miércoles, 12 de febrero de 2025

De la locura sensorial II

 

 José Joaquín Muñoz 


 5ta Observación. —D. F. de 55 años de edad, obrera, entró en el hospital el día 15 de Abril de 1860. Esta mujer había salido el 10 de Julio de 1859 del Asilo de Mareville. A su entrada en la Salpêtriére había hecho una tentativa de fuga. He aquí su estado cuando la observamos por primera vez. Sentada, con la cabeza baja, la mirada fija en el suelo, parecía como absorta en sí misma, no atendiendo a lo que pasaba en su derredor: de tiempo en tiempo hablaba sola; a veces parecía como que escuchaba y en seguida contestaba a su figurado interlocutor. Cuando se la interrogaba, respondía con claridad y breve mente; pero si se la dejaba de preguntar, volvía a caer en el aislamiento moral en que estaba. Nos dijo, a fuerza de preguntas repetidas: "Hace ocho días, poco más o menos, que comencé a oír voces que me decían multitud de horrores, desde entonces esas voces no han cesado de atormentarme noche y día; me han prohibido que me acueste y seis noches hace que las paso sentada en una silla sin dormir; tengo muchos deseos de acostarme, pero he debido obedecer a esas voces: también me han prohibido que trabaje, y como no tengo ya dinero, no he comido nada. Que me maten de una vez, eso valdrá más que obligarme a oír continuamente cosas tan horribles: ¿qué les he hecho yo, Dios mío, para que me acusen de ladrona y borracha? ¿Es culpa mía si no tengo una fisonomía que les agrade? ¿acaso depende esto de mi voluntad?"

 Esas voces que oye la enferma, son unas veces fuertes, otras débiles; ella distingue los diferentes tonos de voz, de hombres, de mujeres y de niños. F. tiene el rostro encendido, congestionado, el pulso pequeño (a 70); la piel no está en su calor natural; no hay estreñimiento, ni cefalalgia, ni ruido en los oídos; no hay alucinaciones de otros sentidos.

 El día 8, F. se halla mucho mejor, trabaja todo el día, pretende no oír ya nada de lo que antes oía y afirma que de lo pasado solo tiene recuerdos muy vagos. Tres semanas después tuvo una recidiva, las alucinaciones se reprodujeron, pero no duraron más que menos cinco o seis días. El tratamiento empleado consistió en el aislamiento, algunos baños generales tibios y tisanas temperantes.

 6ta Observación. —S. de 50 años, entró el 7 de Julio de 1841 en la Salpêtriére, servicio de Mr. Mitivié; hacia ya nueve meses que se sentía perseguida por temores quiméricos; se figuraba que desarreglaban los muebles y efectos de su habitación; varias veces creyó que le robaban pequeñas sumas de dinero; de aquí le provino una grande aprehensión y sospechas contra todas las personas que la rodeaban.

 Dos años consecutivos había estado sin menstruar, pero tres meses antes de su entrada en el hospicio le bajaron sus reglas copiosamente, y desde entonces no han vuelto a aparecer.

 El 4 de Julio por la noche, estando acostada y cuando empezaba a dormirse oyó un fuerte ruido en la chimenea de su aposento. Despierta entonces del todo muy asustada, pero el ruido continuaba junto con su sobresalto, y así pasó gran parte de la noche. La enferma hacia esfuerzos para resistir al sueño, temerosa de que la sorprendieran; sin embargo, llegó a dormirse y cuando despertó al día siguiente, el ruido había cesado.

 La noche inmediata, después de acostarse, iba ya cogiendo el sueño y el mismo ruido empezó durando también toda la noche sin embargo, así que despertaba del todo, que se sentaba en la cama y llamaba a su perrita hablándola para asegurarse de que no estaba sola, el ruido desaparecía. Estas alucinaciones del oído cesaron espontáneamente algunos días después de la entrada de S. en el hospicio. (Baillarger, ob.-cit.)

 7ma Observación. —A. de 39 años de edad, había tenido ya varios accesos de delirio, cuando recayó enferma inmediatamente después de una supresión del menstruo.

 He aquí como empezó este nuevo acceso: la enferma tiene primeramente sustos y temores infundados; una noche se despierta sobresaltada y temblorosa, permanece largo rato sin poderse tranquilizar completamente, y al tiempo de dormirse por segunda vez fue presa de fuertes alucinaciones. Veía figuras y caras horrorosas que la hablaban aterrándola con sus voces; entonces salta de la cama, enciende una vela y con la presencia de la luz las alucinaciones desaparecen.

 Al cabo de unos cuantos días las visiones se presentaron ya a pesar de la luz: la enferma oía voces durante una gran parte de la noche y aun del día. Las alucinaciones de la vista por el contrario no se producían nunca sino al momento del sueño.

 Dos días después de entrada esta enferma en el hospicio, se le hizo una aplicación de sanguijuelas a los muslos; la menstruación reapareció y las alucinaciones cesaron desde el mismo día. Dos semanas más tarde, continuando bien la enferma, se la dio de alta.


 8va Observación. —L. a los 50 años de edad sufrió acceso de locura sensorial aguda. Siete años después un nuevo ataque sobrevino bajo la influencia de grandes pesares y del abuso de bebidas alcohólicas. Desde un principio experimentó fuertes alucinaciones de la vista, del oído, del olfato y del tacto que la condujeron a una tentativa de suicidio. A los doce días de la invasión de su mal, L. fue conducida al hospicio, en donde después de diez y siete días de tratamiento, la enfermedad desapareció sin dejar vestigio alguno.

 9na Observación. —H. de 61años de edad, de constitución pictórica, tenía por costumbre sangrarse de tiempo en tiempo para corregir su temperamento. Un día tuvo una fuerte congestión a la cabeza, se hizo sangrar copiosamente y a la subsecuente noche fue atacada de alucinaciones del oído. La enferma oía gritos y voces de personas extrañas que conspiraban contra ella dirigiéndole injurias, amenazas y obscenidades.

 Conducida al hospicio el día 16 de Setiembre de 1859 fue sometida al uso de los baños generales tibios aromáticos y a un régimen tónico, a beneficio de lo cual y de un aislamiento bien dirigido, logró curarse en el espacio de algunas semanas.

 Las tres observaciones siguientes las he tomado de los Sres. Baillarger y Blaud. Dos de ellas ofrecen entre si una grande analogía, y son notables por el carácter particular que presentan.

 10ma. Observación. —En uno de los pronunciamientos que ensangrentaron la ciudad de Paris en Abril de 1831, la mujer de un obrero que estaba en cinta hacia ocho meses, entraba en su casa a tiempo que su marido que se hallaba en la puerta, caía al suelo mortalmente herido de un balazo en el pecho. Al día siguiente pare la viuda con toda felicidad; pero al décimo día de parida, el delirio estalla. Desde el principio de este, la enferma oye el ruido del canon, del fuego graneado y el subido de las balas; huye al campo creyendo que alejándose de Paris, evitaría oír el ruido que la perseguía. Detenida entonces y conducida a un hospital de locos, curó al cabo de un mes de tratamiento.

 En el transcurso de diez años, ha tenido esta enferma seis accesos semejantes y siempre las mismas alucinaciones se han re producido desde el principio del delirio, y en todos ellos la enferma ha fugado al campo para evitar el ruido del tiroteo.

 Muchas ocasiones, en la precipitación de la fuga, ha caído al agua: dos veces se había lanzado voluntariamente a un rio para salvarse del suplicio que la hacían sufrir esos ruidos, recordándole a cada instante la muerte de su marido y haciéndola presagiar grandes desgracias.

 11na Observación. —El día 10 de Setiembre de 1820, Mademoiselle de B., de 16 años de edad y de constitución nerviosa, se hallaba en una casa de campo donde pasaba habitualmente el estío. Un día estaba bordando en su aposento, cuando de repente oye una voz fuerte y sonora que la llama por su nombre y que le parece salir de la misma habitación donde trabajaba; levanta vivamente la cabeza, pero no ve a nadie: algunos instantes después oye la misma voz; asustada, se levanta precipitadamente y sale de la casa; la voz la persigue siempre, corre por los campos hasta que agobiada por el cansancio y del miedo, cayó desmaya da. Su madre y los criados de la casa acudieron en busca de la fugitiva, la trasportaron a su habitación en donde recuperó el sentido algunos instantes después. La misma alucinación se reprodujo por tres veces en el transcurso de un mes; pero no volvió a aparecer en lo sucesivo, y la enferma curó radicalmente.

 12da Observación. —María Ch. de 56 años de edad, experimentó el 8 de Febrero de 1826 una fuerte emoción por haber presenciado un ataque epiléptico que por primera vez invadió a su marido.

 Dos semanas más tarde, le sobrevino una fiebre intensa acompañada de erupción pustulosa en los labios con tumefacción de los ganglios del cuello. El tercer día de fiebre por la noche, se despierta sobresaltada y ve al rededor suyo unos monstruos horrorosos que parecían quererla devorar; se levanta, enciende su lámpara y estas visiones fantásticas desaparecen. Al día siguiente estuvo agitada y una ansiedad extrema se revela en su semblante. Por la noche, las mismas visiones aparecen apenas se acuesta la enferma; pero dejan de producirse así que enciende la luz. Esto se repite a la noche siguiente. Por la mañana al levantarse se admira de ver que todos los objetos que la rodean han tomado unas dimensiones colosales; el techo de su habitación le parece tan elevado que apenas puede distinguir sus con tornos; la anchura del aposento también le parece inmensa. Las calles son para ella desmedidamente anchas; todos los individuos que ve son gigantes; no se atreve a ir sola por las calles y quiere que la acompañe alguien, porque teme perderse en el espacio infinito que la rodea y le parece que ella no es más que un simple átomo al lado de la persona que le sirve de apoyo. Experimenta sustos, temblores, palpitaciones al corazón causadas por el terror que la agita &c.

 Este estado persiste hasta el día 15 de Junio siguiente, en cuya época empezó a mejorarse y al poco tiempo la salud era evidente. El tratamiento empleado consistió en el uso de los antispasmódicos, y particularmente de la raíz de valeriana, de baños generales tibios y del aislamiento. Las dos observaciones que siguen las hemos tomado en nuestra clientela particular.


 13ra Observación. —D. F. de 36 años de edad, temperamento nervioso linfático, constitución delicada, sin antecedente hereditario, tuvo el día 7 de Marzo del año actual (1862) un acalorado disgusto con su esposo hallándose en su período menstrual. Hacia ya algunos meses que F. vivía mortificada por que su marido no quería expulsar de la casa a un empleado, que parece hubo de tomarse algunas licencias para con ella dirigiéndole palabras amorosas; y como no podía decir a aquel el verdadero motivo de su aversión al empleado, quería ser complacida sin explicar el motivo de sus exigencias. Por último, viendo que el esposo estaba renuente a darle gusto, se dirigió al mismo empleado y le intimó a que saliese en el acto de su casa, porque de lo contrario, tendría que informar a su marido de lo que pasaba. El empleado obedeció, pero al marcharse juró vengarse de ella. F. quedó algo preocupada por la amenaza que acababan de hacerle.

 A los tres días de este acontecimiento tuvo lugar el disgusto indicado al principio, a causa de una mala venta de tabaco que el marido hizo. A partir de este día la enferma siente una gran sofocación con calor a la cabeza, su menstruación se suprime y en la noche de este mismo día al tiempo de dormirse, ve la sombra de su marido que se acerca a ella con aire amenazador; se despierta del todo muy asustada, salta de la cama y corre a la pieza inmediata a la suya en la cual dormía su hermana: llama a ésta y le pide auxilio; la hermana despierta, enciende una vela y encuentra a F. acurrucada en un rincón del aposento muy sobresaltada y temblorosa; la tranquiliza asegurándole que nadie podía hallarse en aquel aposento estando su marido ausente, logrando tranquilizarla y convencerla. Vuelve a acostarse F. y al conciliar de nuevo el sueño, las mismas visiones se reproducen, y además oye un ruido muy fuerte en su propia habitación; se levanta otra vez y ya entonces no quiere dormir si no con la hermana y dejando la bujía encendida. F pasa el resto de la noche muy agitada: el día siguiente tuvo una fuerte cefalalgia que le duró una gran parte del día. Por la noche y al tiempo de dormirse, vuelven las visiones fantásticas y el ruido; se despierta del todo y oye clara y distinta mente la voz de un hombre que le dice mil oprobios, injurias y palabras obscenas.

 Estas alucinaciones duraron así algún tiempo, reproduciendo se únicamente por las noches y más tarde durante el día también. Una vez, estando tranquilamente sentada a la mesa al lado de su esposo, oye de repente abrir y cerrar las puertas de una pieza vecina al comedor y en la cual tenía este unos tercios de tabaco; oye también como los pasos de varias personas, y obliga al marido á que fuera a sorprender a los ladrones que se llevaban el tabaco.

 Varias veces había visto al dependiente expulsado por ella, que entraba en su aposento y le dirigía palabras de amor. Más tarde F. tuvo alucinaciones del tacto; le parecía que por momentos le quemaban un brazo, la espalda, un pie &c. y que le vaciaban un jarro de agua muy fría por el pecho.

