miércoles, 31 de enero de 2018

Las inteligencias anómalas y el problema de su educación




 Arístides Mestre

 Cuenta Bourneville en varios de sus trabajos sobre niños idiotas y degenerados, que hacia fines del año de 1807 tres cazadores cogieron a un niño, como de doce años de edad, que se encontraba en el bosque de la Caure (Aveyron, Francia), al cual le echaron mano  en los momentos en que saltó sobre un árbol para evitar la persecución. Este niño fue llevado a París donde se le conoció con el nombre del Salvaje de Aveyron; allí lo examinaron Pinel e Itard. El primero de estos dos médicos declaró terminantemente que estaba aquel niño atacado de “idiotismo incurable”; el otro, Itard, creyó en la perfectibilidad del niño y se encargó de mejorar su triste suerte, sugestionado por las ideas filosóficas, optimistas, de Locke y de Condillac. Ah! el erróneo diagnóstico del gran Pinel abrió en medicina mental la era de la educación de los idiotas! Triunfó Itard en su noble empeño: el idiota de Aveyron adelantó considerablemente.
 En 1824, Belhomme, piensa que «era posible mejorar la desgraciada situación de los idiotas y que una educación especial puede dárseles»; y, clasificándolos, concluye que «los idiotas son educables según su grado de idiotismo». Posteriormente, en Francia, Ferrus y Voisin se ocupan de ese problema con gran interés; pero, a Eduardo Seguin es a quien se debe el verdadero método de tratamiento médico-pedagógico de la idiotez.  «El procedimiento del Dr. Seguin —escribe el Dr. W. E. Fernald— consiste en la exacta adaptación de los principios de fisiología, por  los medios y los instrumentos fisiológicos, al desarrollo de las funciones dinámicas, perceptivas, reflejas y espontáneas de la infancia. Esta educación fisiológica de los cerebros defectuosos, resulta de la  educación sistemática de los sentidos especiales, de las funciones del sentido muscular»; y la obra de Seguin titulada Tratamiento moral, higiene y educación de los idiotas y otros niños atrasados (1846) es para el mismo crítico Fernald «un manual modelo que conduce al niño, como de la mano, de la educación del sistema muscular a la del nervioso y de los sentidos; de la educación de los sentidos a las  nociones, de las nociones a las ideas, de las ideas a la moralidad». 
 La experimentación científica, la psicología fisiológica, han confirmado la doctrina educadora juzgada de visionaria por muchos contemporáneos. La labor de Seguin repercutió en otras naciones del viejo mundo —Berlín, Suiza, Inglaterra— y también en la América del Norte, donde se estableció el sabio francés; allí estuvo organizando asilos, graduándose en la University College de New York, y obteniendo el éxito de su método. «Medio siglo de paciencia y de investigación —afirma el Dr. A. M. Miller— ha desarrollado y definido una ciencia especial a propósito de los niños idiotas y atrasados. Esta ciencia abarca la medicina, la fisiología, la psicología, la filantropía, un conocimiento de las artes industriales que se ponen a contribución en los asilos-escuelas, en fin, un conocimiento de los detalles de la administración de un vasto instituto, como los que se consagran al tratamiento de los niños defectuosos. El Dr. Seguin, de París (Francia), fue el primero de los primeros en esta obra y en su desenvolvimiento, y si los nombres de los otros que lo siguieron deben ser escritos con letras de oro, las del suyo deberán ser engastadas de diamantes.» ¡Modelo fue, en efecto, Seguin, y modelo incomparable! El eco de su esfuerzo, ya lo dijimos, se propagó por Europa y América, y actualmente son numerosísimos los establecimientos destinados a la práctica difícil, tan llena de tropiezos, de la ortofrenia.
 En el año de 1899 visitamos en París el « Instituto Médico-Pedagógico de Vitry y la «Sección de niños idiotas y epilépticos » del viejo Hospicio de Bicétre, amablemente invitados por el sabio doctor Bourneville. Pudimos entonces ver cómo educaban al niño defectuoso respecto de la marcha, el uso de la mano, el tacto, la vista, la atención, la enseñanza primaria, etc. ¡Qué hermosa manera de verter su ciencia y sus bondades sobre esos enfermitos! La organización de aquellos dos establecimientos era en realidad digna de aplauso y hecha con todas las exigencias científicas, puesto que hasta la autopsia se verificaba, completándose así, por el examen necrópsico, la hoja clínica. El «Instituto Médico-Pedagógico» está destinado: 1ro a los niños que presentan instabilidad mental y son sujetos a impulsiones morbosas que les impiden, aunque posean cierto grado de desarrollo intelectual, someterse a las reglas de los liceos o de las pensiones, y que por consiguiente necesitan a la vez de un método de educación especial y de una disciplina particular; 2do a los niños  atrasados, débiles de espíritu en todos sus grados; y 3ro a los niños atacados de afecciones nerviosas complicadas o no de accidentes convulsivos... Y todavía —cuando evocamos los recuerdos de aquellos días— no olvidamos la agradable impresión que nos hiciera entonces aquel Instituto situado en Vitry-sur-Seine. Próximo a su primer parque existía un jardín inglés donde se respiraba el aroma de muchos árboles; más lejos, un bosque de olmos y abetos antiguos, seculares, ante el cual majestuosamente se alzaba un enorme cedro... ¡El niño pobre de espíritu, salvaba allí su mente de un naufragio seguro, rodeado de esos encantos naturales!



 Viene después el período de la pedagogía correspondiente a los escolares mentalmente anómalos: el problema de esta educación especial se planteó de pocos años a esta parte. Se trata de transformar, por ese medio, a dichos escolares en adolescentes normales, para que sean adultos sanos, en una palabra, hombres útiles. Y esta importante labor regeneradora es hoy seguramente más fructífera que en aquella época en que el inmortal Seguin formulaba sus procedimientos para educar idiotas: entonces la clínica médica y la psicología infantil no eran lo que ahora; y, por otra parte, la embriogenia del sistema nervioso, los nuevos métodos de diagnóstico, etc., son en estos tiempos recursos de primer orden en la averiguación de las anomalías mentales. «Ciertamente, la psicología de la infancia y la historia de su desenvolvimiento no se han terminado; pero comenzamos a conocer las principales etapas de ese desarrollo y los más importantes grados de crecimiento por los cuales deba pasar, para desenvolverse regularmente, la mentalidad infantil; comenzamos también a saber cuál es la evolución de una mentalidad normal entre la primera infancia y la edad adulta; y es, pues, posible, con frecuencia, ante una evolución anormal, decir en qué y por qué ella se ha trastornado, cuál deficiencia ella presenta, y sobre todo qué ventajas puede aportar un método especial de educación, auxiliado del tratamiento médico necesario para sostenerlo.» Pero, al poner en práctica los modos de educación particular, es cuando brotan, desde luego, las dificultades, es en el momento en que aparecen más grandes los escollos.
 ¿De qué manera agrupar los niños en series y en clases homogéneas? ¿cómo, con toda seguridad, reconocerlos? ¿qué procederes aplicarles? «No se hará obra provechosa — dicen a este respecto Philippe y Paul-Boncour— más que a condición de operar metódicamente y sobre grupos homogéneos, racionalmente constituidos... «Lo que ha de dominar toda la pedagogía de estos escolares (colocados o no en clases especiales) es que se debe proporcionar y adaptar la enseñanza al estado especial de sus facultades. Si son detenidos, el educador debe emplear los procederes capaces de despertar su atención y de mantenerla fija una vez despierta; si son inestables, es necesario dedicarse sobre todo a fijar esta atención, y conservarla el tiempo preciso para grabar las nociones en el espíritu. Si se trata de un irritable o de un neurópata, insistir en los hábitos sociales de orden, de regularidad, de buena disciplina, de moralidad inteligente, etc. «He aquí algunos consejos generales; mas, bien se sabe que se impone individualizar, en esos casos de anomalía mental, la educación, porque cada categoría de niños reclama su pedagogía particular. Y, ¿dónde deben educarse los escolares mentalmente anómalos? ¿asistirán a las clases ordinarias? ¿irán a clases especiales anexas  a las ordinarias? ¿vivirán en familia o en institutos médico-pedagógicos? Todo esto exige una resolución fundada, máxime si se trata de los subnormales, donde sin tardanza se aplicará el más conveniente tratamiento.


 Pero, ese tratamiento médico-pedagógico, descansa precisamente en el mejor conocimiento de la psicología del escolar: sin este requisito previo, nada se efectuará con fruto. Y no se obtendrá ese conocimiento de la intelectualidad del niño a menos que no se estudie debidamente, por médicos y educadores, el caso de anomalía que pretenda mejorarse. Es, por lo tanto, de notoria importancia tener siempre presente esta regia: todo escolar a quien se suponga padecer de anomalía mental debe sometérsele a una observación competente, es decir,  a un examen biológico y mental practicado cuidadosamente (Philippe y Paul-Boncour); estudio que es condición sine qua non para poner en práctica el procedimiento médico-pedagógico adecuado.
 Entre nosotros, el apreciable compañero profesor de la Escuela de Pedagogía, Dr. Manuel Valdés Rodríguez, ha llevado a efecto hace algunos años un trabajo digno de mencionarse en nuestra literatura pedagógica: se refiere ese laudable esfuerzo al estudio de la psicología de los escolares, precisamente. En el tomo segundo de sus Ensayos sobre educación, etc., hay un capítulo (nos parece ser el último) que llama Psicología experimental. «Comprendo —dice— bajo este título, ciertas observaciones, provocadas y recogidas en el momento de examinar a los niños. Son harto modestas para pensar que formen un departamento especial en mi esfera de maestro; pero pueden ser estímulo para pensamientos de mayor consideración...» "La psicología experimental es hoy un estudio que se lleva a cabo con verdadero ahínco en las universidades americanas...» «No he pretendido, agrega el laborioso catedrático, realizar ni siquiera un recuerdo, por ligerísimo que fuera, de esta acción coordinada, mayormente, cuando no podía contar con ningún instrumento de precisión, de los que son indispensables para montar un laboratorio de esa clase. Por eso llamo a estas notas observaciones, que son experimentales en su más escasa y humilde proporción.» Esas observaciones alcanzan el número de cuarenta y ocho, y van seguidas de una bien interesante redactada por Mr. Walrren Colburns con el membrete de «El muchacho sin talento», en la cual revela su habilidad pedagógica Mr. J. Wiseman. 
 Las observaciones del Dr. Valdés Rodríguez —por modestas que ellas sean— prueban lo que hemos venido defendiendo constantemente: que deben llevarse a cabo de común acuerdo entre educadores y médicos. ¿Cuántos casos de escolares mentalmente anómalos se dejan ver en aquéllas, en medio de sus naturales y justificadas deficiencias? Con gusto consignamos este hecho, ya que parece ser —por lo menos que sepamos— el primer estudio publicado aquí sobre el examen psicológico de los escolares, la investigación de su estado mental, para señalar sus defectos y particulares inclinaciones. Desde la época en que aparecieron los citados Ensayos, ¡qué  adelantos los de la psicología experimental y qué compleja su realización! Ahí está, por ejemplo, la técnica reciente (1901), de Toulouse, Varchide y Pieron, para demostrar ese progreso y la  complicada investigación que la distingue.  
 Y es que este capital asunto de la curación o mejoramiento de las anomalías mentales de los escolares, es problema que no sólo ha  de importarle al médico y al educador, sino también al criminalista. «Desde el principio de nuestro siglo —expresa el Dr. E. Cabadé en su bello libro De la responsabilité criminale, 1893— a medida  que la civilización progresa y se acentúa, tres cosas, o más bien,  tres órdenes de hechos progresan y se acentúan con ella: 1ro el número de locos; 2do el número de criminales y de delincuentes; y 3ro el consumo del alcohol.» ¡Cómo lo prueban las estadísticas! Mas, concretándonos a los niños, tengamos presente que el tanto por ciento de jóvenes criminales crece de año en año y que (con su mayor parte presentan aquéllos taras físicas o mentales, dificultándose por ello la observancia de las leyes sociales, o disminuyendo su  resistencia a las provocaciones de un ambiente malsano). Por otra parte, «la criminalidad infantil poco se parece a la del adulto…»  «La verdad es que la criminalidad infantil obedece a otros móviles  distintos a los del adulto; y justo es buscarlos si no se quiere condenar a esos pequeños delincuentes al azar y sin averiguar si son  viciosos o enfermos.» El examen mental se impone también en  estos casos donde a menudo se esbozan las relaciones —cada vez más  estrechas a medida que corren en el individuo los años de la vida —entre el crimen y la locura, que tanto han tratado de conocer Maudsley primeramente, y Feré después, en nuestra época.  
 Por eso desde los primeros momentos hay que borrar el defecto e inclinar la mentalidad hacia lo normal, orientarla en ese sentido;  es preciso hacerlo, sin pérdida de tiempo, desde que la anomalía se  inicia, se bosqueja, comienza a manifestarse. Así nos lo expresaba  el erudito Bourneville; así nos lo dijo también —cuando sobre ello  le interrogábamos en la Conferencia de Beneficencia y Corrección— el Dr. A. B. Richardson, notable alienista norte-americano. Sí, el tratamiento médico-pedagógico no sólo mejora y cura al escolar  mentalmente anómalo, sino lo que encierra mayor trascendencia,  constituye la verdadera profilaxia, pudiéramos decir, del crimen en  un sinnúmero de circunstancias. ¡La herencia y propagación de esas anomalías es amenaza terrible, a no dudarlo, para la sociedad y la raza!

 (Fragmento, “Las inteligencias anómalas y el problema de su educación”), Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, 1906, Vol. 3. Núm. 2, septiembre, pp. 124-48.


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