lunes, 23 de septiembre de 2024

El grito de la rana

                                                                 

   Jean-Pierre Brisset 


 Cerca de los once años, sorprendimos una rana y con la maldad de un diablillo la aplastamos con una madera, apretando su vientre; cuando la pobre bestia extendió de repente las piernas y los brazos, nos golpeó la estupefacción. Nos agachamos para ver mejor: diríamos que era una persona … y nos alejamos sorprendidos, pensativos y arrepentidos por nuestra barbarie, porque diga lo que se diga, ningún animal desde talón al cuello posee una gracia corporal que se acerque tanto a la del cuerpo humano.

 Un día que observábamos a estas hermosas pequeñas bestias, repitiendo este grito: coac, una de ellas nos respondió, con los ojos interrogadores y brillantes, por dos o tres veces: coac. Nos era claro lo que decía: coac, ¿que dices? Otro día vimos un macho, quien en vano intentó acoplarse tres veces, dar la espalda completamente, con un marcado despecho, a la pequeña y demasiado inquieta hembra.

 En tanto la rana sólo fue rana, su lenguaje no se desarrolló considerablemente, sino tan pronto cuando los sexos comenzaron a anunciarse, sensaciones extrañas e imperiosas obligaron el animal a gritar por ayuda y socorro porque él mismo no podía satisfacerse, ni amortizar el fuego que le consumía. Esta es razón por la que la rana no tiene mucha influencia. Al igual que el hombre, la rana es un poco matutina, pero a estos queridos pequeños seres les gustan las tardes cantantes. Está de día y de noche, pero a la mañana se queda en su cama, el limo de la tierra. Se vuelve prontamente familiar y entonces gusta de la vecindad con los hombres, hasta el punto de darles placer el estar fuera del agua, tan cerca del hombre que observa con una tranquilizadora inmovilidad.

  En la época de amores, las ranas se reúnen en grupo, con cantos sin fin ni interrupción, aunque entrecortados por silencios: coaque, coèque, coéque. El diccionario Larousse le atribuye los gritos: Brekekex, coax y ololo. Au l’eau lo es igual a Là à l’eau. Au lolo es un llamado infantil para beber la leche y el agua es la primera leche. Los amancebamientos se hacen por varios días, porque aunque no tengan sexo, estos pequeños animales se ponen uno sobre el otro para desovar en el agua donde eclosionarán los renacuajos. En esta época, el macho hacer oír vigorosamente su grito: Que hay haya, que-rere hay altura, corazón hay altura, donde se puede ver el origen de creo, del verbo crear.


 Jean-Pierre Brisset: El grito de las ranas; textos elegidos y adaptados por Gilles Rosière; traducción Gabriela Milone, Plástico Sagrado, 2017. 

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