 Por lo demás, esta enferma no había tenido ni exaltación, ni depresión de sus facultades, reconocía a todos sus parientes y amigos, era atenta y obsequiosa con todos. Ninguna otra lesión parcial del entendimiento pudo descubrirse en ella; no había tenido impulsiones insólitas de especie alguna; solo sí, concepciones delirantes relativas a sus alucinaciones: así por ejemplo cuando sentía que la quemaban, decía "que Dios habría sin duda permitido que la martirizasen de ese modo, para castigarla del crimen que había cometido ofendiendo a su marido con el pensamiento." Además, creía firmemente en la realidad de sus falsas percepciones, y no comprendía el motivo porque se la hacía sufrir.

 Es necesario advertir aquí que esta mujer no ha tenido nunca mucha inteligencia y que carece de instrucción, lo cual explica la dificultad con que siempre se ha expresado cuando ha querido dar cuenta de ciertos hechos que le eran propios.

 Esta enferma fue entregada a nuestra asistencia el día 16 de Mayo último, es decir, después de más de dos meses do enfermedad, y el día 12 de Julio siguiente se hallaba en perfecto estado de salud moral. Ya desde el 1ro de Junio las alucinaciones hablan cesado. El estado general fue gradualmente modificándose; la nutrición se restableció de un todo, la enferma tomó un as-" pecto de salud floreciente.

 Hoy 30 de Setiembre hemos sabido que continúa en el mismo estado, y como si jamás hubiese estado loca.

 El tratamiento empleado en esta mujer consistió principalmente en el aislamiento relativo, el uso de baños generales tibios con duchas de corrección según el método de Leuret, las tisanas diluentes sub-ácidas y buena alimentación. 

 La duración de la enfermedad es generalmente corta; puede a veces no durar sino algunos instantes. Ejemplo: un sujeto se acuesta a las diez de la noche estando perfectamente sano, y apenas acaba de apagar la luz y echarse en la cama cuando de repente oye una voz que le asusta a tal punto que se levanta, corre al balcón y se precipita a la calle; en la caída se fractura una pierna; pero las alucinaciones cesaron y no volvieron a producirse &c (Baillarger.) El acceso puede durar unas horas (Observación 11na) y prolongarse otras veces dos y tres días. En fin no es muy raro verle aparecer durante ocho, quince y veinte días.

 La terminación de esta forma de la locura sensorial es por lo común feliz, ya de un modo espontáneo, ya a beneficio de los medios más simples de tratamiento. Una impresión moral fuerte suspende a veces las alucinaciones, y estas no vuelven a aparecer.

 A veces la enfermedad pasa al estado crónico.

 El delirio producido por las alucinaciones cesa generalmente al mismo tiempo que estas; en ciertos casos sin embargo los enfermos continúan creyendo en la realidad de sus falsas percepciones, pero esto desaparece también a beneficio de un tratamiento moral adecuado y bien dirigido.

 Pronóstico. —Esta forma de la locura sensorial tiene un pronóstico poco grave en cuanto al acceso mismo; este es en la mayor parte de los casos curable, pero la recidiva es frecuente. Ahora, si se considera que la aparición de un acceso de locura sensorial es como el indicio de una predisposición a la locura, en general, el pronóstico es evidentemente grave; y en efecto ¿quién podrá asegurar que una recidiva en estos casos no tendrá otro carácter?

 Diagnóstico. —Este es siempre fácil: los enfermos en general hacen con la mayor tranquilidad la historia de su mal; cuentan las alucinaciones que han tenido, los actos a que se han dejado arrastrar, creen o no en sus falsas percepciones, pero no tienen esa fuerte convicción de la realidad de estas, como se observa más comúnmente en los individuos afectados de la forma crónica del mal; aquellos se hallan más bien admirados que convencidos de sus alucinaciones, y no es sino con mucha lentitud que llegan á tener ideas bien fijas respecto a la causa de sus falsas sensaciones.

 Tratamiento. —Los medios de combatir esta enfermedad son ordinariamente muy sencillos. El aislamiento, el trabajo físico, y á su tiempo las distracciones, luego los baños generales tibios, ligeras dosis de opio por las noches, los laxantes y un régimen conveniente, bastan para curar un acceso ordinario de locura sensorial aguda.

 Si las alucinaciones se prolongan, puede emplearse el extracto acuoso de Datura Stramonium en píldoras a la dosis de 5 centigramos cada una, o la tintura alcohólica de esta misma planta en poción a la dosis de 20 a 25 centigramos. Este remedio ha dado excelentes resultados en estos casos, según nos ha enseña do la práctica del Dr. Baillarger y otros alienistas franceses así como nuestra propia observación.

 La supresión del menstruo y los estados congestivos que se observan en el curso de esta afección o en su principio, suministrarán indicaciones especiales que se deben desde luego llenar. En las observaciones 2da y 7ma que hemos transcrito más arriba, se ve que la curación siguió inmediatamente a la aparición del flujo catamenial.

 Cuando la afección sucede a la abstinencia prolongada, a las emisiones sanguíneas &c., es necesario ayudar el tratamiento por medio de un régimen reconstituyente adecuado y el uso de los tónicos &c. Deben combatirse igualmente las diátesis que puedan estar ligadas al padecimiento moral; de esta suerte se pondrán en uso los medios anti-escorbúticos, anti-sifilíticos, anti-escrofulosos &c.

 Como las alucinaciones agudas se presentan con más frecuencia durante la noche, los baños generales tibios, tomados antes de acostarse, serán particularmente muy útiles en esos casos. 


 B. Forma crónica. —El estudio de esta segunda forma de la locura sensorial es mucho más importante que el de la primera. En efecto, él abraza la historia de todos esos enfermos que se designan comúnmente en los hospicios bajo la denominación especial de alucinados; es decir, todos aquellos que presentan un delirio parcial continuo sostenido por alucinaciones. Este delirio es a veces tan limitado, que muchos de esos alucinados pue den vivir en sociedad y confundirse con los individuos sanos de espíritu.

 En fin, es la "Monomanía sensorial" cuya existencia en muchos personajes históricos ha querido demostrarse.

 Emprendamos pues su estudio con todos los detalles que requiere la importancia de tan interesante materia.

 Los sujetos afectados de locura sensorial crónica, son unos monomaniacos que lejos de vivir en el abatimiento y la inercia del melancólico, conservan al contrario cierta energía y actividad, cuyos diferentes grados reconoce fácilmente un ojo práctico.

 Estos enfermos se distinguen en los asilos de enajenados por su buen porte: algunos hay que carecen de esta cualidad, pero generalmente en su aspecto exterior no denotan un gran trastorno mental. Si nos refiriésemos a los que, a pesar de las alucinaciones que sufren, continúan viviendo en la sociedad de los cuerdos, diríamos lo contrario, porque estos se hacen notar a causa del abandono de sus vestidos; pero si se les colocase en un hospicio de enajenados, pasarían por enfermos cuidadosos. Hay por otro lado en la sociedad, y aun en los hospicios, alucinados cuyo exterior es irreprochable, y que conservan todas las apariencias de la más perfecta salud moral.

 La fisonomía de estos enfermos es por lo común tranquila, pero como preocupada; no denota ciertamente el género de su delirio; mas para un observador atento sí revela algo de particular: la mirada sobre todo indica un no sé qué de vago, pero que representa más bien el sello de la locura en general, que el de las alucinaciones mismas.

 Si se observa a los alucinados abandonados a ellos mismos, se descubren al punto algunos signos, que por sí solos bastarían a indicar el género o especie de delirio. El enfermo se mantiene separado de los otros, no hace atención a nada de lo que pasa en derredor suyo, escucha y luego responde, a veces se molesta, anda precipitadamente y cuestiona con los que halla a su paso; otras veces fija la mirada sobre un punto y permanece como absorto en una especie de contemplación (Esquirol ha marcado estas distracciones de los alucinados.) Si trabajase, le ve detenerse bruscamente para escuchar y luego responder a lo que cree oír. Por lo común el alucinado continúa su trabajo y se limita a volver la cabeza a un lado u otro pronunciando algunas palabras.

 De esta suerte puede descubrirse la dirección que traen las voces que oye el enfermo. Hemos conocido una alucinada que para responder a las voces que oía, levantaba la cabeza y miraba al techo de su habitación; otra que se encorvaba y dirigía su voz hacia el suelo, otra que volvía la cara hacia atrás para responder a su interlocutor que le parecía estar en esta dirección. En fin algunos parecen responder a interlocutores lejanos. Se ven también enfermos que dirigen gol pes al aire, que parecen batirse contra fantasmas, pero estos casos no son comunes.

 Los alucinados hablan a menudo solos, particularmente duran te la noche. Tales son, poco más o menos, los signos exteriores por medio de los cuales puede ser reconocido un alucinado. Las alucinaciones que con más frecuencia aparecen en este género de locura son las del oído. Dice Mr. Baillarger que "ellas caracterizan la monomanía de los sentidos en proporción de un 80 por 100." Las alucinaciones de la vista, que, como hemos dicho ya, son más comunes en la forma aguda del mal, no existen en general sino como fenómeno pasajero. Las alucinaciones del olfato y del paladar no son raras, pero si menos frecuentes que las del tacto y de la sensibilidad general.

 El delirio de los alucinados consiste primeramente en la creencia que tienen de la realidad de sus falsas percepciones, y luego en la explicación que procuran dar de esos fenómenos. La convicción de sus creencias por otra parte no se establece sino por grados, aunque a veces es íntima desde el principio del mal.

 Los alucinados oyen voces que les persiguen por todas partes, que les calumnian, les insultan y llenan de oprobios; o bien sien ten olores infectos, o experimentan sabores más o menos raros &c.

 ¿Cuál es la causa invisible de todas estas sensaciones? ¿por qué medio se consigue provocarlas? Estos son los dos problemas que cada alucinado trata de resolver, pero de un modo diferente según la educación que ha recibido, según su profesión, sus creencias y las de la época en que vive &c.

 Nada hay más curioso que esas explicaciones delirantes tan variadas y tan diversas, y que son sin embargo la expresión de un fenómeno único y constante.

 Esquirol ha dicho que hasta cierto punto podía tratarse la historia de un país por las concepciones delirantes de los enajenados. Esto no deja de ofrecer un fondo de verdad: un ejemplo de la exactitud de este aserto se encuentra en las siguientes palabras del profesor Baillarger. "Tenemos un hospicio de alienados en el cual los diversos gobiernos que se han sucedido en Francia de cincuenta años a esta parte, son recordados todos por el delirio de los enfermos. Luis XVI, Robespierre, Napoleón I, Luis XVIII, Carlos X, Luis Felipe, aparecen a cada instante en los discursos de los alienados, que se creen parientes de estos personajes cuan do no sus mismas imágenes." (Lecciones orales de la Salpêtriére, 1849)

 Lo que ha dicho Esquirol de la locura en general, puede más propiamente decirse de la monomanía de los sentidos. Las explicaciones de los alucinados reflejan en efecto las creencias de cada época. De esta suerte se comprende cuan diversas serán las formas que afecte la monomanía sensorial; los encantamientos y hechicerías, la creencia en el espíritu maligno, el terror a los empleados de justicia, el magnetismo, la electricidad &c. han sido otros tantos agentes y motivos de persecución para los alucinados de distintas épocas. La demonomanía de la edad media, según los autores que la han descrito últimamente se acompañaba de alucinaciones, y precisamente estas falsas percepciones son muchas veces el fenómeno inicial, el verdadero punto de partida de la enfermedad, y permanece siendo el síntoma principal; por tanto, la demonomanía no es verdaderamente en estos casos sino una explicación de las alucinaciones.

 He aquí una observación inédita que el Dr. Baillarger tuvo la bondad de facilitarnos el año próximo pasado y que recuerda todos los hechos que sobre este particular se observaron en la edad media:

 "El día…. de 1842 condujeron al hospicio de alienados de .... a la señora R. de edad de 40 años, que la policía había aprehendido en la calle porque se hallaba fuertemente agitada y dando gritos.

 "La vimos algunas horas después de su entrada en el hospicio: era una mujer morena, pequeña, pero muy bien constituida; sus ojos negros, vivos y brillantes tenían una expresión particular que llamó nuestra atención.

 "Encontramos la enferma ocupada ya en su trabajo, su porte era excelente, é interrogando a las enfermeras, supimos que desde su entrada R. había estado muy tranquila y razonable.

 "Dirigimos a la enferma diversas preguntas sobre su posición su país, su familia &c.: a todo nos respondió perfectamente. Las causas, pues, de su entrada en el hospicio no se hallaban muy bien explicadas, R. pretendía haber sido aprehendida sin motivo, y no nos fue posible obtener otros datos por parte de la enferma.

 "Ella sin embargo reconocía su situación, sabía que estaba entre locas y parecía esperar con resignación el juicio que los médicos harían sobre el estado de su razón.

 "Este juicio no podía serle desfavorable, y por lo tanto lo restituirían la libertad; "se me interrogará todo lo que quieran, decía, y se verá si estoy loca."

