domingo, 4 de diciembre de 2011

A fuerza de estereotipos



 

La introducción de los primeros chinos en pequeña escala data de 1847, en cuya época fueron desechados por sus vicios y malos instintos.
Sin embargo de este resultado, la junta de Fomento (1) acosada por la necesidad de brazos que se hacía sentir y atribuyendo el éxito desgraciado del primer ensayo a que los chinos no habían sido elegidos cual debió hacerse, acudió al Gobierno y éste concedió en 1852 la introducción de seis mil, que arribaron efectivamente a la Habana; pero tan atacados de disentería y escorbuto, que llegó a temerse con razón una epidemia general en la isla.
  Quien llegaba con tan mal pie y despertaba en el vecindario tan sombríos temores, no era posible consiguiera gran favor y simpatías. Estos chinos se repartieron por fin entre los hacendados, no sin intervenir para lograrlo la influencia moral de las autoridades y las condiciones ventajosas con que se dieron.
  Las pruebas hechas no fueron bastantes a prescindir de los chinos, porque es condición de la necesidad y la impotencia aceptar hoy lo que ayer se desdeñó.
 A regularizar y dar formas aceptables a este nuevo tráfico accedió el gobierno por medio del real decreto de 6 de julio de 1862, que no solo fija las bases de los contratos parciales y condiciones de los buques en que los chinos se trasporten, sino que con mejor o peor acierto establece los mutuos derechos y obligaciones de trabajadores y patronos.
 Útil fue desde luego el chino para la fabricación de azúcar; pero si la caña no se cultiva oportunamente limpiándola, cortándola y acarreándola al batey, ¿de qué sirve la facilidad de fabricarlo sin necesidad del brazo africano?
 Este ensayo repetido, dejando en pie la absoluta necesidad de la esclavitud en Cuba, y el riesgo de introducir un nuevo elemento perturbador sobre los ya hacinados en aquella sociedad tan abigarrada y multiforme, produjo a poco un aumento de criminalidad, cuya progresión ascendente y naturaleza de los delitos que se perpetran causan verdaderamente indignación y horror, sin dejar de afectar, como es consiguiente, el orden y disciplina de las negradas.
 La raíz de estos crímenes, cuyo ejemplo escandaliza y corrompe, se halla fácilmente explicada por las propensiones del chino, sin que pueda ser nuestro ánimo lanzar anatema colectivo sobre una raza entera y por las prácticas del Budismo, religión que se profesa en el celeste Imperio. La poligamia, la sodomía y otros vicios repugnantes, no son elementos ni circunstancias favorables para que brote entre esta gente una moral saludable y pura ni para que puedan ser fácilmente conocidos los frenos con que la religión cristiana sujeta la voluntad, reprime las pasiones y hace doblar la frente del hombre ante las claras y bien definidas prescripciones del deber.
A tan funestos precedentes hay que añadir que los chinos firman los contratos fascinados por lo crecido de los jornales que se les ofrece por los agentes en su país; pero sin tomar en cuenta el escasísimo valor del dinero en América; que el desengaño que sufren es tanto mayor cuanto que son por naturaleza avaros hasta el punto de asesinarse unos a otros por quitarse una sola peseta; que más civilizados que los negros, no les gusta alternar con ellos, ni en la vida interior ni en los trabajos; que las comidas que se les dan en las fincas no son las que ellos acostumbran en su país; que el régimen disciplinario y la sujeción los exaspera; que el uso inmoderado del opio los trastorna; que viven menospreciados hasta de los negros por la escasez de sus fuerzas físicas; mal vestidos, asistidos, alimentados y a veces pagados por sus patronos.
 Horribles son las venganzas a que se entregan unos, mientras se ahorcan otros creyendo buenamente ganar el cielo o ir a resucitar a su país; pero lo que llama la atención es la espontaneidad con que siempre tres o más se confiesan autores de un mismo asesinato, nunca uno solo: no parece sino que la legislación de su país disculpa el acuerdo de tres o más para que un individuo determinado salga de la sociedad como miembro inútil de ella; a no ser que obrando de este modo obedezcan a la idea de libertar al asesino del rigor de la ley. Sea de esto lo que quiera, el resultado es que los chinos llenan los presidios de la Isla; que son muchos los que desertan de las fincas en que se hallan contratados nutriendo los depósitos jurisdiccionales (2) y dedicándose a obras públicas y que considerándolos inútiles los patronos, los desprecian hasta el punto de no reclamarlos de la autoridad respectiva, ni aun sabiendo donde están.
