viernes, 30 de diciembre de 2011

José Lezama Lima: Oigo hablar






Oigo hablar a un pájaro moteado:
cuacuá.
En la cabeza tres círculos verdes
y los ojitos que abren y cierran la noche.
Las banquetas para los violinistas
y en medio de la pechuga aljamiada
una garrafa saludando como en un minué.
Las levitas y los sombreros
manchados de luna, con alas pequeñas,
corrían a ocultarse detrás de los árboles.
Los violines también detrás de las hojas
crecían escindidos pisados por la escarcha.
El violinista de levita morada exclama:
cuacuá.
Y todos los trombones borrachos en la medianoche
saludaban, alzaban las ventanas,
elevaban por el aire el pelo del violín.
Una pausa y después se oyó:
cuacuá.
Los animales hablaban primero,
el pájaro perfeccionó el diccionario,
la orquesta sólo lo hizo girar, girar,
soltar sus espirales y recogerlas
en la manga con botones heráldicos.
El pájaro en su casaca de abril
nos regaló el lenguaje interpuesto,
el pelo del violín cruzado con el rameado sedoso,
el ojo del pulpo en el ancla al mediodía:
cuacuá.
El violinista con sus pelos angélicos,
impulsados por la orquesta y su tic tac
de escarcha amoratada, saludaba
de nuevo la hoja reverente
y dejaba caer una gota
hidrocéfala con los ojos sangrantes:
cuacuá.


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Defensores de la integridad nacional


  

 Los señores editores del ÁLBUM HISTÓRICO FOTOGRÁFICO DE LA GUERRA DE CUBA se empeñaron, hace algunos meses, en obtener nuestra cooperación para llevar esta obra a cabo, y no pudimos negarnos a sus instancias, tratándose de tan patriótico trabajo. Dirigiendo y redactando solos un periódico político, diario, apenas podíamos dedicar algunas horas cada mes al ÁLBUM HISTÓRICO FOTOGRÁFICO: con esto se conformaron los señores editores, cuando pudieran haber encontrado muchos escritores, más capaces y menos ocupados, que hubieran podido desempeñar con mayor lucimiento el encargo de trasmitir a la posteridad lo más bello, más grandioso y más memorable de cuanto ha ocurrido y ocurre en la presente época en la isla de Cuba.
 Buscando las causas de la preferencia que nos han dado los ilustrados editores y distinguidos artistas, creemos haberlas encontrado, al recordar la buena fe y la imparcialidad que hasta nuestros más encarnizados enemigos nos conceden: los señores editores del ÁLBUM, que han de fotografiar los paisajes y las vistas de donde se han verificado los más notables acontecimientos y han de trasmitir a la posteridad los verdaderos retratos de los hombres que en ellos han tomado parte, necesitaban un escritor que refiriese los hechos y tratase de los hombres con la misma verdad con que sacan las vistas y las facciones los aparatos de Daguerre.
 Por desgracia, nuestro escaso talento no puede reproducir, con tanta verdad como los aparatos de los hábiles fotógrafos, las imágenes de los hombres ni dibujar tan exactamente los hechos, porque el mundo moral es más difícil de retratar que el mundo físico y porque, en las cuestiones de la isla de Cuba, faltan todavía datos para aclarar ciertos negocios.
 Imposible es, por consiguiente, presentar al público relaciones de acontecimientos, biografías de personajes y otros escritos, con tanta exactitud como representarán las bellas láminas del ÁLBUM HISTÓRICO FOTOGRÁFICO a los personajes y las vistas de los grandes lugares: sin embargo, como nuestro deseo más ardiente es hacer justicia a todos, dando a cada uno la parte de gloria o responsabilidad que le pertenece, esperamos que nuestro trabajo será bien recibido por las personas ilustradas que comprenden cuánto importan en obras de esta clase la rectitud de la intención y el buen deseo de acertar que, hasta nuestros enemigos, han reconocido siempre en los escritos de

                             GIL GELPI Y FERRO.


 Álbum histórico fotográfico de la Guerra de Cuba desde su principio hasta el Reinado de Amadeo I, dedicada a los beneméritos cuerpos del ejército, marina y voluntarios de la esta Isla, con veinte y cuatro grandes fotografías de los distinguidos artistas Varela y Suárez, La HABANA, Imprenta “La Antilla” de Cacho y Negrete, Calle de Cuba número 51, 1872. 

