domingo, 26 de enero de 2025

Moral literaria

 

 Max Jacob 


 Un marchante de La Habana me había enviado un tabaco, que envuelto en oro, había sido fumado. Los poetas en la mesa dijeron que fue para burlarse, pero el viejo Chino que nos había convidado reveló: que en La Habana es así, cuando quieren halagarte. Les mostré dos hermosos poemas, que un sabio amigo mío había traducido para mí en el papel, porque yo disfrutaba al escucharlos. Los poetas dijeron que esos poemas eran muy conocidos y que no merecían interés. El viejo Chino respondió, que no podían conocerlos, porque solo existían en un ejemplar, manuscrito en pehlvi, una lengua que ellos desconocían. Los poetas entonces, se miraron y sonrieron como niños; el viejo Chino, nos miraba con tristeza.


 Un négociant de la Havane m’avait envoyé un cigare enveloppé d’or qui avait été un peu fumé. Les poètes, à table, dirent que c’était pour se moquer de moi, mais le vieux Chinois qui nous avait invités dit qu’ainsi était l’usage à la Havane, quand on voulait faire un grand honneur. Je montrai deux magnifiques poèmes qu’un savant de mes amis avait traduits pour moi sur le papier, parce que je les admirai à sa traduction orale. Les poètes dirent que ces poèmes étaient très connus et qu’ils ne valaient rien. Le vieux Chinois dit qu’ils ne pouvaient pas les connaître, puisqu’ils n’existaient que dans un seul exemplaire manuscrit et en pehlvi, langue qu’ils ignoraient. Les poètes, alors, se mirent à rire bruyamment comme des enfants et le vieux Chinois nous regarda avec tristesse.”

 

 Traducción: Oscar Cruz


 Tomado de Diario de Cuba, 18 de marzo de 2015. Le cornet à dés, 2003, p. 124. 


miércoles, 22 de enero de 2025

En La Habana


  Raymond Roussel


 En La Habana vivía en… una pareja de huérfanos, A… L…, de catorce años, y su hermana melliza M… 

 Descendientes de una familia de colonos españoles, los dos hermanos crecieron bajo la afectuosa tutela de una vieja señora, su tía abuela S…, persona simple y eficiente, suerte de marimacho entrenada para resolver por sí misma todos los asuntos. 

 Los dos mellizos, como suele suceder, habían crecido de manera desigual en el seno materno: M… había acaparado la mayor parte de los jugos vitales, en detrimento de A… quien, de una fragilidad sin remedio, había llegado a la adolescencia de milagro. 

 Entre A… y M… reinaba el fanático cariño propio a los dúos mellizos. Además A…, muy dotado, sabía ejercer sobre su entorno un saludable ascendente, que alcanzaba sin duda a su hermana. En el colegio reinaba en su clase y, ostentando un suplemento de prestigio por su título de veterano, fruto de una grave enfermedad que lo había obligado a repetir, aconsejaba a unos, defendía a otros o, con una palabra, dirimía una diferencia. 

 Dos ejemplos dan la medida de su autoridad. 

 Entre sus compañeros estaba el hijo de N… O… –un arribista famoso en todo el país– y el de R… V…, cuyo nombre recordaba un misterioso escándalo. 

 Simple doméstico de un terrateniente, N… O…, gracias a un buen billete de lotería, había podido, todavía jovencito, sentar los fundamentos de una fortuna que, avaro y dotado, se había, en un cuarto de siglo, vuelto considerable. 

 Pero sus orígenes le valían, por parte de los cubanos acomodados, una evidente frialdad – que quiso vencer a través de la compra de un título. 

 Viajó a Roma – y volvió Conde del papa. 

 Sin embargo, los snobs cubanos, para nada deslumbrados, consideraron los hechos como una provocación y se ofendieron. No solamente rechazaron al nuevo noble, sino que se organizaron para hacerle llegar anónimamente una carta, revestida de un rico encuadernamiento con una visible corona condal. Significaba acabar finalmente con las pretensiones aristocratizantes de un antiguo valet campesino. 

 El conde de O… comprendió – y se mantuvo tranquilo. 

 Sobre todo que prontamente lo iban a acaparar otras ocupaciones. 

 La Habana festejaba en ese tiempo a una troupe lírica italiana, que tenía como gran estrella a la bella y galante A…, llamada la “reina de la vocalización”. 

 El repertorio de canto no ofrecía nada suficientemente firme como para hacer plenamente valer su virtuosismo único, A… había hecho arreglar para su voz, sobre versos inspirados por el título, la pianística Fileuse de D… Allí se sucedían sin tregua, alcanzando sutiles efectos imitativos, episodios de naturaleza cromática, vedados para los talentos medios. Y, verdadera proeza digital, la ejecución de la obra, gracias a la garganta, se convirtió en una milagrosa hazaña. 

 Esa hazaña A… la llevaba a cabo sin aparente esfuerzo, alcanzando, en un perpetuo pianissimo, una velocidad extrema, que no hacía padecer jamás la singular puesta en valor de las notas agrupadas sobre la que se apoyaba cada sílaba. 

 Después de cada último acto, imperiosas aclamaciones forzaban a A… a cantar su Fileuse, que la llevaban siempre al triunfo. 

 La primera vez que O… vio a A… aparecer en escena, sintió frente al estallido de belleza un gozoso escalofrío, presto a sumarse al sonido de su voz. Su deseo, creciente de acto en acto, llegó al clímax cuando al final de la habitual Fileuse, dando el máximo de su prestigio, la hizo superarse como artista para iluminar una apoteosis. 

 Cuando después de una fácil conquista, O… escucha, en plena luna de miel, hablar de la partida de la troupe, su angustia muestra la fuerza de su pasión, y realiza, para que abandonara la escena que aún le quedaba, impresionantes ofertas a A…, quien, percibiendo su poder y teniendo que explotar a fondo la situación, las rechaza; excepto el casamiento – y se mantuvo así hasta que él cedió. 

 La intromisión en su existencia de una esposa con un pasado vergonzoso no hizo más que agravar el ostracismo que padecía O… –y contra el que decidió luchar una vez más. 

 Fue en las carreras, en honor de Cuba, donde pergeñó su plan. Participar le valdría una aceptación de elegancia –y relaciones en el mundo brillante del turf. 

 Funda una escudería y elige los colores, en honor de A…, verde, blanco y rojo de la bandera italiana, aprovechando cualquier oportunidad para honrarla gracias a visibles homenajes, pese a la desaprobación de las personas pudorosas. 

