José M. de Andueza
Hasta el
año de 1834 no hubo cárcel en la Habana, pues en conciencia no puede darse este
nombre al estrecho e inmundo recinto guardado por elevados paredones, en que
constantemente se encontraban hacinados de setecientos a ochocientos presos, en
una parte del piso bajo del palacio de Gobierno. Aquel hacinamiento, aquella
confusión y amalgama de grandes criminales con detenidos por deudas, aquel
montón de hombres y mujeres de todos colores, debía producir, como por
desgracia produjo más de una vez, males sin cuento, desórdenes gravísimos,
atentados, cuyo recuerdo ruboriza, y que ofendieron, por su impune repetición,
a la humanidad y a la moral pública, al paso que se convertían en una muda, pero
visible y justa acusación al Gobierno que los consentía. Además de esto, el
local de la que ahora se llama antigua Cárcel, situado como llevo dicho
en el mismo palacio del Gobierno, debía necesariamente inspirar temores de que
en él se llegase a desarrollar algún germen de infección que comprometiese la
salud pública.
Así sucedió: el día 22 de Octubre del referido año, penetró el terrible azote que
llenó de luto a medio mundo en aquel asqueroso calabozo, atacando a muchos presos
con tal violencia, que los infelices coléricos no llegaban con vida a
los hospitales. La necesidad, esa ley imperiosa, absoluta, de los hombres y de
los Gobiernos, obligó entonces al de la Habana a sacar a aquellas desdichadas
víctimas de la antigua Cárcel, distribuyéndolas por mitad en el Castillo
de San Carlos y en la Cabaña. Habilitáronse al efecto en ambas
fortalezas espaciosas y ventiladas bóvedas, cuidóse con esmero del aseo y separación
posible de los presos, y de esta manera se evitó que todos pereciesen.
El general Tacón, que ordenó estas saludables
disposiciones, concibió en aquellas circunstancias el proyecto de levantar la Cárcel
nueva, extramuros de la población, en un local aislado y a propósito, por
su inmediación al mar, para recibir sus aires puros, proyecto que puso por obra
sin descanso, debiéndose a él el hermoso edificio, que, a decir verdad, es el
mejor de esta clase de cuantos he visto.
Esta Cárcel es un paralelogramo
rectángulo de doscientos cuarenta pies de frente y cuatrocientos veinte de
fondo, en cuyo primer cuerpo, sin necesidad de emplear prisiones y atendiendo a
la debida separación de sexos, clases y colores, pueden contenerse dos mil
personas: el primer plano para la construcción de este edificio señalaba a la
segunda de aquellas dimensiones trescientos pies, pero se creyó conveniente
darle el aumento de ciento veinte para el mayor desahogo y capacidad.
El segundo cuerpo es un hermoso cuartel que
puede alojar cómodamente mil doscientos hombres de tropa, con los
correspondientes pabellones o aposentos separados para jefes y oficiales.
El primero de estos dos cuerpos se concluyó en
1834, y en el mes de Setiembre del mismo, fueron trasladados a él todos
los presos que provisionalmente se encontraban en la Cabaña; cuando el
segundo estuvo habitable, a los pocos meses, pasó a ocuparlo uno de los cuerpos
de línea de la guarnición, debiendo constantemente alojarse en dicho edificio
uno de los batallones de la misma, el cual tiene la incumbencia de dar la
correspondiente guardia a la Cárcel, que no es otra que la de prevención de su
propio cuartel.
Era imposible, cuando existía la antigua
Cárcel, ordenar con arreglo y escrupulosidad la recaudación de las dietas o
pensiones de alimentos que pagan allí los dueños de esclavos, y los presos que
remiten los jueces de diversas jurisdicciones, los cuales deben ser socorridos
por sus respectivos ayuntamientos: los careelages o derechos de entradas y
salidas de las Cárceles se habían cedido en provecho de los alcaides como una
recompensa del servicio que prestaban. Era pues de la mayor urgencia establecer
un rigoroso sistema de recaudación análogo a las mejoras locales que se habían
hecho, para cuyo efecto se creó un empleo de tesorero, con la dotación de
ciento y dos pesos fuertes mensuales; el mismo sueldo se señaló al alcaide
primero, treinta pesos a su escribiente, cincuenta al alcaide segundo y
treinta al llavero.
Los dos primeros empleados anotan en sus
respectivos libros el cobro de dietas y careelages, quedando exceptuados de
este pago los insolventes, después que estos acreditan esta circunstancia por
certificación visada por el juez que ordena su libertad. El regidor alguacil
mayor interviene directamente en dichas cuentas y en las del cobro de la
cantina, arrendada en ciento treinta y seis pesos fuertes mensuales, teniendo
además la obligación de costear el alumbrado interior de la Cárcel, bajo un
arancel económico de precios. También entiende en el producto de los alquileres
de las salas de distinción, de que pueden disponer los que quieran disfrutarlas,
pagando lo dispuesto por el gobierno, a consecuencia de expediente instruido y
aprobado por el Supremo de la Nación. Está prohibida en la nueva Cárcel la
introducción de toda clase de Licores, y a las comidas que desde afuera se llevan a los presos.
Sensible sería que el hermoso aspecto exterior
de este magnífico edificio solo fuese una máscara engañosa que ocultase los
misterios tenebrosos de una inquisición. La nueva puerta de Monserrate construida
bajo el mando y a consecuencia de las disposiciones dadas por el mismo general
Tacón, de acuerdo con aquel Exemo. Ayuntamiento, era una de las obras que más
reclamaban la extensión dada en pocos años a la población de extramuros de la
capital, el crecido número de carruajes que desde ella se dirigen al Nuevo
Paseo, y la salida que hacen dos veces al día los regimientos de la
guarnición para ir a instruirse al Campo Militar o nueva Plaza de
Armas: por estas
causas y otras muchas, se hallaba continuamente obstruido el tránsito de la
única puerta de Monserrate, en la que se reunían muchas direcciones opuestas,
dando lugar a entorpecimientos y disputas, en las cuales tenía que intervenir
continuamente la autoridad.
A fin de evitar semejantes trastornos y dar
mayor comodidad al público, abrióse la nueva puerta, inmediata a la antigua, y
en la misma dirección de la calle de O-Reilly, levantándose también un puente
de once arcos de sillería, que atraviesa el foso, y está defendido por dos pretiles de la misma. A ambos
lados de este puente hay una ancha banqueta elevada como una cuarta sobre el
pavimento, a fin de que los carruajes no atropellen ni molesten a los que a pie
transitan.
En la magistral de la puerta se apoya sobre
cuatro columnas un arco, y al lado de ella se encuentra el edificio destinado
para cuerpo de guardia. Toda la obra es de la mayor solidez y reporta al
público comodísimas ventajas. Y ya que del Campo Militar he hecho
mención, justo será decir, que para formarlo se vencieron dificultades de
bastante consideración, si se atiende a los inconvenientes que ofrecía la
desigualdad del terreno. Está situado en el antiguo Campo de Marte, o
con más propiedad, lo ocupa todo. Es un gran rectángulo rodeado de verjas de
hierro, con una puerta del mismo metal en cada uno de los cuatro frentes, para
la más fácil salida y entrada de las tropas: sobre estas puertas se ven
hermosos trofeos militares que indican desde luego el objeto de aquella inmensa
plaza, y todo el enrejado que la circuye termina en puntas de lanza.
Tres de las mencionadas puertas llevan los nombres
de COLÓN, HERNÁN CORTÉS Y PIZARRO:
la otra el nombre de Tacón, que ignoro con qué motivo se ha asociado a
los primeros. Este general no debió admitir una adulación que le pone en
ridículo, si otros concibieron el pensamiento: si lo concibió él nada debo
añadir para consignar el orgullo que se inmortaliza a sí mismo (...).
Yo también lo creía la primera vez que pisé
aquel suelo: también al examinar aquel inmenso pueblo de blancos y negros por
el prisma engañoso de relaciones abultadas y falsas, de cuentos extravagantes,
de ridículas comparaciones sociales que corren impresas, me figuré de buena fe
que mi juventud iba a sufrir una terrible prueba, en que la virtud y el honor
quedarían sin duda vencidos por el irresistible encanto con que las pasiones se
revisten en aquel Edén, centro de la hermosura y de los amores
volcánicos.
Error: mi juventud no se vio amagada por el
vicio, mi honor no encontró ocasiones de hallarse comprometido; porque la
Habana, y lo escribo sin temor, ya que descorrida la venda con que algunos poco
francos escritores obscurecieron mis ojos, he hecho después exactas comparaciones,
es, con respecto a su numerosa población, una de las ciudades en que menos
crímenes se perpetran, y en donde la inmoralidad tiene menos partidarios: la
inmoralidad no hace allí al menos alarde de sus triunfos sobre el decoro
público, y esto es mucho
en favor de los sanos principios, contra los cuales son muchos también los
pronunciados con escándalo en las modernas sociedades europeas.
Hubo un tiempo en verdad menos alegre, menos
tranquilo en aquel país: pero no se le culpe. Las variaciones políticas
sobrevenidas en una no despreciable porción de nuestro antiguo Continente
debían tener eco allí, como lo tuvieron en todas partes; y si bien la cordura y
el verdadero conocimiento de sus intereses locales impulsaron a los sensatos
habitantes de Cuba a rechazar noblemente pérfidas sugestiones extranjeras,
cierto es que las convulsiones de 1823
dejaron algunos rastros, cuyo influjo se hizo sentir hasta 1834, por lo que toca a la
seguridad individual, pues en cuanto a planes subversivos contra el gobierno
español, no han existido, ni pueden existir en un país que ha gozado de
completa libertad durante los diez años que la Península gimió bajo el yugo del
despotismo más absoluto.
Abusos, cuyo remedio correspondía a la policía
urbana, era lo único que lamentaban los hombres pacíficos, los hombres
laboriosos y los capitalistas: pero si este era el único mal, también es
preciso confesar que era un mal grande, y que por su misma naturaleza demandaba
prontas y eficaces providencias. Esas providencias tuvieron lugar, castigáronse
a algunos malhechores, y hoy es el día que la vigilancia del gobierno nada tiene
que hacer en la Habana, así como en las principales ciudades y pueblos de la
isla.
Isla de Cuba pintoresca..., Madrid, 1841.
No hay comentarios:
Publicar un comentario