viernes, 17 de junio de 2011

Notas. Capablanca y el significado del ajedrez


 Rogelio Saunders


 8. 4. 2002


 Hasta donde yo veo, ni Aliejin ni Kaspárov pueden compararse con José Raúl Capablanca (y no sé si alguien podría compararse con él: acaso Murphy, pero no conozco bien su historia) en algo fundamental: tanto Aliejin como Kaspárov ven sólo lo que tienen delante de sí: son ajedrecistas pragmáticos. Capablanca, en cambio, que parecía ser justamente el hombre del presente (la posición ahí y entonces era lo único que importaba para él), fue sin embargo más allá del ajedrez y alcanzó la filosofía. Tanto una cosa como otra (sólo aparentemente paradójicas) procedían de la misma fuente que lo hizo excepcional: su prodigiosa intuición (su conocimiento innato del ajedrez, entendiendo lo innato como percepción instantánea tanto del principio como del fin). Se tiende a creer (opinión que ahora me parece superficial —es precisamente la opinión de R.) que Capablanca simplemente se negó a ver la realidad que se avecinaba: el ajedrecista-deportista (representado por Aliejin y Botvínik) y, más tarde, el ajedrecista-más-el-ordenador, representado por Kaspárov y adláteres. No digo que Kaspárov, Botvínik y Aliejin no sean grandes ajedrecistas. Sino que [digo que] están circunscritos exclusivamente al ajedrez como juego y sobre todo como deporte, y que no pueden ir más allá de eso (de ahí que la situación de Kaspárov frente al superordenador sea ya trágica, si es que no patética: si el ajedrez es cálculo, mi buen amigo, nunca podrás superar a la máquina, porque siempre habrá una más perfecta, un cálculo más perfecto). Lo que Capablanca intuyó fue que, con el advenimiento del ajedrez-como-cálculo (como algo herramental, maquinal, mejorable por medio del estudio y con el auxilio de la máquina), el juego había entrado en una etapa acelerada y final, de ahí su idea de agregar dos piezas nuevas al esquema convencional. (Yo mismo, por otra parte, he pensado varias veces en la posibilidad de agregar, a esas dos piezas, una serie de niveles —es decir, agregar otras dimensiones espaciales al ajedrez). Creo que, cuando Capablanca se dio cuenta de eso —de lo que advenía, y de lo que este advenimiento significaba— perdió interés en el juego.)

  (Nota: Es preciso comprender la trascendencia filosófica de la forma de jugar y de la actitud de Capablanca, que es lo que en realidad produce las frases que circulan en torno a él: su resonancia. Hay que ser capaz de seguir esta resonancia y de pensarla. [...] Capablanca fue lo máximo que puede ser un ajedrecista (antes y ahora). De ahí su lugar excepcional en la historia del ajedrez. Aliejin nunca podría derrotarlo (en el Gran Tiempo), por la sencilla razón de que Capablanca era como el ajedrez mismo —su hipóstasis (precisamente: el ajedrez como algo innato). (Como hubiera dicho Julio Cortázar, el triunfo de Aliejin frente Capablanca es el de la hormiga frente a la cigarra.) Capablanca estaba en el límite en el que el ajedrez podía ser aún plenitud de lo humano (situarse en ese horizonte del para siempre que supone lo humano como Forma). Más allá, estaban el fin y el advenimiento de la máquina.

  No creo que los ajedrecistas de hoy sean mejores que los de la época de Capablanca. Al contrario: son más débiles. Y lo son precisamente desde el punto de vista filosófico. Ya no pueden pensar: sólo pueden competir (su pensamiento se ha reducido a eso: a la competición. Es el pensamiento pragmático del que se prepara para ganar un torneo. Ha triunfado Aliejin, en efecto, y su triunfo es la muerte del ajedrez como algo independiente). Filosóficamente hablando, ya fueron derrotados por la máquina (desde el momento mismo en que recurrieron a ella). Esto fue lo que Capablanca percibió de un modo directo, intuitivo. Aliejin debió causarle la impresión de algo a la vez repulsivo e inevitable. (Además, debió parecerle un hombre sin moral —o con la dudosa moral del pragma: un político. —La historia misma de Aliejin demuestra que es así. [...] Por lo demás, véase la terrible confusión de que es portador Kaspárov, vía la fantástica teoría de la historia que promulga. ¿Cómo se puede pensar así? No: esto revela, precisamente, falta de pensamiento, ausencia de filosofía. Incapacidad de pensar por-sí-mismo de un modo creativo. En este caso, Kaspárov es simplemente un vocero de ideas recibidas. En cambio, Capablanca fue, no un romántico, sino un outsider, un fuera-de-serie: alguien capaz de esta cosa extraña: hacer filosofía desde el ajedrez. [...]




  Más allá del ajedrez


  9.4.2002

  [...]

