«Señor Presidente de la Sala de lo Criminal de
la Audiencia de Santiago de Cuba.
Señor:
Nombrados los que suscriben para dictaminar
respecto al estado de las facultades mentales del procesado Agustín Aguilera Ochoa
por el delito de homicidio, con cuyo hecho privó de la vida a uno de nuestros
hombres públicos más respetados y querido por su patriotismo y por sus bellas
cualidades de orden moral, concurrimos hoy con el presente informe, en el que
condensamos el resultado de la observación y estudio médico legal, dando así
cuenta del honroso cometido que se nos confiara.
Agustín Aguilera es natural de Holguín, de 50
a 52 años, de pequeña estatura y con un desarrollo corporal perfectamente
armónico: cortos son sus brazos y piernas, sus manos, y bien chicos los pies.
Pesa 93 libras. La cabeza es proporcionada a su estatura, presentando la irregularidad
de ser un poco más ancha en su parte posterior (cráneo ipsicéfalo). Las orejas
son de mediano tamaño y resultan verticalmente implantadas en su
correspondiente región.
La fisonomía, vulgar y aventajada, no dice
nada en conjunto, por más que a veces parece ser animada por una fugaz viveza
de la mirada, y los ojos, que parecen a veces de mirar animoso, tienen, en
general, poca expresión.
Hijo de padres acomodados, tuvo cinco
hermanos, tres varones y dos hembras, que gozaron de buena salud y que recibieron
alguna educación. Él siempre fue rebelde a toda clase de enseñanza, enseñándole
las primeras letras un oficial del ejército español.
Pocos son los antecedentes hereditarios que
nos hemos podido procurar. Según noticias que tenemos por fidedignas, el padre
era persona respetable que no sufrió trastornos mentales, siendo fusilado en Holguín
cuando la guerra del 68; por parte de su madre, tuvo dos tías, una tartamuda y
otra que padecía ataques epilépticos.
Dice Aguilera que él sólo aprendió a escribir
y las labores del campo, a las que parece se dedicaba con preferente atención. Su
vida fue siempre muy irregular, pues tan pronto vivía en su pueblo, como se
ausentaba para el campo, como de nuevo volvía y rápidamente desaparecía, sin
que se supiera por donde andaba. En el pueblo lo llamaban Patato, apodo que seguramente le pusieron por su pequeña estatura.
En
su lenguaje se le ve un tanto animado, por lo general. Su palabra es fácil,
brota sin esfuerzo, clara, distintiva y hasta abundosa; conversa afablemente, no
siendo su trato desagradable; su conversación gira siempre dentro del mismo
círculo; cuestiones sociales, filosóficas y de religión, en la que desde luego,
no cree. Considera falsos y absurdos los principios que rigen a la sociedad y
se estima víctima de la sociedad, en medio de la cual ha vivido; nos asegura que
desde muy joven lo persiguen, poniéndole toda clase de obstáculos para
impedirle ganar el sustento, y esto le ha acontecido a pesar de su manera
generosa de proceder, pues siempre ha hecho favores, incluso el de quitarse
materialmente el pan de la boca para darlo a los más necesitados. Últimamente
afirma que se pasó seis meses durmiendo en el Cementerio de Holguín ocultándose
de los que querían hacerle daño.
De su crimen habla con naturalidad, sin
afectación y perfectamente tranquilo en cuanto al castigo que pueda sufrir. Nos
lo ha contado repetidas veces; y “sólo en el caso de convencerse de que no era
verdad lo de la violación de sus hijas lamentaría la muerte del general
Portuondo”, nos ha dicho; pero tiene la convicción de que lo realizado por él
es un acto de justicia: si se hubiera quejado, nadie le hubiera hecho caso,
pues él siempre ha tenido que tomarse la justicia por sus manos.
Las persecuciones las viene sufriendo desde la
poca en que cesó la soberanía española, «tan mala educación y tan malas ideas
tenemos los cubanos», nos repite a menudo. La policía lo persigue con ahínco,
le impide trabajar, habiéndose visto obligado a cambiar de lugar, pues hasta lo
atacaban. El mismo jefe de policía de Holguín lo ordenaba y quiso entregarlo a
los negritos, que siempre y a todas horas corrían detrás, gritándole y
llamándole canalla, cobarde, sinvergüenza, sugestionados por la misma policía.
En cuanto a la violación de sus hijas, que es
el motivo poderoso que lo llevó a herir a Portuondo, acaeció por el año 1900; y
lo supo por un español que recogía las basuras en Holguín, oyendo él, más
tarde, las voces de sus hijas, dándole cuenta de que el General Portuondo y
Carlos M. Céspedes las habían ultrajado, valiéndose de un narcótico, y llamándolo
para que las vengase.
