domingo, 29 de abril de 2012

Los libros se enferman




  Miguel de Marcos
  
 El British Museum de Londres posee, desde hace algunos años, un departamento de restauración de impresos y manuscritos. En los Estados Unidos existen varias clínicas para libros. En Roma, en 1938, gracias a los cuidados y esfuerzos del profesor Alfonso Gallo, se fundó un Instituto de Patología del Libro. Es la ciencia inclinándose sobre la cosa escrita para preservarla de las contaminaciones, para salvarla de los estragos, de las caducidades, de los morbos y de las larvas. La cuestión es clara y dolorosa: los libros se enferman. El profesor Gallo ha agrupado y estudiado las enfermedades de los libros, clasificándolas en tres categorías: disgregación parcial que resulta de la degeneración de las materias que entran en la composición del libro: afecciones parasitarias; deterioros imputables a agentes exteriores, tales como la humedad, el incendio, etc. Según las investigaciones patológicas realizadas las enfermedades del libro más frecuentes son las producidas por microbios y parásitos. Hay un insecto, el “calotermes flavicollis”, peculiarmente devastador. Mi indigencia en la lengua del Latium me aparta del conocimiento exacto de ese término. Sospecho, sin embargo, que bajo ese nombre tan elegante, tan preciso, tan científico, se oculta algo que es insidioso y voraz, taladrante y escarificador. En fin, creo que el “calotermes flavicollis” es la polilla sutil y ávida. Para salir de dudas, se lo preguntaré a mi ilustre amigo, el sabio D. Carlos de la Torre, cuando lo encuentre en mi camino. O le formularé la interrogación correspondiente a mi eminente amigo, G. Favoli giraudi, que para prolongar sus afabilidades de gran letrado ha escrito una “Morfología Latina” cargada de erudición y de saber.
 Los libros se enferman, los libros mueren, se cubren de moho, se canonizan. En resumidas cuentas, poco más o menos, los libros, bajo sus cubiertas, son semejantes a los hombres. Ahora bien, la patología del libro es todavía insuficiente. En sus enfermedades, en el origen de sus enfermedades, solo ha descubierto la presencia de bichos aviesos, de gusanos mortales, de microbios abyectos, de parásitos cursivos y recroquevillados que esparcen la degeneración y la muerte. Claro está que las colonias de insectos y especialmente ese taimado y subrepticio “calotermes flavicollis”, tienen una significación definitiva. Pero deben existir otras enfermedades del libro. Confinar el libro al estrago del gusano es condenarlo anticipadamente a la esquela de defunción, a los ejercicios del sepulturero y a una especie de zaragata póstuma. No. La cosa escrita no puede ser tan solo una aventura microbial. Después de todo, los libros no han de ser inferiores a los hombres. Estos también se disgregan, y entre el camino de la cuna a la tumba pierden cosas estimables: los dientes, las ilusiones, la cabellera, una pierna, un riñón. Pues bien, en el hombre menos imaginativo no hay que atribuir esas pérdidas considerables a los ataques de la polilla, esto es, a los asaltos del “carotermes flavicollis”.
 Pero no hay que ocuparse del hombre, animal microbolante, que tiene una capacidad superior para atraer insectos y cubrirse de herrumbre y de fastidio. Lo que importa es el libro. Acercaos a los vuestros, que deben ser numerosos y surtidos, en rústica o encuadernados en tafilete. No le indaguéis únicamente la polilla, porque eso sería subestimarlos y ofenderlos. Pensad que un libro, puesto que éste se enferma, tiene todos los derechos a sufrir de catarro. Oh, no se trata de una fantasía: yo he visto en algunas bibliotecas libros aquejados de reumatismos. Eran víctimas de la inmovilidad. Un amigo, por el que siento la más profunda admiración, espíritu inquieto hasta el paroxismo, advirtió la necesidad, en los últimos tiempos, de nutrirse de cuestiones económicas. En materia de Economía lo leyó todo. Engulló de prisa páginas que semejaban ladrillos faraónicos, semejantes a las piedras milenarias que sirvieron para construir las Pirámides. El infeliz, en ocasiones, presenta “troubles” que desconciertan a los médicos. Se ha convertido en un sujeto cacoquimio, imbuido de humores negros y desapacibles. Chapotea en el estatismo. Ha atrapado costras en la economía dirigida. Pero aquellos libros que leyó con apremio, con un ardiente deseo de penetrar el misterio económico, también están enfermos. No están devastados por insectos piógenos. No están lacerados y trucidados por la polilla abominable. Esos libros padecen de enfermedades diversas: de cirrosis hepáticas, de tumores malignos, de cefalalgias persistentes, de alucinaciones. Es todo un repertorio patológico que, un día próximo, las clínicas de libros, tendrán que estudiar profundamente.  Porque si es evidente que los libros se enferman, no cabe duda que acabarán por tener las enfermedades que abruman y aniquilan a los hombres. Hasta las enfermedades que suelen archivar cierto carácter de comicidad.