 Pero si la pareja tuvo en el hipódromo algunos éxitos deportivos, la indiferencia fue la única respuesta y O…, contrariado, no tarda en vender todos sus caballos. 

 A sus sinsabores le sigue una alegría: el nacimiento de un hijo. 

 Ahora bien, era precisamente ese hijo, S… d’ O…, entonces de catorce años, que A… L… tenía como camarada. 

 Un compañero lo trató durante el estudio, en una pelea en voz baja, de hijo de valet y de ramera, S… entonces respondió desafiándolo. 

 Llegado el recreo, A…, a los primeros golpes de puños, se interpuso, y se informó de lo sucedido. Visto el carácter odioso del insulto quiso que S… recibiera públicas excusas –y fue como siempre deferentemente obedecido. 

 En cuando a V… hijo, sufría injustamente los efectos de ciertas sospechas que planeaban sobre su padre. 

 Este, huérfano desde temprano, había, a su mayoría de edad, malgastado rápido un modesto patrimonio y, de aspecto seductor, había entonces buscado… y encontrado una heredera. 

 Varios años de gran vida acabaron con la dote, y los suegros irritados pensionaron muy poco a la pareja – desde entonces alcanzada por dificultades que se acrecentaron con el nacimiento de un niño. Ahora bien, apenas hablaban de la bendición, que a la misma hora morían misteriosamente el padre y la madre del recién nacido. 

 La autopsia dio la prueba de un doble envenenamiento. 

 Una investigación fracasa buscando indicios en la alimentación. Obligatorio fue buscar en otra parte y se terminó sospechando de la goma de un stock de estampillas de origen conmovedor. 

 Dos años antes el Americano T… había intentado, en su navío El B…, un audaz reconocimiento polar. 

 Cuando fue largamente superado el tiempo de su retorno, una suscripción pública se abrió para que se puedan comenzar las investigaciones. 

 Una estampilla fue especialmente creada, la que, mostrando al B… perdido en los hielos, acompaña rápidamente las cartas que se envían. 

 A más de uno se le obligaba hábilmente, enviándole autoritariamente una hoja con cien estampillas –e inmediatamente pasaba a domicilio un cobrador pidiendo el pago. 

 Ahora bien, a los suegros de V… una hoja de este tipo les había llegado, usándola sin tardar, reservando una buena acogida al cobrador. 

 Murieron dos semanas después. 

 Quedaban seis estampillas –con goma envenenada, informó el análisis. 

 Como no se pudo encontrar el sobre, la investigación giró en vacío y abortó. Pero las sospechas cayeron brutalmente sobre el afortunado V… –sin alcanzar a su mujer, que gozaba de una universal estima. 

 Las cosas, sin embargo, no habían salido desde entonces del dominio del chismerío. 

 Sin embargo, curtido por el sentimiento de la semejanza en la vulnerabilidad, V… hijo había castigado con sus manos durante las excusas públicas dirigidas a S… d’ O… 

 Fuera de sí, el agresor busca una venganza que no pudo, anónima, más que valerle una nueva lección. 

 A una hora determinada, entra en el dormitorio vacío y, bien calificado en dibujo, hace en carbonilla en la pared, detrás de la cama del joven V…, un croquis insultante titulado “El doble golpe del Papa”, en donde dos coches fúnebres marchaban en fila, al lado de un ángulo encuadrado por una gran estampilla de la catástrofe polar. 

 Comenzó a odiar su obra cuando vio que su descubrimiento provocó un malestar general –y el llanto del interesado. 

 Pero de hecho, A… agrupa a todo el mundo –y reprueba doblemente una injuria que, cobardemente anónima, golpeaba al hijo en la persona de su padre. 

 Después se hizo crear tan bien la imagen de una rehabilitación por sus confesiones que llorando, a su turno, de culpabilidad, se arrodilla frente a su víctima, culpándose y pidiendo perdón. 

 Es fácil imaginar cuáles debían ser en una hermana –y melliza– los efectos de una potencia dominadora tan grande ya sobre simples camaradas. 

 Cada palabra de A… era para M… razón de fe, y gustosa hubiera dejado todo por el triunfo de una causa pedida por él. 

 Y justamente, lleno de inclinaciones por la bondad activa, el precoz adolescente no dejaba de abrazar, a veces, grandes sueños humanitarios –que proyectaba audazmente realizar algún día.

 Especialmente, muy arraigado a su isla natal, hubiera querido que a partir de una imitación intensiva de Europa naciera un refinamiento civilizatorio. 

 En efecto, admiraba ardientemente a Europa –a la que lo ligaba por otra parte su sangre española– tierra de grandes recuerdos, de sólidas tradiciones, de obras maestras de arte, de mentes sublimes, despreciando en cambio el industrialismo de la nueva América. Y muy seguido en sus confidencias a M…, se apasionaba, por un futuro lejano, con sus planes inspirados por ese patriotismo especial. 

 ¡Pero ay, ese futuro! No iba a alcanzarlo. La muerte, que había, desde la cuna, sobrevolado, lo llamó a los veinte años, carcomido por un mal del pecho –bajo la mirada azorada de M…, para siempre desconsolada. 

 Sin embargo, el sentimiento de una misión sagrada a cumplir la sostenía en su desdicha. 

 A…, en su lecho de muerte, le había solemnemente invocado realizar en su reemplazo su sueño patriótico –y, con el brazo tendido, ella le había jurado obediencia. 

 Un año más tarde, pasada en años moría su tía abuela, dejándole una fortuna que iba a permitirle comenzar su campaña. 

 Sintiendo primero cuan poco podía sin colaboración, publica y reparte gratuitamente un folleto conteniendo un explícito llamado de ayuda. Allí se exponía el desiderátum de A… –y el proyecto de fundar, con los partidarios de sus ideas, un club mixto cuyos miembros se reunirían en la casa de M… 

 Afirmativamente comprensivos, numerosos intelectuales adhirieron con patriótico entusiasmo. 

 Todo club debe ser gobernado; una votación tuvo lugar y, en el primer escrutinio, M… fue unánimemente elegida presidente. 

 Decidieron entonces inventar alguna insignia para ella, que al portarla, en las sesiones, afirmara su autoridad. 

 Así reflexiona aguda y seriamente y, durante un tiempo, insatisfecha, termina, a fuerza de replanteos, por adoptar una idea audaz, rechazada de entrada por superar el objetivo planteado. 

 Se trataba, en efecto, no de un simple suplemento ornamental, sino de una prenda completa. 

 Entre las porcelanas exhibidas siempre en las vitrinas de su living, había un Secuestro de Europa. Una graciosa compostura, calcada de la de la historia, que completada con una polera rosa, se convirtió en el traje presidencial. 

