André Breton
En ese verdadero manifiesto del Art Brut que
constituye el anuncio fechado en octubre de 1948, nuestro amigo Jean Dubuffet
insiste con toda razón en el interés y la simpatía especial que nos inspiran
las obras “de personas consideradas enfermas mentales e internadas en
establecimientos psiquiátricos”. No hace falta decir que estoy totalmente de
acuerdo con sus afirmaciones: “Las razones por las que un hombre es considerado
no apto para la vida social nos parecen de una índole que no tenemos que tomar
en consideración. Me declaro no menos en perfecto acuerdo con Lo Duca, autor de
un notable artículo titulado “El arte y los locos”, que me han enviado sin que
desgraciadamente puedar dar la referencia y del que me limitaré a citar este
fragmento: “En un mundo aplastado por la megalomanía y el orgullo, por la
mitomanía y la mala fe, la noción de locura es bastante imprecisa. Se ha
observado, además, que un número excesivamente reducido de megalómanos está
bajo el cuidado de los psiquiatras. En efecto, en cuanto la locura se hace
colectiva -o se manifiesta a través de la colectividad- se convierte en tabú...
En nuestra opinión, la auténtica locura se manifiesta en expresiones
admirables, pero nunca se ve constreñida o sofocada por una finalidad “razonable”.
Esta libertad absoluta confiere al arte de estos pacientes una grandeza que
sólo encontramos con certeza en los Primitivos... Estas notas quisieran
convencer al público de gustar antes de haber comprendido una
obra de arte. Un día intentarán hacerles dudar del valor de su “comprensión”:
bastará con sugerir que ni siquiera estamos “seguros” del tiempo y del
espacio... El público no sabe nada de belleza, que sigue confundiendo con lo
bonito, lo encantador y lo agradable. Ignora el papel de la intensidad, el
ritmo y la medida. El arte de los locos le hará caer en la duda, esa
duda benéfica que abrirá el camino a una inteligencia superior y serena.” He
citado este texto largamente sólo para mostrar que la idea de un renacimiento
deslumbrante está en el aire. No descansaremos hasta que se haya hecho justicia
al ciego e intolerable prejuicio bajo el cual han caído durante tanto tiempo
las obras de arte producidas en los manicomios, y hasta que las hayamos
liberado de la mala atmósfera que se ha creado a su alrededor.
Hay que señalar que desde hace medio siglo
existe en los medios psiquiátricos un creciente malestar sobre el lugar que debe dársele a tales obras, un medio en el que, sin embargo, estas obras se han
considerado esencialmente en función de su valor “clínico”. En su libro Art
chez les fous, publicado en 1905, Marcel Reja objetaba ya su carácter “enfermizo”,
que las relega a “cosas fuera de lugar, sin conexión con la norma”, y se
mostraba sensible a la belleza de algunas de ellas. Hans Prinzhorn (1), al
revelar aquellas que le parecen más notables -en particular, las de August
Neter, Hermann Beil, Joseph Sell y Wolfli- y al garantizarles una presentación
por primera vez digna, exige su confrontación con otras obras contemporáneas,
una confrontación que, en muchos aspectos, resulta en desventaja para éstos.
Jacques Lacan (2), que entretanto los estudia magistralmente, marca la más viva
y justificada estima en las producciones literarias de su paciente Aimée.
Gaston Ferdière, hablando hace poco en el Congreso de Psiquiatría de Amsterdam,
comienza situando su conferencia bajo dos epígrafes, el primero de Edgar Poe:
"Los hombres me han llamado loco, pero la ciencia aún no ha decidido si la
locura es o no la más alta inteligencia", el otro de Chesterton:
"Cualquier secuencia de ideas puede conducir al éxtasis. Todos los caminos
conducen al reino de las hadas.” Como vemos, la duda beneficiosa de la que
hablaba Lo Duca, si aún no ha conquistado al público, está surgiendo cada vez
más entre los especialistas de la locura.
Sólo podremos combatir eficazmente el
distanciamiento y la prevención arraigada del público volviendo a sus orígenes
y mostrando claramente de qué son producto. Atribuyo la responsabilidad de esto
conjuntamente al cristianismo y al racionalismo, la perpetuación hasta nosotros
de un estado de cosas igualmente imputable a la carencia de crítica de arte, renuente
a todo lo que no sean caminos trillados.
Todo el mundo sabe que los pueblos primitivos
honraban, y aún honran, la expresión de las anomalías psíquicas y que los
pueblos altamente civilizados de la antigüedad no se diferenciaban en este
punto, como tampoco lo hacen los árabes hoy. Como observa Réja, los antiguos,
que ni siquiera sospechaban la existencia de enfermedades mentales,
relacionaban el origen de los trastornos psicológicos con la intervención
Divina, del mismo que con la intervención del genio. En la Edad Media, el delirio
ya no es un regalo a favor, sino el castigo de Dios. Al menos sigue emanando de
él (por medio del Diablo). Es esta última concepción, acentuada al máximo por
los juicios y los exorcismos de los poseídos, cuya memoria permanece muy viva,
la que se ha revelado más duramente alarmante y está lejos todavía de ser
revisada.
El racionalismo hizo el resto y vemos una vez estos dos modos de pensamiento en apariencia contradictorios unirse para consagrar una iniquidad flagrante. El “sentido común”, por demás muy inseguro, pero que se autoriza insolentemente en las menudas inseguridades que prodiga en el terreno de la vida práctica, tiende a apartar por la violencia e incluso a eliminar todo lo que se opone a pactar con él. Es tanto más despótico cuanto más vacilantes y deterioradas son las bases sobre las que reposa: a la menor infracción está listo a actual con el mayor rigor. Desconfía al máximo de lo excepcional en todos sus géneros, y con el auxilio de periodistas especialmente acreditados, vela por el buen mantenimiento del famoso corredor (A buen entendedor…) que comunica al genio con la locura y en que no deja pasar la menor oportunidad de asegurar que los artistas pueden llegar muy lejos sin ser empujados demasiado.
Le hubiera tocado a la crítica de arte, en
presencia de obras plásticas de la calidad de las que dio a conocer Prinzhorn,
hacer el balance, esto es confrontar esas obras con las que la ocupan en
general, someterlas imparcialmente a los criterios que le son propios. Pero para
eso hubiera sido necesario que conservara una profunda independencia, como que tales
criterios fuesen menos desesperadamente indigentes. El sofocante humo de incienso
con que juzga adecuado a su papel de rodear a algunos artistas consagrados, y
la actitud previa de denigración muy extendida que la "establece" a
sus ojos, apenas le deja espacio para el descubrimiento de valores nuevos y,
con mayor razón, no lo destina a exploraciones de carácter aventurado. Más le
conviene adular con toda tranquilidad a los triunfadores del momento, repetir sin
fin las mismas tonterías, despreciar todo lo que se aparte de esa pequeña línea
que se han trazado. El público puede dormir a pierna suelta: los cerrojos están
echados no sólo sobre los individuos que no supieron mostrar siempre su credencial,
sino también sobre lo que hacen a veces de modo admirable, que podría llamar su
atención.
Se adivina que con semejantes servicios no es
la crítica de arte de hoy la que irá a buscar su bien -y el nuestro- en esos
trofeos de la verdadera “caza espiritual” a través de los grandes “extravíos”
del espíritu humano. No temeré aventurar la idea, sólo a primera vista paradójica,
de que el arte de los que hoy son clasificados en la categoría de enfermos
mentales constituye un depósito de salud moral. Escapa sin dudas a todo lo que
tiende a falsear el testimonio que nos ocupa y que es el del orden de las
influencias externas, de los cálculos, del éxito o de las decepciones en el
plano social, etc. Los mecanismos de la creación artística están aquí librados
de toda traba. Por un turbador efecto dialéctico, la reclusión, la renuncia tanto
a todo provecho como a toda vanidad, a despecho de cuanto presentan
individualmente de patético, son aquí los avales de esa total autenticidad ausente
en cualquier otro sitio y de la que estamos cada día más sedientos.
* Prendre la clé des champs ("tomar
la llave de los campos") es un dicho francés que equivale aproximadamente
a "tomar las de Villadiego". (1) Bildnerei der Geisteskranken, 1922. (2) De la Psychose
paranoiaque dans ses repports avec la personnalité, 1932. Tomado de La clé
des champs, Paris, J.J. Pauvert, 1967. Traducción Eulogio Porta.
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