domingo, 19 de enero de 2025

José Antonio Valdés Anciano o la neuropatología

 

  Pedro Marqués de Armas


 Fue el primer Profesor Titular de Patología y Clínica de las Enfermedades Nerviosas y Mentales. Cuando obtuvo esta cátedra de nueva creación en 1906, ya era médico con larga experiencia y había impartido algunos de los primeros cursos de psiquiatría autorizados tras el advenimiento de la República. De hecho, ya estaba al frente de la cátedra en calidad de profesor interino.

 José Antonio Félix de la Caridad Valdés y Anciano nació en Pueblo Nuevo, Matanzas, el 31 de marzo de 1867. Hijo de José Manuel Valdés, asturiano de modesta posición y de Dominga Anciano, natural de Cárdenas, fue uno de los neuropsiquiatras más informados de la isla, dueño de una célebre biblioteca médica y autor de una profusa bibliografía con estudios citados dentro y fuera de Cuba, una parte de éstos sobre enfermedades neurológicas entonces apenas conocidas.

 Valdés Anciano comenzó sus estudios en el colegio matancero “El Porvenir”. Terminada la educación básica, se trasladó a La Habana para cursar el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza, del que egresó en septiembre de 1882. Un mes más tarde, con solo quince años, matriculó en la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales de la Universidad de La Habana. Seis años más tarde, el 17 de diciembre de 1888, se graduaba de Licenciado en Medicina y Cirugía. Y el 5 de octubre de 1904 obtuvo el grado de Doctor.

 Inicialmente ejerció en su ciudad natal. Entre 1897 y 1898 estuvo al frente de la Casa de Niños Reconcentrados. Entre 1899 y 1904 fue director facultativo del Asilo de Niños de San José de Paúl (primero de su tipo en la isla, establecido el 9 de mayo de 1899 por Alfredo Carnot D´Lisle). Desde octubre de 1900 se desempeñó como profesor de la Escuela de Enfermeras, donde se entrena como docente. Y entre 1902 y julio de 1904 funge como director médico del Hospital Civil Santa Isabel y San Nicolás, y como asistente de la Sala de Observación de Enajenados de esa ciudad.

 Durante el período de la Intervención, engrosó las filas del Ejército Norteamericano con grado de primer teniente. En esta etapa fue Jefe de Sanidad de Matanzas y miembro del Instituto sobre Fiebre Amarilla del Marine Hospital Service. De estos años datan sus primeras observaciones y trabajos clínico-neurológicos, en lo que sería el comienzo de una prolífica obra.

 Se trasladó a La Habana en agosto de 1904. Nombrado médico de visita del hospital Nuestra Señora de las Mercedes, pronto se desempeña como neurólogo e internista, en tanto asiste a los presuntos enajenados del Hospital Número Uno y colabora con el antiguo Centro de Hidroterapia Belot. Ese mismo año de 1904 dicta un curso libre de Enfermedades Nerviosas y Mentales para médicos y alumnos de medicina del Mercedes. Y en 1905 imparte el mismo curso, en calidad de complementario, en la Escuela de Medicina.

 Como se ha dicho, desde septiembre de 1904 ya estaba al frente de la cátedra como profesor interino. La demanda de establecer una cátedra de la disciplina data de finales del siglo XIX, con no pocas propuestas, oficiales o no, como la realizada por el célebre neurólogo cubano Manuel González Echevarría -director del Asilo de Locos y Epilépticos de Nueva York y catedrático en aquel país- a su regreso a la isla en 1894; o por José Ángel Malberty ante las autoridades coloniales. No es hasta el 29 de octubre de 1901, con la Orden número 223, que se autoriza la creación de la Cátedra de Patología y Clínica de las Enfermedades Nerviosas y Mentales, nominación ésta extraordinaria o interina, ya que aún no es lanzada a oposición.

 Entretanto, Valdés Anciano dicta su curso de la disciplina en el Hospital Mercedes, este ya con aprobación oficial de la Facultad y dirigido a los alumnos de 5to año de la carrera (Decreto 52, 9 de febrero de 1905), el cual comparte con el Dr. Armando de Córdova Quesada, este como profesor auxiliar interino. Por fin, el 12 de junio de 1906, el Gobierno saca a oposición la plaza de Profesor Titular. El aspirante debía vencer cuatro ejercicios y el Tribunal de exámenes estaba integrado por un Presidente, un Vocal, tres catedráticos titulares, un doctor en Medicina y Cirugía designado por la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales, y otro por la Junta de Inspectores de la Universidad de La Habana.

