viernes, 28 de septiembre de 2012

Cuba sufre, final de serie







Con estas imágenes finaliza la serie "Cuba sufre y se estremece bajo la tiranía machadista", que fuera publicada entre el 2 y 17 de enero de 1933 en el periódico La Voz de Madrid, donde se la puede consultar íntegramente.

jueves, 27 de septiembre de 2012

As de los dinamiteros cubanos





 —Cuénteme usted, como me prometió ayer, nuevos episodios de la vida de Amauri Escalona.
 La vida y la gallardía romántica de este joven héroe han ganado la simpatía de nuestros lectores.
 —Verá usted: Amauri Escalona empezó sus actividades de dinamitero desde la primera época, cuando la protesta contra Machado pasó de ser ruidosa a gritos para ser efectiva en las calles.
 —¿Hicieron víctimas desde el principio estos atentados ?
 —No. Se tuvo especial cuidado de no producir desgracias personales.
 —¿Se hizo famoso Amauri Escalona desde la ruptura de hostilidades entre ustedes y la Policía?
 —Durante los primeros días, ya Amauri empezó a ser notado entre nosotros, porque sufrió un accidente grave.
 —¿Al colocar una bomba?
 —No. Le estalló un pequeño petardo en la mano cuando lo estaba preparando.
 —¿Preparaba solo sus explosivos?
 —En esta ocasión le acompañaba un amigo. La explosión fue tan violenta, que quedaron desnudos, tendidos en el suelo y privados de conocimiento.
 —¿Cómo se llamaba este compañero?
 —Agustín Guitart.
 —¿Los detuvieren por este hecho?
 —Sí. Pero como por la explosión no quedó el menor rastro de lo que estaban haciendo, no pudieron acusarlos en forma, concretamente, y sólo los tuvieron detenidos des o tres meses.
 —¿Dónde ocurrió el accidente?
 —En una casa de la calle de San Rafael. Me parece que en el número 115.
 —¿Vivía allí Amauri?
 —No, señor; aquella casa era de una señora amiga nuestra, que nos la prestaba clandestinamente para laboratorio de explosivos.
 —¿A qué hora ocurrió la explosión?
 —Al anochecer.
 —¿Conocía ya usted a Escalona?
 —En esa época sólo lo conocía de referencias. Personalmente trabé amistad fraternal con él..
 —¿Recuerda usted exactamente la fecha de esa explosión?
 —Fue después de las protestas y de las manifestaciones en las calles.
 Ya habían ocurrido algunas muertes, que conmovieron a toda La Habana.
 —¿Por ejemplo...?
 —La de una señora que estaba asomada a un balcón cuando pasaba una, manifestación de estudiantes.
 Esta señora, buena cubana, valiente, animó a los muchachos al pasar con gritos de libertad para Cuba. Entonces los policías de La Porra abrieron fuego sobre el balcón en que se hallaba la señora y la mataron acribillada a balazos.
 —Volvamos a Amauri. Me dijo usted que lo que preparaba, era un petardo cuando tuvo el accidente.
 —Sí; era un petardo de percusión de los que entonces preparábamos, y que era casi inofensivo.
 Los podíamos para asustar, porque hacía una detonación tremenda.
 —¿Se enteraría toda la barriada donde ocurrió la explosión de Amauri?
 —Claro, y por eso le detuvieron a él y a Guitart. La Policía fue la primera en acudir, y lo primero que hicieron los agentes fue detener a los heridos y llevarlos al hospital. Como las heridas eran leves, más que nada pequeñas quemaduras y síntomas de asfixia, pronto los trasladaron al castillo del Príncipe, donde los tuvieron dos o tres meses.
 —¿Se ocuparon los periódicos del suceso?
 —Mucho, muchísimo.
 —¿Y por ellos se enteró usted?
 —Efectivamente, y me impresionó mucho.
 —¿Por qué usted se dedicaba ya a dinamitero también acaso?
 —Sí, señor; pero yo "trabajaba por mi cuenta".
 —¿Cómo por su cuenta?
 —Quiero decir que operaba solo y al impulso de lo que me dictaba mi indignación. Yo ya sabía que había camaradas dedicados a lo mismo; pero no habíamos establecido todavía la comunidad, que vino después. No habíamos tenido tiempo para ello.
 —¿Luego el accidente a Escalona le produjo a usted miedo?...
 —Jamás. Ni un solo momento. Medité, naturalmente, sobre el hecho y deduje simplemente esta consecuencia: "Es peligroso manejar la dinamita." Pero nada más. Seguí manejándola. Pensé que Amauri había cometido alguna imprudencia al manejar el petardo. Pero jamás me planteé la cuestión de dejar de seguir actuando.
 —¿Qué consecuencias tuvo el suceso inmediatamente?
 —De pronto, ninguna. Entonces las represalias no se producían con ese bárbaro automatismo con que se produjeron más tarde. Recuerde las últimas con motivo de la muerte del presidente del Senado...

