sábado, 20 de julio de 2024

Birds in the nigth

                    


 Luis Cernuda

 

 El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, 

                                  puso una lápida

En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, 

                                        Londres,

Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,

Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,

Durante algunas breves semanas tormentosas.

Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,

Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud 

                                          cuando vivían.

 

Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,

No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.

Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,

Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo

Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,

Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.

 

Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho

Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.

Mas podemos pensar que acaso un buen instante

Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno

Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida 

                                            esposa.

Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,

En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.

 

Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,

Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura

De la separación, el escándalo luego; y para éste

El proceso, la cárcel por dos años, gracias 

                                 a sus costumbres

Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; 

                                 para aquél a solas

Errar desde un rincón a otro de la tierra,

Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.

 

El silencio del uno y la locuacidad banal del otro

Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía

Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.

Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro

Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos

En entredicho siempre de las autoridades, de la gente

Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

 

Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho 

                                       de insultarlos;

Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,

Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, 

                             versos escarnecidos,

Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres 

                                       y ambas obras

Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.

Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público

Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, 

                                       ni protesta.

 

“¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero 

                                              sátiro.

Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,

Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, 

                                como está demostrado”.

Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”.

Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda

Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;

Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él 

                                 en sus provincias.

 

¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?

Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable

Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron 

                                               por ella,

Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita

Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno

Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.

Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.





jueves, 18 de julio de 2024

Cernuda en La Habana


 José Rodríguez Feo


 En la primavera de 1949, conocí a Luis Cernuda en Mount Holyoke College donde enseñaba Literatura Española desde 1947, en que abandonó Inglaterra definitivamente. Por aquella época, José Lezama Lima y yo dirigíamos la revista Orígenes donde colaboraron los poetas españoles más importantes que habían partido al exilio tras la caída de la República. Pero nunca me había decidido a escribirle a Cernuda para pedirle un poema para la revista. Un día hablando de esto con Pedro Salinas, me preguntó por qué no lo había hecho y cuando le expliqué que era porque Cernuda tenía fama de ser una persona muy difícil, me dijo: “Pamplinas, le voy a escribir y ahora mismo le voy a dar una carta de presentación para él”. Como por aquellos días estudiaba en la Universidad de Princeton no fue hasta el próximo fin de semana que emprendí viaje a Mount Holyoke. Recuerdo que me bajé del tren de lo más preocupado pensando si Cernuda habría recibido el telegrama donde le anunciaba mi visita. Aunque nunca lo había visto ni en retrato, confiaba en que reconocería fácilmente a un andaluz entre un grupo de americanos y me puse a observar detenidamente a las personas que habían acudido a recibir a los viajeros.

 Pero no vi a nadie que se pareciera al poeta. Al cabo de un tiempo, el andén quedó desierto, pero cuando me dirigía un tanto perplejo hacia la parada de taxis, vislumbré a lo lejos a un individuo que era la estampa misma de un caballero inglés. Cuando pareció haberse convencido de que yo era el visitante que esperaba, caminó hacia donde yo estaba y me dijo mirándome fijamente: “Usted debe ser el cubano”. Era Cernuda: un señor de porte distinguido, más bien delgado, de baja estatura, cabello ligeramente encanecido y un pequeño bigote. Su rostro de ángulos pronunciados parecía esculpido por algún antepasado fenicio. Conversaba con ligeras pausas, como suelen hacerlo las personas que temen cometer una indiscreción. Cuando le dije que Salinas me había animado a que le escribiera, sonrió por primera vez y me dijo que Salinas había sido su profesor en Sevilla y que le debía sus primeras lecturas de Mallarmé, Rimbaud, Proust y Gide. Cernuda tenía fama de ser retraído y de trato áspero y, aunque se mostró muy cordial conmigo, comprendí que se sentía incómodo con mis maneras joviales y efusivas. Cuando pasamos por su cuarto, antes de ir a cenar, me impresionó su sobriedad: desprovisto como estaba de cuadros, alfombras y cortinas. Parecía la celda de un monje. Sólo vi un libro, sobre una mesa de metal blanca. Me extrañó tanto que no hubiese al menos un librero que lo comenté cuando íbamos hacia la taberna del pueblo.

 Durante la cena hablamos mucho de literatura y de sus autores preferidos y finalmente me armé de coraje y le pedí una colaboración para Orígenes. Pero me dijo que no había escrito nada últimamente.

 Parecía cansado y, en el camino a la estación, no pronunció una sola palabra. Afortunadamente, cuando llegamos a la estación, vi a lo lejos las luces del tren que se aproximaba. Entonces pasó algo imprevisto: cuando le extendí la mano para despedirme, se sonrió y me dijo que no me preocupara; me enviaría uno de los ensayos en que estaba trabajando. Pero no fue hasta el año siguiente que recibí su texto sobre Vicente Aleixandre.

 En el mes de diciembre de 1951, lo invité a pasarse unos días en La Habana a su regreso de México. Cuba realmente lo deslumbró y siempre me decía que le recordaba mucho a Cádiz. Cuando recorríamos las calles de La Habana Vieja, le parecía que estaba en Andalucía por la forma de caminar y hablar de los cubanos. Le presenté a Lezama Lima y otros poetas del grupo Orígenes. Durante el tiempo que permaneció entre nosotros, parecía otra persona: locuaz, alegre y menos retraído que en Mount Holyoke. Antes de partir, me confesó que nunca había extrañado tanto a España como durante su estancia en Cuba.

 La carta que le escribió a Lezama Lima a su regreso a Estados Unidos expresa mejor que nada que yo pueda decir la profunda impresión que le causó su visita a Cuba y "Aire de la Habana", una de las más bellas evocaciones de nuestra capital y su cielo, cierra con una misteriosa y conmovedora interrogante que refleja la angustia que siente todo ser humano desarraigado de su tierra natal.


 La Gaceta de Cuba, octubre de 1987, p. 21. 


miércoles, 17 de julio de 2024

Aproximaciones a Luis Cernuda

 


  Octavio Smith 


  1. Aventura

 "Aquel nombre tan bello que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invenci6n romántica más que realidad, no es ya el nombre de un vivo". Escribe Martí, enterado de la muerte de Julián del Casal. Hay nombres bien cortados. ¿Afinidades recónditas, señales y destinos?... Pero siempre ha de hablarse de estas cosas como Martí lo hacía: con una delicada sonrisa interior. La fineza más ajustada es aquélla que no recusa la ilusión. Bajo tal signo corramos la aventura con el nombre de este otro poeta muerto, alzándolo y apartándolo un poco en la luz. Triste y joyante pareció el de Casal. Las aguas de este otro son más recogidas. Suave y soturno le llamaríamos: Acercándolo, traslada precisiones tal vez no descarriadas. Su comienzo es literalmente el cerner, el cernerse, lo cernido. Su terminaci6n, ex6tica en el idioma, dice singularidad y hurañía.

 2. Figura

 Este ibero poético que "es un poeta europeo, en el sentido en que no son europeos Lorca o Machado, Neruda o Borges", Octavio Paz dicit; este surrealista juvenil en cuya obra vio Pedro Salinas "el cernido más fino, el último posible grado de reducci6n a su pura esencia del lirismo romántico español"; este raro, este primer poet maudit de España, este errante, este solo, este malhumorado...

 Querríamos hallar la unidad, la figura. Procedamos con rigor, acudamos a testigos oculares.