 Itinerario, Instituto Nacional de Cultura, Ministerio de Educación, La Habana, 1956,  pp. 99-100.

sábado, 28 de abril de 2012

La destrucción del Anobio




 POR EL DR. JOSÉ RAMOS ALMEYDA

 Auxiliar de la Biblioteca Nacional.

 (Sesión del 27 de Febrero de 1915.)

 Habiéndole manifestado el año 1909 al señor Director de la Biblioteca Nacional, que el petróleo que se venía usando para la destrucción de las larvas y anobios de los libros no daba resultado favorable, me encomendó que estudiase el procedimiento más adecuado para ello, y después de ensayos con distintas sustancias, le propuse el empleo de la Solución de Formaldehido (al 40%), presentándole las pruebas del resultado de mis estudios; y habiendo aceptado el uso de la referida sustancia, con ella se practica la desinfección de los libros, teniendo el formaldehido las ventajas siguientes:

 1. Lejos de manchar los cueros, los limpia y preserva.
 2.  No altera el dorado de los lomos.
 3. No es nocivo para el lector.
4. No mancha el papel.
5. Destruye las larvas por su acción esclerógena.
6. Sus vapores, también destruyen los anobios y otros insectos.
7. Es muy manejable. (Con una alcuza pequeña puede inyectarse en los trayectos que hace la larva).
8. Puede usarse también en fumigación, en caja cerrada para mayor número de libros. (La Casa de Gonin, de París, prepara unos fumigatorios de varios tamaños para ese objeto)
9. El precio del Formaldehido es, relativamente, económico.

 Notas.—En la Biblioteca han disminuido, en esta fecha, en en más de un sesenta por ciento los anobios.
 El ácido bórico es muy bueno para la destrucción de polillas y cucarachas.
 La bencina mata este último insecto momentáneamente.


jueves, 26 de abril de 2012

Anobium bibliotecarum: polilla cubana


 