 Tras vencer los ejercicios de oposición, el 10 de diciembre de 1906 Valdés Anciano es nombrado Profesor Titular. Integraron el Tribunal de Oposición, Gustavo López (por la Academia), Joaquín Luis Dueñas y Pinto (por la Junta de Inspectores), Tomás Vicente Coronado (como profesor titular) y G. González del Valle. Dos días más tarde toma oficialmente posesión, ya comenzado el curso de 1906-1907 con matrícula récord de 35 estudiantes. Por su parte, Armando de Córdova era nombrado Profesor Auxiliar. Así lo recuerda el autor de La Locura en Cuba:    

Por una ley del Congreso de nuestra República el 12 de julio de 1906 la enseñanza de las enfermedades mentales entró en un franco periodo de progreso con la fundación de esa cátedra en la Universidad, que si bien estaba unida a la de enfermedades nerviosas [neurología, se refiere] constituyó un gran adelanto en nuestra organización universitaria” (...) “Aquella ley adoleció, sin embargo, de un grave defecto: que no se creó una clínica especial para la enseñanza práctica. De ahí que dicha enseñanza tenía que ser esencialmente teórica, lo cual fue un grave error en materia tan extraordinariamente práctica como la que nos ocupa.

 Ante tal situación, Valdés Anciano buscó apoyo en de Córdova, que había sido interno y médico de visitas del Hospital Número Uno, donde radicaban numerosas cátedras, para establecer allí la de Enfermedades Nerviosas y Mentales, lo que se concreta en 1913 cuando el Director Nacional de Sanidad y Beneficencia les faculta a ocuparse de los diversos servicios psiquiátricos de aquel hospital, como de disponer del auditórium para las clases y conferencias.

 A lo largo del curso académico y hasta entonces, los alumnos recibían las clases teóricas en el salón del Hospital Mercedes, mientras las sesiones clínicas -enfocadas mayormente a casos neurológicos- se impartían en salas de medicina o en consulta externa. Una vez por semana se desplazaban al Calixto García -con este nombre a partir de 1917- donde se formaban en la clínica propiamente psiquiátrica y médico-legal. Al final de cada curso visitaban el Hospital General de Enajenados (Mazorra) donde, después de recorrer los diversos pabellones, asistían a sesiones clínico-prácticas en las que se exponían los casos más graves.

 Según el programa de estudio el objetivo era, más que formar especialistas, asegurar que los alumnos adquiriesen conocimientos de carácter práctico propios de esta disciplina indispensables en el ejercicio de la profesión. Los textos de consulta recomendados eran, entre otros, y en el periodo de 1906 a 1916, los siguientes: las obras de Charcot, las Leçons cliniques de Raymond, Brissaud y Ballet, Enfermedades del Sistema Nervioso de Oppenheim, los Tratados de Grasset, Gowers, Strumpoll y Kraepelin, y Précis de Psychiatrie de Regis.

 La concesión de la cátedra a Valdés Anciano fue recibida con no pocas menciones en la prensa médica y general. Por ejemplo, la revista El Fígaro diseñó su portada del 16 de diciembre con una flamante fotografía del nuevo catedrático. En ese mismo número, uno de los miembros del Tribunal, Tomás Vicente Coronado, celebró la creación de la cátedra en un exaltado artículo donde, después de elogiar al médico matancero por su constancia y erudición, enfila críticas contra la sociedad cubana en los términos moralizadores y racistas tan en boga entonces: “En el capítulo de psicosis, el profesor hallará amplio campo de enseñanza: podrá palparse que la imbecilidad y el idiotismo abundan en nuestro conglomerado étnico.”

 Casi dos años antes, Valdés Anciano había solicitado su ingreso a la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de La Habana, al quedar vacante la plaza del Dr. Julio San Martín, recién fallecido. Para entonces, ya era miembro correspondiente de la Sociedad Neurológica de Filadelfia (1906), miembro honorario de la Sociedad de Medicina Mental de Bélgica (1906), miembro titular de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana (1905), y vocal de la Junta de Patronos del Hospital Mercedes, además de formar parte del comité de redacción de varias revistas médicas. 

 Con tales antecedentes, el 28 de febrero de 1908 ingresó en la Academia de Ciencias Médicas con un discurso titulado El Dr. Julio San Martín” (era correspondiente desde el 13 de junio de 1897, y miembro de número desde 10 de marzo de 1905). En la respuesta a su trabajo de ingreso, leída un mes más tarde, el destacado galeno Juan Santos Fernández expresó: Ha dedicado preferente atención a los estudios de bibliografía médica y su biblioteca particular es el archivo más rico en colecciones periódicas que conocemos en Cuba. En efecto, su biblioteca particular -que data de su época de estudiante y bibliotecario- llegaría a ser una de las mejores y más copiosas y, sin dudas, la más completa en cuanto a enfermedades del sistema nervioso.