 Los hay inmejorables. Han escrito sus recuerdos de él. Juan Ramón Jiménez, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre... Sólo que, no obstante, escribir desde distinta fecha y con motivación diversa, todos van a buscar la misma imagen en el tiempo: el Luis Cernuda de 1920 a 1928, el veinteañero y más joven que sus jóvenes años. ¿Tendremos que contentarnos con una visión incompleta? Pero la misma espontánea conjunción revela, por lo pronto, que el joven Cernuda es el Cernuda más vívido para los cuatro evocadores. Y a esta unanimidad siguen otras. Ese joven Cernuda es el "ledo confesor oriental" que abandona "su pétreo pie" ideal en pórtico catedralicio, el "delgado, solitario, erecto desdeñoso" que Juan Ramón Jiménez, por 1927, ve llegar al tren de una tarde sevillana, portador de puntual fineza. Es el "todavía un muchacho" que Dámaso Alonso avista, en alguna de las memorables veladas de diciembre del mismo año en el Ateneo de Sevilla, inédito y arisco entre el auditorio mientras se leen poemas suyos en el estrado. Años antes ha sido alumno universitario de Pedro Salinas: tiempo después éste, con la muy excusable efusividad de la remembranza desde el exilio, se reprochará haber pasado todo un curso sin conocer que tenía delante al "poeta más fino, más delicado, más elegante que le nació a Sevilla después de Bécquer"; contará que amigos comunes propiciaron el trato con el apartadizo joven, lo recordará, con humor y afecto, entre los poetas de la generación que los incluye a ambos, como "el más licenciado Vidriera de todos, el que más aparta la gente de sí por temor de que le rompan algo, el más extraño". En fin, recién llegado a Madrid en 1928, es visitante sutil de Vicente Aleixandre, que de él tendrá para contar: "Estaba yo ornando unos libros... Volví la cabeza y allí estaba: silencioso, enlutado, fino".

 Resumen de lo registrado: autenticidad, soledad, distinción huraña, el atisbo, acaso, de una vaga sombra trágica. ¿No es un Cernuda suficiente? Los atributos resultantes son los propios de una plenitud, de una figura. No parece ser otra que la del joven poeta, de la cual es género la figura del joven.

 3.  El joven Cernuda

 Lo vemos en los poemas de Perfil del aire ambular de la casa al jardín, del jardín a la estancia solitaria, deseante en maduración lenta o soñador demorando al deseante:

  En su paz la ventana

  Restituye a diario.

  Las estrellas, el aire

  Y el que estaba soñando

 Este joven verdadero es a la par un genuino poeta lírico. Quiere decir que reúne en sí infierno y fausto: al tiempo que oye y ve, sin que pueda rehuirlo, se mira ver y se escucha oír, lo cual atrae combinatorios inmediatos -mirarse oír, escucharse ver- y otras fiestas o acosos de mayor laberinto. En estos comienzos, por lo pronto, de su juventud van quedando registradas así mociones como decepciones:

  Los sentidos tan jóvenes

  frente a un mundo se abren

  . . . . . . . . . . . . 

  . . . . . . . . . . . . 

  Tu juventud nula, en pena

  de un blanco papel vacío.

 Son fuertemente sugestivas, dentro de un primer libro poético, muestras como la siguiente:

  Escondido en los muros

  Este jardín me brinda

  Sus ramas y sus aguas

  De secreta delicia.

 ¿Quién dudará de que en el destierro de ámbito tal hunda sus raíces una poesía advocada, toda ella, al conflicto entre "la realidad y el deseo"? Sin que valga que el poeta mismo, en su postrer libro, -le salga al paso a la exégesis:

  Cuando allá dicen unos

  Que mis versos nacieron

  De la separación y la nostalgia

  Por la que fue mi tierra,

  ¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?

  Hablan en el poeta voces varias…

 Conviene, en relación con Cernuda, disuadir de una sugestión que sopla incluso la palabra "edén", desvirtuando así el signo de su infancia y juventud sevillanas, y el de su mirada y reflexión sobre ellas y sobre la juventud en general.

 La realidad y el deseo no trata de la infancia. Las recordaciones de Ocnos parten de cuando "apareció ya el poder mágico que consuela de la vida", reconstruyen el trayecto de una soledad poética, el niño asombrado, herido igualmente por pavores que por hechizos, sobrepasado siempre. No hay modo de encubrir que faltan los requisitos para una mirada adánica: pureza extrovertida y jovial, ajuste diáfano al diáfano y radiante contorno. ¿Y no goza la criatura de libertad para disentir de un paraíso? En el autobiográfico "Historial de un libro", incluido en Poesía y literatura, Cernuda consigna de su salida de Sevilla en 1928, esta reseña: "La sensación de libertad me embriagaba. Estaba harto de mi ciudad nativa, y aún hoy, pasados treinta años, no siento deseo de volver a ella."

 Por lo demás, el jardín con aguas de Perfil del aire -que vuelve en el "jardín antiguo" de un poema de Las nubes y de una prosa de Ocnos -es un muy localizable jardín sevillano (lo cual, concedamos, podría ser un modo de arquetipo). Ciudad de antiquísimo asiento, Sevilla, jardines inclusive, no aparece en verdad tan virginal o edénica como sabia y refinada. Legados y demonios -pavores y acechos son sensibles en sus aires de indolente transparencia. Es arte, gracia por linaje la suya, como es "exquisita maestría" -califica Octavio Paz lo revelado por esta poesía primera de Cernuda, considerada, por él y por Paz, "de adolescencia". Un refinamiento incluye el tiempo y con él el gusto de la pesadumbre. La inocencia ha perdido el suyo: ha sido ilustrada.

 Hace años se decía mucho "mundo interior", "vida interior", olvidando que en castellano disponemos de un vocablo acogedor y hermoso: soledad. Antes de que se hablara de "conciencia intencional", el idioma proveía para una interioridad cuya vocación es lo exterior. Soledad: apertura silenciosa, recepción reflexiva, salvación del signo mejor, posesión que es acogida. También conoce de rechazos, aprensiones, estupores; tedios, noches, la nada entre las manos con implacable mesura:

   Los muros nada más.

   Yace la vida inerte,

   Sin vida, sin ruido,

   Sin palabras crueles.

 El modo menos arbitrario de resumir un libro poético sería el de atender a su tono. Menos todavía: al saldo de su tono, ilustre saldo, en Perfil del aire, lo resume a su vez, creo, la estrofa que acabo de transcribir. Me resigno, con esto, a desatender muchas venturas a-pesar-de todo, muchos recreos y agudezas sensoriales que sobrepasan las tópicas esbelteces de meridión, porque son ejercicio de paladar fino, ancestro arábigo discernidor de calidades en aguas y aires. Cernuda escribe:

    El aire tierno concierta

    Con esta cándida hora

y no es una dulzura cordial sino la cala hundida por sus sentidos la que habla. Entre los ensayos y artículos de Poesía y literatura II- tentados a menudo por una rijosa volición que confunde llaneza con sequedad- se encuentra una página, "Aire de la Habana", cuyo sitio visiblemente no es ése pues debió dársele entre la húmeda transparencia de las prosas de Ocnos. La comparación del habanero con otros aires, su cualidad registrada no en lo cimero, ligero o luminoso sino por cómo en el véspero "se ahonda", revelan al buen catador de corporeidades sutiles -pesquisas de los sentidos sobre los filos mismos donde el ser se les escapa.

 Cuando este sevillano de ángel taciturno y no siempre acertado publica la primera edición de La realidad y el deseo, y le incorpora los poemas de Perfil del aire, sustituye este título, por "antipatía a lo ingenioso", con la mera rotulación de "Primeras poesías". Demasiada severidad para con un sureño donaire, un inocente y nada subrayado artificio. Pero ocurre, además, que el aire en el Sur, lo hemos visto, no es nunca mero pretexto para artificio, simple donaire o locución esbelta: es una presencia exquisitamente elástica y retadora, a cuya hondura se aplican las finas calas sensoriales de que hablamos. El perfil que el título cancelado nombra es un perfil sibilino. Su proscripción, más que arranque de agrio ascetismo estético, parece acto simbólico, una suerte de manifiesto conciso y drástico. Sería un repudio, otro más, del ámbito que habitó el joven Cernuda.


