miércoles, 18 de abril de 2012

Postalitas cubanas




 Alejo Carpentier

 Allá por los años en que se inició la otra guerra europea, existía en La Habana una fauna singular, integrada por seres que de ningún modo podían aspirar al título de “útiles a la sociedad”. Me refiero a los coleccionistas de postalitas de Susini.
 Como deben recordar aquellos que ya han doblado el temible cabo de los treinta años, las postalitas de Susini integraban un álbum de trescientas casillas que pretendía sintetizar, por medio de figuras tituladas: “Jefe de Estado”, “Tipo de hombre”, “Tipo de mujer”, “Paisaje” etcétera, el alma, tradición y forma de treinta naciones del orbe. Las postalitas de Susini hacían furor. Se cotizaban, se jugaban, se trocaban. Existía una banca de ella en los soportales próximos a la esquina de Zanja y Galiano –histórica esquina de la que partían unos tranvías eléctricos que conducían, en cuarenta minutos, incluyendo un trasbordo, a una playa con barracones destinados a enclaustrar dentro del agua a las mujeres honestas.
 Confieso que yo también integré, en mis años de colegio, la fauna de los coleccionistas de postalitas de Susini. Y debo reconocer que a esta primera actividad desligada de mis estudios, debo una de las primeras enseñanzas útiles que me haya dado la existencia.
 Mientras mi álbum estuvo incompleto, mientras las casillas grises bostezaban de tedio, esperando la figurita iluminada con tintas movidas, sentía renacer en mí, cada mañana, las ansias y emociones del coleccionista. Pero, el día en que “Paraguay, el 10” –era un paisaje feísimo- quedó adherido al álbum con un poco de mal oliente goma de pescado, tuve la impresión de que algo se rompía en mi vida. Aquel álbum había dejado de pertenecer al presente para perderse en el pasado. Perdía todo interés. Era obra acabada, ajena a todas las angustias de la concepción.
 Comprendí entonces que para el coleccionista, el placer de una colección estriba solamente en el trabajo de reunirla. Es amor por la obra en camino –Work in progress diría James Joyce. Una vez terminada, la colección va a perderse en la polvorienta oscuridad de los desvanes.

                 10 de diciembre de 1940

 “La Habana, ciudad sin terminar” (fragmento),  Crónicas del regreso, La Habana, 1991.

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