré que es la quimioterapia, que estoy enferma. Que todo este tiempo lo he pasado enferma, extrañando las palmeras, los cocos, el agua del Cienfuegos Yacht Club, el olor a salitre, el azul transparente del mar. En la baranda pasaba el tiempo contemplando el agua. Hay mucho mar en Cienfuegos. En la mazmorra que te meteremos, niñita, te crecerá el pelo. Tendrás agua para jugar. Veinte años más de juegos y rejuegos. Nadie te reconocerá cuando salgas de aquí. Todo el mundo estará muerto y para entonces estarás en el laboratorio y no te acordarás que tuviste otra vida, otra vida en otro país. No sabrás que tuviste pasado, estarás en las mismas, tratando de obtener memoria, desesperada, dando brincos en la jaula, clamando por recuerdos. La oscura noche, el descenso ya llega. Aparecen las furias: Bartolo, Cuco y Sergio. Cuco tiene una verruga que en cualquier momento explota, lanza unos grititos y me da pellizcos en la nalga. Cuco, el bromista del pueblo, el casadito con Haydee la flaca. A Bartolo es el que le toca quitarme los pantalones y a Sergio, ponerme los improperios. Ahora que los tengo frente a frente no les tengo tanto miedo. Sergio con su pata podrida. Ha sufrido tanto que es posible que tenga conmiseración de mis riñones. Nunca sospeché que yo terminaría en este lugar a merced del pasado. A la memoria hay que darle patadas. El pasado siempre vuelve. En realidad, no vale tanto, es una noche como hoy, qué más da acá que allá, siempre estará el aparato, el cajón donde entras y empieza todo a moverse. El que vaya o no vaya no cambia el hecho de que mi cuerpo tiembla. Las maletas que llevo tienen flores húmedas, arroz cálido para pájaros que no vuelan. Silenciosa vas y vienes deshaciendo las maletas en el vaivén de qué encontraré. Solo el amor abre las rejas. No dormiré, ya lo sé. Óyeme: no hay vigilantes. 


 Tomado de Diario de Cuba 

sábado, 19 de enero de 2013

Visita al Chateau





  Nivaria Tejera 


 El Chateau se abre a nuestras llamadas ávidas de espacio. Nos recibe un maniquí sin brazos prisionero temeroso del insomnio diurno. El relieve de sus párpados anuncia ya una fluctuante evasión tentadora.
 Ante nuestra irrupción las voces afieltradas rechinan de saliva. Ahí el Castillo, un invisible abismo tendiendo su árida fiebre, nubilidad eyaculatoria que espía de todos los rincones y tiende su trampa. El misterio se desprende de las columnas como un cuchillo de piedra.
 ¿Adónde mi castillo imaginado dentro de ese Castillo sin trazas de herrumbre, jamás habitado por fantasmas? Sus fantasmas son de palo con mueca de anticuario, un plano esfumado, paralizado ya. El sospechado apocalipsis pende estriado de nuestros ojos. Estamos aquí parados, a cuatro patas, arrastrándonos ante Ellos. Ellos: capiteles de escayola imitación a mármol.
 La suculenta mesa ofrece trazas de nuestra sangre vinosa. Todo resbala, se desliza, se escurre. El humo de los cigarrillos ya no vaga. La espuma luminosa de la vajilla en nuestras manos sirve de mirada al polvo. Una mirada cada vez más hueca. De cuánta nada nuestros rostros se fugan al fondo de los corredores suspendidos. Fría fiebre fría fruta podrida frío fuego el Chateau.
 Sin cesar arrastrándonos el frío envoltorio se rompe a veces y uno se queda desnudo, lamido por perros en fobia. Quejidos son ahora los animales, cajas de lamentos, tus torsos se van arqueando, se desprende su pelambre, cae como gralte a nuestros pies. Quedan flotando la lengua y los ojos.
 Emerge emerge con su milenario musgo de este hangar de chamarilero (atravesado de hojas muertas sin herida, hojas de trapo, estratos de muñecas abandonadas que reaniman sus murmullos de congelador) emerge emerge ante Ellos mi castillo imaginario pleno de olores de poeta, oh Rilke invitado a desplegar alas a tu cerebro arruinado incendiándote al frote de esta alinina evaporadora. En su interior la orgía romana, exaltadora de furia antigua, nos sumergiría en la irrealidad de la relación, en el desvelo de la prohibición y el desvarío de sus inventos castradores.
 Por Ahora el Chateau despereza su tenebrosa fiebre. ¿Dónde los árboles cayendo de su verde, la patética jungla que habíamos venido a respirar? El puente que comunicaba con el exterior se ha quebrado, las puertas crujen cerradas al viento, los corredores allá vestidos de luna atraen la locura mientras los cuerpos en fila india pierden forma y color. El oleaje en pleamar de los vitrales los hace naufragar.
 Nuestro amigo, el eunuco, arrastra hasta el Chateau sus lentas raíces a fin de encauzar el diálogo y mi canto de Sibila en los escabrosos altibajos de la cena. Mi Sibila plañe sus premoniciones. El amigo, solo, aplaude, mientras su labio leporino connubia la sonrisa del espanto y su ojo tuerto descompone el rollo de la cuenta numismática de Ellos. Condenado condenado, amonestan en su rabia, pero desde su ojo, de reojo, echa destellos anacrónicos el amigo y los ahuyenta el maldito. Nada nada nada responde a todo. Y se levanta aullando.
 Le seguimos por fin hasta su choza de enfrente a inventar un mundo.
 A nuestra espalda
 (Corteza de muerte
 Tumba de exilio)
 El Chateau.



