Duanel Díaz Infante
La más radical realización de este programa
“antipoético” por parte de Piñera se
encuentra indudablemente en “La gran puta”, escrito a finales de los años sesenta e inédito hasta 1999. (1)
A partir del motivo baudelariano del
parentesco entre el poeta y la prostituta, seres que pertenecen a la zona más sórdida del comercio del mundo, este
poema no sólo refleja la pérdida de
la aureola sino que la tematiza; más que expresarla, la representa.
Contrariando aquella
recomendación de Juan Ramón Jiménez según la cual “El sexo, bestia Sempronio, sirve para la reproducción y para el deleite
de la especie, como sirve el
estómago para el deleite y la digestión. Pero ni el estómago ni el sexo
deben evidenciarse de manera jactante en la poesía ni en ninguna otra disciplina superior” (2), la referencia al hambre y al deseo homoerótico
–correspondiente a la triple condición de marginalidad que Piñera reconoce en sus memorias: la pobreza, la vocación
artística y la homosexualidad
(3) – recorre “La gran puta” en una serie de transposiciones cuyo efecto es destruir la oposición entre la
espiritualidad, simbolizada en la idea tradicional de la sublimidad de
la poesía, y la materialidad, simbolizada en la necesidad que representan el
hambre y el deseo sexual: “En la cabeza los versos y en el estómago cranque”, “Yo, que mi destino de poeta me impidió la
putería”, “buscando la completa como se busca un verso”.
"La gran puta” ofrece un alucinante fresco de la Habana del segundo lustro
de la década del 30, cuando, frustrada la
revolución antimachadista, el país se encontraba de facto bajo de
la dictadura del coronel Batista, representado en las calles por los soldados de uniforme amarillo. En 1962 Piñera recordó
así aquellos años de desesperanza nacional: “La Revolución había sido
traicionada, Machado fue sustituido por algo infinitamente peor; vimos cómo, de
la noche a la mañana, los sargentos pasaban a coroneles, la esperanza de una
nacionalidad plenamente lograda hecha pedazos y, en su lugar, la regresión al
subdesarrollo más escandaloso.” (4) Agudamente Pedro Marqués señala que en “La
gran puta” Piñera capta el núcleo de una ficción que tiene uno de sus mejores
ejemplos en una célebre frase que Batista
pronunció al acceder a la presidencia en 1940:“Habrá azúcar o habrá sangre”.
(5)
La violencia es el signo de esta Habana donde
“palabras tremendas […] eran pronunciadas / con el filo de un cuchillo,
mientras allá, / en Marte y Belona, los bailadores realizaban / la confusa
gesta del danzón ensangrentado.” Una Habana muy
afín a la que aparece en uno de los mejores poemas de Poesía y prosa:
“Carga”. Allí leemos:
“En el
barrio las voces de esas mujeres
chillando ante la aparición de la sangre
de la doncella que vive en el piso bajo.
Su madre testaferra de planchas calientes,
este ombligo que me obliga a mirarlo,
el corbatín de todos los días y las aguas
lustrales. ¿Lustrales en esta miseria de alegría de coco
y de rodajas de plátano?
¡Ah, la piel amarilla!
La bodega de la esquina repleta de cadáveres,
la bodega soltando las admirables barcas de alcohol. Una desaprobada emoción en la noche,
una lluvia de orine cayendo del tejado”. (6)
Como esta de “Carga”, La Habana de
“La gran puta” está evidentemente en las
exactas antípodas de la ciudad que describe y evoca Lezama en las “sucesivas o coordenadas habaneras”. La de Lezama es ciudad
doméstica, de cenas familiares y
celebraciones del santoral; la de Piñera, ciudad de prostitutas, homosexuales, travestis, vagabundos, locos, negros, soldados; ciudad de
caos e intemperie, del afuera y de los
márgenes. Si a las crónicas de Lezama subyace una
utopía precapitalista presidida por la figura de la pequeña ciudad de murallas
protectoras y vecinería cordial, en la que, significativamente, no existe el
dinero, en la de “La gran puta”, en cambio, ya no hay misterios: es la urbe de la crónica roja, donde los fantasmas salen de día a caminar
por las calles y el dinero impone su ineluctable imperio.
En uno de sus poemas más
conocidos, “El coche musical”, escrito por los mismos años que “La gran puta”, Lezama evoca los primeros años de la República,
en que la orquesta de Raimundo Valenzuela tocaba sus danzones en el habanero
Parque Central. Allí escribe: “El salón de baile formaba parte de lo sobrenatural que se deriva / Bailar es encontrar
la unidad que forman los vivientes y
los muertos”. (7) En “La gran puta”,
en contraste, baile y música acompañan
a la violencia; no hay unidad sino caos: “la confusa gesta del danzón ensangrentado”. Como el pregón de “Maní, maní
tostao” y el “cucurucho de voluptuosidad cubana” en el momento en que el poeta
ve matar a un hombre junto a la estatua de Zenea en el Paseo del Prado,
la música popular tiene aquí la función de retardar el apocalipsis. “Suaritos
anunciaba a Ñico Saquito, / Toña la Negra quebraba
la luna con su voz / de tortillera mexicana, Batista daba golpetazos /
en Columbia, Patricia la americana se momificaba / en un disco y Daniel Santos galvanizaba los solares.”
La equivalencia final de los versos del poeta con los pesos contados por la
prostituta epitomiza el tema maestro del poema: “Sólo en mi accesoria haciendo mis
versitos / veía pasar La Habana como un río de sangre: / y como una puta más del barrio de Colón / los contaba de madrugada
como si fueran pesos.” “La gran puta”, se diría, es el poeta, ya no sólo
Piñera –pobre y homosexual– sino el poeta
en la modernidad. Su misión no es en modo alguno la profecía –ese evangelio de la poesía
que la voz magistral de Víctor Hugo decía en unos versos que el poeta cubano
José Jacinto Milanés tomó como exergo de su poema “Decodos en el puente” (1842):
“Les poètes en des jours impies / Vient preparer des jours meilleurs, / Il est l’homme des utopies: / Les pieds ici, les
yeux ailleurs.” (8)– sino la putería
en tanto esfera de la promiscuidad, donde
se intercambian lo más concreto e íntimo y lo más abstracto e impersonal, el
cuerpo y el dinero.
Notas
(1) Fue publicado en La Gaceta de Cuba, La Habana, septiembre-octubre, 1999, y posteriormente en Diáspora(s).Documentos No. 7/8, La Habana, febrero-marzo, 2002, por donde cito, y en El
Caimán Barbudo, La Habana, julio-agosto, 2002.
(2) Juan Ramón Jiménez, “Encuentros y respuestas”, en Orígenes, La
Habana, verano de 1946, p. 4.
(3) “No bien tuve la edad exigida para que el pensamiento se traduzca en
algo más que soltar la baba y agitar los
bracitos, aprendí tres cosas lo bastante sucias como para no poderme lavar jamás
de las mismas. Aprendí que era pobre, que era homosexual y que me gustaba el
Arte.”Virgilio Piñera, “La vida tal cual”, en La gaceta de Cuba, septiembre-octubre, 1990, p. 6. “De todos mis enemigos el más encarnizado ha sido el
Hambre.”, dice Piñera, quien señala que durante su infancia su familia
fluctuaba “entre la casi hambre y el hambre total”. (Carlos Espinosa, Virgilio
Piñera en persona, Unión, La Habana, 2003, p.49, p.22.)
(4)Virgilio Piñera, “Notas sobre la vieja y la nueva generación”, en La gaceta de Cuba, 1 de mayo de 1962, p.2.
(5) En la presentación del poema en Diáspora(s). Documentos, No.
7/8, 2002, p.31.Sobre “La gran puta” ver además Jesús Jambrina “La gran puta:
pobre, loca y artista”, en Virgilio
Piñera: la memoria del cuerpo, y Norge Espinosa, “Gloria y deshonor de la La gran puta. Homoerotismo, teatralidad
y espacio urbano en un poema póstumo”, en El
Caimán Barbudo, La Habana, julio-agosto, 2002.
(6) Virgilio Piñera, “Carga” (1944). Cito por La isla
en peso, p.51. Una interpretación
de este poema en relación con confesiones que le hiciera Piñera ofrece Arrufat
en Virgilio Piñera: entre él y yo, pp. 92-96.
(7) José Lezama Lima, Poesía completa, Instituto Cubano del Libro,
La Habana, 1970, p.383.
(8) Significativamente, Piñera parodia este poema de Milanés en su
“Decoditos en el tepuén”, uno de los textos más conocidos de Una broma
colosal.
Tomado de Los límites del origenismo, Editorial Colibrí, (fragmento del
capítulo III) pp. 143-146.
Fotografías: Joan Colom
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