Pedro Marqués de Armas
Agustín Aguilera, quien dio muerte en 1908 al General Rafael Portuondo, era un loco que escribía. No es infrecuente que los locos escriban. Y a fuerza de hacerlo merecen, como cualquier otro que se afane en rayar hojas en blanco (no es el caso, pero los hay geniales), el calificativo de escritor.
Al ser
detenido en Mayarí tras su sonado asesinato, Aguilera estaba a punto de
terminar una novela. Entre sus pertenencias le ocuparon más de cuarenta
manuscritos entre ficciones, dramas y poesías.
En la
cárcel de Santiago de Cuba, mientras esperaba el comienzo del juicio, escribió
varias novelas -las escribía de un tirón, las suponemos breves-, una de las
cuales dedicó al juez instructor. Después, en el presidio de La Habana, el
escritor holguinero escribió otras dos a petición de los psiquiatras forenses
que intervinieron en su caso. Tituló una de ellas “Los cazadores de
bandidos.”
Todo ese
material le fue incautado con el resto de lo que contenía su baúl: un
aparato inventado por él para hacer sogas, un calendario hecho con cajetillas
de cigarros y banderitas que le servía para pronosticar el estado del tiempo, y
cuadernos donde diseñaba otros inventos que pretendía patentar.
Examinados sus escritos, los médicos no dudaron en calificarlo de "verdadero grafómano". Todo eso se perdió. Todo, salvo su melancólica silva -puro tojosismo entre rejas- “Adiós a Teresa”, en la que Aguilera se despide de su "concubina”, un poema que, bien visto, no desmerece un lugar en la tradición.
ADIÓS A TERESA
Aquí entre
rejas y cerrojos,
Oyendo la voz
del Carcelero
Me despido de ti
mi Teresa amada
Que te hayas
(sic) cerca de las Selvas.
Ya a oír no
volveré yo
El arrullador y
amante Canto
De las Tojosas
que escondidas ellas se encuentran
Allá entre los
frondosos ramajes.
Poco importa que
mi suerte aciaga
Hiciese que
Tribunales y Jueces
Me condenen a
perecer
No en deshonroso
Cadalso, eso no,
Sino en
prostituidas Ciudades o Palacios,
Que con
humillación llevan el nombre de un ser honrado
Allá en las
oscuras selvas
En donde la
Inocencia ella se abrigó.
Aquí la
humillación y el desprestigio
Adiós, adiós mi
Teresa, adiós.
¿Qué fue
de Aguilera? De antemano el juicio se politizó, al tratarse del asesinato en
plena campaña de unos de los políticos de más prestigio, con la opinión pública
dividida en dos bandos. Mientras los liberales miguelistas se pronunciaban a
favor de la locura, los antiguos moderados presionaban para declararlo
culpable.
Se pidió desde
la primera vista la pena de muerte y, al final, fue condenado a cadena
perpetua. Se pudrió, como se dice, en la cárcel. No valió la atenuante de enajenación mental, según el dictamen
de los psiquiatras que lo examinaron, y que luego escribieron sobre el caso.
Aguilera
fue diagnosticado de un Delirio Sistematizado, es decir, un tipo de paranoia
persecutoria. Deliraba con que el General Portuondo había
"perjudicado" a dos de sus hijas -es decir, las habría violado- con la
cooperación de Carlos M. de Céspedes (hijo) y por medio de un narcótico, allá
por 1900.
Declaró en toda ocasión que se trataba de una cuenta pendiente y que no hacía más que "lavar la honra de la familia". Se cuenta que repetía una y otra vez: “tan mala educación y tan malas ideas tenemos los cubanos, que lo persiguen a uno desde que cesó la soberanía española”.
El célebre antropólogo Luis Montané fue invitado a investigar a Aguilera y no dudó en tacharlo de degenerado tras someterle a un examen del que salió la siguiente ficha:
Talla, 1 m. 488 milímetros.
Braza, 1
m. 38 centímetros.
Busto, 795
milímetros.
Diámetro
antro-posterior cabeza, 184 milímetros.
Diámetro
transversal, 145 milímetros. Circunferencia horizontal total, 54
centímetros.
Circunferencia
anterior (preauricular), 28 centímetros.
Circunferencia
posterior (postauricular), 26 centímetros.
Curva
anteroposterior (de la raíz de la nariz a la nuca), 55 centímetros.
Curva
transversal (de oreja a oreja), 31 centímetros.
Ancho de
la cara, 123 milímetros.
Mano: dedo
medio, 56 milímetros. Dedo auricular, 50 milímetros.
Codo: 252 milímetros.
Pie
izquierdo, 17 centímetros.
Conocemos, pues, la medidas de Agustín Aguilera Ochoa, quien por su escasa estatura recibió siempre el apodo de Patato.(Hay que decir que el General no era mucho más alto que su asesino: 1.51 vs 1.48 centímetros. Pero esto no lo cuentan los informes.)
Agustincito,
como también se le conocía, mató al General sin previo aviso, según una versión
a tiros, y a cuchilladas, de acuerdo con otra.
Durante la
realización del examen antropométrico ocurrió un curioso incidente, que
cuenta así Dr. Pérez Vento:
"Creyó,
al ser sentado en un banquillo y ver el compás, que lo iban a ejecutar por la
electricidad, y se demudó, pronunciando estas palabras: «ya sabía yo que en
esto había de parar», y sacando del bolsillo un paquete lacrado y amarrado con
cordeles dijo: «este es mi testamento para los niños huérfanos de París, y
deseo que le sea entregado al Cónsul francés». Cuando se terminó la operación,
entonces reclamó su paquete, el que le fue devuelto; no conseguí que me lo
entregara, y después en la cárcel lo destruyó. Sentí mucho no haberlo
leído."
Se solazan los galenos ante el espanto que producen en Aguilera esos aparatos, como si no estuviera en juego su cabeza, pero no conservan sus escritos, que reducen a pruebas indiciarias, cuando no a mero cotilleo.
El médico
se quedó con las ganas de conocer tan inaudito testamento, como nosotros con el
deseo de su obra.
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