lunes, 9 de septiembre de 2024

Legítima defensa

 

  En el último número de los Anales Médico–psicológicos, el doctor A. Rodiet, en el curso de una interesante crónica, habló de los riesgos profesionales del médico de hospicio. Citó los recientes atentados de los que fueron víctimas muchos de nuestros colegas e investigó los medios de protegernos eficazmente contra el peligro que representa el contacto permanente del psiquiatra con el alienado y su familia.

 Pero el alienado y su familia constituyen un peligro que yo calificaría de "endógeno"; está ligado a nuestra misión, y es su corolario obligado. Simplemente lo aceptamos. No sucede lo mismo con un peligro que yo denominaría "exógeno" y que, éste sí, merece toda nuestra atención. Pareciera que debiera provocar reacciones más importantes de nuestra parte.

 He aquí un ejemplo particularmente significativo: uno de nuestros enfermos, maníaco reivindicador, perseguido y especialmente peligroso, me proponía, con suave ironía, la lectura de un libro que circulaba libremente en las manos de otros alienados. Ese libro, recientemente publicado por las ediciones de la Nouvelle Revue Française, parecería recomendable por su origen editorial y su presentación correcta e inofensiva. Era Nadja, de André Breton. Florecía allí el surrealismo con su voluntaria incoherencia, sus capítulos, hábilmente deshilvanados, y ese arte delicado que consiste en mistificar al lector. En medio de extravagantes dibujos simbólicos, se encontraba la fotografía del profesor Claude. Un capítulo, en efecto, nos estaba especialmente consagrado. Los infortunados psiquiatras eran allí copiosamente injuriados, y un pasaje (marcado con un trozo de lápiz azul por el enfermo que nos había ofrecido tan amablemente ese libro) atrajo muy particularmente nuestra atención; contenía estas frases: "Sé que si estuviera loco, a los pocos días de estar internado aprovecharía una remisión de mi delirio para asesinar fríamente al que se pusiera a mi alcance, con preferencia al médico. Por lo menos ganaría, corno los locos furiosos, que me colocaran en una celda individual. Quizás también me dejaran en paz."

 No se puede encontrar una incitación al homicidio más característica. Sólo provocará nuestro orgulloso desdén o quizás apenas llegue a rozar nuestra indolente indiferencia.

 Recurrir, en casos semejantes, a la autoridad superior, nos parecería dar muestras de un alborotamiento tan fuera de lugar que no nos animaríamos ni a pensarlo. Y sin embargo, hechos de ese género se multiplican todos los días.

 Considero que nuestra displicencia es culpable en gran parte. Nuestro silencio puede hacer sospechar de nuestra buena fe, y alentar todas las audacias.

 ¿Porqué nuestras sociedades, nuestra corporación, no han de reaccionar ante tales incidentes, trátese de un hecho colectivo o de un caso individual? ¿Por qué no hacer llegar una nota de protesta a un editor que publica una obra como Nadja, y por qué no intentar una acción judicial contra un autor que, en nuestra opinión, ha rebasado los límites del decoro?

 Creo que sería interesante (y constituiría nuestro único medio de defensa) encarar en el marco de nuestra corporación, por ejemplo, la constitución de un comité encargado especialmente de estas cuestiones.

 El doctor Rodiet terminaba su crónica con estas palabras: "El médico de hospicio puede reivindicar con justo título el derecho de ser protegido sin restricción por la sociedad que él mismo defiende…".

 Pero la sociedad parece olvidar a veces la reciprocidad de los deberes. A nosotros toca el recordárselo.

                                                         

                                                                                                        Paul Abély


SOCIEDAD MEDICO – PSICOLÓGICA


  SESIÓN DEL 28 DE OCTUBRE DE 1929

 Habiendo presentado el señor Abély una comunicación sobre las tendencias de los autores que se denominan surrealistas y sobre los ataques que dirigen contra los médicos alienistas, esta comunicación da lugar a la siguiente discusión:

  DISCUSIÓN.

  DR. DE CLÉRAMBAULT: Pregunto al profesor Janet qué vínculos existen entre el estado mental de los sujetos y los caracteres de su producción.

  P. JANET: El manifiesto del surrealismo incluye una introducción filosófica digna de atención. Los surrealistas sostienen que la realidad es fea por definición; la belleza sólo existe en lo que no es real. El hombre introduce la belleza en el mundo. Para producir lo bello hay que apartarse en lo posible de la realidad. Las obras de los surrealistas constituyen principalmente confesiones de obsesos y escépticos.

  DR. DE CLÉRAMBAULT: Los artistas excesivistas que lanzan modas impertinentes, a veces con el apoyo de manifiestos que condenan todas las tradiciones, me parece que, desde el punto de vista técnico, y cualquiera que sea el nombre que ellos adopten (y cualquiera que sea el género de arte y la época incriminada), pueden ser todos calificados de "procedistas". El procedismo consiste en ahorrarse el esfuerzo de pensar, y especialmente el de la observación, para aplicarse a una factura o a una fórmula determinadas, con el cuidado de producir un efecto único, esquemático y convencional: de ese modo se logra una producción rápida, con las apariencias de un estilo, y soslayando las críticas que una similitud con la vida facilitaría. Descubrir esta degradación del trabajo resulta particularmente fácil en el terreno de las artes plásticas; pero puede ser igualmente demostrada en el dominio verbal. El género de orgullosa pereza que engendra o que favorece el procedismo, no es privativo de nuestra época. En el siglo XVI los conceptistas, gongoristas y eufuistas; en el siglo XVII, los preciosistas fueron todos procedistas. Vadius y Trissotin eran procedistas, aunque más moderados y laboriosos que los de hoy, quizás porque ellos escribían para un público más selecto y erudito. En los dominios de la plástica, el auge del procedismo parece datar tan sólo del último siglo.

  P. JANET: En apoyo de la opinión del Dr. Clérambault traigo a colación ciertos "procedimientos" de los surrealistas. Sacan, por ejemplo, cinco palabras al azar del interior de un sombrero y realizan series de asociaciones con esa cinco palabras. En la Introducción al Surrealismo se da a conocer toda una historia con estas dos palabras: pavo y sombrero de copa.

  DR. DE CLÉRAMBAULT: En una parte de su exposición, el doctor Abély les ha revelado una campaña de difamación. Este punto merece ser comentado. La difamación forma parte de los riesgos profesionales del alienista; ella nos ataca, si la ocasión se presenta, con motivo de nuestras funciones administrativas o de nuestra acción como expertos: sería justo que la autoridad que nos designa nos protegiera. 

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  Contra todos los riesgos profesionales, de cualquier naturaleza que fueren, el técnico debería estar garantizado por disposiciones precisas que le aseguraran ayuda inmediata y permanente. Estos riesgos no son sólo de orden material sino también moral. La preservación contra esos riesgos implicaría socorros, subsidios, apoyo jurídico y judicial, indemnizaciones, y hasta, a veces, una pensión permanente y total. En la fase de urgencia, los gastos de asistencia pueden ser cubiertos por una Caja de seguro mutuo; pero en última instancia deben ser solventados por la autoridad misma durante cuyo servicio se han sufrido los daños.

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 La sesión se levanta a las 18 horas.

 Uno de los secretarios, Guiraud.


 Incorporado por André Breton a "Segundo manifiesto"; tomado de Manifiestos del surrealismo, traducción, prólogo y notas de Aldo Pellegrini, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1992, pp. 77-82. Documentos: Ann. méd. psych, 12 a serie, t. II, nov. 1929. 


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