sábado, 31 de mayo de 2014

La gran invasión guajira a la bana





  Llilian Guerra

 Cuando, al principio, se anunció, en junio de 1959, la gran Concentración Campesina, se suponía que ésta trajera un millón de «guajiros» a La Habana. Por razones logísticas, sin embargo, los organizadores redujeron eventualmente el número de guajiros que invitó el Gobierno a 500.00021. Mucho antes de la crisis de julio, los organizadores comunitarios habían concebido el proyecto como una oportunidad para que los cubanos de todas las clases sociales reclamaran un papel en la Revolución y celebraran los logros de los guerrilleros como su propio triunfo. Previo al evento, el Gobierno lanzó una campaña de anuncios a toda página presentando un niño pequeño, bien vestido, abriéndole la puerta de una preciosa y moderna casa a un delgado y maduro campesino que se quitaba su sombrero. «Ábrele tu puerta al campesino», clamaba el anuncio, «Habanero, celebra este 26 de julio junto a tus hermanos del campo. Bríndales alojamiento, comida, transporte, ropa, cama o lo que puedas» (22). No obstante, en el contexto de la renuncia de Fidel, el significado de la Concentración Campesina rápidamente cambió de curso: ésta se convirtió en lo que los líderes del 26 de Julio llamaron «declaración de apoyo a Fidel» y petición colectiva por el regreso de éste a su mando.
 Traer medio millón de campesinos a La Habana requería un estimado de cinco millones de dólares en transporte, alojamiento y comida para los visitantes, muchos de los cuales no habían viajado nunca fuera de su provincia de origen, por no mencionar que no habían visitado nunca la capital. En algunos casos, los campesinos que iban a La Habana nunca habían salido de sus pequeños pueblos rurales (23). Al igual que la Reforma Agraria, el éxito de la visita de los guajiros a La Habana dependió, en primera instancia, de la generosidad financiera, del trabajo voluntario, y del apoyo organizativo de la clase media habanera. Igualmente significativa fue la organizada clase obrera habanera que voluntariamente donó en la fábrica su tiempo y, en algunos casos, su salario. Al final, el Gobierno nacional contribuyó, si es que lo hizo, con muy pocos fondos (24). La idea era hacer sentir a los guajiros más como embajadores de una nación querida, más auténtica, que como los primos pobres del campo.
 Desde todos los puntos del espectro socioeconómico, los habaneros se movilizaron personalmente a un nivel sin precedentes. Los marineros cubanos y los boy scouts locales sirvieron como comités de bienvenida en diferentes puntos de entrada alrededor de toda La Habana. Las familias pudientes abrieron sus puertas a cerca de 150.000 visitantes campesinos que no habían conocido antes. La Confederación de Trabajadores de Cuba, el sindicato más grande de Cuba, alentó a los trabajadores a donar un día de salario para la Reforma Agraria y a ofrecer alojamiento a los guajiros. Los estudiantes de la Universidad de La Habana, el personal del Ministerio de Hacienda, clubes de Rotarios y revistas como Carteles, prometieron proveer a 250.000 campesinos adicionales de un lugar donde quedarse en campamentos improvisados sólo para el evento. Los panaderos planearon hacer nueve millones de barras de pan para los desayunos y meriendas de los campesinos. Las compañías de gas acordaron donar combustible para su transportación y los ferrocarriles privados donaron 250.000 billetes gratis para hacer posibles los viajes desde las regiones más apartadas de Cuba (25).


 Igualmente significativa fue la proporción en que los organizadores y los contentos residentes habaneros aseguraron que el espectáculo de la invasión guajira a La Habana fuera un éxito, tanto a nivel simbólico como personal. De esta forma, los trabajadores de la industria textil se ofrecieron para confeccionar, a un precio muy reducido, cientos de miles de guayaberas, las camisas tradicionales, supuestamente, usadas en el campo. Ostensiblemente, los residentes de La Habana esperaban que sus huéspedes campesinos «lucieran» como campesinos vistiendo guayaberas y el peculiar sombrero de yarey de ala ancha. Irónicamente, los campesinos ya no usaban sombreros de este estilo ni poseían guayaberas: la mayoría no podían ni pagarlas. Sabiendo esto, los organizadores movilizaron fábricas y comerciantes para vender las camisas y los sombreros a los residentes habaneros de clase media y adinerados, los cuales se esperaba fueran entregados como regalos de bienvenidas a todos los guajiros que se encontraran en las calles o que alojaran en sus hogares (26).
 Además, los hoteles de cuatro y cinco estrellas ofrecieron cientos de paquetes vacacionales en sus habitaciones y suites, pagadas completamente, para los campesinos de Oriente, considerados los más pobres, los más olvidados, y los realmente heroicos por sus contribuciones al éxito de la lucha guerrillera. Miembros del Miramar Yacht Club, posiblemente el club social más exclusivo del país, proveyeron alojamiento en sus lujosos cuartos de huéspedes a treinta campesinos. Al final, ni los dueños de grandes extensiones de tierras, que habían sido el blanco de la Reforma Agraria, pudieron resistir el involucrarse. De acuerdo con Revolución, un grupo de hacendados pagó por 300 habitaciones en los hoteles Inglaterra y Plaza, en el corazón de la ciudad, así como un estipendio de tres pesos por campesino —¡lo cual resultaba ser mucho más de lo que ellos mismos ganarían trabajando en sus fincas! (27).
 Sin duda alguna, para muchos negocios y para grupos como la Asociación de Hacendados, quienes públicamente apoyaban la Reforma Agraria, pero que la combatían en privado, la Concentración Campesina representó una oportunidad de ganar publicidad favorable en este sentido, mejorando activamente su imagen. Así, los negocios parecieron disfrutar con la idea de aparecer como patrocinadores oficiales de la celebración más grande de la Revolución hasta ese momento.


 En este sentido, se destaca la edición especial del 26 de julio de Revolución, el periódico oficial del Gobierno de Fidel. Éste dedicó más espacios a anuncios comerciales que a historias especiales, tales como la historia hagiográfica detallada del Movimiento 26 de Julio en los años 50. La tienda por departamentos Flogar regalaba miniaturas de banderas cubanas a todo aquel que pidiera una. La aerolínea Cubana de Aviación desplegó un enorme anuncio representando un alegre campesino usando su sombrero de yarey y su guayabera de hilo, las manos abiertas en el aire: «Hermanos campesinos», anunciaba la proclama, «Hermanos, La Habana es de ustedes, siéntanse en los hogares habaneros como en sus propios hogares; ustedes son nuestros huéspedes de honor y tengan la seguridad de que en estos momentos no hay nadie en Cuba tan importante como ustedes» (28). Las tiendas de ropa, como Fin de Siglo y La Filosofía, anunciaron descuentos especiales para los guajiros mientras que La Pasiega pregonó la donación de 10.000 platos de macarrones para los distinguidos huéspedes nacionales (29). Las corporaciones foráneas, como Sherwin-Williams y el Trust Company of Cuba, desplegaron enternecedoras imágenes, como la de un habanero de clase media acercándose a apretar las manos de los guajiros a través de la ventana de una guagua que llegaba (30). La Corporación Bacardí mostraba a un habanero bien vestido sacándose una foto frente al Capitolio, una imitación positiva de la clásica historia de los guajiros que, como cuenta la historia, siempre se sacaban una foto en ese lugar, para que de vuelta a casa, sus familiares supieran que habían estado en La Habana (31). Haciéndose eco del cartel oficial de la campaña del Gobierno, la Asociación de Bancos de Cuba presentó un anuncio que exclamaba: «Nosotros, además, le abrimos las puertas del crédito a la Reforma Agraria» (32). La Shell mostraba a un campesino sonriente usando una banda decorada con la bandera cubana sobre el nombre «Fidel» junto a una frase de José Martí (33). 
 Irónicamente, la página principal de la edición especial del periódico contrastaba marcadamente con estos reclamos en compartir el éxito de la Revolución hecho por las compañías locales y las imágenes de ciudadanos que estos anuncios presentaban. «¡Fidel!» , anunciaba la cubierta del suplemento. Se refería a Fidel como icono que encerraba todos los logros y la gloria de la lucha revolucionaria en sí mismo: «Tenemos un movimiento recio que se llama 26 de Julio... Conquistó la montaña. Conquistó el corazón del pueblo. Conquistó a todos los que pensaban como nosotros. Conquistó el poder revolucionario. Lo tiene en sus manos. Lo tiene firmemente» (34). 


 Debido a que los visitantes campesinos en La Habana eran en su mayoría analfabetos, la audiencia de los pronunciamientos oficiales de Fidel, así como los anuncios que colonizaban el interior de las páginas de aquella edición dominical de Revolución, era en su mayoría la clase media de La Habana. Por tanto, ¿qué significaban las exclamaciones de apoyo corporativo y cómo podrían haber respondido la mayoría de los lectores educados? Por un lado, parece claro que los dueños de negocios en Cuba, tanto nacionales como extranjeros, pueden haberse creído los «patrocinadores corporativos» de la Revolución. De esta forma, buscaban mitigar la imagen de Fidel como el hijo de un acaudalado hacendado convertido en guerrillero, apropiándose de ella. Sin embargo, al mismo tiempo, lo atractivo de los anuncios y posiblemente lo atractivo del propio Fidel como símbolo del hacendado arrepentido y liberado de sus pasados pecados, puede tener otra explicación: la creciente conciencia política de los habaneros hacía que realmente se dieran cuenta de la miseria, aislamiento e inocencia cultural de la clase cubana más pobre con la cual tendrían contacto personal por primera vez.
 Al igual que la campaña del Gobierno «Ábrele tu puerta al campesino», tales anuncios y mensajes despertaron la psiquis de los cubanos acaudalados quienes habían llegado a percibir que la salvación de Cuba (y quizás su propia salvación) dependía de sus esfuerzos por salvar a los sacrificados campesinos de la miseria y la explotación. En el clímax de las manifestaciones de masas, los funcionarios organizadores del evento habían adoptado casi siempre un tono didáctico, enfatizando los objetivos utópicos de la Revolución e insistiendo en el «apoyo unánime» del pueblo (35). De esta forma, anunció el diario Revolución, «todo esto, dentro de un marco altamente simbólico constitutivo de la nueva nacionalidad… El gobierno revolucionario, a través de la Reforma Agraria, se ha dado a una transformación tendiente a la equiparación de ambos niveles de vida, a la igualdad entre el campo y la ciudad, para destruir toda diferencia económica, política y social entre el campesino y el hombre de las ciudades, para fundir todo eso en una sola realidad: el cubano total, el hombre pleno de la nueva Cuba». En este proceso, la Concentración Campesina adquirió doble significado: primero, «el valor simbólico» de hacer sentir al campesino heroico que pertenece a la ciudad y, segundo, «el valor pedagógico» de aumentar la conciencia del campesino sobre «cual debe ser su destino, su nivel de vida, y su consideración política y social» (36). En ambos casos, era el Movimiento 26 de Julio el que merecía el crédito. 


 Sin embargo, muy lejos de los esfuerzos de control de los líderes guerrilleros, los rostros y testimonios personales de los huéspedes campesinos en La Habana hablaron alto y claro a los corazones y las mentes de los capitalinos. Desde su perspectiva, era una historia compleja y persuasiva, más que la proyección de una imagen que necesitaba ser contada. De esta forma, los reportes de la prensa captaron las reacciones emocionales de los guajiros cuando visitaban la playa y el océano por primera vez; veían mujeres en traje de baño por primera vez; se maravillaban al contemplar el Focsa por primera vez; cruzaban una muy transitada intersección por primera vez; subían una escalera eléctrica por primera vez, y aun cuando probaban un popsicle por primera vez (37). Los miembros de la burguesía metropolitana y los residentes de los barrios de clase obrera se veían igualmente encantados. Las fotografías mostraban guajiros por toda la ciudad, que muchos de ellos llamaban «La Bana»: sentados con la bisnieta del presidente José Miguel Gómez en la sala de su suntuosa casa de El Vedado, firmando autógrafos para adolescentes negras en el Malecón, saludando a una estrella musical española en el lobby del Hilton, y mirando perplejos al busto de un maniquí que supuestamente habían confundido con una persona real en una vidriera (38).
 Dondequiera, los mensajes que daban los guajiros a los reporteros estaban claros. Usando sellos y botones donde se leía «La Reforma Agraria ¡Va!», los campesinos anunciaban con quien estaba su lealtad. Cuando se les preguntaba que explicaran su apoyo a la Revolución, algunos citaban el incremento de veinte centavos en el salario, el haber luchado en la Sierra para hacer posible la Reforma, o la explicación de que ellos pronto recibirían la tierra. Las entrevistas con campesinos individuales seguían un patrón predecible pero atractivo. Por ejemplo, según le explicaba a un periodista Fermín Blanco, quien había luchado al lado de Huber Matos en el Segundo Frente «Frank País»:
 —Estas son las primeras vacaciones de mi vida. De mis 51 años, he dedicado al trabajo del campo más de 40.
 —¿Y a la escuela?
 —Ninguno, compay. No había escuela en mi zona. Había hambre, miseria, aislamiento…
 —¿Qué piensa de la Reforma Agraria?
 —Que es una bendición de Dios.
 —¿Quiere decir de Fidel, de la Revolución?
 —De Dios a través de Fidel (39).
Pero aun cuando la burguesía de La Habana escuchaba tales historias, se hacían intentos para disminuir su efecto mediante la manipulación de la imagen ingenua y sincera de los guajiros. 
 
 
 Aparentemente, un grupo de reporteros, supuestamente de Estados Unidos, trató de desacreditar la Concentración Campesina como un espectáculo de publicidad comunista haciendo que un grupo de campesinos de Guantánamo levantara sus puños al aire. El objetivo de los reporteros era fotografiarlos en el acto de hacer el saludo internacional comunista y, por lo tanto, desacreditar todo el evento. Observadores comunes, sin embargo, vinieron al rescate de los campesinos y frustraron las malas intenciones de los periodistas. Insultados por el intento de representarlos como comunistas, los campesinos, que eran todos de Guantánamo, acudieron en seguida a las oficinas centrales del 26 de Julio. Revolución publicó entonces los detalles de su protesta junto a una fotografía de los guajiros insultados con sus rostros solemnes (40).
 Como atestigua este incidente, cada quien en Cuba parecía saber el poder que tenía la imagen y la imaginación en la construcción o destrucción del significado de la Revolución. Indudablemente, la gran Concentración Campesina representa más que un momento político decisivo en el proceso de la Revolución. Como imagen y experiencia de interacción interclasista e interracial, se convirtió en un vehículo para la redención, y evidencia en sí de la misma. Aunque breve y simbólicamente, la mayoría de los cubanos llegó a creer que el tipo de sociedad que los pensadores nacionalistas cubanos, como José Martí, soñaron alguna vez —una república «con todos y para el bien de todos»— se estaba logrando finalmente.

  Cuando llegó el día 26 de julio, medio millón de cubanos participaron en el primer desfile militar de las recién engrosadas y organizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias. Esa mañana, temprano, Fidel Castro, junto a altos miembros de su Gabinete, asistió a una misa católica solemne en la Catedral de La Habana, en honor a los miembros caídos del Movimiento 26 de Julio (41). Más tarde, esa noche, miles de ellos se concentraron en el estadio de La Habana para presenciar un juego de pelota en el cual Fidel Castro y Camilo Cienfuegos jugaron para el equipo del 26 de Julio, los «Barbudos» (42). Por supuesto, el evento culminante del día fue el discurso de Fidel Castro ante la multitud de más de un millón de cubanos, incluyendo a todos los guajiros, quienes se reunieron en lo que se conocía todavía como la Plaza Cívica.   
 Aparentemente, Fidel no pudo resistir la tentación de tomar el podio e interrumpir a su hermano Raúl Castro, justo cuando Raúl destacaba el poderío visual que el mar de cubanos representaba: «Frente a las ratas taimadas que se disfrazan de revolucionarios, estas concentraciones. Frente a los traidores, un pueblo como éste basta… La única cosa que se pide en los cartelones es que regrese Fidel». En ese momento, Raúl hizo una pausa dramática y Fidel se levantó dejando el discurso de Raúl a medio terminar. Y, como si lo hubieran ensayado, los guajiros entre la multitud levantaron sus machetes en el aire y a una sola voz comenzaron a gritar rítmicamente «¡Que regrese Fidel!». De manera predecible, así lo hizo. Pero en vez de anunciar la decisión de regresar a su puesto él mismo, le susurró a su hermano Raúl en el oído. Entonces, Raúl se viró teatralmente hacia la gente y anunció sencillamente: «Cubanos: Fidel ha decidido retirar su renuncia» (43). Es fácil imaginar cuál fue la reacción de la multitud. 
 Como muchas de las imágenes que definieron la lucha de los guerrilleros en la Sierra Maestra y la Revolución hasta ese momento, la primera celebración del 26 de julio fue una representación visual en vivo del sueño de la utopía recreada dentro de los marcos que Fidel Castro imponía. En este sentido, la gran Concentración Campesina representó un modelo para futuras demostraciones masivas organizadas por el Estado. A largo plazo, estas demostraciones generaron una imagen específica del poder total y popularmente certificado que estaba en las manos de Fidel Castro, poder que se volvió no sólo imposible de perder para el líder, sino también imposible de cuestionar y, al final, imposible de retar.
 Para los líderes guerrilleros del Movimiento 26 de Julio, las imágenes proyectadas de apoyo unánime a las políticas de su liderazgo, así como las imágenes fundidas de Fidel Castro con la promesa visual de la utopía y la redención colectiva, crearon una estrategia básica. El objetivo de esta estrategia era captar la imaginación de millones de cubanos y mantenerla en manos del Estado. A través de demostraciones masivas organizadas, las imágenes de unidad se volvieron indispensables para la continuidad en el poder de los guerrilleros. Lo más importante fue que se hicieron esenciales dentro del marco visual y estructural en el cual la distribución de poder, las relaciones con Estados Unidos y las políticas nacionales podían entenderse, interpretarse y discutirse. Dentro de este marco, lo primordial del liderazgo de Fidel y su papel profético en la lucha, no podía ser cuestionado sino, simplemente, reconocido y aceptado. A escala pública y colectiva, el cuestionamiento de la imagen de apoyo total para Fidel y la encarnación de la Revolución en Fidel constituyó una violación no sólo de la nueva identidad cubana emancipada, sino de la historia, del destino e incluso de la realidad en sí misma.
 Al final, tanto líderes como ciudadanos —especialmente la clase media— crearon estas imágenes de apoyo masivo que hicieron tan grande el poder de Fidel Castro sobre el proceso revolucionario. Ya para 1960, habían creado una visión popular y una comprensión del poder que reafirmaba la santidad de la Revolución y el derecho de Fidel a dirigirla hasta un punto tal que no sería ya más aceptado (ni aun tolerado de forma indirecta) el cuestionamiento público de alguno de los dos. Así, las imágenes de unidad total darían lugar, eventualmente, a la obligatoriedad de una unanimidad total. 

 Traducción: Ricardo García Milián. Tomado de revista Encuentro

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viernes, 30 de mayo de 2014

Concentración campesina. Final



 

 Una guaracha pegajosa ganó desde los primeros días el gusto popular:

 -Ábrele tu puerta al campesino… Demuestra que eres la ley.

 Por todas partes las vías y medios de transporte continuaban afluyendo a la capital riadas guajiras. El promedio era de veinte mil diarios. Muchos veían por su cuenta, desbordando todos los cálculos, creando problemas de alojamiento y manutención  que debían resolverse sobre la marcha.

 El Consejo Universitario, con la Colina prácticamente inundada por los agraristas, se reunió con urgencia para anticipar la suspensión de clases. Los decanos tenían facultades para acomodar a los huéspedes. Los estudiantes salieron en brigadas buscando catres, víveres, ropas y artículos de higiene elemental.

 La Asociación de Hoteleros facilitó alojamiento para mil doscientos campesinos y comida para seiscientos. El Habana Hilton ofreció suites de lujo para doscientos cincuenta. Clubes y balnearios albergaban a los viajeros de tierra adentro y les donaban ropas y dinero, aparte de la alimentación.

 El Conjunto de Instituciones Cubanas, Acción Católica, los colegios profesionales, las federaciones obreras, apoyaban la concentración, habilitaban locales y hacían colectas de alimentos, ropas y dineros. El Comité del MR-26-7 en el Ministerio de Educación hizo una labor excepcional, proveyendo de albergue a 16 000 campesinos, adquiriéndoles mil guayaberas y consiguiendo pienso para 10 000 caballos.

 A mediados de la semana, más de cien mil "guajiros" estaban ya en la capital. Pero el verbo "estar" expresaba difícilmente la situación, ya que constituían el elemento más móvil, pintoresco y errante de la urbe habanera. No era posible ir a ninguna parte de la ciudad sin toparse con el grupo típico del yarey, la escarapela mambisa y el impresionante machete. En las tiendas, cines, "guaguas", avenidas, cafés, hoteles y parques, mirándolo todo con intensidad sin igual, deambulaban los emisarios de tierra adentro. Blancos y negros, jóvenes y viejos, recios como troncos o flacos y anémicos.

 Muchos habaneros descubrieron con asombro la caballerosidad campesina, ignorada por ellos....

 Según avanzaban los días, continuaba engrosando el contingente invasor y con él crecía la adhesión ciudadana. En el Capitolio se alojaban a 1100 campesinos, 325  en el Ministerio de Gobernación; 200 en el Gobierno Provincial; 300 en el Ministerio de Estado. El Sindicato de Trabajadores de Víveres al Detalle estaba entregado vigorosamente a su Operación Comida, de la que esperaban una recaudación de 200 000 pesos, destinada a adquirir 16000 sacos de arroz.

 La atención médica era especialmente espléndida. En la Plaza Cárdenas, del Alma Mater, se instaló una ambulancia con servicio de fluoroscopía y reconocimiento general. El Hospital Universitario rindió una labor generosa en este aspecto. Los directores de clínicas y centros mutualistas ofrecieron asistencia médica y chequeo personal gratuito. Muchos médicos y dentistas lo hicieron en privado. La tuberculosis y el parasitismo dieron qué hacer a los facultativos habaneros.

 El jueves 23 había más de 200 000 guajiros en la capital, entre ellos, los de La Plata y el Central Estrada Palma, encabezados por el glorioso anciano Crescencio Pérez, Esta legión de la Sierra Maestra, auxiliadores decididos y heroicos de Fidel Castro en los días de mayor prueba, fue recibida en la Terminal por los dirigentes provinciales del 26 de Julio.

 En esa fecha, como una manifestación de lucro, la especulación de los sombreros de yarey llegó a niveles que el titular de Comercio, Cepero Bonilla, le puso precio tope de 35 centavos la pieza. Apenas había habanero que no anduviera tocado con el típico cubrecabezas rural.

  Ya los huéspedes -por lo menos los que llevaban más tiempo en la capital- estaban algo familiarizados con sus exotismos. Los grupos errantes cosechaban sensaciones imborrables en los ascensores, fuentes de soda, cinematógrafos, escaleras automáticas y otros artefactos emocionantes para ellos. Por supuesto, el vuelo en avión era el gran sobresalto. Un grupo llegó en setenta minutos por el aire, de Camaguey a La Habana. Comentario de uno de ellos:

 -Caray, más me demoro en ir al pueblo a caballo.

 Una nueva clase turística invadía el Castillo del Morro, La Cabaña el Capitolio, el Museo: eran viajeros de atuendo campestre, conducidos por oficiosos jóvenes del 26 de Julio. Cruzaban una corriente espesa de simpatía popular, avanzando apoyados en ella, sin darse a veces cuenta.

 Esa atmósfera producía sucesos de gran interés humano. 



 Una fila de campesinos, más de 200, llegó a las puertas del Palacio Presidencial. El guía, un estudiante del Alma Mater, les explicaba datos históricos sobre el edificio. Todos le oían absortos, como engolfados en el pasado.

 De improviso, uno de ellos intercaló vigorosamente la actualidad en el relato:

 -Dígame, ¿ya Urrutia se fue de ahí?

 El alumno, traído del pretérito al presente, confirmó:

 -Sí, hace días se tuvo que ir.

-Entonces, ¿el que estaba ahí es Fidel? -insistió el "guajiro", como si hablara de alguien de su familia.

 -No, hay un nuevo presidente: el doctor Osvaldo Dorticós.

-Debe ser bueno, pero, mire, la próxima vez ponemos a Fidel.

 Lo dio con acento perentorio, irrefutable. Mientras tanto, un joven se puso a gritar:

 -¡Que salga Fidel! !Díganle que aquí estoy!

 Un reportero de EN CUBA se le acercó:

 -¿Usted es amigo de Fidel?

 -¡Cómo no, amigo! Lo escondí en mi finca cuando estaba casi solo -respondió con orgullo.

 En el Ten Cents de Galiano y San Rafael, los campesinos alojados en la Universidad acudían en masa, mirando con ávido asombro todos los artículos de venta. Se detuvieron ante la fuente. Una señora, que estaba merendando, se dirigió al estudiante que los guiaba:

 -Tenga dos pesos para que los invite a refrescar.

 El gesto llamaba la atención. Todos los que estaban más cerca echaron mano a bolsillos y carteras. La contribución fue general.

 Es una tienda importante de ropa, entraron más de cien "guajiros". Todas las miradas los acariciaron. Hombres y mujeres se levantaron y les cedieron el asiento. Los dependientes abandonaron al parroquiano capitalino para atenderlos. Hicieron sus compras. Cuando fueron a abonar la cuenta, el encargado les dijo:

 -La invitación va por nosotros. En el periódico "El Mundo", los empleados habían recogido gran cantidad de trajes, camisas, guayaberas, zapatos, medias, pañuelos...

 Un guajiro llego, buscando algo. Lo atendieron. Vestía ropa de gran pobreza. Se le buscó un traje, una camisa, ropa interior, zapatos. Todo le venía bien, pero seguía mirando fijamente los objetos allí amontonados.

 -¿Le hace falta algo más? -le preguntaron.

 -Mire, yo lo que quisiera es cambiar esto que ustedes me han dado, por unas ropitas para mis muchachos.

 Un campesino de La Plata -lo más intrincado de la Sierra Maestra-, había comido varias veces en la ciudad. Entró a un lugar y pidió:

 -No me den malanga, ni harina. Sólo quiero comer esa cosa sabrosa que hacen aquí.

 Al cabo de laboriosas averiguaciones, se dieron cuenta de lo que pedía. El "manjar" apetecido por ese emigrado de los campos era sencillamente el pan. Nunca lo conoció. 



 El mar era otro de los encantos de estos hombres de tierra adentro, que jamás vieron el infinito espectáculo. Uno de ellos permaneció fascinado durante horas frente al oleaje. No había quien pudiera sacarlo de allí. Otros se sumergían en la playa de Guanabo y no querían salir del agua salada, inédita para ellos.(...)


miércoles, 28 de mayo de 2014

Concentración Campesina I




 
 La experiencia inolvidable que acaba de vivir el pueblo de Cuba, abarcaba una semana de tiempo. Entre dos domingos, del 19 al 26, se habían desarrollado acontecimientos que sólo ofrecían paralelo histórico, por su trascendencia cívica, con otros días gloriosos de Cuba: los de febrero de 1899, cuando la caballería de Máximo Gómez tomó posesión de la capital.
 La revolución, en el correr de los días, acometía tareas titánicas, pero una de las mayores era el extraordinario esfuerzo de organización y cooperación ciudadana constituido por la concentración campesina.
 El peso fundamental del gran esfuerzo de recibir, distribuir, alojar, guiar, alimentar y conceder honor de huésped insigne al hombre olvidado de la Isla, recayó sobre el comité designado por el Movimiento 26 de Julio, cuyo coordinador provincial, Ángel Fernández Villa, fue colocado al frente.
 Desde fines de junio, el local de la Sociedad Colombista Panamericana, en Leonor Pérez 251, funcionó como cuartel general. Con afán y disciplina, en una carrera contra el tiempo, se planearon y dirigieron las actividades de trasporte, acomodo, entretenimiento, nutrición, higiene y devolución a sus lugares de origen para más de quinientos mil campesinos. Los actos del día 26 serían la culminación de la nueva gesta.
 Siempre velando por la limpieza cívica del acontecimiento, Fidel Castro había recomendado que no se votara un sólo crédito oficial para la compleja y difícil tarea, a fin de que nadie pudiera objetar su espontaneidad. Los auxilios a los campesinos tendrían que surgir del propio pueblo. Y esta confianza en las reservas morales de la ciudadanía, una vez más, no se vio defraudada.
 El comité organizador dividió el trabajo en siete subcomités, encargados, respectivamente, del transporte, la vivienda, los campamentos, la recepción, los alimentos, el orden y la propaganda.


 El trasporte funcionó bajo la supervisión de excelentes activistas del MR.276-7... Se utilizaron los ferrocarriles, ómnibus, barcos de la Marina de Guerra, rastras. No había límites de medios de locomoción.
 (...) Las compañías gasolineras no se hicieron las desentendidas. La ESSO y la Shell entregaron 100 000 galones de combustible cada una. La Sinclair y la Texaco, negocios de menor volumen, ayudaron en la medida de sus recursos.
 ... Cada "guajiro" fue provisto de tarjeta de identificación. Sucedió, sin embargo, algo inesperado: los coordinadores del 26 de Julio laboraron por su cuenta, lo que hizo aumentar sensiblemente el número de campesinos transportados. El resultado de la espontánea emulación revolucionaria fue abrumador.
 Hubo dificultades mayores. El día 19, un grupo de choferes y conductores de algunas empresas rehuyó trabajar de gratis y se escondió. Esto sucedía con los carros que debían salir hacia Oriente, Camaguey y Las Villas. Velasco tuvo que correr hacia la Terminal de Ómnibus y apelar a la persuasión:
 -Compañeros, esta concentración es vital para el triunfo de la Reforma Agraria, que a todos nos beneficiará. Si ustedes se niegan a colaborar, todos los planes fracasarán. Ustedes saben que el Gobierno tiene grandes obstáculos económicos y no puede abonarles sus salarios. Además, esta concentración no debe ser una iniciativa oficial, sino fruto de la cooperación de todos.
 Añadió que la ayuda era enteramente voluntaria. Si ellos se negaban, tendría que apelarse a voluntarios. Al fin se acordó cambiar el plan de sacar masivamente los carros desde el día 19, y se permitió que fueran saliendo paulatinamente en línea de servicio regular, lo cual permitiría a las empresas abonar el 50 por ciento de sus salarios a los trabajadores de plataforma. La fórmula convenció a numerosos “guagüeros” y quedó allanado el conflicto naciente.


 El transporte y la ubicación de los campesinos orientales, camagüeyanos y villareños fue un modelo de organización. Ya el día 24 habían entrado en la capital 400 ómnibus repletos de humanidad rural. Llegaban por la Terminal de Ómnibus, mientras las Fuerzas de la Marina y responsables del MR-26-7 cuidaban el orden. Boy scouts y muchachos de la Juventud Católica, provistos de documentación, y más aún de respeto y fraternidad ciudadana, dirigían a los huéspedes hacia los lugares de alojamiento.
 Hasta el 25 de julio, el transporte de campesinos mantuvo corriendo diariamente cinco trenes con 20 o 30 coches cada una, lo que constituía la mayor operación conductora de personas por ferrocarril en la historia de Cuba. Y el mismo fenómeno tenía lugar por carretera, por aire y por mar…
 El domingo 19, desde el amanecer, las primeras oleadas de la primera marea campesina, comenzaron a inundar La Habana. Llegaban a millares, con sus sombreros de yarey, sus machetes y su esperanza…
 Como en el Evangelio, “los últimos serán los primeros”…
 Venían humildes, sencillos, curtidos por mil soles y castigados por mil lluvias, exprimidos por la fatiga, el esfuerzo, la desolación, la miseria, el desamparo de generaciones y generaciones…
 Y la ciudad orgullosa les abrió sus puertas. La Habana se vistió de fiestas, anticipando el 26.
 Sólo unos pocos –los egoístas, los reaccionarios-, murmuraban en la sombra: -Es una barbaridad. No tiene objetivo alguno traer a toda esa gente. Fidel no hace más que arrastrar al pueblo de un lado para otro.
 Algunos, más cobardes y malignos, esparcían frases en un vano intento de desalentar:
 -Quiere echarnos el pueblo encima…
 Y el pueblo no estaba encima de nadie. Los que habían estado hasta hoy por debajo de todos, marchaban por el medio del camino. 


 El primer contingente fue albergado en los locales de los Ferrocarriles Occidentales y la Universidad. Bajo el pegajoso sol de julio, legiones de campesinos ascendían la escalinata del Alma Mater, en un encuentro simbólico con la sede de la cultura nacional.
 Las calles capitalinas empezaron a llenarse de sombreros de yarey. Pronto los habaneros, en fraternal competencia con sus huéspedes de agro, se cubrirían con la misma prenda.
 Fue un espectáculo impresionante el arribo de cinco mil orientales a la Estación Terminal. El convoy de 21 coches, tirado por las locomotoras 8512 y 1604, entró en el andén bajo el estallido de las luces de bengala, entre los pitazos de las sirenas. Millares de cubanos, que nunca se habían visto, separados por leguas incontables, se saludaban con la mano abierta.
 Allí mismo, con una locomotora por tribuna, se improvisó un mitin. Hablaron los principales dirigentes provinciales del MR-26-7, los de la FEU y los responsables de la concentración. Pero más que palabras, por sinceras que fuesen, hablaban los ojos. El patriotismo ganaba altura por horas.
 Ese mismo domingo, por la mañana, dos mil “guajiros” de Antilla y Banes desfilaban por el Prado, entraban por el Parque de la Fraternidad y seguían por Monte hasta el Mercado Único, precedidos por la banda de la Marina de Guerra. De los balcones partían saludos, ovaciones, sonrisas femeninas, cayendo sobre las escarapelas tricolores.
 Muchos de estos campesinos se hospedaron en locales ofrecidos por la Asociación de Comerciantes de la calle Monte, que nunca mereció tanto su nombre de Máximo Gómez. La fábrica de La Polar abrió sus puertas a doscientos; el resto se alojó en Rancho Boyeros.
 El lunes 20, ya las legiones iniciales iban cogiéndoles el sabor a la ciudad. Los “guajiros” se levantaban temprano, según su costumbre, echando de menos el cantío de los gallos, y sorprendían a los morosos habaneros aún con las sábanas pegadas al cuerpo. Inmediatamente empezaban a deambular por la capital, incansables y curiosos caminantes.
 Por todas partes les salía al paso una cordialidad sin reservas. Intentaban en vano pagar su consumo en los cafés y restaurantes: algún otro parroquiano abonaba por ellos o el dueño se negaba a cobrarles.
 Uno de los primeros tropiezos psicológicos lo constituyó el transito capitalino, más temible para ellos que un ciclón en el campo. Se confundían con las luces y pasaban las bocacalles cogidos todos de la mano, por precaución, creando problemas a la circulación, sin que nadie osara burlarse. 
 Sus peores enemigos eran los carteristas. Algunos fueron víctimas de la prestidigitación, pero fueron pocos. El hábito de andar juntos y su recelo campesino les ayudó mucho a detener a los pequeños cacos. En realidad, prestaron un eficaz servicio a la policía, capturando a docenas de rateros de ese tipo. 


 Aunque la ciudad “desterró” en honor de las “guajiros” su malicia habitual, no hicieron lo mismo aviesos periodistas extranjeros, al servicio de empresas reaccionarias. En una ocasión hicieron posar a un grupo de “guajiros” con el puño izquierdo en alto. El diario Revolución comentaba:
 Irán con esas fotografías, producto de la mala fe, a tratar de desvirtuar el sentido de la revolución cubana.
 Pronto cundió la desconfianza y la prevención entre el elemento campesino. Más de un fotógrafo de la prensa extranjera sufrió agresiones –sin que fueran desenvainados los aceros- de las cuales salió con las mejillas ardiendo.  Hasta periodistas cubanos fueron confundidos con agentes provocadores y tuvieron dificultades.
 Sin embargo, eran incidentes rápidamente superados. Lo que les recibía por dondequiera era el saludo amistoso, el diálogo cordial, la fiesta de las almas. Esto estaba en la misma atmósfera que se respiraba.


 La televisión, la radio y los periódicos, les concedían atención preferente. Todos los programas se discutían su presentación, poniéndolos en contacto remoto con sus familias. Toda la gama del patetismo aparecía en las pantallas. Algunos lloraban, recordando a los seres queridos. Otros pedían una guitarra y cantaban décimas. 
 Ninguno fue tan efectivo para favorecer ese ambiente fraternal como La Operación Guayabera, en el telemaratón del Canal 12. Durante cinco días, abarcando más de 135 horas continuadas, el pueblo desfiló por él aportando presentes –ropas, víveres, dinero- sacados de su propia pobreza y ofreciendo un espectáculo de genuino humanismo, sin alardes.
 Solos, sin más armas que su entusiasmo cívico, ignorados por otros factores importantes del negocio, los animadores del telemaratón cosecharon el más activo calor del pueblo. Los niños llevaban sus alcancías, las madres y padres sus jabas y paquetes. Ismael Suárez de la paz, el comandante Echemendía de la clandestinidad, relataba las emotivas anécdotas infantiles.
 -Los vimos traer sus centavitos, sacrificando la merienda. Un chiquillo de cuatro años se escapó de su casa y se apareció con un policía para entregarnos 39 centavos. Otro trajo la mitad de sus juguetes para los guajiritos de la Sierra. Una botella con los colores del Movimiento 26 de Julio se subastó en 50 pesos y por un mechón de pelo de Fidel, el primero que le cortó su barbero después de bajar de los montes, pagaron 600 pesos.
 Era un repique insistente, intermitente, el de los repiques de los teléfonos en las estaciones de radio y televisión. Llamadas por centenares, por miles, ofreciendo albergue, comida, ropa. Las clínicas y centros hospitalarios donaban chequeos gratis. Los industriales y los obreros de tintorerías y lavanderías se prestaban a lavar gratis las ropas del sin fin  de huéspedes capitalinos. La lista de entidades y corporaciones culturales, religiosas, obreras, estudiantiles, que abrían sus locales, resultaban impresionantes.
 Y no era más que el lunes 20. Faltaban aún seis días para la gran concentración, y ya las instituciones más diversas bullían de escarapelas, machetes, guayaberas, zapatos de vaqueta… Seis mil campesinos, alojados en la Universidad, comían en Triscornia. La Marina de Guerra Revolucionaria, albergaba setecientos, y preparaba locales para dos mil más. El responsable de alimentación del 26 de Julio, Carlos Julien, anunciaba servicio de 40 000 raciones diarias.  
 Se divulgaba un programa de festejo con juegos de pelota, conciertos de puntos guajiros, tandas gratis en los cines, shows en los mejores cabarets, festivales deportivos y funciones al aire libre, todo en bandeja de plata para los hermanos del campo (…)

 Fragmento I: "Más de un millón de cubanos se congregó en la Plaza Cívica el 26 de julio"

 "Fotos de Barcala, Venancio, ANTE, Grimón, Báez, Quilez, Miralles, Iglesias, González, Amador y Caparrós" 

 Bohemia, No. 31, 2 de agosto de 1959.