 "Así se pasaron los dos primeros días; la enferma interrogada por distintas personas, permanecía impenetrable, o más bien parecía haber sido víctima de un error. Podía suponerse también que había tenido uno de esos accesos pasajeros de delirio que no dejan indicio alguno de su preexistencia y el cual no quería R. admitir. Pero esto no era probable, la expresión de la fisonomía de R. no era natural y evidentemente había aquí disimulo.

 "El tercer día, en fin, aparecieron señales de delirio, R. pasó una parte del día orando y supimos que había preguntado varias veces lo que se hacía a las personas que tenían accesos. Quisimos saber de qué clase de accesos hablaba la enferma, pero se negó q explicarlo; sin embargo, anunció que a las seis de la tarde tendría un ataque y agregó que no se asustase nadie porque no haría daño alguno. 

  


 Los informes que hemos referido debían excitar nuestro interés; fuimos al lugar donde se hallaba la enferma, que se paseaba en el fondo de un patio, volvimos a interrogarla con la misma precaución que lo habíamos hecho anteriormente y oímos con placer que R se hallaba dispuesta a contestarnos. No obstante, se hizo aun rogar mucho, temía sobre todo que se burlasen de ella cuando supieran su secreto. Por último, se decidió a confiárnoslo y he aquí lo que expuso.

  Hace muchos años que la ocurren espontáneamente ideas e impulsiones singulares; durante algún tiempo pudo desembarazarse de esas ideas que la perseguían, se afligía de este estado, pero no había revelado a nadie lo que experimentaba ni buscaba tampoco la explicación de ese hecho.

 En estas circunstancias le aconsejaron que viajase y vino a Paris a casa de su hijo. Púsolo en práctica; y al poco tiempo la escriben de su pueblo que su esposo se hallaba gravemente enfermo; comprendía que su deber era partir inmediatamente aliado de su marido, pero no lo hizo así y dejó marchar solo a su hijo. Algunos días después empezó a oír una voz que la hablaba cuando estaba a solas, lo cual la asustaba mucho: contó a varias personas lo que le pasaba y todas procuraban persuadirla de su error.

 Era entonces época de cuaresma y R. que es muy devota, pasaba una parte del día en la iglesia confesándose y comulgando.

 Al llegar a este punto de su narración R. se detiene y no sabe si debe proseguir; lo que seguía de su historia parecía embarazarla mucho; sin embargo se decide a terminar su conferencia y nos dice: "apenas hube recibido la hostia que al instante sentí una explosión súbita en mi interior, sentí como un desmayo, y luego como algo que se despegaba de mi cuerpo, me pareció oír muchos perros que ladraban todos a un tiempo en mi estómago &c."

 Estos síntomas se calmaron, pero la voz que oía R. hacía ya mucho tiempo, le vituperaba diariamente el haber tomado la comunión.

 Hasta aquí R. no era más que una alucinada, se asombraba y se horrorizaba de sus alucinaciones, pero no había tratado aun de explicárselas.

 Un día le vino la idea de que todo lo que experimentaba podría depender de la presencia del demonio en su cuerpo. Esta idea se confirmó en R. por el recuerdo de una mujer de su pueblo natal, conocida suya, que había estado poseída del demonio, y que veinte años antes la había obligado a besar la imagen de la Virgen estando ella en la iglesia. "Sin duda alguna, dice, que el demonio de esta mujer se hubo de apoderar de mi cuerpo."

 De suerte que R. de simple alucinada que era se volvió una monomaniaca: la voz que oía antes, era ya la voz del diablo, voz que salía del pecho y que le hablaba casi continuamente.

 Pero hubo más aun, el demonio en ciertos momentos, se ponía a gritar sirviéndose de la propia voz de la enferma, que durante ese tiempo caía en un violento ataque de agitación.

 Estando en uno de estos accesos, acaecido en medio de la calle, un agente de policía la detuvo y la condujo en seguida al hospicio.