 Ver Aquí


 Al pie de foto: "Defensores de la integridad nacional"

martes, 27 de diciembre de 2011

Obra maestra




  Recomendamos a nuestros lectores una visita al establecimiento fotográfico de los Sres. Fredricks y Cª para que vean el hermoso álbum regalado al Exmo. Sr. Duque de la Torre, por el ejército de Cuba.

 Es un magnífico trabajo, tanto por la belleza de las fotografías hechas por el Sr. Daries, como por la iluminación de ellas a la aguada, debida a la maestría del Sr. Herlitz.

 El libro que las encierra es también una obra maestra de delicadeza y gusto.


 Don Junípero, vol 2, 1863, p. 80. 

 
 

domingo, 25 de diciembre de 2011

Retratros con sus cajitas

 

 El laborioso joven D. Manuel Lozano, ha abierto su establecimiento de retratos al daguerrotipo en la calle del Obispo, en el almacén del buen surtido de Londres y París, donde por el ínfimo precio de 4 pesos los hace con sus cajitas con toda la perfección que acreditan los que tiene a la puerta y sirven de muestra y no dudo un momento en recomendároslo, mis bellas lectoras, así por la exactitud con que los saca, como por su finura, delicadeza y educación, y porque al mismo tiempo que tendréis reproducida vuestra imagen, para regalar a algún olvidadizo a quien sea preciso hacer que se acuerde, protegeréis a un joven paisano nuestro, como lo hago yo ahora, si es que de algo puede servir mi recomendación para vosotras.

 El Colibrí, 1847, p. 93. 

sábado, 24 de diciembre de 2011

Todavía los perros




  Julián del Casal


 Hace pocos días escribí, en las columnas de este periódico, una diatriba contra los perros, la cual me ha valido –a más del odio de algunas mujeres abyectas– que mi queridísimo amigo Antonio Delmonte, gacetillero de El País, a quien me encuentro unido por el triple lazo del cariño, del compañerismo y de la admiración, me dirija primero un elogio, que no le agradezco, porque desdeño los elogios de los amigos, y después una censura, que sí le agradezco, porque me proporciona asuntos para escribir la crónica de hoy.
 Antes de entrar en materia, debo manifestar que los perros, lo mismo que los hombres, pueden dividirse en dos grupos: los felices y los desgraciados.
 ¿Cuáles son más merecedores de la pena impuesta a la raza en general, por el señor Rodríguez Batista?
 Indudablemente los primeros. Estos, o sea, los caseros, son los más culpables. Ya sean galgos, ya de aguas, ya de otra casta, tienen más defectos que pulgas. Ellos son los que desde la alfombra azul, rameada de rosas blancas, donde los piececillos rosados de nuestras adoradas se despojan de sus chapines de raso negro, bordados de oro, pasan la noche escuchando las secretas confidencias del amor conyugal; los que saltan de improviso, al rayar la aurora, sobre la nívea blancura de las sábanas; los que, al salir de la alcoba nos siguen a todas partes; los que al sentarnos a la mesa, están pidiendo a ladridos su ración; los que, a la hora de leer el periódico, se les ocurre siempre trepar a nuestras rodillas; los que, al ver entrar a nuestros amigos, se abalanzan a sus piernas; los que, en el momento en que escribimos, ahuyentan nuestros pensamientos con inesperados aullidos; y los que, al salir a la calle, en vez de seguir nuestros pasos, nos abandonan por ir tras de las huellas de la primera perra que han visto pasar.
 Al llevar un perro a nuestro hogar, que sea para que lo custodie, para que lo defienda o para que nos advierta el peligro; pero nunca para que le abramos, como no lo abriríamos a muchas personas, el santuario de la intimidad.
 Tengámoslo siempre, con una cadena al pie, junto al tronco de un árbol de nuestro jardín y próximo a alguna fuente, cuyos surtidores envíen hasta él, por medio de sus líquidos abanicos, para refrescar sus ardores, lluvia de sus perlas irisadas.
 Los perros desgraciados, o sea, los callejeros, son casi todos, como los niños de las cercanías de Belén, inocentes... No hacen daño a nadie, ni siquiera a las aves muertas. Ellos se arrastran, con las orejas gachas y con el rabo entre las patas, por encima de todas las inmundicias de las calles, expuestos a recibir en sus lomos puntiagudos los puntapiés de los transeúntes, las pedradas de los pilluelos o los latigazos de los cocheros.
 Están mejor educados que los otros. Si marchan por la acera, en el momento en que cruzamos, se pegan a la pared o se arrojan al arroyo para dejarnos pasar. Nunca se atreven a pedirnos, como los mendigos limosnas, la más ligera caricia. Tienen conciencia de su estado y no quieren provocarnos náuseas. Ni siquiera se quejan. Hasta cuando un coche los aplasta bajo sus ruedas sólo lanzan un aullido apagado que no percibimos.
 Desde hace algún tiempo, esos perros son recogidos, en carros especiales, por los servidores de la filantrópica asociación. Ya no necesitan introducir los hocicos helados en los cajones de basura para saciar su hambre, ni sumergir la lengua amoratada en el agua verdosa de los charcos para apagar su sed. Pueden morir también, no en mitad del arroyo, sino como los artistas pobres, en uno de los lechos de su hospital.
 Señor Rodríguez Batista ¡piedad para esos inocentes!
 A pesar de lo expuesto en contra de los perros caseros, he conocido uno, lo mismo que tú, mi querido Antonio, que pasará a la posteridad.
 Un poeta amigo nuestro lo ha inmortalizado en preciosos versos. Era un modelo de belleza, de finura y de discreción.
 Su blancura era igual a la del armiño y el verde de sus ojos al de las esmeraldas.
 No comía más que fresas y sólo bebía esencia de violetas.
 Todavía, al recordarlo, siento un calofrío de tristeza en el corazón.
 Séale la tierra leve ¡ha pesado tan poco sobre ella!


