sábado, 15 de febrero de 2025

De la locura sensorial III


 José Joaquín Muñoz

 No hace mucho que fui consultado por una mujer del campo que había tenido alucinaciones de la vista, del oído y del olfato y que algún tiempo después afirmaba que todo su mal era una brujería que le había echado una negra suya. La enferma llegó a persuadir a su marido de que realmente estaba hechizada, y este prefirió entonces ir a consultar un negro brujo que había curado muchas otras brujerías, y la retiró de mi asistencia. Debo advertir que solo cuatro visitas hice yo a esta enferma.

 Estos ejemplos demuestran evidentemente que la creencia en el sortilegio, como la demonomanía de la edad media, es a menudo el resultado de las alucinaciones, de las cuales viene a ser tan solamente una explicación.

 Se comprende en efecto con facilidad, que apareciendo repentinamente un fenómeno nuevo y extraño, la imaginación se apodere de él y le someta a un examen especial; examen cuyos resultados varían según las épocas, las creencias y la educación de los enfermos.

 Muchos alucinados de los que he podido ver en los grandes asilos de Francia, se contentan con decir que los persiguen seres invisibles. Para otros, estos seres invisibles son los agentes de policía, los enemigos ocultos &c., otros al contrario, creen que son sus parientes o personas conocidas los que se ponen en relación con ellos &c. Los enfermos dan nombres extraordinarios a los supuestos autores de sus falsas sensaciones, ya son ventrílocuos, ya magnetizadores, ya fogoneros &c.

  Las alucinaciones del paladar, del olfato y de la sensibilidad general, las explican los enfermos creyendo en la presencia de sustancias nocivas mezcladas en los alimentos y bebidas, introducidas en la boca durante el sueño, esparcidas en sus camas y absorbidas por la piel &c. A veces llevan más lejos aún sus aberraciones sensoriales y caen en las concepciones delirantes más absurdas. Así, una enferma creía que le daban a comer huevos que provenían de las gallinas afectadas de sífilis, cuya enfermedad habían adquirido alimentándolas con carnes infestadas de este virus. Un estudiante de medicina veía en el plato de carne que servían en su hotel, miembros de fetos.

 Un antiguo caballero de Malta, dice Mr. Baillarger, creía que el pan que le daban todos los días estaba amasado con esperma humana, &c.

 De esta suerte se encuentra explicado el malestar, los cólicos, los vómitos, las palpitaciones &c. que suelen observarse en dichos enfermos. Una de las explicaciones más originales que puedan dar los enfermos de sus alucinaciones, es la siguiente. Suponen ellos que sus impresiones internas son el resultado de golpes inferidos a otras personas, pero que sienten ellos por una especie de simpatía. Una mujer se quejaba de que mataban a sus padres, lo cual conocía por sensaciones particulares que experimentaba. Otra enferma sostenía que sus perseguidores daban fuertes golpes a una muñeca de cartón que tenía, los cuales sentía interiormente, siendo causa de que la desgarrasen el pulmón con garfios de hierro, le introdujeran clavos encendidos por el ano y le desmoronaban los sesos &c. (Baillarger: Lecciones orales, 1859, inéditas.)

 La presencia de animales vivos (ranas, sapos, culebras, arañas) en los órganos de ciertos enfermos, según su dicho, no es más que la explicación que dan estos de sus alucinaciones.

 Las alucinaciones del sentido del oído dan también motivos a muchos comentarios de parte del paciente. Un sujeto, cuya observación ha sido publicada por Mr. Baillarger, creía que las voces de sus interlocutores invisibles llegaban a sus oídos por medio de unas bocinas que usaban. He aquí un fragmento del extenso manuscrito que este enfermo dejó a Mr. Baillarger cuando salió de su Casa de salud de Yory:

 "Puede suponerse que las bocinas son de origen animal, y que después de haber recibido la esencia humana, pueden como el imán atraer la esencia de la sangre que da al hombre la existencia y el pensamiento. Lo mismo que la flor tiene un perfume que la es propio y se hace sentir a lo lejos, lo mismo nuestra persona exhala un olor más o menos fuerte; esta esencia de nosotros mismos es atraída por las bocinas y nos identifica con el que quiere comunicarse con nosotros. Esta especie de vapor humano que atrae la bocina, da la di rección al rayo eléctrico que va a herir el cuerpo del hombre a quien electriza. Esos instrumentos son hechos de fieltro sacado del pelo de diversos animales. Puede suponerse que este tejido de la bocina es el que ha recibido una preparación química que sirve de imán para atraer la esencia humana; sin embargo, si fuera así, sería necesario que esta preparación fuese renovada de tiempo en tiempo, porque el aire y el uso todo lo alteran &c."

 Yo he conocido en Charenton una joven que daba una explicación análoga: decía que le sustraían sus pensamientos por medio de un tubo muy largo y del mismo modo le trasmitían las ideas de otras personas.

 Las alucinaciones de la vista no son comunes en la locura sensorial crónica; pero cuando existen, los enfermos hacen pocos comentarios de ellas. Se limitan generalmente a decir que se les hace ver, y no procuran explicar los medios de que se valen para ello.

 Por lo que llevamos expuesto, vemos a lo que se reduce ordinariamente el delirio de los alucinados crónicos. Pues bien, este delirio es a veces tan limitado, que el paciente puede continuar viviendo libremente en sociedad y entregarse a ocupaciones regulares, trabajos intelectuales continuados &c. Muchos ejemplos pudiéramos citar aquí de individuos que a pesar de sus alucinaciones conservan una gran libertad de espíritu; pero nos bastará indicar los dos hechos siguientes:

 1ro El Sr. L después de haber tenido repetidos accesos de manía, quedó alucinado. Habitaba en una casa de salud, pero salía libremente a iba a menudo a París. Se creía perseguido por dos empleados del Ministerio de Hacienda a quienes oía continuamente hablar. Por medio de estratagemas infernales, estos le habían atrofiado los testículos, y por un poder invisible que tenían, le habían privado de su potencia generatriz al tiempo de poseer una mujer. Algunas veces le detuvieron al pasar por una puerta y le impidieron ir más allá.

 En este estado, el Sr. L. compuso una novela histórica que tuvo un éxito brillante en el mundo literario y que fue leída con mucho interés, particularmente por aquellas personas que conocían al enfermo y que suponían naturalmente que semejante obra debía tener algunos rasgos que revelasen el estado mental del autor. El Dr. Baillarger leyó detenidamente la novela del Sr. L. y he aquí lo que dice. "Debemos declarar que a pesar de nuestra prevención y nuestra tendencia a reconocer la locura, bajo la multitud de caracteres que ella ofrece, allí donde tal vez no existe, hemos encontrado esta obra irreprochable bajo el punto de vista de la enajenación mental. Nos ha parecido que en este sentido, el libro del Sr. L. pudiera desafiar la más severa crítica, lo hemos leído con interés; en él brilla la más sana razón y sin juzgarlo como obra literaria, afirmamos que nada hemos notado que revele una alteración mental en su autor."