  Capablanca es el hombre que [no sólo] comprende las leyes del ajedrez intuitivamente, sino que [esta intuición significa que] ve como en relámpagos lo que podría hacer con este conocimiento (por ejemplo: el desarrollo actual del ajedrez). Ve estas regularidades, pero no quiere tocarlas. Eso es todo. Capablanca quiere preservar algo. Movimiento que es percibido (superficial y erróneamente) a la vez como romanticismo y como conservadurismo. (Algo que no resulta tan extraño: frente a lo pretendidamente “moderno”, lo pretendidamente “romántico” siempre parecerá “anticuado”.) Pero, por lo demás, Capablanca no es ni antiguo ni moderno. Este algo que él trata de preservar es la propia independencia del ajedrez (su belleza profunda). Es (en los términos más amplios) la propia singularidad humana. (Bajo la suposición general y tácita de que, si el hombre no quiere confundirse con la máquina, debería diferenciarse de ella. O bien bajo la forma de esta pregunta (ineludible ya): ¿En qué se diferencia el hombre de la máquina?).

  [(Es claro que el hombre no puede ya prescindir de la máquina. En consecuencia, el quid que aparece ahora ante él siempre es esta ilusoria competición con los mecanismos que él mismo ha creado y que se ve compulsado a crear continuamente. Esta reproducción acelerada, percibida como amenazante y mala. (Un si funeste desire: aquello que nos da placer también nos mata.) Hay quienes afirman ya, tout court, que ha llegado el tiempo de las máquinas (¡y sólo estamos en el comienzo!). La base filosófica real que informa tan grotesca conclusión es que, desde el punto de vista del cálculo, el hombre no se diferencia [en nada] de la máquina. Ay, amigos. Y ahora ¿qué vamos a hacer con esta cabeza? Sólo dos soluciones se avizoran: el hombre hará un pacto con la máquina, o se verá absorbido por ella. A lo que se suma una variante siniestra: la guerra devastadora, con dos posibles resultados: o el hombre habrá destruido a las máquinas (con el consiguiente, subdicen, “retroceso histórico y vuelta a la oscuridad”, etc., etc., etc.), o las máquinas habrán destruido al hombre (pues de su lado habrá surgido, previsiblemente, este pensamiento simple: puesto que somos independientes, ¿para qué necesitamos al hombre, ese guiñapo imperfecto?)

 Variantes pertenecientes ambas a la miseria de la filosofía, que tiene como límite, precisamente, el cálculo. (Más generalmente: el proceso de pensamiento, de conceptualización.) Es la miseria del hombre mismo en cuanto este proceso. Y es la miseria de la ciencia en cuanto resultado de su triunfo: del triunfo de lo científico (y su consecuencia más influyente: lo tecnológico) como principio autoritario (regulador) del conocimiento y de la existencia. (La interdependencia-identidad entre el conocimiento y el poder es el hecho clave de nuestra época). Lo cual no significa en modo alguno que se promueva aquí a ese puesto a lo religioso. En absoluto. Aquí sólo se está señalando el dilema, [y se está diciendo, además] que, en los propios términos del conocimiento , es insoluble.

  [...]

                             ***


 más sobre Capablanca-Aliejin

 El match Capablanca-Aliejin como la “chess divide”, la línea divisoria entre la época dorada del ajedrez y la época técnica o decadente (el final del ajedrez). «Mediante la técnica, el talento imita al genio», dijo Capablanca. Ahí, en ese match, quedó figurado el futuro del ajedrez. Lo que se abrió ante el hombre en ese match fue el futuro enfrentamiento con la máquina. Match paradigmático precisamente porque en él se vieron las caras el jugador intuitivo [el que viene desde la esencia, sin pasado ni futuro] y el jugador pro-máquina, el partidario del deporte y de la caza (de la caza, sobre todo, como “man-hunt”, caza del hombre).

  addenda
  julio de 2010

  El mismo [llevado y traído] asunto de las tablas demuestra precisamente el larguísimo alcance de la intuición de Capablanca. Ahora mismo, ya se sabe que las partidas de damas entre “inteligencias” iguales acabarán siempre en tablas. Lo mismo sucederá con el ajedrez en su forma actual (32 piezas, 64 casillas), sólo que las tablas tendrán lugar, ay, entre máquinas virtuales (esto es: softwares), ya que los seres humanos no podrán derrotar a éstas.

  Las intuiciones de un hombre como Capablanca no afectan a una u otra época de un campo dado (en este caso, el ajedrez) sino a todo el campo, a su esencia misma (que es lo que él ve, intuye: el todo y sus leyes).

  “I am not saying this out of vanity since, in chess at least, I have never been vain. I say it out of conviction, admitting, of course, the possibility that I may be wrong. But let us accept that we have not yet reached that point, that is to say that there is absolutely nobody today who is capable of making a draw at will. Even so, we find that technique has advanced in such a way that today there are players of the second category amongst the masters who, by dint of their encyclopaedic knowledge, make themselves virtually invincible. And if this is the case now, and three-quarters of the process has occurred only in the past 20 years, what will happen within 50 years?

 […]
 
 In reality, today there exists, as it were, a separate form of chess, which is understood only by the most select of the great masters, and which very often relies on a highly-developed technique which already today threatens to make talent equal to genius (subrayado mío, r.s.); that would make chess rather similar to what the game of draughts is today.”

 (Edward Winter: “Capablanca on Moscow 1925”. Traducción de un artículo aparecido en la Revista Bimestre Cubana de la Sociedad Económica de Amigos del País, Volumen XXI, número 2, Marzo-Abril de 1926)


notas:
1)léase siempre conocimiento como gnoseología
2)htpp://www.chesshistory.com/winter/extra/capablanca7.html

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