sábado, 6 de enero de 2018

El progreso sanitario




 Probablemente interesaran a todos vosotros algunos hechos sobre el progreso sanitario de Cuba. Desde que Cuba se independizó ha sido el deseo de su pueblo, así como el de sus varios Gobiernos, mejorar y mantener el estado sanitario del país. 
 Tan pronto como la Intervención Militar Americana se hizo cargo de la Isla, en 1900, sus elementos médicos comenzaron una campaña para lograr el mejoramiento de la salud pública. 
 En reuniones anteriores de este Congreso, y especialmente en el tercero, que se reunió en la Habana en 1901, se demostró que la teoría de Finlay sobre la transmisión de la fiebre amarilla por la picada de cierto mosquito iba a ser la base para mejorar el estado sanitario, por lo menos, en Cuba.
 Una circunstancia afortunada fue la que los asuntos de salud pública en Cuba estuviesen bajo la dirección de un hombre cuya labor, en nuestra Isla, estaba destinada a ser copiada en México, Panamá, los Estados Unidos de América y otros países del Nuevo Mundo, e incidentalmente hizo posible el hecho de ingeniería más grande del último siglo: la construcción del Canal de Panamá. Innecesario es decir que ese hombre no fue otro que el doctor William C. Gorgas. 
 Verdaderamente el éxito del Dr. Gorgas fue el estímulo para que las autoridades sanitarias cubanas mejorasen aún más lo que se les había legado, y desde 1902, en que los cubanos asumieron la responsabilidad del gobierno propio, se han esforzado en combatir las enfermedades, de manera tan enérgica como lo hicieran antes en pro de la libertad y la independencia.  Y si se exigiesen pruebas de mi afirmación, señalaría con orgullo nuestras estadísticas demográficas, y particularmente nuestra mortalidad, de 14 por mil. 
 Hay, sin embargo, algunas cifras notables que deseo presentar a vuestra consideración. 
 Por ejemplo, es bien sabido que antiguamente era la Habana un foco inmenso de fiebre amarilla. Pues bien, desde 1908 no se ha sabido que ocurriera ningún caso. 
 Respecto al paludismo en la República, tenemos la siguiente estadística:


  Pero todavía más satisfactorias son las cifras por la misma enfermedad, limitándonos a la ciudad de la Habana. Estos resultados, como he indicado antes, se deben, en primer lugar, a las investigaciones de Finlay sobre la fiebre amarilla, y, en segundo término, al plan sanitario del Dr. Gorgas, llevado a cabo, casi militarmente, tanto durante los Gobiernos americanos como en el de los cubanos.
 Desde 1909 se enorgullece Cuba de ser el único país en el mundo que cuenta con un Departamento nacional de sanidad, cuyo jefe toma parte en el Consejo Superior del Gobierno, asesorando al Poder Ejecutivo en todos los asuntos sanitarios y los de beneficencia. 
 Eso explica, sin duda, porqué con un cuerpo sanitario eficaz y permanente, nuestra campaña profiláctica contra la fiebre amarilla ha mantenido alejada de Cuba esa enfermedad, e incidentalmente ha reducido la mortalidad de otras enfermedades infecciosas, especialmente el paludismo. 
 También la viruela, debido a la vacunación obligatoria, se ha combatido con éxito. 
 No ha sido menos notable nuestro éxito respeto de la peste bubónica. Las medidas contra esta enfermedad son principalmente las de desinfección, a consecuencia del gran número de ratas que pululan debajo de la parte antigua de la ciudad. El gas hidrociánico se emplea con resultados maravillosos en la destrucción de ratas, y esperamos que, en breve, con la aplicación de medidas aún más radicales, como el empleo de materiales duros para fabricar las casas, lograremos vencer a este enemigo.
  Nuestra campaña antituberculosa es tan completa como puede hacerse en cualquiera otra parte de nuestro hemisferio. Los sanatorios y dispensarios son los factores principales en la lucha. 
 Todo lo dicho, aun cuando son algunos ejemplos nada más, demuestran los triunfos de la sanidad moderna cuando se aplica por una organización competente dedicada exclusivamente a asuntos higiénicos, y creo sinceramente que el experimento hecho en la República de Cuba, de contar con una Secretaria Nacional de Sanidad y Beneficencia, debe repetirse en todas nuestras Repúblicas americanas, a fin de que el estado sanitario de nuestros países se mejore y, por ende, tenga otro propósito útil: el que sirva de lección a las autoridades sanitarias del viejo mundo.


 Cuba en Europa, Año IV, Núm. 124, 15 de agosto de 1915, pp. 3-5.

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