jueves, 26 de abril de 2012

Anobium bibliotecarum: polilla cubana


 

  Felipe Poey

 El Anobio más célebre de la isla de Cuba es el que denomino Anobium bibliotecarum, porque apenas se ve en otra parte más que en los libros, que perfora en estado de larva y destruye poco a poco. Este es el motivo porque no he querido conservar el nombre específico manuscrito de destructor, bajo el cual es conocido en la colección de mi apreciable amigo el Sr. Chevrolat, de París, ni el de polilla que según noticias del Dr. Gundlach tiene en el Museo de Berlín. Ya se sabe que estos nombres por ser inéditos, no son obligatorios, sin embargo de que en otras ocasiones tendré gusto en aceptarlos (…)
 Historia.—No ha llegado a mi noticia que este insecto destructor se encuentre en otra patria fuera de la cubana; y aunque he visto en las bibliotecas de Europa algunos libros agujereados a la manera de los nuestros, presumo que es por otra especie del mismo género; pues, la de esta Isla ha tenido en la colección del Sr. Chevrolut, en París, un nombre manuscrito como especie inédita. Durante los muchos años que recojo insectos en la isla de Cuba, no lo he hallado más que en los libros, salvo una vez que fue encontrado en una Ceiba; pero sé que en su voracidad no respeta la madera, pues he visto un tomo en folio empastado con una tabla dura, que fue perforada en todos sentidos, quedando intacto el pergamino del lomo: y el Sr. Ldo. D. Antonio Bachiller y Morales, que no pierde la ocasión de dar impulso a las ciencias, al paso que ilustra la literatura y la historia, me remitió un trozo de cedro desecado y acribillado por las larvas del Anobio de las bibliotecas, con individuos perfectos de machos y hembras, llamando al mismo tiempo mi atención sobre un parásito que no me era desconocido y de que hablaré al fin de este artículo.
 El insecto parece nocturno: sus estragos no son causados por el animal perfecto, sino por los hijos en estado de larva, que viene a ser el gusano antes de haber cobrado las alas. En general esto sucede en toda esta clase de invertebrados, en que el macho y la hembra viven el corto tiempo necesario para propagar la especie; mientras que las larvas al salir del huevo crecen con lentitud, mudando muchas veces de piel, y pasando por el estado inactivo de ninfa antes de su última trasformación. La madre, aturdida por el olor de los papeles y libros acumulados en bibliotecas cerradas, oscuras y húmedas, se introduce por los mínimos intersticios, y llega a las materias que deben servir de alimento a sus hijos: cediendo al imperioso impulso que la guía, deposita sus huevos sobre el lomo o cantos de los libros que el hombre guarda para Henar sus ambiciosas esperanzas de ciencia y felicidad terrestres. Un corto número de larvas salen de estos huevos, y penetran con auxilio de sus fuertes mandíbulas, en el interior del volumen, que perforan en galerías cilíndricas, comiendo los materiales y tapando con sus excrementos el camino que recorren. Los intrincados laberintos que de esta suerte practican, se notan por lo regular en la orilla, principalmente en el lomo del libro, y solamente cuando la destrucción se encuentra muy adelantada, se resuelven a invadir el centro. Parece que en sus rodeos vuelve la larva a la superficie próxima para procurarse una salida cómoda en su última trasformación. Así es que los libros de margen ancha salvan muchas veces lo impreso. Los excrementos que la larva deja tras de sí, son compactos y pegan las hojas, dejando el libro difícil de abrir; y causa admiración, en vista de lo que acabo de decir, que el animal encuentre en las profundidades en que se aventura, suficiente cantidad de aire para los fenómenos de la respiración, necesarios a  todo ser organizado.
 Cuando importa a la salubridad de la atmósfera y a la salud de los seres que en ella buscan su existencia, que el cadáver de un buey desaparezca en breve, acuden las fieras terrestres y los buitres rapaces; acuden los insectos necrófagos que abundan en todas partes, entre ellos unas moscas vivíparas que devoran más que un león, gracias al número de sus hijos, y al desarrollo de las larvas, sucediéndose rápidamente las generaciones, y compensándose la pequeñez con el número. Pero en el caso presente, que conviene al hombre salvar los archivos de su inteligencia, y los comprobantes de sus contratos civiles, refrena la Providencia el azote destructor; y en el conflicto inevitable de la vida con la muerte, envía un enemigo de fecundidad escasa, de desarrollo lento, de vuelo perezoso, cuyas generaciones se ceban en un mismo volumen, y cunden a otros tardíamente; por lo que ha sido llamado Anobio, esto es, sin vida. Estas consideraciones se renuevan con frecuencia en la contemplación de lo creado, inclinando el ánimo a la gratitud, y por este afecto a los sentimientos religiosos.