 Hernani


 La Discusión, martes 22 de abril de 1890, año II, No 256.

viernes, 23 de diciembre de 2011

La herodíada perruna





 Julián del Casal

  
 Desde hace algunos días se ha fulminado, por el Gobierno Civil de esta provincia, un decreto de muerte contra los perros que vagabundean por las calles de esta capital. La medida se funda en el daño que pueden hacer esos animales, en esta época del año –época en que les ataca la rabia– a los transeúntes. Es una medida previsora y que, al revés de otras, ha empezado a cumplirse de seguida. Dentro de poco no se verá un solo perro callejero. Hasta los de las casas particulares están amenazados de muerte, si se atreven a sacar el cuerpo fuera de la reja de la ventana o a trasponer el dintel de la puerta principal.
 No voy a atacar la disposición del señor Rodríguez Batista. Es digna de aplauso y ha merecido la aprobación de las personas sensatas. El perro, como todo lo que adora el vulgo, es una de las cosas más detestables de la creación. Sólo me gusta verlos en los cuadros del Veronés, echados a las plantas de hermosas venecianas, encima de rica alfombra, donde producen deliciosas manchas de color. Por lo demás, sólo sirven para ser degollados.
 A semejanza de muchos hombres modernos, el perro carece en absoluto de educación. Basta darle una pulgada de confianza, para que se tome una legua. Siempre estará saltando a nuestras rodillas, ladrando a nuestros oídos o ansiando nuestras caricias. Y no consienten que vayamos a alguna parte sin ir con ellos. Son como esas mujeres que nos matan lentamente con sus ternuras desenfrenadas. Donde haya un perro, no puede haber nunca paz. Tampoco consienten en que tengamos predilección por otros animales. Son profundamente egoístas. Nada diré de su suciedad. Entre la lana de un perro se encuentran siempre más inmundicias y un olor más nauseabundo que en un pudrigorio.
 La fidelidad de esos animales es una de las tantas mistificaciones que sufre la humanidad. Es una fidelidad nacida del temor, de la costumbre o de otra causa análoga. La simple vista del cuerpo humano produce en el perro un asombro ilimitado, asombro que ha sido estudiado por algunos fisiólogos. Es un fenómeno como otro cualquiera. Además, cuando la fidelidad llega al extremo de soportar pacientemente toda clase de golpes y lamer luego la mano que los descarga, se convierte en bajeza.
 Para justificar todavía más la repugnancia que me inspiran esos animales, citaré los hechos que cualquiera puede comprobar: el animal más despreciado por los otros animales, es el perro; el perro es también el más indecente y más cínico de todos los animales: todo lo hace a la vista de todo el mundo.
 Y, por último, se sabe también que los perros no se aman mutuamente, en lo que se parecen bastante a los hombres. Tal vez sea esta la causa del cariño que inspira a la mayoría de los hijos de Adán.
 Si la medida del señor Rodríguez Batista no mereciera nuestros elogios por las razones expuestas, los merecía porque está llamada a producir la muerte de los falderos que se escapan de las piernas de ciertas mujeres y que, con sus incesantes caricias, les hacen olvidar que han nacido para ser compañeras del hombre y multiplicar la especie.
 ¿Verdad, E. y L. y J. y...?