  Felipe Poey

 El Anobio más célebre de la isla de Cuba es el que denomino Anobium bibliotecarum, porque apenas se ve en otra parte más que en los libros, que perfora en estado de larva y destruye poco a poco. Este es el motivo porque no he querido conservar el nombre específico manuscrito de destructor, bajo el cual es conocido en la colección de mi apreciable amigo el Sr. Chevrolat, de París, ni el de polilla que según noticias del Dr. Gundlach tiene en el Museo de Berlín. Ya se sabe que estos nombres por ser inéditos, no son obligatorios, sin embargo de que en otras ocasiones tendré gusto en aceptarlos (…)
 Historia.—No ha llegado a mi noticia que este insecto destructor se encuentre en otra patria fuera de la cubana; y aunque he visto en las bibliotecas de Europa algunos libros agujereados a la manera de los nuestros, presumo que es por otra especie del mismo género; pues, la de esta Isla ha tenido en la colección del Sr. Chevrolut, en París, un nombre manuscrito como especie inédita. Durante los muchos años que recojo insectos en la isla de Cuba, no lo he hallado más que en los libros, salvo una vez que fue encontrado en una Ceiba; pero sé que en su voracidad no respeta la madera, pues he visto un tomo en folio empastado con una tabla dura, que fue perforada en todos sentidos, quedando intacto el pergamino del lomo: y el Sr. Ldo. D. Antonio Bachiller y Morales, que no pierde la ocasión de dar impulso a las ciencias, al paso que ilustra la literatura y la historia, me remitió un trozo de cedro desecado y acribillado por las larvas del Anobio de las bibliotecas, con individuos perfectos de machos y hembras, llamando al mismo tiempo mi atención sobre un parásito que no me era desconocido y de que hablaré al fin de este artículo.
 El insecto parece nocturno: sus estragos no son causados por el animal perfecto, sino por los hijos en estado de larva, que viene a ser el gusano antes de haber cobrado las alas. En general esto sucede en toda esta clase de invertebrados, en que el macho y la hembra viven el corto tiempo necesario para propagar la especie; mientras que las larvas al salir del huevo crecen con lentitud, mudando muchas veces de piel, y pasando por el estado inactivo de ninfa antes de su última trasformación. La madre, aturdida por el olor de los papeles y libros acumulados en bibliotecas cerradas, oscuras y húmedas, se introduce por los mínimos intersticios, y llega a las materias que deben servir de alimento a sus hijos: cediendo al imperioso impulso que la guía, deposita sus huevos sobre el lomo o cantos de los libros que el hombre guarda para Henar sus ambiciosas esperanzas de ciencia y felicidad terrestres. Un corto número de larvas salen de estos huevos, y penetran con auxilio de sus fuertes mandíbulas, en el interior del volumen, que perforan en galerías cilíndricas, comiendo los materiales y tapando con sus excrementos el camino que recorren. Los intrincados laberintos que de esta suerte practican, se notan por lo regular en la orilla, principalmente en el lomo del libro, y solamente cuando la destrucción se encuentra muy adelantada, se resuelven a invadir el centro. Parece que en sus rodeos vuelve la larva a la superficie próxima para procurarse una salida cómoda en su última trasformación. Así es que los libros de margen ancha salvan muchas veces lo impreso. Los excrementos que la larva deja tras de sí, son compactos y pegan las hojas, dejando el libro difícil de abrir; y causa admiración, en vista de lo que acabo de decir, que el animal encuentre en las profundidades en que se aventura, suficiente cantidad de aire para los fenómenos de la respiración, necesarios a  todo ser organizado.
 Cuando importa a la salubridad de la atmósfera y a la salud de los seres que en ella buscan su existencia, que el cadáver de un buey desaparezca en breve, acuden las fieras terrestres y los buitres rapaces; acuden los insectos necrófagos que abundan en todas partes, entre ellos unas moscas vivíparas que devoran más que un león, gracias al número de sus hijos, y al desarrollo de las larvas, sucediéndose rápidamente las generaciones, y compensándose la pequeñez con el número. Pero en el caso presente, que conviene al hombre salvar los archivos de su inteligencia, y los comprobantes de sus contratos civiles, refrena la Providencia el azote destructor; y en el conflicto inevitable de la vida con la muerte, envía un enemigo de fecundidad escasa, de desarrollo lento, de vuelo perezoso, cuyas generaciones se ceban en un mismo volumen, y cunden a otros tardíamente; por lo que ha sido llamado Anobio, esto es, sin vida. Estas consideraciones se renuevan con frecuencia en la contemplación de lo creado, inclinando el ánimo a la gratitud, y por este afecto a los sentimientos religiosos.
