Por el Dr. Arístides Mestre
Médico interno encargado de la Clínica de Enfermedades Mentales y Nerviosas del Hospital Número Uno.
Señores:
Si algo es digno de vulgarizarse en esta segunda Conferencia de Beneficencia y Corrección es todo lo que pueda tener relación más o menos directa con los hechos delincuentes cometidos por enajenados, cuyo número ha aumentado prodigiosamente en estos últimos años. En nuestro tiempo, con razón nos dice un distinguido escritor, son las cuestiones ligadas a la locura las que más despiertan el interés público, el cual, por otra parte, se presenta bien escéptico al tratarse de enfermedades mentales. Para el vulgo el loco es solamente una variedad de las muchísimas que forman la especie; porque, en efecto, no está al alcance de los más el hecho de que un hombre esté perturbado en sus facultades intelectuales y, no obstante, aparezca con la razón intacta.
El consumo del alcohol, el número de locos y el de criminales y delincuentes ha crecido con el progreso invasor de la civilización. Locura y criminalidad son consideradas con sobra de fundamento como dos enfermedades cerebrales favorecidas en su desenvolvimiento por la lucha de la vida, el hecho de las emigraciones de los campos hacia las grandes ciudades, en una palabra, el espantoso empuje de la energía social y colectiva en nuestra época.
Lo que sucede en las manifestaciones normales del sistema nervioso, del encéfalo, del cerebro, cuyo dinamismo es más complejo, es también lo que se observa en la alteración de las funciones, en la detención o perturbación de las facultades intelectuales o efectivas, en las enfermedades de la inteligencia y del sentimiento... porque todo eso —la salud y el estado enfermo— cae bajo el vasto dominio de la biología, cuyas leyes fijadas por virtud de los inagotables esfuerzos de generaciones de sabios investigadores de la naturaleza humana y del medio en que se agita y se desenvuelve... leyes arrancadas a los enigmas de la organización que abarcan un horizonte infinito!
¡Qué ventaja tan grande ha traído este nuevo modo de ver las cosas a la luz espléndida de la filosofía científica, aceptando que la salud y la enfermedad tienen un fondo común, son en esencia las mismas, se separan por grados más o menos sensibles, se rigen por análogas leyes! Y este adelanto es aun más importante por sus trascendentales aplicaciones al considerarse desde el punto de vista de las enfermedades del cerebro, de las perturbaciones mentales, que lleven a la ruina del alma a los espíritus más privilegiados y sumerge en un mar de dolores a los hogares más felices; sí, porque al concebirse la locura como una de tantas dolencias y arrancarle al pobre loco los terribles anatemas con que era abrumado en otros tiempos, se ha dado sin duda alguna un gran paso hacia adelante, de inapreciables y beneficiosas consecuencias, en la vía del progreso humano. Al loco, para decirlo de una vez, se le han roto las cadenas que lo aprisionaban desde el esfuerzo colosal del gran Pinel; y hoy se le ha elevado a la dignidad de enfermo: ¡Qué labor tan larga, tan perseverante, tan fructífera, no implica este cambio que marca una etapa de verdadera moral y de ciencia en la historia de la humanidad!
En el “Comité Seccional de Locos y Degenerados” se han estudiado algunos interesantes problemas relativos a la existencia y tratamiento de los enajenados. Los que asistieron a la sesión del Comité aludido, habrán visto que ese asunto fue objeto de preferente atención por algunos médicos a quienes preocupa hondamente las desgracias de esa clase de enfermos; habrán visto, repito, que se hacen laudables empeños por mejorar su suerte, por rodearlo de las condiciones más propicias a la afección que sufran, ya que no siempre el loco ignora su negro infortunio. De esos trabajos presentados por estudiosos e inteligentes compañeros y de las importantes discusiones que de ellos han surgido, se desprende algo que es muy grato y consolador para los que, como yo, se sienten identificados con el porvenir de esos enfermos; ese algo es un hecho indiscutible, que salta a la vista de todos y se destaca de una manera bien manifiesta: es que la situación del loco en Cuba ha cambiado radicalmente desde 1899 hasta ahora y en un breve espacio de tiempo, en muy pocos años; y la dedicación constante que a su mejoramiento presta el actual gobierno, nos da derecho a esperar días cada vez más satisfactorios para esa amplia y compleja obra de caridad y de amor! En efecto en no lejana fecha nos colocaremos a la altura de los más adelantados, de aquellos países que poseen modelos de manicomios y de hospitales para dementes.
Pero, dejando eso a un lado voy a hacer algunas consideraciones sobre los lazos que hay entre la locura y el crimen, y con lo que diga solo trato de propagar el conocimiento de algunos hechos y doctrinas que forman parte de la ciencia que se va constituyendo, llamando además la atención de los entusiastas miembros de esta Conferencia sobre la conveniencia de realizar ciertas reformas si queremos seguir de cerca los pasos de las naciones más cultas.