 Dan pues, el tiempo necesario para ser combatidos y vencidos por la diligencia humana; y solo llegará a ser temible y peligroso por culpa lata de los encargados de los archivos. Demuestra la experiencia que cualquiera biblioteca establecida en la isla de Cuba, se preserva de por sí por espacio de 20 y 30 años, sin que acuda de fuera la hembra del Anobio a empezar sus estragos. Para prevenir constantemente el mal, bastará tener los libros y papeles en lugar seco y ventilado, evitando la oscuridad en cuanto se pueda. Con este fin se tendrán las bibliotecas sin vidrios, y en lugar de estos un enrejado menudo de alambres para no dar entrada a las cucarachas y otros animales molestos. El mejor preservativo está en la renovación del aire, para que no se reconcentre el olor de los papeles, el cual puede solamente atraer la madre del Anobio: esto sucedería con más razón si la humedad del lugar fuese causa de alguna fermentación en las materias orgánicas que entran en la composición de los libros. Así es, que mientras estuvo la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de la Habana en el salón del convento de Santo Domingo, piso bajo, esquina de las calles de O-Reilly y de San Ignacio, con puertas de vidrio, y suelo húmedo, siempre fue perseguida por estos insectos roedores; pero desde que se estableció en San Felipe, piso alto, con puertas de alambres y buena ventilación, ha desaparecido el azote; lo mismo en Santo Domingo en el salón que está encima del Aula magna donde está hoy la biblioteca de la Real Universidad. Ya se sabe que los archivos de los escribanos estaban hace algunos años, contenidos en escaparates de cedro, con puertas de la misma tabla; y tal vez por esta circunstancia fueron visitados por los Anobios: se infiere de las precauciones que la Real Audiencia tomó sobre este particular, mandando que se sustituyesen puertas con alambre a las primitivas de cedro o de caoba; y creo que esta acertada disposición habrá producido muy buenos efectos. La mayor prueba de que las cosas pasan como las he referido, es que los libreros de la Habana, si no han tenido la imprudencia de comprar libros apolillados, son los que menos han sido molestados por el insecto; no pudiendo atribuir esta dicha á otra causa que á la de tener sus libros al polvo y al aire en estantes sin puertas y bien ventilados.
 Para combatir el mal cuando ha cundido en una biblioteca, importan poco los polvos de diversas sustancias que he visto echar entre las hojas de los libros, y que no penetran en las galerías calafateadas de excrementos donde se esconde el insecto: es menester desalojarlo uno a uno con un punzón y golpes de mano, hoja por hoja, sin dejar indicio de excrementos en parte alguna. Aun así, puede suceder que algunos huevos permanezcan y den lugar a la renovación del daño: por cuya causa es prudente pasar los libros después de la primera operación a un lazareto donde permanecerán algunos meses, y se visitarán segunda vez; conociéndose el daño nuevamente causado por el excremento nuevo que la larva depositará por necesidad en las galerías recientes: se repetirá la operación cada vez que sea necesaria, hasta no dejar un solo libro apestado. Entonces descausará el bibliotecario por muchos años, si se arregla a las instrucciones del párrafo anterior.
 Mejor fin se conseguirá si los fabricantes de papel estudian el efecto de ciertos ingredientes que pudieran introducir en la confección de aquel material; porque he visto libros que por la calidad del papel se han preservado en medio de la completa destrucción de otros. Rrecuerdo haber tenido en la mano una obra en folio 6 con bellas láminas de historia natural: todo el texto estaba comido, y las láminas quedaron intactas; cuando más la primera arañada. El folleto de Ramírez sobre las aguas de San Diego, impreso en la Habana, salvaba las cubiertas, que eran de una simple hoja de papel, al paso que perdían las demás hojas. He visto un libro inglés conservarse sano en medio de lastimosas averías. Un lomo de pergamino preserva más que el becerro y la badana.
                             
                               1853

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