martes, 11 de septiembre de 2012

Inhumaciones precipitadas y otras crónicas científicas






 Fernando Tarrida del Mármol


 La cuestión de los entierros prematuros ha sido discutida recientemente con cierta pasión en Inglaterra, a propósito de una de las disposiciones contenidas en el testamento de la novelista bien conocida miss Frances Power Cobbe, según la cual la testadora pedía, como condición de cierto legado, que se le practicase una incisión en el cuello, de modo que se cortase la arteria carótida antes de su inhumación, con objeto de evitar el riesgo de ser enterrada viva.

 A este propósito algunos médicos han escrito en la gran prensa que si ese riesgo es innegable, también es cierto que el número de casos de entierros de personas vivas ha de ser muy restringido; que la comprobación de la muerte, la diferenciación de la muerte real de la muerte aparente era cosa fácil, elemental, etc.

 La contradicción a este optimismo se ha presentado en seguida, y de fuentes tan autorizadas como The Lancet, British Medical Journal y The Times and Hospital Gazette, haciendo observar que, aparte de los casos de mutilación grave del cuerpo humano por accidente o de otro modo, el único síntoma concluyente de la muerte es el principio de la descomposición pútrida, y que existen muchos casos en que el más experimentado de los médicos es incapaz de distinguir entre la muerte aparente y la muerte real.

 En los Estados Unidos, en que esta máxima está admitida por los médicos más competentes, acaba de formarse una Sociedad bajo los auspicios del presidente de la Sociedad Médico-legal de Nueva York, el Dr. Clark Bell, y otros muchos médicos distinguidos, con objeto de prevenir en lo posible los entierros prematuros. Las actas de esta Sociedad comprenden muchos casos auténticos de personas que han sido enterradas vivas.

 Un ejemplo reciente ha ocurrido en Italia con, el barón Carvo. Colocado ya en e1 ataúd, asistió a todos los preliminares de su entierro, sin poder gritar ni hacer el menor signo de protesta hasta el momento en que iba a cerrarse la sepultura.

 Hace poco el Dr. Oscar Jennings, de París, señalaba un caso de que fue personalmente testigo: una señora que murió aparentemente en un hotel y que fue enterrada a las veinticuatro horas. Terminadas las exequias, se recibió un telegrama de su marido, que se hallaba en España, pidiendo que se suspendiera la ceremonia en atención a que la señora en cuestión padecía ataques de coma. Se le desenterró inmediatamente, y muerta ya de veras, se ofrecieron a la vista de los médicos pruebas múltiples de que había sido enterrada viva.

 Otro ejemplo no menos sensacional ocurrió en Nueva York, el de mis Ida Trafford Bell, domiciliada en West Eigthyfit Streest, 78, que volvió a la vida en un ataúd, y que golpeando sus paredes se libró de una agonía y de una muerte horrible.

 La prensa ha referido el caso de una infeliz mujer de Benevento, cuyo hijo murió aparentemente. La madre, tenida por loca, se opuso tenazmente a que sacaran de su casa el supuesto cadáver. Vencida aquella resistencia, fue enterrado. Mas por la noche fue la madre al cementerio, y con las manos arañando la tierra, intentó abrir la sepultura. Sorprendida en aquella tarea, por compasión se desenterró su hijo, y abierto el ataúd, se halló el cadáver horriblemente contraído, dando muestra de haber muerto allí asfixiado.



  El mosquito en América 


 El gran éxito alcanzado acerca del saneamiento de la isla de Cuba por la persecución de los mosquitos, ha animado a los yanquis a fundar una Sociedad nacional para exterminio de tan molesto y peligroso insecto. 

 Entre los procedimientos empleados al efecto, la Memoria publicada por la Sociedad menciona el dragado metódico de pantanos y lagunas donde los mosquitos se reproducen. Se espera que el aumento del valor agrícola de los terrenos que resulten del dragado compensará ampliamente los gastos de la operación.

 El Dr. Gorgas ha sido enviado a Panamá para inaugurar el dragado en grande escala.

 Algunos municipios, a instancias de la Sociedad, han adoptado un reglamento para cubrir con gasa mosquitera las cisternas y receptáculos destinados a contener agua, fuera de las habitaciones, para impedir la entrada y la salida de tales insectos.


  
   Fotografía de los colores


 En una sesión reciente de la Academia de las Ciencias de París, los Sres. Augusto y Luis Lumiére, conocidos inventores del cinematógrafo y fabricantes de productos fotográficos en Lyón, han descrito un nuevo método de fotografía de los colores.

 Este método está basado sobre el empleo de partículas coloreadas, depositadas en una sencilla capa sobre una placa de cristal y recubiertas en seguida con un barniz conveniente y después por una emulsión sensible.

 La placa, así preparada, se expone en el aparato; el lado cubierto por la película vuelto hacia el objetivo, y después de haber sido desarrollada, da una imagen invertida que presenta por transparencia los colores del objeto o de los objetos fotografiados.

 Las pequeñísimas partículas mencionadas se toman de la patata y se les colorea de naranja, rojo, verde y violeta. Estos polvos coloreados se secan cuidadosamente, después se mezclan y se extienden sobre la placa de cristal. Los intersticios entre los granos se ennegrecen con un polvo negro, de modo que no pueda penetrar la luz blanca.

 La superficie así preparada se cubre con un barniz muy débil que tenga un indicio de refracción casi igual al de la fécula. Una capa delgada de emulsión pancromática de gelatino-bromuro de plata se pega sobre esta superficie preparada.

 La placa se expone en una cámara negra ordinaria, de tal manera que la luz, después de haber pasado por el objetivo, atraviesa el grano coloreado antes de alcanzar la emulsión sensible. La imagen se desarrolla como una fototipia ordinaria; pero si la placa está sencillamente fija con hiposulfito de sosa, se obtiene un negativo que presenta por transparencia los colores complementarios del objeto fotografiado. 

 Para restaurar el orden verdadero de los colores, se necesita, después del desarrollo, volver la imagen de arriba abajo, disolviendo la plata reducida por esta operación; después, sin fijar, se desarrolla el bromuro de plata que no ha sido influido por la luz durante la exposición en la cámara negra.

 Los inventores han presentado clichés muy perfectos, obtenidos por ese procedimiento, que declaran ser de lo más sencillo y práctico.


 Tomado de Revista Blanca, 1904. 



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