  Foto de Antonio Axis, 1971. 

jueves, 17 de enero de 2013

Un crimen más que escalofriante





 Todo el país se ha estremecido de indignación al conocer el horripilante crimen cometido por el campesino Juan Pérez Landuy, quien después de matar a palos a su hija de 9 años, la enterró cerca de la casa donde residía.
 Matar a su hija a palos ¡qué horror!, se pide justicia para que el asesino reciba la máxima sanción que corresponde para tan desnaturalizado padre que según los informes recibidos se ensañó con su hija, infeliz criatura, como si se tratara de una alimaña.
 Claro que la pena de muerte está abolida, pero frente a un hecho como este no hay otro recurso correctivo que la pena máxima, de acuerdo con las leyes vigentes.
 Haciéndonos eco de la indignación popular es que interesamos que la justicia siga su curso en este hecho, pero que no se detenga, y que en este caso, mayormente, se cumpla la vindicta: ¡El que la hace, la paga!

 El País, 1951. 


lunes, 14 de enero de 2013

Le partió la cara probablemente con una manopla y todo por no haber publicado su fotografía






 UN CANTANTE LE ASESTó CONTUNDENTE TROMPADA EN EL ROSTRO CUANDO SE HALLABA EN EL ESTUDIO.

Fue necesario ingresarlo en la clínica del Sagrado Corazón donde los médicos, por medio de placas radiográficas comprobaron la fractura. Intervenido en la mañana.

 Víctima de una brutal agresión, se encuentra ingresado en la clínica Sagrado Corazón situada en la calle 21 entre 4 y 6 Vedado, el redactor de la página radial de la revista Carteles, Sr. Heriberto Espinet Borges, de 40 años de edad, vecino de la calle Figueroa 224, en Santo Suárez, quien a causa del hecho tuvo que ser intervenido quirúrgicamente esta mañana, por el Dr. Raúl Mena, por presentar fractura total del maxilar derecho.
 Al teniente Pablo Duarte, de la Tercera Estación de policía que se constituyó en la mencionada clínica explicó el Sr. Espinet que cuando se encontraba ayer tarde ensayando un programa en una importante radioemisora de esta capital, llegó a la misma el cantante de otra conocida radioemisora y levantador de peso olímpico, Manuel Torrente, solicitando hablar con él.
 En esa ocasión hallándose él sentado en una de las lunetas del estudio y Torrente de pie, éste le preguntó por qué no había publicado la fotografía suya en la sección que dirige en la revista, a pesar de haber salido triunfador en un concurso efectuado recientemente, a lo que le contestó que no había podido hacerlo ya que no poseía su retrato ni el del también cantante Gaspar Arias –molesto por ello, continuó diciendo Espinet-, Torrente sin otro motivo justificado, la emprendió a golpes con él, teniendo necesidad de intervenir los componentes de la orquesta “Timor y el de los Tex Mex”, quienes sujetaron al agresor, evitando que continuara atacándolo, aprovechando Torrente para marcharse de aquel lugar.
 Como quiera que en los primeros momentos no le dio mayor importancia al hecho se concretó a ponerse hielo en el rostro; pero al ver que el dolor persistía y que tenía floja una de las muelas, se dirigió a la consulta del dentista Dr. Orlando Cárdenas, haciéndole saber éste que debía ir a ver a un especialista ortopédico, por estimar que existía una fractura en el maxilar.
 Por ese motivo se consultó con el Dr. Raúl Mena, quien después de examinarlo y hacerle varias placas radiográficas, comprobó que tenía fracturado el maxilar inferior derecho, recomendándole que ingresase en la clínica, para someterlo a una intervención quirúrgica. Esta mañana, al visitar uno de nuestros reporteros al Sr. Espinet, en el mencionado Centro Benéfico, éste le relató que Torrente se hallaba desde hacía tiempo disgustado con él, ya que con motivo del concurso efectuado en la revista Carteles, y estimando que no iba a resultar triunfador, sustrajo una de las urnas que contenían votos, por lo que él se vio precisado a prorrogar el escrutinio final cinco semanas más, pese a lo cual, Torrente resultó ganador.
 Teniendo en cuenta la gravedad de las lesiones sufridas y unos rasponazos que presenta en el antebrazo izquierdo, estima el Sr. Espinet que su agresor lo atacó posiblemente con una manopla o una sortija de gran tamaño que usaba, extremos éstos que no puede precisar. 
 En las actuaciones efectuadas por la policía, se le hace saber al Juez de Instrucción de la Segunda que se practican pesquisas para localizar el paradero del cantante Torrente y proceder a su arresto.