 Dan pues, el tiempo necesario para ser combatidos y vencidos por la diligencia humana; y solo llegará a ser temible y peligroso por culpa lata de los encargados de los archivos. Demuestra la experiencia que cualquiera biblioteca establecida en la isla de Cuba, se preserva de por sí por espacio de 20 y 30 años, sin que acuda de fuera la hembra del Anobio a empezar sus estragos. Para prevenir constantemente el mal, bastará tener los libros y papeles en lugar seco y ventilado, evitando la oscuridad en cuanto se pueda. Con este fin se tendrán las bibliotecas sin vidrios, y en lugar de estos un enrejado menudo de alambres para no dar entrada a las cucarachas y otros animales molestos. El mejor preservativo está en la renovación del aire, para que no se reconcentre el olor de los papeles, el cual puede solamente atraer la madre del Anobio: esto sucedería con más razón si la humedad del lugar fuese causa de alguna fermentación en las materias orgánicas que entran en la composición de los libros. Así es, que mientras estuvo la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de la Habana en el salón del convento de Santo Domingo, piso bajo, esquina de las calles de O-Reilly y de San Ignacio, con puertas de vidrio, y suelo húmedo, siempre fue perseguida por estos insectos roedores; pero desde que se estableció en San Felipe, piso alto, con puertas de alambres y buena ventilación, ha desaparecido el azote; lo mismo en Santo Domingo en el salón que está encima del Aula magna donde está hoy la biblioteca de la Real Universidad. Ya se sabe que los archivos de los escribanos estaban hace algunos años, contenidos en escaparates de cedro, con puertas de la misma tabla; y tal vez por esta circunstancia fueron visitados por los Anobios: se infiere de las precauciones que la Real Audiencia tomó sobre este particular, mandando que se sustituyesen puertas con alambre a las primitivas de cedro o de caoba; y creo que esta acertada disposición habrá producido muy buenos efectos. La mayor prueba de que las cosas pasan como las he referido, es que los libreros de la Habana, si no han tenido la imprudencia de comprar libros apolillados, son los que menos han sido molestados por el insecto; no pudiendo atribuir esta dicha á otra causa que á la de tener sus libros al polvo y al aire en estantes sin puertas y bien ventilados.
 Para combatir el mal cuando ha cundido en una biblioteca, importan poco los polvos de diversas sustancias que he visto echar entre las hojas de los libros, y que no penetran en las galerías calafateadas de excrementos donde se esconde el insecto: es menester desalojarlo uno a uno con un punzón y golpes de mano, hoja por hoja, sin dejar indicio de excrementos en parte alguna. Aun así, puede suceder que algunos huevos permanezcan y den lugar a la renovación del daño: por cuya causa es prudente pasar los libros después de la primera operación a un lazareto donde permanecerán algunos meses, y se visitarán segunda vez; conociéndose el daño nuevamente causado por el excremento nuevo que la larva depositará por necesidad en las galerías recientes: se repetirá la operación cada vez que sea necesaria, hasta no dejar un solo libro apestado. Entonces descausará el bibliotecario por muchos años, si se arregla a las instrucciones del párrafo anterior.
 Mejor fin se conseguirá si los fabricantes de papel estudian el efecto de ciertos ingredientes que pudieran introducir en la confección de aquel material; porque he visto libros que por la calidad del papel se han preservado en medio de la completa destrucción de otros. Rrecuerdo haber tenido en la mano una obra en folio 6 con bellas láminas de historia natural: todo el texto estaba comido, y las láminas quedaron intactas; cuando más la primera arañada. El folleto de Ramírez sobre las aguas de San Diego, impreso en la Habana, salvaba las cubiertas, que eran de una simple hoja de papel, al paso que perdían las demás hojas. He visto un libro inglés conservarse sano en medio de lastimosas averías. Un lomo de pergamino preserva más que el becerro y la badana.
                             