 Tal fue en resumen la confidencia que nos hizo M. R… Agregó además, que ella podría hacer pasar al demonio que la poseía al cuerpo de otra persona, pero que no lo haría: le propusimos que lo hiciera pasar a nuestro cuerpo; ella se negó, rogándonos solamente que hiciéramos venir un sacerdote para que hablase con el diablo. Las seis iban a dar; tratamos de mudar la conversación esperando distraer la enferma de la predicción que había hecho por la mañana; le hablábamos de varias ciudades del Sur de la Francia que ella conocía y de otras cosas indiferentes, cuando de súbito cayó en un fuerte acceso de furor. Se puso a dar gritos y a vociferar con tanta fuerza, que podía oírsela en todo el hospicio. En medio de las palabras desordenadas que profería, notamos las siguientes frases: “Llévame, yo me entrego toda a ti, ¡toma Dios vengador!'' Sus ojos estaban fuertemente abiertos, y la fisonomía toda descompuesta. Un instante después, la enferma se abrazó a nosotros, pero sin maltratarnos y no pudimos desasirnos de ella sino con dificultad. Todo esto duró algunos minutos apenas, y R. cansada ya por los esfuerzos que acababa de hacer, tenía el rostro pálido y alterado, estaba temblorosa y el pulso se hallaba en extremo agitado.

  “Y bien, nos dijo después de un instante, le habéis oído? qué os ha dicho? Le preguntamos si no recordaba algo de lo que acababa de pasar, y nos dijo que solo había podido distinguir algunas palabras.

 La enferma tenía la íntima convicción de que no era ella la que había gritado, sino el demonio que se había servido de su voz, que este también era el que se había abrazado con nosotros &c. La enferma hubiera cometido en este estado un crimen cualquiera con la conciencia de que nada tendría que vituperarse.

 Un cuarto de hora habla pasado apenas, cuando se repitió el acceso, pero más fuerte aún. La enferma, inclinando la cabeza hacia atrás, se adelantaba con aire amenazador en dirección a las personas que la rodeaban, pero no ofendía a nadie. Al cabo de un instante se dejó caer al suelo y permaneció durante algunos momentos con fuertes convulsiones.

 Cuando se la iba a sujetar gritaba, y decía: "dejadme que me hacéis sufrir." Fue necesario ponerla en una celda de aislamiento; allí tuvo varios accesos más durante la noche. Al día siguiente la encontramos tan tranquila y formal como en los primeros días de su entrada. Nos dijo desde por la mañana que pensaba que sus accesos no volverían ya más.

 ¿Qué pudo haberla dado esta convicción? Algunas palabras pronunciadas por la enferma nos hacían creer que esta había tenido la idea de que el demonio la había abandonado para pasar al cuerpo de otra enferma, que durante la noche había gritado mucho en la celda vecina a la suya y con la cual, decía, el demonio había conversado largamente.

 De cualquier modo que sea, el hecho fue que lo anunciado por R. sucedió. Esta mujer pasó quince días más en el hospicio, y los accesos no se reprodujeron; permaneció tranquila, razonable y trabajando luego con mucha formalidad y constancia.

 Algún tiempo después, un magistrado que conocía la familia de R.... vino a reclamarla, y se acordó su salida."

 Esta observación ofrece una particularidad que se encuentra señalada en las relativas a los demonomaníacos de la edad media, pero que no ha sido indicada en los hechos de igual género publicados por los autores modernos; nos referimos a esos accesos convulsivos predichos por los enfermos mismos.

 En resumen, vemos que en la enferma cuya historia acabamos de transcribir, las alucinaciones del oído precedieron de tres mexes a la primera idea de demonomanía: el diablo no intervino aquí sino como una explicación de los fenómenos extraños que R.... experimentaba. De suerte que la demonomanía viene a ser una locura puramente sensorial.

 La creencia en los hechiceros y brujos estaba en la edad media tan extendida como la posesión del demonio; y la monomanía sensorial ha debido tomar a menudo esa forma que se encuentra aún en nuestros días. Esquirol, Georget, y otros autores del principio de este siglo han citado hechos de este género. Mr. Calmeil, Leuret y Mr. Lelut también han señalado ejemplos muy curiosos en que el delirio ha tenido por punto de partida una alucinación, ya del sentido de la vista o del oído, o del olfato &c., ya de dos o más de los sentidos a la vez.

 Mr. Baillarger ha citado varias ocasiones en su curso de la Salpêtriére el ejemplo siguiente: una joven de 19 años, estando un día en su habitación sola, oyó de repente una voz muy fuerte que la llamaba por su nombre. Asustada, corrió al lado de sus padres que se hallaban en un aposento inmediato al suyo y les contó lo que acababa de pasarle; estos acudieron al lugar donde se había oído la voz, buscaron por todos los rincones, pero nada encontraron. La alucinación se repitió dos veces más y entonces tuvieron los padres la idea de que la hija estaba hechizada. Esta adquirió también la convicción de que le habían echado brujería, y conservó este delirio por espacio de algún tiempo. 


 

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