Pedro Marqués de Armas
A diferencia de otros poetas mexicanos,
Bernardo Ortiz de Montellano nunca salió de México, salvo en sueños; pero no
por eso su figura es menos sobresaliente para lo que nos ocupa. Dado a aunar voluntades,
no solo se esforzó acercar entre sí a los Contemporáneos y en hacerlos gravitar
en torno a la revista, sino que tendió un denodado puente entre aquellos poetas
y los escritores cubanos -en particular los del grupo Avance.
Su
epistolario -con el que atrajo a los principales creadores e intelectuales de
su país, viajeros en su mayor parte- es todo un modelo de convocatoria, como
puede apreciarse en las cartas que se cruzó con Lizaso, Mañach, Marinello y
Florit, y con algunos de sus coterráneos de paso por la isla.
Desde que
en 1925 comienza sus contactos con los minoristas hasta 1932 en que la
vanguardia cubana se desvanece, mantuvo frecuentes y sucesivos intercambios: envíos
de obras propias y ajenas; una recensión de La Poesía Moderna en Cuba
–la antología de Lizaso y Fernández de Castro-; colaboraciones en Social y
luego en Revista de Avance y el Suplemento Literario del Diario de la
Marina, y; fruto de todos esos vínculos, el intento de dedicar un número
monográfico de Contemporáneos a la nueva literatura insular.
El primer contacto, tan temprano como en
noviembre de 1925, se produce a instancia suya cuando remite a Social un
ejemplar de su segundo libro, El trompo de siete colores. Será Lizaso
quien le responda, prometiendo enviarle la mencionada antología entonces en
proceso de edición en Madrid. El ejemplar debió llegarle un año después. Conoce
así a los nuevos poetas cubanos cuyas lecturas complementa con publicaciones
que va recibiendo desde la isla. En carta a Marinello de mayo de 1927, anuncia
su propósito de escribir sobre tales poetas. Y, en efecto, en agosto aparece en
Avance su reseña “Poesía nueva en Cuba”.
Entre los más jóvenes, tres nombres llaman particularmente su atención:
el propio Marinello, José Zacarías Tallet y Dulce María Loynaz. Del primero, ya
conocía los poemas de Liberación, cuaderno que halagara por su “ponderada
belleza”. Su posicionamiento es moderado y apela, también aquí, al término señalado:
“Con qué diferente ponderación -ese equilibrio del gusto de linaje goethiano— y
valedora cultura emprenden, estos poetas, la ruta alejados del grito romántico,
simplemente patriótico o sensual, tanto como del vanguardismo exagerado que es
extravío de la incultura”.
De manera explícita, se coloca ante un mapa
más amplio: el de la poesía hispanoamericana. Y un poco al modo de Torres Bodet
reniega de las que considera poéticas ruidosas o experimentales, aquellas
afectadas por el cine, la novela realista y la política. En este mapa –“nueva
orografía del pensamiento en América”- los poetas cubanos vendrían a ocupar un
lugar junto a otras “falanges inteligentes”, a las que apenas separa “el mar”, no
la sensibilidad ni ciertas voluntades:
Por fortuna todavía el público les
ignora, minoristas de todas partes que son a un mismo tiempo predicadores y
oyentes, libertándoles, porque el hablar consigo mismo es, desde Gracián, el
camino maduro del espíritu, creándoles además el santo y seña tipográfico de
las Revistas nuevas, hechas para cruzar el mar, con que estos grupos se
entienden, con entendimiento masónico.
Entretanto, las producciones del mexicano circulan en la isla. En marzo de 1926 Diario de la Marina publica uno de sus poemas más conocidos: “Lección”. En abril de 1927 Lizaso lo incluye, con generosa muestra de su poesía, en la sección “Poetas de Ahora” del Suplemento Literario, acompañándola de elogioso comentario y del dibujo de Rufino Tamayo que sirvió de pórtico a El trompo de siete colores. Otro tanto hace Avance en diciembre de ese año, con “Prosas de Ortiz de Montellano” (“Espejismo”, “Lotería”, “Líneas”, “Paseo”), y de nuevo, en noviembre de 1928, con “Son de altiplanicie”, que diera a conocer en Contemporáneos dos meses antes. Constituyen el grueso de sus colaboraciones.
