Con este título ha publicado la Real Academia de medicina y cirugía de Barcelona una excelente memoria que leyó en una sesión extraordinaria pública de la misma Academia el distinguido joven D. Emilio Pi y Molist, bien conocido ya por otros buenos escritos, médico mayor del Hospital General de aquella ciudad, y encargado de su departamento de locos. Este profesor, que comisionado por la Administración de dicho Hospital, hizo en 1854 un viaje facultativo a Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania e Italia, da una extensa noticia de la colonia de Orates de Gheel en Bélgica, y presenta una bella descripción histórico-médica de este antiguo y singular establecimiento manicómico que ha llamado siempre la atención de cuantos han tenido noticia de él o han podido conocerlo y visitarlo. Copiaremos algunos pasajes de esta descripción para dar una idea de aquella maravillosa colonia de Orates.
«Puede decirse que el distrito de Gheel es un vasto manicomio, pues por costumbre inmemorial casi todos los habitantes hospedan y cuidan en su casa a uno o más locos procedentes de varias provincias del reino… Es una institución antiquísima, extraordinaria, singular, que no ha tenido ejemplo, ni tiene igual ni semejante en ninguna parte del mundo. Al llegar el forastero a Gheel, nada advierte en los primeros instantes que le dé a conocer tan extraño establecimiento-, pues ni en la calle, ni en la plaza, ni en las casas nota particularidad alguna que las distinga de la que ha visto en el camino. Solo después de un breve examen, vienen á llamarle la atención ciertos individuos casi uniformemente vestidos, cuyo aspecto y maneras tienen algo de irregular e inexplicable: unos que le miran con aturdimiento, otros con ceño; este que parece querer escapar á sus miradas; aquel que le saluda afectuosamente sin haberle visto jamás de antes; ese que le hace al pasar una seña rara e incomprensible; uno que pasea con arrogancia y aire de grande; esotro que anda a paso corto y vacilante, porque tiene los pies trabados con una cadenilla. Entonces comprende el forastero quienes son los desgraciados que se hospedan en aquel pueblo entonces conoce que se halla en la colonia de Orates.
Para el servicio higiénico, médico y farmacéutico se ha dividido el término de Gheel en tres distritos, cada uno de los cuales está a cargo de un médico subordinado a un médico inspector que preside a los tres. Uno o más vigilantes, según las épocas y urgencias, cuidan de mantener el orden y tranquilidad en la calle, edificios públicos y particulares, y de evitar la evasión de los enajenados. Hay una ropería para el servicio de estos í cargo de un guarda-almacén, que tiene además la obligación de examinar cada trimestre el estado del vestuario de los locos, y disponer las composiciones necesarias del mismo ó su total renovación
Divídense allí los locos en dos clases principales, a saber: indigentes y pensionistas. A los primeros, si son súbditos belgas, los mantiene el Ayuntamiento de su respectivo domicilio; si extranjeros el Ministro de Justicia. Los segundos son mantenidos por sus propias familias. El habitante que hospeda en su casa a uno o más locos, se llama nouricier (patrón), el que da albergue a uno o más pensionistas, se apellida hóte (huésped). Los reglamentos señalan minuciosamente las obligaciones anejas a entrambos cargos. Al tiempo de mi visita habla en la colonia unos 600 patrones y 6O huéspedes. El número total de locos es, por término medio, de 900 a 1,000, en cada casa suele hospedarse uno o dos, y en algunas, bien que muy pocas, hasta tres.
Al llegar un loco a Gheel es conducido a la casa del Ayuntamiento, donde el patrón o huésped destinado al efecto, se encarga de él, y lo conduce á su propia morada. Allí le quita las ataduras, si las lleva, lo acaricia, le promete las mayores atenciones y obsequios, procura inspirarle confianza y a la vez adquirir sobre el amistoso ascendiente. Desde luego el enfermo es tratado como un individuo de la familia, con la que se sienta á la mesa, sale á paseo, la acompaña en sus oraciones y en sus sencillos pasatiempos. Si es tranquilo y no muestra intención de fugarse, se le deja en libertad para estar en cualquier aposento de la casa y para ir a donde le agrade, con tal que no se aleje mucho. Si por el contrario está agitado y significa su deseo de huir o lo intenta, se le sujeta con alguno de los instrumentos acostumbrados, cuyo uso se continúa hasta que se juzga desvanecido el peligro, lo que por punto general suele tardar a lo sumo dos e tres días. Entre tanto se la persuade a que desista de su propósito, y especialmente se le amansa y agasaja a fin de que cobre afecto a las personas que le rodean y le sea grata su nueva morada. El médico del distrito le visita en los primeros momentos; fija, si es posible, el diagnóstico de su enfermedad mental, y da al patrón las instrucciones conducentes para empezar el plan curativo que debe emplearse. Desde que es admitido, hállase el orate, según el espíritu y la letra de los reglamentos, bajo la custodia y vigilancia inmediata de su patrón; a quien incumbe cuidar de que aquel no incomode a nadie ni perturba la tranquilidad pública, y toca además responder de los perjuicios que acaso arrogue a los vecinos.
Los orates son propiamente en Gheel una raza exótica, pero injerta en la masa de su población y como identificada con ella. Si la agitación no exacerba su delirio, gozan de libertad casi absoluta; se pasean por el lugar y sus contornos; entablan relaciones de amistad con otros compañeros de infortunio y con tos habitantes; los hombres ayudan a sus patrones en los trabajos del campo o de otros oficios, y las mujeres hilan, hacen encajes, o sirven también a sus patronas en las faenas domésticas. De suerte que, como se decía en su informe, ellos y ellas son útiles a la sociedad que al parecer debía apartarlos de sí, y al paso que la colonia proporciona brazos a la agricultura, a las diferentes industrias y profesiones, aquellos desventurados encuentran en el trabajo una distracción que no puede dejar de contribuir eficazmente al recobro de su salud. Hállanse en Gheel, no solo obreros de todas clases, sino también profesores de lenguas, dibujo y escritura. Los más sosegados concurren de vez en cuando al café y a las cervecerías, donde se presenta con frecuencia el espectáculo singular, y casi increíble en otro país, de algunos locos sentados a una mesa, departiendo alegre y tranquilamente entre sí, jugando a los naipes o a otros juegos lícitos, bebiendo cerveza y fumando en pipa á la usanza de la tierra...
En todas partes las voces descompasadas, los dislates, los gestos y posturas ridículas de los orates excitan la risa de los circunstantes, mas no así en Gheel, cuyos naturales, acostumbrados desde la cuna a vivir en su compañía, ni siquiera parecen advertir sus extravíos, o si los advierten, no hacen mofa de ellos, antes procuran ocultarlos a la vista del público, disimulando do este modo la degradación moral de aquellos desventurados. Lección elocuente para los habitantes de las ciudades populosas que tuvieron a mengua poner en parangón su cultura con la de los oscuros labriegos de Gheel, y que tan a menudo dan pábulo con su indiscreta curiosidad e imprudentes carcajadas a la perturbación mental de los infelices que pueblan los manicomios..... "
Sigue el autor dando curiosos e interesantes pormenores acerca del cariñoso esmero y particular afecto con que los vecinos de Gheel tratan a sus locos; de la módica pensión con que se les retribuye, de las curaciones que se obtienen, etc., y añade: «Dedúcese de todo lo dicho que la colonia de Gheel ofrece ventajas indispensables, inherentes a su naturaleza y que con dificultad pudiera reunir en igual grado el mejor asilo manicómico. Tales son la residencia de los orates en un país sano y ameno; la libertad casi absoluta de que gozan; la facilidad con que pueden dedicarse a un trabajo higiénico terapéutico a la par; el precio ínfimo de las estancias; el hábito que tradicionalmente tienen los naturales de vivir con tocos y cuidarlos; la caridad con que los tratan; y sobre lodo, la vida de familia, la existencia de uno o dos locos por cuatro o cinco personas término medio de los habitantes de cada casa, excluidos los de menor edad; la vida social privada de violenta evitaciones que tantas veces alteran la salud, y especialmente instituida para el tratamiento de las enfermedades mentales.»
Escrito por Colegio de Abogados de Madrid
Boletín de la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, Volumen 7, Madrid, 1857, pp. 61-62.
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