Estando en París, José Joaquín Muñoz publicó
en los Anales de la Academia otros dos trabajos psiquiátricos, uno
relacionado con su experiencia en Cuba: “Dos palabras acerca del grado de
frecuencia de la demencia paralítica” (febrero de 1867), y otro con su estancia en Salpêtriére bajo el magisterio de Baillarger: “De la locura sensorial” (agosto de 1867, aunque
ya presentado en sesión de la Academia de junio de 1863). Con el primero de estos estudios
Muñoz no solo cumplía con la promesa que le hiciera a Legrand du Saulle tras su
ingreso a la Sociedad Médico-Psicológica de París, sino con el más elemental
sentido de oportunidad: estudiar la demencia paralítica en un ámbito geográfico
y social muy diferente; pero cumplía también con ciertas fantasías del discurso socio-positivista: convertir determinados prejuicios -en este caso de raza, clase y género- en conclusiones definitivas, partiendo de exámenes más que apresurados y de series estadísticas precarias.
Su primera sorpresa fue la pronunciada diferencia entre el número de hombres y el de mujeres, la cual atribuye a dos factores: el primero, la desproporción entre ambos sexos en la población general; y el segundo, “la costumbre que se observa en el país, de guardar a domicilio las enajenadas (particularmente de la clase blanca), a causa de la repugnancia que se tiene aún de colocar estas enfermas en los hospitales públicos, y muy especialmente en la casa de locas”, lo que no parece desacertado y no ocurría respecto a negros y mestizos independientemente del sexo.
Segunda sorpresa: que exista una proporción
casi igual entre hombres y mujeres “de color”, cuando el número de negras y
mestizas es mucho menor en la población general.
Veamos cómo lo expone Muñoz y a partir de ahí indaguemos en sus intenciones:
He aquí lo que me aconteció en los primeros tiempos de mi regreso a la Habana, y lo que he podido justificar más tarde en el asilo de enajenados cuya dirección médica me fue confiada. Hacia el mes de Junio de 1862 fui llamado para asistir a un señor vecino de la Habana, natural del país y de 48 años de edad, que por la primera vez se hallaba afectado de una MANÍA AMBICIOSA con dificultad de la palabra, temblor de los labios, desigualdad de las pupilas y debilidad ya notable de las piernas. Hacía más de un mes que la enfermedad había empezado, y a pesar de los diversos tratamientos puestos en práctica hasta entonces, no parecía haberse modificado. En presencia de los síntomas que el paciente acusaba, mi pronóstico fue naturalmente desfavorable. El enfermo fue colocado en una casa de salud, en donde a pesar de las pésimas condiciones del local, pudo sometérsele al tratamiento que requería su estado; y en el transcurso de cuatro meses poco más o menos se consiguió su curación, la cual se mantuvo, pues hacia el mes de Setiembre de 1864, vi yo al sujeto en un estado satisfactorio de salud.
Por su parte, el caso enviado a Legrand du
Saulle a finales de 1862, titulado “Observation de manie ambitieuse,
accompagnée de quelques symptômes de paralysie, et qui s'est terminée par la
guérison, avec apparition d'un phénomène critique de nature spéciale”, el mentalista
francés lo resumía así:
Se refiere a un propietario de la Isla de Cuba, de cuarenta y un años de edad, quien en julio de 1860, volviéndose exuberantemente activo, concibió mil proyectos grandiosos y arregló en poco tiempo gastos no utilizados. Después de un viaje de quince días a Estados Unidos, todo volverá momentáneamente a la normalidad. A finales de agosto, nueva explosión delirante. El señor Muñoz llegó de Francia y fue consultado inmediatamente. Descubre en el paciente ideas de grandeza, una torpeza muy marcada en el habla, un ligero temblor del labio superior y desigualdad de las pupilas. Sobreviene una congestión cerebral, así como una exaltación muy marcada del sentido genital. Nuestro camarada prescribió un tratamiento de lo más racional. Tres meses después, el paciente estaba mucho mejor. Sin embargo, surge una nueva congestión cerebral y, algunos días después, la piel se cubre de una púrpura hemorrágica muy acentuada. A partir de este momento, los síntomas de la parálisis general desaparecieron, y diez meses después de la invasión de los primeros accidentes, el paciente emprendió un inmenso viaje y visitó sucesivamente Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza e Italia. Las últimas noticias recibidas por el señor Muñoz continuaron siendo muy buenas. Nuestro compañero cree que en este caso se trata de un simple acceso de la manía en una forma congestiva, y parece creer firmemente en el mantenimiento de lo que él llama curación. No quiero discutir aquí la cuestión del diagnóstico y del pronóstico, porque me preocupan demasiadas cosas. Sólo insistiré en lamentar que el señor Muñoz no haya querido esperar dos años más antes de comunicar a la Sociedad el hecho clínico que acabo de resumir en pocas palabras.
