Eva Canel
Hasta las márgenes del Plata
llegaban años ha, lamentaciones crueles contra ese nombre que a mí me recordaba
sólo un recodo de la bahía habanera: se decían horrores del recibimiento que en
la Habana se hacía al que llegaba buscando trabajo, a veces a costa de la vida:
ese Triscornia era un nombre fatídico, encubridor de torturas horrendas para
los pobres españoles. lnmigrantes paseando y descamando en Triscornia.
Por entonces el hotel de
inmigrantes en Buenos Aires, era un inmundo barracón que parecía plaza de toros
por la estructura arquitectónica, dicho sea con perdón de un albañil
cualquiera. La prensa protestaba, en nombre de la ciencia y de la humanidad y
del buen nombre de una nación que puede pecar de cualquier cosa menos de
económica. A los inmigrantes se les facilitaba desde el alimento gratis por
tres días, que nunca llegaban a cumplirse, hasta colocación, pasajes, también
gratis, para cualquier punto por distante que fuese: se les cuidaba, se les
atendía, se les trataba bien, convencido el gobierno de que en aquellas gentes
se encerraba el progreso y la riqueza del país, pero se les hospedaba en forma
ignominiosa en cuanto al edificio.
El primero que protestaba,
era el secretario general de inmigración, pues como no era el jefe, aunque sí
fuese el alma de aquella organización inmejorable, no podía hacer al ministerio
un plante que surtiese efecto. Era este secretario el Dr. Carlos Baires,
letrado de prestigios, de moralidad que nadie discutía y hoy abogado del Tesoro
Nacional, escritor de renombre por sus obras psicólogo-jurídicas y gran
derrochador de simpatías que lo hacen muy querido.
Después de muchos años de
desempeñar el cargo, hizo formal renuncia y la hizo también el director, un
buen señor que ayudó mucho a que la inmigración quedase satisfecha, pero no
tuvo enjundia para evitar las deficiencias que destruían en parte la buena fe
del ministerio.
Este señor fue a Europa a
pasear y se le hicieron en España, sobre todo en Galicia, buenos recibimientos.
Era el Sr. Alsina muy devoto de la inmigración española, para su país, y daba
muestras de ello, siempre que podía, y a pesar del "Hotel," así
llamado por mal nombre, no se quejaba el inmigrante en forma destemplada porque
le subsanaban el alojamiento lo mejor que podían atendiéndolo en otros menesteres. Al buen Sr. Alsina lo sustituyó un hombre
distinguido como abogado y como ciudadano, el Dr. Cigorraga, caballero lleno de
buena voluntad en bien de los humildes, de los desheredados y más aún, lleno de
gratitud hacia los inmigrantes que eligen la nación Argentina para llevar a
ella ese caudal de fuerzas productoras que transformaron el país, de manera
prodigiosa en el espacio de seis lustros.
El nuevo director de
inmigración consiguió un edificio encantador a la orilla del río: a él atracan los
lanchones con los equipajes y los remolcadores con la gente. Jardines limitados
por el Plata y por un barrio nuevo, oficinas admirablemente organizadas,
comedores amplios, dormitorios escrupulosamente higienizados y, sobre todo,
cariño, dedicación, amabilidad, cuidados exquisitos y conferencias para dar a
conocer a los recién llegados el país, la moneda, los engaños de que podían ser
víctimas... todo quedó sentado en el nuevo edificio.
Seguían llegando a Buenos
Aires de vez en cuando las ráfagas de horror contra el nombre
"Triscornia" y leyendo descripcions dantescas del infierno habanero,
se me ponía carne de gallina pensando por qué no habían de gozar mis
compatriotas a su entrada en la Habana, de aquel solaz y bienestar y las
consideraciones que gozaban en aquella República.
Mi visita a Triscornia no
estaba presidida por la curiosidad, sin fines ulteriores, inherente al viajero
que ambula distrayendo vagancias o buscando los medios de vivir al día sin
trabajar ni molestarse. Yo quería hacer comparaciones; saber dónde trataban a
mis compatriotas con mayor caridad y consideración; estudiar un problema que
importa a España tanto como al país que necesita esos valiosos contingentes de
savia, fortaleza y energías vitales.
Mis intenciones, mis estudios,
mis fines que aprovecharán a todos menos a mí seguramente, apenas los
exteriorizo. Estos programas, que como fuerza tienen que sujetarse a los
vaivenes imprevistos, descansan sobre la voluntad y aunque la mía es firme y
tesonera, sale vencida alguna vez y en este caso me pueden confundir con los
que ofrecen mucho y no dan nada; así hay que hacer sin ofrecer, reservando
palabras para que las acciones resulten reforzadas.
En la visita nos acompañó el
subdirector de inmigración, el ya citado D. Rafael Rodríguez Acosta: el
director Dr. Francisco Menocal había tenido ocupaciones imprescindibles como
son las del médico.
Desembarcamos en lo que yo
conocía por Triscornia: pero ya no era aquello el remanso y recodo de la bahía,
que recordaba: vale decir: el recodo y remanso allí los encontré y allí se
desembarca para subir al campamento, que no es tal campamento sino un hermoso
parque de recreo con pabellones magníficos, espléndidos, para el cuarentenario
de primera clase y otros modestos, pero limpios, aireados, higiénicos y bien
dispuestos para los inmigrantes.
Cuando escribo estas líneas leo
que piensan mejorar esta edificación sustituyendo la madera con cemento armado:
y es que el Doctor Menocal enamorado de su cargo de Portero Mayor de la Nación,
como el famoso Dr. Thebusen era en España Cartero Mayor del Reino, se ha
enamorado de su cargo, repito, para honra de Cuba, gloria de su nombre y
bienestar de los que llegan dispuestos, aunque ellos no lo sepan, a dejar mucho
más en riqueza y progreso de lo que ganan como remuneración de su trabajo. Para
estos cargos hay que buscar los hombres y no los hombres para cubrir los
cargos: antes de conocer al hombre, al Dr. Menocal, no me costó trabajo
adivinar que era un devoto del que desempeñaba.
El magnífico y nuevo hotel de
inmigrantes de Buenos Aires se quedaba eclipsado por este campamento, pórtico
el más hermoso que una ciudad puede ofrecer a los que vienen ahitos de salud y
de fuerza, dispuestos a trocarla, si necesario fuese, por algunas pesetas.
Hablando con mi querido amigo D. Vicente Loriente de la visita a Triscornia me
preguntó:
—¿Por qué no escribe usted
sobre eso? Haría usted un bien a Cuba y a las madres de nuestra tierra.
—En mi libro de viajes hablaré.
—Eso será muy tarde: ahora, un
artículo sin perjuicio de volver sobre ello después.
—¿No pensarán que exajero y
adulo? Esperaré a marcharme para decirlo.
—¿Adular usted? Todo el mundo
conoce sus características: a nadie se le ocurrirá semejante cosa: y si se les
ocurre, mejor; se despertará en ellos deseo de saber si es verdad o mentira lo
que dice.
Una opinión de Vicente
Loriente tiene para mí fuerza incontrastable. ¡Le conozco tanto y hace tantos
años! He penetrado en su caballerosidad insuperable, en su bondad de Cristo
humano. En su cerebro alimentado con selección de refinada cultura espiritual y
lo vuelvo a decir, cualquier opinion suya me parece un mandato. Dicho esto se
puede comprender cómo recibiría el consejo de exteriorizar por medio de un
artículo mi visita a Triscornia.
Tuvo aquel trabajillo la
popularidad del Diario de la Marina en que fue publicado: después le vi
reproducido en diarios de Galicia y Asturias y feliz yo si conseguí llevar
tranquilidad a las familias de los futuros inmigrantes llevándoles verdades que
antes no conocían.
Quizás antiguamente hubo motivo para las censuras; esto yo no lo sé:
lo dicen personas respetables, pero cuando lo malo se hace bueno, debemos
perdonar que no haya sido bueno antes: se mejoró: esto demuestra buena voluntad
y vale mjás la buena voluntad que la mejoría misma. (*)
Un ilustre político español, D.
Juan de la Cierva, tiene perfectas orientaciones con respecto a la emigración y
yo que como he dicho ya, no soy partidaria de que los españoles emigren, si el
mal no ha de tener remedio próximo, deseo que España reglamente como lo hizo
Italia el éxodo de su sobrante humano. Epistolarmente he tenido la honra de
cambiar impresiones hace pocos años con el señor la Cierva, y reconozco en él,
entre los españoles dirigentes, al más documentado y empapado en las cuestiones
que tienen relación con el problema emigratorio. En esto como en todo lo que
sea progreso, renovación social, procedimientos eficaces en nuestras relaciones
con América, se ha dado cuenta el señor de la Cierva del camino que conviene
seguir, de los obstáculos que deben removerse y de la línea firme, recta,
honrada que se puede trazar para no abandonarla.
Se ha venido haciendo una
campaña de escándalo y mala voluntad contra el Brasil, y sin negar que hubiese
como en todas partes, casos muy censurables, no he podido llegar a convencerme
de que fuese verdad cuanto se propalaba. Los celos, comprensibles para quien
está en autos, que sienten los países de inmigración, unos contra los otros y
con mayor motivo si son cercanos o vecinos, de fronteras amojonadas con hitos
solamente, como el Brasil y la República Argentina: los celos de esos países
entrepelados en sus necesidades de atraer braceros, recurren a todos los
arbitrios para quitarse el cargamento, sin reparar en calumnia de más o en
injuria de menos.
Esos gobiernos cuyos pueblos viven de la inmigración, gastan ingentes
sumas en arrebatársela por medio de la propaganda y los agentes bien
remunerados, al propio tiempo de ensalzar lo propio deprimen al contrario. Dos
o tres veces estuve preparada con ánimo de saber la verdad en lo que se decía
sobre el Brasil, pero dificultades familiares me lo impidieron en los momentos
oportunos.
A Cuba me traía la casualidad que es la reguladora más enérgica de mis
decisiones. El "Portero Mayor de la República Cubana", doctor D.
Francisco Menocal, es un médico que tiene el físico de su cargo, porque es de
aspecto tan simpático, semblante tan abierto y trato tan sencillo, que el
inmigrante debe sentirse descansado bajo su égida protectora.
La oficina de inmigración en
Cuba es mucho más escrupulosa y paternal que en la República Argentina, porque
la orientación es diferente. En la Nación del Sur tienen sus leyes hijas de sus
necesidades. Antes de ser votada la ley de «Defensa Social» y algunas leyes sanitarias
y haber sentido la necesidad de poner coto a la trata de blancas, entraba todo
el que arribaba, sin el menor obstáculo. Hacían falta inmigrantes; hombres de
oficio para las industrias, peones para obras y muelles y ferrocarriles,
braceros para las cosechas; todo era necesario y todo se admitía porque todo
servía, todo se aprovechaba. La riqueza era tanta que a nadie se le podía
ocurrir que fuese carga pública el extranjero más inútil.
Cuando el socialismo, he dicho
mal, el anarquismo, tomó por campo de cultivo aquel país, fue cuando en sesión
permanente y en menos de veinticuatro horas se hizo carne la ley de
"Defensa Social" que un escritor exdiplomático y miembro de los
cuerpos co-leigisladbres, D. Miguel Gané, había presentado dos o tres años
antes. También fue entonces cuando la inmigración estableció las selecciones
necesarias, y las protecciones que rigen, sin apurar la nota de la
intransigencia.
Los países platenses o sus
tributarios fluviales como el Paraguay, tienen cada cual su ley. En la
República del Uruguay no se permite entrar a sacerdotes a no ser que sean de
antiguo residentes y vuelvan al país. También vigilan a los ácratas que expulsa
la Argentina para que no se queden en la tierra uruguaya y mientras esto
disponía un gobierno, pudimos ver hace años en manifestación, en la cual iban
algunos respetables ministros, que se ostentaban, a cara descubierta, las sociedades anarquistas con su bandera negra o
roja.
Pero esto no es del caso: lo dejaremos para un estudio psicológico de
los gobiernos y los hombres que no consiguen la homogeneidad ni aún
rebuscándola dentro de sí mismos. Las leyes de inmigración paraguayas prohiben
la entrada a los negros, pero en cierta ocasión, los Estados Unidos les
mandaron un cónsul, sino negro retinto, mulato muy oscuro que no pudieron
rechazar, pero que recibieron a regañadientes.
Los Estados Unidos, con esa enciclopédica ignorancia que poseen,
respecto de todo lo que no son ellos, ignorancia que los circunda de inocencia
infantil algunas veces, creyeron que en el Paraguay privaba la gente de color
seguramente y por eso lo hicieron. El cónsul era por otra parte un hombre culto
y muy correcto, acaso más correcto que otros del mismo origen y distinto color
cuyos trabajos, ingerencias y líos, fueron funestos en los tiempos de López, el
famoso tirano.
Son, pues, las leyes de
inmigración variadas en todos los países y éstas se dictan en cada uno, según
advierten las necesidades los encargados de dictarlas. Vamos a concretarnos a
la Isla de Cuba.
El Dr. Menocal después de dar al campamento de Triscornia el aspecto
más bello con jardines y huertos de legumbres, hizo de aquel Paseo de
Triscornia altonazo que fue terreno militar, la estación sanitaria y preventiva
que puede desearse. De allí salen los
inmigrantes limpios de lo que extraen de los sollados de los barcos,
despercudidos, contentos, porque la limpieza y la belleza animan y reconfortan
el espíritu, haciendo su entrada en la ciudad pictóricos de nobles ambiciones y
deseando que se les faciliten medios de ponerse a prueba, para dejar sentado
que valen mucho su vida y sus esfueizos y que sin esos esfuerzos y esa vida no
habría riquezas ni adelantos ni bienestar ni Patria.
Las oficinas de inmigración en los países que de inmigración viven se
han penetrado de esto y, por lo tanto, si hubo en un tiempo malos empleados,
desconocedores de los deberes que la humanidad impone y el patriotismo
aconseja, en Cuba hoy no se registran deficiencias. La severidad con la ley,
meditada y necesaria, no excluye la suavidad en los procedimientos y sobre todo
no hay casos inhumanos y hay verdadero celo por rodear al inmigrante de
protección, tratando de evitar que él mismo pague andando el tiempo, faltas de
previsión que serían censurables.
Una decisión que no he podido menos de aplaudir en el Doctor Menocal y
que no existe en ninguna parte es la que asegura el pasaje de regreso a los
artistas de humilde condición y poco sueldo. Mil veces se me ha encogido el
corazón, viendo a pobres coristas y cómicos humildes varados en diferentes
pueblos, sin encontrar quien les tendiese un cable para remolcarlos. El Dr.
Menocal exige a las empresas, antes de permitir el desembarco de coros, músicos
y otros artistas más modestos, que depositen el importe del pasaje de vuelta
para reembarcarlos en caso de que la empresa no cumpla sus compromisos y
deberes. Es la más humanitaria y la más oportuna ley que en Cuba practica la
oficina de inmigrantes.
La protección a los menores de ambos sexos que llegan solos a la Isla
de Cuba, se practica con escrupulosidad celosa y no me canso de alabarla.
Los inmigrantes pagan en Triscornia veinte centavos, una peseta diaria
por su manutención. cantidad exigua muy inferior al gasto que cada uno representa,
pero si el inmigrante trae cierta cantidad disponible o tiene personas de
responsabilidad que respondran por él, no pasa por Triscornia siquiera, y esto
no es ningún bien, por el contrario, dos o tres días de campamento, serían para
la mayoría de ellos, como medida higiénica de conveniencia más que relativa.
La inmigración da facilidades a los centros regionales para que sus
socios reciban y saquen a los que llegan aceptándoles unes órdenes expedidas
por dichos centros en las cuales consta que el portador es socio y en este caso
ya se le reconoce solvencia para responder por el recién llegado. No niego que
todos estos trámites son un poco engorrosos pero redundan muchas veces en
beneficio de los que se suponen molestados.
Los pueblos, dados los tiempos que corremos están en el deber de
defenderse y esta defensa depurada, compleja si se quiere, viene a dar la razón
a España en su antigua y tan condenada ley de pasaportes, que censuraban a
gritos los extranjeros y muchos espanyoles juzgándola arcáica, antiracional,
vejaminosa y, como cosa de nuestra patria, mala.
En una forma o en otra no hay nación que no exija trámites fastidiosos
al viajero y con esto, repito, queda probado que la ley española tenía razón de
ser entonces, cuando ya es en todas partes. Ahora bien: el cumplimiento de una
ley en pueblos libres por civilizados, no puede ser vejaminoso si al imponerla
no hay vejamen y si la ley representa justicia nadie debe quejarse. Lo
antipático y triste de la ley es cuando no se cumple por igual en todos, y por
todos los encargados de cumplirla.
(1) Cuando corrijo estas pruebas, leo denuncias graves en toda la
prensa sobre abusos cometidos con los que vienen a trabajar y salvar la zafra
con sus brazos: yo estoy segura que esos abusos son agenos a la alta dirección
de inmigración: Los señores Dr. Menocal y Rodríguez Acosta, están poseídos y
penetrados de su deber, y si en sus dependencias no se cumple una vez,
indefectiblemente se cumple, si ellos se enteran de una falta. (N. de la A.)
Lo que ví en Cuba (a través de la isla); fragmento, Imprenta La Universal, 1916.
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