jueves, 25 de agosto de 2011

Notas sobre el hermafrodita (I)


 
  Pedro Marqués de Armas


 “Los gavinetes de historia natural son archivos de la naturaleza, en donde se registra la curiosidad humana: lo raro y admirable que se encuentra en las diversas partes del mundo. Con todo, no se halla sea suficiente esta especulación para dexar satisfechos los designios del entendimiento, cuyo empeño es el conocer la causa de la variedad.”
                            
 Francisco Barrera y Domingo, Reflexiones… (1)   
 


 Es posible rastrear la figura del monstruo humano, en un periplo que va de las dos últimas décadas del siglo XVIII hasta bien entrado el XIX. Su emergencia en Cuba dista poco de la europea y promueve las mismas o parecidas preguntas. Participa así de un discurso fascinante (y no menos fascinado) que sólo luego, al impregnarse de un saber propiamente normativo, se trivializa.

 Si el monstruo literario por excelencia es el “esqueleto a lo viviente” de Zequeira (“La Ronda”, 1808), ahora acecha desde textos de medicina y desde instancias como el Gabinete de Historia Natural. Es justo ahí adonde se le intenta recluir, mientras impone su incesante fuga esquizoide, su desvío. Militar-muerto-en-vida, el engendro zequeriano no sólo pone en crisis una identidad poética sino también política: subvierte un recurso de policía -las ordenanzas- que funciona a la vez como dispositivo ilustrado. “Volvimos al principal/Y aquel señor oficial/Que era un joven mata siete/Quiso mandarme al gabinete/de la historia natural” (2).

 No muy distinto sería el desquiciamiento que el monstruo supuso, a nivel taxonómico, para médicos y juristas. El ojo que clasifica procede todavía según un excedente de asombro, propio de narrativas que validan lo insólito apelando a estrategias literarias (3). Sin embargo, este plus de curiosidad, que acompaña desde mediados del siglo XVII al proceso de naturalización del monstruo, se abre hacia un terreno cada vez más diferenciador. Aunque ciertos especímenes aparecen como vistos por primera vez -fuera de foco- terminan por disponerse en un espacio regido por la palabra y su inscripción letrada.

 En 1787, por ejemplo, Antonio Parra incluye a un negro congo en su Descripción de diferentes piezas de historia natural. El ex-calesero Domingo Fernández se muestra en tres vistas, sentado sobre una hernia de “vara y media y seis pulgadas” (4). José Agustín Caballero, por su parte, percibe al Hombre-Mujer que circula en La Habana de 1791 como una especie de bestia, todavía cruce alegórico entre dos reinos, sin que eso le impida trazar una política claramente homofóbica (5). Y a José Antonio Saco le impacta el nacimiento de algún feto extraño, en lo que sospecha cierto origen fraudulento, el mismo que infiere más tarde entre las causas de la epidemia de cólera (6). No en balde en un periódico de la época se recoge esta noticia: “parda libre dio a luz trillizos, uno parecía español, la otra india y el otro negro…” Se anuncia así esa otra monstruosidad de las mezclas raciales (7).


   
 Cuando se instale en 1834 el Museo Anatómico y la Clase de Clínica, la curiosidad natural cederá ante un deslizamiento más objetivizador del saber, que apresará a la figura del monstruo en el terreno propicio de la Teratología. (8). Y ya en 1839, con el primer curso de Medicina Legal, el monstruo es materia para una intervención sistemática por parte de peritos que prestan su apoyo al derecho civil y penal (9).

 Ello no excluye una arista espectacular y rentable, simultánea a su vulgarización en revistas científicas o museos. En 1835 circula, por ejemplo, una breve Historia de los gemelos de Siam que incorpora una lámina con varios dibujos. En efecto, la llegada a La Habana ese año de los siameses Eng y Chang, entonces mundialmente famosos como “fenómenos de la naturaleza”, se acompañó al parecer de notable publicidad. De hecho, ya en 1829 se había publicado en La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo un artículo titulado “Los mellizos de Siam”, que se acompañaba de un grabado de Louis Caire, considerado la primera litografía artística realizada en Cuba (10).  
      

 Ahora bien, si Antonio Parra podía hacer coincidir entre peces, plantas y piedras a un negro deforme, es porque éste se comporta -por lisiado, aunque no menos por esclavo- como una deriva menor del monstruo, fácil de clasificar (11). Otro problema muy distinto implicaría el hermafrodita, al transgredir no sólo una ley natural sino también el derecho religioso y civil. No se trata ya del Hombre-Mujer de Caballero, calificado de “diptongo de la naturaleza” y a quien asiste un margen de apariencia (12), sino de alguien que porta una marca o signo abstruso capaz de dejar sin voz a quienes usurpan el cuerpo y hacen de él un patrón de inteligibilidad. Es así que, más que como hiato o alianza de opuestos -masculino/femenino, humano/bruto, etc.- el hermafrodita se presenta como inclasificable, por lo que remite a una gramática todavía inédita.