 El ESCONDITE DEL DINAMITERO

 —Usted me dijo el otro día que Amauri Escalona había sido su huésped. Cuénteme cosas de aquellos días.
 —Yo le ofrecí a Amauri mi cuarto de estudiante cuando el capitán Calvo —ya le hablaré a usted largamente, para un capítulo de esta historia, de este capitán Calvo—, cuando el capitán Calvo había pregonado su cabeza.
 —¿En mucho?
 —Baratito, señor. Mil dólares. Por cierto que en una ocasión en que estuvimos juntos en la cárcel le decía yo a Amauri; "Mira, chico, tienes un cuerpo santo. Vale justos mil pesos, mientras que 'mío vale unos "quilos". Te matan a ti y dan plata abundante. Me matan a mí, y en la Facultad de Medicina dan por un cadáver tres pesos. Una miseria, chico."
 —¿Este pregón lo hizo Calvo por escrito?
 —Por escrito se hacen muy pocas cosas en Cuba. Hasta los recursos de los abogados a favor de los presos políticos los rompía la Policía de Machado. El santo horror a la letra que tienen todos los tiranos y sus esbirros...
 —Luego él ofreció los mil pesos a los policías. 
 -Efectivamente. Era el jefe de Policía, y ofreció a sus subordinados esa cantidad por la cabeza de Amauri. Sí, Sí! Por allá anda Amauri dando que hacer, si no lo han matado estos días.
 —¿En qué época lo tuvo usted escondido?
 —Durante el verano entero de 1931.
 —¿Ya se habían colocado bombas tales, con efectos destructivos?
 —Sí, señor. Habíamos llegado a un dominio grande de la dinamita.
 —¿Qué daños importantes habían producido esas bombas?
 —Una de ellas fue colocada en la casa de Desiderio Ferreira, uno de los conspicuos de Machado y uno de los animadores de la famosa partida de la porra.

 LA PARTIDA DE LA PORRA

 -¿En qué consistía esa partida?
 —Era una agrupación de desalmados partidarios a sueldo de Machado, que tenía una especie de patente de corso para hacer cuanto quisiera. Operaba por su cuenta y sin responsabilidad ninguna.
 —¿Qué fechorías había hecho ya la partida cuando usted tenía oculto a Amauri?
 —Habían matado a varios estudiantes y habían asaltado imprentas de periódicos oposicionistas. Por ejemplo, destruyeron los talleres de la revista "Karikato" |y habían hecho otras fechorías por el estilo. No se podía vivir.
 —¿Cuál fue el primer acontecimiento sonado de la partida de la porra?
 —No recuerdo bien, porque la gente empezó a darse cuenta de la existencia de esta organización cuando ya había hecho muchas de las suyas. Pero creo recordar que su primer hazaña fue la muerte de un profesional en la calle de Consulado. Creo que se trataba de un abogado.
 —¿Lo mataron amparados en la noche?
 —¡Ca! No, señor. En pleno día, a las tres da la larde.
 —¿Cómo lo mataron?
 —A tiros. Al estilo de lo que ustedes llaman en España pistoleros. Eran seis o siete, y me parece que le hicieron les disparos desde un automóvil.
 —¿Son buenos tiradores los de la partida?
 —El Desiderio Ferreira es un campeón. Por esta cualidad, el que hacía de jefe de partida, un tal Leopoldo Fernández Ros, lo elegía para operaciones difíciles. Por ejemplo: para asegurar a algún infeliz en el momento de abandonar el coche o de salir de casa, tirándole desde cuarenta y más metros coa pistola. Estas hazañas las ha repetido con frecuencia Pereira. Hay otro porrista muy significado: un tal Mañalich. Pero el más entusiasta es Fernández Ros.
 —¿Todavía existe la partida?
 —Existe y actúa. Va formidablemente armada. Los porristas suelen disponer de automóviles, en que montan ametralladoras. Ellos mismos van provistos de las mejores pistolas que se fabrican en América, entre ellas pistolas ametralladoras.
 Como sus automóviles no llevan número de matrícula, es muy difícil seguirlos y vengarse.
 —¿Eran muchos?
 —En La Habana, unos 120. Pero había ramificaciones en toda la isla. Donde estaba el grupo más importante después del de La Habana es en Santiago.
 —¿Se relacionaba directamente Machado con "la porra"?
 —Sí, señor. Y la partida estaba tan considerada por él, que sus miembros se han sentado muchas veces a la mesa presidencial. Las inmediaciones de Palacio están siempre guardadas por ellos. Impedían detenerse a los transeúntes, incluso a los turistas extranjeros.
 —¿Cómo conocían ustedes a los miembros de "la porra"?
 —Era fácil. Casi todos son mulatos. Además se les notaba debajo de la chaqueta el bulto del "colt 38", el enorme pistolón de que iban armados y que es e1 mismo que usa la Policía.
 —¿Están bien pagados?
 —Sí, señor. Pagados en especie.
Pero ya de esto hablaremos mañana.


sábado, 22 de septiembre de 2012

El chacal de Oriente




  Alfonso Hernández Catá


 Arsenio Ortiz ya tenía renombre sanguinario, y no usurpado. En la llamada guerra racista —otra de nuestras vergüenzas, por su crueldad—, el entonces Capitán Ortiz se presentó en Santiago con una canasta de orejas de negros. Y luego, en la represión menocaliana de 1917, aterrorizó de tal modo la región de Holguín, que aún se canta allá un son con esta letra: "No pises tierra holguinera —que te coge Arsenio Ortiz."
 El machadato no pudo buscar militar con mayor hoja de servicios para los menesteres que necesitaba. Machado, amigo de los banqueros yanquis, había aprendido lo de The rigth man in the rigth place.
 Ante el temor de que en Oriente surgiese una revolución —si Camagüey es el corazón de Cuba, Oriente es su pulmón, porque por él han respirado todas sus ansias de libertad—, Arsenio Ortiz fue nombrado supervisor militar de Santiago. Lo que hizo en sólo cuarenta días, ni siquiera el terremoto sufrido después por la segunda ciudad de la isla pudo hacerlo. La generosa tierra oriental se esponjó de sangre. En su progreso natural de felonía, el hombre de Holguín pasó a ser el hombre de Santiago. Sin duda los crímenes de que dejó pruebas próximas a la jactancia, no son todos. Hubo más torturados, más muertos. Nunca la ferocidad y la celeridad han marchado tan juntas. El nombre de "Chacal de Oriente" con que un periodista habanero lo bautizó, no debe perpetuarse; y no tanto por miedo al lugar común cuanto por respeto a las categorías zoológicas.
 Más de una vida diaria arroja el pavoroso balance. Cuarenta y cuatro muertos hicieron célebre la Loma Colorada y el cuarto del vivac donde, de antiguo, solían encerrarse los locos. Los gritos de espanto y de dolor de los así acabados sin proceso ni defensa eran tales, que junto a ellos, según los vecinos, los lanzados por los dementes sonaban como gemidos débiles. Para el supervisor no había límites. La menor protesta era castigada con la pena única. Un dependiente de la confitería "La Nuviola" a quien llamaban "El Españolíto", que se permitió comentar los desmanes, fue callado a tiros por los esbirros de Ortiz, y como no quedase muerto, volvieron atrás ya iniciada la huida, y ante los primeros transeúntes agrupados, rodearon el cuello de la víctima con un alambre y, tirando de él después de hacer palanca con los pies, lo estrangularon bárbaramente. Ante tales hechos el Presidente de la Audiencia Provincial, don Luis Echeverría y Limonta, sintió sublevarse su conciencia y protestó. Para advertirle de su inoportunidad, el Comandante Ortiz tuvo la delicada ocurrencia de colgar del dintel de la puerta de la casa del Magistrado un cadáver, que con su pendulear trágico aconsejaba a la Justicia el desentenderse de aquellos asuntos. Sin la Prensa acusadora, a pesar de todas las amenazas nadie hubiera detenido a Ortiz. Mientras caían hombres inocentes en Santiago, el Secretario de Gobernación se limitaba a decir que había mucha exageración en los rumores, y el Presidente pescaba mecido por las olas sin que ninguna pesadilla de conciencia turbara su sueño.
 Procesado no obstante, por presión pública, bajo acusación de cuarenta y cuatro asesinatos, según consta en autos judiciales, el terrorífico militar fue llamado a la Habana. Allí, en vez de entrar en prisión, alójesele en el Estado Mayor, permitiéndosele salidas clandestinas. Por si eso fuera poco, Machado promulgó una ley de amnistía con el único fin de dejarlo impune, y le otorgó de modo extraoficial la verdadera jefatura de la Policía habanera dándole ocasión de añadir en su cuadro de caza humana a los estudiantes Floro y Antonio Pérez, Rafael Nápoles Batista, Argelio Puig Jordán, al que remató después de haberle volcado el automóvil en que huía con sus compañeros Orlando Rodríguez y Ferrer Cañal, heridos también por las balas del monstruo de que habían querido librar a su tierra. Aún después, con motivo de otros sucesos revolucionarios, el Presidente Machado lo envió de Jefe militar a Santa Clara, y en el ingenio Jatibonico fusiló a tres guardas jurados. Por reclamaciones del Gobierno norteamericano —el ingenio pertenece a propietarios yankis—, fue destituido y expulsado del Ejército. Y es rumor público que el Presidente le dio como viático para su retirada a Alemania, en donde hoy se halla, veinte mil pesos que, naturalmente, no salieron del peculio privado del soberano de Cuba, sino de las entrañas del pueblo, lo mismo que había salido la sangre derramada por él. Las felonías de Ortiz han sido relatadas por la Prensa de todo el mundo, y una revista tan moderada como  Colliers, de Nueva York, le dedicaba en su número de 5 de mayo de 1933 un extenso artículo con testimonios gráficos de sus crímenes. El periodista y escritor americano Carleton Beal le consagra en su libro The Crime of Cuba un capítulo que ha contribuido mucho a deshacer en la opinión pública norteamericana los errores incrustados por la Sociedad Machado-Wall Street a fuerza de oro cubano pagado a periodistas venales. Y el Senador Borah y el Representante Fich han nombrado también en las Cámaras legislativas al monstruo al ocuparse de las iniquidades del vasto cementerio antillano.
 A pesar de tanto encono, de tanta violencia, el machadismo, que había creído doblegar las resistencias todas, halló frente a sí una impenetrable. El nacimiento y conservación de esa resistencia ha sido el buen milagro de Cuba en estos años dolorosos. Dijérase que los héroes revolucionarios, al través de la generación que no supo administrar su herencia, transmitían mensajes a sus nietos, y que los "pinos nuevos" de que habló Martí alzaban sus troncos cuando los cañaverales diabéticos y las triunfales palmas se mustiaban vencidas.
 De la Universidad, verdadera alma máter esta vez, salió el empuje que pronto se propagó a los Institutos y a las Escuelas. Sin perder la sonrisa, pero con una seriedad profunda, con una cautela, con un arrojo, con un sentido de convivencia y organización que niveló en un rasero de heroicidad desigualdades de edad y de clases sociales, los estudiantes, la juventud, se lanzó a la lucha, y tras varias peripecias arrastró a ella a sus profesores. En ninguna parte ni en ninguna época un haz de muchachos ha procedido más seriamente, más virilmente.
 En el largo lapso de olvidos y de claudicaciones, esa juventud ha sido la prez, el detersivo, la flor de la nación cubana. Machado tenía que odiar esa juventud por dos razones específicas: por su vejez rijosa y por su incultura. Y el odio de Machado, como el de Arsenio Ortiz —odio de hienas—, sólo se satisface con carne muerta.
 La Universidad fue, desde el primer momento, el blanco principal de la tiranía cubana. Y los verdugos recibieron órdenes concretas. Machado no podía disponer de tres o cuatro Atilas como Arsenio Ortiz para oscurecer la demoníaca gloria de Herodes, pero sí de sucursales eficaces. Todo cuanto fue mocedad y pensamiento quedó condenado.


 Un cementerio en las Antillas, Madrid,  1933 pp. 51-58. 


jueves, 20 de septiembre de 2012

La tiñosa




 Pedro Marqués de Armas


 El soldado que llevan en andas acaba de dar muerte de un disparo en el pómulo al jefe de la porra. 

 Se lo han echado encima frente a la farmacia, esquina a Virtudes, justo donde cayera abatido el temible Jiménez y avanzan -verdad que una turba no demasiado numerosa- calle arriba aclamando al héroe que mostrarán en breve sobre los leones del Prado.

 Todos en función del sargento menos el que va vestido de blanco, con la camisa abierta: ése que parece sorprender a distancia la cámara. 

 Por la derecha se adelanta sin embargo el más interesante de los forajidos: un negrito que roba la escena casi desde el exterior. No levanta tres cuartas del suelo pero bracea como ninguno, el muy ufano.
 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Cosecha de porristas



     

 Un grupo de estudiantes, según se dice, después del entierro del jefe de Policía de Machado, don Antonio Anciart, que se suicidó, ha desenterrado el cadáver y lo ha llevado a la Universidad, colocándolo fuera del edificio, sobre la escalinata que da a la calle, y dejándolo así expuesto al público. 

 Cuando unas cien personas presenciaban todas estas maniobras le colocaron en los labios un trozo de tabaco puro. 

 Luego, la muchedumbre se apoderó del cadáver y lo colgó de un columna de tranvías, pero la cuerda se rompió y cayó al suelo. 

 Finalmente intentaron quemarlo, pero no lo consiguieron. Por último intervino la Policía y consiguió llevarse los restos al depósito, donde quedaron custodiados por un retén extraordinario de fuerzas para impedir más desmanes. 

