martes, 2 de enero de 2018

El porvenir de la joven república


 Rubén Darío

 Isla bella, de feracidad sorprendente y de riqueza casi fabulosa. La página de sus heroísmos cerró el libro de glorias de la América multirepublicana, y entre sus grandes hombres tuvo a un santo de la libertad: José Martí. País de sol y de palmas en que la naturaleza se recrea.
 Descubierta por Colón el domingo 28 de octubre de 1492, el almirante llamó a Cuba la «tierra más hermosa que ojos hayan visto», donde «no se conciben la muerte ni el dolor».
 A principios de la Conquista, en 1511, llegaron el capitán Diego Velázquez y otros, y con el suplicio del cacique Hatuey se inició en la Isla una época de inquietudes. A partir del siglo XVI, hasta fines del xviii, la piratería de franceses, ingleses y holandeses mantuvo en constante sobresalto a los pobladores, que no llegaban por entonces a cuarenta mil.
 España estableció un monopolio mercantil, y quedó la Isla sometida al Imperio. Las guerras sostenidas entonces por España trajeron, como una de sus consecuencias, la sujeción de Cuba a Inglaterra por un pacto de familias reales. El gobernador británico, conde de Albermale, dio libertad al comercio, y en solo un año llegaron a la Habana cerca de mil embarcaciones mercantes.
 La dominación inglesa duró hasta la paz de Versalles, y España restauró su poder en 1763. Gobernaron entonces el marqués de la Torre, que hizo el primer censo del país, el cual censo arrojó 172.620 habitantes; don Luis de las Casas y el marqués de Someruelos, buenos administradores que fundaron instituciones económicas y construyeron obras de pública utilidad. En 1812 se nombró la diputación cubana a las Cortes de Cádiz. El rey Fernando VII, como lo habían hecho los ingleses, decretó el comercio libre, y fue en aquel mismo tiempo cuando quedó oficialmente abolida la trata de africanos, por un convenio con Inglaterra. No obstante, el comercio de esclavos continuó.
 Después de la abdicación de Carlos IV comenzaron a cundir en Cuba las ideas liberales; se fundaron asociaciones de cubanos separatistas, y con motivo de la elección de diputados a Cortes ocurrió el primer episodio sangriento entre nativos y peninsulares. Era la principal de aquellas asociaciones revolucionarias la que se llamó Rayos y Soles de Bolívar, que envió delegación a Venezuela para demandar apoyo al Libertador Sudamericano, mientras en Méjico se instalaba la Junta Promotora de la Libertad Cubana. La gestión de esas agrupaciones patrióticas en el congreso de Panamá fracasaron por los temores esclavistas reinantes en los Estados Unidos de Norte América, y desde entonces no cesaron los levantamientos contra el poder español. Y en el año de 1850 flameó por vez primera la bandera de la estrella sola, cuando el prócer Narciso López desembarcó con seiscientos hombres en la ciudad de Cárdenas.
 Las sociedades El Águila Negra, Los Soles de la Libertad, de Camagüey y otras, continuaban sus propósitos. Vinieron el levantamiento y muerte de Joaquín Agüero, la insurrección de Armenteros, el segundo desembarco de Narciso López —su captura y muerte— y otros muchos episodios de sangre, anteriores a 1868. La Junta de Información convocada en Madrid en 1866 fracasó, y Carlos Manuel de Céspedes, hombre de fortuna y de cultura, se rebeló en octubre de 1868 en su Ingenio azucarero «Demajagua», dio libertad a sus esclavos, y con un grupo de bravos soldados tomó la ciudad histórica de Bayamo, que fue el primer triunfo de la guerra larga que en 1878, concluyó aparentemente con el conocido Pacto del Zanjón.


