viernes, 19 de abril de 2013

Boda y teatro chinos



  
   José Martí


   Una boda china


 (...) De un rico se ha hablado estos días mucho; y no es de Carnegie, que con una mano escribe, celebrando a la libertad, la “Democracia triunfante”, y con otra se une con el sindicato francés, vendiendo al extranjero la nación que lo protege, para que en virtud de una liga de productores pueda venderse a diecisiete centavos la libra de cobre que cuesta de tres y medio a seis.
 No es de Carnegie, el amigo de Blaine, sino de Ynet-Sing, el comerciante chino que se ha casado, sin dientes y sin espina dorsal, con un nomeolvides, una gentileza de dieciocho años que le ha venido de China. Convidó a China entera, que por cuenta de Ynet calmará el hambre y la sed en las casas y fondas de la calle de Mott en la fiesta de bodas, que es de cincuenta servicios, y dura quince días; allí el pollo cortado de este a oeste en pedazos menudos, cada uno con su tanto de hueso; allí la col sin sal, y el arroz sin grasa, y el pescado pardo en salsa dulce: allí los buñuelos, redondos como una naranja, manando el aceite, y el vino de arroz, rojizo y como ahumado, que no va en vasos, sino en tazas de juguete, donde cabe lo que en la cuenca de una uña. La calle entera es música. Ynet ríe, encuclillado desde hace dos días, y los comensales se levantaron de las mesas de ocho asientos en el vigésimo quinto servicio, para asistir, con dos óbolos rojos en las manos, a la ceremonia de la boda.
 El gran Joss de oro, cerdoso por el bigote pendente y por las cejas, presidía, sentado sobre finísimo papel, entre luminarias de colores.
 Entra la novia. La asamblea se pone en pie en silencio. Sobre la seda roja, tendida al pie del altar, se arrodilla, junto a Ynet, la linda flor de la China, una gola, una menudez, una avellana envuelta en sedas: seda la túnica encarnada, con listas de oro y florería, de seda azul: seda el manto de perlas: con grandes recamos de oro, y seda azul celeste las dos domas que aguardan de pie a los lados.
 Le clavan en el manto los sacros cirios, y luego se los quitan, para ponerlos en una urna ante Joss: Primero a Joss, luego a Ynet! ¡JOSS se come las flores! Flor de China saluda a Joss tres veces; y después a la asamblea, cubriéndose la cara con el abanico. Y ofrecen luego a los huéspedes en las tazas menudas té oriental, y por la taza que toma, deja el huésped, envuelta en papel fino, una moneda de oro, que es el óbolo rojo. Pasan luego tabacos de la Habana, que entre los chinos es gran riqueza; y otro óbolo. Y luego es lo más bello de la boda, en que los chinos se parecen a los indios: la novia va a pedir la bendición al chino más anciano.

 La Nación, Buenos Aires, 17 de noviembre de 1888.(Obras Completas, V. 12, p. 64.)


  Teatro chino
 

 (...) La misma novedad del teatro chino ha parecido poca, y los más han ido a ver de burla las suntuosas cortinas, los trajes legendarios de plata y seda carmesí, los músicos que timbalean frenéticos sus tonos de guerra, de amor o de funeral, los tramoyistas, vestidos como de calle, que entran a poner en los respaldos de las sillas las decoraciones, mientras el general, con la túnica de alas al cinto y el casquete de seda negra, se trae de atrás a la cadera, en señal de ira, la pluma larguísima, de las dos del casco, o simula con el emperador de barba blanca y cabezal de oro una batalla de mucha mortandad, dándose como de lanzazos con dos varillas encintadas en la punta, con gran acompañamiento de vueltas aéreas, veloces y precisar, hasta que uno de los dos tiende la varilla para que pase debajo el otro, que es el ejército vencido, o levanta la pierna, lo cual significa que monta a caballo o cae por tierra dando tres zapatetas, o tres vueltas en redondo, con lo que indica que está muerto: y el tramoyista viene a ponerle un banquillo debajo de la cabeza, para que no se le quiebren las plumas durante la larga conversación del vencedor con su mujer, que llega de ganar otra batalla a lanzazo limpio, y lo cuenta con un falsete ansioso, levantando sobre apoyaturas, con coro de platillos, timbales, flautín y violinete, que celebran o lamentan, según lo que va cantando la princesa tártara, con modales tan acompasados y propios como es violenta y monótona la voz; de pronto se levantan todos, dan tres vueltas rápidas al escenario, y desaparecen, como escolares de asueto, por la puerta de la izquierda, porque las tres vueltas quieren decir que la escena ha cambiado: como cuando figura uno que tropieza, y es que va de novio a aspirar el aroma de la flor del naranjo, y quiere significar que está entrando en el cuarto de la desposada, cuyo papel, como todos los de mujer, no los hacen una Kung de pies como nueces o una Yung de pies mayores de criada, sino un hombre que ha de ser de muchas letras, porque a los actores como a los músicos no les dan la parte escrita, sino el asunto de su parte, tal como lo compuso el historiador Koong-Ming hace dos mil años; y cómico y músico ornamentan e imaginan su papel, con gran cuidado de que no digan los personajes cosa que no sea de su tiempo y dignidad, ni salga de los timbales, del violinete, del flautín, de los platillos, acorde alguno impropio para que lo oiga y presida el Joss dorado, que desde su palco divino asiste a la función.

 Nueva York, 9 de julio de 1889 (La Nación; Obras Completas, V.12, pp. 279-80. 


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