  4. Idolización, inmadurez, lozanía.

      Eras, instante, tan claro…

      Perdidamente te alejas,

      Dejando erguido el deseo

      Con sus vagas ansias tercas

 El deseo nombrado aquí y allá en Perfil del aire no convence. Ensaya, es inseguro, consiste en vagas ansias tercas. Sólo esto último; la terquedad, retendrá -y perfeccionará y polarizará- cuando, andando el tiempo, se le nombre menos y actúe más. Hay, sin embargo, una figuración aislada, precisa y extraña:

      Pero escapa el deseo

      Por la noche entreabierta,

      Y en límpido reposo

      El cuerpo se contempla.

 Este deseo autónomo, que lo mismo que ha dejado libre de él a un cuerpo, podrá invadirlo de nuevo, es inequívocamente una de esas fuerzas o energías impersonales que reverencia la visión poética de Cernuda. La naturalidad y la nitidez con que aparece en estos versos juveniles, demuestra su arraigo y espontaneidad en el poeta. Es una creencia, por así decir, sanguínea que volvemos a encontrar en el ápice de su reflexión sobre la juventud.

 La juventud puede subirse a la cabeza como un vino (y pienso concretamente en el vino de alguna libación sacrificial). Su salud más segura está en la impaciencia que frunce un poco el entrecejo, en sentirse confusamente arco tendido, disponibilidad, huraña ofrenda, en no responder jamás si por el nombre de triunfo es convocada. La pureza de la perenne aspiración en que consistió tiene títulos para ser, ya que no lo más recordado, sí lo más recordable, y el tono exhortatorio se excusa desde que el asunto, bien mirado, es cuestión de vida o muerte. Hay, en efecto, una exaltación tan diversa de la ardiente austeridad señalada como de los fáciles aires de estudiantina. Alterna gozo y melancolía, unidos secretamente por una misma intensidad cultual. Atiende a ciclos. Y majestades giratorias, aspas de equinoccios y solsticios… Cada cuerpo joven que esplende y caduca -viene a decir- repite en sí la aparición del joven dios, su victoria por aclamación y, siempre demasiado presta, su abolición, victoria de las sombras. Se ha entrado en los insolubles ritmos paganos de muerte y resurrección, de los que el profeso no sabrá decir qué es lo más voluptuoso, si los "frescos racimos" a pleno sol o los "fúnebres ramos" en la noche suntuosa, si el cántico o el plañido. El aspirar inflexible, en cambio, es sólo vida, afirmación sin negación compensatoria, pues si, aceptada su ofrenda, la juventud se inmola, lo hace bajo signo redentor, como acto libre, único y fértil, de espaldas a la seductora predestinación trágica y a los ciclos infecundos.

 La juventud, bajo otro signo, reclama libaciones. ¿Por qué no si ella nada tiene de cualidad ni adjetivo, si, a semejanza de aquel deseo que escapaba hacia la noche, ella autónomamente asiste o desasiste a un cuerpo? El cuerpo joven no es por juego retórico o nostálgico el joven dios. Tampoco lo es por desvarío. Juego, alucinación, sospecha supersticiosa desaparece en la profundidad y la imaginaría de un culto profesado en obra y vida. "Como un dios, ibas al encuentro de la jornada", se dice, en Ocnos, el recordante de una mañana de verano, y toda la página respira veracidad desnuda. De igual modo intenso y llano se hace uso del acervo presocrático, el de los mitos no negados sino asumidos por la razón que se estrenaba. Otra mañana, tendido el joven bajo el cielo, la luz hacía sentir "los poderes elementales de que el cuerpo es cifra, él agua, el aire, la tierra, el fuego, abrazados entonces en proporción y armonía perfectas", y el cuerpo en reposo "escuchaba la luz", a lo que sigue una especulación religioso-poética del cariz más sensorial: luz capaz de "atestiguar en esta tierra la existencia de un poder divino", luz de partículas atesorables por el cuerpo para "iluminar con ellas la muerte". Se explica por qué no hay en Cernuda verdadera nostalgia de sus años jóvenes: la juventud ha sido objeto de una idolización -no idolatría, que es sólo un efecto-; y el culto, renovados siempre sus ídolos, se sobrepone a la añoranza.

 Múltiples riesgos aguardarán a tales paganías. Rondarán extravíos fáusticos, andarán cerca los pasos hipnotizados de Narciso. Podrá descaminarse el eros hacia el idéntico en vez de impulsar hacia el contrario complementario. Y aquí se mostrará, por encima de todo, una opción contra la vida: ¿pertenecerá por ventura a su árbol incoercible un eros? Pero no se confunda con tales inmadureces la lozanía que él supo limpiamente preservar y a la que alude cuando en ciertas "palabras antes de una lectura" de poemas, en 1935, aventura que "acaso la poesía, al menos cierto aspecto de la poesía, requiera un estado de espíritu juvenil, y hasta no es raro que el poder de la juventud lo prologue la poesía en el poeta más allá del tiempo asignado para aquélla". No es juventud encapsulada esa lozanía. Por ella el hombre maduro hace proyectos con la regia y confiada licencia de antaño, es decir, con toda su real y plácida gana; escribir -en medio de la desesperanza quieta de Como quien espera el alba- poemas tal "El Indolente":

    Con hombres como tú el comercio sería

    Con leve y pura que, sin sudor ni sangre

    De ninguno comprada, dejaría a la tierra

    Intactos sus veneros. Pero a tu pobreza

    El comercio podría allanarle un camino.


    Durante las tardes meridionales del verano,

    A través de una clara ciudad, solas las calles,

    Llevarías en cestillo guirnaldas de jazmines

    Y magnolias, por un nido fragante de hojas verdes

    Oculto su blancor, como alas de palomas…

5. Dioses y cuerpos

 Será bueno ir siguiendo, a lo largo de La realidad y el deseo y con apoyaturas en Ocnos y otros escritos, la imaginería de Cernuda sobre el tema de la juventud.

 "Égloga, Elegía, Oda", segunda sección del libro poético en expansión, es más que un diestro ejercicio, de los que puso en boga en España el tricentenario de Góngora. En ella hacen su aparición formal los dioses. De la "Égloga" dice el poeta que a escribirla lo llevó su admiración por Garcilaso. Pero en una página de Ocnos titulada "Helena", este nombre y el del poeta del XVI se juntan para exaltación de la "hermosura greco-pagana", cantada, se dice allí, sólo por Garcilaso en España. Porque se suscribe sin reservas la frase de Gide: "España no conoce la hermosura porque Helena nunca abordó allá". Este poemario lo escriben a la par el ya entrañable admirador de Garcilaso y el futuro y deslumbrado lector de Holderlin. Paisaje pastoril y números de versos son préstamos del poeta cortesano y guerrero, o por mejor decir, homenajes que se le rinden; pero la contemplación sensual, en la "Elegía" y la "Oda" sobre todo, por enclaustrada, morosa y táctil, desborda de la que puedan trasmitir, por ejemplo, versos como "Eurídice en el blanco pie mordida" o "cestillos blancos de purpúreas rosas", que pasan como en graciosa fuga venatoria. Las "rosas tiernas, amables a la mano" de un verso de la "Elegía" de Cernuda, son, es claro, las que vetean un desnudo cuerpo durmiente. Nada el joven ·dios de la "Oda" y

     Ata al río y desata,

     En transparente lazo mal seguro,

     Aquel rumbo veloz entre su oscuro

     Anhelar ya resuelto en diamante.

     La luz, esplendor juro,

     Cálida envuelve al cuerpo como amante.

 El paisaje sustituto del jardín con aguas se beneficia, pues, de algo más que airecillos bucólicos y otras mercedes idílicas. Los sentidos se han emancipado del aire noticioso y se toman todo su tiempo, sabiéndose libres y prensiles. La soledad tiene clásicamente sujetas las riendas de amor y deseo, pero ya es su cómplice contra el solitario, pues, también clásicamente, destaca con su mirada corpóreas perfecciones. En fin, no queda nada de aquella suspensión alba de "penumbra de la paloma" que hacía la atmósfera del primer libro. La blancura es otra:

    El bello cuerpo en pie, desnudo cela

    Bajo la rama espesa, entretejida

    Como difícil tela,

    Su cegadora: nieve estremecida.

 Así, entre deliberada arquitectura de convención, erguida con virtuosismo y habitada de acentos propios, despuntan los temas del cuerpo joven y el joven dios, cercanos pero aún sin la unidad y peculiaridad de sentido de las que algo hemos anticipado. Ambos temas son ahora, más que nada, motivo plástico.

  6. Fuerzas, daimones

 Para que el lector que quisiera remediarse de estas tentativas pueda hacerlo con prontitud, indico al final la bibliografía atinente, activa y pasiva, de que he podido disponer. De la pasiva, el ensayo de Octavio Paz "La palabra edificante", incluido en Cuadrivio, me parece lo de mayor amplitud y tensión de inteligencia y de verbo que he leído sobre Cernuda. Nada menos elusivo ni más estimulante. Diría casi que por ese ensayo -en deuda crasa y en acuerdo o en pugna con él- nacen estas líneas.

 Tenía que venir Octavio Para a decirnos por qué los poemas de amor de Cernuda son "poemas para un cuerpo"; por qué, en diverso trance, tampoco es un nombre o tal criatura lo que el olvido o la caducidad abaten, sino "el antiguo candor, la fe puesta en un cuerpo; por qué, en fin, cuando un incorpóreo aroma recogido al paso atrae otro, más incorpóreo aún, del recuerdo, la analogía es

     Tal como cuerpo joven

     Hoy, te evoca otro cuerpo

     Joven también un día.

 En tanto estudio aplicado o banal, breve o extenso sobre La realidad y el deseo -sin contar las notas manufacturadas para "panoramas", de reedición prevista-, no parece haberse reparado en la reiteración de la palabra "cuerpo" en las páginas de Cernuda, ni en su eco peculiar, a la vez neto y cifrado.

 Si nos decimos “sensualidad", el embalse, almizclado o no, que llega en la estela del vocablo y su concepto, nos desanima. "Cuerpo", en Cernuda, alude siempre a un dinamismo. Por otra parte, nos convencía Pedro Salinas cuando en 1936, ante la primera edición de La realidad y el deseo, hablaba de "la potencia desmaterializante, espiritualizadora" de su expresión poética. Dicha edición finaliza con Invocaciones a las gracias del mundo, pero Salinas piensa de seguro en el Cernuda inmediatamente anterior, el que se hace obedecer de triple soltura onírica - surrealista, romántica, becqueriana- a través de Un río, un amor, Los placeres prohibidos y Donde habite el olvido. Sin embargo, el cuerpo dista también de ser cosa etérea en su vocabulario. En estos tres libros jóvenes y plenos -los que situaron voz y rango de su autor en la poesía de nuestra Iengua-, las imágenes-; hablando con propiedad, no descorporizan sino que flamean. Los encantamientos y sutilezas son los propios del fuego. Es el momento de la pasión -o el de su sueño equivalente.

 Cuando la mitología poética de Cernuda se despeja -visiblemente a partir de las citadas Invocaciones-, la contemplación gana terreno, la pasión deja paso al entusiasmo, entendido éste en su preciso sentido etimológico (enthosiasmós) de rapto inspirado por los dioses, con las notas de permanencia, amplitud y videncia de que la pasión carece. El objeto de esa exaltación profesada no es otro que el cuerpo joven, y el significado especial de éste y la razón nada frívola, deportiva ni pragmática de aquel fervor sostenido, parecen expresarse del mejor modo afirmando, con Octavio Paz, que, en la concepción que presuponen, "la criatura no es una persona sino una momentánea condensación de los poderes inhumanos: juventud, hermosura y otras formas magnéticas en que el tiempo o la energía se manifiestan". Se diluyen en la criatura las señas y elementos personalizadores -rostro único, alma irremplazable-; ella es, sustancialmente, su cuerpo, que consiste a su vez en una encarnación, "un surtidor de energía, una fuente de 'materia psíquica' o mana, sustancia que no es ni espiritual ni física, fuerza que mueve al mundo según los primitivos". A los ritmos de efusión y magnetismo de tales energías encarnadas obedece el movimiento de amor y deseo. En sus poéticas ocasionales, con verbo menos antropológico y más tradicional, Cernuda no desmentirá las versiones anteriores. En la citada página "Palabras antes de una lectura" y en el prólogo a su traducción de poemas de Holderlin, hablará, allá, "del elemento misterioso inseparable de la vida" y que al poeta no le está permitido eludir, "de un poder demoníaco, o mejor dicho, daimónico, que actúa sobre los hombres"; acá, de "fuerzas paganas", de "fuerzas secretas de la tierra" que tuvieron espléndida expresión en viejos mitos y que en eras pobres reencuentran e iluminan seres como Holderlin, pudiendo con todo derecho alguna "vida perdida entre el mundo moderno" hacerlas eje suyo y tenerlas por "las solas realidades".

 Cernuda opone esas "realidades" a las "otras convencionales por las que se rige la sociedad". En general, ya se sabe, fue siempre un subversivo. Pero se pulverizarán por igual matices y esencias si se piensa que habla en términos de instinto y represión, o incluso en las de fuerzas naturales -germinación, fecundación, estaciones, órbitas- de majestad opaca a la mirada mediocre. Esos términos no están excluidos, pero sí trascendidos en el aura de religiosidad pagana que atraviesa el citado prólogo y de la que Cernuda está lejos de excusarse: "Tal vez al lector español parezca extraña la defensa del paganismo latente en estas líneas; piénsese que en nuestra poesía, como en la francesa, a excepción tal vez de André Chénier, los mitos griegos son únicamente un recurso decorativo".

 La misma naturalidad exaltada, con tejido mejor y mayor definición, reitera sus motivos en la otra página o breve poética que hemos invocado. El daimón, el demonio griego no maligno sino intermediario entre dioses y hombres, tiene, obviamente, mayor y más específica entidad que la fuerza. La poesía es expresión de los poderes daimónicos pero también ella es poder. Ella "fija a la belleza efímera" y por su acción "lo sobrenatural y lo humano se unen en bodas espirituales, engendrando celestes criaturas, como en los mitos griegos del amor de un dios hacia un mortal nacieron seres semidivinos". La palabra "sobrenatural" permanece irrestringida. Líneas después se habla del "mundo invisible que presiente" el poeta y al cual refiere la belleza transitoria que intenta fijar. ¿Nostalgia literaria de Grecia? ¿Extraña fe anacrónica, especie de exotismo en el tiempo? Estos y otros aires "fin de siglo" nada tienen que ver con el hondo romanticismo de Cernuda. La ascendencia romántica está en la raíz de su paganismo y de su creencia en los poderes trascendentes de la palabra poética. La arborescencia en una sola y en ella quiso fundir obra y vida. Opone expresamente al cristiano su trasmundo, sea éste el que fuere. Paz aventura una denominación: "ateísmo religioso". Este Cernuda de hacia 1935 es el autor del poema "A las estatuas de los dioses". No habla por hablar cuando les dice a aquéllas o a éstos (es lo mismo):

   … desfilan a lo lejos muchedumbres

   Que antaño impíamente desertaron

   Vuestros marmóreos altares,

   Santificados en la memoria del poeta.

   Tal vez su fe os devuelva el cielo.