No hay, en ninguno de los dos, progresión hacia la demencia y la parálisis; estas se insinúan, pero remiten luego, cuando
desaparecen los síntomas maniacos, respondiendo acaso a una etiopatogenia
“congestiva”.
Con todo lo anterior y después de destacar que
las costumbres de los cubanos son generalmente sobrias (es decir, poco
alcohol), que los excesos más evidentes serían la masturbación y las prácticas
sexuales en los más jóvenes puesto que el clima, “predisponiendo al aumento de
la temperatura animal”, causa “excitación de los órganos sexuales”, está en
condiciones de afirmar: “En presencia de los hechos que acabo de exponer, hay
razón para creer que en la isla de Cuba los accesos de manía, aun cuando vengan
acompañados de delirio de ambición o de grandeza, dificultad de la palabra,
desigualdad de las pupilas y otros fenómenos congestivos, se terminan con
frecuencia por la curación, contrariamente a lo que en general se cree que
acontece en los países templados y fríos”. En consecuencia, el pronóstico de la
enfermedad debía ser más reservado.
Por parte de las mujeres, solo tuvo que asentar dos casos de demencia paralítica bien establecida, ambas de Isla Canarias. En cuanto a hombres y mujeres negros o mestizos, apunta que a pesar del “número bastante considerable de personas de color” a las que asistió durante los dos años y medio que ejerció en el asilo, solo pudo registrar nueve casos de parálisis general: 3 hombres y 6 mujeres. Con esa casuística asegura que la enfermedad resulta comoquiera en este grupo menos frecuente que en los blancos europeos. Insiste en que aun teniendo costumbres menos sobrias que los blancos del país, ya que suelen beber aguardiente en exceso y alimentarse mal y cometer “todo género de abusos”, la demencia paralítica en los negros ofrece por lo general la misma evolución: excitación maniaca con delirio de ambición, temblor de los labios, dificultad en la palabra, parálisis, complicaciones, muerte. No obstante, encuentra siempre diferencias: delirios de grandeza sin excitación, sin cambio a lo largo de años, sobreviniendo lentamente la demencia, etc. Así costumbre, ambiente y clínica se van distribuyendo según nociones de clase, raza y género donde la protección climática en unos (nativos blancos y negros) contrasta a pesar de ese mismo factor en otros (mujeres negras). De igual modo puede inferirse una mayor resistencia en unos (negros) pese a sus peores hábitos; y menor en otros (negras) para iguales hábitos poco morigerados. Aun así -y pese a la escasa frecuencia-, no puede pasarse por alto que la enfermedad se exprese de modo más grave en negros que en blancos nativos. No por gusto tenía a aquellos en mente cuando escribió a Legrand du Saulle.
