Antonio Armenteros
Sentado en el mesón del
puerto –en Odessa-,
chirriando como el tranvía
por los rieles
la idea de una palabra santa,
mientras veía pasar
inquietos tus ojos.
Apresuré un trago de
cerveza amarga,
espumosa, recordable y
pagué. Tomando de mis piernas
un libro de Anna Ajmátova,
un libro para aligerar
mis patologías.
Sin saber que otras Annas
y otros ojos me aguardaban.
Hoy estoy sentando en una
taberna del puerto
-en La Habana-, miro los
rieles vanos
y siento pasar estos ojos –sin
verlos-
que susurran alegres y breves:
“Tiene olor a sangre”.
La cerveza es alemana u
holandesa,
amarga, fría, espumosa y costosa
hasta lo
recordable en la voz perdida / neurótica:
“No compares, quien vive
no puede compararse”.
Ahora releo un poema de
Ajmátova en mi lengua materna
y lloro:
“Bebo por el hogar arruinado,
por mi mala vida,
por la soledad de los dos
y por ti bebo….”
Mientras las monedas
chirrían sobre las tablas en el mesón de Odessa –en la psiquis- los ojos
inquietos
de aquellas Annas y el valor que se ajusta
a
los rincones más sórdidos.
La Habana –también- posee olor
a sangre.
(Odessa 1989 / La Habana
2001)
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