 2do ejemplo. El Sr. K. ocupaba en el ejército francés una posición elevada. Hace diez años, al pasar por una casa, habitación de algunos oficiales de su regimiento, cree oír voces que le injuriaban; entra en ella y requiere a varios militares que estaban allí reunidos por la ofensa que acababan de hacerle: sus provocaciones van a tal extremo que a pesar de lo singular y extraño del lance, uno de los oficiales acepta un desafío que tuvo lugar al siguiente día y en el cual el alucinado hirió a su adversario. Más tarde el delirio se hizo tan marcado que fue necesario poner al Sr. K. en una casa de salud, de la cual salió curado algunos meses después. Tres o cuatro años habían pasado apenas, cuando un nuevo ataque estalló. El enfermo entra furioso en casa de un tabernero que vivía frente a su morada y le amenaza, diciéndole que le mataría si continuaba ofendiéndole como lo acababa de hacer. El tabernero sorprendido y muy temeroso, porque el Sr. K. tenía en su casa pistolas cargadas, fue a quejarse al comisario de hacía y el enfermo fue conducido por segunda vez a una Casa de salud. Examinado y vigilado con gran cuidado desde el momento de su entrada en esta, K..,. no dio la menor señal de delirio; eludía toda clase de cuestión, se condu cía perfectamente, escribía mucho y componía historietas que los que las leían se admiraban de la cordura y buen sentido en las ideas que encerraban. Una sola circunstancia acaecida durante el tiempo que estuvo en la casa de salud dio lugar, si no a asegurar, por lo menos a suponer que sus alucinaciones continuaban. Se observó varias veces que durante la comida, el enfermo volvía repentinamente la cabeza hacia un lado como si alguien le interpelara, pero al instante se reponía y no daba señal alguna de emoción. Después de cuatro meses de encierro, fue necesario darle de alta, pues su porte, sus maneras y sus discursos no permitían que se le juzgase como enfermo; y sin embargo, dice el Dr. Baillarger, es probable que las falsas sensaciones no habían desaparecido del todo en este enfermo, sino que se presenta ban con menos intensidad.

 De estos dos hechos se deduce, que las alucinaciones son compatibles con un estado de razón general aparente, que ellas permiten a los enfermos entregarse a ocupaciones regulares y a trabajos intelectuales continuados, y que no arrastran tras sí, a lo menos de un modo absoluto, grandes trastornos en la razón. De ellos se deduce también cuán importante es el estudio de esta forma de locura bajo el punto de vista médico-legal, no solo en lo relativo al orden civil, sino también en lo perteneciente al criminal, y se comprende en consecuencia la grave e inmensa importancia que puede tener la consideración de esta materia en las cuestiones que atañen a la moral social.

 Pero el delirio no siempre se halla así limitado, ni todos los alucinados tienen sobre sí mismos el poder que conservan algunos de ellos, de disimular o reprimir sus falsas sensaciones. Las concepciones delirantes, limitadas en un principio a simples explicaciones dadas por el enfermo, respecto a sus alucinaciones, se hacen con el tiempo más numerosas y pasan de este límite.

 Entre las concepciones delirantes que son las consecuencias de las ilusiones y alucinaciones, las más singulares son las que conducen el enfermo a perder la conciencia de su propia personalidad. Ciertos alucinados acaban por creer, que se les ha cambiado la forma de sus cuerpos, que se les ha convertido en un animal cualquiera.

  A medida que la enfermedad progresa, el alucinado cree más firmemente en la realidad de sus falsas percepciones: en esta convicción, se queja a cada instante y acusa a las personas que le rodean de ser ellas las causantes de sus desgracias, y se entrega a los actos más irracionales y a veces horribles.

 Se comprende muy bien la influencia que puede tener en el carácter de los enfermos esos tormentos constantes que le persiguen por todas partes, ''que se asen de ellos como el remordimiento," según la frase de Ferrus.

 Y se comprende igualmente como estos enfermos se vuelven desconfiados, de genio irresistible, pendencieros y susceptibles de cometer actos de violencia que pueden llegar a ser gravísimos.

 Es cierto que hay alucinados en quienes las falsas percepciones son agradables. El Dr. Baillarger refiere ejemplos de individuos que oían frases halagadoras y que mostraban estar satisfechos de lo que se les decía.

 Yo he conocido en la Salpêtriére una joven que constantemente oía voces que la elogiaban, que celebraban sus bellas formas y su linda cara, que la presagiaban un dichoso porvenir. Pero no es esto lo que comúnmente se observa; en general los enfermos sufren mucho con sus alucinaciones: unos se quejan de que se les maltrata con golpes durante la noche, otros sienten a cada instante agudos dolores en las vísceras, que atribuyen a la acción de un veneno que les han administrado, o a la existencia de animales que les devoran las entrañas.

 El Dr. Baillarger ha citado el caso de una mujer, que, para librarse de los golpes que le pegaban a la hora en que acostumbraba dormir, estuvo dos años sin echarse en la cama. Hay enfermos que se condenan a la abstinencia y que prefieren sufrir hambre a probar los alimentos que creen envenenados por sus enemigos. Hay otros que no padecen física, pero sí moralmente, lo cual es más difícil de soportar. Estos oyen sin cesar que se les injuria, que se les calumnia y se les amenaza con los más horrorosos suplicios. Se comprende, en efecto, cual deba ser la incomodidad, el disgusto de un alucinado que se cree rodeado de enemigos que espían su pensamiento y que conocen sus ideas antes que él mismo. Decía un enfermo, cuya observación ha sido publicada en los Anales médico-psicológicos: "es un tormento que no ha podido ser traído a la tierra, sino por el mismo Satán; es la destrucción de las obras de la mente y el veneno del alma."

 Los sufrimientos de los alucinados explican los actos más o me nos terribles que estos cometen. Los suicidios y homicidios son la consecuencia de esos sufrimientos. El Sr. O. oye voces que le imputaban la ejecución de los crímenes más atroces; horrorizado por tales acusaciones, se lanza desde un balcón a la calle fracturándose una pierna. M.E. se tira al río para librarse de numerosas alucinaciones que constantemente le recuerdan la muerte de su marido. Una mujer de 77 años que conocimos en la Salpêtriére, se creía perseguida por demonios y estaba convencida además de que mezclaban sus alimentos con arsénico; una vez fue tal su desesperación que intentó abrirse las venas del brazo con unas tijeras. El Dr. Trelat cita un ejemplo de este género muy curioso. Un cerrajero, de 33 años, oye voces que le acusan de haber robado, va a justificarse ante sus compañeros de trabajo, los cuales procuran sacarle de su extraño error, pero inútilmente. Las voces continúan haciéndole graves cargos e imputaciones odiosas. Este hombre en medio de su desesperación se arroja a un pozo y tiene la buena suerte de ser sacado sin recibir herida grave; procura entonces herirse con todos los objetos que tiene a su alcance, lo cual da lugar a que se le conduzca a una casa de salud.

  No siempre se suicidan estos enfermos por sustraerse a los tormentos que sufren con sus alucinaciones; a veces lo intentan para precaver suplicios más terribles que las voces mismas les presagian. He aquí un caso curioso. La Sra. D. de 47 años, fue conducida a una casa de salud especial después de haber intentado suicidarse. A su llegada se le notó las señales profundas que había dejado en su cuello la homicida cuerda; las conjuntivas se hallaban muy inyectadas y equimóticas. Interrogada acerca de la causa de su proceder criminal, declara que había intentado matarse porque oía voces que le repetían sin cesar que iban a cortarla en pedazos, a quemarla viva, a crucificarla. “¡Matadme pues, gritaba, pero evitadme por Dios esos horribles suplicios"! 

 Los alucinados se suicidan también por obedecer a las voces que oyen. El Dr. Calmeil ha registrado varios ejemplos de tentativas de suicidio que no han tenido otro motivo. —Hemos conocido una Sra. en París que por tres veces se había lanzado de un balcón a la calle con el objeto de matarse, porque una voz que la perseguía siempre le decía que lo hiciera. Estos hechos son muy comunes, y raro es el año que en un hospicio de alucinados no se presenten dos o más veces.