 Hernani


 La Discusión, jueves 17 de abril de 1890, año II, No 252.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Exposición de perros




 Cualquiera creerá al ver el epígrafe de este artículo, estampado sobre el papel en los días caniculares del mes de agosto, que vamos a incurrir en la vulgar costumbre de la prensa española de pedir a voz en cuello decretos de persecución y muerte contra la raza canina de la Europa entera. No somos a la verdad supersticiosos admiradores, como los árabes, de la independencia y libertad perrunas, ni querríamos que las calles de nuestras ciudades estuvieran invadidas por perros enfermizos y vagabundos, como con religioso respeto dejan estar las suyas los turcos y marroquíes; pero de eso a acostumbrarnos a la idea de pedir desapiadadamente el envenenamiento y exterminio del animal que desde remotos tiempos se llama amigo del hombre, media la distancia moral y física que existe entre las gacetillas impremeditadas a que aludimos, y los párrafos razonados que nos proponemos escribir.
 Siempre hemos rechazado por instinto todas las inquisiciones, y nunca nos ha parecido liberal la ley de Lynch ni aun aplicada a los perros rabiosos.
 Sabido es que uno de los proyectos que entraban en la convocatoria de la Exposición Universal, era el concurso permanente de animales vivos, renovado por quincenas entre las razas más útiles al hombre; pero el desarrollo de la epizootia en la mayor parte de los ganados de Europa anuló casi desde el principio este propósito de la Comisión Imperial, quedando reducido el certamen a la exhibición de la industria pecuaria francesa, con algún que otro ejemplar de la prusiana.  
 En las dos quincenas de abril se expusieron las razas ovinas destinadas a la producción y al degüello; en las de mayo, las vacas lecheras y las ovejas laneras; en las de junio, los caballos de tiro y los animales de corral; en las de julio, los bueyes y caballos de lujo, y en la quincena que acaba hoy le ha tocado su turno a los perros.
 Antes de decir lo que es una exposición de perros, necesitamos manifestar que en los países extranjeros no se ven estos animales abandonados como en España por calles y caminos, arrastrando una existencia escuálida, pestífera y en ocasiones aterradora. Nosotros no sabemos en qué consiste la diferencia, pero consignamos el hecho añadiendo que se les tiene por cosa seria, útil y productiva. Solo así puede explicarse que en algunos países exista una contribución sobre los perros, que en otros se piense en imponerla, y que en todos se procure adquirir datos y establecer métodos para mejorar y difundir las especies. En Francia, por ejemplo, se sabe de una manera oficial que hay 794 869 perros que ganan lo que comen guardando casas decampo; 576 950 que cuidan rebaños o prestan su servicio en los mataderos; 337 255 que se ocupan en cazar; 1 431 en guiar ciegos y 534 326 en recrear a sus amos.
 Los perros alemanes, especialmente los de Darmstadt, producen al Estado grandes sumas por su contribución; siendo de advertir que a pesar de haberse cuadruplicado el tributo en este último punto desde 1821, hay hoy muchos más perros de los que entonces había. Todo esto explica, decimos, la atención que en esos países se consagra a los generosos animales que con tanta usura pagan al hombre siempre el alimento y cariño que este les da.
La exposición última de Billancourt no ha sido tan numerosa como algunas que hemos visto en Inglaterra: aquí han concurrido únicamente unos cuatrocientos perros, mientras que allá se contaban por miles. Alójanse de ordinario los animales en unos tinglados de mediana extensión, a cuyos costados corren dos galerías de pequeñas cuadras, cortadas en su altura media por unos tablones con el fin de que cada perro, alojado en la suya, ocupe una posición superior al individuo que lo contemple. Los tinglados contienen razas aisladas, y todos los perros están atados a la pared de su cuadra con largas cadenas, que les permiten recorrer el espacio con amplitud. El pavimento está asfaltado y el agua circula en abundancia por el local, para que los malos olores no turben la inspección detenida de los animales.
En la primera sala de esta exposición han figurado los mastines, a quienes su antigüedad en el mundo les hace de derecho acreedores en todas partes a tan singular preferencia: en esta familia descollaban los de la raza de Brie, que representa según los inteligentes, el tipo más perfecto. Seguían después los guarda-montañas, entre los cuales se distinguían los del monte de San Bernardo con los collares, carlancas y barrilillos que llevan en sus expediciones, y las medallas que han ganado en sus respectivos salvamentos. La primitiva raza de esos célebres perros se extinguió en 1820, como es sabido, a consecuencia de la peste que la invadió; pero habiéndose salvado uno solo y héchose cruzamiento con él en la casta leomburguesa del Pirineo, ha resultado felizmente la actual familia, que aunque menos bella que la otra, la supera en fuerzas musculares y dulzura de genio. Los perros del monte de San Bernardo atraían la atención del público con algo de religioso miramiento. Por último, los hermosos perros de Terranova, esos anfibios que se disputan con los pescados el nadar, cuya nobleza y gallardía son proverbiales, completaban con la magnífica especie danesa, que cada día se mejora y embellece, la colección de los perros de estampa.
 Visitábanse a continuación los cazadores, entre cuyas varias familias había ejemplares preciosísimos. Estos perros son los de mayor valor en el tiempo presente, por ser también ahora como nunca elegante el ejercicio de la caza, y aun más que el ejercicio, los adherentes y útiles del cazador. Algunos de esos animales de castas inglesas que se ofrecían en venta, tenían asignados precios entre ocho y doce mil reales cada uno: las trahillas particulares no se vendían. Tampoco creemos que estuviese en venta formal un perro del Sr. Howard, el fabricante inglés de máquinas agrícolas, sobre cuya estancia se le había consignado un valor de cinco mil duros. Si algún animal del mundo valiera realmente esta suma , lo sería con efecto el perro del Sr. Howard, pues su hermosa piel de color de avellana ensortijada como las de Astracán, sus orejas de un largo y laxitud asombrosas, sus corvejones altos y fuertes, su vientre seco, su mandíbula corta, su pecho anchuroso, y la dulzura de sus ojos melados, revelaban esa aristocracia de sangre y de índole, que se conserva pura a despecho de las vicisitudes de los tiempos , y que si a venderse fuera, valdría el dinero en que el capricho se empeñara en tasarla.
 Entre las jaurías notables distinguíase la de la especie de San Huberto, en la cual todos los animales se parecen en figura, docilidad, fuerza, vientos y perseverancia. Asomarse a una de esas jaurías parece ver reproducida la figura de un perro en un espejo poligonal; cualquiera diría que estaban fabricados a mano. Las trabillas de perdigueros, pachones, sabuesos, lebreles y galgos, eran tan numerosas como apreciables.



 Los alanos, los dogos, los aterradores y los rateros, que seguían después, dejaban bien puesto el pabellón de su alcurnia hasta en las castas cruzadas que los han degenerado: en contraposición de ellos lucían su pequeñez, falderos de pelo corto, grifos y de aguas. El hermoso perro conocido entre nosotros por este último nombre, no estaba representado allí, si bien es cierto que ni de aguas, ni de presa, ni de ninguna clase asomaba perro alguno español. Ni perros parece que nos quedan ya.
 Las castas de lujo doméstico, o como si dijéramos de señora, eran las menos numerosas de la Exposición; pero en cambio las más cuidadas, las más impertinentes y las que con mayor ostentosidad se exhibían. Sucede con los perros lo que con las criaturas; el que es modesto y laborioso, el que es fiel y callado, el que es leal, prudente y digno en su conducta, duerme sobre las piedras o los troncos, come berzas y huesos, recibe palos y sofiones, y vive siempre atado a su cadena acerada; mientras que el holgazán y sin vergüenza, el inepto y parlador, se alimenta de melindres y pechugas, descansa en cojines de terciopelo con borlas de oro, habita en saloncillos de seda con puertas de cristales, y hasta tiene una doncella al lado para acudir a sus caprichos y hablarle de cuando en cuando el lenguaje hechicero de las monerías y mimos de su ama. Así había en el último salón diferentes animalitos en miniatura, cuyas desdeñosas miradas acusaban una profunda tristeza por lo hediondo y poco elegante del local en que, tal vez accediendo á un compromiso, se encontraban expuestos.
 Pero hasta aquí el lector se está figurando que tal muchedumbre de animales colocados simétricamente en orden de museo catalogado, y representantes en París de todo lo más florido de la raza europea, observarían ese tono característico de los concursos públicos, en que la miaja de educación impide que cada uno se muestre tal cual es; y, sin embargo, nada menos que eso. Mientras los canes se encontraban en el silencio de la soledad que precedía a la apertura de los tinglados, eran notables, efectivamente, la parsimonia y razonamiento de los exponibles; mas desde el instante en que la concurrencia invadía los salones de la exhibición, ávida como lo es toda concurrencia aficionada de investigar por obra y con palabra el objeto predilecto de sus aficiones; y aquí un cazador, allí un ganadero, en este lado una dama, en el otro el caporal de un regimiento, comenzaban a citar a uno, a azuzar a otro, a requebrar a este, a perseguir a aquel; y por una parte enseñando pan, y por la otra levantando palo, todos los individuos de una clase se veían en el centro natural de su vida campestre, aun cuando cohibidos por la argolla y la cadena; ladridos por aquí, lamentos por allá, esperezos a la derecha, riñas a la izquierda; los galgos que quieren correr, los mastines devorar, los perdigueros seguir la pista, los falderos que los mimen, las trafullas que se levantan, las jaurías que huelen a monte y escopeta; porque a todos les hablan su idioma, a todos les excitan por su gusto, contra todos se ceba la maliciosa inteligencia de los concurrentes, no decimos exposición, ni orden, ni catálogo, sino cuantas legiones de demonios sean concebibles en zahúrda infernal desesperada, atarazando y mordiendo sus propias carnes, no pueden compararse al desconcierto ronco, chillón, estridente, y más que nada, perruno, que atronaba aquellos tinglados en que en vez de pasos de recreo ni excursiones de estudio, parecía que se libraba la batalla de todos los lobos de una sierra contra todos los ganados y los cortijos de un valle.  
 Media hora no más de permanecer entre los perros, y bastaba para que ladrase el curioso; una línea más hablando de ellos, y quizá ladraría en lugar de escribir el que traza estas líneas.