                               1853

miércoles, 25 de abril de 2012

Ratoncitos cantores


 
 Muy común en todas partes, tanto en las casas como en el campo y en los montes; muy dañino, menos por lo que come que por roer la ropa, los muebles, víveres, etc. No necesito describir el pelaje ni las costumbres, pues todo es muy sabido. Esta especie era conocida en Europa desde la antigüedad más remota.
 La variedad albina es bien conocida, pues se la cría a menudo en jaulas o en pomos muy grandes.
 Se han observado no solamente en la Isla de Cuba, sino también en Europa (Alemania) ratoncitos cantores. Yo mismo los he oído cantar en una casa de la calle de Cuba en La Habana, y en otra de la calle de la División en Guanabacoa, y he tenido uno en una jaula, donde cantaba de noche. En esta operación se veían moverse los cachetes y el vientre. El canto era de poca fuerza, y parecía el de un pajarito que empieza a probar el canto de su especie. Un conocido mío, alemán, preso por causas políticas en Alemania, observó en su prisión por mucho tiempo dicho canto, y publicó después un artículo en el periódico ilustrado Gartenlauhe (1861, p. 777). En los periódicos de La Habana, (no recuerdo en cuáles ni en qué año) se habló también de unos ratoncitos cantores. Supongo que el canto es particular a algunos machos en el tiempo de los amores.
 Mus musculus Linn. Syst. nat. I, p. 83.
  
 Contribución a la Mamalogía Cubana, por el Dr. Juan Gundlach, Socio de Mérito de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana; de la Real Sociedad Económica de Amigos del País; y Socio de Mérito o Corresponsal de varias Sociedades americanas y europeas, La Habana, 1877, p. 49.

 Imagen: Buscando al ratón, Hispaleto. 

martes, 24 de abril de 2012

Informe sobre el hormiguero



  
 Felipe Poey


 He tomado conocimiento por encargo de V. S. S. de un oficio anónimo, pues firma Un Güinero, el cual recomienda la introducción en esta Isla del Tamanduá Guacú, para la destrucción de las bibijaguas.
 El animal citado en el anónimo pertenece al género Myrmecophaga, que traducimos en español por Hormiguero.
 El carácter principal de este género consiste en el defecto total de dientes; pero en compensación existe una lengua larguísima y glutinosa, que sirve al animal para buscar su alimento en los nidos de las bibijaguas y otras hormigas, no menos que en los huecos y rendijas donde se esconden otros insectos, pues sería un error el creer que se alimentan exclusivamente de hormigas. Buscan con preferencia las casillas de los comejenes, las cuales perforan para introducir la lengua y extraer sus habitantes. Las especies conocidas de hormigueros habitan la América del Sur, séase el Brasil, el Perú, el Paraguay.
 La especie más notable por su tamaño, pues alcanza a cuatro pies de longitud es la que indica el Güinero, llamada vulgarmente Tamanduá Guacú, y por Linneo Myrmecophaga jubata. Vive en parajes bajos, y aun húmedos, sale de noche a comer insectos y no trepa sobre los árboles. Tiene cuatro dedos delanteros, uno de ellos armado de una uña poderosa que encoge hacia abajo. Es animal inocente, si no es atacado; pero fuerte, valeroso y peligroso, si teme por su vida.
 Hay otra especie de dos pies de longitud y de cola prensil, la cual vive sobre los árboles; es el Myrmecophaga Tamanduá de Cuvier.
 Hay otra del tamaño de una rata, que también tiene la cola prensil, y es trepadora; tiene solamente dos dedos delanteros, por lo que se llama en la ciencia Myrmecophaga didactylus de Linneo.
  Estas tres especies pueden destruir muchas hormigas: veamos hasta que punto pueden ser útiles.
  El gran Tamanduá tiene el inconveniente de habitar parajes bajos y húmedos, de los cuales se apartan las bibijaguas, las cuales buscan terrenos secos: sus costumbres no son sociables, ni su inteligencia adelantada, para que pueda domesticarse y prestar servicios voluntarios bajo la dependencia y compañía del hombre. Sueltos por los bosques frecuentados, serían prontamente presa de cazadores o de hambrientos que no respetan la utilidad pública; y en los bosques no frecuentados serían de ninguna utilidad: pueden ser peligrosos, si se creen atacados.
 No olvidemos que a falta de comejenes, se alimentan de toda suerte de insectos, sin ir en busca exclusivamente de hormigas y bibijaguas. No creo por lo tanto que su introducción deba ser objeto de la solicitud económico-agrícola de esta Sección. Solamente convendría en un jardín, donde viviera encerrado, y pudiera andar suelto de noche; pues de día se queda dormido.
  La segunda especie no tiene el inconveniente de vivir en parajes húmedos, y tiene la ventaja de ser mas inocente, y de poder hacer la guerra a las bibijaguas, ya en tierra, ya en los árboles; pero si se extendiere por el Departamento Oriental, destruiría seguramente las abejas, y con ellas el comercio de cera blanca y de cera prieta, que es ya considerable en la Isla.   
 Por su tamaño, no se libraría de la persecución de los cazadores, y no pudiéndose domesticar, no hay esperanza de que permanezcan en una finca donde pudieran apreciarse sus servicios, ni menos en terrenos cultivados que no les ofrecen habitaciones frondosas.
 La tercera especie está en igual caso, aunque por su pequeñez puede multiplicarse más fácilmente, pero hará el mismo daño a las colmenas, y si tiene otros insectos a su disposición no se empeñará en buscar bibijaguas.
  En cuanto a la destrucción de los comejenes, que habrá indirectamente llamado la atención de V, S. S. es de advertir que la especie que más interesa á los Mirmecófagos es la que levanta pirámides en los troncos podridos; y no es la misma que destruye las habitaciones en las ciudades y fincas rurales.
  Por lo dicho creo que es de poca utilidad, y de mucho riesgo la introducción propuesta.