Esas voces, que dice haber oído por el año
1900, las percibe con mucha frecuencia de noche y también durante el día.
Generalmente, son sus hijas que le dicen tenga paciencia, que confíe, pues
saldrá bien de esta situación y que muy pronto lo vendrán a buscar; en otra
ocasión es la voz de Rosa, su antigua concubina y madre de sus dos hijas, que
le da cuenta de la salud de todos y le hace las mismas afirmaciones; otras veces
las voces son de su madre y hermanos que le preguntan si está contento y que
espere y, por último, distingue claramente una voz de mujer española, de la
policía y de los negritos de Holguín que le dicen cosas desagradables.
Durante el día, a veces se descompone su
rostro, hace numerosos gestos de ira y lanza palabras deshonestas; al
preguntarle el centinela de vista que en la cárcel tenía lo que le pasaba ha
respondido «esos que hablaban conmigo que me empiezan a decir palabras desagradables
insultándome; me voy de aquí porque no puedo oírlos más». Por último, siente perfectamente
los besos que durante el sueño le dan sus hijas, a las que en algunas ocasiones
ha distinguido en su dormitorio.
Quien habla por primera vez con él, en una
breve conversación, no le encuentra nada anormal; contesta razonablemente lo
que se le pregunta; revela una memoria mediana, presta natural atención al
diálogo que con él se sostiene, extendiéndose en consideraciones sobre asuntos
sin interés; hace apreciaciones justas; raciocina muy superficialmente y
siempre que puede durante la conversación hace manifestaciones a propósito de
sus ideas de persecución.
Tiene alguna lucidez y viveza de espíritu
para discutir y defender sus convicciones, pero posee una mediocre capacidad intelectual
y una imaginación muy vulgar. La asociación de ideas no es normal en cuanto que
en determinados terrenos la lógica es falsa. No tiene instrucción, pero escribe
y lee. La escritura es mala, desconociendo hasta los principios elementales de
la gramática. Desde el punto de vista de la ejecución material de sus escritos
nada de sorprendente se nota, como no sean sus faltas ortográficas; escribe con
mano firme, siendo regulares los caracteres de su letra; es un verdadero
grafómano (1) tal es su afición a escribir novelas y composiciones poéticas. En
la prisión rápidamente llenaba las hojas de los cuadernos que para escribir le
facilitábamos. Tiene un estilo fácil,
pero muy incorrecto a incoherente, poniendo de relieve, como es lógico, su
falta absoluta de instrucción. Debe tener un carácter apacible habitualmente,
pero fácil de cambiarse en violento e impulsivo que lo hace peligroso. No es un
hombre mentiroso, habla con franqueza y naturalidad, sin rodeos ni falsedades,
diciendo lo que piensa, sin detenerse a medir el alcance de sus palabras.
Sus facultades para el trabajo son pobres;
aunque él asegura ser muy trabajador, nosotros lo creemos más inclinado a
cierta molicie que le permite entregarse a sus pensamientos. Es muy descuidado
en su ropa y en su aseo personal. Las manos casi siempre sucias. Duerme
bien por lo general. No es glotón. Habitualmente toma dos o tres copas de ron, sin
ser aficionado a la bebida, aunque en diferentes épocas de su vida ha tratado
de entregarse al vino, emborrachándose con objeto de quitarse preocupaciones y
que la gente lo dejara tranquilo, pues cree que con el borracho nadie se mete.
Conserva el instinto genésico y no creemos sea
un pervertido sexual: de existir la perversión, será con la misma mujer, pues a
ella es muy aficionado. Parece que en su juventud las mujeres del pueblo le tenían
temor, pues era aficionado a tocarlas y cogerlas los senos; en una ocasión
trató de efectuar actos carnales con una mujer parienta muy cercana, impidiendo
la violación un amigo de la familia que vivía frente a la casa. Hasta hace seis
años ha tenido concubina.
Las facultades afectivas están conservadas,
pero no son normales: se nota en él una falta de amor a la familia y en general
a los parientes que llama la atención. Encontramos muy disminuido el
sentimiento de la paternidad, puesto que siempre ha tenido a sus hijos
abandonados.
Hecha la relación de los datos que la
observación nos ha permitido recoger, entremos en el análisis de los síntomas
y, en general, de la mentalidad de Aguilera, con el objeto de dar un diagnóstico
razonado y las conclusiones a que hemos llegado.
Y nos importa comenzar por hacer constar que
para nosotros la degeneración no es en manera alguna sinónimo de
irresponsabilidad. No consignaríamos esta apreciación nuestra, y en absoluto a
ello hubiéramos prestado atención, si no fuese porque en uno de los informes
médico-legales presentado por distinguidos compañeros que han dictaminado
respecto a la capacidad mental de Aguilera, no se encontraron declaraciones
algo bizarras, tendente a darle un valor y alcance inusitado a la atrayente,
pero a todas luces errónea, teoría de Lombroso. Y ya con esta frase dejamos
comprender nuestra opinión, que es, en verdad, la de todos los mentalistas que
se han ocupado de la escuela de Lombroso. Por otra parte, nada tiene que ver la
escuela ni las teorías de Lombroso en el reconocimiento de la capacidad mental
de un acusado, el cual, dado el caso de que en él se observaran los estigmas
físicos de degeneración que, a juicio del eminente italiano, sólo se encuentran
en los criminales, o que a juicio de los mentalistas acusan y descubren al
degenerado físicamente constituido, no sirven, ni mucho menos, para de su
existencia concluir en una declaración de irresponsabilidad; porque el único
motivo en que debe basarse el criterio de la responsabilidad es en el estado de
las facultades mentales del acusado. La existencia, pues, de estigmas físicos
de degeneración, considerados aisladamente, sin relacionar con lo que
pudiéramos llamar estigmas mentales, no tiene sino un valor muy relativo, y en
absoluto indican, ni responsabilidad ni irresponsabilidad, dado que se pueden
observar lo mismo en seres sanos de la mente como en enfermos.
Aguilera presenta, desde el punto de vista
físico y mental, estigmas de degeneración, por consiguiente y sin duda alguna, es
un degenerado. Como signos físicos tenemos sus medidas antropométricas (1) que
son las siguientes:
Talla,
1 m. 488 milímetros.
Braza,
1 m. 38 centímetros.
Busto,
795 milímetros.
Diámetro
antro-posterior cabeza, 184 milímetros.
Diámetro
transversal, 145 milímetros.
Circunferencia
horizontal total, 54 centímetros.
Circunferencia
anterior (preauricular), 28 centímetros.
Circunferencia
posterior (postauricular), 26 centímetros.
Curva
anteroposterior (de la raíz de la nariz a la nuca), 55 centímetros.
Curva
transversal (de oreja a oreja), 31 centímetros.
Longitud oreja derecha (altura), 31
centímetros.
Ancho
de la cara, 123 milímetros.
Mano:
dedo medio, 56 milímetros.
Dedo
auricular, 50 milímetros.
Codo:
252 milímetros.
Pie
izquierdo, 17 centímetros.
Recordemos,
además, los signos físicos ya consignados, la mala configuración del cráneo
(ipsicéfalo), la carie prematura de sus dientes, la depresión de su bóveda
palatina y la anormal implantación de sus orejas; desde el punto de vista
mental, lo anormal de su conducta, la extravagancia de sus actos, su
inadaptabilidad al medio social y, en general, su rara manera de ser mental. Se
armonizan, pues, perfectamente y se unen, entre sí, para constituir el conjunto
que nos ofrece la personalidad de Aguilera, los estigmas biológicos que hemos descrito.
Aparte
de su estado constitucional, encontramos alucinaciones del oído e ideas delirantes
de persecución que sin duda alguna son muy antiguas, sin que hayamos podido
precisar aproximadamente la fecha de su aparición.
Estos
síntomas en un degenerado revelan una alteración mental
muy corrientemente observada en la especie humana y
que tiene un nombre conocido. Delasiauve la llamaba delirio parcial,
porque dejaba expeditas las operaciones intelectuales; Sander
la describe con el nombre de locura sistematizada originaria:
los alemanes y los italianos la conocen con el nombre de
paranoia ; recibió de Esquirol el nombre de monomanía; y la que más tarde se
llamó locura razonante, y delirio crónico de Magnan.
Léase en las obras de Psiquiatría la
descripción que se hace de esta enfermedad y se notará el exacto parecido con
nuestro observado. Son, en general, estos enfermos aquellos que más llaman la
atención por lo bien, que razonan, por el desenvolvimiento natural de su
inteligencia, con los cuales puede seguirse una conversación durante la cual no
se descubre el menor trastorno mental; pero se insiste, y si mañosamente se les
interroga, se les descubren entonces sus ideas delirantes.
Tanto las alucinaciones como los conceptos
delirantes, que en las alucinaciones tienen su punto de partida, no es extraño que
permanezcan ocultos hasta para las mismas personas que rodean al enfermo, pues
disimulan tanto, que hasta la disimulación se considera en ellos como un
síntoma; son, además, muy desconfiados y rara vez dan cuenta de sus impresiones.
