Arístides Mestre
Cuenta Bourneville en varios de sus trabajos
sobre niños idiotas y degenerados, que hacia fines del año de 1807 tres cazadores
cogieron a un niño, como de doce años de edad, que se encontraba en el bosque
de la Caure (Aveyron, Francia), al cual le echaron mano en los momentos en que saltó sobre un árbol
para evitar la persecución. Este niño fue llevado a París donde se le conoció
con el nombre del Salvaje de Aveyron; allí lo examinaron Pinel e Itard. El primero
de estos dos médicos declaró terminantemente que estaba aquel niño atacado de “idiotismo
incurable”; el otro, Itard, creyó en la perfectibilidad del niño y se encargó
de mejorar su triste suerte, sugestionado por las ideas filosóficas,
optimistas, de Locke y de Condillac. Ah! el erróneo diagnóstico del gran Pinel
abrió en medicina mental la era de la educación de los idiotas! Triunfó Itard en
su noble empeño: el idiota de Aveyron adelantó considerablemente.
En 1824, Belhomme, piensa que «era posible
mejorar la desgraciada situación de los idiotas y que una educación especial
puede dárseles»; y, clasificándolos, concluye que «los idiotas son educables según
su grado de idiotismo». Posteriormente, en Francia, Ferrus y Voisin se ocupan
de ese problema con gran interés; pero, a Eduardo Seguin es a quien se debe el
verdadero método de tratamiento médico-pedagógico de la idiotez. «El procedimiento del Dr. Seguin —escribe el
Dr. W. E. Fernald— consiste en la exacta adaptación de los principios de
fisiología, por los medios y los
instrumentos fisiológicos, al desarrollo de las funciones dinámicas,
perceptivas, reflejas y espontáneas de la infancia. Esta educación fisiológica
de los cerebros defectuosos, resulta de la
educación sistemática de los sentidos especiales, de las funciones del
sentido muscular»; y la obra de Seguin titulada Tratamiento moral, higiene y educación de los idiotas y otros niños
atrasados (1846) es para el mismo crítico Fernald «un manual modelo que
conduce al niño, como de la mano, de la educación del sistema muscular a la del
nervioso y de los sentidos; de la educación de los sentidos a las nociones, de las nociones a las ideas, de las
ideas a la moralidad».
La experimentación científica, la psicología
fisiológica, han confirmado la doctrina educadora juzgada de visionaria por
muchos contemporáneos. La labor de Seguin repercutió en otras naciones del
viejo mundo —Berlín, Suiza, Inglaterra— y también en la América del Norte, donde
se estableció el sabio francés; allí estuvo organizando asilos, graduándose en
la University College de New York, y obteniendo el éxito de su método. «Medio
siglo de paciencia y de investigación —afirma el Dr. A. M. Miller— ha
desarrollado y definido una ciencia especial a propósito de los niños idiotas y
atrasados. Esta ciencia abarca la medicina, la fisiología, la psicología, la filantropía,
un conocimiento de las artes industriales que se ponen a contribución en los
asilos-escuelas, en fin, un conocimiento de los detalles de la administración
de un vasto instituto, como los que se consagran al tratamiento de los niños defectuosos.
El Dr. Seguin, de París (Francia), fue el primero de los primeros en esta obra
y en su desenvolvimiento, y si los nombres de los otros que lo siguieron deben
ser escritos con letras de oro, las del suyo deberán ser engastadas de
diamantes.» ¡Modelo fue, en efecto, Seguin, y modelo incomparable! El eco de su
esfuerzo, ya lo dijimos, se propagó por Europa y América, y actualmente son
numerosísimos los establecimientos destinados a la práctica difícil, tan llena
de tropiezos, de la ortofrenia.
En el año de 1899 visitamos en París el «
Instituto Médico-Pedagógico de Vitry y la «Sección de niños idiotas y
epilépticos » del viejo Hospicio de Bicétre, amablemente invitados por el sabio
doctor Bourneville. Pudimos entonces ver cómo educaban al niño defectuoso
respecto de la marcha, el uso de la mano, el tacto, la vista, la atención, la
enseñanza primaria, etc. ¡Qué hermosa manera de verter su ciencia y sus
bondades sobre esos enfermitos! La organización de aquellos dos establecimientos
era en realidad digna de aplauso y hecha con todas las exigencias científicas,
puesto que hasta la autopsia se verificaba, completándose así, por el examen
necrópsico, la hoja clínica. El «Instituto Médico-Pedagógico» está destinado: 1ro
a los niños que presentan instabilidad mental y son sujetos a impulsiones
morbosas que les impiden, aunque posean cierto grado de desarrollo intelectual,
someterse a las reglas de los liceos o de las pensiones, y que por consiguiente
necesitan a la vez de un método de educación especial y de una disciplina
particular; 2do a los niños atrasados,
débiles de espíritu en todos sus grados; y 3ro a los niños atacados de afecciones
nerviosas complicadas o no de accidentes convulsivos... Y todavía —cuando evocamos
los recuerdos de aquellos días— no olvidamos la agradable impresión que nos
hiciera entonces aquel Instituto situado en Vitry-sur-Seine. Próximo a su primer
parque existía un jardín inglés donde se respiraba el aroma de muchos árboles;
más lejos, un bosque de olmos y abetos antiguos, seculares, ante el cual majestuosamente
se alzaba un enorme cedro... ¡El niño pobre de espíritu, salvaba allí su mente de
un naufragio seguro, rodeado de esos encantos naturales!