 Las insurrecciones de chinos son frecuentes, mientras son rarísimas las de negros: la constitución del chino es débil, enfermiza; la del negro, robusta y sana: el chino tiene malos instintos, es malicioso, vengativo, suspicaz; el negro, honrado, humilde, confiado, el bienestar de su amo es la garantía del suyo propio: el chino no tiene religión que le contenga, ni en sus malos instintos ni en sus pasiones; el negro profesa la cristiana, y la profesa, quizá con más pureza que los blancos: el chino es avaro, vicioso y sanguinario; el negro es por el contrario tan generoso, que siendo esclavo invierte sus ahorros en comprar la libertad de su hijo, su mujer o su querida antes que la suya propia; sus vicios consisten en fumar; el respeto con que mira a los blancos le lleva a considerar a éstos como de raza superior y más fuerte que la suya: el chino no puede soportar los duros trabajos del campo, azotado por el sol ardiente de los trópicos; el negro robustece su salud en ellos, lejos de menoscabarla: el chino representa un capital de 300 duros, improductivo y sujeto a mil quiebras por los castigos disciplinarios de las fincas, las evasiones y el presidio:  el negro vale de 1200 a 1500 pesos sin estas contingencias: un chino se reemplaza fácilmente, porque los hacendados desean por punto general, salir de los que tienen; a un negro bueno se le sustituye tarde y muy difícilmente.
 Aun continuaríamos este paralelo que arroja tan notables desemejanzas, sino contuviera nuestra pluma el temor de que pudiera tachársenos de exagerados por los que no conocen nuestras provincias de Ultramar: basta, sin embargo, con lo expuesto para comprender que las condiciones y circunstancias a que vive sujeto el chino en la Isla de Cuba son infinitamente peores que las del último y más despreciable de los esclavos.
 ¡Cosa extraña!, poniendo trabas, sumando correctivos y persiguiendo la trata, encareció el género y fueron mayores los incentivos de los negreros, que en lugar de cargar un barco con uno, lo cargaron con cincuenta, sacrificando en la travesía multitud de estos desgraciados. Importándose después trabajadores libres de China se les han impuesto los hierros de la más dura y cruel esclavitud, y sin embargo de que los filántropos andan por el mundo, cual otro D. Quijote de la Mancha desfaciendo agravios y enderezando entuertos, no han parado mientes todavía en la angustiosa situación de esos infelices que pugnan y batallan con su mala suerte, que sobrellevan abandonados a sus propias fuerzas.
 Si el trabajo y las condiciones del chino fueran superiores o iguales a las del negro esclavo; si suprimiendo la esclavitud, la Isla de Cuba pesara en la balanza comercial del mundo lo que pesa hoy, y si sus azúcares mantuviesen la competencia que mantienen con los de la India, Estados-Unidos y Francia, es seguro que tendrían los chinos defensores tan ardientes; filántropos tan valerosos, como los que desoyendo los gritos lastimeros de esos pobres desvalidos, ponen el suyo en el cielo, claman y truenan contra la esclavitud.
 No podemos dudar de las miras altamente humanitarias y liberales de una gran parte de los abolicionistas antiguos y modernos; pero la conducta y los móviles que guían a otros muchos, ¿no se parecerán a una moneda en que la filantropía sea la plata y el interés comercial la liga? Los azúcares de Cuba sacan ventaja a todos en la competencia de los mercados; la Isla de Cuba es más productora que consumidora, la Isla de Cuba arroja sus frutos sin rival, sobre Europa y América; la Isla de Cuba, digámoslo de una vez, sin ambages ni rodeos, la Isla de Cuba contraría el desarrollo y miras comerciales de otros países menos favorecidos por la providencia y operándose este milagro, este desenvolvimiento de fuerzas productoras, por la esclavitud, se pide la desaparición de esta y se invocan para ello la filantropía, el progreso, la libertad y mil otras palabras de seguro efecto en la época que alcanzamos. A trueque de conseguirlo, ¿qué importa que los chinos, blancos, civilizados y libres, hayan venido a ser aherrojados como esclavos en los ingenios y talleres de la Isla de Cuba, si ellos no pueden cultivar el azúcar, el café ni ninguno de los frutos variados que cultiva hoy el brazo africano en aquella rica y floreciente Antilla? Cuando los intereses materiales de los más se salvan por este medio, ¿quién toma en cuenta ni se apura por los sufrimientos de un puñado de chinos miserables?
Lo cierto y verdad es que estos infelices no tienen otro escudo y garantía que las ideas humanitarias de sus patronos, y estas grandemente contrariadas por el escaso valor material del género en el mercado y por el natural frecuentemente ingrato, traicionero y desleal del chino.
 Esta clase de trabajadores no es posible llene el hueco de los negros en las faenas de campo, como ya hemos dicho; pero si es dable utilizarlos con ventaja, en el servicio doméstico, en la fabricación de azúcar y en otras ocupaciones que hoy corren a cargo de los esclavos.