El activo e inteligente Director del Hospital de Dementes, situado en Mazorra, Dr. Lucas Álvarez Cerice, ha tenido la bondad de facilitarme un cuadro estadístico de los enajenados procesados que han existido en aquél establecimiento durante los años de 1899 a 1902 inclusive: En primero de Enero de 1899 habían allí 39 hombres y 6 mujeres; ingresando en el asilo durante esos tres años un total de 57, de los cuales 5 pertenecían al sexo femenino, y el 31 de Diciembre de 1902 quedaban en el Hospital de Mazorra 70; de éstos, 60 hombres. Esos enfermos habían cometido delitos de muy diversa índole.
Pasan de treinta los presuntos enajenados procesados que desde Enero de 1900 a estos días (20 de Mayo de 1903) han ingresado en las salas de observación del Hospital No 1, a mi cargo actualmente. En todo esos casos hemos podido comprobar los trastornos mentales. La locura se ha presentado ya en fecha anterior al crimen, ya durante el proceso, o bien cumpliendo la condena.
Las relaciones entre el crimen y la locura han sido objeto de muy notables trabajos debidos a sabios contemporáneos; y hasta se ha creado una zona mixta en la cual la locura moral y el crimen se confunden por transiciones insensibles. Bien conocida es la renombrada doctrina de Lombroso, afirmando que todos los criminales, cualquiera que sea la raza a que pertenezcan, se despojan de sus propios caracteres étnicos y llegan a constituir, como producto de una degeneración morbosa, un tipo uniforme. Otros aseguran que el crimen es un fenómeno atávico y ven las analogías entre el criminal y el hombre salvaje. La fórmula mental que se ha intentado hallar en los criminales le corresponde también a los llamados locos hereditarios. Pero el loco y el criminal no pueden confundirse en un tipo único, aunque se encuentren reunidas ambas cosas en un mismo individuo; ni por más que la criminalidad y la locura resultan de la degeneración de la raza, ni porque la herencia sea la fuente común de donde haya surgido la defectuosa constitución cerebral que los distingue. “Puede —dice un erudito alienista— que sean dos ramas del mismo árbol; pero convergen en el tronco, se separan en las ramas y se desenvuelven en direcciones distintas.” La locura y el crimen son dos especies afines. Amplio campo a la investigación y al análisis brinda a los hombres de ciencia el complicado problema del tipo criminal en antropología, así como todo lo referente al loco moral y al criminal que por sus síntomas psíquicos entra de lleno en la locura propiamente dicha, que es de la incumbencia del mentalista y reviste un gran interés social y jurídico. La crítica efectuada ha logrado que sobresalgan, en medio de tan variada labor, dos hechos positivos: el de la frecuencia con que está asociada la criminalidad a las degeneraciones físicas y psíquicas y el de que a menudo una herencia común le sirve de asiento y de historia. Por otra parte, ese doble aspecto, degeneración y crimen, aparece en la misma familia, alternativamente: triste herencia que obedece, a veces, a la funesta acción del alcoholismo.
Un buen número de criminales no son más que enfermos, aunque, en verdad, enfermos peligrosos, y buena cantidad de estos han pasado por mis manos en el Hospital Número Uno, siendo objeto de la observación médica. ¡Qué interesante es la historia familiar y personal de algunos y a cuantas consideraciones se prestan sus variados antecedentes! Conviene tomar oportunas medidas que protejan con eficacia a nuestra sociedad y a las familias de los actos violentos de los locos peligrosos. Muchos hechos bien conocidos lo aconsejan. Y es necesario también descubrir la locura en las cárceles y en las prisiones y llevar a esos enfermos, si existen, al manicomio, que es el lugar donde les corresponde ser tratados.
Los locos criminales merecen preferente atención por nuestra parte, y no creo extemporáneo indicar que este servicio exige la organización que le corresponde. ¿Conviene para dichos enfermos crear un asilo especial? ¿Es suficiente un departamento anexo a las prisiones? ¿Será mejor colocar a los locos criminales mezclados con los otros casos en un asilo general de enajenados, o hacer una sección anexa al manicomio? Estas preguntas tenemos que planteárnoslas, pero no pueden ser contestadas con ligereza. Creo pertinente decir en esta Conferencia que este asunto está por resolver entre nosotros y que es preciso estudiarlo y darle práctica solución; pero darle solución con el auxilio poderoso de la ciencia mental, encaminada a ilustrar los problemas que se desprenden de las relaciones entre el crimen y la locura. El médico es el mejor consejero de la ley y de la buena organización de esos servicios que son imprescindibles en la vida social. Para que tengamos instituciones de ese género, bien acondicionadas, con los adelantos modernos, han de pasar algunos años por progresista que sea el espíritu que nos anima y la rapidez con que abrazamos en Cuba la causa de la civilización. Colocar un clavo en el sentido del progreso le cuesta a la humanidad, con frecuencia, no años, sino siglos. Esta frase de Spencer es tan dura como verdadera.
"Crimen y locura", Segunda Conferencia Nacional de Beneficencia y Corrección. La Habana, Imprenta y Librería La Moderna Poesía, 1904, pp. 385-389.
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