domingo, 12 de enero de 2025

Balance y liquidación: Ortiz de Montellano en su isla sin mar

 


  Pedro Marqués de Armas 


 A diferencia de otros poetas mexicanos, Bernardo Ortiz de Montellano nunca salió de México, salvo en sueños; pero no por eso su figura es menos sobresaliente para lo que nos ocupa. Dado a aunar voluntades, no solo se esforzó acercar entre sí a los Contemporáneos y en hacerlos gravitar en torno a la revista, sino que tendió un denodado puente entre aquellos poetas y los escritores cubanos -en particular los del grupo Avance.

  Su epistolario -con el que atrajo a los principales creadores e intelectuales de su país, viajeros en su mayor parte- es todo un modelo de convocatoria, como puede apreciarse en las cartas que se cruzó con Lizaso, Mañach, Marinello y Florit, y con algunos de sus coterráneos de paso por la isla.

  Desde que en 1925 comienza sus contactos con los minoristas hasta 1932 en que la vanguardia cubana se desvanece, mantuvo frecuentes y sucesivos intercambios: envíos de obras propias y ajenas; una recensión de La Poesía Moderna en Cuba –la antología de Lizaso y Fernández de Castro-; colaboraciones en Social y luego en Revista de Avance y el Suplemento Literario del Diario de la Marina, y; fruto de todos esos vínculos, el intento de dedicar un número monográfico de Contemporáneos a la nueva literatura insular.

 El primer contacto, tan temprano como en noviembre de 1925, se produce a instancia suya cuando remite a Social un ejemplar de su segundo libro, El trompo de siete colores. Será Lizaso quien le responda, prometiendo enviarle la mencionada antología entonces en proceso de edición en Madrid. El ejemplar debió llegarle un año después. Conoce así a los nuevos poetas cubanos cuyas lecturas complementa con publicaciones que va recibiendo desde la isla. En carta a Marinello de mayo de 1927, anuncia su propósito de escribir sobre tales poetas. Y, en efecto, en agosto aparece en Avance su reseña “Poesía nueva en Cuba”.

 Entre los más jóvenes, tres nombres llaman particularmente su atención: el propio Marinello, José Zacarías Tallet y Dulce María Loynaz. Del primero, ya conocía los poemas de Liberación, cuaderno que halagara por su “ponderada belleza”. Su posicionamiento es moderado y apela, también aquí, al término señalado: “Con qué diferente ponderación -ese equilibrio del gusto de linaje goethiano— y valedora cultura emprenden, estos poetas, la ruta alejados del grito romántico, simplemente patriótico o sensual, tanto como del vanguardismo exagerado que es extravío de la incultura”.

 De manera explícita, se coloca ante un mapa más amplio: el de la poesía hispanoamericana. Y un poco al modo de Torres Bodet reniega de las que considera poéticas ruidosas o experimentales, aquellas afectadas por el cine, la novela realista y la política. En este mapa –“nueva orografía del pensamiento en América”- los poetas cubanos vendrían a ocupar un lugar junto a otras “falanges inteligentes”, a las que apenas separa “el mar”, no la sensibilidad ni ciertas voluntades:

Por fortuna todavía el público les ignora, minoristas de todas partes que son a un mismo tiempo predicadores y oyentes, libertándoles, porque el hablar consigo mismo es, desde Gracián, el camino maduro del espíritu, creándoles además el santo y seña tipográfico de las Revistas nuevas, hechas para cruzar el mar, con que estos grupos se entienden, con entendimiento masónico. 

 Entretanto, las producciones del mexicano circulan en la isla. En marzo de 1926 Diario de la Marina publica uno de sus poemas más conocidos: “Lección”. En abril de 1927 Lizaso lo incluye, con generosa muestra de su poesía, en la sección “Poetas de Ahora” del Suplemento Literario, acompañándola de elogioso comentario y del dibujo de Rufino Tamayo que sirvió de pórtico a El trompo de siete colores. Otro tanto hace Avance en diciembre de ese año, con “Prosas de Ortiz de Montellano” (“Espejismo”, “Lotería”, “Líneas”, “Paseo”), y de nuevo, en noviembre de 1928, con “Son de altiplanicie”, que diera a conocer en Contemporáneos dos meses antes. Constituyen el grueso de sus colaboraciones.


 Para entonces los vínculos con Mañach y Marinello, a quienes calificó de “Aquiles y Patroclo de la literatura cubana”, se habían estrechado. Mañach lo invita a publicar en Avance desde el comienzo mismo; y en agosto de 1927 lo menciona en el editorial “Acción de nuestra América ante los últimos sucesos cubanos”, junto al resto de artistas y escritores que mostraron su adhesión al llamado de los intelectuales insulares: entre ellos Torres Bodet, Villaurrutia, Gorostiza, González Rojo, Cuesta y Owen -es decir, casi todo el “grupo sin grupo”- en nómina que integran también Araquistaín, Diego Rivera y Cosío Villegas.

 Cuando en julio de 1928 llega a La Habana el primer número de Contemporáneos, recibe el elogio de los avancistas no solo por la empresa editorial sino por sus poemas “muy acendrados de imagen”. En noviembre de ese año -en el número homenaje de Avance a la literatura mexicana- vuelve a ser encomiado, esta vez en la nota que Lizaso dedica a la Antología de la poesía mexicana moderna editada por Jorge Cuesta. Y en enero de 1929 Marinello reseña por lo alto su poemario Red, señalando esa condición de “viajero sin viajar” que, sin embargo, “descubre” en su travesía “pequeñas américas fugitivas y un mar nuevo”.

 Conmovido, el mexicano le escribe agradeciéndole el título de descubridor: “Nada más “viajero sin viajar”, poemas de Robinson obligado, por la inquietud y la pereza, a inventar utilidad a las cosas que le rodean en el desierto infortunado de su isla. De mi isla sin mar”. Su lectura, le confiesa, prueba su comprensión y amistad, que no sabe si podrá corresponder. Sin dudas, Marinello apuntó bien alto: “Está Ortiz de Montellano haciendo alta obra de poeta, viendo y sintiendo lo que no ven los otros y que después de dicho verán y sentirán muy pocos y ninguno como él”.

 En la misma carta (mayo 14, 1929), Ortiz de Montellano le pide poemas para Contemporáneos, recordándole que con la salida de Torres Bodet hacia Europa se había quedado al frente de la empresa; solo, aunque decidido a continuarla “a pesar de los saltos de nuestra vida mexicana”. Y, en efecto, eso hace, al coste de enormes esfuerzos que, no obstante, no lo disuaden de proyectos mayores.

 También sostuvo intercambios con el músico Pedro de San Juan, director de la Orquesta Sinfónica de La Habana, sobre el que escribió un breve artículo cuando este visitó México y la redacción de Contemporáneos, trayendo consigo junto a “los sones de Castilla” y “los ritmos negros de Cuba”, “la presencia y el tono” de los minoristas y su revista 1929.

  La idea de consagrar un número monográfico a la literatura cubana del momento se gesta a finales de ese año, como parte de un proyecto “antológico” que incluía también a la literatura argentina y la norteamericana. Es evidente la mezcla de entusiasmo y obsesión, como puede colegirse en su carta a Marinello de abril de 1930:

Contemporáneos -como 1929 [es decir, Revista de Avance]- sigue adelante (¿Alcanzaremos pronto, con Nosotros de Buenos Aires el decanato?). Para este año quiero agravar su interés americano, y su preocupación mexicana, dedicando un número a Cuba, en ustedes, otro a la argentina y uno más a Estados Unidos más allá de la política; números antológicos y representativos de lo nuevo propio. A ustedes, tan bien dispuestos siempre, quiero confiar las 75 páginas del texto para formar el número cubano lo más pronto que pueda. El doctor Ortiz y Chacón y Calvo podrían proporcionarnos interesantes estudios inéditos sobre sus temas predilectos; Montenegro -a quien debo una larga carta de agradecimiento por su libro- un cuento de los suyos; Mañach, Lizaso y usted lo siempre bueno de sus plumas que con algunos poetas jóvenes: Novás Calvo, Florit, representados por poemas ya en mi poder o por otros más cercanos si quieren y que usted recogerá. En fin, un número representativo, una síntesis de los valores 1930 que ustedes conducen siempre a puerto.