 Forjose luego el partido autonomista cubano, cuyos ideales no eran creídos en la Metrópoli. Era jefe de este partido don José M. Gálvez, hombre fuerte y talentoso. El estadista español señor Maura fue el único que por aquel entonces vio claro el problema cubano, y aunque las reformas propuestas por él no daban la autonomía al país, eran una base de ella. El partido constitucional, integrado por elementos españoles y que gobernaba la Isla, combatió tenazmente el proyecto de Maura, impidiendo su aplicación. Vino luego una época de parlamentarismo activo en el Congreso español, que sirvió a Martí para hacer la última guerra de independencia.
 Ya he hablado de este apostólico héroe en mis «Raros», y suelo evocarle con singular sentimiento. Hace poco dije en América cómo le conocí. Doy la palabra, pues, al escritor y diplomático cubano señor Machado, cuya monografía de Cuba he visto:
 “Era José Martí hombre de dotes extraordinarias, de poderoso genio, de cultura intensa y varia y sólida y admirablemente gobernada: orador, periodista, poeta, jurisconsulto, sociólogo y prosista de arte originalísimo. Y junto con todas esas preeminencias de la naturaleza y del estudio, poseía un corazón de santo y un carácter de verdadero apóstol, que lo elevaron a las más altas cimas de la perfección humana”.
 En Baire empezó la guerra decisiva, la que había de dar fin al gobierno español en América, el 24 de febrero de 1895, y en la que ganaron los laureles de la inmortalidad el casi legendario Maceo, el sagaz Máximo Gómez, el denodado Calixto García, el propio e insuperable Martí, y cien y cien más caudillos y capitanes de imperecedera recordación...
 Han gobernado la República cubana el patriota y dulce pedagogo don Tomás Estrada Palma, a quien derrocó una revolución, una de las desgraciadamente epidémicas de nuestros pueblos juveniles e inquietos. Y después de una segunda intervención Norte-Americana, el pueblo cubano fue llamado a elecciones, y por voto de la mayoría asumió el mando nacional, que aún conserva, el bravo general de la independencia José Miguel Gómez.


 En cuanto a producción, exportación, importación, etc., etc., de Cuba, véase lo que dice el gran diario bonaerense La Nación:
 Los progresos de Cuba. —La gira que el secretario de estado de la Unión, Mr. Knox, está realizando por los países que baña el mar Caribe, ha tenido como primer resultado provocar la atención general hacia esos países, de los cuales, en realidad, se sabe poco, particularmente en esta parte de la .América del Sur. Entre ellos, la república cubana es uno de los más interesantes. Con trece años apenas de existencia, Cuba ha hecho progresos sorprendentes en todo orden de cosas, y una de las equivocaciones más generalizadas consiste en creer, que tales progresos son debidos únicamente a los norteamericanos, no habiendo cabido a los cubanos ninguna o apenas muy pequeña participación en ellos. En verdad que, en el período de la intervención norteamericana en la isla, se llevaron a cabo o se iniciaron importantes obras de saneamiento, se desarrolló la instrucción pública, se construyeron ferrocarriles y caminos, etc.; pero no es menos cierto que posteriormente, terminada la intervención, los gobernantes cubanos, por sí mismos, no sólo han continuado la obra de los norteamericanos, sino también han realizado mucha obra nueva, de todo linaje, hasta alcanzar el satisfactorio estado actual de cosas, labor que resulta más meritoria si se recuerda la situación en que, por razón de múltiples y variadas causas, se encontraba la isla al concluir la dominación española. Los interesantes datos que publicamos a continuación, comprueban los progresos realizados por la República de Cuba en los pocos años que lleva de existencia.
 El censo de 1907, último que se ha hecho, fijó la población de la isla en 2.048.9S0 habitantes: en nueve años (desde 1899) ha aumentado en más de medio millón. La administración sanitaria, regida por un ministerio especial, o secretaría del despacho, como se dice en Cuba (primer país en el mundo que estableció ese departamento), ha extinguido absolutamente la fiebre amarilla, el paludismo, la viruela, el sarampión y las numerosas enfermedades clasificadas por la patología intertropical; la mortalidad ha bajado a un 13 por mil, una de las más cortas proporciones que se registran en el mundo; la natalidad ha subido a 34 por mil, y el aumento población, no contando las inmigraciones, es de cerca de cincuenta mil personas por año. Se ha realizado lo que hace algún tiempo se hubiera creído un milagro: hacer de Cuba uno de los países más saludables de la tierra.
 No menos digna de señalarse como ejemplo notabilísimo es la reforma de la instrucción primaria: 3.774 escuelas, con maestros competentes y bien retribuidos, con abundante y adecuado material pedagógico, con métodos modernos de educación instructiva y objetiva, con 210.092 alumnos y con el 78 por ciento de asistencia, proclaman altamente el progreso logrado. Se han aumentado considerablemente las vías de comunicación: 3.433 kilómetros de ferrocarriles y 2.304 de carreteras distribuyen por todos los lugares habitados de la isla los artículos de importación, y conducen a los puertos, para ser exportados, los preciosos frutos del suelo cubano.
 Los servicios de correos y telégrafos, organizados y regidos con tanta perfección como donde los haya mejores, cuentan con 487 oficinas, 9.052 kilómetros de línea, 9 estaciones de telegrafía inalámbrica, 368 líneas de servicio particular, aparte de las destinadas al servicio de la guardia rural. La administración postal y telegráfica dio curso el año pasado a 68 millones de cartas y 645 .000 telegramas.
 Atiende a la defensa nacional y a la conservación de orden público un ejército de 5.000 hombres (de infantería y caballería) bien equipado, instruido, disciplinado y pagado, y un cuerpo de guardia rural de 5.246 plazas, en las mismas excelentes condiciones, y que además de las funciones ordinarias de policía de seguridad en los caminos, tiene las propias del arma de caballería en tiempo de guerra.
 Esparcidos por toda la isla hay 175 grandes ingenios (fábricas de azúcar), que el año pasado produjeron un millón ochocientas treinta y seis mil doscientas siete toneladas de dicho artículo, y cuya producción en el presente año se espera que llegue a dos millones de toneladas, es decir, casi una tonelada por cada habitante del país. La cosecha de tabaco, la segunda producción de la isla en orden a su cuantía y valor, alcanzó en el mismo período a 823.082 quintales, con una exportación de 26.331.835 $. Siguen inmediatamente en importancia la exportación de minerales, frutas, maderas, cera y miel.
 Cuando se leen las cantidades que valúan el comercio de Cuba, cuyo total volumen, con relación a la población, ocupa el segundo lugar en el inundo (sólo le supera el de Inglaterra), hay que asombrarse del gran esfuerzo industrial y mercantil que significan, y de la riqueza que distribuyen 237.774.700 § oro, de los cuales 129.178.865 representan la exportación y 108.095.855 la importación, con una diferencia, en favor de Cuba, de 21.083.030.
 Cabe agregar, para concluir esta breve información, que a esos progresos materiales corresponde un progreso político muy apreciable, que permite el funcionamiento regular del mecanismo constitucional y administrativo, alejándose así la enojosa expectativa de una nueva intervención norteamericana, que hace poco pareció probable, a causa de la excitación pública motivada por la actitud de la Asociación de veteranos de la guerra de la independencia, excitación que felizmente parece ya concluida, circunstancia que hace esperar que la próxima elección presidencial y la consiguiente transmisión del mando, han de efectuarse en condiciones que contribuyan al afianzamiento del progreso y del prestigio de la joven república cubana.