 La sesión del estreno adquirió un tono de solemnidad inaugural. Por primera vez reinaba la actividad en la búsqueda de las decisiones a tomar. Y finalmente fue encargado a cada uno la misión de aportar características propias para demostrar la superioridad europea. 

 Pasaron algunas semanas, en las que M… recibió, como alegato por su causa, los treinta documentos siguientes… 


 Traducción Damián Tabarovsky


 En La Habana es un texto inconcluso que Raymond Roussel escribió entre 1928 y 1932 y sólo se publicó a principios de los 60 en la revista L’Arc con edición de John Ashbery. Damián Tabarovsky lo comentó y tradujo al castellano (Diario de poesía).


martes, 21 de enero de 2025

domingo, 19 de enero de 2025

La neuropatología y su enseñanza

 



 Revista Frenopática Española, núm. 82, octubre de 1909, pp. 296-301; y antes en Revista Médica Cubana, T.XV, núms. 1-6, 1909. 


José Antonio Valdés Anciano o la neuropatología

 

  Pedro Marqués de Armas


 Fue el primer Profesor Titular de Patología y Clínica de las Enfermedades Nerviosas y Mentales. Cuando obtuvo esta cátedra de nueva creación en 1906, ya era médico con larga experiencia y había impartido algunos de los primeros cursos de psiquiatría autorizados tras el advenimiento de la República. De hecho, ya estaba al frente de la cátedra en calidad de profesor interino.

 José Antonio Félix de la Caridad Valdés y Anciano nació en Pueblo Nuevo, Matanzas, el 31 de marzo de 1867. Hijo de José Manuel Valdés, asturiano de modesta posición y de Dominga Anciano, natural de Cárdenas, fue uno de los neuropsiquiatras más informados de la isla, dueño de una célebre biblioteca médica y autor de una profusa bibliografía con estudios citados dentro y fuera de Cuba, una parte de éstos sobre enfermedades neurológicas entonces apenas conocidas.

 Valdés Anciano comenzó sus estudios en el colegio matancero “El Porvenir”. Terminada la educación básica, se trasladó a La Habana para cursar el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza, del que egresó en septiembre de 1882. Un mes más tarde, con solo quince años, matriculó en la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales de la Universidad de La Habana. Seis años más tarde, el 17 de diciembre de 1888, se graduaba de Licenciado en Medicina y Cirugía. Y el 5 de octubre de 1904 obtuvo el grado de Doctor.

 Inicialmente ejerció en su ciudad natal. Entre 1897 y 1898 estuvo al frente de la Casa de Niños Reconcentrados. Entre 1899 y 1904 fue director facultativo del Asilo de Niños de San José de Paúl (primero de su tipo en la isla, establecido el 9 de mayo de 1899 por Alfredo Carnot D´Lisle). Desde octubre de 1900 se desempeñó como profesor de la Escuela de Enfermeras, donde se entrena como docente. Y entre 1902 y julio de 1904 funge como director médico del Hospital Civil Santa Isabel y San Nicolás, y como asistente de la Sala de Observación de Enajenados de esa ciudad.

 Durante el período de la Intervención, engrosó las filas del Ejército Norteamericano con grado de primer teniente. En esta etapa fue Jefe de Sanidad de Matanzas y miembro del Instituto sobre Fiebre Amarilla del Marine Hospital Service. De estos años datan sus primeras observaciones y trabajos clínico-neurológicos, en lo que sería el comienzo de una prolífica obra.

 Se trasladó a La Habana en agosto de 1904. Nombrado médico de visita del hospital Nuestra Señora de las Mercedes, pronto se desempeña como neurólogo e internista, en tanto asiste a los presuntos enajenados del Hospital Número Uno y colabora con el antiguo Centro de Hidroterapia Belot. Ese mismo año de 1904 dicta un curso libre de Enfermedades Nerviosas y Mentales para médicos y alumnos de medicina del Mercedes. Y en 1905 imparte el mismo curso, en calidad de complementario, en la Escuela de Medicina.

 Como se ha dicho, desde septiembre de 1904 ya estaba al frente de la cátedra como profesor interino. La demanda de establecer una cátedra de la disciplina data de finales del siglo XIX, con no pocas propuestas, oficiales o no, como la realizada por el célebre neurólogo cubano Manuel González Echevarría -director del Asilo de Locos y Epilépticos de Nueva York y catedrático en aquel país- a su regreso a la isla en 1894-; o por José Ángel Malberty ante las autoridades coloniales. No es hasta el 29 de octubre de 1901, con la Orden número 223, que se autoriza la creación de la Cátedra de Patología y Clínica de las Enfermedades Nerviosas y Mentales, nominación ésta extraordinaria o interina, ya que aún no es lanzada a oposición.

 Entretanto, Valdés Anciano dicta su curso de la disciplina en el Hospital Mercedes, este ya con aprobación oficial de la Facultad y dirigido a los alumnos de 5to año de la carrera (Decreto 52, 9 de febrero de 1905), el cual comparte con el Dr. Armando de Córdova Quesada, este como profesor auxiliar interino. Por fin, el 12 de junio de 1906, el Gobierno saca a oposición la plaza de Profesor Titular. El aspirante debía vencer cuatro ejercicios y el Tribunal de exámenes estaba integrado por un Presidente, un Vocal, tres catedráticos titulares, un doctor en Medicina y Cirugía designado por la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales, y otro por la Junta de Inspectores de la Universidad de La Habana.

 Tras vencer los ejercicios de oposición, el 10 de diciembre de 1906 Valdés Anciano es nombrado Profesor Titular. Integraron el Tribunal de Oposición, Gustavo López (por la Academia), Joaquín Luis Dueñas y Pinto (por la Junta de Inspectores), Tomás Vicente Coronado (como profesor titular) y G. González del Valle. Dos días más tarde toma oficialmente posesión, ya comenzado el curso de 1906-1907 con matrícula récord de 35 estudiantes. Por su parte, Armando de Córdova era nombrado Profesor Auxiliar. Así lo recuerda el autor de La Locura en Cuba:    

Por una ley del Congreso de nuestra República el 12 de julio de 1906 la enseñanza de las enfermedades mentales entró en un franco periodo de progreso con la fundación de esa cátedra en la Universidad, que si bien estaba unida a la de enfermedades nerviosas [neurología, se refiere] constituyó un gran adelanto en nuestra organización universitaria” (...) “Aquella ley adoleció, sin embargo, de un grave defecto: que no se creó una clínica especial para la enseñanza práctica. De ahí que dicha enseñanza tenía que ser esencialmente teórica, lo cual fue un grave error en materia tan extraordinariamente práctica como la que nos ocupa.