Para entonces los vínculos con Mañach y
Marinello, a quienes calificó de “Aquiles y Patroclo de la literatura cubana”,
se habían estrechado. Mañach lo invita a publicar en Avance desde el
comienzo mismo; y en agosto de 1927 lo menciona en el editorial “Acción de
nuestra América ante los últimos sucesos cubanos”, junto al resto de artistas y
escritores que mostraron su adhesión al llamado de los intelectuales insulares:
entre ellos Torres Bodet, Villaurrutia, Gorostiza, González Rojo, Cuesta y Owen
-es decir, casi todo el “grupo sin grupo”- en nómina que integran también
Araquistaín, Diego Rivera y Cosío Villegas.
Cuando en julio de 1928 llega a La Habana el
primer número de Contemporáneos, recibe el elogio de los avancistas no
solo por la empresa editorial sino por sus poemas “muy acendrados de imagen”. En
noviembre de ese año -en el número homenaje de Avance a la literatura
mexicana- vuelve a ser encomiado, esta vez en la nota que Lizaso dedica a la Antología
de la poesía mexicana moderna editada por Jorge Cuesta. Y en enero de 1929
Marinello reseña por lo alto su poemario Red, señalando esa condición de
“viajero sin viajar” que, sin embargo, “descubre” en su travesía “pequeñas
américas fugitivas y un mar nuevo”.
Conmovido, el mexicano le escribe
agradeciéndole el título de descubridor: “Nada más “viajero sin viajar”, poemas
de Robinson obligado, por la inquietud y la pereza, a inventar utilidad a las
cosas que le rodean en el desierto infortunado de su isla. De mi isla sin mar”.
Su lectura, le confiesa, prueba su comprensión y amistad, que no sabe si podrá
corresponder. Sin dudas, Marinello apuntó bien alto: “Está Ortiz de Montellano
haciendo alta obra de poeta, viendo y sintiendo lo que no ven los otros y que
después de dicho verán y sentirán muy pocos y ninguno como él”.
En la misma carta (mayo 14, 1929), Ortiz de
Montellano le pide poemas para Contemporáneos, recordándole que con la
salida de Torres Bodet hacia Europa se había quedado al frente de la empresa;
solo, aunque decidido a continuarla “a pesar de los saltos de nuestra vida
mexicana”. Y, en efecto, eso hace, al coste de enormes esfuerzos que, no
obstante, no lo disuaden de proyectos mayores.
También sostuvo intercambios con el músico
Pedro de San Juan, director de la Orquesta Sinfónica de La Habana, sobre el que
escribió un breve artículo cuando este visitó México y la redacción de Contemporáneos,
trayendo consigo junto a “los sones de Castilla” y “los ritmos negros de Cuba”,
“la presencia y el tono” de los minoristas y su revista 1929.
La idea
de consagrar un número monográfico a la literatura cubana del momento se gesta a
finales de ese año, como parte de un proyecto “antológico” que incluía también a
la literatura argentina y la norteamericana. Es evidente la mezcla de
entusiasmo y obsesión, como puede colegirse en su carta a Marinello de abril de
1930:
Contemporáneos -como 1929
[es decir, Revista de Avance]- sigue adelante (¿Alcanzaremos pronto, con
Nosotros de Buenos Aires el decanato?). Para este año quiero agravar su
interés americano, y su preocupación mexicana, dedicando un número a Cuba, en
ustedes, otro a la argentina y uno más a Estados Unidos más allá de la
política; números antológicos y representativos de lo nuevo propio. A ustedes,
tan bien dispuestos siempre, quiero confiar las 75 páginas del texto para
formar el número cubano lo más pronto que pueda. El doctor Ortiz y Chacón y
Calvo podrían proporcionarnos interesantes estudios inéditos sobre sus temas
predilectos; Montenegro -a quien debo una larga carta de agradecimiento por su
libro- un cuento de los suyos; Mañach, Lizaso y usted lo siempre bueno de sus
plumas que con algunos poetas jóvenes: Novás Calvo, Florit, representados por
poemas ya en mi poder o por otros más cercanos si quieren y que usted recogerá.
