jueves, 22 de febrero de 2018

Vargas Vila



  Joaquín Edwards Bello
  
 Con cuánta emoción vi por primera vez a Vargas Vila, solo, por la calle de Alcalá, apareció cuando menos le esperaba: chiquito, pálido, dandy, con pantalón a cuadros, pulsera y sortijas con cabochones policromos. Era él, nuestro autor de los veinte años, la primera novela subversiva, la filosofía explosiva de nuestro despertar a la vida. El Vargas Vila que leímos a hurtadillas, que metíamos de contrabando entre los textos del Liceo… Él en carne y hueso, veinte años después, frente a la Equitativa y el Banco de Bilbao, en la flamante calle de Alcalá.
 Volví la cara para mirarle: ese hombre chiquito que pasaba en la indiferencia de la calle matinal, era Vargas Vila. Mil recuerdos de ayer fluyeron a mi mente de golpe, como greguería de loros irrumpiendo en el cielo de cristal.
 Un amigo me llevó a casa del maestro. Vive con ese confort modernísimo del termosifón, ascensor y calefacción, en una gran jaula de cemento en los arrabales elegantes de Madrid. Nos pasaron a un saloncito con muebles tapizados de azul ceniciento; algunos retratos, un busto de Dante, una Venus de Milo. Apareció en verdadero négligé, familiar, y nos pasó la mano.
 —Oh, sí —me dijo—, yo le conozco a usted. He recibido un libro que leí con gran interés. La conversación se inició así. Yo le examinaba antes de interrogarle cerrado.
 El maestro, con su pijama oro mate y sus zapatillas de cuero fino, me hizo súbitamente la impresión de un jockey del hipódromo de Longchamps. Su cara rasurada y patinada, como marfil viejo, su agilidad y menudez corpórea, el pie diminuto, los ojos vivos completan la idea de jinete. Su cara es de movimiento, con arrugas portentosas y ojos de lince. Es notable una arruga principal en la frente, en forma de imán; esa arruga atrae las imágenes, condensa las ideas, e imprime los fuegos, las estupendas matizaciones, las medulares abreviaciones que llamamos estilo vargasviliano. El estilo de Vargas Vila es como la primera etapa de nuestra vida de iberoamericanos: todos pasamos por ahí. Negarlo es como negar la leche de la nodriza hispanoindia que nos pegaba a su seno cantando.
 Negar a Vargas Vila es una cursilería.
Veamos lo que dice él y cómo contesta a nuestras preguntas.
 —Yo soy paladín de la libertad; lo fui siempre. Yo dejé mi casa de Roma porque Roma engendra Césares y yo soy enemigo de la tiranía. De Roma salió siempre el Arte, pero nunca la Libertad. Yo no quería codearme con Mussolini. DÁnnunzio es la imagen de Roma: arte y cesarismo.
 —¿Qué piensa de Francia?
—En mi periódico Nemesis combato el imperialismo de Poincaré, pero la nueva ley Barrés impedirá la acción política de los extranjeros. La sombra de Napoleón envenena el aire.
 —¿No desea regresar a Colombia?
 —Nunca. Colombia no me perdona que yo la haya llenado de gloria; en cambio, yo le perdono las vergüenzas que me hace pasar como colombiano.
 —¿Qué idea tiene de Chile?
 —Buena. América empieza en Chile. Argentina es un campamento: los emigrantes se comieron el último gaucho que era lo más interesante. Lugones acaba de prostituirse, rindiéndose a monseñor Baudrilart. Chile evoluciona; tiene hombres de acero y nervios fríos. Los políticos actuales de Chile han leído mis libros.
 

