viernes, 10 de agosto de 2012

Un espíritu escolar





   Witold Gombrowicz


 Terrible invasión de modelos, teorías abstractas, formas ya listas, elaboradas en otra parte, todo esto es el resultado del hecho de que su "yo" apenas se mantiene en pie. Invasión tanto más grotesca cuanto que la abstracción no corresponde a su naturaleza. Hay algo doloroso en su necesidad de teorizar y en su capacidad para teorizar.
   Los hombres más aguda y más dolorosamente conscientes de su impotencia –como el cubano Piñera, por ejemplo–, son a veces demasiado conscientes del fracaso como para poder luchar. Piñera, al sentirse impotente, le rinde homenaje al Gran Absurdo que lo aplasta. En su arte la veneración del absurdo es una protesta contra el sin sentido del mundo, incluso una venganza, una blasfemia del hombre cuya moral ha sido ofendida. "Si el sentido moral del mundo es inalcanzable, me dedicaré a hacer monerías" tal es, en rasgos generales, la venganza de Piñera, su rebeldía. ¿Pero por que él, como tantos otros americanos duda hasta ese grado de sus fuerzas? Bueno, pues porque otra vez se trata del Universo y no de su vida. Frente al Universo, a la humanidad, a la nación se es impotente, aquello lo excede a uno, pero con la propia vida es posible, a pesar de todo, hacer algo, allí el hombre recupera su poder, aunque sea en dimensiones limitadas.
   Algunos de ellos –los escritores– están dotados de un mesianismo cerebral activo y de agudeza de expresión, pero no pueden moverse de su lugar por la sola razón de que se sumergieron en una problemática heredada, ya caduca. Es lo que precisamente les ocurre a los espíritus aparentemente modernos. Siempre buscan la victoria en el marco de un mismo jueguito. Lo que habría que hacer sería darle una patada al tablero y destruir el juego. Plantear nuevos problemas... he ahí el mejor método para resolver los antiguos.
   Vida demasiado fácil. Vida provinciana. Aquí cualquiera, basta con que obtenga algunos premios, se transforma sin dificultades en "maestro". Pero "maestro" significa tanto maestro como profesor. Como nadie quiere escribir para sí mismo sino para la nación (o los lectores), el escritor sudamericano es a menudo enseñante, maestro de los humildes, guía, ilustrador (en general es inaudito el grado en que toda esta cultura posee un espíritu escolar... llega uno a tener la impresión de que las señoritas profesoras son las que han formado la nación). Con un minino de buena voluntad el "maestro" sufre la metamorfosis siguiente: en profeta, augur, a veces mártir o héroe de América. Es raro que en una nación tan simpáticamente modesta se produzca esa ampulosidad casi infantil en sus niveles superiores.

                                 1958


 Diario argentino, 1967.


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