viernes, 20 de septiembre de 2024

Séptimo ángel


    Michel Foucault


 La Science de Dieu y, en gran medida, La Grammaire logique se presentan como una investigación acerca del origen de las lenguas. Investigación tradicional durante siglos, que, desde el siglo XIX, se vio obligada poco a poco a derivar hacia el lado del delirio. Baste un dato simbólico para esta exclusión: el día en que las sociedades eruditas rechazaron las memorias consagradas a la lengua primitiva. Pero dentro de esta larga dinastía, un buen día desterrada, Brisset ocupa un sitio señero y actúa como un agitador. Súbito torbellino entre tantos tranquilos delirios.

 El principio de no traducción

 Dijo en la Advertencia de La Science de Dieu: “La presente obra no puede ser traducida por completo” 1. ¿Por qué? La afirmación no deja de extrañar, desde el momento en que viene de quien investiga el origen común de todas las lenguas. ¿No está ese origen, como lo quiere una tradición singularmente ilustrada por Court de Gébelin, constituido por un pequeño número de elementos simples ligados a las cosas mismas, que siguen existiendo en forma de huellas en todas las lenguas del mundo? ¿No es posible -directamente o no- conducir de nuevo hacia él todos los elementos de una lengua? ¿No es él eso en lo que cualquier idioma puede ser vuelto a traducir y no forma un conjunto de puntos gracias a los cuales todas las lenguas del mundo actual o pasado comunican? Él es el elemento de la traducción universal: otro en relación con todas las lenguas y el mismo en cada una de ellas.

 Ahora bien, Brisset no se dirige hacia aquella lengua suprema, elemental, inmediatamente expresiva. Sino que se queda quieto sin moverse del sitio, con y en la lengua francesa, como si ella fuera en sí misma su propio origen, como si hubiera sido hablada desde el fondo del tiempo, con las mismas palabras, o faltándole unas pocas, distribuidas solamente en un orden diferente, trastornadas por metátesis, encogidas o distendidas por dilataciones y contracciones. El origen del francés no es para Brisset algo anterior al francés; es el francés que juega consigo mismo, y que cae ahí, al exterior de sí, con una polvareda final que es su comienzo.

 Sea el nacimiento del mentón:

 “El mentón = él aumentó. Por esta relación, el mentón aumenta después de que hayan sido mentadas la cara o la mandíbula. Sal mentón = Se alimentó. Comienzan a tomarse los ajos como ali-mento cuando el mentón, hasta entonces ali-corto, se formó. Con la llegada del mentón el antepasado se hizo vegetariano.” 2

 A decir verdad, no hay para Brisset una lengua primitiva que se pudiera poner en correspondencia con Siete sentencias sobre el séptimo ángel los diversos elementos de las lenguas actuales, ni siquiera cierta forma arcaica de lengua de la cual se pudiera hacer que derivara, punto por punto, la que hablamos; la primitividad es más bien para él un esta do fluido, móvil, indefinidamente penetrable del lenguaje, una posibilidad de circular por él en todos los sentidos, el campo abierto a todas las transformaciones, inversiones y recortes, la multiplicación en cada punto, en cada sílaba o sonoridad, de los poderes de designación. En el origen, lo que Brisset descubre no es un conjunto limitado de palabras sencillas sólida mente amarradas a su referencia, sino la lengua tal como hoy la hablamos, esta misma lengua en el estado de juego, en el momento en que se arrojan los dados, en que los sonidos ruedan aún, dejando ver sus sucesivas caras. En esa primera edad, las palabras brincan fuera al toque de corneta decisivo, y son recuperadas sin cesar gracias a él, volviendo a caer de nuevo, cada vez según nuevas formas y siguiendo reglas diferentes de descomposición y de reagrupamiento:

 “El demonio = el dedo mio no. El demonio presume de dos dedos -dedos de dos-, dado el dedo de Dios, su sexo... Invertida, la palabra demonio da: la monda = una mondadura = un mundo de altura. A lo alto del mundo = yo empino el mundo. El demonio se con vierte así en señor del mundo en virtud de su perfección sexual... En su homilía él se guiaba por su ombligo: su ombliguía. La homilía es la mira del maligno. De un mar ígneo, ven tú, el más digno: el maligno es una criatura del mar, de un mar tibio. Ahí salta y sortea el martirio. Con mi salto al mar me tiro.” 3.