 El suicidio en estos enfermos no es siempre voluntario. A veces el enfermo creyéndose perseguido por un malhechor, se es capa asustado, ve una ventana abierta y se lanza por ella sin reflexionar que lo hace a un precipicio en el cual puede encontrar la muerte, o bien se arroja a un rio con la esperanza de salvarse a nado. Otro enfermo, y esto es más frecuente, se niega a comer, porque teme que le envenenen, y llega a tal estado de depauperamiento, que la muerte es la consecuencia inevitable. En los hospitales de alucinados no faltan observaciones de este género. Otro enfermo cree tener en el vientre un animal, y pide veneno para matarlo sin reflexionar que solo su vida seria la que peligrara; (véase la observación citada por Mr. Calmeil relativa a una Sra. que persuadida de que tenía en el estómago a un San Carlos Borromeo, suplicaba la diesen un tóxico fuerte, y decía que solo así podría salvarse &c.)

 El Dr. Baillarger refiere el ejemplo de un Sr. F. que se creía convertido en otro individuo; que él era un falso F y para probarlo quiere precipitarse por un balcón, sin ocuparse del resultado de su caída, pues le importa poco la muerte del personaje que él representa. Un joven oye una voz que le repite sin cesar: "tú eres invulnerable" y a riesgo de matarse baja por el balcón de un quinto piso agarrándose de los rebordes y sinuosidades de las paredes, a los balaustres de las ventanas y balcones; llega al piso de la calle sano y salvo quedando tan convencido de la certeza de lo que le decía la voz, que pidióle disparasen un pistoletazo a boca de jarro, seguro de que no le sucedería nada.

 A veces los alucinados sin tener precisamente la intención de suicidarse, se hieren gravemente solo por hacer lo que las voces le mandan. He aquí una observación que hemos tomado de un manuscrito de Mr. Baillarger, y que prueba hasta donde puede ir la obediencia de estos enfermos y la firmeza de sus convicciones.

 "C., soltado, el día 16 de soldado, fue conducido al hospital de… el día 16 de Septiembre de 1830; (no puede obtenerse ningún informe acerca de él.) Encontrábase un día según su propia relación en el cuartel en un cuarto aislado, cuando de repente aparecieron dos almas, la de su madre y la de su hermana. Estas almas tenían la forma de un pájaro blanco, y evocaban en su presencia los poderes infernales. Al instante el jefe de los demonios se presenta bajo la forma de un gran gato negro. Por orden de las almas, C. le echa algunas monedas y al punto el duende empieza a saltar, d gesticular y a hacer mil contorsiones. Horrorizado C. le suplica de rodillas que no le haga daño y el diablillo desaparece. Sin embargo, todas las noches al acostarse C. ve al pie de su cama diversos animales de formas horribles, que le acometen, pero él se defiende arrojándoles todos los objetos que le vienen a mano. Un día las almas, que no se separaban un instante de su lado, después de pronunciar un largo discurso, acabaron por aconsejarle que se cortase las partes genitales, demostrándole que este sería el único medio de evitarse grandes males sobre la tierra y de ganar la felicidad eterna.

 "Persuadido, dice C., de que vale más sacrificar una porción del cuerpo, que este cuerpo todo entero, no titubeé en seguir el consejo de las almas; busqué mi cuchilla y no encontrándola, me serví de mis uñas y animado por las apremiantes exhortaciones de las almas, conseguí ejecutar a medias lo que se me había prescrito a pesar de los dolores atroces que esto me ocasionaba." "En este enfermo, dice Mr. Baillarger, se observa hoy sobre el escroto una profunda cicatriz; los dos testículos parecen como adheridos, y presentan un volumen mayor que el normal."

 Este hecho curioso nos ha parecido digno de reproducirse aquí, porque, como dijimos antes, prueba la firme convicción y ciega obediencia de ciertos enfermos en el cumplimiento de los actos ordenados por sus propias alucinaciones. Frecuentemente son estas la causa de muchos actos de violencia y crímenes horribles. Los ejemplos que pudiéramos citar para probar este aserto serían numerosos y nos parece innecesario entrar en grandes detalles. El deseo de venganza conduce a menudo el brazo homicida del alucinado; ejemplo: un marido atormentado por los celos cree sentir a un hombre acostado junto a su mujer y ciego de furor asesina a su hija que había corrido a defender a su madre. Otro marido, estando bajo la influencia del mismo extravío, cree ver al seductor de su esposa entrar en el aposento nupcial y esconderse bajo la cama: allí le persigue armado de una navaja y porque su cuñado que a la sazón llegaba, intentó detenerle, enfurecido hiere gravemente a este. Va alucinado se cree perseguido por la voz de un eclesiástico que le injuria y le presagia que moriría en los más duros tormentos. Adquiere el convencimiento de que el cura de su pueblo es el autor de todos sus males, va al presbiterio armado de un puñal y mata a su supuesto enemigo. Este enfermo se halla aun en el hospicio de Charenton.

 Algunas veces los alucinados cometen crímenes solo por cumplir las órdenes que le intiman las voces. Así, un campesino de Leipsig oye la voz de un ángel que le manda renovar el sacrificio de Abraham; construye una hoguera e inmola a su hijo. Esquirol ha citado la observación de un alucinado que intentó matar al enfermero que le asistía, porque una voz le repetía constantemente que de este modo recobraría su libertad.

 Estos actos de violencia pueden ser provocados también por ilusiones de los sentidos y aquí conviene que se haga la diferencia que existe entre la alucinación y la ilusión de los sentidos, pues aunque esto pertenezca á la parte elemental del estudio de la enajenación mental, habrá quizás quien no sepa apreciar la diferencia. La alucinación es un fraude de los sentidos, es una percepción falsa, el alucinado ve objetos que no existen, oye so nidos que no se han producido, siente olores imaginarios &c. La ilusión es un simple error o equivocación de los sentidos: en este caso el objeto existe, pero se le ve transformado; el sonido se efectúa, pero el oído lo percibe cambiado; el olor tiene su realidad, pero el olfato le aprecia mal y le confunde con otro de distinta naturaleza &c.

 Pues bien, las ilusiones de los sentidos pueden también ser causas de ciertos actos depravados. Así, un alienado cree ver en el médico que le asiste uno de los asesinos que, le rodean, y un día durante la visita le hiere violentamente con una escupidera de estaco que tiene a su alcance. Otro lanza una botella a la cara del médico director de la Casa de Salud en que se hallaba, porque creyó que este le apuntaba con una escopeta para matar le: la tal escopeta era un taco de billar que en efecto, el director se había puesto a mirar si estaba bien recto, y como para ello tenía que cerrar un ojo como habitualmente se practica y poner el taco como si apuntase a alguno con un fusil, el enfermo que se hallaba frente al director en ese memento creyó ver en el taco de billar una escopeta de caza.

 Algunos enfermos se creen insultados e injuriados a la menor expresión que se les dirige hasta el punto de provocar desafíos que han sido aceptados (véase el ejemplo que citamos más arriba.) Lances de este género se han visto en los cafés y otros lugares públicos y no sería demasiado aventurado decir que muchos de safios han debido realizarse entre individuos de todas las clases de la sociedad que no habrán tenido tal vez otro motivo más que esa susceptibilidad de ciertas personas que raya casi en locura.

  Las alucinaciones y las ilusiones dan algunas veces lugar a ciertos actos de otra naturaleza, pero menos graves. Así un alucinado oye una voz que le repite sin cesar "no te muevas, pues de lo contrario pereces" y pasa los días enteros de pie en una inmovilidad completa (Esquirol.) Otro hallándose en una posada de la provincia oye de repente una voz que le ordena ir a Paria para poner en el trono a Enrique V: emprende su viage, pero al llegar a Versalles le detienen y le encierran en un asilo de locos. El Dr. Lelut cita la observación de un campesino de la aldea de Collardeau llamado Martin que hizo un viage a París y pidió una audiencia a Luis XVIII a fin de advertirle que se urdía un gran complot contra la Francia y contra el Rey, lo cual le había sido revelado misteriosamente por un individuo que se le apareció estando él en su campo arando, y que le intimó fuese cuanto antes a ver al Rey. Este enfermo fue visto por Pinel, y luego conducido a Charenton.