En fin, un número representativo, una síntesis de los valores 1930 que
ustedes conducen siempre a puerto.
En términos parecidos le había escrito a
Mañach, quien al respecto respondió: “Muy orondos de que hayan pensado en un
número de Contemporáneos cubanos. De antemano le advierto que irán muy
pocas de esas firmas que llaman “representativas”. La gente de aquí digna de
escribir para la gran revista de ustedes es casi toda gente sin cartel local
siquiera. A 1930 la llaman “exclusiva” por eso, porque excluye todo lo
“reputado””.
¿A quiénes se refería Mañach, tanto entre los sin
nombres como entre consagrados? ¿Qué nómina tan heteróclita era aquella, como
no sea la que el propio Ortiz de Montellano sugiere?
Aunque a esas alturas -y con la experiencia
editorial de ambas partes- no hubiera sido difícil llevarlo a efecto, lo cierto
es que el número en cuestión no se materializa. Queda como un loable empeño que
pone en manos de Marinello y Mañach y, por tanto, de quienes le eran afines. En
mayo de 1928 Marinello presentó en La Habana, en la conferencia que impartió
sobre la literatura mexicana, a Jaime Torres Bodet. En ésta, el grupo de los
Contemporáneos quedaba bien retratado, no así -en algunos casos- los de expresión
nacionalista. Casi en su totalidad, los criterios del conferencista fueron
impugnados en un artículo sin firma.
Adepto a la literatura más realista y militante, José Antonio Fernández de Castro ya había prestado las páginas del Suplemento Literario del Diario de la Marina para dar rienda a los ataques de Diego Rivera, cuyo partidismo y homofobia compartían algunos en La Habana. De estos, el más directo lo constituye el artículo “La realidad intelectual mexicana”, que apareció en noviembre de 1928 bajo la firma del pintor. En verdad escrito a encargo suyo por Tristán Marof, daba continuación a otros que firmara el marxista boliviano, en lo que ya era una línea bien definida desde el Suplemento.
Si hasta entonces -y pese a críticas y burlas
ocasionales- no se había producido una respuesta por parte de los
Contemporáneos, esta vez sí tiene lugar. Firmada por Bernardo J. Gastélum,
Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo, la
“carta aclaratoria” apareció a finales de enero, pero no en la página literaria
del periódico, como exigían, sino solapada entre información general. Si bien
no aluden a los tejemanejes de Fernández de Castro, salvo con el gesto de
dirigir la carta al director del periódico, caracterizan de modo contundente al
pintor recordando -en breves pasajes- su oportunismo, su proverbial vanidad y sus
recurrentes arremetidas.
Más o menos por esa fecha, Ortiz de Montellano
concebía aquel número antológico dedicado a la literatura cubana, pensando
desde luego en Avance. Cómo se tomó cada uno en medio tan promiscuo y
tironeado como el campo literario, la propuesta en cuestión, cabe más bien
imaginarlo. A grandes rasgos, las posiciones y afinidades estaban establecidas,
como el impulso que condujo a crear y sostener las revistas algo ya debilitado.
Aunque el intercambio de colaboraciones
prosigue -por ejemplo, en junio de 1931, desaparecida ya su homóloga cubana,
aparece en Contemporáneos “Verbo y alusión”, ensayo de Marinello sobre
la poesía de Eugenio Florit-, no se sostendrá por mucho tiempo, como tampoco la
publicación mexicana, cuyas vicisitudes y socorros asoman entretanto. En
tales circunstancias, el solitario poeta editor y el poeta de Liberación
se cruzan su última carta de aquel periodo con algo de balance y liquidación. “Estoy
tratando de reanudar la voluminosa vida en este refugio para la profunda
soledad del espíritu”, comenta el mexicano, no más tenaz que aflictivo. Ciertamente
nostálgicos, algo de ese orden los mueve: el interés de completar sus
respectivas colecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario