En el último número de los Anales Médico–psicológicos, el doctor A. Rodiet, en el curso de una interesante crónica, habló de los riesgos profesionales del médico de hospicio. Citó los recientes atentados de los que fueron víctimas muchos de nuestros colegas e investigó los medios de protegernos eficazmente contra el peligro que representa el contacto permanente del psiquiatra con el alienado y su familia.
Pero el alienado y su familia constituyen un peligro que yo calificaría de "endógeno"; está ligado a nuestra misión, y es su corolario obligado. Simplemente lo aceptamos. No sucede lo mismo con un peligro que yo denominaría "exógeno" y que, éste sí, merece toda nuestra atención. Pareciera que debiera provocar reacciones más importantes de nuestra parte.
He aquí un ejemplo particularmente significativo: uno de nuestros enfermos, maníaco reivindicador, perseguido y especialmente peligroso, me proponía, con suave ironía, la lectura de un libro que circulaba libremente en las manos de otros alienados. Ese libro, recientemente publicado por las ediciones de la Nouvelle Revue Française, parecería recomendable por su origen editorial y su presentación correcta e inofensiva. Era Nadja, de André Breton. Florecía allí el surrealismo con su voluntaria incoherencia, sus capítulos, hábilmente deshilvanados, y ese arte delicado que consiste en mistificar al lector. En medio de extravagantes dibujos simbólicos, se encontraba la fotografía del profesor Claude. Un capítulo, en efecto, nos estaba especialmente consagrado. Los infortunados psiquiatras eran allí copiosamente injuriados, y un pasaje (marcado con un trozo de lápiz azul por el enfermo que nos había ofrecido tan amablemente ese libro) atrajo muy particularmente nuestra atención; contenía estas frases: "Sé que si estuviera loco, a los pocos días de estar internado aprovecharía una remisión de mi delirio para asesinar fríamente al que se pusiera a mi alcance, con preferencia al médico. Por lo menos ganaría, corno los locos furiosos, que me colocaran en una celda individual. Quizás también me dejaran en paz."
No se puede encontrar una
incitación al homicidio más característica. Sólo provocará nuestro orgulloso
desdén o quizás apenas llegue a rozar nuestra indolente indiferencia.
Recurrir, en casos semejantes, a
la autoridad superior, nos parecería dar muestras de un alborotamiento tan
fuera de lugar que no nos animaríamos ni a pensarlo. Y sin embargo, hechos de
ese género se multiplican todos los días.
Considero que nuestra
displicencia es culpable en gran parte. Nuestro silencio puede hacer sospechar
de nuestra buena fe, y alentar todas las audacias.
¿Porqué nuestras sociedades,
nuestra corporación, no han de reaccionar ante tales incidentes, trátese de un
hecho colectivo o de un caso individual? ¿Por qué no hacer llegar una nota de
protesta a un editor que publica una obra como Nadja, y por qué no intentar una
acción judicial contra un autor que, en nuestra opinión, ha rebasado los
límites del decoro?
Creo que sería interesante (y
constituiría nuestro único medio de defensa) encarar en el marco de nuestra
corporación, por ejemplo, la constitución de un comité encargado especialmente
de estas cuestiones.
El doctor Rodiet terminaba su crónica con estas palabras: "El médico de hospicio puede reivindicar con justo título el derecho de ser protegido sin restricción por la sociedad que él mismo defiende…".
Pero la sociedad parece olvidar a
veces la reciprocidad de los deberes. A nosotros toca el recordárselo.
Paul Abély
SOCIEDAD MEDICO – PSICOLÓGICA
SESIÓN DEL 28 DE OCTUBRE DE 1929
Habiendo presentado el señor
Abély una comunicación sobre las tendencias de los autores que se denominan
surrealistas y sobre los ataques que dirigen contra los médicos alienistas,
esta comunicación da lugar a la siguiente discusión:
DISCUSIÓN.
DR. DE CLÉRAMBAULT: Pregunto al
profesor Janet qué vínculos existen entre el estado mental de los sujetos y los
caracteres de su producción.
P. JANET: El manifiesto del
surrealismo incluye una introducción filosófica digna de atención. Los
surrealistas sostienen que la realidad es fea por definición; la belleza sólo
existe en lo que no es real. El hombre introduce la belleza en el mundo. Para
producir lo bello hay que apartarse en lo posible de la realidad. Las obras de
los surrealistas constituyen principalmente confesiones de obsesos y
escépticos.
DR. DE CLÉRAMBAULT: Los artistas
excesivistas que lanzan modas impertinentes, a veces con el apoyo de
manifiestos que condenan todas las tradiciones, me parece que, desde el punto
de vista técnico, y cualquiera que sea el nombre que ellos adopten (y cualquiera
que sea el género de arte y la época incriminada), pueden ser todos
calificados de "procedistas". El procedismo consiste en ahorrarse el esfuerzo
de pensar, y especialmente el de la observación, para aplicarse a una factura o
a una fórmula determinadas, con el cuidado de producir un efecto único,
esquemático y convencional: de ese modo se logra una producción rápida, con las
apariencias de un estilo, y soslayando las críticas que una similitud con la
vida facilitaría. Descubrir esta degradación del trabajo resulta
particularmente fácil en el terreno de las artes plásticas; pero puede ser
igualmente demostrada en el dominio verbal. El género de orgullosa pereza
que engendra o que favorece el procedismo, no es privativo de nuestra época. En
el siglo XVI los conceptistas, gongoristas y eufuistas; en el siglo XVII, los
preciosistas fueron todos procedistas. Vadius y Trissotin eran procedistas,
aunque más moderados y laboriosos que los de hoy, quizás porque ellos escribían
para un público más selecto y erudito. En los dominios de la plástica, el auge
del procedismo parece datar tan sólo del último siglo.
P. JANET: En apoyo de la opinión
del Dr. Clérambault traigo a colación ciertos "procedimientos" de los
surrealistas. Sacan, por ejemplo, cinco palabras al azar del interior de un
sombrero y realizan series de asociaciones con esa cinco palabras. En la
Introducción al Surrealismo se da a conocer toda una historia con estas dos
palabras: pavo y sombrero de copa.
DR. DE CLÉRAMBAULT: En una parte de su exposición, el doctor Abély les ha revelado una campaña de difamación. Este punto merece ser comentado. La difamación forma parte de los riesgos profesionales del alienista; ella nos ataca, si la ocasión se presenta, con motivo de nuestras funciones administrativas o de nuestra acción como expertos: sería justo que la autoridad que nos designa nos protegiera.
................
Contra
todos los riesgos profesionales, de cualquier naturaleza que fueren, el técnico
debería estar garantizado por disposiciones precisas que le aseguraran ayuda
inmediata y permanente. Estos riesgos no son sólo de orden material sino
también moral. La preservación contra esos riesgos implicaría socorros,
subsidios, apoyo jurídico y judicial, indemnizaciones, y hasta, a veces, una
pensión permanente y total. En la fase de urgencia, los gastos de asistencia
pueden ser cubiertos por una Caja de seguro mutuo; pero en última instancia
deben ser solventados por la autoridad misma durante cuyo servicio se han
sufrido los daños.
...............
La sesión se levanta a las 18
horas.
Uno de los secretarios, Guiraud.
Incorporado por André Breton a "Segundo manifiesto"; tomado de Manifiestos del surrealismo, traducción, prólogo y notas de Aldo Pellegrini, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1992, pp. 77-82. Documentos: Ann. méd. psych, 12 a serie, t. II, nov. 1929.
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