 En términos parecidos le había escrito a Mañach, quien al respecto respondió: “Muy orondos de que hayan pensado en un número de Contemporáneos cubanos. De antemano le advierto que irán muy pocas de esas firmas que llaman “representativas”. La gente de aquí digna de escribir para la gran revista de ustedes es casi toda gente sin cartel local siquiera. A 1930 la llaman “exclusiva” por eso, porque excluye todo lo “reputado””.

 ¿A quiénes se refería Mañach, tanto entre los sin nombres como entre consagrados? ¿Qué nómina tan heteróclita era aquella, como no sea la que el propio Ortiz de Montellano sugiere?

 Aunque a esas alturas -y con la experiencia editorial de ambas partes- no hubiera sido difícil llevarlo a efecto, lo cierto es que el número en cuestión no se materializa. Queda como un loable empeño que pone en manos de Marinello y Mañach y, por tanto, de quienes le eran afines. En mayo de 1928 Marinello presentó en La Habana, en la conferencia que impartió sobre la literatura mexicana, a Jaime Torres Bodet. En ésta, el grupo de los Contemporáneos quedaba bien retratado, no así -en algunos casos- los de expresión nacionalista. Casi en su totalidad, los criterios del conferencista fueron impugnados en un artículo sin firma.

 Adepto a la literatura más realista y militante, José Antonio Fernández de Castro ya había prestado las páginas del Suplemento Literario del Diario de la Marina para dar rienda a los ataques de Diego Rivera, cuyo partidismo y homofobia compartían algunos en La Habana. De estos, el más directo lo constituye el artículo “La realidad intelectual mexicana”, que apareció en noviembre de 1928 bajo la firma del pintor. En verdad escrito a encargo suyo por Tristán Marof, daba continuación a otros que firmara el marxista boliviano, en lo que ya era una línea bien definida desde el Suplemento.


 Si hasta entonces -y pese a críticas y burlas ocasionales- no se había producido una respuesta por parte de los Contemporáneos, esta vez sí tiene lugar. Firmada por Bernardo J. Gastélum, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo, la “carta aclaratoria” apareció a finales de enero, pero no en la página literaria del periódico, como exigían, sino solapada entre información general. Si bien no aluden a los tejemanejes de Fernández de Castro, salvo con el gesto de dirigir la carta al director del periódico, caracterizan de modo contundente al pintor recordando -en breves pasajes- su oportunismo, su proverbial vanidad y sus recurrentes arremetidas.

 Más o menos por esa fecha, Ortiz de Montellano concebía aquel número antológico dedicado a la literatura cubana, pensando desde luego en Avance. Cómo se tomó cada uno en medio tan promiscuo y tironeado como el campo literario, la propuesta en cuestión, cabe más bien imaginarlo. A grandes rasgos, las posiciones y afinidades estaban establecidas, como el impulso que condujo a crear y sostener las revistas algo ya debilitado.

 Aunque el intercambio de colaboraciones prosigue -por ejemplo, en junio de 1931, desaparecida ya su homóloga cubana, aparece en Contemporáneos “Verbo y alusión”, ensayo de Marinello sobre la poesía de Eugenio Florit-, no se sostendrá por mucho tiempo, como tampoco la publicación mexicana, cuyas vicisitudes y socorros asoman entretanto. En tales circunstancias, el solitario poeta editor y el poeta de Liberación se cruzan su última carta de aquel periodo con algo de balance y liquidación. “Estoy tratando de reanudar la voluminosa vida en este refugio para la profunda soledad del espíritu”, comenta el mexicano, no más tenaz que aflictivo. Ciertamente nostálgicos, algo de ese orden los mueve: el interés de completar sus respectivas colecciones.



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