 Son, como se ve, sorprendentes, los progresos materiales y morales de la Perla de las Antillas, una de las Repúblicas latinoamericanas de más porvenir. Su comercio exterior aumenta de año en año en progresión extraordinaria; sus producciones naturales y famosas, como el azúcar, el tabaco y el café, invaden el mercado Mundial y son activamente solicitadas por los países consumidores. Las riquezas de la isla adquieren positivo valor, y las ciudades se embellecen y se higienizan con rapidez extraordinaria. A este resurgimiento material corresponde un verdadero florecimiento intelectual.
 El pensamiento cubano ha tenido, como la libertad cubana, nobles adalides. El evangélico Martí descolló gallardamente en ambos campos, llevando en su múltiple y grande espíritu las virtudes más altas del patriotismo libertador y las dotes más puras de la oratoria, de la poesía y de la prosa caudales.
 Gertrudis Gómez de Avellaneda; el dulce mulato Plácido, cantaron la antigua alma cubana. Juan Clemente Zenea, el desventurado poeta cuya injusta muerte no dejaráse de lamentar nunca. Su historia conmueve. Heredia, joyero en sonetos inmortales, de lira franco-antillana; y el ingenio complejo y harmonioso de Julián del Casal. Después, prosistas como Manuel Sanguily, Piñeyro, Eulogio Horta, Márquez-Sterling y Machado, a quien me he referido. Filósofos de amplio vuelo como Enrique José Varona. Otros poetas como Dulce María Borrero —hija del poeta trágico Borrero Echevarría— Manuel S. Pichardo, los Carbonell; y jóvenes prosistas como Jesús Castellanos, recientemente malogrado. Luís Rodríguez-Embil. Alfonso Hernández-Catá, Francisco Cañellas. Todos, cultivadores del decir castizo, que han dado a Cuba fama en el concierto intelectual de nuestras naciones hermanas.



 Título original “Cuba” e imágenes del mismo artículo en Mundial magazine, Año II, Núm, 17, Septiembre de 1912, Cité Paradis, París, pp. 410-14.


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