 Uno de los actos a que con más frecuencia son impelidos los alucinados, es al cambio de domicilio; algunos mudan de habitación seis o siete veces al año; otros viajan y apenas se han instalado en un lugar ya quieren ir a otro en busca siempre del reposo que jamás encuentran. El Dr. Baillarger cita en sus lecciones el ejemplo de un Sr. que, después de haber cambiado de habitación en Paris multitud de veces para sustraerse de las injurias con que le abrumaban sus enemigos supuestos, se fue a Suiza; y a pesar de esto no consiguió su objeto: sus enemigos le seguían por todas partes. Este enfermo viajaba por la diligencia de la empresa Laffite, y había notado lo que en efecto era cierto, que otra diligencia seguía la suya, (esta otra diligencia era de la empresa "Compañía imperial" que sigue el mismo itinerario de la de Laffite) y como ambos carruajes saltan y llegaban juntos y se detenían en las mismas estaciones, el enfermo creyó que sus enemigos viajaban en la diligencia que seguía la suya y no fue posible convencerle de lo contrario.

 Una Sra. alucinada que conocimos en Paris y que había conservado su razón hasta ahora dos años, no podía vivir en una misma casa más de tres meses; varias veces acudió en queja al Comisario de policía porque sin cesar escuchaba voces en la habitación inmediata a la suya, y que a pesar de variarla, sus enemigos la seguían a todas partes. Al fin se resignó a soportar ese martirio, y para atenuarlo adoptó la medida de hacer un estrepitoso ruido moviendo los muebles cuando empezaba a oír las voces, lo cual le atraía algunas quejas de parte de sus vecinos.

 Un amigo nuestro, cuya casa visitamos con frecuencia, refería ahora no ches en su tertulia el ejemplo de una señora amiga antigua de su familia, que cambiaba de habitación con mucha frecuencia para evitar un mal olor que percibía constantemente, haciendo sufrir a su esposo perjuicios de consideración con tantas variaciones de domicilio, las que continuaron hasta su muerte.

 Estos enfermos, para evitar o impedir la desagradable impresión que origina en ellos esas alucinaciones, se introducen á ve ces cuerpos extraños en los oídos, en la nariz &c. El Dr. Ferrus ha citado el ejemplo de un profesor alucinado de muchos años que se tapaba los oídos con pedacitos de hongo, con trapos o con papel mascado.

 Estudiadas ya las alucinaciones crónicas y los caracteres del delirio que ellas originan, pasemos ahora al estudio de su invasión, marcha y terminación.

 La locura sensorial crónica puede principiar de dos modos diferentes; apareciendo con lentitud, precedida solo de ilusiones, y en este caso las alucinaciones y las concepciones delirantes no sobrevienen sino como fenómenos consecutivos; o al contrario la enfermedad sucede a la forma aguda.

  El primer modo de invasión es el más frecuente. El Dr. Lelut lo ha descrito admirablemente. He aquí sus propias palabras: "La melancolía de los antiguos autores y de muchos patólogos extranjeros, es más bien un grado que una forma de la enajenación mental. Es la expresión funcional de un sistema nervioso muy excitable, de una susceptibilidad enfermiza, a tal punto, que céntupla el efecto de la menor impresión ya externa o interna y pone al paciente en un estado de desconfianza invencible contra todo lo que le rodea y de descontento profundo contra sí mismo. Si este estado progresa, si nada viene a despertar una organización ya predispuesta, podrá verse largo tiempo en el melancólico, solamente un hombre original, desconfiado y que en su orgullo ha tomado odio a una sociedad de la cual se cree ya indigno. Mas, si por una causa violenta a prolongada la actividad del sistema nervioso se aumenta, y a la vez se pervierte más, si las impresiones de dos órdenes de sentido se hacen más repetidas, más dolorosas, entonces la escena moral cambia prontamente y el aspecto del sujeto no tarda mucho en llamar la atención del médico y aun de las personas menos acostumbradas a ver esta clase de enfermos. El melancólico se pone cada día más irritable, más desconfiado, más triste; todo lo que pasa ante sus ojos se lo apropia, lo disfraza y desnaturaliza, ve maquinaciones que se forman contra su persona en los actos que no le conciernen, y ve hipocresía, odio en las demostraciones de una pura amistad. Antes no tenía más que sospechas, ahora se complace en una penosa incertidumbre. Todo se adivina en sus actos intelectuales y toma una forma precisa; sus sentimientos, sus ideas se convierten en verdaderas sensaciones externas, tan distintas (tan físicas diría yo) como los objetos mismos; es el pensamiento que parece materializarse; que se vuelve una imagen visual, un sonido, un olor, un sabor, una sensación táctil."

 De este modo es, en efecto, como principia a veces la locura sensorial crónica. He aquí una observación que debemos a la complacencia de nuestro digno maestro el Dr. Baillarger y que nos parece notable por la lentitud con que se desarrolló la enfermedad.

 D. D. de 30 años, quiso casarse a los 20 años y su padre se opuso; de aquí se le originaron disgustos y tristeza, bien pronto se figura que su familia tiene malas intenciones con respecto a él, y que los criados de la casa están de acuerdo con sus padres para mortificarlo. El delirio permanece así limitado durante un año; mientras tanto el enfermo continuaba viviendo en sociedad, pero no hablaba jamás del motivo de su preocupación; sus quejas no pasaban del círculo de sus padres y parientes. Un año se pasa así y al cabo de este tiempo el estado de D. se agrava; este cree que los criados de su casa se burlan de él, se enoja contra su padre a quien acusa de tener a su servicio personas que le insultan a cada paso. Algunos meses después piensa por segunda vez en casarse, experimenta nuevos disgustos y vivas contrariedades, porque su padre vuelve a oponerse y le amenaza con desheredarlo; oye voces por las noches al tiempo de dormirse que le dicen mil injurias y que le indultan. El objeto de sus enemigos es entonces el de interrumpirle el sueño, de excitar su cerebro para enfermarle. Sus quejas se hacen más vivas y viendo que su padre se niega a poner fin a las maquinaciones que se urden contra él, se dirige en persona ni Prefecto de policía, abandona la casa paterna, se instala en un hotel; de éste se muda a otros sucesivamente, y así recorre muchos barrios de París; por último, se marcha al extranjero, visita a Alemania, Suiza, Italia &c. y vuelve a París siempre perseguido por sus supuestos enemigos. Las alucinaciones en este enfermo fueron precedidas de concepciones delirantes e ilusiones de los sentidos durante dos años, y eran aquí como en todos los casos de este género el resultado de una exaltación cerebral progresiva, de una preocupación peculiar.

 Dijimos antes que la locura sensorial crónica sucedía algunas veces al estado agudo. He aquí un hecho que lo demuestra. La Sr. R., viuda, de 61 años, de fuerte constitución, tiene muchos de sus parientes locos; ha sido siempre poco inteligente. Trabajaba hacía ya algunos días al sol y en época de fuer tes calores. Por otro lado había experimentado una gran sorpresa y pesadumbre a causa de un robo que la hicieron de objetos de estimación para ella. En estas circunstancias estallaron repentinamente las alucinaciones; R. empezó a oír ruidos en la pieza vecina a la suya, lo cual la asustaba y la ponía en una gran agitación. Al día siguiente de esto, ya no eran ruidos sino voces de gendarmes las que oía: se le hicieron entonces algunos reme dios, pero las alucinaciones, que llegaron a suspenderse durante algunas horas, volvieron con mayor intensidad. R. fue entonces conducida al hospital, en donde sus alucinaciones continuaron bajo la forma crónica. Esta mujer se tranquilizó y pasaba los días hilando; sin embargo, las voces de gendarmes no la dejaban y le repetían toda especie de amenazas, injurias y palabras obscenas.

 Marcha, duración y terminación. Esta forma de la locura sensorial tiene una marcha ordinariamente continua, mientras que lo contrario sucede respecto a las alucinaciones consideradas como fenómeno aislado de la locura en general. Las falsas percepciones en la forma de monomanía que nos ocupa ofrecen en efecto remitencias e intermitencias bien marcadas, pero el delirio ni disminuye ni cesa con ellas. A veces sucede que de tiempo en tiempo desaparece el delirio y el enfermo tiene conciencia de sus alucinaciones. El Dr. Baillarger cita el ejemplo de un médico contemporáneo suyo, que se hallaba en este caso; pero los hechos de este género son en extremo raros; por lo común sucede lo contrario, el enfermo no reconoce nunca su error, y aun se observa que algunas veces es necesario combatir el delirio cuando las alucinaciones propiamente dichas han cesado definitivamente mucho tiempo antes. En la actualidad estoy asistiendo a un señor que hace ya como tres meses tuvo alucinaciones; hoy no las tiene más, pero cree aun que jamás ha estado loco. La forma crónica de la locura sensorial es por lo común de larga duración, y lo es aun cuando su terminación haya de ser feliz. En estos casos no puede fijarse el tiempo que dure la enfermedad; algunos enfermos curan en poco más de un ano y otros en cinco o seis meses solamente; no creo, sin embargo, que pue da establecerse una regla general respecto a este particular. He visto, por mi parte, en la Salpêtriére de Paris. (servicio del Dr. Mitivié) curarse radicalmente una señora que hacía ya más de tres años estaba alucinada; y conocí otra en el mismo hospicio que había estado igualmente alucinada por espacio de cinco años y que también curó.

 Cuando la locura sensorial crónica debe terminarse por la curación, se ve desde luego que las alucinaciones cesan; más tarde la creencia en las falsas percepciones pasadas se debilita poco a poco, hasta que al fin desaparece. Algunos enfermos salen del hospicio sin haber renunciado completamente a sus convicciones; pero esto no les arrastra a cometer ningún acto irregular. A veces la enfermedad, por causas que no pueden fácilmente determinarse, sufre en su terminación ciertas modificaciones que debemos indicar aquí. Así por ejemplo: el delirio que en un principio era limitado, se hace más extenso, el alucinado ocurre a explicaciones en las cuales no había pensado al principio de su enfermedad; después aparecen alucinaciones de uno o de varios sentidos además de las que existían ya: son particularmente falsas percepciones de la sensibilidad general, que vienen por decirlo así a agravar el mal. El alucinado se abandona en su porte, su carácter se agria cada vez más, se aísla, y al cabo de poco tiempo se nota que el delirio ha aumentado considerablemente.

 En un gran número de casos se ve aparecer la incoherencia en las ideas y en las palabras; y los signos de demencia se agregan a este estado, que se confunde así con los otros géneros de locura crónica: la manía crónica, la demencia confirmada &c. Pero esta especie de degeneración de la monomanía sensorial no es frecuente; por lo general la afección conserva por espacio de largos años la fisonomía que le es propia.

 Un hecho que nos parece deber señalar aquí por su importancia, y del cual nos ha hablado varias veces el Dr. Baillarger, es la disminución y luego la cesación del trastorno sensorial en algunos alucinados que continúan oyendo con el pensamiento voces sin ruido. Ciertos enfermos que han podido curarse de su locura, han dado después cuenta exacta de dos estados muy distintos que habían existido en ellos; en el uno oían voces con ruido, es decir, voces exteriores; en el otro oían voces sin ruido, es decir, voces interiores o secretas. Esto, por otra parte, se encuentra bien explicado en la distinción que ha establecido el profesor Baillarger entre las alucinaciones propiamente dichas, las cuales ha dividido este alienista en dos especies, unas psico-sensoriales y otras psíquicas (Lecciones orales recogidas por el autor, 1862).

  Diagnóstico. La forma crónica de la locura sensorial es de fácil diagnóstico. Pudiera sin embargo confundirse con la monomanía simple acompañada de alucinaciones; más teniendo presente, que la primera se acompaña desde su principio de falsas percepciones, las cuales continúan formando el carácter primor dial de la enfermedad y, sobre todo, que el delirio se halla largo tiempo limitado al trastorno que las falsas percepciones arrastran por sí mismas, fácil es hacer la distinción entre una y otra de esas dos variedades de monomanías. En cuanto a la diferencia entre la forma crónica y aguda, la marcha principalmente, la du ración y terminación que son tan diferentes en una y otra, podrán servir a establecer, sin grande dificultad, el diagnóstico diferencial.

 Pronóstico. Esta forma de la locura sensorial es por lo común grave. Esquirol decía que las alucinaciones agravaban el pronóstico en la locura. Esta proposición debe aplicarse muy particularmente a la monomanía sensorial, pues ya hemos visto más arriba que la forma aguda es fácilmente curable. La forma crónica es, al contrario, de muy difícil curación; pero recordemos aquí, que algunos sujetos han podido recuperar una salud moral completa y estable. No obstante, en tesis general, debe considerarse el pronóstico de esta afección como altamente grave.

 Causas. Las causas de la locura sensorial crónica pudieran resumirse en las mismas que se encuentran indicadas en la historia de todas las clases y géneros de enajenación mental; la predisposición hereditaria, las emociones fuertes, las penas continuadas, los excesos de trabajos intelectuales, las pasiones lleva das al extremo o contrariadas, algunas causas físicas como insolaciones, supresiones de exutorios o de afecciones constitucionales, las fatigas excesivas, la miseria, los abusos de bebidas alcohólicas, &c. pueden predisponer y determinar un acceso de locura sensorial agudo que pasa al estado crónico, o bien dar origen de un modo gradual a la forma crónica.

 Pero entre las causas de la locura en general, hay una sola que ofrece algo de especial respecto a la producción de la monomanía sensorial, y que puede muy bien considerársela como propia: queremos hablar del temperamento llamado melancólico. El Dr. Lelut lo ha indicado perfectamente: "la tendencia a la desconfianza, dice, es la que conduce a ver en los hechos más insignificantes los efectos de la malevolencia." Esta disposición se encuentra muchas veces en individuos de gran inteligencia: la historia nos presenta algunos ejemplos; Gilbert, Zimmerman, Juan Jacobo Rousseau y otros.

 Anatomía patológica. Según las investigaciones de Leuret, Lelut, Parchappe, Baillarger y otros, el delirio parcial que acompaña las alucinaciones, cualquiera que sea la forma de locura en que se observe no tiene caracteres anatómicos que le sean propios, y por consiguiente aun cuando se hayan encontrado algunas alteraciones en el cerebro de los individuos muertos durante el curso de la locura, no podría determinarse si esas alteraciones eran dependientes del delirio mismo, o bien de las alucinaciones, o bien en fin de otra causa ajena a ambos fenómenos. Hay, según Leuret, muchos casos en los cuales no se ha encontrado lesión apreciable alguna, y más de un práctico muy versado en esta materia ha tenido ocasión de verificar el aserto de este ilustre médico. El Dr. Foville ha pretendido demostrar por medio de un número notable de autopsias, que la única lesión constante que se encuentra en los casos de alucinaciones, tiene su asiento en el cerebelo y consiste en la adherencia íntima de la capa cortical de este órgano con las partes correspondientes de la pia-mater y la aracnoides. Esta lesión ha sucedido muchas veces a la alteración de las partes periféricas de los nervios auditivo y trigémino. Pero el Dr. Parchappe y particularmente el profesor Baillarger han opuesto mil objeciones muy plausibles contra la opinión de Mr. Foville, y si bien no han negado la posibilidad del hecho indicado por este autor, creen que aún no se halla bastante bien demostrado.