 El célebre oftalmólogo añadía: “No es posible llegar a alcanzar superioridad o perfección en una rama de las ciencias, sin presuponer en la persona que lo haya conseguido, aparte de sus facultades intelectuales, una extremada dedicación al trabajo y una perseverancia a prueba de todas las dificultades”.

 En esta línea lo recuerdan algunos contemporáneos, que mayormente aludieron a su ecuanimidad, modestia y erudición, sin hacer gala de esta última salvo cuando se le provocaba o en situaciones de rigor. Pedro A. Castillo Martínez lo consideró uno de sus profesores mejor dotados llamándole "Valdés Anciano, el enciclopedista". Mario Dihigo Llanos, por su parte, deja en Recuerdos de una larga vida este cuadro que tomo del historiador médico Gregorio Delgado:

A las siete y media de la mañana comenzaban las clases de Enfermedades Nerviosas y Mentales. El profesor titular era el doctor José A. Valdés Anciano y el auxiliar el doctor Armando de Córdova. Ambos explicaban la asignatura alternativamente. El doctor Valdés Anciano, padre de un compañero de nuestro curso a quien llamaba cariñosamente mi hijito, llegaba a clase con aspecto cansado y demostrando su rostro un profundo hastío. Algunos días los dedicaba al estudio del glosario y otros, explicaba con su fácil palabra e inmenso dominio de la asignatura.

 

Aparte de su especialidad, el doctor Valdés Anciano era uno de los profesores más cultos en Medicina General y con frecuencia, acudíamos a él cuando teníamos dificultades en el diagnóstico de algún enfermo que ocupara una de nuestras camas en la sala de medicina interna.

 Un importante médico de la época, Julio Ortiz Coffiny, apunta: “Podían llamarlo y pedirle cualquier síntoma de tal o cual enfermedad, y al mismo tiempo datos de cualquier ciudad europea o norteamericana, y él, sin haber estado nunca, aportaba detalles más precisos que algunos que vivieron años en esas ciudades”. Otro alumno suyo, Amador Guerra, señala que sabía reservarse sus conocimientos: “No gustaba de las disertaciones más o menos literarias, ni de los largos discursos de profesores eruditos. “Que enseñen pocas cosas, pero útiles”, decía refiriéndose a estos últimos”. Evitaba tecnicismos académicos y solía referirse a las enfermedades más comunes por sus nombres vulgares y cómo la entendían los propios pacientes. Guerra lega una serie de anécdotas que ilustran mejor al personaje:

Mi examen de enfermedades nerviosas fue también una prueba del concepto eminentemente práctico de su enseñanza. “Hemiplejía fue la pregunta al sentarme frente al Tribunal, y comenzaba a decir cuanto sabía de la corteza cerebral, del haz piramidal, de la decusación de las pirámides, cuando me atajó diciendo: -“Marche como un hemipléjico”. Entre las alegres risas de mis compañeros caminé por el aula con un brazo contracturado y aplicado en flexión contra el tórax y con mi pierna rígida “guadañando” de tal modo que obtuve una elevada nota. 

 Traza además una acabada semblanza:

 

Ningún profesor se captaba como él cariño de sus alumnos. Siempre dando consejos o haciendo cuentos graciosísimos, de los cuales tenía un reportorio inagotable, no había fiesta estudiantil a donde no se le llevara, a veces obligado y allí parecía olvidar entre sus discípulos todas sus preocupaciones y gozaba entre ellos, como si volviera a los años de su juventud.

 

Conociéndolo superficialmente parecía un escéptico de la Medicina. ¡Cuán lejos de eso! Hablando de él decía con razón el doctor Montoro: “Hay en la pose del Maestro, algo que él no siente, me atrevería a afirmar, ya que en el fondo es el más entusiasta de los Médicos”. ¿Cómo si no explicarnos esa constancia, esa laboriosidad, esa pesquisa incesante del nuevo libro y de la última revista, esa biblioteca suya la más completa de Cuba?

 

Tampoco, aunque trataba de aparentarlo, era un escéptico de los hombres; quería a los que habían sido sus discípulos con cariño sincero; su biblioteca era el refugio de los que necesitan un dato, una enseñanza, una bibliografía y no vacilaba hasta en ceder su cátedra, y en más de una ocasión, yo, el más oscuro de sus discípulos, tuve la osadía de sustituirlo y explicarle a sus alumnos.

 

Solo le molestaba el orgullo y la fatuidad de los vanidosos, y cuando se hablaba en su presencia de prohombres y de sabios solía decir con cáustica ironía: -“En Cuba no hay eminencias que el Pico Turquino, la Gran Piedra y el Ojo de Toro”, frase que él quería que se divulgara y se publicara con su firma.