Estos sujetos viven en medio mismo de la sociedad y son muchos los que tienen
capacidad artística, mecánica y hasta profesional, citándose casos de haber
llegado a dirigir bancos, casas de comercio, etc.
Tanzi escribe que estos enajenados forman la clase aristocrática de los manicomios de los que escapan durante mucho tiempo, hasta que una infracción de la Ley o el natural decaimiento mental que la enfermedad al través del tiempo va imprimiendo en ellos, hace indispensable la reclusión.
Estos delirantes crónicos constituyen la forma
de enajenación mental, que suministra el mayor número de casos de individuos
condenados por los Tribunales de Justicia, y que al poco tiempo de comenzar a
cumplir su condena y con frecuencia en el curso del sumario principian a
señalarse a los guardianes por su conducta y lenguaje bizarro. La Medicina legal
mental relata numerosos casos de hechos criminosos cometidos por la clase de
enfermos que nos ocupa en un momento de violencia impulsiva; una mirada, un
gesto, una palabra, señalan instantáneamente al autor de la injuria y la castigan
inmediatamente. En otras ocasiones hay verdadera premeditación y entonces se hace
muy difícil la declaratoria de locura por el contraste paradoxal entre el vigor
intelectual del sujeto y la extravagancia de la interpretación que deja
sospechar la simulación.
Evoluciona esta enfermedad con mucha lentitud
y generalmente, en la edad madura es cuando se sistematizan las ideas
delirantes; pasa en su evolución por tres fases: la incubación, en que se nota cambio
de carácter, tendencia a la melancolía, el enfermo huye de la gente, se queja
de ingratitudes y de animadversión de la sociedad hacia él: otro período que se
llama de persecución, en el que el delirio se organiza y las concepciones
delirantes se sistematizan bajo la influencia generalmente de alucinaciones del
oído; y por último, otra fase de demencia, en la que lentamente van
desapareciendo las facultades mentales.
En virtud de todo lo expuesto, hemos llegado
a las siguientes conclusiones:
1.ra El procesado Agustín Aguilera y Ochoa
podemos afirmar que sufre de una enfermedad mental, conocida con la determinación
de «Delirio Crónico o locura sistematizada crónica».
2.da
Del estudio que hemos hecho de sus antecedentes, de los síntomas que ha
ofrecido y de la evolución de su expresada enfermedad, podemos concluir que
dicha dolencia es muy anterior a la comisión del delito por el cual está hoy
procesado.
3.ra
Es un alienado perteneciente al grupo de los que la Ciencia considera
peligrosos.
Habana, 31 de mayo de 1909.
Firmado: Dr. Rafael Pérez Vento y Nin y Dr.
Gustavo López.
Notas
(1)
Al detenérselo estaba terminando de escribir una novela. Y en su baúl se le
ocuparon más de 40 entre novelas y dramas inéditos. En la cárcel de Santiago
hizo varias, dedicándole una al juez que hizo la instrucción. En la cárcel de
la Habana, a petición del Dr. López y mía, nos escribió una novela a cada uno.
Los cazadores de bandidos se titula la que yo tengo. También compone poesías, y
como muestra copio un Adiós a Teresa:
ADIÓS A TERESA
Aquí
entre rejas y cerrojos,
Oyendo
la voz del Carcelero
Me
despido de ti mi Teresa amada
Que
te hayas cerca de las Selvas.
Ya
a oír no volveré yo
El
arrullador y amante Canto
De
las Tojosas que escondidas ellas se encuentran
Allá
entre los frondosos ramajes
Poco
importa que mi suerte aciaga
Hiciese
que Tribunales y los Jueces
Me
condenen a perecer
No
en deshonroso Cadalso, eso no,
Sino
en prostituidas Ciudades o Palacios
Que
con humillación llevan el nombre de un ser honrado
Haya
en las oscuras selvas.
En
donde la Inocencia ella se abrigó
Aquí
la humillación y el desprestigio
Adiós,
adiós mi Teresa, adiós.
AGUSTIN AGUILERA.
El baúl contenía además: un aparato inventado por él para
hacer sogas; un calendario hecho con cajetillas de cigarros y banderitas, que
le servían para pronosticar el tiempo y las estaciones. Aguilera se considera
poseedor de varios inventos más.