 Nosotros creemos además que bajo el punto de vista de causa a efecto, aun suponiendo demostrada esa relación entre las alteraciones de los nervios y del cerebelo con las alucinaciones, quedaría siempre la duda de saber si aquellas eran la causa primitiva o los efectos de estas. El Dr. Baillarger nos ha dicho que las alteraciones que él ha encontrado, no han sido ni constantes ni siempre las mismas; pero que en muchos casos ha notado: 1° una ligera coloración rosada de la sustancia gris del cerebro o bien su transformación en una capa de color blanco amarilloso; 2do una mayor consistencia y elasticidad de esta sustancia que las que ofrece en el estado normal; 3° a veces un espesamiento notable de la aracnoides; una corta cantidad de serosidad derramada en los ventrículos &c. Pero todas estas alteraciones, en el mismo grado y variedad, se encuentran también a veces en los casos de locura simple sin alucinaciones, y aun en los de otras enfermedades cerebrales sin perturbación es table de la razón, como lo han demostrado muchos ilustres médicos. De suerte que esos caracteres indicados por el Dr. Baillarger, no tienen gran valor considerados precisamente bajo el punto de vista que nos ocupa aquí.

 En resumen vemos que los caracteres anatómicos, propios y exclusivos de la locura de que tratamos, están aún por descubrirse. Sin embargo a veces se encuentra la causa anatómica de ciertas ilusiones de los sentidos, y particularmente de las que pertenecen a la sensibilidad general: así una peritonitis crónica viene a explicar las ilusiones de una señora que creía tener animales en el vientre; un quiste del ovario da razón de la idea fija de otra mujer que creía estar en cinta y que sentía moverse el feto; un herpes de la vulva ha sido el punto de partida de las más raras sensaciones &c. Pero estos hechos no pueden ser considerados como propios a la anatomía patológica de la locura sensorial; y si los señalamos aquí, es solo para demostrar de paso la relación que guardan a veces las lesiones materiales con las perturbaciones del espíritu.

 Tratamiento. Los medios que se emplean en el tratamiento de la locura sensorial crónica son de dos órdenes; el uno físico y el otro moral. El tratamiento físico es directo o indirecto: este último debe basarse en las indicaciones que resulten del estado general del paciente: corregir las diátesis existentes; modificar el estado de la sangre, (anemia, clorosis, plétora, vicio herpético, escrofuloso &c.) porque una alteración cualquiera de los líquidos puede influir en la persistencia del mal, ya por la relación que tenga con este, ya por el entorpecimiento que pueda ofrecer en la marcha de la curación. 2do Es necesario tener en cuenta los antecedentes del enfermo respecto a padecimientos anteriores, hemorragias habituales, úlceras, erupciones &c. que viniendo a suprimirse pueden tener parte en la producción de la enfermedad. 3ro Debe también darse alguna importancia al estado presente de los órganos en general y sus funciones, corregir la dispepsia, los estreñimientos, las diarreas &c., pues como todos sabemos, importa mucho mantener en el mayor orden posible el ejercicio de todos los órganos de la economía, cuyas lesiones pueden a veces explicar el origen de la enfermedad mental. De tal suerte conviene reconocer el estado del pulmón, del corazón, del hígado, del útero &c. Galeno había ya señalado la necesidad de admitir dos órdenes de perturbaciones mentales; las unas primitivas o por alteraciones cerebrales; las otras per-consensus o por alteraciones de otros órganos o funciones. Este mismo modo de ver ha sido admitido por el sabio alienista de Rouen, el Dr. Morel, que ha establecido en su clasificación un género de locuras bajo la denominación de simpáticas.

 El tratamiento físico directo se reduce al uso de ciertos agentes modificadores especiales, que se aplican ya directamente al sentido afectado, ya de un modo general, para que obrando sobre el sistema nervioso produzca efectos localizados en el órgano enfermo. Entre estos agentes debe colocarse en primera linéala electricidad. En efecto, el paso de una corriente continua de este fluido por el conducto auditivo ha modificado con frecuencia las alucinaciones del oído, y curado algunos enfermos de esta clase. Nosotros vimos el año antes pasado en la Salpêtriére de Paris, dos mujeres que habían estado alucinadas por espacio de muchos años y que curaron á beneficio de este medio, y en poco tiempo. El Dr. Mitivié, médico de la Salpétriére, usa con buen éxito las corrientes eléctricas, ya intermitentes, ya continuas en los casos de alucinaciones simples. El Dr. Hiffelsheim de París ha publicado dos observaciones de monomanía sensorial en las que se obtuvo pronta curación por medio de las corrientes eléctricas continuas. (Véase "Archivos de enfermedades mentales y nervioaas",1861.)

 El aparato de que este autor se sirve, consiste en una pequeña pila de Volta de 18 elementos, cuyos hilos conductores son largos como de dos varas cada uno, y tienen en la extremidad libre una pequeña esponja en forma de cono, la cual se hace penetrar profundamente en el conducto auditivo al tiempo de aplicar el aparato. El Dr. Hiffelsheim agrega en un punto de cada polo de la pila dos hilos finos que forman una segunda corriente, la cual atraviesa un pequeño cilindro graduado lleno de agua que sirve de electrómetro y por medio del cual se aprecia la fuerza más o menos grande de dicha corriente, pudiéndose así aplicar este agente de un modo metódico y preciso.

 Entre los medios farmacéuticos que se usan con mejor éxito de be colocarse en primer rango a la Datura Stramonium dada al interior, el extracto a la dosis de 5 a 20 centigramos en las 24 horas, y la tintura alcohólica a dosis relativas. La belladona también ha sido recomendada por los autores para combatir las alucinaciones. Pero estos agentes farmacéuticos obran mejor en la forma aguda de la enfermedad que en la crónica, y deben ser administrados con gran prudencia por los efectos á veces exagera dos y muy graves que suelen producir.

 Tratamiento moral. Este puede también ser directo o indirecto. El primero cuando se atacan directamente las concepciones delirantes por medio de silogismos y razonamientos. El segundo, cuando por medio de nuevas impresiones despertadas bajo la influencia de una pasión cualquiera, se trata de romper la asociación viciosa de las ideas. El sentimiento que comúnmente se procura despertar en estos enfermos es el del terror o del miedo, lo cual se consigue por medio de los baños fríos de regaderas, las afusiones frías, las duchas fuertes, que inti midan considerablemente a los enfermos, o bien por otros medios fuertes análogos.

 Leuret, el ilustre médico de Bicêtre, cuya memoria honrará siempre la ciencia por los importantes trabajos que legó a la patología mental, erigió en precepto este tratamiento considerando le como el único que puede corregir las perturbaciones de los sentidos y los trastornos parciales del espíritu de un modo seguro y estable. Pero este autor no solo se servía de esos medios fuertes que no tienen otro objeto más que el de intimidar al paciente; sino que agregaba a la vez los razonamientos y la persuasión poniendo en juego mil estratagemas, moviendo todos los resortes de la inteligencia y aprovechando todos los instantes para reducir al enfermo a confesar sus errores, comprender su delirio y procurar desecharlo. Leuret obtuvo mil triunfos con su modo de tratar a los locos, y cualquiera que sea la justicia de la crítica de sus contemporáneos, los hechos que él ha presentado no pue den perder su valor a los ojos de aquellos que imparcialmente buscan en la observación los medios de llegar a lo útil, a lo cierto y a lo justo. En sentido opuesto al modo de ver de este sabio alienista, vemos que se expresan otros distinguidos prácticos. Georget, por ejemplo, decía que en ningún caso debía ejercitarse el espíritu de los enfermos en el mismo sentido de su delirio, pero tampoco contrariarse abiertamente sus ideas o sus afecciones. Esquirol también ha dicho que quien pretenda curar a los locos por medio de silogismos y razonamientos, conoce mal la historia clínica de estos males.