 Entre sus aportes a la medicina y neurología cubanas destacan no pocas presentaciones y trabajos de notable repercusión en su época. En 1896 en un curso de estudios en París expuso ante la Sociedad Médica de los Hospitales los tres primeros casos conocidos de enfisema generalizado de carácter hereditario. Un año más tarde aparece en la revista parisina La Presse Médicale su artículo "Acromegalia en un negro de catorce años" (“Acromegalie chez un négre age de 14 ans”), dando cuenta del caso más joven hasta entonces -el primero en edad infantil, al menos el más documentado-, y que constituía, luego del publicado por Arístides Mestre, el segundo informe sobre esta enfermedad en Cuba.

 Este artículo de Valdés Anciano es de los más citados, no solo por la precisión de las descripciones, sino también por haberlo acompañado de fotografías y dibujos. Aunque dentro de las convenciones médicas, no deja de ser significativo que la inmensa mayoría de los enfermos retratados en Cuba durante el siglo XIX sean de raza negra. Y tanto más, que estas imágenes muestren sobre todo deformaciones teratológicas. En el mismo, Valdés Anciano ilustra los cambios experimentados por su paciente durante dieciocho meses de observación. Una de las fotos lo muestra de cuerpo entero, con manos y piernas hacia delante, y otra solo los pies, junto a los de un voluntario de la misma raza para recalcar las diferencias (de tamaño). Informa de sus molestias crecientes y registra la progresión de las medidas físicas, pero al referirse a su inteligencia no señala nada desfavorable, contra lo que podía esperarse.

 Aunque en cierto modo oculto en el elemento técnico -encuadre, reglas médicas, desnudez aséptica-, sin dudas el componente “exótico” debió contribuir a la recepción del artículo. Estas fotos realizadas en Matanzas viajaron con el médico a París sirviéndole, a no dudarlo, de carta de presentación. En 1906, Valdés Anciano daría a conocer otro caso único de acromegalia, este en coexistencia con un “trofoedema facial crónico, bilateral, de aspecto elefantiásico”, también un individuo de raza negra.

 Durante su estancia en París, presentó además el estudio "Un caso de bronquitis pseudo-membranosa, estafilocócica, sin bacilos de Loeffler, tratado con éxito por el suero de Roux", considerada la primera aplicación exitosa del suero antidiftérico a otro germen infeccioso, si bien ya se habían realizado ensayos de este tipo por otros médicos cubanos. A esto se suman sus conferencias sobre los distintos tipos de atrofia muscular, parálisis y coreas, y sus estudios pioneros sobre la sífilis cerebral.

 Cabe añadir el “Informe acerca del Dr. Santiago Ramón y Cajal”, donde resume la estancia en Cuba durante la guerra del 68 del gran neurohistólogo español y propone que se le haga Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias.

 Aunque su bibliografía sobre neurología y medicina interna es numerosa -se estima que publicó más de cien artículos-, la propiamente psiquiátrica resulta escasa. No publicó, en una ni otra rama, ningún texto docente para la Cátedra, si bien algunas de sus clases fueron recogidas en Glosario de Neurología y Psiquiatría. Para uso de estudiantes (La Habana, 1912) por los alumnos Ovidio Lubián y Pérez Fuentes, quienes “a fin de facilitar el estudio de esta disciplina” copiaron también de los diccionarios de Littré, Garmier y Delamare. Sus artículos "La neuropatología y su enseñanza" (Revista Médica Cubana y Revista Frenopática de Barcelona, 1909) y “Necesidad de la Enseñanza” (Archivos de Medicina Mental, 1910) suplen un tanto esta carencia. Cuando Américo Feria publicó en 1915 Elementos de Patología Mental, dedicó su libro a Valdés Anciano.

 A lo largo de su carrera Valdés Anciano detentó otras muchas membresías: Sociedad Clínica de Medicina Mental de París (1909); Sociedad Médico-Psicológica de París (1910); Gran Sociedad de Medicina de los Hospitales de París (1911); Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología (1911). En 1912 representó a Cuba junto a Juan B. Valdés en el II Congreso Español de Tuberculosis, celebrado en San Sebastián. Viajó con frecuencia a los Estados Unidos visitando diversos hospitales entre 1916 y 1918, además de una larga estancia en 1920 para ampliar sus conocimientos y experiencia en enfermedades neurológicas.

 Como tantos otros médicos de esa época, asentó su domicilio y consultorio privado en la calle Prado, donde en los últimos años ejerció junto a su hijo José Ramón Valdés Anciano Mac Donald, que seguía sus pasos y ocupó a su muerte la plaza de profesor auxiliar. Esta ocurrió el 21 de marzo de 1923. Al final su biblioteca personal superaba los 36 000 títulos. El primer catedrático de neuropatología y psiquiatría dejó inédita una “Bibliografía Neurológica” con más de 14 000 referencias.


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