 El poeta queda confiadamente soñando con el "trono de oro" y la "faz cegadora" de los dioses, "lejos de los hombres, allí en la altura impenetrable". Trasunto aquí algo o mucho de la fe del romanticismo germánico en el sueño: en su mayor realidad sobre la vigilia y aún en su virtud realizadora. Este sucedáneo de la re-ligación creyente encuentra sus festivales y exigencias.

 Cercano el poeta a los sesenta, la exégesis de sí mismo varía de tono. La antigua exaltación está ausente. Se escribirá: "la hermosura física… juvenil ha sido siempre para mi cualidad decisiva, capital en mi estimación como resorte primero del mundo, cuyo poder y encanto a todo lo antepongo". El encumbramiento perdura pero la fórmula es frívola, es infiel: se ha pronunciado la palabra "cualidad". Sin embargo, los poemas siguen tejiendo claves y signos en torno al cuerpo joven. A ellos debemos volver puesto que son, a su vez, el cuerpo vivo y flagrante de tal mitología ferviente.

 7. Tiempo humano

 Hay un intervalo en que dioses, fuerzas y daimones se esconden: han llevado su frescor voluntarioso al interior del poeta. Desde allí gustan la novedad del juego de azares y coyunturas; se someten, se pliegan, viven fielmente la vida de su huésped. Un río, un amor. Los placeres prohibidos y Donde habite el olvido no quieren saber nada de arquetipos urbanos ni bucólicos: atienden a la medida del hombre, que nada puede colmar, y a la medida de la realidad, que nadie puede agotar.

 Sevilla ha quedado atrás. Soledad, sueño, cuerpo, juventud han entrado y giran en el campo magnético de amor y olvido, muerte y deseo. Bien mirado, no giran: sirven a una expresión poética centrada, que lo alcanza todo con vigilia apasionada y veloz. Es de ver cuánto en Cernuda la fluidez surrealista anexiona elegancia, instinto artístico y aún voluntad de composición. En algunos poemas de estas colecciones -escritos todos en verso libre y "cada uno de una vez y sin correcciones"- él mismo ha señalado "una intención análoga a la de la canción". Pone como ejemplo un poema simple y magistral. "Estoy cansado", recogido ya en la primera antología de Gerardo Diego; pero de un género o de otro y siempre inspirada, la estructura es apreciable en todos estos cuerpos poéticos. "Calas" estilísticas de las hoy en boga se han aplicado a discernirla y nominarla en cuanto a varios de ellos. Pienso que nos sentiríamos más a gusto si en vez de hablar de escritura automática lo hiciéramos de escritura inmediata.

 Todo surrealismo es romántico pero en Cernuda el viejo sabor llega con rara pureza y vida. Basta, para convencernos, un fragmento del poema "Destierro":

   Ante las puertas bien cerradas,

   Sobre un río de olvido, va la canción antigua.

   Una luz lejos piensa

   Como a través de un cielo.

   Todos acaso duermen

   Mientras él lleva su destino a solas.

 O este uso familiar de una intemperie exclusiva del ochocientos:

   Como el viento a lo largo de la noche,

   Años en pena o cuerpo solitario,

   Toca en vano a los vidrios,

   Sollozando abandona las esquinas.

 Bécquer -no sé por qué no mencionado por Paz en su ensayo- fue su lectura desde "muy niño" y relectura adulta que lo "orientó hacia una nueva visión y expresión poéticas". Representó siempre, creo, un culto saludable de Cernuda. Podemos sorprender la transición de uno a otro sevillano dentro de un mismo poema. En el titulado "Te quiero", de Los placeres prohibidos, con solo que invirtamos el orden de las estrofas tercera y cuarta, pasaremos de la imagen becqueriana -sobre-becqueriana diría Juan Ramón Jiménez- a otra más propia de Cernuda:

   Te lo he dicho con las nubes,

   Frentes melancólicas que sostienen el cielo,

   Tristezas fugitivas;

   Te lo he dicho con el sol,

   Que dora desnudos cuerpos juveniles

   Y sonríe en todas las cosas inocentes…

 Esta fugaz mención de una dorada pagana inocencia viene a mostrarnos, por otra parte, la función delicadamente subalterna que cumple, en esta etapa, la mitología tras de la que andamos. Otro poema reduce a los divinales a noble fondo escénico, decaída estatuaria de viejo parque:

  De qué país eres tú,

  Dormido entre realidades

  Vida de sueños azuzados como bocas sedientas,

  Y ese duelo que exhibes por la avenida de los monumentos

  Donde dioses y diosas olvidados

  Levantan brazos inexistentes o miradas marmóreas·

 La cita servirá de paso, para recordar cómo Cernuda, preferentemente, se habla, busca la forma pura del monólogo, dialogando con el de sí mismo y no con hipotético lector sin rostro. Este tú reflexivo, como acabamos de ver, no coarta efusión ni lirismo; por el contrario, refuerza su intensidad con esa especie de testimonio de otro de la conciencia desdoblada.

 El sujeto de todos estos poemas es la criatura que se reconoce, el "hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche". Declaran ellos el delirio del ser que no se basta a sí mismo:

  Si no te conozco no he vivido;

  Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido

 Saben de la belleza que no decepcionará, pues ha sido puesta a buen recaudo en lejanía intocada:

  En el estado de Nevada

  Los caminos de hierro tienen nombres de pájaro,

  Son de nieve los campos

  Y de nieve las horas.

 Confiesan la fatiga del insaciable anhelar. Sería tan grato como fértil comparar alguna vez el aludido y bello poema que comienza: "Estar cansado tiene plumas", con el quevediano "soy un fue, y un será, y un es cansado", y con la villanela de Joyce en Retrato del artista adolescente, cuyo Are you not weary of ardent ways? vertió Dámaso Alonso en el hermosamente hispano. "¿No estás cansada de ese ardiente afán?" Meridión sevillano, estepa de Castilla y bosque céltico mostrarían así sus rechazos y acercamientos.

 8. El mito en su carne

 Cierra el intervalo un poema de transición, con motivos de los que ya tenemos noticias pero que se hallaban en suspenso:

  Como la arena, tierra,

  Como la arena misma,

  La caricia es mentira, el amor es mentira, 

                            la amistad es mentira.

  Tú sola quedas con el deseo,

  Con este deseo que aparenta ser mío 

                            y ni siquiera es mío, 

  Sino el deseo de todos,

  Malvados, inocentes,

  Enamorados o canallas.

 Su título es "Los fantasmas del deseo", y longitud y expresión distintas, comunión telúrica o intuición panteísta que en él concurren, parecen guiarnos al libro siguiente. Las Invocaciones a las gracias del mundo de la primera edición de La realidad y el deseo, quedan en la tercera reducidas a un seco Invocaciones, pues secos son ciertos diocecillos menores del humor de Cernuda. Pero dioses mayores continúan gobernando los poemas intocados.

 La libertad señera de la etapa precedente fue "la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío", según en Los placeres prohibidos se declara. Ahora, una contemplación cultural opera efectivas liberaciones. Liberación de la "fórmula poética" surrealista, liberación de la fijación amorosa, liberación de "tristes dioses que insultan esta tierra ardorosa", liberación del pudor. He aquí las conquistas: la expresión directa, desnuda y centelleante como una espada; el deseo con frenéticos pies de "joven sátiro" en danza junto al amor abatido; el culto a la criatura joven daimónica; la asunción plena de los ciclos paganos: obediencia al furor sacro en su momento y armonioso "himno a la tristeza" en la declinación.

 Son poemas de sobra conocidos -e imitados en su día-, óptimos para muchos, aunque no para el provecto· Cernuda, que les imputa "garrulería y ampulosidad". Más que los dioses nominales, de estatuas "hermosas y vencidas", importa, como dice Paz, la "divinidad misma"; la energía o sustancia de aquéllos habitando a tal o cual criatura joven concreta, ésta que ahora surge "tras la colina ocre, entre pinos antiguos de perenne alegría". Es a un tiempo real y clásico ese marco sureño, marino y solar, como es auténtico el clasicismo de expresión y tono que a su hora vio Pedro Salinas en estos poemas, diversos así con nitidez de los precedentes; pero no se ha de olvidar que tal clasicismo se recibe a través del romanticismo más insobornable. Momento del Cernuda que ha leído o está a punto de leer a Holderlin, y que sigue llevando en sí a Bécquer con sus otros padres poéticos, sevillanos y germánicos. La incursión vivificante a lo trasnochado, usual por aquellas fechas, con pinta de juego en Alberti y de ironía en Aleixandre, en Cernuda se hace seria del todo. El poema "No es nada; es un suspiro" ilustra sólo como un ejemplo entre muchos posibles.

 Contra lo que su autor posteriormente estima, los poemas de Invocaciones tienen la extensión que su tema y aliento exigen, y la voz sabe sostenerse lo mismo en el poema solar, donde algún cuerpo joven avanza como "apasionado albatros", que en el meditabundo y sosegado, tal ese "Himno a la tristeza" ya aludido, a cuyo comienzo hallamos esta personificación sencilla y vívida:

   Desengañada alienta en ti mi vida,

   Oyendo en el pausado retiro nocturno

   Ligeramente resbalar las pisadas

   De los días juveniles, que se alejan

   Apacibles y graves, en la mirada,

   Con una misma luz, compasión y reproche.

 9. Videncias

 Esa grave figura que vuelve el rostro compadeciendo y reprochando, querría tal vez llevarnos directamente a otra del libro inmediato, Las nubes; mas, por lo que ella tiene de singular y de ruptura, conviene de momento saltarla y que, con el hilo del tema de la juventud, pasemos a los libros de entrada madurez, cuando ya el exilio y la soledad son hábito asentado y muchos van hablando de una óptica de la nostalgia en Cernuda. Hemos visto que él la niega, o la reconoce solo como una entre sus "voces varias" de poeta, acaso "la más remota". Y ciertamente, en vida y obras suyas se ve a la disponibilidad sobreponerse sin fatiga al desarraigo. Parece lo más coherente que su libro postrero lo cierre el poema "Peregrino":

     Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas

     Sino seguir libre adelante

     Disponible por siempre, mozo o viejo.

     Sin hijo que te busque, como a Ulises,

     Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

 Sin embargo, en la secuencia de los párrafos de Ocnos y de las estrofas de La realidad y el deseo, la rememoración poética no deja de encontrar sitio, y abunda, hacia el final, el poema contestateur en torno a seres, acaeceres y el ser mismo de la patria lejana.

 Bajo especie rememorativa asoma el mito sus más fanáticas figuraciones. Las prosas de Ocnos, aunque inseparables de una honda refracción poética, son más puramente biografía. El tejido figurativo es la obra de los poemas, y pues se trata de un tal tejido unitario -de un culto establecido-, podemos repasar sus puntos de mayor signo, sin cuidarnos de la cronología de los libros que los sostienen: Como quien espera el alba, Vivir sin estar viviendo y Con las horas contadas. Partiremos de un poema de este último.

  En el título, la aseveración parca "Lo más frágil es lo que dura"; luego, la reticencia irónica:

   ¿Tu mocedad? No es más

   Que un olor de azahar

 

   En plazuela a la tarde

   Cuando la luz decae

 

   Y algún farol se enciende…

 Porque ese aroma, "furtivo como sombra", alcanza, atravesando el tiempo, a mover los "sentidos con un escalofrío". Más que ninguno este aroma es espíritu: fortaleza sutil, no inmaterial. Llega de un pasado ayer propio, "hoy extraño", es decir, como independizado, fijo y a salvo en tal remoto cruce del espacio y el tiempo. Enseguida el visionario se repliega, concluye tornando a la ironía inicial, reticente corno el preservado, invulnerable espíritu.

     Y ves que es lo más hondo.

     De tu vivir un poco

     De eso que llaman nada

     Tantas gentes sensatas:

     Un olor de azahar,

     Aire. ¿Hubo algo más?

 Una acentuación de lo visionario insinuado: hay sitios impregnados de numen; capaces de suscitar el cuerpo que por ellos discurrió. El poema "Jardín antiguo", de Las nubes, es un preludio vago:

     Sentir otra vez, como entonces,

     La espina aguda del deseo,

     Mientras la juventud pasada

     Vuele, ¡Sueño de un dios sin tiempo!

 La excursión imaginada no es nada sentimental: es rito. Si no, por qué esa certeza de que "la espina aguda" será la del deseo, y no la de la extrañeza o la nostalgia, esos dos brutales saldos del retorno al sitio abandonado desde cuándo? El regreso ideado en "Viendo volver", de Vivir sin estar viviendo, contiene mayor y más precisa carga alucinante:

    Así, con pasmo indiferente,

    Como llevado de una mano,

    Llegarías al mundo

    Que fue tuyo otro tiempo,

    Y allí le encontrarías

    Al tú de ayer, que es otro hoy.

 

    Impotente, extasiado

    Y solo, como un árbol,

    Le verías, el futuro

    Soñando . ..

 Tan perfectamente suscitado se contemplaría a ese uno de ayer, tan otro, tan él se le miraría, que enseguida querría el uno actual alejarse

     Sin nada que decirle,

     Pensando que la vida

     Era una burla delicada.

     Y que debe ignorarlo el mozo hoy…

     Prefiere, las futuras

     Criaturas divinas

     . . . . . . . . . . . 

     No el arco triunfante

     De meta conseguida:

     La inicial misteriosa,

     Y eterna de la vida.

 El esteticismo que asoma en el comienzo se disipa pronto: las preferencias, "nube primitiva", "criaturas divinas", son reveladoras. El gesto virginal -arco que inicia su graciosa curva- es lo encantador pero también la proximidad de la "misteriosa" fuente. El cántico incluye una profesión de fe.

 Fervores, sospechas, videncias y desdoblamientos parten de una visión central: la juventud es numen. Adorable, impredictible, tiránica, al igual que, por fusión contemplativa con los nuevos cuerpos agraciados, revive en aquéllos a los que ya no asiste, en una misma criatura origina un sujeto distinto, un otro cuando la abandona. 

  10. De cierto libro

 Pero queda una imagen que escapa de todo este culto. Hállase en un poema del libro Las nubes.

 Hacia el centro de La realidad y el deseo y en el umbral de la madurez del poeta, este libro no desmiente su situación: tiene arista y mesura como el fiel de una balanza. Está escrito durante la guerra civil española, parte en España, parte en Francia y parte -la mayor- en Inglaterra. Al inicio de la contienda Cernuda desempeña un cargo diplomático auxiliar para el  gobierno republicano; desde 1938; en que marcha a Inglaterra, se convierte en el exiliado y el errante que fue hasta su muerte. "Ninguna otra vez en mi vida he sentido como entonces el deseo de ser útil de servir". Esto rememora en 1958, y del libró aparece claro el despertar de tal conciencia:

  Por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren

  Hombres callados a quienes falta el ocio

  Para arrojar al cielo su tormento…

 Nada más antitético del nihilista que en 1931, para la primera Antología de Gerardo Diego, escribió: "La detesto (la realidad) como detesto todo lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país”. Ahora preséntase insospechadamente desarmado frente al desarraigo:

  Porque me he perdido

  En el tiempo lo mismo que en la vida,

  Sin cosa propia, fe ni gloria,

  Entre gentes ajenas

  Y sobre ajeno suelo

  Cuyo polvo no es el de mi cuerpo…

 Es la hora del réquiem por García Lorca, de las dos "Elegías españolas'', del vindicativo "A Larra, con unas violetas", del casi militante "Lamento y esperanza". Se descubre que la salud puede hallarse un modo opuesto al rito orgiástico: "Si con dolor el alma se ha templado es invencible". Y alguna vez irrumpe el tono profético:

  Así este pueblo inmenso

  Agonizará antes, presa ya de la muerte,

  Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.