(1) Las medidas antropométricas las tomó, a petición nuestra,
el Dr. Montané, Profesor de Antropología de la Universidad. En el momento de
empezar las operaciones ocurrió un incidente muy curioso. Creyó Aguilera, al
ser sentado en un banquillo y ver el compás, que lo iban a ejecutar por la
electricidad, y se demudó, pronunciando estas palabras: «ya sabía yo que en
esto había de parar», y sacando del bolsillo un paquete lacrado y amarrado con
cordeles dijo: «este es mi testamento para los niños huérfanos de París, y
deseo que le sea entregado al Cónsul francés». Cuando se terminó la operación,
entonces reclamó su paquete, el que le fue devuelto; no conseguí que me lo
entregara, y después en la Cárcel lo destruyó. Sentí mucho no haberlo leído.
Comentario
Al no imponerse el
criterio de los peritos psiquiatras que, desde luego, lo consideran un enfermo mental en toda regla, sino finalmente, el de los jueces, que lo juzgan cuerdo y condenan a cadena
perpetua, Gustavo López y Rafael Pérez Vento responden con
indignación y expresan sentirse víctimas de un sistema judicial incapaz de reconocer
y respetar sus conocimientos.
López llegó a comparar
el desenlace del caso con el del célebre cura Galeote, en la psiquiatría
forense española.
Ante la “politización”
de la justicia se mostraron, no obstante, como puede colegirse en una lectura
cuidadosa de éste y otros documentos, todo el tiempo a la defensiva.
Es cierto que tanto
Pérez Vento como López coinciden en numerosos aspectos del reconocimiento
psiquiátrico forense, para no hablar ya en términos de diagnóstico, al punto
que deciden realizar un solo informe; pero también lo es que, durante el
proceso, Pérez Vento se mostró favorable a una “responsabilidad atenuada”,
mientras su colega insistía en la inimputabilidad, es decir, en
la “irresponsabilidad absoluta”.
Apelan a los argumentos de rigor -la herencia familiar, los antecedentes del sujeto, su impulsividad, el examen antropométrico que avala los estigmas del degenerado, etc.-, pero nada de ello vale frente a quien ha cometido un crimen de leso patriotismo y no se muestra, a ojo de los letrados, demasiado irrazonable.
Pérez Vento sospecha, con razón, del influjo de la opinión pública sobre los jueces, pero titubea al exigir la comprensión de una categoría como la de "locura sistematizada" o "razonable" y deslizar a la vez una atenuante.
Invoca la carencia de un manicomio-judicial, su necesidad en Cuba. A fin de cuenta se trata del manicomio o la cárcel, y, en este caso, de una reclusión perpetua, tanto más tratándose -como concluyen los psiquiatras- de un “loco peligroso”.
Apelan a los argumentos de rigor -la herencia familiar, los antecedentes del sujeto, su impulsividad, el examen antropométrico que avala los estigmas del degenerado, etc.-, pero nada de ello vale frente a quien ha cometido un crimen de leso patriotismo y no se muestra, a ojo de los letrados, demasiado irrazonable.
Pérez Vento sospecha, con razón, del influjo de la opinión pública sobre los jueces, pero titubea al exigir la comprensión de una categoría como la de "locura sistematizada" o "razonable" y deslizar a la vez una atenuante.
Invoca la carencia de un manicomio-judicial, su necesidad en Cuba. A fin de cuenta se trata del manicomio o la cárcel, y, en este caso, de una reclusión perpetua, tanto más tratándose -como concluyen los psiquiatras- de un “loco peligroso”.
En la consideración de
peligrosidad subyace una alianza psiquiátrico-antropológico-penal que, si bien
parece aquí vulnerada, no por ello se fractura. Triunfaron esta vez los jueces; es todo. Aguilera
no pudo escapar a una condena, que, al parecer, cumplió
hasta el final de sus días en la cárcel de Santiago de Cuba.
El informe psiquiátrico
forense sobre Agustín Aguilera tuvo amplia divulgación. Sin querer ser exhaustivo,
se reprodujo como parte de “Documentos médico-legales. Un loco condenado”, por el Dr. Gustavo López,
en Revista Frenopática Española, Año
VII, núm. 83, Noviembre de 1909, pp. 321-31. Bajo la firma de Rafael Pérez
Vento, con el título Crimen y locura. El asesinato del General Portuondo,
La Habana, 1909, 15 p. Pérez Vento lo incluye luego en sus Fojas Neurológicas y Mentales, La Habana, 1916, pp. 441-462. Bajo ambas firmas en Revista de Medicina y Cirugía de La Habana, 25 de julio de 1909. En
1910 apareció, bajo la firma de López, como "Asesinato del General Portuondo por un alienado", en Archivos
de psiquiatría y criminología aplicadas a las ciencias afines, Buenos
Aires, pp. 318 y ss.
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