Evidentemente, tales hallazgos involucran un
mito de la medicina mental en su etapa inicial positivista, no dominada aún por
el evolucionismo y su consecuencia, el degeneracionismo, según el cual el clima
cálido de las regiones tropicales podía proteger de modo especial a los hombres
negros (más resistentes al trabajo y a ciertas enfermedades), en especial
mientras más alejados de los centros urbanos, como a los blancos nativos de costumbres
moderadas y ascendencia rural. Esto no se cumpliría para los extranjeros y
forasteros con estilos de vida urbanos y propensión al contagio. A la vez las
mujeres negras tendrían una menor protección frente la locura y serían fuente
de contagio. No habría que ver en la categoría de manías que no terminan en
parálisis, una oposición al discurso fatalista de la demencia como estado
terminal, sino un desarrollo que se inscribe aún en las postrimerías del alienismo
con su mirada menos dramática, que contaba con la probabilidad de curación,
reforzada en este caso por un entorno -el cubano- que alienta el deseo de
establecer formas de expresión más puras o, si se prefiere, naturales.
“Quelques mots sur la démence paralytique observée à l’Île de Cuba”, (Annales médico-psychologiques, núm. 7, p. 188, 1866), es decir, la versión en francés, se convertirá en el trabajo más citado de Muñoz. Una mención en la entrada “Demencia paralítica” del Diccionario Enciclopédico de ciencias médicas de Amédée Dechambre y Jacques Raige-Delorme, lo consagra a partir de 1885. En adelante, se le cita con frecuencia tanto en congresos y revistas del ámbito francés como alemán. En Cuba, Gustavo López sostendrá los mismos preceptos que Muñoz sobre la escasa frecuencia de la patología y acerca de sus formas de presentación. Pero la reconsideración más importante pertenece al psiquiatra alemán Felix Plaut, quien visitó La Habana en 1925 junto a su mentor Emil Kraepelin, tras haber pasado por México y Estados Unidos. Al igual que en estos países, Plaut y Kraepelin investigan la sífilis cerebral en Cuba, para lo que visitan Mazorra donde, además de informarse de los antecedentes de la enfermedad en la isla, estudian a los pacientes de Mazorra, con particular énfasis los de raza negra; pero de este apasionante capítulo mejor nos ocuparemos en otro momento.
En el otro texto escrito en París “De la
locura sensorial”, Muñoz se apegaba aún más al maestro, tanto en relación con su
posición clínica como en su condición de alumno, puesto que en buena medida
redacta su extenso trabajo para divulgar esta categoría que considera, con
razón, una de las principales creaciones de Baillarger, pero desgraciadamente
no suficientemente reconocida. A propósito, apunta:
Pero nosotros que hemos tenido la fortuna de tratar íntimamente al Dr. Baillarger y que nos hemos podido instruir de sus opiniones particulares, adquirimos el conocimiento de que, en efecto, la locura sensorial había sido para este alienista un objeto interesante de estudio.
Y añade:
Apoyados en los datos que adquirimos en el manuscrito de nuestro amado maestro, con observaciones recogidas en los Hospitales la Salpêtriére y Charenton de París y dos hechos más observados en nuestra práctica, es que nos atrevemos hoy a emprender el presente trabajo, que creemos ofrece algún interés, primero: por la novedad de la materia, segundo: porque es relativo justamente a un orden de estudios algo abandonado en nuestro país, y que merece por su importancia la atención y consideración de nuestros colegas.
Ciertamente, Baillarger había elaborado en
1842 su tesis sobre los vínculos entre el sueño y las alucinaciones, definiendo
dos años después una nueva enfermedad, la folie sensoriale, con
todo un despliegue de psicopatología descriptiva, sin dudas de gran alcance, al establecer la semiología de los diferentes tipos de
alucinación, incluyendo por primera vez fenómenos como el “eco del
pensamiento”. No solo eso, propuso ya entonces los mecanismos fisiopatológicos de los
síntomas y especuló sobre las probables causas de la entidad.
Muñoz retoma en su ensayo aquellos trabajos para actualizarlos. Al efecto se apoya en manuscritos más recientes y aporta nuevos casos, tanto de su maestro como propios, siguiendo el esquema habitual de enfermedad constituida: observación, causas, diagnóstico, pronóstico, tratamiento, anatomía patológica. En resumen, sus consideraciones y las de Baillarger se fusionan en un texto de enorme alcance descriptivo donde no falta ninguno de los elementos que constituyen el cuerpo de la psicopatología clásica: alucinaciones psicosensoriales y psíquicas, contenidos vejatorios y extáticos, delirios referenciales y de influencia, etc. En otras palabras, pensamientos impuestos y sustraídos, máquinas y demonios persecutorios, tormentos sin nombre y suicidios. Suma de historiales clínicos, asistimos a un desfile de casos: desde peones y mucamas hasta altos mandos públicos y militares.
Al margen de lo que traslucen sus trabajos académicos, es poco lo que se sabe de la existencia de José Joaquín Muñoz, no solo en sus años habaneros sino en Francia; sin embargo, algo puede rastrearse en fuentes muy diversas. La Guía de Forasteros de 1853 lo localiza en Virtudes núm. 19, y dos años más tarde reside en Águila 125. En su segunda estancia en París entre 1857 y 1861, estrechó vínculos con otros médicos coterráneos, como Antonio Mestre, Joaquín García Lebredo, Luis de la Calle, J. G. Havá o P. de Hevia, con intereses muy diversos, pero todos con inquietudes por las enfermedades mentales y trayectorias en este sentido. De regreso a Cuba, intenta de entrada establecer junto a Mestre una revista médica, precedente de la labor conjunta que harán al frente de los Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, cuyos primeros editoriales y algunos trabajos de investigación firman a dos manos. No mucho después de su atribulada partida de la isla, le fue concedida “como recompensa a sus méritos la Cruz de Carlos III, otorgada por su S.M. la Reina de España”. Por tanto, se le reconocía por los servicios prestados a la Corona, todo lo cual no deja de ser llamativo y orienta a la trascendencia que pudo tener su renuncia en algunos sectores reformistas.
Como corresponsal de la Academia de Ciencias siguió colaborando en los Anales, pero los textos enviados se limitan a breves reseñas sobre temas médicos variados insertos en la sección “Correspondencia”, o algún que otro comentario sobre terapéutica. Por su presencia en una de las sesiones de la Academia, se comprueba que visitó La Habana en marzo de 1870, pero todo indica que para partir de inmediato. No hay más rastros hasta 1876 cuando aparece el folleto de propaganda farmacológica Del bismuto albuminado de E. Boille. Noticia terapéutica, que publica en París inicialmente en español y contiene referencias a los síndromes diarreicos entre negros y colonos asiáticos en Cuba. El mismo tendrá dos ediciones en francés (Du Bismuth Albumineus de E. Boillex), siempre por la imprenta de A. Parent donde aparecieran casi todos sus trabajos, la primera en 1879 y la segunda tras su muerte en 1881. De Boille -exitoso farmacéutico parisino- ya había traducido el opúsculo Del bromhidrato de quinina neutro o básico (1876), reseñado en los Anales.
Para entonces, además de miembro asociado de la Sociedad Médico Psicológica de París, era Titular de la Sociedad Médico Práctica de la misma ciudad y corresponsal de la Academia de Medicina de Génova. Caballero de la Real y distinguida Orden de Carlos III, recibe también la Cruz de la Beneficencia (1865).
En sus años finales se desempeñó como médico
de la Villa Penthièvre, en Sceaux, casa de salud fundada en 1867 que atendía
padecimientos mentales. Dirigida por M. Reddon, Muñoz llega allí en 1875 sin
que podamos seguirle el rastro. Enfermo y pobre -aquejado de cáncer de estómago- se dio un tiro en
la cabeza el 23 de abril de 1880. Al recibirse en la Academia de Ciencias de La
Habana la noticia de su muerte, su colega Antonio Mestre, con quien compartiera
en sus inicios la dirección de los Anales de esa institución, escribió
que “deploraba las lamentables circunstancias en que debió encontrarse nuestro
compañero para atentar contra sus días, cuando todos los que le trataron
pudieron siempre reconocer en él las más bellas prendas del corazón y del
espíritu”.
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