 Dentro del lenguaje en emulsión, las palabras saltan al azar, como en las ciénagas primitivas nuestras ranas antepasadas brincaban según las leyes de una suerte aleatoria. En el comienzo eran los dados. El redescubrimiento de las lenguas primitivas no es en absoluto el resultado de una traducción; es el recorrido y la repetición del azar de la lengua.

 Por esto es por lo que Brisset estaba tan orgulloso de haber demostrado que el latín no existió. Si hubiera habido latín, sería preciso remontar desde el francés actual hacia esa otra lengua diferente y de la que habría derivado según esquemas determinados; y más allá sería preciso aún remontar hacia el estado estable de una lengua elemental. Suprimido el latín, el calendario cronológico desaparece; lo primitivo deja de ser lo anterior; surge como los lances, encontrados repentinamente todos, de la lengua.

 La envoltura al infinito

 Cuando Duret, de Brosses, o Court de Gebelin se esforzaban por restituir el estado primitivo de las lenguas, reconstituían un conjunto limitado de sonidos, de palabras, de contenidos semánticos y de reglas de sintaxis. Con el fin de formar la raíz común de todas las lenguas del mundo, y para volverse a encontrar aún hoy en cada una de ellas, era muy necesario que ese idioma fuera pobre en elementos y limitado en sus leyes de construcción. En último término, un solo grito (un solo grito que se diferencia de cualquier otro ruido o que se opone a otro sonido articulado) es lo que hay en la punta de la pirámide. La lengua primitiva es concebida tradicionalmente como un código pobre. La de Brisset es por el contrario un discurso ilimitado cuya descripción no puede nunca estar acabada. Y esto por muchas razones.

 Su análisis no conduce un término contemporáneo a un elemento primero que se podría encontrar en otra parte y más o menos disfrazado: hace que la palabra estalle sucesivamente en muchas combinaciones ele mentales, de manera que su forma actual descubra, cuando se la descomponga, muchos estados arcaicos; éstos, desde un principio, diferían unos de otros, pero mediante juegos de apisonamientos, de contracciones, de modificaciones fonéticas propias de cada uno, han terminado por converger todos en una sola y la misma expresión que los reagrupa y los contiene. Es cosa de la ciencia de Dios hacer que reaparezcan y que giren como un gran año multicolor en torno a la palabra analizada. Así, por ejemplo, la expresión “a solas”:

 “Sólo óyelos = los oye solo. Oye los holas, oye las olas. Sólo dice: ‘¡Hola! ola’. Dice solo. En soledad, dice sol: ‘¡Hola! sol’ El océano primitivo trae con el hola del sol la ola de la soledad. Al sol, la ola sola. La soledad asola. Con la soledad: a solas.”4

 Se está en lo contrario del procedimiento que consiste en buscar una misma raíz para muchas palabras; se trata, en función de una unidad actual, de ver cómo proliferan los estados anteriores que han llegado a cristalizar en ella. Recolocada en el vasto líquido primitivo, cualquier expresión actual revela las múltiples facetas que la han formado, que la limitan y que dibujan para los únicos ojos enterados su invisible geometría.

 Además, una misma palabra puede volver a pasar muchas veces por el filtro del análisis. Su descomposición no es unívoca ni está adquirida de una vez por todas. Sucede muy a menudo que Brisset la recupere, y en muchas ocasiones, tal, como sucede con el verbo “ser” analizado unas veces a partir de haber, otras veces a partir de sexo. En último término, se podría imaginar que cada palabra de la lengua puede servir para analizar todas las demás; que todas ellas son, unas para otras, principios de destrucción; que toda la lengua por entero se descompone a partir de sí misma; que es su propio filtro, y su propio estado originario; que es, en su forma actual, el resultado de un juego cuyos elementos y reglas están poco más o menos sacados de esta forma actual que es precisa mente la que hablamos. Si hiciéramos que pasara cualquier palabra de hoy por el filtro de todas las demás, habría tantos orígenes como palabras hay en la lengua. Y muchos más todavía, si se recuerda que cada análisis ofrece, en grupo inseparable, muchas descomposiciones posibles. La búsqueda de su origen, según Brisset, no comprime la lengua: la descompone y la multiplica por sí misma. Finalmente, último principio de proliferación: lo que se descubre, en el estado primero de la lengua, no es un tesoro, incluso considerablemente rico, de palabras, sino una multiplicidad de enunciados. Por debajo de una palabra que pronunciamos, lo que se oculta no es otra palabra, ni siquiera muchas palabras soldadas juntas, sino, casi siempre, una frase o una serie de frases. He aquí la doble etimología -y admiramos precisamente la doble gemelaridad- de origine y de imagination:

 Eau rit, ore ist, oris. J’is noeud, gine. Oris = gine = la gine urine. Veau rit gine. Au rige ist noeud. Origine. L’écoulement de l’eau est à l’origine de la parole. L’inversion de oris est rio, et rio ou rit eau, c’est le ruisseau. Quant au mot gine il s’applique bientôt à la femelle: tu te limes à gine? Tu te l’imagines. Je me lime, a gine est? Je me imaginais. Once, l’image ist néon ce, lime a gine ai, on se l’imaginait. Lime a gine á sillonl’image ist, noeud á sillon, l’image ist, n’ai á sillon.” 5

 El estado primero de la lengua no era por tanto un conjunto definible de símbolos y de reglas de construcción, era una masa indefinida de enunciados, un chorrear de cosas dichas: lo que debemos encontrar sobre el séptimo ángel detrás de las palabras de nuestro diccionario no son constantes morfológicas, sino afirmaciones, preguntas, anhelos, mandatos. Las palabras son fragmentos de discursos trazados por ellas mismas, modalidades de enunciados coagulados y reducidos al neutro. Antes que las palabras estaban las frases; antes que el vocabulario estaban los enunciados; antes que las sílabas y el acomodo elemental de los sonidos estaba el indefinido murmullo de todo lo que se diría. Efectivamente, antes de que hubiera lengua se hablaba. Pero ¿de qué se hablaba si no era de ese hombre que aún no existía puesto que no estaba dotado de ninguna lengua, de qué si no era de su formación, de su lento acomodo a la animalidad, si no era de la ciénaga de la que penosamente escapaba su existencia de renacuajo? De modo que bajo las palabras de nuestra lengua actual se dejan oír frases -pronunciadas dentro de esas mismas palabras o casi -por hombres que aún no existían y que habla de su nacimiento futuro. Se trata, dice Brisset, de “demostrar la creación del hombre con materiales que vamos a tomar de tu boca, lector, donde Dios los había colocado antes de que el hombre fuera creado”. Creación doble y entrecruzada del hombre y de las lenguas, sobre el fondo de un inmenso discurso anterior.

 Buscar el origen de las lenguas, para Brisset, no es encontrarles un principio de formación en la historia, un juego de elementos revelables que aseguren su construcción, una red de comunicación universal entre ellas. Es más bien abrir cada una de ellas a una multiplicidad sin límite; definir una unidad estable en una proliferación de enunciados; volcar la organización del sistema hacia la exterioridad de las cosas dichas.

 

 Siete sentencias sobre el séptimo ángel; traducción Isidro Herrera, Madrid, Arena Libros, 1999, pp. 17-28.


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