 Si en la Edad Media y aún en el renacimiento no eran considerados monstruos, y sólo pagaban con la cárcel o el suplicio en caso de incumplir con el sexo previamente establecido por tutores y eclesiásticos, no sucederá igual a partir de la época clásica, cuando se les retira todo atributo divino y se les naturaliza hasta recluirlos en el dominio de la medicina. A punto de sellarse el contrato social, la ley, desquiciada por tan extrema irregularidad, se vuelve a otro marco de referencia. Y es que como advierte Foucault, el monstruo sexual establece un dominio “jurídico biológico” del cual se desprende la intervención por la norma. Punto de partida del ladrón de poca monta del siglo XIX (y de todo anormal), viene a compartir, con el onanista y el libertino, la condición de pieza para un desarrollo de las técnicas de control. Con él se pasa de una instancia natural a otra moral, en la que alienta la cuestión de la “naturaleza monstruosa” de todo delincuente (13).

 Según Foucault, un caso crucial en este sentido fue el de Anne Grandjean, pues al abordarse el hermafroditismo ya no como unión de dos sexos, sino como engranaje de órganos imperfectos (incompletos), se derivaba un modelo de conducta. Se trata (alrededor de este caso y de otros muchos) de negar su existencia misma; no existe el hermafrodita verdadero, sino una engañosa conformación anatómica que, por supuesto, cederá bajo el examen médico o el escalpelo, hasta mostrarse sin más como una anomalía, y debiendo predominar, por otra parte, un sexo sobre el otro.

 De este modo, y puesto que sólo hay una identidad posible, la anomalía se convierte en esa traza que persiste en cualquier desviación (física o moral), por pequeña que sea.

 Bautizada Anne como niña, ya joven se inclina hacia las mujeres y decide usar ropa de varón. Se casa con una mujer y tras ser denunciada se le condena a muerte. El perdón le llega más tarde, sin embargo, en forma de consejo médico y de observancia civil. No es sancionada por hermafrodita sino por desviada, y ahora tiene que asumir el sexo que los médicos consideran dominante, el femenino, y dejar de frecuentar a sus amigas.

 Establecida la norma, se retrae la monstruosidad; pero si ésta resulta violada, es decir, si se hiciera un uso “complementario del sexo anexo”, se agita de nuevo el sustrato salvaje y se juzga por perversión. 


 NOTAS

 1) Francisco Barrera y Domingo: Reflexiones histórico físicas naturales médico quirúrgicas, Ediciones C/R, La Habana, 1953. Tratado de enfermedades de esclavos escrito en Cuba a finales del siglo XVIII. Su autor colaboró con Martín Sessé, creador del Jardín Botánico de México y naturalista encomendado por el Rey para la descripción de las nuevas plantas de América. Al pasar éste por La Habana, Barrera y Domingo le mostró “una lombriz solitaria de 45 varas de larga, de las planas y de un vuen dedo de ancha”, que un esclavo había expulsado. Para Domingo y Barrera ciertos tumores, así como la masturbación y otros “vicios” frecuentes en los negros, constituían monstruosidades. El Gabinete de Historia Natural de Cuba data de 1780; precede a la Casa Botánica de Bogotá, a la Casa de Historia Natural de Río de Janeiro (ambas de 1784) y a los gabinetes de México y Guatemala (1790).

 2) Manuel de Zequeira y Arango: Poesías, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, pp.126-34. “La Ronda” puede leerse como parodia de la Ilustración -de su lenguaje-, en particular en lo que apunta a sus dispositivos disciplinarios y normativos. El poema no anticipa, como se ha dicho, la locura del poeta sino que imagina, por el contrario, la locura de una sociedad que se observa a sí misma en términos de civilización. Un siglo más tarde, será José Manuel Poveda quien mejor represente al monstruo: ver su cuento “La tragedia de los hermanos siameses” (Orto, 1919).  

 3) Sobre las narrativas de lo insólito y lo curioso en los siglos XVII y XVII ver: Steven Shapin: A Social History of Truth: Civility and Science in Seventeenth-Century England, Chicago University Press, 1995; y, Palmira Costa da Fontes: “The Culture of Curiosity at The Royal Society during the first half of The Eighteenth Century”, Notes and Record of the Royal Society of London, 56, 1992, pp. 147-166. En este contexto lo extraño comienza a ser visto, por lo general, como una excepción que confirma la regla -patrón de inteligibilidad. Es por ello que estos discursos apelan a cierta profusión de detalles, a fin de suministrar suficientes pruebas que autentifiquen la veracidad del fenómeno. No sólo el monstruo humano cae en esta cuenta, también casos de longevidad, de sueño prolongado, rejuvenecimiento, superfetación o fecundidad extraordinarias. Ver, por ejemplo: "Noticia extraña de una mujer moza que envejeció pronto y volvió a rejuvenecer", Papel Periódico de la Havana, no 77, 25 de septiembre de 1791, pp. 307-308.  

 4)Antonio Parra: Descripción de diferentes piezas de historia natural (1787), Editorial Academia, La Habana, 1989. Ver las láminas 71, 72 y 73, pp. 194-195. “Esta enfermedad la adquirió -escribe Parra- el año 1777 habiendo empezado del tamaño de una bola de truco, con cuyo motivo pasó al Hospital de San Juan de Dios, en el que tomó las unciones; pero infructuosamente, pues lexos de disminuirse, ha tomado el mencionado incremento, con la singular particularidad de no serle incómoda más que para andar, pues lo executa con trabajo, sin embargo de hallarse robusto, sano y sin el menor achaque. Actualmente se mantiene de pedir limosnas, con cuyo motivo son raros, en esta Ciudad de la Havana, los que no sean testigos oculares de este fenómeno raro de la naturaleza, y los que no se muevan a admiración y compasión de ver una mole tan considerable”.

 5) José Agustín Caballero: “Carta crítica del hombre muger”, La literatura cubana en el Papel Periódico de la Havana, Editorial Letras Cubanas, 1990, pp. 75-78.

 6) José Antonio Saco: “Monstruo”, Papeles sobre Cuba, T-I, Dirección General de Cultura, La Habana, 1960, pp. 392-394. 

 7) Papel Periódico de la Havana, no 19, 5 de marzo de 1795, pp. 74-75. Desde finales del siglo XVIII, y a lo largo del XIX, el monstruo será invariablemente relacionado con la raza negra y sus cruzamientos. En 1882, se le dedica al asunto toda una sesión en la Sociedad de Antropología de La Habana. En la misma, Nicolás Gutiérrez interviene para asegurar que los “cícloples” existentes en los museos de la ciudad, “así como la mayor parte de las monstruosidades”, pertenecen a la “raza etiópica”; Antonio Mestre cree que podría establecerse una “ley analógica” entre la raza negra y sus producciones teratológicas; mientras el Dr. Torralba se refiere a las “condiciones en que se encuentran las razas inferiores” como causa de una “detención del desarrollo” que explicaría dichas “monstruosidades”. La sesión se cierra con un llamado a profundizar en el estudio de las relaciones entre la antropología y la teratología (Actas de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, La Habana, 1966, pp. 140-41.)      

 8) El Museo de Anatomía y la Clase de Clínica, establecidos en el Hospital Militar de San Ambrosio, datan de 1834. Si el hospital fue hasta entonces “refugio de la caridad”, ahora se convierte -de acuerdo con el modelo observacional que se va imponiendo- en instancia “curativa”. Por supuesto, estos cambios corren parejos a una progresiva normativización social.

 9) La Cátedra de Medina Legal fue inicialmente establecida en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1842 se la traslada a la Universidad de la Habana. El curso impartido por su primer profesor, el médico gaditano José Lletor Castroverde, dedicaba un capítulo a la problemática del hermafroditismo. Ver, José de Lletor Castroverde: Discurso inaugural para la apertura solemne del Primer Curso de Medicina Legal y Jurisprudencia Médica, Imprenta de R. Oliva, La Habana, 1839, p. 24. Ver también, sobre fetos monstruosos: “Reglamento que deberá observarse en el Museo Nacional de Anatomía Descriptiva de La Habana cuyo estudio se halla en el ex convento de San Agustín”, Diario de la Habana, no 290, 17 de octubre de 1823; y "Clase de clínica. Oración inaugural que pronunció el Dr. Tomás Romay, catedrático de clínica, el 19 de noviembre de 1834, con motivo de la apertura de esa clase en la nueva sala del museo anatómico construido en el Hospital Militar de esta plaza", Diario de la Habana, no 331, 29 de noviembre de 1834. En la década de 1880 existían en La Habana por lo menos cuatros museos que conservaban monstruos, en particular "cíclopes" (ver: Actas de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba, La Habana, 1966, p. 58 y 140).

 10) Antonio Bachiller y Morales menciona en su “Catálogo de libros y folletos...”, Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en Cuba, T-III, 1861, p. 172, una Historia de los gemelos de Siam publicada en 1835. Al parecer, los gemelos Eng y Chang llegan a La Habana a comienzos de ese año, por lo que el texto citado por Bachiller debió formar parte de la publicidad que ello despertó. Procedentes de Charleston y conducidos por su representante Santiago W. Halle, los siameses serían expuestos “a la pública curiosidad de este vecindario”. Se publica también “Historia de los gemelos de Siam. Unidos por una ligadura que empieza en la extremidad inferior del esternón de ambos y se extiende hasta el abdomen”, Diario de la Habana, no 31, 31 de enero de 1835, pp. 2-3. Y en 1929 ya había parecido, en referencia a los famosos siameses, en artículo “Los mellizos de Siam” acompañado de una litografía de Louis Caire (La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo, 14 de noviembre).

 11) El feto deforme, el lisiado y los siameses son otras tantas derivas del monstruo, pero “menores” pues por lo general no implican conflictos legales -y normativos- de la misma magnitud. En la prensa de finales del XVIII y comienzos del XIX abundan las referencias en este sentido. Veamos algunas: “parda libre acaba de dar a luz una niña con un solo ojo grande en medio de la frente, sin narices y una sola oreja (…) dicen que antes de expirar resollaba por el ombligo” (Papel Periódico de la Havana, no 50, 23 de junio de 1973). Uno de los “monstruos” que más interés despierta, es el que nace del parto gemelar de una negra libre en la calzada de San Luis Gonzaga. Muerto a los pocos días, no tiene cabeza ni extremidades, y lleva en el costado derecho “una mata de pelos”. El Dr. José A. Bernal, que lo asiste hasta su fallecimiento, presenta un esquema del monstruo en la Sociedad Económica, luego de entregar su cadáver al conocido cirujano italiano José Chiappi, quien realiza su disección ante un grupo de galenos entre los que se encuentran Tomás Romay y Pérez Carrillo (Diario de La Habana, 8 de octubre de 1818). El propio Romay había descrito otro caso un año antes: “Expulsión de tres fetos, uno de ellos un monstruo”, Diario de la Habana, 27 de abril, 1817 (y Obras Completas, 1965, t-I, p. 32). Por su parte, la figura del lisiado merece varias recepciones: “Sobre la deformación del cuerpo humano en algunos individuos”, El Aviso, no 318, pp. 1-2; no 320, p. 1; y no 321, pp. 1-2. También en Repertorio Médico Habanero, en un artículo titulado “De la influencia de la imaginación de la madre en la producción de monstruos” (1844; 1; 12; 192) se narra la historia de una mujer que, por presenciar el degollamiento de un cerdo cuando estaba embarazada, le nace un hijo con “una especie de herida o hendidura en la garganta” (…). Ello se explica “pues estando en el tercer mes de su embarazo, época del embrión en que la hendidura subhyoide no está todavía formada, una impresión profunda pudo suspender toda la fuerza formadora”. Consejo: “que se le haga saber a la madre la parte de la acción que la imaginación puede ejercer sobre el hijo, a fin de que en el próximo embarazo se separe la vista de lo que pueda conmover e imprimir un sello indeleble en el débil ser que lleva en su seno”. En Repertorio Médico Habanero también se publicaron los artículos “Monstruosidad. Una mujer con cuatro pechos y cuatro pezones”, firmado por R. Lee (1842; 2(1):12) y “Biografía del hombre esqueleto” (1843; 3(7):241-242), donde se describe la vida de Claudio Ambrosio Seurat, famoso por su endeble constitución física, todo ello apoyado con imágenes visuales. Ver además “Sobre un hombre-esqueleto”, con lámina adjunta, Repertorio Médico Habanero, 1845, 1; 5; 100.   

 12) Caballero escribe (Ob. Cit. p. 76): “No sin gran fundamento los han llamado Diptongos o equivocación de la naturaleza, común de dos en el gesto, ambiguos en las facciones”. Es evidente que la diferencia admite, todavía aquí, un margen aparencial, y tanto más cuando en esta época es el travestismo la principal desviación normativa. A propósito del Hombre-Mujer, Ariès ha escrito que se trata, en la primera mitad del siglo XIX, de alguien que es visto aún como  “aberración de la creación”, y que esta mirada moral y religiosa determina que se le aprecie  “bajo el signo del afeminamiento”. Ariés añade que aunque la Iglesia estaba dispuesta a reconocer una “anomalía física”, predomina la idea de tratarse de un “sospechoso, expuesto por su naturaleza al pecado”, siendo por ello que se le asocia a la mujer, encerrándosele como a ella, o vigilándosele como a un niño (Philippe Ariés: “Reflexiones en torno a la historia de la homosexualidad”, en Sexualidades Occidentales, 1987, Editorial Paidós, Argentina, p. 108) El discurso positivista de finales del XIX se ocupará de estrechar este margen de apariencia, a partir de la descripción de signos físicos y mentales presentados como pruebas objetivas de homosexualidad. Para el caso cubano consultar “La pederastia en Cuba”, de Luis Montané, en Primer Congreso Médico Nacional, La Habana, 1890, pp. 117-25. 

 13) Michel Foucault, Los anormales, FCE, 2000. Ver Clase del 22 de enero de 1975, pp. 61-82. El caso de Ana Grandjean se desarrolla en pp. 79-81. 

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