 No se trata de un Cernuda converso ni a la acción ni al misticismo, pero sí de una disposición .de ánimo altruista que vaporiza, mientras dura, la posesa proyección del yo a través del deseo. Eros hace conocer tormentos solitarios. El dolor compartido serena, y es la paz colmada cuando alcanza la abnegación. Aunque no fuere desde cúspide tal, una paz doliente y un grave lirismo conciertan el pulso de este libro, orean sus momentos más sombríos, sofrenan en canciones pensativas los aislados retornos de la pasión. Aquí la "Cordura" presta nombre y aliento a poema en que, en mitad de un lluvioso campo inglés, se espera "hallar un alba pura comunión con los hombres". Los dioses holgazanean lejos. Apenas si surgen bajo especie de una estatua rodada al mar, abatido Apolo cuyo lamento entre el limo no conturba a "la gente clara y libre de Sansueña". Para el final se deja una summa española. El Escorial había sido "gran piedra lírica"; en el poema de Cernuda alcanza levitación suprema. La mirada del recuerdo es más aguda; por ella es que se puede decir:

     Si hacia los cielos anchos te alzas duro

     Sobre el agua serena del estanque

     Hecho gracia sonríes.

  Parece que nunca hubiera estado Cernuda tan libre de sus demonios, pensados éstos ahora no como los juveniles e impetuosos daimones griegos, sino del género maduro y filoso de los visitantes de Fausto, Adrián Leverkúhn o Iván Karamázov. Creo también que la expresión poética en este libro -dependa ello o no de su clima anímico- es la más conseguida de su autor, siquiera sea en el sentido de logro feliz de un propósito. El Cernuda ya formado quiso siempre, siguiendo el consejo de Joan Ramón Jiménez, "escribir como se habla y no como se escribe". Para esa aspiración, común a casi toda la poesía moderna, semeja fórmula técnicamente acabada ésta de Octavio Paz: que sea "materia prima de la transmutación poética no el lenguaje de los libros sino el de la conversación". Aunque quizás ya lo había dicho todo Maese Pedro: "Llaneza, muchacho: no te encumbres". El aviso -cristal ya, él mismo de la lengua- fue, como se sabe, malentendido por el siglo XIX, que respondió con eso campechano suficiente de que don Ramón de Campoamor es ejemplo insigne.

  Ni en prosa ni verso de Cernuda trasluce la escritura nerviosa de nuestros días. Su párrafo y su estrofa -que se van pareciendo cada vez más- preséntanse añejos. ¿No va a serlo ese largo período con incidentales calmosas en que uno y otra consisten? Nada hay de malo en ello, mas la naturalidad puede volverse prurito (aquello, gala o manía, de no levantar la pluma del papel), y esto es insidia y acechanza del siglo XIX, a la que sucumbió alguna vez Cernuda:

  Hay en la vida quienes dejan que la vida les viva

  Y quienes imponen a la vida dirección y sentido,

  Mas son excepcionales los unos y los otros.

 Pero de esta bastedad -nada excepcional en Desolación de la quimera ni en muchas antipoesías y coloquialismos de hoy- no se encuentra rastro en Las Nubes. La expresión subrayable en la fórmula de Paz, "transmutación poética", implica un recinto preexistente donde ésta se cumple y cuyo umbral -invisible e inequívoco- ha de cruzar el lenguaje de todos los días para ser salvo. La poesía vela pero no sale de casa; no es una buscona. En ese recinto pulcro, detrás del milagroso, indefinible cristal de la lengua mantiénense las palabras y sus enlaces a todo lo largo de este libro de Cernuda.

 ¿Será significativa la escasa predilección manifestada por esta sección VII de La realidad y el deseo? Los encomios suelen bifurcarse, ignorándola: tinos, como el de Paz, se dirigen a lo anterior, a la inflamada "poesía de juventud (Los placeres prohibidos, Un río, un amor, Donde habite el olvido, Invocaciones)"; otros, a lo posterior, donde, ya en Como quien espera el alba, la rememoración más benigna juzga "cuán bella fue la vida y cuán inútil". ¿No se tratará de preferencias por la pasión en sí o la desolación en sí, por una u otra de esas dos desposesiones de sí mismo? Las nubes, no es, ciertamente, el libro de un poseído, pero esto no le impide ser, sin desmayos, un libro inspirado.

 11. La blanca juventud

 Llamándome al orden, copio en seguida el anunciado poema de la imagen singular. Su título es "Soñando la muerte":

  Como una blanca rosa

  Cuyo halo en lo oscuro los ojos no perciben;

  Como un blanco deseo

  Que ante el amor caído invisible se alzara;

  Corno una blanca llama

  Que en aire torna siempre la mentira del cuerpo,

  Por el día solitario y la noche callada

  Pasas -tú, sombra eterna,

  Con un dedo en los labios.

  Vas en la blanca nube que, orlándose de fuego,

  De un dios es ya el ala transparente;

  En la blanca ladera, por el valle

  Donde velan, verdes lebreles místicos, los chopos;

  En la blanca figura de los hombres,

  De vivir olvidados con su sueño y locura,

  En todo pasas tú, sombra enigmática,

  Y quedamente suenas

  Tal un agua a esta fiebre de la vida:

  Cuando la blanca juventud miro caída,

  Manchada y rota entre las grises horas;

  Cuando la blanca verdad veo traicionada,

  Por manos ambiciosas y bocas elocuentes;

  Cuando la blanca inspiración siento perdida

  Ante los duros siglos en el dolor pasados;

  Sólo en ti entonces creo, vasta sombra,

  Tras los sombríos mirtos de tu pórtico,

  Única realidad clara del mundo.

 He aquí el poema menor que sólo puede escribir un gran poeta (si es que existe cosa tal como un poema menor). No dejamos de advertir las tres estrofas simétricas, la exposición acompasada y límpida, versos de milagro quedo como "por el día solitario y la noche callada". Pero la cita obedece a otros fines.

 Los abuelos decimonónicos sabían de la grande sombra inmarcesible y de cómo su blancura se obtiene, por trasunto o evaporación delicadísimos, de la piedra de las criptas. Mas ellos, puestos a la obra, vieron sus brazos a menudo estorbados. Tetricidad y grandilocuencia, sombras, espurias, los asediaban. Se adivina su errante sonrisa nostálgica ante esta plasticidad austera.

 Hay tanto silencio en el poema que, a primera lectura; la apacible reiteración que lo estructura se diluye, el muy mediato. "sueño de la muerte" puede opacar la inmediata contemplación de la augusta blancura unitiva.  Es una verdad plástica, mostrada con el índice; mudo el labio: libre de lazos la blanca sombra que: cada realidad lleva dentro, y alzada y superpuesta a la sombra enigmática del fondo, se observa que las dos siluetas coinciden exactamente y, que, su blancura cortés y mate es la misma.

 La juventud no aparece siempre, pues, como “el apasionado albatros" del poema de Invocaciones, insuflado de numen en sí invulnerable, y cuya muerte marina es orquestado acto nupcial.  ¿Se reconocerá aquel triunfo -fulgor que el fin trágico, justamente atiza, consagra- en esta blanca sombra abatible? Cernuda no responde; pero acaso sólo haya variado el foco de su atención; pasando de lo sobrehumano a lo humano; del cuerpo investido de poderes a la criatura joven y, bien mirado, inerme, pues, ¿qué mayor desamparo que el de aquello que ha de ser protegido de sí mismo, de su propio esplendor delirante y arrojado?

 "Y ya nada podría ampararte de su juventud", piensa de "la joven en el teatro" su contemplador -en cierto poema de Eliseo Diego-, viéndola volcada sobre el palco, fijos en "la polvorienta púrpura" los "ojos serios y veloces, el liviano pelo lacio al desgaire, oh cazadora". Una robusta emoción donde caben ironía delicada, "terror de lo tremendo" y ese estoicismo que sabe lo inútil de tenderos brazos: he aquí lo que suscita en noble pecho la visión de un momento de agudo vivir del ser que lleva en sí la fuente de la vida.

 La sólita respuesta de Cernuda a la belleza joven es oscilante, va del enthousiasmós al repliegue soturno del deseo. Pero no ocurre así en este poema "Soñando la muerte", poblado de blancas sombras que el idioma entrega femenina, plenas de húmedo misterio; señoreado en su silencio por la piedad. Para esa "blanca juventud" ¿adónde acudir pidiendo gracia? Fundirla a la inquebrantable sombra del dedo en los labios -alta mujer, madre alta- es un modo de protección, un modo de amparo.

  12. Linaje y libertad

 La sombra, milenario hallazgo poético, efunde dignidad y blanco aroma de espinos. La sombra, lo incorpóreo con figura -esto es, tratable y a la par inmune-, es el existente ideal caro al sueño romántico: su compañía cura de la vida.

 Tal vez no haya que -curarse de la vida, tal vez lo hidalgo sea realizar con ella, de toda ella, "la obra bien hecha" que entregar a su hora. Pero el dintel de resistencia, como dicen los psicólogos, varía con cada quién. Y la suma de "grises horas", "manos ambiciosas", "bocas elocuentes", "duros siglos", "dolor", "fiebre," “sueño y locura" puede ll veces resultar abrumadora. También podemos haber malentendido. Curar, palabra tornasol, propiciaría ella misma la rectificación. La sombra, en -sentido general, alega una realidad más pura, una verdad; la Sombra del pórtico con sombríos mirtos sería fa verdad última, introductora a eso sobremanera mullido y angosto que franqueado el pórtico, aguarda, pero con el rostro vuelto hacia nosotros. Las sombras y la Sombra son vigías insobornables. La Sombra, mudamente, revela “la mentira del cuerpo”; no desaprueba el ''blanco deseo" resurgente, inspira la "blanca ladera" plantada de “verdes lebreles místicos". La Sombra cura, cuida de la vida.

 Se despeja el linaje de estos versos. Remóntase -no podía ser me nos- a las Coplas manriqueñas con su meditación de las postrimerías que es lección de vida (pues no paraliza sino encauza el brazo del guerrero); pero antes de llegar ha pasado por regiones menos adustas, donde la austeridad no recusa, antes convoca el sentimiento, aliviándose con la visión de la tumba dormida entre follajes como cabelleras. A quien preside este ancestro más próximo, de menos esteparia y más umbrosa apoyatura, se le conmemora con la recreación depurada de una atmósfera afín y con la mención de un ademán y una expresión que Je eran caros. El gesto del dedo en los labios recuerda el de los ángeles junto a la "gótica tumba" de la rima LXXVI; la orladura en fuego de la ''blanca nube" es familiar adorno de exaltación discreta, que recoge la rima XIV. Sabemos ya de estos puntuales homenajes de Cernuda a la influencia en él más benéfica.

 El tono general de libertad de espíritu y la impresión de que habla otro Cernuda se fortifican con un contraste sencillo. Este "blanco de seo", sombra o afinación alzada del amor extinto, no ofrece ningún aire de familia con aquel afán cárdeno cie un poema de Invocaciones:

   Quiero vivir cuando el amor muere;

   Muere, muere pronto, amor mío.

   Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo…

 A su final el poema (Dans ma péniche, de título) da razón de su alegría ''cuando el amor muere": es "porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido", y gracias a ella

 el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos

    Que vivifican el mundo un solo instante.

  Esa ronda alienada, ¿es edificante? Oímos aquí la voz, por decirlo así, oficial de La realidad y el deseo, que recapitula y confirma, en la madurez de Apología pro vita sua, la expansión que sigue:   

  Sólo resta decir: me pesan los pecados

  Que la ocasión o fuerza de cometer no tuve.

 Sinceridad, liberación, disidencia son flameos tan airosos y simpáticos cuanto ingratos se presentan hipocresía, represión y gregarismo, sus denunciados. Pero valdrán realmente sólo si hacen buena su tácita promesa de una vida personal, auténtica y plena, si eluden los marjales de la gratuidad, si no paran en sustituir prisiones caducas por otras flamantes.

 Del Cernuda moralista -"uno de los poquísimos que ha dado España", según Octavio Paz- sólo sé decir que edificó para sí la soledad más acabada, una desolación orgullosa que aridece su misma expresión poética postrera. La sensibilidad intelectualizada, la costumbre de la vida disonante no son la armonía que prometieron las enseñas de la rebelión.

 Cernuda pone en cuestión más de lo justo. ''La gloria del poeta", también de Invocaciones, es una suma diversa de la del poema al Escorial. Quisiéramos ver opuesto al neopaganismo ideal que allí se ejemplifica, no un adversario harto cómodo, no una forma degradada, en el otro orden, como ésta:

   Los hombres tú los conoces; hermano mío;

   Mírales [...]

   Mientras se borran en la sombra con sus mujeres 

                                            al brazo.

   Carga de suficiencia inconsciente,

   Llevando a comedida distancia del pecho [...]

   Los hijos concebidos en unos minutos que se hurtaron 

                                                 al sueño

   Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa niebla 

                                                conyugal

   De sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.

 Sabemos de un paseo igual de común pero decididamente nada sórdido ni mezquino:

   Mi padre era español: era su gloria

   Los Domingos vestir sus hijos,

   Pelear, bueno: no tienes que pelear, mejor:

   Aún por el derecho, es un pecado

   Verter sangre, y se ha

   De hallar al fin el modo de evitarlo. Pero si no,

   Santo sencillo de la barba blanca.

   Ni a sangre inútil llama tu hijo,

   Ni servirá en su patria al extranjero:

   Mi padre era español: era su gloria,

   Rendida la semana, irse el Domingo,

   Conmigo de la mano.

 De la misma tensión de las voluntades -sin cubrefuego sobre divergencias ni propias ideas, y porque el mandato de la sangre se hace también del honor y del espíritu- se elevó la intensidad hialina de un hogar conseguido, el hogar paterno de José Martí.

 Dijimos de una opción que, aún incluyendo el holocausto, es voluntad de vida. Contraria elección cifrará la gloria del poeta en que "flamígero puñal" se hunda en este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd.

   Donde la muerte únicamente,

   La muerte únicamente,

   Puede hacer retornar la melodía prometida.

 Tánatos -la fábula yerra- no es varón, frío señor enlutado. Tánatos es la Cortesana. No ofrece el enigma sino el lujo felino y nocturno (o el elixir vertiginoso de tal o cual criatura, pues siempre actúa encarnada). Sobra preguntarse si tiene algo que ver con la otra figura -alta y solitaria- que hemos visto, con la noble Sombra edificante. La misteriosa lección de vida y la disipación orgiástica. Luis Cernuda honró verazmente a las dos a· través de su obra. No nos toca decidir cuánto fue más él mismo. En ambos cultos halló alta calidad poética, si bien hay cierta dignidad inseparable del tono conseguido en el libro Las nubes, y no sé de nada que nos vede la preferencia. De un modo u otro, al final cncontran1os los comienzos. Fue auténticamente el joven que configuró a ojos de otros y fue siempre más joven que sus años; temprano traslució en él, inequívocamente, el poeta, y también el halo trágico de ciertos grandes huraños.


 Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, 63 (2): 34; La Habana, mayo-agosto de 1972.