  Repertorio Físico Natural de la Isla de Cuba, Tomo I, La Habana, 1865-1866.

  Imagen: La Osa Hormiguera de su Majestad, atribuido a Goya.

    

lunes, 23 de abril de 2012

Un ardor ejemplar




Ramón Zambrana


Un enorme caimán (crocodilus acutus), de cuatro varas y media de longitud, colocado de ujier en la casa de un ciudadano, no recomienda ciertamente las humanitarias intenciones de éste; y sin embargo la casa de mi afectuoso amigo Juan Antonio Fabre ha sido invadida de más de doscientas personas en dos días, a pesar de haber en ella el expresado servidor de palacio.
El Sr. Fabre es habilísimo preparador naturalista, y la admirable preparación que ha hecho de este fornido ex-habitante del río Zaza, puede competir con las mejores preparaciones que se verifican en los museos de Europa. ¡Cuánta vida está respirando en su sorprendente actitud el anfibio! Tal parece con la boca entreabierta que olfatea y que está dispuesto a todo. ¡Vade reto! — Del comedor de la casa de Fabre pasará este caimán a la morada del benemérito general Dulce, a quien lo regala una persona distinguida.
Juan Antonio Fabre es un hombre lleno de ciencia y de modestia, infatigable en el trabajo, inimitable en todo lo que sale de sus manos por la exactitud, el esmero, la delicadeza, la perfección con que está hecho. Aficionadísimo a la Historia Natural, en todos sus ramos ha trabajado con un ardor ejemplar, con un gusto exquisito, y él es hoy quien remite al Jardín Botánico de Madrid un tesoro de plantas por él preparadas, en una especie de herbarios portátiles, que simulan grandes volúmenes de obras ricamente encuadernadas. Yo he visto allí un tomo o volumen en gran folio conteniendo 131 especies de musgos, y otros dos tomos iguales con 260 especies de líquenes, y otro volumen idéntico con 300 especies de helechos. Y todas estas criptogramas preciosísimas, con cien y cien especies más, todas desconocidas, todas nuevas, han sido recolectadas por Wright, botánico inteligentísimo, en la parte oriental de nuestra isla. ¡Prodigiosa y bendita riqueza de la vegetación cubana, tan pobremente explotada hasta ahora! ¡Dos mil trescientas especies de las plantas cubanas, de las recolectadas por Wright, han sido clasificadas por el eminente Gbiseiuch! También remite Fabre a Madrid multitud de animales bellamente preparados. El pez zorro, la chopa amarilla, el sábalo, el cachucho, el perro y otros peces, igualmente notables y raros, se encuentran hoy en su laboratorio, prontos ya para ir a su destino, desafiando la habilidad de los más diestros en ese arte, cuyo mecanismo exige indudablemente mucha inteligencia y mucha instrucción.
