lunes, 20 de junio de 2011

Hasta la última ciudadela


   

  Abiel Abbot

  
  Carta III

 …Hablando de insectos, aprovecharé esta oportunidad para hablar del más engorroso para los colonos: la bibijagua, una hormiga cuyo tamaño es la mitad del de nuestra hormiga negra. Estos pequeños animales, perfectamente insignificantes considerados individualmente, son poderosos y formidables cuando se congregan en sociedad.
 En la hacienda Santa Ana fui testigo de una tentativa para desenterrar y exterminar bibijaguas. Había plantado cerca de la residencia un seto de campeche, joven y floreciente. Una mañana el Sr. S descubrió las huellas de una de sus incursiones nocturna: hojas esparcidas por el sendero y el seto de campeche desprovisto de todas sus hojas, en una extensión de diez o doce pies, por las incansables obreras.
 A los enemigos en retirada se les pudo seguir la pista por algunas docenas de varas sobre la superficie del terreno hasta llegar a la boca de uno de sus túneles. Aquí se dio comienzo a la excavación, y la galería, o túnel abovedado, fue seguido hasta una profundidad a veces de dos pies, otras de un pie, hasta que condujo a una espaciosa ciudad. Esta estaba formada por una agrupación de celdillas, en las cuales estaban depositados innumerables huevecillos, y vimos un increíble número de bibijaguas corrientes junto con algunas otras que probablemente eran reinas o madres, según pudimos juzgar por su tamaño regio, con alas de pulgada y medio de largo.
 No poca confusión reinaba entre ellas y un negro corpulento que se había metido hasta el mismo corazón de la ciudadela, el cual, sin hacer caso de sus picadas, las arrojaba, utilizando las manos y la pala, a la fogata prendida a corta distancia y algunas veces las achicharraba rápidamente en sus celdillas con mazos encendidos.
  Si nos detuviéramos aquí, no obtendríamos sino una idea muy restringida de esta ingeniosa y popular comunidad que se esparce por doquier sin que sus confines geográficos puedan establecerse con exactitud, ya que tanto sus caminos como sus habitaciones son subterráneos.
 Varias ciudades y aldeas se han descubierto, con túneles que las comunican formando un verdadero imperio. Yo diría que desde el agujero de la entrada de las bibijaguas que atacaron el campeche hasta la última ciudadela, puede haber de doscientas a trescientas varas; y ¿quién pudiera pronosticar en donde estarán situadas sus metrópolis o sus fronteras?
  
  Carta XLVIII

 (...) Cuando todavía solo podía discernir los primeros claros del día, me encontré con que el tráfago de la plantación ya había comenzado. Una larga fila de negros, cada uno con una cesta en la cabeza, caminaba al pie de las lomas como un ejército de bibijaguas que saliera en una expidición nocturna. Percibí también que había carretas cargando café en los glaciers o secaderos; y curioso por ver a los rudos monteros, fui allá. El padre, un robusto campesino haría honor a uno de nuestros agricultores de las montañas de New Hampshire, estaba de pie envuelto en un chaquetón, supervisando toda la operación. El hijo recibía los sacos de café a medida que los negros los traían y los acomodaban en una carreta, protegida de la lluvia con cueros. Los negros llegaban, cada uno con un saco de café en la cabeza, que pesa 100 lbs. y permanecían de pie aguantando pacientemente la carga hasta que les llegase el turno de ser relevados. 

 Estos monteros me interesan cada vez más. Para que tengas una idea de lo resistentes que son, me bastará informarte que tres de ellos durmieron sobre el duro pavimentos del secadero de café, vestidos de camisa y pantalón, teniendo por techo solamente el firmamento y empapados toda la noche por el rocío.

 Cartas escritas en el interior de Cuba…, La Habana, 1965, Editora del Consejo Nacional de Cultura, pp. 32-34, 277.  
  

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