 —¿Dicen que es usted amigo de Obregón?
 —Obregón es mi discípulo. El más grande de todos los presidentes americanos. Obregón entró en mí porque ha leído mis libros; desde pequeño se nutría en mi literatura.
 México entró en la etapa vargasviliana, la Edad de Oro. México y Rusia son las naciones más interesantes del mundo. Obregón es indio, tiene sangre indostánica.
—¿Qué piensa de España?
 —Nada. Yo me enorgullezco de dos cosas: no escribí nunca nada de España ni colaboré jamás en La Nación ni La Prensa, de Buenos Aires.
 —¿Le interesa el Perú?
 —Ese país sería interesante si conservase el régimen incásico; pero tal como está en la actualidad, bajo la tiranía de Leguía, no vale nada. Santos Chocano, cantor de la tiranía, es vil, un talento atravesado, perdido. Los hermanos García Calderón tienen talento, pero se les ha exaltado mucho. Son talentos de diplomacia y de periodismo; eso sí, muy elegantes.
 —¿Efectuará algún viaje por América?
 —No. Yo quiero tranquilidad. En América, tienen la manía de las conferencias y discursos, querrían que yo hablase y no sé hacerlo; las multitudes me cohíben porque soy un solitario; los solitarios vivimos bajo la luz blanca y sedante de la luna; la muchedumbre nos hiere como el sol. Como todo solitario, yo soy un silencioso, y hablar fuera de la intimidad me parece una dispersión de las semillas de mi genio, arrojadas hacia terrenos estériles.
 Yo no tengo más amigos que aquellos que no puedo evitar.
 —¿Qué idea tiene de la literatura española?
—Ninguna.
—¿Conoce a Eugenio D´ Ors?
 —Sí. Ese hace un esfuerzo para pensar, se acerca al asunto, despunta. Yo enseñé a pensar a los españoles en el año 1909 con la publicación de mi obra Ibis.
—¿Por qué no ha hecho teatro?
—¿Teatro? ¡Nunca! Es la más vil expresión del arte, porque está sujeta a los actores, a los cómicos y al gran público. La suprema forma del pensamiento; es la novela.
 El cuento es un producto de literatura embrionaria, apenas desprendido de la Fábula, sin llegar a la novela, literatura para niños y para aldeanos.
 —Sin embargo, preguntamos: ¿El cuento ruso… Leónidas Andreiev, Mogol?...
 —Son genios de la candidez. Esa floración de cuentistas, indica ingenuidad, ruralismo, mentalidad de moujiks.
 —¿Piensa regresar a Barcelona?
—Sí, tengo allá una torre llena de libros, los catalanes me respetan. Cuando paso por las Ramblas, oigo tras de mí: “Ahí va Suetonio”. Algunos critican mi dandysmo. En la época del terrorismo, ya pasaba sin miedo por los barrios bajos, como Petronio en la Susurra; los obreros me dejaban pasar respetuosamente… “Es el maestro, el compañero”, decían en voz baja. Pero a mí no me agradaba la popularidad.
 —¿Qué opinión tiene de la Quinta Conferencia Panamericana?
 —Será la última de los pueblos libres, o la primera de los pueblos esclavos. En nuestras conferencias de naciones soberanas hispanoamericanas, no deben figurar los yanquis. Me parece que esta conferencia obedece al afán de festejarnos mutuamente con lunch, toasts y banquetes; hay que dar empleo y tono a tantos internacionalistas.

 —¿Es usted uno de los tantos maravillados con la teoría de Einstein?
 —No me admira. El paciente judío alemán ha logrado explicar con números una cuestión que ya habíamos resuelto por instinto. Lo mismo pienso de la teoría sexual de Freud. A mí no me “epatan” los cuentistas, los cerebrales vamos siempre a la vanguardia. Lo que me interesa profundamente es la literatura de los jóvenes; siempre busco algo nuevo, una forma nueva. Yo creo que aparecerá alguno, estelar, que marcará una era, como marqué
yo la era vargasviliana en 1900.
 Nos despedimos. Vargas Vila se levanta, estira su mano blanca con una pulsera; mano desconcertante, mano carnosa, tentacular, de andrógino.
 Entra en este momento la criadita con un paquete y una cuenta. Son calcetines de seda de la casa Rodríguez. Vargas Vila cala anteojos y paga.
 —Adiós, Maestro.
—Salude a Ramón Ricardo Bravo.
 Partimos. El escritor colombiano deja en nuestro espíritu una impresión de exuberancia, de vida simple. El terrible polemista, el admirable novelista debe de echarse a la cama temprano y con gorro de dormir, después de tomar leche con soda. Parece un niño fresco, iluminado, juguetón. Pero ¿qué cosa es el genio, sino una eterna niñez?
Salimos a la calle. Oscurece. Como vamos impregnados del maestro, interpretamos el crepúsculo en su lenguaje, en su estilo: 
“Cielos mirobolantes 
lejanías opalescentes 
y la Avenida coruscante sembrada 
de miriápodos lucientes…”


 Orto, Año XV, no. 8, abril de 1926.

No hay comentarios: