miércoles, 25 de mayo de 2011

Del olfato en las auras






 Por D. Francisco A. Sauvalle



 En sesión de esta Academia del día 11 de Abril de 1869 se dio cuenta de haberse hallado en los uveros de la Chorrera un cadáver en estado, se decía, de completa momificación; y lo que entonces se oyó con extrañeza fue que había sido respetado por las auras, que abundan en esa playa, depósito de las inmundicias de la ciudad. Descansando en la autoridad del Sr. Audubon, el gran historiador de las aves de América, atribuyó la Comisión este hecho a la imperfección del órgano olfatorio en estas aves de rapiña.
 Muy respetable sin duda es el parecer de este distinguido naturalista; pero me atrevo a asegurar que está en este caso evidentemente equivocado. El Sr. Audubon se apoya en varios experimentos hechos por él. Dice haber colocado en una selva el cuero de un animal empajado, y que en cuanto lo divisaron las auras se acercaron sin que su olfato las hiciera conocer el engaño, ni sospechar que esa piel no encubría carne. Este ensayo probaría en mi concepto que la vista de las auras es excelente, lo que nadie ha negado, y que en el caso citado se guiaron sólo por ella, así como a veces se guían sólo por el olfato; pues, en mi opinión, tres cosas poseen las auras por excelencia: la vista, el olfato y el vuelo.
 Para explicar el hecho de que el cadáver no hubiera sido tocado por aquellas aves carnívoras, referí en la misma sesión varios casos que habían llamado mi atención y que merecerían ocupar la de V.SS. para promover nuevas investigaciones.
Un negro cimarrón, perseguido y herido por una ronda, se encontró muerto después de algunos días en un monte de las lomas del Cuzco; se hallaba sentado en el suelo en un terreno pedregoso, la cabeza reclinada contra el tronco de un árbol; llevaba casi todo el cuerpo desnudo, y en la sumaria que se formó consta que el cadáver estaba intacto, no apareciendo más herida que la de un balazo, ni otra mancha sobre la piel que la de los excrementos de las auras posadas en el mismo árbol y en sus alrededores. Habiéndose dado parte a la policía, no se presentó ésta hasta el tercer día y sin embargo poca alteración se notó en el cadáver.
En las mismas lomas se halló en otra ocasión un negro ahorcado en un árbol; aunque muerto hacía días no exhalaba mal olor su cadáver y parecía estarse secando; se observaron auras velando como centinelas en los árboles más cercanos y otras revoloteando al rededor en el aire: pero ninguna había atacado el cadáver.
 Después del combate de la Candelaria en las lomas del Cuzco, quedaron varios días sin sepultura los cadáveres de los compañeros de Narciso López. Un sobrino mío a quien obligaron a cruzar las lomas para llevar despachos del Gobierno, atravesó el campo de batalla y notó, como lo notaron otros, que ninguna aura se acercaba a los cadáveres que despedían ya una nauseabunda fetidez y habían sido profanados únicamente por los cochinos y perros jíbaros.
En esta Academia protesté verbalmente contra la afirmación de Audubon que pretendía privar a las auras del sentido del olfato; me propuse entonces hacer nuevos experimentos, cuyo resultado ha venido a corroborarme en mi opinión y a convencerme del error padecido por el sabio ornitólogo americano, a lo manos en cuanto a las auras de esta Isla. He hecho matar animales en corrales cercados y techados de tal modo que era imposible se viera de afuera lo que dentro pasaba, y aunque en el momento de la operación no hubiese aura alguna a la vista no había trascurrido una hora cuando cruzó una por aquel sitio; al llegar a la vertical del tinglado, se notó de repente un cambio en su vuelo que de recto que era se transformó en curvas circulares alrededor del techo. A esta no tardaron en reunirse otras y otras, demostrando, al parecer, por la vivacidad de sus movimientos su desagrado al verse privadas de lo que considerarían corresponderles de derecho.
 Últimamente una vaca de mi hacienda desapareció; al cabo de muchos días se vio lo que en el campo se llama un “aurero”; es decir, varias auras revoloteando en un mismo punto: al acercarse en esa dirección se percibió un olor fétido y se vino a conocer que la vaca extraviada había caído en una profunda furnia, cuya boca inclinada hacía imposible se descubriera el fondo, y mucho menos desde cierta elevación, no dejando duda alguna que las auras habían sido atraídas por el olor y no por la vista.
De esta opinión no soy el único. Nuestro distinguido compañero el Dr. D. Juan Gundlach, cuyo talento observador no es menor que el del justamente célebre Audubon, me ha referido que cazando un día en Zarabanda había matado una jutía que cayó en un hicacal tan espeso que no le fue posible sacarla por falta de machete. Las auras no podían verla, pues se hallaba completamente cubierta por los hicacos y éstos a su vez coronados por frondosos júcaros. Al tercer día vio en esa dirección numerosas auras, atraídas sin duda alguna por el mal olor.
En otras Antillas los mismos experimentos han dado los mismos resultados. En una obra que tiene por título Birds of Jamaica by Henry Gosse, a fojas 2 se lee: “Los que atribuyen la facultad que poseen las auras para descubrir su presa desde grandes distancias exclusivamente al órgano de la vista o al del olfato padecen, así los unos como los otros, de un error. Han sido esas aves dotadas por la naturaleza de estos dos sentidos para rastrear desde lejos la comida más adaptada a su gusto y necesidades y los usan separadamente a veces, pero con más frecuencia los ponen en ejercicio conjuntamente. Refiere en seguida el autor algunos hechos en apoyo de su aserción y entre ellos el siguiente.
Un pobre alemán, emigrado, vivía solo en una cabaña aislada de una ciudad en la isla de Jamaica: se le declaró una violenta calentura; pero a los pocos días, hallándose algo aliviado se levantó de su cama y se dirigió al mercado donde compró carne fresca para hacerse caldo. Antes de haber aderezado sus viandas y concluido su guiso le acometió un violento paroxismo y cayó postrado en la cama. Varios días pasó en este estado de desamparo y de inanición, durante los cuales se corrompió la carne a punto de llamar la atención del vecindario. Se notó entonces que cada aura que cruzaba por encima de la choza del alemán, se detenía un instante, se aproximaba al techo y su vuelo tranquilo y recto lo cambiaba en rápidos remolinos, como buscando el lugar en que se escondía la presa que su fetidez le denunciaba. A este hecho debió la vida el enfermo; pues sospechando los vecinos que el infeliz pudiera haber fallecido, forzaron la puerta y le hallaron sin movimiento ni habla en el último grado de extenuación.
 Además de lo que va expuesto se sabe que en nuestros jardines el olor cadavérico que despide la flor de pato (Aristolochia) con frecuencia atrae a las auras así como a las moscas: sin embargo esta hermosa flor no tiene semejanza alguna, ni puede en verdad confundirse con un pedazo de carne ni con el cadáver de un animal.
En la referida sesión del 11 de Abril presentó su informe a la Academia la Comisión nombrada por ella para examinar, a propuesta del médico-inspector del Cementerio General, el cadáver de la mujer que apareció ahorcada en el Vedado, cuyo cadáver presentaba fenómenos raros de conservación, aunque la muerte datara ya de tres meses. En este informe, para explicar cómo el cadáver se había librado de la voracidad de las auras, dijo la Comisión entre otras cosas “que se debía atribuir a haberse hallado oculto en un bosquecillo, puesto que las auras, muy al contrario de la preocupación vulgar, tienen, según la opinión del naturalista americano Audubon, el olfato muy obtuso y reconocen las materias de que se nutren por la vista y no por aquel sentido”. La Comisión creo ha dado a la suposición del escritor norte-americano una interpretación algo más absoluta que la que se infiere de las palabras del texto. Sea lo que fuere, la Academia así como los ilustrados Sres. que formaron la Comisión indicaron la importancia de nuevas investigaciones que pudieran servir de guía para la solución de otras cuestiones médico-legales de sumo interés. Esta indicación me ha impulsado a entregarme a algunos experimentos en la parte única en que podía yo dar mi voto, y aunque sea esta parte la de menos interés para V. SS. podrá tal vez ayudarles a explicar el fenómeno de la conservación de algunos cadáveres y especialmente del que nos ocupa, debiendo a mi juicio atribuirse aquella en gran parte a la impregnación en la atmósfera de las evaporaciones salinas del mar a cuya orilla se halló; así como a bordo de los buques de travesía y en algunos cayos se conserva con frecuencia la carne durante mucho tiempo con sólo colgarla al aire, sin más preparación.
En mi concepto las auras no suelen atacar el cadáver del hombre; y no puedo menos de abrigar esa convicción al recordar los repetidos casos que he presenciado y otros muchos que me han referido personas fidedignas, en que cadáveres humanos en diferentes grados de descomposición, expuestos a la intemperie en lugares solitarios, no pasaron inadvertidos, sino que fueron evidentemente respetados por esas aves rapaces que se veían en las inmediaciones.




 En una época no muy remota los negros recién llegados de África, tanto para sustraerse al banquete antropófago a que se creían destinados, cuanto por figurarse que después de su muerte regresaban a su país, se suicidaban con desgarradora frecuencia, ahorcándose ya en los montes de las fincas, ya en los cuadros de café, en matojos que en algunos casos no excedían de tres o cuatro pies de elevación del suelo. Más de una vez he sido testigo de tan lastimoso espectáculo y sin embargo (por casualidad quizá) jamás he notado que los cadáveres hubiesen sido mutilados o picados siquiera por las auras que volaban al rededor. Varios otros ejemplos pudiera citar, y el cadáver que se halló últimamente en el Vedado, y da asunto a esta memoria, es un nuevo caso que debe consignarse; pues si se encontró intacto, no se puede con fundamento atribuir el hecho a haber estado oculto en este ni en aquel paraje. Además los uveros de la Chorrera no son tan frondosos ni tan espesos que pudieran haber ocultado este cadáver a la vista tan perspicaz de las auras. ¿Hay acaso ejemplar de haber éstas despreciado y dejado inadvertido alguno de los muchos cadáveres de animales que en este mismo punto se han ido depositando? Que muera en nuestros campos un buey y un caballo, exceptuando los casos de cangrina, y se verá con que prontitud se reúnen las auras del vecindario. En su impaciencia acometen, sin tardanza, primero a los ojos y en seguida al orificio que despedazan hasta llegar a los intestinos, dejando al resto del cuerpo el tiempo necesario para que adquiera el “faisandé” algo subido que les agrada, y el para ellos apetitoso olor que estimula su sensualidad.
 ¿Cómo explicar este temor al parecer reverencial, o esa repulsión que se observa en el aura, si no invariablemente a lo menos con notable frecuencia, respecto del cadáver humano? No creo que se pueda atribuir al terror que inspire a los pájaros la vista del hombre, pues se sabe con cuanta facilidad, por medio de reclamo o silbato, se logra atraer ciertos pájaros, a tal punto que, conservando el cazador una inmovilidad completa, llegan con frecuencia a posarse sobre sus pies, sobre sus brazos, en sus hombros o su cabeza, huyendo con espanto al más leve movimiento de éste. Las mismas auras, cuando algún intruso las sorprende en medio de sus festines, siguen repletándose sin cuidarse mucho de la presencia del hombre, y ya hemos indicado que la proximidad de los cadáveres no las atemoriza ni las ahuyenta. Dirán algunos que procede este fenómeno de la veneración intuitiva que les infunde la vista de ese rostro que el hombre en su sacrílego orgullo pretende hacer semejante al de su Dios! Si así fuera, de este mismo instinto estarían dotados todos los animales de la Creación; lo que seguramente no sucede ni con las fieras del desierto, ni con las que se han llegado a domesticar, ni siquiera con los reptiles e insectos, ni las demás aves de rapiña. A nosotros mismos horror nos infunden, y no respeto, las innobles facciones de un ahorcado, aun antes de la descomposición, y los sentimientos que nos inspira su vista no son, por cierto, de los que hacen recordar los versos del poeta:


      Os homini sublime dedit, coelumque tueru
  Jussit et erectos ad sidera tollere vultus


 De las indicaciones que anteceden se deduce un problema interesante cuya solución someto así al estudio de los fisiólogos como a la observación del naturalista; de hechos insignificantes, al parecer, surgen a veces grandes enseñanzas.
 Volviendo para terminar a la supuesta ausencia de olfato en las auras, ruego a V.SS. se sirvan suspender su juicio en este punto hasta que subsecuentes experimentos por personas más competentes que yo vengan a esclarecer el hecho; siendo sin embargo conveniente que en las actas de la Academia conste que hubo en este particular divergencia de opiniones.

  
 Momificación aparente –Informe. 


 Leyó después el Dr. Rodríguez, a nombre de la Comisión (Poey, Hita y J. Fernández de Castro) encargada de examinar el cadáver de Doña Rafaela García, que se encontró en el Vedado, colgada por el cuello con un cordel del diámetro de 1,5 de pulgada, atado a un gajo de un arbusto de que pendía casi arrodillada la desgraciada víctima, muerta hace tres meses; opinando el médico inspector del Cementerio General, que se halla en estado de momificación en un lugar donde pudo haber sido devorada por animales carnívoros y por los diferentes insectos de que abundan los lugares despoblados. Estudia el informe primeramente la momificación, consignando lo que resulta de la inspección cadavérica; 2do las causas que detuvieron en el caso presente los fenómenos pútridos; y 3ro las que se opusieron a la destrucción completa del cadáver por otro motivo; proponiendo por último a la Academia las siguientes conclusiones: 1ro que el cadáver examinado no presenta los atributos de las momias; 2do que por el contrario la putrefacción se apoderó del cadáver, y siguió su marcha ordinaria hasta que se detuvo por efecto de las condiciones especiales en que debió encontrarse; 3ro que estas condiciones fueron probablemente la suspensión del cadáver al aire seco y cálido y su libre circulación; 4to que a consecuencia de la fermentación pútrida acudieron las moscas, cuyas larvas devoraron las vísceras y la mayor parte de los músculos; 5to que la posición del cuerpo y el movimiento del vestido pudo ser suficiente para alejar a los perros y otros animales; debiendo agregar que si el cadáver estaba oculto a los ojos de las auras, no es extraño que éstas no acudieran, porque no se dirigen por el olfato.
 Habiendo indicado la Comisión en el cuerpo del informe, que “según la opinión del ornitólogo americano Audubon, (las auras) carecen de olfato y reconocen las materias de que se nutren por la vista y no por aquel sentido”, objetó el Sr. Vilaró que Audubon no había demostrado que dichas aves careciesen de olfato, sino solamente que no se guían por éste, puesto que la naturaleza no había de dotarlas de órganos inútiles, y refirió los experimentos verificados por el citado naturalista para llegar a esa demostración.
El Sr. Fernández de Castro (D. José) observa que en el seno de la Comisión el Sr. Poey había citado otros experimentos que parecen probar la ausencia del olfato en las auras. Por otra parte, cree que puede aceptarse la modificación propuesta por el Sr. Vilaró, atendiendo a que las consecuencias deducidas por Audubon no deben ser otras.
El Dr. Lebredo opina que, para evitar que la cuestión se desvíe de su verdadero camino, conviene antes que todo consultar la obra de Audubon; porque en realidad hay dos puntos que deben resolverse: 1ro ¿es cierta la cita? 2do ¿tienen o no olfato las auras?
El Sr Fernández de Castro (D. Manuel) cree posible que si Audubon ha dicho que carecían de olfato, haya querido indicar que no les sirve de nada para buscar las materias de que se alimentan.
El Dr. Gutiérrez aboga porque se salga de la duda consultando al naturalista, y se enmiende la frase del informe si no está enteramente de acuerdo con lo que en sus obras se halla consignado.
En esta virtud, y para evitar dilaciones en el despacho del informe, el Sr. Vilaró desea retirar la modificación por él propuesta.
Mestre espera que esa dilación sea muy breve, y no cree que el Sr. Vilaró deba retirar su enmienda, que puede evitar un error, tanto más fácil de aceptar como verdad, cuanto que el Sr. Felipe Poey ha formado parte de la Comisión y ha discutido el informe sin que se le ocurriera aquella modificación: circunstancia que hace necesaria la consulta.
La Academia aprueba el informe leído por el Sr. Rodríguez, y acuerda que se envié una copia al Excmo. e Illmo. Sr. Obispo Diocesano, previas la modificación indicada por el Sr. Vilaró y consulta de Audubon con ese objeto.
Correspondencia. -Seguidamente presentó el Secretario la entrega de los Anales correspondiente al mes de Abril; excusó de parte del Dr. Bustamante la ausencia de éste en la Academia; participó que de acuerdo con los Sres. Felipe Poey y Rodríguez, en lo concerniente a la cita de Audubon que se encuentra en el informe sobre un cadáver en estado de aparente momificación, se había consignado en dicho informe, no que las auras carecen de olfato, sino que en ellas es muy obtuso este sentido; dio lectura a un oficio del Sr. Obispo Diocesano, manifestándose satisfecho de aquel informe, que había recibido (…)



 Conservación de los cadáveres. 


 Terminada la correspondencia, y refiriéndose el Sr. Sauvalle a la no devoración de los cadáveres por las auras, manifestó que había tenido oportunidad de observar el hecho en tres cadáveres de negros huidos en el campo, sin que los hubiesen atacado aquellas aves; lo que a su entender merece estudiarse para indagar la causa de este fenómeno.
 Deseando el Sr. Rodríguez, saber las condiciones en que se hallaban dichos cadáveres, expresó el Sr. Sauvalle que se encontraron en lugares elevados, en lomas, donde la ventilación era franca; y preguntando el primero si estaban vestidos, contestó el segundo que llevaban simplemente taparrabos y que por lo tanto el movimiento de los vestidos no podía servir en estos casos para explicar el hecho en cuestión, aun cuando se lograra en parte por las corrientes de aire.



 “Del olfato en las auras. Investigaciones y experimentos”, Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, T-VI, 1870, pp. 342-348; “Momificación aparente”, ibídem, pp. 300 y 303.

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