 Llenando el Gobierno las deficiencias de la ley vigente sobre introducción y trato de los chinos, disminuirían los crímenes a que esta raza se entrega, perderían los hacendados la aversión con que los miran y vendrían a llenar un gran hueco en bien y fomento de la agricultura cubana, facilitando en mucho la supresión de la trata de negros de que habremos de ocuparnos en capítulo aparte.
 Siendo, en nuestro humilde modo de ver, de tanta importancia como oportunidad moralizar los chinos, expondremos seguidamente la serie de medidas que más eficazmente contribuirían a tan satisfactorio resultado:
1. Que nuestro representante comercial o diplomático en China sea responsable de hacer conocer a los trabajadores que se contraten en aquel país, sin exageración pero con verdad, la depreciación del dinero en Cuba.
2. Que ese mismo agente tenga a su cargo el cuidado de examinar, ya la robustez de los contratados, ya su buena conducta.
3. Establecer en las fincas de Cuba cierta separación entre las dotaciones que tengan las mismas de chinos y esclavos, en términos de que aquellos ni coman, ni duerman ni trabajen confundidos con estos. Cuando unos y otros concurran a los trabajos de campo se dividirán en cuadrillas, prohibiéndose que un hombre de color sea contramayoral, mande ni dirija a los chinos.
4. Que a estos no se les puedan exigir más horas de trabajo que los que la ley señala para los esclavos.
5. Que en días festivos no se ocupe a los chinos en otra cosa que en la faina (3) en que se emplee a los negros.
6. Que los contratos particulares de traspaso, sean extendidos sujetándose a un formulario general y uniforme, sin dejar punto tan esencial al capricho de las autoridades o patronos, como ahora sucede.
7. Excitar por el gobierno la vigilancia y celo de los patronos, para que eviten el juego entre los chinos, raíz y fundamento de la mayor parte de los delitos a que se entregan.
8. Prohibir para los chinos los castigos corporales dentro de las fincas, a menos que no sean en defensa propia.
9. Disponer que en principio de cada año se provea a los chinos de recibos impresos de sus salarios en todos los meses del inmediato, cuyos documentos autorizados con su firma o con la de uno de sus compañeros, si el interesado no supiera escribir, servirían de credencial con que los patronos comprobarían el pago de los salarios estipulados en el contrato. Se evitaría por este medio la situación frecuentemente embarazosa en que se halla la autoridad al tener que decidir, entre un chino que se queja de su patrono porque no le paga sus salarios y un patrono que asegura lo contrario.
10. Inculcar a los hacendados la buena práctica de que a semejanza de lo que se hace con los esclavos, den a cada chino un pedazo de tierra en la finca donde sirva o trabaje, para que lo cultive y aproveche en días festivos.
11. Que en los partidos rurales o capitanías de partido se divida el territorio que comprenda cada una en el número de distritos menores que se conceptúe necesario; que en cada uno de estos se designe un propietario a propuesta de los jueces pedáneos y aprobación del Gobernador o Teniente-Gobernador, ya para que oiga las quejas de los chinos, ya para que vigile por sí mismo el trato que se dé a éstos, horas de trabajo, castigos, etc. Aun cuando estos destinos deberán ser puramente gratuitos, pudiera el Gobierno recompensar con cruces el buen desempeño de estos funcionarios.
12. Los patronos estarán en el deber de consentir a sus trabajadores chinos trasladarse, acompañados o no, a la morada de aquellos empleados para producir sus quejas y en el caso de no obtener satisfacción, a los Gobernadores o Tenientes-Gobernadores.
 Hemos procurado presentar en este capítulo lo que es prácticamente la inmigración de chinos; hemos indicado los defectos de que adolece el sistema actual y los medios que pudieran remediarlos, con lo cual hemos llenado el propósito que nos impusimos.

 Notas: 1, La Junta de Fomento se creó en 4 de Abril de 1794 y se componía de veintinueve individuos. En ella tenían representación las capacidad es de más sólidas garantías en la propiedad y en el comercio. La misión de este alto cuerpo era puramente económica y ofrecía un saludable contrapeso a las facultades del Gobernador Capitán General. 2, En la capital de cada Gobierno o tenencia de hay un depósito que nutren los que penden de fallo de las Alcaldías mayores en delitos de poca consideración y los negros, mulatos y chinos prófugos de las fincas. Todo este número de hombres son aplicados a obras públicas. La manutención de todos la paga cada dueño o patrono cuando se presenta a recoger los suyos. 3, Faina se llama a una o dos horas que en días festivos se dedican en las fincas a ciertos trabajos caseros.


 Luis Fernández Golfín: Breves apuntes sobre las cuestiones más importantes de la Isla de Cuba, Barcelona, 1866, pp. 67 y ss.


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