 Más tarde los restos fueron de nuevo enterrados. 



 United Press, ABC, Madrid, 22 de agosto de 1933. 


lunes, 17 de septiembre de 2012

El jefe de policía

  



 Federico de Ibarzábal


 ...He aquí sobre el pavimento al jefe de la policía. Alguien trae una cuerda. La escena es bajo un farol del alumbrado público que acaba de encenderse. Un relente macabro, de pesadilla y obsesión, flota sobre la plaza. Hay un griterío ensordecedor. Un hombre trepa ágil al palo. Amarra la cuerda en lo alto y desciende. Otros han pasado un lazo por el cuello del jefe de la policía. Lo izan. Van a “ahorcar” el cadáver... Pero la cuerda se rompe y el cuerpo cae a tierra, rebotando como una pelota sobre el embaldosado. La gente ríe. Unos se cubren el rostro con las manos o vuelven la cara. Tres o cuatro descargan puntapies que suenan a hueco, y lo escupen. Muy de noche se lo llevan de la ciudad (...)



 fragmento de "El jefe de policía", La isla de los muertos y otros relatos, Editorial Letras Cubanas, 1983. 

 

sábado, 15 de septiembre de 2012

De pie sobre la estatua






 Guillermo Cabrera Infante


 La foto es de un curioso simbolismo. Señala el fin de una tiranía militar al tiempo que entroniza a un soldado. Todos los puntos de la foto convergen hacia el soldado, que está de pie sobre la estatua de un león al inicio de un paseo capitalino. Está el soldado erguido, el rifle en alto sostenido por su mano derecha, mientras su mano izquierda se extiende hacia un lado, tal vez tratando de conservar el equilibrio. Tiene la cabeza alta y erguida, celebrando el momento del triunfo, que es, aparentemente, colectivo.

 En el extremo izquierdo de la foto uno de los manifestantes se ha quitado su sombrero de pajilla y saluda hacia lo alto, hacia el soldado. A la derecha y al centro otro manifestante más modesto (está en mangas de camisa) se quita la gorra mientras vitorea al soldado. Todos están cercados por una pequeña turba exaltada por el triunfo de su causa, según parece.

 Detrás del soldado se ven unos balcones bordados en hierro y unas ventanas de persianas francesas abiertas de par en par. Más lejos, en la esquina, hay un anuncio de una línea de aviación, en inglés. La foto ha sido reproducida en todas partes como testimonio de su época -o más bien de su momento.


 Vista del amanecer en el trópico (1974). 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

La cruzada de Tarrida




  Benedict Anderson 


 La mayoría de los más de 300 encarcelados en Montjuic tras el atentado de Corpus Christi, el 7 de junio de 1896, seguían allí cuando Rizal se les unió una noche de comienzos de octubre. La excepción clave fue la de un notable criollo cubano llamado Fernando Tarrida del Mármol, de la misma edad que Rizal, a quien ya habíamos visto acompañando a Errico Malatesta en su malograda gira política por España en el momento del émeute de Jerez de 1892. Detenido tarde -el 21 de julio- en los escalones de la Academia Politécnica de Barcelona, donde era ingeniero, director y distinguido profesor de matemáticas, Tarrida fue liberado el 27 de agosto. Tuvo suerte de que un joven teniente de guardia, reconociendo a su antiguo profesor, se atreviera a bajar subrepticiamente a Barcelona con el pretexto de encontrarse enfermo y cablegrafiar a la prensa nacional y a toda figura influyente que se le ocurrió que Tarrida estaba preso. El cubano fue igualmente afortunado de que su primo, el marqués de Mont-Roig, senador conservador, usara después su influencia y sus contactos para liberarlo. (A Tarrida no le avergonzaba lo más mínimo esta ayuda de la derecha, pero podemos estar seguros de que le impelía a ser mucho más activo en nombre de sus compañeros presos menos conocidos.) Cuando lo liberaron, cruzó con mucha discreción los Pirineos para dirigirse a París, llevándose cartas y otros documentos que sus compañeros de cárcel que él u otros habían conseguido sacar clandestinamente.
 El artículo de Tarrida titulado “Un mois dans les prisons d’Espagne” se publicó en La Revue Blanche, principal quincenario intelectual de Francia, exactamente en el momento en que a Rizal lo devolvían de Barcelona a Manila fuertemente custodiado. Fue el primero de los catorce artículos que Tarrida escribió para esta revista en los quince meses siguientes. No sólo cubrieron con detalle las atrocidades practicadas en Montjuic, sino también la Guerra de Independencia cubana, los movimientos nacionalistas de Filipinas y Puerto Rico, los malos tratos infligidos a los prisioneros caribeños en Ceuta, los ruidosos planes imperialistas de Estados Unidos, y, quizá sorprendentemente, un texto profesional lleno de ecuaciones, anterior a los hermanos Wright, sobre “navegación aérea”. El segundo de la serie, publicado el 15 de diciembre, dos semanas antes de la ejecución de Rizal, estaba dedicado a “Le problème philippin” (el propio novelista estaba brevemente descrito como un deportado político). Se podría aventurar que este período Tarrida fue el colaborador más frecuente de la revista. El extraordinario espacio que le concedieron se debió ciertamente al principio a su testimonio personal sobre Montjuic. Fue el comienzo de lo que acabaría convirtiéndose en un movimiento atlántico de protesta contra el régimen de Cánovas, denominado por el escritor, con su habitual talento mediático, “los inquisidores de España”. Tarrida fue un verdadero descubrimiento para La Revue Blanche, porque no sólo era una rara ave de mente abierta, un intelectual anarquista catalán que hablaba francés, sino que también, como patriota cubano, estaba perfectamente situado para relacionar sistemáticamente Montjüic con las luchas independentistas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
 ¿Cómo se produjo esta coyuntura? La trayectoria profesional anterior de Tarrida tuvo una importancia decisiva. Nació, como ya hemos señalado, en La Habana en 1861 y vivió allí hasta la espectacular caída de Isabel II en 1868. No está claro por qué su padre, rico fabricante catalán de botas y zapatos al fin y al cabo, decidió irse a vivir a Cuba. Pero la fecha de regreso de la familia sugiere que tal vez fuera uno de los blancos posibles del régimen en sus últimos años represores. El joven Fernando fue entonces enviado al liceo de Pau, donde muchas décadas después sufriría Bordieu. En ese colegio un compañero, el futuro primer ministro francés Jean-Louis Barthou, convirtió a Tarrida al republicanismo. A su regreso a España, Fernando viró más a la izquierda, frecuentando reuniones y clubes obreros. En 1886 (un año antes de que se publicase Noli me tangere), se había convertido en anarquista confirmado, conferenciante magnético y articulista habitual en las principales publicaciones anarquistas, Acracia y El productor. En julio de 1889, los obreros barceloneses lo eligieron para que los representase en el Congreso Internacional Socialista de París. En una conferencia pública pronunciada en noviembre de ese año acuñó el inimitable lema de “anarquismo sin adjetivos”, como parte de una campaña sostenida para superar los enfrentamientos sectarios de la izquierda. “De todas las teorías revolucionarias que afirman garantizar una completa emancipación social, la que más de cerca se adapta a la Naturaleza, la Ciencia y la Justicia, y que rechaza todos los dogmas, políticos, sociales, económicos y religiosos, se llama anarquismo sin adjetivos”. La idea era poner fin a las amargas peleas entre marxistas y bakuninistas: como él decía, el verdadero anarquismo  nunca impondría a nadie un plan económico preconcebido, dado que esto trasgredía el principio de elección básico. Pero su campaña se dirigía en igual medida contra toda idea de “propaganda por el hecho” en solitario.
 Tarrida fue enseguida acusado por Jean Grave -a menudo llamado en broma el papa del anarquismo- en La Révolte de representante de la obstinada tradición anarquista española del “colectivismo”, es decir, el apego a una base obrera organizada. Dice mucho a favor del cuerdo rechazo de este papa a la infalibilidad el que publicase de inmediato la tajante respuesta de Tarrida. Éste, de veintiocho años y ya profesor de matemáticas, escribía convincentemente que grupos pequeños que utilizasen la propaganda por el hecho sin organización colectiva que los respaldase no tenían ninguna oportunidad contra el poder central de la burguesía. Los anarquistas españoles creían, basándose en la larga experiencia, que la coordinación era esencial, dado que la resistencia organizada de las clases obreras era el único instrumento productivo para enfrentarse a la represión estatal. Era completamente equivocado, por lo tanto, rechazar de plano los centros obreros, tachándolos de “jerarquías” autoritarias por naturaleza; por el contrario, se habían demostrado indispensables para el crecimiento del movimiento revolucionario de España. La exigencia planteada por Grave de que se abolieran las asociaciones obreras carecía de sentido. Al mismo tiempo, sin embargo, Tarrida estaba dispuesto a admitir que en la moribunda FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española, cenizas de la Primera Internacional) la burocratización había arraigado profundamente, y que había perdido su utilidad.
 Los argumentos de Tarrida eran importantes por sí mismo (y muy pronto convencieron a Malatesta, Élie Reclus y otros), pero en el contexto presente lo fundamental es que se publicaron en La Révolte, a la que como hemos visto, muchos de los principales novelista, poetas y pintores de Paría eran suscriptores leales. Cuando Tarrida llegó a París tras ser liberado de Monjuic, era por lo tanto una figura (impresa) conocida. El que fuese un cubano en el momento de la enormemente difundida represión de Weyler en su isla nativa aseguró aún más su entrada.
 En segundo lugar, Tarrida no apareció en París como una víctima solitaria. Por lo violento que el estado de excepción fuese en Barcelona, Cánovas era suficientemente astuto como para no ampliarlo al resto de España; pero en septiembre hizo aprobar en las Cortes la legislación más punitiva de ese momento en la Europa occidental contra el terrorismo y la subversión. Aun así, de acuerdo con las estadísticas reunidas por Ricardo Mella (cuidadoso camarada de armas de Tarrida) para L’humanité Nouvelle de parís en 1897, la distribución de activistas y simpatizantes anarquistas serios en España era la siguiente: Andalucía, 12.400 anarquistas (+ 23.100 simpatizantes); Cataluña, 6.100 (+ 15.000); Valencia, 1.500 (+ 10.000); y Castilla la Nueva y la Vieja, 1.500 (+ 2.000). En total: 25.800 y 54.300. Las isobaras sociales revelaban que las Guerras Carlistas no podían trazarse con más claridad: frío tiempo reaccionario y clerical en el norte y el noroeste, tórridas lluvias y tormentas en el sur y en el este, con la Andalucía del presidente, no Barcelona, de ojo. Además, a los enemigos de Cánovas -en su propio partido y entre los liberales, los federalistas, los republicanos y los marxistas- les pareció una buena ocasión, por razones de principios y oportunismo, para retomar el escándalo de Montjuic, expuesto en términos ardientes en la “capital de la civilización”. Ayudó que entre los encarcelados en Barcelona hubiera al menos un ex ministro y tres diputados parlamentarios.
 Por otra parte, los súbditos del imperio español estaban convirtiendo a París en espacio de acción política cada vez más importante. El líder republicano radical Ruiz Zorrilla llevaba mucho tiempo instalado en la ciudad, conspirando contra la Restauración. Su secretario personal, Francisco Ferrer Guardia, avezado izquierdista con el que volveremos a encontrarnos, daba clases de español en el famoso Lycée Condorcet parisino, donde Mallarmé trabajó hasta su temprana muerte, en 1898. Después de que Martí comenzase la guerra de independencia cubana en la primavera de 1895, España era demasiado complicada para los nacionalistas y los radicales caribeños, que se reunieron, bajo el enérgico liderazgo del revolucionario puertorriqueño Dr. Ramón Betances, en la capital francesa para hacer propaganda y conspirar contra Cánovas y Weyler. Por último, tras las persecuciones de Corpus Christi, muchos radicales metropolitanos cruzaron los Pirineos. Sólo los filipinos estaban mal representados en París. Rizal y Del Pilar habían muerto, y Mariano Ponce se había ido a Hong Kong. El pintor Juan Luna era la única personalidad nacionalista importante y conocida.