 Ante tal situación, Valdés Anciano buscó apoyo en de Córdova, que había sido interno y médico de visitas del Hospital Número Uno, donde radicaban numerosas cátedras, para establecer allí la de Enfermedades Nerviosas y Mentales, lo que se concreta en 1913 cuando el Director Nacional de Sanidad y Beneficencia les faculta a ocuparse de los diversos servicios psiquiátricos de aquel hospital, como de disponer del auditórium para las clases y conferencias.

 A lo largo del curso académico y hasta entonces, los alumnos recibían las clases teóricas en el salón del Hospital Mercedes, mientras las sesiones clínicas -enfocadas mayormente a casos neurológicos- se impartían en salas de medicina o en consulta externa. Una vez por semana se desplazaban al Calixto García -con este nombre a partir de 1917- donde se formaban en la clínica propiamente psiquiátrica y médico-legal. Al final de cada curso visitaban el Hospital General de Enajenados (Mazorra) donde, después de recorrer los diversos pabellones, asistían a sesiones clínico-prácticas en las que se exponían los casos más graves.

 Según el programa de estudio el objetivo era, más que formar especialistas, asegurar que los alumnos adquiriesen conocimientos de carácter práctico propios de esta disciplina indispensables en el ejercicio de la profesión. Los textos de consulta recomendados eran, entre otros, y en el periodo de 1906 a 1916, los siguientes: las obras de Charcot, las Leçons cliniques de Raymond, Brissaud y Ballet, Enfermedades del Sistema Nervioso de Oppenheim, los Tratados de Grasset, Gowers, Strumpoll y Kraepelin, y Précis de Psychiatrie de Regis.

 La concesión de la cátedra a Valdés Anciano fue recibida con no pocas menciones en la prensa médica y general. Por ejemplo, la revista El Fígaro diseñó su portada del 16 de diciembre con una flamante fotografía del nuevo catedrático. En ese mismo número, uno de los miembros del Tribunal, Tomás Vicente Coronado, celebró la creación de la cátedra en un exaltado artículo donde, después de elogiar al médico matancero por su constancia y erudición, enfila críticas contra la sociedad cubana en los términos moralizadores y racistas tan en boga entonces: “En el capítulo de psicosis, el profesor hallará amplio campo de enseñanza: podrá palparse que la imbecilidad y el idiotismo abundan en nuestro conglomerado étnico.”

 Casi dos años antes, Valdés Anciano había solicitado su ingreso a la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de La Habana, al quedar vacante la plaza del Dr. Julio San Martín, recién fallecido. Para entonces, ya era miembro correspondiente de la Sociedad Neurológica de Filadelfia (1906), miembro honorario de la Sociedad de Medicina Mental de Bélgica (1906), miembro titular de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana (1905), y vocal de la Junta de Patronos del Hospital Mercedes, además de formar parte del comité de redacción de varias revistas médicas. 

 Con tales antecedentes, el 28 de febrero de 1908 ingresó en la Academia de Ciencias Médicas con un discurso titulado El Dr. Julio San Martín” (era correspondiente desde el 13 de junio de 1897, y miembro de número desde 10 de marzo de 1905). En la respuesta a su trabajo de ingreso, leída un mes más tarde, el destacado galeno Juan Santos Fernández expresó: Ha dedicado preferente atención a los estudios de bibliografía médica y su biblioteca particular es el archivo más rico en colecciones periódicas que conocemos en Cuba. En efecto, su biblioteca particular -que data de su época de estudiante y bibliotecario- llegaría a ser una de las mejores y más copiosas y, sin dudas, la más completa en cuanto a enfermedades del sistema nervioso.

 El célebre oftalmólogo añadía: “No es posible llegar a alcanzar superioridad o perfección en una rama de las ciencias, sin presuponer en la persona que lo haya conseguido, aparte de sus facultades intelectuales, una extremada dedicación al trabajo y una perseverancia a prueba de todas las dificultades”.

 En esta línea lo recuerdan algunos contemporáneos, que mayormente aludieron a su ecuanimidad, modestia y erudición, sin hacer gala de esta última salvo cuando se le provocaba o en situaciones de rigor. Pedro A. Castillo Martínez lo consideró uno de sus profesores mejor dotados llamándole "Valdés Anciano, el enciclopedista". Mario Dihigo Llanos, por su parte, deja en Recuerdos de una larga vida este cuadro que tomo del historiador médico Gregorio Delgado:

A las siete y media de la mañana comenzaban las clases de Enfermedades Nerviosas y Mentales. El profesor titular era el doctor José A. Valdés Anciano y el auxiliar el doctor Armando de Córdova. Ambos explicaban la asignatura alternativamente. El doctor Valdés Anciano, padre de un compañero de nuestro curso a quien llamaba cariñosamente mi hijito, llegaba a clase con aspecto cansado y demostrando su rostro un profundo hastío. Algunos días los dedicaba al estudio del glosario y otros, explicaba con su fácil palabra e inmenso dominio de la asignatura.

 

Aparte de su especialidad, el doctor Valdés Anciano era uno de los profesores más cultos en Medicina General y con frecuencia, acudíamos a él cuando teníamos dificultades en el diagnóstico de algún enfermo que ocupara una de nuestras camas en la sala de medicina interna.

 Un importante médico de la época, Julio Ortiz Coffiny, apunta: “Podían llamarlo y pedirle cualquier síntoma de tal o cual enfermedad, y al mismo tiempo datos de cualquier ciudad europea o norteamericana, y él, sin haber estado nunca, aportaba detalles más precisos que algunos que vivieron años en esas ciudades”. Otro alumno suyo, Amador Guerra, señala que sabía reservarse sus conocimientos: “No gustaba de las disertaciones más o menos literarias, ni de los largos discursos de profesores eruditos. “Que enseñen pocas cosas, pero útiles”, decía refiriéndose a estos últimos”. Evitaba tecnicismos académicos y solía referirse a las enfermedades más comunes por sus nombres vulgares y cómo la entendían los propios pacientes. Guerra lega una serie de anécdotas que ilustran mejor al personaje:

Mi examen de enfermedades nerviosas fue también una prueba del concepto eminentemente práctico de su enseñanza. “Hemiplejía fue la pregunta al sentarme frente al Tribunal, y comenzaba a decir cuanto sabía de la corteza cerebral, del haz piramidal, de la decusación de las pirámides, cuando me atajó diciendo: -“Marche como un hemipléjico”. Entre las alegres risas de mis compañeros caminé por el aula con un brazo contracturado y aplicado en flexión contra el tórax y con mi pierna rígida “guadañando” de tal modo que obtuve una elevada nota. 

 Traza además una acabada semblanza:

 

Ningún profesor se captaba como él cariño de sus alumnos. Siempre dando consejos o haciendo cuentos graciosísimos, de los cuales tenía un reportorio inagotable, no había fiesta estudiantil a donde no se le llevara, a veces obligado y allí parecía olvidar entre sus discípulos todas sus preocupaciones y gozaba entre ellos, como si volviera a los años de su juventud.

 

Conociéndolo superficialmente parecía un escéptico de la Medicina. ¡Cuán lejos de eso! Hablando de él decía con razón el doctor Montoro: “Hay en la pose del Maestro, algo que él no siente, me atrevería a afirmar, ya que en el fondo es el más entusiasta de los Médicos”. ¿Cómo si no explicarnos esa constancia, esa laboriosidad, esa pesquisa incesante del nuevo libro y de la última revista, esa biblioteca suya la más completa de Cuba?

 

Tampoco, aunque trataba de aparentarlo, era un escéptico de los hombres; quería a los que habían sido sus discípulos con cariño sincero; su biblioteca era el refugio de los que necesitan un dato, una enseñanza, una bibliografía y no vacilaba hasta en ceder su cátedra, y en más de una ocasión, yo, el más oscuro de sus discípulos, tuve la osadía de sustituirlo y explicarle a sus alumnos.

 

Solo le molestaba el orgullo y la fatuidad de los vanidosos, y cuando se hablaba en su presencia de prohombres y de sabios solía decir con cáustica ironía: -“En Cuba no hay eminencias que el Pico Turquino, la Gran Piedra y el Ojo de Toro”, frase que él quería que se divulgara y se publicara con su firma.

 Entre sus aportes a la medicina y neurología cubanas destacan no pocas presentaciones y trabajos de notable repercusión en su época. En 1896 en un curso de estudios en París expuso ante la Sociedad Médica de los Hospitales los tres primeros casos conocidos de enfisema generalizado de carácter hereditario. Un año más tarde aparece en la revista parisina La Presse Médicale su artículo "Acromegalia en un negro de catorce años" (“Acromegalie chez un négre age de 14 ans”), dando cuenta del caso más joven hasta entonces -el primero en edad infantil, al menos el más documentado-, y que constituía, luego del publicado por Arístides Mestre, el segundo informe sobre esta enfermedad en Cuba.

 Este artículo de Valdés Anciano es de los más citados, no solo por la precisión de las descripciones, sino también por haberlo acompañado de fotografías y dibujos. Aunque dentro de las convenciones médicas, no deja de ser significativo que la inmensa mayoría de los enfermos retratados en Cuba durante el siglo XIX sean de raza negra. Y tanto más, que estas imágenes muestren sobre todo deformaciones teratológicas. En el mismo, Valdés Anciano ilustra los cambios experimentados por su paciente durante dieciocho meses de observación. Una de las fotos lo muestra de cuerpo entero, con manos y piernas hacia delante, y otra solo los pies, junto a los de un voluntario de la misma raza para recalcar las diferencias (de tamaño). Informa de sus molestias crecientes y registra la progresión de las medidas físicas, pero al referirse a su inteligencia no señala nada desfavorable, contra lo que podía esperarse.

 Aunque en cierto modo oculto en el elemento técnico -encuadre, reglas médicas, desnudez aséptica-, sin dudas el componente “exótico” debió contribuir a la recepción del artículo. Estas fotos realizadas en Matanzas viajaron con el médico a París sirviéndole, a no dudarlo, de carta de presentación. En 1906, Valdés Anciano daría a conocer otro caso único de acromegalia, este en coexistencia con un “trofoedema facial crónico, bilateral, de aspecto elefantiásico”, también un individuo de raza negra.

 Durante su estancia en París, presentó además el estudio "Un caso de bronquitis pseudo-membranosa, estafilocócica, sin bacilos de Loeffler, tratado con éxito por el suero de Roux", considerada la primera aplicación exitosa del suero antidiftérico a otro germen infeccioso, si bien ya se habían realizado ensayos de este tipo por otros médicos cubanos. A esto se suman sus conferencias sobre los distintos tipos de atrofia muscular, parálisis y coreas, y sus estudios pioneros sobre la sífilis cerebral.

 Cabe añadir el “Informe acerca del Dr. Santiago Ramón y Cajal”, donde resume la estancia en Cuba durante la guerra del 68 del gran neurohistólogo español y propone que se le haga Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias.

 Aunque su bibliografía sobre neurología y medicina interna es numerosa -se estima que publicó más de cien artículos-, la propiamente psiquiátrica resulta escasa. No publicó, en una ni otra rama, ningún texto docente para la Cátedra, si bien algunas de sus clases fueron recogidas en Glosario de Neurología y Psiquiatría. Para uso de estudiantes (La Habana, 1912) por los alumnos Ovidio Lubián y Pérez Fuentes, quienes “a fin de facilitar el estudio de esta disciplina” copiaron también de los diccionarios de Littré, Garmier y Delamare. Sus artículos "La neuropatología y su enseñanza" (Revista Médica Cubana y Revista Frenopática de Barcelona, 1909) y “Necesidad de la Enseñanza” (Archivos de Medicina Mental, 1910) suplen un tanto esta carencia. Cuando Américo Feria publicó en 1915 Elementos de Patología Mental, dedicó su libro a Valdés Anciano.

 A lo largo de su carrera Valdés Anciano detentó otras muchas membresías: Sociedad Clínica de Medicina Mental de París (1909); Sociedad Médico-Psicológica de París (1910); Gran Sociedad de Medicina de los Hospitales de París (1911); Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología (1911). En 1912 representó a Cuba junto a Juan B. Valdés en el II Congreso Español de Tuberculosis, celebrado en San Sebastián. Viajó con frecuencia a los Estados Unidos visitando diversos hospitales entre 1916 y 1918, además de una larga estancia en 1920 para ampliar sus conocimientos y experiencia en enfermedades neurológicas.

 Como tantos otros médicos de esa época, asentó su domicilio y consultorio privado en la calle Prado, donde en los últimos años ejerció junto a su hijo José Ramón Valdés Anciano Mac Donald, que seguía sus pasos y ocupó a su muerte la plaza de profesor auxiliar. Esta ocurrió el 21 de marzo de 1923. Al final su biblioteca personal superaba los 36 000 títulos. El primer catedrático de neuropatología y psiquiatría dejó inédita una “Bibliografía Neurológica” con más de 14 000 referencias.


sábado, 18 de enero de 2025

Acromegalia en un negro de catorce años

 



La Presse Médicale, núm. 78, 22 de septiembre de 1897, pp. 174-75. 

  En 1897 apareció en esta conocida revista parisina el artículo "Acromegalia en un negro de catorce años" (“Acromegalie chez un nègre agé de 14 ans”), dando cuenta del caso más joven hasta entonces -el primero en edad infantil, al menos el más documentado-, y que constituía, luego del publicado por Arístides Mestre, el segundo informe sobre esta enfermedad en Cuba. Este artículo de José Antonio Valdés Anciano, que entonces se encontraba en París en un curso de estudios, es de los más citados no solo por la precisión de las descripciones, sino también por haberlo acompañado de fotografías y dibujos. Aunque dentro de las convenciones médicas, no deja de ser significativo que la inmensa mayoría de los enfermos retratados en Cuba durante el siglo XIX sean de raza negra. Y tanto más, que estas imágenes muestren sobre todo deformaciones teratológicas. Valdés Anciano ilustra los cambios experimentados por su paciente durante dieciocho meses de observación. Una de las fotos lo muestra de cuerpo entero, con manos y piernas hacia delante, y otra solo los pies, junto a los de un voluntario de la misma raza para recalcar las diferencias (de tamaño). Informa de sus molestias crecientes y registra la progresión de las medidas físicas, pero al referirse a su inteligencia no señala nada desfavorable, contra lo que podía esperarse. Aunque en cierto modo oculto en el elemento técnico -encuadre, reglas médicas, desnudez aséptica-, sin dudas el componente “exótico” debió contribuir a la recepción del artículo. Estas fotos realizadas en Matanzas viajaron con el médico a París sirviéndole, a no dudarlo, de carta de presentación. En 1906, Valdés Anciano daría a conocer otro caso único de acromegalia, este en coexistencia con un “trofoedema facial crónico, bilateral, de aspecto elefantiásico”, también un individuo de raza negra. 

  
                                                                                   Pedro Marqués de Armas 


jueves, 16 de enero de 2025

domingo, 12 de enero de 2025

Balance y liquidación: Ortiz de Montellano en su isla sin mar

 


  Pedro Marqués de Armas 


 A diferencia de otros poetas mexicanos, Bernardo Ortiz de Montellano nunca salió de México, salvo en sueños; pero no por eso su figura es menos sobresaliente para lo que nos ocupa. Dado a aunar voluntades, no solo se esforzó en acercar entre sí a los Contemporáneos y en hacerlos gravitar en torno a la revista, sino que tendió un denodado puente entre aquellos poetas y los escritores cubanos -en particular los del grupo Avance.

 Su epistolario -con el que atrajo a los principales creadores e intelectuales de su país, viajeros en su mayor parte- es todo un modelo de convocatoria, como puede apreciarse en las cartas que se cruzó con Lizaso, Mañach, Marinello y Florit, y con algunos de sus coterráneos de paso por la isla.

 Desde que en 1925 comienza sus contactos con los minoristas hasta 1932 en que la vanguardia cubana se desvanece, mantuvo frecuentes y sucesivos intercambios: envíos de obras propias y ajenas; una recensión de La Poesía Moderna en Cuba –la antología de Lizaso y Fernández de Castro-; colaboraciones en Social y luego en Revista de Avance y el Suplemento Literario del Diario de la Marina, y; fruto de todos esos vínculos, el intento de dedicar un número monográfico de Contemporáneos a la nueva literatura insular.

 El primer contacto, tan temprano como en noviembre de 1925, se produce a instancia suya cuando remite a Social un ejemplar de su segundo libro, El trompo de siete colores. Será Lizaso quien le responda, prometiendo enviarle la mencionada antología entonces en proceso de edición en Madrid. El ejemplar debió llegarle un año después. Conoce así a los nuevos poetas cubanos cuyas lecturas complementa con publicaciones que va recibiendo desde la isla. En carta a Marinello de mayo de 1927, anuncia su propósito de escribir sobre tales poetas. Y, en efecto, en agosto aparece en Avance su reseña “Poesía nueva en Cuba”.

 Entre los más jóvenes, tres nombres llaman particularmente su atención: el propio Marinello, José Zacarías Tallet y Dulce María Loynaz. Del primero, ya conocía los poemas de Liberación, cuaderno que halagara por su “ponderada belleza”. Su posicionamiento es moderado y apela, también aquí, al término señalado: “Con qué diferente ponderación -ese equilibrio del gusto de linaje goethiano— y valedora cultura emprenden, estos poetas, la ruta alejados del grito romántico, simplemente patriótico o sensual, tanto como del vanguardismo exagerado que es extravío de la incultura”.

 De manera explícita, se coloca ante un mapa más amplio: el de la poesía hispanoamericana. Y un poco al modo de Torres Bodet reniega de las que considera poéticas ruidosas o experimentales, aquellas afectadas por el cine, la novela realista y la política. En este mapa –“nueva orografía del pensamiento en América”- los poetas cubanos vendrían a ocupar un lugar junto a otras “falanges inteligentes”, a las que apenas separa “el mar”, no la sensibilidad ni ciertas voluntades:

Por fortuna todavía el público les ignora, minoristas de todas partes que son a un mismo tiempo predicadores y oyentes, libertándoles, porque el hablar consigo mismo es, desde Gracián, el camino maduro del espíritu, creándoles además el santo y seña tipográfico de las Revistas nuevas, hechas para cruzar el mar, con que estos grupos se entienden, con entendimiento masónico. 

 Entretanto, las producciones del mexicano circulan en la isla. En marzo de 1926 Diario de la Marina publica uno de sus poemas más conocidos: “Lección”. En abril de 1927 Lizaso lo incluye, con generosa muestra de su poesía, en la sección "Poetas de Ahora" del Suplemento Literario, acompañándola de elogioso comentario y del dibujo de Rufino Tamayo que sirvió de pórtico a El trompo de siete colores. Otro tanto hace Avance en diciembre de ese año, con “Prosas de Ortiz de Montellano” (“Espejismo”, “Lotería”, “Líneas”, “Paseo”), y de nuevo, en noviembre de 1928, con “Son de altiplanicie”, que diera a conocer en Contemporáneos dos meses antes. Constituyen el grueso de sus colaboraciones.


 Para entonces los vínculos con Mañach y Marinello, a quienes calificó de “Aquiles y Patroclo de la literatura cubana”, se habían estrechado. Mañach lo invita a publicar en Avance desde el comienzo mismo; y en agosto de 1927 lo menciona en el editorial “Acción de nuestra América ante los últimos sucesos cubanos”, junto al resto de artistas y escritores que mostraron su adhesión al llamado de los intelectuales insulares: entre ellos Torres Bodet, Villaurrutia, Gorostiza, González Rojo, Cuesta y Owen -es decir, casi todo el “grupo sin grupo”- en nómina que integran también Araquistaín, Diego Rivera y Cosío Villegas.

 Cuando en julio de 1928 llega a La Habana el primer número de Contemporáneos, recibe el elogio de los avancistas no solo por la empresa editorial sino por sus poemas “muy acendrados de imagen”. En noviembre de ese año -en el número homenaje de Avance a la literatura mexicana- vuelve a ser encomiado, esta vez en la nota que Lizaso dedica a la Antología de la poesía mexicana moderna editada por Jorge Cuesta. Y en enero de 1929 Marinello reseña por lo alto su poemario Red, señalando esa condición de “viajero sin viajar” que, sin embargo, “descubre” en su travesía “pequeñas américas fugitivas y un mar nuevo”.

 Conmovido, el mexicano le escribe agradeciéndole el título de descubridor: “Nada más “viajero sin viajar”, poemas de Robinson obligado, por la inquietud y la pereza, a inventar utilidad a las cosas que le rodean en el desierto infortunado de su isla. De mi isla sin mar”. Su lectura, le confiesa, prueba su comprensión y amistad, que no sabe si podrá corresponder. Sin dudas, Marinello apuntó bien alto: “Está Ortiz de Montellano haciendo alta obra de poeta, viendo y sintiendo lo que no ven los otros y que después de dicho verán y sentirán muy pocos y ninguno como él”.

 En la misma carta (mayo 14, 1929), Ortiz de Montellano le pide poemas para Contemporáneos, recordándole que con la salida de Torres Bodet hacia Europa se había quedado al frente de la empresa; solo, aunque decidido a continuarla “a pesar de los saltos de nuestra vida mexicana”. Y, en efecto, eso hace, al coste de enormes esfuerzos que, no obstante, no lo disuaden de proyectos mayores.

 También sostuvo intercambios con el músico Pedro de San Juan, director de la Orquesta Sinfónica de La Habana, sobre el que escribió un breve artículo cuando este visitó México y la redacción de Contemporáneos, trayendo consigo junto a “los sones de Castilla” y “los ritmos negros de Cuba”, “la presencia y el tono” de los minoristas y su revista 1929.

 La idea de consagrar un número monográfico a la literatura cubana del momento se gesta a finales de ese año, como parte de un proyecto “antológico” que incluía también a la literatura argentina y la norteamericana. Es evidente la mezcla de entusiasmo y obsesión, como puede colegirse en su carta a Marinello de abril de 1930:

Contemporáneos -como 1929 [es decir, Revista de Avance]- sigue adelante (¿Alcanzaremos pronto, con Nosotros de Buenos Aires el decanato?). Para este año quiero agravar su interés americano, y su preocupación mexicana, dedicando un número a Cuba, en ustedes, otro a la argentina y uno más a Estados Unidos más allá de la política; números antológicos y representativos de lo nuevo propio. A ustedes, tan bien dispuestos siempre, quiero confiar las 75 páginas del texto para formar el número cubano lo más pronto que pueda. El doctor Ortiz y Chacón y Calvo podrían proporcionarnos interesantes estudios inéditos sobre sus temas predilectos; Montenegro -a quien debo una larga carta de agradecimiento por su libro- un cuento de los suyos; Mañach, Lizaso y usted lo siempre bueno de sus plumas que con algunos poetas jóvenes: Novás Calvo, Florit, representados por poemas ya en mi poder o por otros más cercanos si quieren y que usted recogerá. En fin, un número representativo, una síntesis de los valores 1930 que ustedes conducen siempre a puerto.

 En términos parecidos le había escrito a Mañach, quien al respecto respondió: “Muy orondos de que hayan pensado en un número de Contemporáneos cubanos. De antemano le advierto que irán muy pocas de esas firmas que llaman “representativas”. La gente de aquí digna de escribir para la gran revista de ustedes es casi toda gente sin cartel local siquiera. A 1930 la llaman “exclusiva” por eso, porque excluye todo lo “reputado””.

 ¿A quiénes se refería Mañach, tanto entre los sin nombres como entre consagrados? ¿Qué nómina tan heteróclita era aquella, como no sea la que el propio Ortiz de Montellano sugiere?

 Aunque a esas alturas -y con la experiencia editorial de ambas partes- no hubiera sido difícil llevarlo a efecto, lo cierto es que el número en cuestión no se materializa. Queda como un loable empeño que pone en manos de Marinello y Mañach y, por tanto, de quienes le eran afines. En mayo de 1928 Marinello presentó en La Habana, en la conferencia que impartió sobre la literatura mexicana, a Jaime Torres Bodet. En ésta, el grupo de los Contemporáneos quedaba bien retratado, no así -en algunos casos- los de expresión nacionalista. Casi en su totalidad, los criterios del conferencista fueron impugnados en un artículo sin firma.

 Adepto a la literatura más realista y militante, José Antonio Fernández de Castro ya había prestado las páginas del Suplemento Literario del Diario de la Marina para dar rienda a los ataques de Diego Rivera, cuyo partidismo y homofobia compartían algunos en La Habana. De estos, el más directo lo constituye el artículo “La realidad intelectual mexicana”, que apareció en noviembre de 1928 bajo la firma del pintor. En verdad escrito a encargo suyo por Tristán Marof, daba continuación a otros que firmara el marxista boliviano, en lo que ya era una línea bien definida desde el Suplemento.


 Si hasta entonces -y pese a críticas y burlas ocasionales- no se había producido una respuesta por parte de los Contemporáneos, esta vez sí tiene lugar. Firmada por Bernardo J. Gastélum, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo, la “carta aclaratoria” apareció a finales de enero, pero no en la página literaria del periódico, como exigían, sino solapada entre información general. Si bien no aluden a los tejemanejes de Fernández de Castro, salvo con el gesto de dirigir la carta al director del periódico, caracterizan de modo contundente al pintor recordando -en breves pasajes- su oportunismo, su proverbial vanidad y sus recurrentes arremetidas.

 Más o menos por esa fecha, Ortiz de Montellano concebía aquel número antológico dedicado a la literatura cubana, pensando desde luego en Avance. Cómo se tomó cada uno en medio tan promiscuo y tironeado como el campo literario, la propuesta en cuestión, cabe más bien imaginarlo. A grandes rasgos, las posiciones y afinidades estaban establecidas, como el impulso que condujo a crear y sostener las revistas algo ya debilitado.

 Aunque el intercambio prosigue -por ejemplo, en junio de 1931, desaparecida ya su homóloga cubana, aparece en Contemporáneos “Verbo y alusión”, ensayo de Marinello sobre la poesía de Eugenio Florit-, no se sostendrá por mucho tiempo, como tampoco la publicación mexicana, cuyas vicisitudes y socorros asoman entretanto. En tales circunstancias, el solitario poeta editor y el poeta de Liberación se cruzan su última carta de aquel periodo con algo de balance y liquidación. “Estoy tratando de reanudar la voluminosa vida en este refugio para la profunda soledad del espíritu”, comenta el mexicano, no más tenaz que aflictivo. Ciertamente nostálgicos, algo de ese orden los mueve: el interés de completar sus respectivas colecciones.



sábado, 11 de enero de 2025

viernes, 10 de enero de 2025

El odio de un patriota

 


  Christopher Domínguez Michael


 No es lo mismo ser patriota que nacionalista. Mientras que un nacionalista suele batirse por abstracciones (raza, soberanía, Estado), un patriota combate por franjas más concretas y precisas como la tierra natal, algunos recuerdos, ciertas personas. Al menos así lo creía Eliseo Reclus, aquel geógrafo y anarquista francés. Un libro como Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante es un insólito testimonio de patriotismo. A lo largo de 600 páginas, compuestas de artículos escritos entre 1968 y 1992, Cabrera Infante ratifica el inmenso poder corrosivo de la prosa de combate que no ceja de ridiculizar a Fidel Castro y a su tiranía. Pero Mea Cuba no es una denuncia más de la sevicia del régimen castrista. Es una obra escrita en una de las prosas más punzantes del castellano contemporáneo. Y con esa fuerza, la de la dignidad de las palabras, Cabrera Infante dibuja con sabrosa precisión al dictador, rescata a la cultura cubana del secuestro y se autorretrata como uno de aquellos escritores latinoamericanos, tan escasos hoy día, que han sabido defender su verdad por encima de la servidumbre ideológica.

 La sorna y la ironía son un veneno letal, aunque moroso, en el cuerpo de los tiranos. Por ello, cada vez que Fidel Castro aparece en Mea cuba, el lector ríe ante el grotesco espectáculo de un hombre sin grandeza, a quien la aberración histórica convirtió en dueño de la isla. Y tras Castro van desfilando los rostros de las víctimas y de los verdugos, de los tontos útiles y de los turistas del trópico revolucionario. La trama del castrismo alcanza a ser develada con mayor audacia en el texto consagrado a la centenaria tradición del suicidio en Cuba. Desde José Martí hasta los revolucionarios defenestrados o decepcionados, el suicidio parece ser la forma electiva que la rebelión individual ha tomado entre los cubanos.

 Cabrera Infante confiesa odiar a Castro como un judío odia a Hitler. Esa renuncia a la complicidad “objetiva”, a las circunstancias atenuantes de todo tipo que tan útiles han sido para justificar a Castro en los cinco continentes, es una de las virtudes totales de Mea Cuba. El odio de Cabrera Infante es un odio con método. Todas y cada una de las historias trágicas registradas en Mea Cuba están sustentadas en fuentes tan precisas como fidedignas. Exiliado desde 1965, Cabrera Infante no ha perdido un día fuera de cuba, acopiando toda la información necesaria para socavar la telaraña de mentiras que sostiene a Castro desde hace más de treinta años.

 El metódico desprecio que Cabrera Infante siente por los propagandistas extranjeros del castrismo –Gabriel García Márquez, Graham Greene, Julio Cortázar y tantos otros –no impide que comprenda las contracciones de personeros literarios del régimen como Alejo Carpentier o Nicolás Guillén. Cabrera Infante analiza con severidad no exenta de simpatía por las debilidades humanas tanto la cobardía del gran novelista –que obedeció a Castro tras haber servido a Pérez Jiménez- como la comedia de equivocaciones sufrida por el poeta mulato, obsesionado por el prestigio que le otorgó la revolución. Y, desde luego, la hiel de Cabrera Infante se vuelve ternura para sus muertos, aquellas víctimas, fuera y dentro de Cuba, del totalitarismo: Calvert Casey, Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Néstor Almendros, el comandante Arcos.

 Los editores mexicanos de Mea Cuba advierten al lector sobre la importancia del libro para quienes no somos cubanos. Tienen razón. Ya es hora que los mexicanos hagamos nuestro propio examen de conciencia en relación a la cuba castrista. Es probable que sea mi generación, la de quienes nacismos precisamente cuando el triunfó la revolución cubana en Cuba, la que mayor provecho saque de Mea Cuba, pues crecimos identificando, para bien o para mal, a la isla con su comandante. Es enriquecedor que Cabrera Infante nos recuerde la importancia de una cultura cubana que existió antes de Castro y sabrá reaparecer. En Mea Cuba flota el recuerdo de La Habana cosmopolita y brillante del ajedrecista Capablanca o de ese cuentista maravilloso que fue Lino Novás Calvo, aquella Cuba que era, nada menos, que la puerta del Nuevo Mundo y que hoy es uno de los últimos reductos de la podredumbre del siglo XX.

 México es, y da vergüenza decirlo, un país cuyas élites políticas e intelectuales padecen esa castroenteritis que Cabrera Infante diagnostica como una desastrosa epidemia internacional ¿Quién pedirá cuentas a Echeverría y López Portillo por su tierna amistad con Castro? ¿Qué clase de prensa “democrática” tenemos, eterna cronista del fraude del país electoral, pero anonadada con el maravilloso espectáculo de las “elecciones” cubanas? ¿Qué tipo de confianza podemos otorgar a la vocación democrática de la oposición neocardenista cuando considera que la libertad política es buena para Michoacán pero no para Cuba? ¿Hasta cuándo estaremos escuchando a los universitarios morralinos solidarizarse con todos los pueblos del universo mientras llaman gusanos a los desterrados cubanos? Ya es hora de analizar ese equívoco que emparenta al juarismo con el castrismo y que ha llegado hasta el pueblo llano. Y no puede dejar de recordarse a ese teórico de la democracia en México que ha comparado a Castro con Montesquieu. Si alguno de los piadosos peregrinos que “van por Cuba” quiere regresar a tiempo, hará bien en leer Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante.

 

1993

 

 Christopher Domínguez Michael: Servidumbre y grandeza de la vida literaria, 1998, Editorial Joaquín Mortiz, México, D. F., pp. 42-44.