Ayer fuimos a Mazorra unos cuantos redactores del Diario.
Allí debieran estar todos, dirá alguno.
Y puede que tenga razón, porque ¿quién tiene la seguridad de hallarse completamente cuerdo en esta época de neurosismos y decadencias?
Por lo pronto lo que nos parece indudable, después de lo que vimos ayer, es que hay en Mazorra muchos con camisa de fuerza que están menos locos que algunos que los que andan sueltos por estos centros políticos.
Y nos parece también que aquel hospital de dementes es, bajo muchos aspectos, muy superior a todo lo que nos rodea.
Allí hay orden, disciplina, economía, altruismo, carácter, etc. ¿Han visto ustedes algo de eso por aquí?
Allí hasta los locos trabajan voluntariamente.
Y quizás sea esa la mayor prueba de su locura, porque en La Habana, por regla general, para que la gente doble el lomo es preciso mandarla a Atarés.
¡Y cómo fructifica el trabajo de los locos! Para comprenderlo hay que ver aquellos eriales pedregosos o pantanos infectos de ayer, convertidos hoy en feraces campos de viandas, de maíz y de caña.
Y todo debido a la dirección, al cuerpo de enfermería y a la administración del manicomio.
Bien podemos decir esto sin que se achaque nuestro elogio a miras mezquinas o a política de campanario, pues el Director, los Médicos y el Administrador son todos cubanos. Y la mayor parte, si no la totalidad, han sido nuestros enemigos durante la guerra separatista.
Pero en Mazorra, a pesar de haberse hecho mucho, con escasos recursos, en pro de la higiene de los asilados, aun queda mucho que hacer. Se necesita, entre otras cosas, locales más amplios; porque en los que hoy existen se hallan hacinados los enfermos, y la locura exige, más que ninguna otra dolencia, lugares suficientes para no tener confundidos a los que se pueden curar con los incurables, a los tranquilos con los furiosos, a los niños con los adultos.
Además, la Dirección y la Administración del asilo tiene varios proyectos, con los cuales se lograría poner al establecimiento en condiciones tales, que honraría a este país, con la ventaja de que los pequeños sacrificios que impusieran al erario público serían en término muy breve tan reproductivos, que se podría reducir en gran manera el presupuesto de gastos.
Vean eso, hagan como nosotros, una visita a Mazorra del Presidente de la República, el Secretario de Gobernación y el Jefe del Departamento de Sanidad, que bien lo merece.
Y sobre todo, no dejen de darse una vuelta por allá, que está cerca y el viaje es cómodo, los senadores y representantes.
Especialmente estos últimos, a quienes tiene más cuenta que a nadie, porque si no cambian de conducta, bien pudiera suceder que aquella casa de orates fuera algún día su única y definitiva morada.
Diario de la marina, 25 de agosto de 1902, p. 1.
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