 Bajo tres banderas: anarquismo e imaginación anticolonial, Ediciones Akal S. A. 2008, pp. 175-79. (Traducción: Cristina Piña Aldao).


martes, 11 de septiembre de 2012

Inhumaciones precipitadas y otras crónicas científicas






 Fernando Tarrida del Mármol


 La cuestión de los entierros prematuros ha sido discutida recientemente con cierta pasión en Inglaterra, a propósito de una de las disposiciones contenidas en el testamento de la novelista bien conocida miss Frances Power Cobbe, según la cual la testadora pedía, como condición de cierto legado, que se le practicase una incisión en el cuello, de modo que se cortase la arteria carótida antes de su inhumación, con objeto de evitar el riesgo de ser enterrada viva.

 A este propósito algunos médicos han escrito en la gran prensa que si ese riesgo es innegable, también es cierto que el número de casos de entierros de personas vivas ha de ser muy restringido; que la comprobación de la muerte, la diferenciación de la muerte real de la muerte aparente era cosa fácil, elemental, etc.

 La contradicción a este optimismo se ha presentado en seguida, y de fuentes tan autorizadas como The Lancet, British Medical Journal y The Times and Hospital Gazette, haciendo observar que, aparte de los casos de mutilación grave del cuerpo humano por accidente o de otro modo, el único síntoma concluyente de la muerte es el principio de la descomposición pútrida, y que existen muchos casos en que el más experimentado de los médicos es incapaz de distinguir entre la muerte aparente y la muerte real.

 En los Estados Unidos, en que esta máxima está admitida por los médicos más competentes, acaba de formarse una Sociedad bajo los auspicios del presidente de la Sociedad Médico-legal de Nueva York, el Dr. Clark Bell, y otros muchos médicos distinguidos, con objeto de prevenir en lo posible los entierros prematuros. Las actas de esta Sociedad comprenden muchos casos auténticos de personas que han sido enterradas vivas.