Viene después el período de la pedagogía
correspondiente a los escolares mentalmente anómalos: el problema de esta
educación especial se planteó de pocos años a esta parte. Se trata de
transformar, por ese medio, a dichos escolares en adolescentes normales, para
que sean adultos sanos, en una palabra, hombres útiles. Y esta importante labor
regeneradora es hoy seguramente más fructífera que en aquella época en que el
inmortal Seguin formulaba sus procedimientos para educar idiotas: entonces la
clínica médica y la psicología infantil no eran lo que ahora; y, por otra
parte, la embriogenia del sistema nervioso, los nuevos métodos de diagnóstico,
etc., son en estos tiempos recursos de primer orden en la averiguación de las
anomalías mentales. «Ciertamente, la psicología de la infancia y la historia de
su desenvolvimiento no se han terminado; pero comenzamos a conocer las
principales etapas de ese desarrollo y los más importantes grados de crecimiento
por los cuales deba pasar, para desenvolverse regularmente, la mentalidad
infantil; comenzamos también a saber cuál es la evolución de una mentalidad
normal entre la primera infancia y la edad adulta; y es, pues, posible, con frecuencia,
ante una evolución anormal, decir en qué y por qué ella se ha trastornado, cuál
deficiencia ella presenta, y sobre todo qué ventajas puede aportar un método
especial de educación, auxiliado del tratamiento médico necesario para
sostenerlo.» Pero, al poner en práctica los modos de educación particular, es
cuando brotan, desde luego, las dificultades, es en el momento en que aparecen
más grandes los escollos.
¿De qué manera agrupar los niños en series y
en clases homogéneas? ¿cómo, con toda seguridad, reconocerlos? ¿qué procederes aplicarles?
«No se hará obra provechosa — dicen a este respecto Philippe y Paul-Boncour—
más que a condición de operar metódicamente y sobre grupos homogéneos, racionalmente
constituidos... «Lo que ha de dominar toda la pedagogía de estos escolares
(colocados o no en clases especiales) es que se debe proporcionar y adaptar la
enseñanza al estado especial de sus facultades. Si son detenidos, el educador
debe emplear los procederes capaces de despertar su atención y de mantenerla
fija una vez despierta; si son inestables, es necesario dedicarse sobre todo a fijar
esta atención, y conservarla el tiempo preciso para grabar las nociones en el
espíritu. Si se trata de un irritable o de un neurópata, insistir en los
hábitos sociales de orden, de regularidad, de buena disciplina, de moralidad
inteligente, etc. «He aquí algunos consejos generales; mas, bien se sabe que se
impone individualizar, en esos casos de anomalía mental, la educación, porque
cada categoría de niños reclama su pedagogía particular. Y, ¿dónde deben
educarse los escolares mentalmente anómalos? ¿asistirán a las clases
ordinarias? ¿irán a clases especiales anexas
a las ordinarias? ¿vivirán en familia o en institutos médico-pedagógicos?
Todo esto exige una resolución fundada, máxime si se trata de los subnormales,
donde sin tardanza se aplicará el más conveniente tratamiento.
Pero, ese tratamiento médico-pedagógico,
descansa precisamente en el mejor conocimiento de la psicología del escolar:
sin este requisito previo, nada se efectuará con fruto. Y no se obtendrá ese conocimiento
de la intelectualidad del niño a menos que no se estudie debidamente, por
médicos y educadores, el caso de anomalía que pretenda mejorarse. Es, por lo
tanto, de notoria importancia tener siempre presente esta regia: todo escolar a
quien se suponga padecer de anomalía mental debe sometérsele a una observación
competente, es decir, a un examen
biológico y mental practicado cuidadosamente (Philippe y Paul-Boncour); estudio
que es condición sine qua non para poner en práctica el procedimiento
médico-pedagógico adecuado.
Entre nosotros, el apreciable compañero
profesor de la Escuela de Pedagogía, Dr. Manuel Valdés Rodríguez, ha llevado a efecto
hace algunos años un trabajo digno de mencionarse en nuestra literatura
pedagógica: se refiere ese laudable esfuerzo al estudio de la psicología de los
escolares, precisamente. En el tomo segundo de sus Ensayos sobre educación, etc., hay un capítulo (nos parece ser el último)
que llama Psicología experimental. «Comprendo —dice— bajo este título, ciertas
observaciones, provocadas y recogidas en el momento de examinar a los niños.
Son harto modestas para pensar que formen un departamento especial en mi esfera
de maestro; pero pueden ser estímulo para pensamientos de mayor
consideración...» "La psicología experimental es hoy un estudio que se lleva
a cabo con verdadero ahínco en las universidades americanas...» «No he pretendido,
agrega el laborioso catedrático, realizar ni siquiera un recuerdo, por
ligerísimo que fuera, de esta acción coordinada, mayormente, cuando no podía
contar con ningún instrumento de precisión, de los que son indispensables para
montar un
laboratorio de esa clase. Por eso llamo a estas notas observaciones,
que son experimentales en su más escasa y humilde proporción.»
Esas observaciones alcanzan el número de cuarenta y ocho, y van seguidas de una
bien interesante redactada por Mr. Walrren Colburns con el membrete de «El
muchacho sin talento», en la cual revela su habilidad pedagógica Mr. J.
Wiseman.
Las observaciones del Dr. Valdés Rodríguez —por
modestas que ellas sean— prueban lo que hemos venido defendiendo constantemente:
que deben llevarse a cabo de común acuerdo entre educadores y médicos. ¿Cuántos
casos de escolares mentalmente anómalos se dejan ver en aquéllas, en medio de
sus naturales y justificadas deficiencias? Con gusto consignamos este hecho, ya
que parece ser —por lo menos que sepamos— el primer estudio publicado aquí
sobre el examen psicológico de los escolares, la investigación de su estado
mental, para señalar sus defectos y particulares inclinaciones. Desde la época
en que aparecieron los citados Ensayos, ¡qué adelantos los de la psicología experimental y
qué compleja su realización! Ahí está, por ejemplo, la técnica reciente (1901),
de Toulouse, Varchide y Pieron, para demostrar ese progreso y la complicada investigación que la distingue.
Y es que este capital asunto de la curación o
mejoramiento de las anomalías mentales de los escolares, es problema que no
sólo ha de importarle al médico y al educador,
sino también al criminalista. «Desde el principio de nuestro siglo —expresa el
Dr. E. Cabadé en su bello libro De la responsabilité
criminale, 1893— a medida que la
civilización progresa y se acentúa, tres cosas, o más bien, tres órdenes de hechos progresan y se acentúan
con ella: 1ro el número de locos; 2do el número de criminales y de delincuentes;
y 3ro el consumo del alcohol.» ¡Cómo lo prueban las estadísticas! Mas, concretándonos
a los niños, tengamos presente que el tanto por ciento de jóvenes criminales
crece de año en año y que (con su mayor parte presentan aquéllos taras físicas o
mentales, dificultándose por ello la observancia de las leyes sociales, o
disminuyendo su resistencia a las provocaciones
de un ambiente malsano). Por otra parte, «la criminalidad infantil poco se
parece a la del adulto…» «La verdad es
que la criminalidad infantil obedece a otros móviles distintos a los del adulto; y justo es
buscarlos si no se quiere condenar a esos pequeños delincuentes al azar y sin
averiguar si son viciosos o enfermos.»
El examen mental se impone también en estos casos donde a menudo se esbozan las
relaciones —cada vez más estrechas a
medida que corren en el individuo los años de la vida —entre el crimen y la
locura, que tanto han tratado de conocer Maudsley primeramente, y Feré después,
en nuestra época.
Por eso desde los primeros momentos hay que
borrar el defecto e inclinar la mentalidad hacia lo normal, orientarla en ese
sentido; es preciso hacerlo, sin pérdida
de tiempo, desde que la anomalía se inicia, se bosqueja, comienza a manifestarse.
Así nos lo expresaba el erudito
Bourneville; así nos lo dijo también —cuando sobre ello le interrogábamos en la Conferencia de Beneficencia y Corrección— el Dr. A. B. Richardson,
notable alienista norte-americano. Sí, el tratamiento médico-pedagógico no sólo
mejora y cura al escolar mentalmente
anómalo, sino lo que encierra mayor trascendencia, constituye la verdadera profilaxia,
pudiéramos decir, del crimen en un
sinnúmero de circunstancias. ¡La herencia y propagación de esas anomalías es
amenaza terrible, a no dudarlo, para la sociedad y la raza!
(Fragmento, “Las inteligencias anómalas y el
problema de su educación”), Revista de la
Facultad de Letras y Ciencias, 1906, Vol. 3. Núm. 2, septiembre, pp. 124-48.
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