 Esta discordancia de opiniones entre Esquirol y Leuret tiene sin embargo su explicación. Así por ejemplo. Esquirol rechaza los razonamientos como un medio de curar la locura, pero no niega la importancia del tratamiento moral; y digo que no la niega porque en su Tratado de las enfermedades mentales se encuentran excelentes preceptos y observaciones sobre este modo de tratar los alienados. "Importa mucho en la locura, dice este autor, sustituir a una pasión imaginaria una pasión real; un monomaniaco que se fastidia por todas partes, aunque viva en todo género de comodidades, sepáresele de sus costumbres, impóngasele privaciones, y entonces el fastidio razonablemente motivado será un poderoso medio de curación: un melancólico se desespera, su póngasele un pleito; el deseo de defender sus intereses le vuelve su energía intelectual" &c. Mas adelante agrega Esquirol: "a veces es necesario imponer y vencer las resoluciones más tercas inspirando a los enfermos una pasión más fuerte que la que do mina su razón; sustituir un temor real a un temor imaginario: otras veces es menester captarse su confianza, levantar su ánimo abatido haciendo nacer la esperanza en el corazón." (Oper.cit., Paris 1833, tomo 1ro, páginas 133 y 471.)

 Estos no serán razonamientos ni silogismos; pero sí son preceptos que atañen al tratamiento moral directo de la locura; y por tanto, o Esquirol no es consecuente en su práctica con los principios que nos ha enseñado, o su modo de ver difiere poco del que Leuret ha expuesto. Nosotros creemos esto último más bien que lo primero, y nos parece que la diferencia que existe entre las aserciones de uno y otro autor es casi de pura forma. Así Esquirol admitía la necesidad de usar los medios morales para combatir la locura; pero creía inútiles los razonamientos y silogismos dirigidos al paciente con objeto de convencerle de su error. Leuret confiesa con Esquirol que los razonamientos y silogismos son ineficaces, pero es cuando se emplean solos, pues si se les aplican al mismo tiempo que las duchas y afusiones frías dan a menudo excelentes resultados; de esta suerte, dice este autor, se consigue que el enfermo reconozca sus errores y se avenga a desecharlos.

 Leuret denomina este modo de tratar la locura tratamiento moral, porque en efecto su objeto es atacar la parte moral del individuo, y aunque los medios sean en parte físicos, sus efectos son verdaderamente del orden moral. He aquí como se expresa el Dr. Aubanel, discípulo distinguido de Leuret, que ha defendido valerosamente las ideas de su ilustre maestro. "Lo primero que debe hacerse en un caso de delirio ocasionado por la alucinación, es tratar como se practica en todas las monomanías de hacer conocer al enfermo su error, alejando todos los motivos que se crean susceptibles de impresionarle. Los medios de apelar a su razón son varios y enteramente individuales: si se encuentra una resistencia que parezca invencible, es necesario oponer un esfuerzo mayor que la resistencia sin temer llevarlo más allá, perturbando el sistema moral por algún medio riguroso, hasta lograr que venga la convicción. El enfermo colocado bajo un aparato de duchas y argumentado incontinenti, como debe serlo, cede a menudo ante el miedo y no tarda en hacer concesiones. No debe creerse por eso, que esté curado, solo se le ha forzado a disimular su delirio; pero esto es ya un progreso hacia la curación, este disimulo de cordura produce sus efectos y no deja de contribuir algo a disipar los errores del espíritu. 

 "El enfermo, sometido continuamente a una vigilancia severa, no se abandona a sus locas concepciones temiendo ser castigado y cuando los medios le obligan a fijar la atención en los razonamientos que se le hacen, es menester aprovechar esos momentos para obtener su confianza y penetrar en la profundidad de su espíritu haciéndole conocer lo absurdo y extravagante de sus ideas &c."

 Estos preceptos formulan en resumen el tratamiento moral de Leuret denominado en su origen por "intimidación" y llamado método perturbador por los Sres. Archambault y Baillarger. Algunos médicos especialistas han criticado severamente este modo de tratar a ciertos alucinados; pero esos mismos prácticos reconocen la autoridad del ilustre maestro que le ideó y admiten la autenticidad de los hechos citados por él. ¿Cómo comprender semejante contradicción? Los argumentos expuestos en contra de la opinión de Leuret, no son verdaderamente de naturaleza tal que puedan convencernos, y por otro lado las observaciones publicadas por Leuret, los Sres. Aubanel, Macario y otros, nos inclinan a creer que si bien no todas las locuras son susceptibles de curarse con el método de Leuret, hay algunas que ceden únicamente a beneficio de ese tratamiento, y esta es la opinión del mismo Leuret y sus discípulos como lo hemos visto al transcribir la cita del Dr. Aubanel.

 Mr. Baillarger que, como Esquirol, cree ineficaces los razonamientos y silogismos para convencer al monomaniaco de sus errores, dice que el método de Leuret, usado al principio del mal, produce con frecuencia brillantes resultados. Muchos otros distinguidos alienistas modernos recomiendan igualmente el método instituido por Leuret para combatir ciertas monomanías y particularmente las aberraciones sensoriales. Nosotros le hemos visto emplear en algunos casos de este género con buen éxito y en nuestra práctica podemos asegurar que las veces que le hemos usado ha sido con resultado, si no siempre enteramente favorable, por lo menos bastante satisfactorio. De modo, que considerado en lo relativo a la locura sensorial el tratamiento moral instituido por Leuret debe emplearse si no de un modo absoluto y en todos los casos, por lo menos en muchos de ellos.

 Hemos colocado entre los medios morales indirectos el tratamiento propuesto por Leuret, porque en efecto en él se trata de afectar de un modo indirecto la parte moral del paciente: despertando por medio de la ducha fría el sentimiento del terror o del miedo se logra dominar las ideas del enfermo, se le obliga a confesar sus errores; es decir, a simular la cordura; y de esta simulación continuada a la verdadera cordura no hay más que un paso. Este modo encadenado de atacar las ideas delirantes no puede a nuestro juicio ser calificado sino de indirecto moral, y por eso lo hemos llamado así.

 En la misma categoría debe colocarse el aislamiento, que es otro de los medios morales que puede decirse indispensable para el tratamiento de cierta clase de enajenados. En efecto, algunos alucinados son peligrosos para sí mismos y aun para los que les rodean. Los tristes acontecimientos (suicidios y homicidios) observados cada día entre los individuos afectados de alucinaciones crónicas, prueban la necesidad de aislar y vigilar estos enfermos. Es pues importante este precepto en el tratamiento de los alucinados, y necesario se hace recomendarlo.

 El aislamiento, siendo un medio casi general de tratar la lo cura merece ser estudiado detenidamente, y aunque la mayor parte de los autores hayan reconocido su importancia, no todos han interpretado en su justo valor la significación de la palabra "aislamiento" empleada hace tantos años en la terapéutica de la locura. El Dr. Casimiro Pinel, director de la casa especial Cháteau Saint James en París, ha publicado el año próximo pasado una serie de artículos en el Journal de Médecine Mentale dirigido por el Dr. Delasiauve, referentes a esta interesante materia; y en ellos demuestra la necesidad de emplear ese tratamiento para curar los enajenados. El autor se ocupa sucesivamente del aislamiento  a domicilio en las casas particulares dispuestas ad-hoc, en los asilos públicos o privados y por medio de los viajes. Después de largas y juiciosas consideraciones concluye dando la preferencia de un modo general al aislamiento de los asilos especiales: reconoce sin embargo, que ciertos enfermos pueden ser tratados en sus casas, que otros encuentran en los viajes un recurso soberano para consolidar su curación; pero en regla general sostiene que el aislamiento, entendido en cualquiera de estos diferentes sentidos, es siempre un medio indispensable para el tratamiento de los alienados.