 José de Castro y Serrano: España en París: revista de la Exposición Universal de 1867, Madrid, Librería de A. Durán, 1867, pp. 110-11.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Ahorcado, Señor Intendente




 Comenzó a sabérselo en la tarde, apenas pasada la hora de la siesta.
 -Se ha suicidado un hombre.
 -Han asesinado a un hombre.
 -Han encontrado a un hombre ahorcado.
 -¿Ahorcado?
 -¡Ahorcado! ¡Que bruto!
 -Ahorcado con un cordel.
 -Ahorcado con una corbata.
 -Ahorcado con un alambre.
 -¡Un ahorcado!
 -¡Un ahorcado!
 Entonces llegó a saberlo también la Oficina de Seguridad y envió al Jefe de Demarcación, acompañado por detectives y hombres de armas.
 -Aquí es.
 -Sí, aquí es.
 Las culatas de los rifles castigaron la puerta cerrada y luego la descerrajaron apresuradamente.
 En realidad, ahí estaba el hombre ahorcado. Ahorcado con un alambre, en el centro de su viejo cubo, colgante como una lámpara.
 Y su excelencia el Jefe de Demarcación redactó para el señor Intendente, acto continuo, el siguiente comunicado:
 “Señor Intendente:
  De conformidad con las órdenes recibidas de usted, el día de hoy, a las cuatro de la tarde, me constituí en el sitio de costumbre, con veinte hombres de mi mando, para averiguar el resultado del asunto que de algún tiempo acá ha venido preocupando a esta Dependencia. Como nadie diera respuesta a nuestras llamadas, abrimos la puerta a golpes. El hombre estaba ahorcado”
 Ahora bien:
 Esta historia pasa de aquí a su comienzo, en la primera mañana de mayo; sigue a través de estas mismas páginas, y cuando llega de nuevo aquí, de nuevo empieza allá...
 Tal era su iluminado alucinamiento.