 Inmediato a su laboratorio, laberinto inescrutable cuya llave solo él posee, tiene Fabre su museo, en un corto salón, a cuya entrada me sentí yo sumamente conmovido. Una emoción particular me asalta siempre de un modo inevitable cuando entro en el recinto donde el hombre del trabajo, del arte, de la ciencia, atesora sus adquisiciones, aunque todavía sean estas muy escasas; pero aun me conmuevo más profundamente cuando veo que ya en aquel recinto no caben los objetos, por más que se economice y aproveche hasta el lugar menos accesible. En el salón de Fabre no caben ya todas las cosas preciosas que ha reunido, pero sorprende el orden con que están colocadas. Es considerable la colección de preparaciones de animales: mamíferos, aves, peces, reptiles, insectos, moluscos; y al lado de la colección, o mezclados con ella sin confundirse, madréporas, fósiles, minerales, nidos, huevos, objetos industriales, rarezas naturales y artificiales, cuadros al óleo, libros numerosos, láminas, esqueletos, medallas, monedas. Y todo, todo escogido, y estudiado, y preparado admirablemente por Fabre. Como objetos muy dignos de particular mención recuerdo: una colección de cangrejos que encierra cuarenta especies, la colección de mariposas lindísima, muchas aves, varias hutías, un tigre, un mono, un fósil de Saratoga formado por el tronco de un árbol di cotiledón, un enorme y completo cráneo de un caimán, un cuadro primoroso hecho con semillas de plantas del país, una corbata de piel de majá con una semilla por alfiler, una abundante colección de maderas de Cuba, y una colección en cera negra de tipos cubanos, que representan al panadero, al carretillero , al velero y otros varios, algunos de los cuales van desapareciendo.
Mientras que Juan Antonio Fabre me enseñaba su museo, en aquel lugar donde su noble ambición no cabía, yo gozaba doblemente, admirando los bellísimos objetos que encierra el museo, y envidiando el candor santo, la diligencia fervorosa, el amor acendrado con que él se detenía delante de cada objeto para explicarme hasta el particular más insignificante.
¡Oh! Sí, los hombres como Juan Antonio Fabre, que a la cualidad de caballeros por sus sentimientos y virtudes, unen el mérito inapreciable de la vida laboriosa, decididamente empicada en beneficio de las ciencias, de la industria, de las artes, es a los que se debiera dispensar toda clase de protección por los amantes del saber, por las corporaciones, por el gobierno; porque ellos son los que verdaderamente sirven a la patria.
Al salir de la casa de Juan Antonio Fabre vi cruzar a la bella Rosalía Navarrete, tan lozana y tan animada como la vi tres meses hace en Saratoga. ¡Dios la guarde! Yo había recorrido los lagos, después de visitar el Niágara, había hecho la navegación del San Lorenzo hasta Montreal, y había atravesado el famoso, el estupendo puente Victoria. En Saratoga vi, con su apreciabilísima familia, a la interesante Rosalía, y escribí en su precioso álbum los versos siguientes, que han obtenido la más completa aprobación de S.A. mi esposa: —

Yo recorrí las campiñas
del suelo que nos circunda,
y engalana y fecunda
la naturaleza hallé:
Y con vigor inaudito
en una y en otra parte
un nuevo triunfo del arte
surgir audaz contemplé.

Y vi la fugaz corriente
extenderse en ancho río,
y llevar su poderío
al más remoto confín.
Y vi a la airosa colina
suceder la enhiesta cumbre,
queriendo eclipsar la lumbre
del sol aun en el zenit.

Yo vi el apacible lago,
limpio espejo de la altura,
de llores y de verdura
sus márgenes esmaltar;
Y luego agitar su seno,
cual sierpe que se desata,
y en soberbia catarata
sus aguas precipitar.

Yo vi carriles inmensos,
y vi puentes colosales,
y vi profundos canales,
prodigios de la invención.
Mas ni la naturaleza,
ni el arte rico y triunfante
tuvieron poder bastante
para colmar mi ilusión.

El recuerdo de la patria
a mi espíritu venía,
y su triste poesía
era a todo superior .
El hogar de la familia
en mi mente se pintaba ,
y en él ¡ay! se atesoraba
toda mi dicha y amor.

Mas te encuentro, Rosalía,
y el admirable conjunto
recobra su encanto al punto,
su vida, su sombra y luz: —
Que la patria, la familia ,
mujer, hermosa, cubana,
mi tierna amiga, mi hermana,
todo lo compendías tú.


 Soliloquios,  La Habana, 1865, Imprenta La Intrépida, pp. 27-32.


 Fotografía de Lady Alligator Wrestler

miércoles, 18 de abril de 2012

Postalitas cubanas




 Alejo Carpentier

 Allá por los años en que se inició la otra guerra europea, existía en La Habana una fauna singular, integrada por seres que de ningún modo podían aspirar al título de “útiles a la sociedad”. Me refiero a los coleccionistas de postalitas de Susini.
 Como deben recordar aquellos que ya han doblado el temible cabo de los treinta años, las postalitas de Susini integraban un álbum de trescientas casillas que pretendía sintetizar, por medio de figuras tituladas: “Jefe de Estado”, “Tipo de hombre”, “Tipo de mujer”, “Paisaje” etcétera, el alma, tradición y forma de treinta naciones del orbe. Las postalitas de Susini hacían furor. Se cotizaban, se jugaban, se trocaban. Existía una banca de ella en los soportales próximos a la esquina de Zanja y Galiano –histórica esquina de la que partían unos tranvías eléctricos que conducían, en cuarenta minutos, incluyendo un trasbordo, a una playa con barracones destinados a enclaustrar dentro del agua a las mujeres honestas.
 Confieso que yo también integré, en mis años de colegio, la fauna de los coleccionistas de postalitas de Susini. Y debo reconocer que a esta primera actividad desligada de mis estudios, debo una de las primeras enseñanzas útiles que me haya dado la existencia.
 Mientras mi álbum estuvo incompleto, mientras las casillas grises bostezaban de tedio, esperando la figurita iluminada con tintas movidas, sentía renacer en mí, cada mañana, las ansias y emociones del coleccionista. Pero, el día en que “Paraguay, el 10” –era un paisaje feísimo- quedó adherido al álbum con un poco de mal oliente goma de pescado, tuve la impresión de que algo se rompía en mi vida. Aquel álbum había dejado de pertenecer al presente para perderse en el pasado. Perdía todo interés. Era obra acabada, ajena a todas las angustias de la concepción.
 Comprendí entonces que para el coleccionista, el placer de una colección estriba solamente en el trabajo de reunirla. Es amor por la obra en camino –Work in progress diría James Joyce. Una vez terminada, la colección va a perderse en la polvorienta oscuridad de los desvanes.

                 10 de diciembre de 1940

 “La Habana, ciudad sin terminar” (fragmento),  Crónicas del regreso, La Habana, 1991.