 El Dr. Baillarger admite dos géneros de aislamiento, el uno en lo relativo a los parientes y personas que habitualmente rodean al enfermo; el otro en lo relativo a la sociedad de los demás hombres. En el primer género coloca los viajes, la separación del paciente de su familia, poniéndole en un lugar desconocido para él y en medio de personas extrañas. En el segundo género coloca las casas especiales y asilos de alienados. En los asilos de este género también se practica el aislamiento de dos modos; uno relativo y otro absoluto: el primero consiste en la separación del enfermo de sus compañeros, poniéndole en un aposento solo, en una sección aparte, al lado de otra categoría de enfermos; pero libre el segundo, constituyendo al enferme en una celda llamada de fuerza, reduciéndole a unos cuantos pies de terreno solamente y aislándole en el encierro. Pero este aislamiento absoluto tiene su aplicación determinada, no se practica hoy sino en los enfermos muy agitados y eso temporalmente; es decir, mientras se corrige su agitación. Esta clase de secuestración ha ido cada día circunscribiéndose más; así en los asilos de Francia el número de celdas de fuerza era considerable, pero después de los trabajos de Ferrus, hemos visto que en la construcción de los modernos asilos se ha procurado disminuir ese número.

 Mr. Parchappe en estos últimos tiempos ha reducido el número de celdas a un tres por ciento relativamente al de alienados. Este distinguido práctico, como la mayor parte de los alienistas modernos, no admite el aislamiento absoluto en los asilos sino temporalmente; es decir, cuando la necesidad es imperiosa y solo mientras dure el acceso de agitación llevado a su mayor grado de intensidad, lo cual no es permanente y portante la secuestración absoluta tampoco debe serlo. La consideración de este medio moral de tratamiento pudiera llevarnos insensiblemente al examen de los diferentes sistemas de tratar los alienados bajo el punto de vista social y moral; cuestión importantísima hoy para nosotros, puesto que se trata de reorganizar el establecimiento general de enajenados de la isla; mas para tratar esta materia con los detalles que requiere su importancia, sería necesario dar á nuestro trabajo una extensión mayor y tendríamos forzosamente que salir de los límites naturales de esta memoria. (Véase' "Sesiones'' de la Academia, Año 6to, pag. 42.)

 Baste con lo que llevamos expuesto para formar una idea acerca de las diferentes acepciones que debe acordarse a la palabra aislamiento en patología mental, y respecto ala importancia que tiene este medio moral de tratamiento. 

 En los asilos especiales los alucinados reclaman una vigilancia particular: no debe uno fiarse mucho sobre todo de aquellos cuyas falsas percepciones tienen cierto carácter agresivo y que pueden ser de consecuencias peligrosas; pues nadie respondería de que las alucinaciones de la noche no hayan cambiado las disposiciones del enfermo respecto a las personas que le rodean. Recordemos aquí ese alucinado que citamos más arriba, el cual lanzó repentinamente una botella al médico director del establecimiento en donde se hallaba, porque creyó que este le apuntaba con una escopeta.

 La vigilancia en estos enfermos no puede formularse de un modo general; la conducta que debe seguirse varía en cada caso particular; pero téngase presente sobre todo, que cualquiera que sea el modo de practicar la vigilancia en los diferentes casos, es un precepto utilísimo que debe observarse en los asilos especiales y que forma parte importante del tratamiento moral de los alucinados.

 La disciplina bien observada en los asilos contribuye notablemente a la curación del alienado; el monomaniaco particularmente necesita que se le imponga el orden, un régimen reglamentado, &c. En un asilo bien organizado debe encontrar el enfermo todos los medios de orden posible; debe encontrar recursos de distracción, trabajo para reemplazar hasta cierto punto sus ocupaciones habituales y sacar algún provecho de él; debe encontrar en fin todos los elementos capaces de hacerle la existencia lo más llevadera posible y gozar de una libertad relativa. Necesita sin embargo estar sometido a una disciplina, a un gobierno; porque aun en la sociedad más liberal, el hombre por muy sana que esté su razón necesita una disciplina, un gobierno. Un monomaniaco que, como dice Esquirol, piensa y discurre del mismo modo que un hombre cuerdo, juzga de la conducta que observan con él, y por eso es más difícil que se conforme con el trato que se le da en un hospicio, pero también es más dócil q la disciplina de estos asilos y se somete sin dificultad a ella. El alucinado, que es un verdadero monomaniaco, se acomoda perfectamente al orden disciplinado del hospicio, y aun cuando le repugnan ciertas medidas demasiado rígidas, a veces las tolera con resignación y prudencia.

 Tratamiento moral directo. Los medios morales directos son completamente inútiles en el tratamiento de la locura sensorial crónica: tal es la opinión del profesor Baillarger y la que había formulado su ilustre maestro Esquirol al ocuparse del tratamiento de la locura en general. Si se entiende por medios morales directos aquellos que resultan del ejercicio intelectual y que obran directamente en la razón enferma, como los silogismos, la persuasión &c., se comprende fácilmente que poco o nada se conseguirá de su empleo, puesto que el lenguaje de la sana razón es solo comprensible para la sana razón; y como lo había dicho ya Esquirol, cuando el loco se convence de sus errores por medio de los razonamientos que se le hacen, ya deja de ser loco.

  Pero nosotros no creemos que sean estos los únicos medios morales que deban llamarse directos; hay otros a los cuales puede darse la misma calificación y cuyo valor en el tratamiento de la locura es para muchos autores incontestable. Ciertos locos, y particularmente los monomaniacos, son susceptibles de apreciar algunos actos intelectuales y morales y juzgar de ellos con exactitud; son sensibles a las manifestaciones de afecto, de estimación, de cariño, conservan su dignidad, su amor propio natural &c.; el médico debe, como lo decía Leuret, poner en juego esos distintos resortes que aún no han perdido su acción en el enfermo, para lograr impresionar a este y afectarle de modo que por lo menos se predisponga favorablemente a conocer su estado, confesar sus errores y desecharlos luego. De esta suerte, y sin razonamientos ni silogismos, puede el práctico obtener la curación de su enfermo. Los autores han señalado multitud de ejemplo de curaciones obtenidas únicamente a beneficio de astutas estratagemas urdidas por los médicos en casos aun de locuras parciales.

  He aquí algunos hechos citados por el mismo Esquirol en su Tratado de enfermedades mentales (t. 19 pág. 132.) Alejandro de Tralles curó una mujer que creía haberse tragado una serpiente, echando furtivamente un animal de esta especie dentro del vaso en que caían las materias que un vomitivo ordenado por el médico le hacían arrojar. Zacutus cuenta que un joven que se creía condenado, curó con la aparición en su aposento de un niño disfrazado en forma de ángel, que le anunció había sido perdonado por todas sus faltas. Un demoniaco se niega a comer porque so cree muerto; Forestus logra hacerle comer, presentándole un fingido muerto, el cual asegura al enfermo que las gentes del otro mundo también comen. Un melancólico cree que no puede orinar porque teme que la tierra sea sumergida por un nuevo diluvio; alguien viene precipitadamente á decirle que un incendio amenaza destruir la ciudad, y que si no consiente en orinar todos perecerán; se decide a lo que se le pide y cura.

 Hechos de esta naturaleza se señalan frecuentemente en las obras de Pinel, de Leuret y de otros autores. En estos casos no se han usado los razonamientos ni los silogismos, y sin embargo no puede decirse que no sean directos los medios morales empleados. Debe pues darse alguna importancia a esta parte del tratamiento moral de la locura sensorial crónica, puesto que se  la acordamos respecto a las locuras parciales en general.

 

 "De la locura sensorial", Anales de la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales, t-3, 1866-1867, pp. 85-93, 126-33, 173-78, 231-36, 272-82 y 447-69.

 

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