Versos y oraciones de caminantes, por León Felipe.
Libro II. Instituto de las Españas. New York
El poeta comparte con la fruta y con la
estrella la humildad de nacer en silencio y el lujo de pasar inadvertido. Un
pulquérrimo volumen, editado por el Instituto de las Españas, nos trae a Cuba
la empresa de este poeta español. León-Felipe, cuyo nombre -de traza tan
artificial- sólo teníamos asociado a la admirable traducción de España
Virgen, de Frank. Debimos entonces sospechar que una versión tan fina y
segura sólo podía ser la obra de un poeta, y de un poeta muy pasado por lo
sajón. Y ahora le encontramos. Poeta de toda genuinidad, de acentos a la vez
nuevos y viejos -tradición e invención-, de una delicadeza enérgica y de un
misticismo terrenal. La precisa nota con que abre el volumen el Instituto acaso
no sea realmente precisa. Todo está evidente en el misterio incólume de estos
poemas, salvo la iniciación de “espíritu dolorido y melancólico” en el León-Felipe
de 1920, fecha de su primer libro. Todo: así se explica la amalgama de
elementos en esta poesía: trascendentalismo que vuelve siempre al humano; misticismo
altivo, casi herético -tuteo de Dios-; sentido másculo y optimista de la tarea
de vivir, y de su solaridad y de su finalidad en sí: escepticismo cristiano, reforzado
en lo puritano, matizado por la ironía:
del paño de la túnica de Cristo
le
no he contado unos breeches a Dionisos.
Aleación del oro viejo español y del acero de Whitman.
Dejos cruzados del Arcipreste y de Nietzsche, de la música de las esferas y el
surco de los aviones. Y, junto al verso de lirismo desnudo, los deliciosos
hallazgos de dinámica metafórica -anécdota de la imagen- como “Y la luna?”, o
dechados de ingenio filosófico como “Enmienda”. Un poeta de acento breve y
noble. Mch.
Revista de Avance, 15 de junio de 1930.
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