 Un ejemplo reciente ha ocurrido en Italia con, el barón Carvo. Colocado ya en e1 ataúd, asistió a todos los preliminares de su entierro, sin poder gritar ni hacer el menor signo de protesta hasta el momento en que iba a cerrarse la sepultura.

 Hace poco el Dr. Oscar Jennings, de París, señalaba un caso de que fue personalmente testigo: una señora que murió aparentemente en un hotel y que fue enterrada a las veinticuatro horas. Terminadas las exequias, se recibió un telegrama de su marido, que se hallaba en España, pidiendo que se suspendiera la ceremonia en atención a que la señora en cuestión padecía ataques de coma. Se le desenterró inmediatamente, y muerta ya de veras, se ofrecieron a la vista de los médicos pruebas múltiples de que había sido enterrada viva.

 Otro ejemplo no menos sensacional ocurrió en Nueva York, el de mis Ida Trafford Bell, domiciliada en West Eigthyfit Streest, 78, que volvió a la vida en un ataúd, y que golpeando sus paredes se libró de una agonía y de una muerte horrible.

 La prensa ha referido el caso de una infeliz mujer de Benevento, cuyo hijo murió aparentemente. La madre, tenida por loca, se opuso tenazmente a que sacaran de su casa el supuesto cadáver. Vencida aquella resistencia, fue enterrado. Mas por la noche fue la madre al cementerio, y con las manos arañando la tierra, intentó abrir la sepultura. Sorprendida en aquella tarea, por compasión se desenterró su hijo, y abierto el ataúd, se halló el cadáver horriblemente contraído, dando muestra de haber muerto allí asfixiado.



  El mosquito en América 


 El gran éxito alcanzado acerca del saneamiento de la isla de Cuba por la persecución de los mosquitos, ha animado a los yanquis a fundar una Sociedad nacional para exterminio de tan molesto y peligroso insecto. 

 Entre los procedimientos empleados al efecto, la Memoria publicada por la Sociedad menciona el dragado metódico de pantanos y lagunas donde los mosquitos se reproducen. Se espera que el aumento del valor agrícola de los terrenos que resulten del dragado compensará ampliamente los gastos de la operación.

 El Dr. Gorgas ha sido enviado a Panamá para inaugurar el dragado en grande escala.

 Algunos municipios, a instancias de la Sociedad, han adoptado un reglamento para cubrir con gasa mosquitera las cisternas y receptáculos destinados a contener agua, fuera de las habitaciones, para impedir la entrada y la salida de tales insectos.


  
   Fotografía de los colores


 En una sesión reciente de la Academia de las Ciencias de París, los Sres. Augusto y Luis Lumiére, conocidos inventores del cinematógrafo y fabricantes de productos fotográficos en Lyón, han descrito un nuevo método de fotografía de los colores.

 Este método está basado sobre el empleo de partículas coloreadas, depositadas en una sencilla capa sobre una placa de cristal y recubiertas en seguida con un barniz conveniente y después por una emulsión sensible.

 La placa, así preparada, se expone en el aparato; el lado cubierto por la película vuelto hacia el objetivo, y después de haber sido desarrollada, da una imagen invertida que presenta por transparencia los colores del objeto o de los objetos fotografiados.

 Las pequeñísimas partículas mencionadas se toman de la patata y se les colorea de naranja, rojo, verde y violeta. Estos polvos coloreados se secan cuidadosamente, después se mezclan y se extienden sobre la placa de cristal. Los intersticios entre los granos se ennegrecen con un polvo negro, de modo que no pueda penetrar la luz blanca.

 La superficie así preparada se cubre con un barniz muy débil que tenga un indicio de refracción casi igual al de la fécula. Una capa delgada de emulsión pancromática de gelatino-bromuro de plata se pega sobre esta superficie preparada.

 La placa se expone en una cámara negra ordinaria, de tal manera que la luz, después de haber pasado por el objetivo, atraviesa el grano coloreado antes de alcanzar la emulsión sensible. La imagen se desarrolla como una fototipia ordinaria; pero si la placa está sencillamente fija con hiposulfito de sosa, se obtiene un negativo que presenta por transparencia los colores complementarios del objeto fotografiado. 

 Para restaurar el orden verdadero de los colores, se necesita, después del desarrollo, volver la imagen de arriba abajo, disolviendo la plata reducida por esta operación; después, sin fijar, se desarrolla el bromuro de plata que no ha sido influido por la luz durante la exposición en la cámara negra.

 Los inventores han presentado clichés muy perfectos, obtenidos por ese procedimiento, que declaran ser de lo más sencillo y práctico.


 Tomado de Revista Blanca, 1904.