Estamos ya en la vigilia de una
gran fiesta. Muchos montunos se preparan para celebrarla en Sibanicú. De todas
las aldeas, de todos los cuartones, sitios y realengos del vasto partido salen
ya las gentes a caballo, formando numerosas cabalgatas. En todos los caminos y
en todas las ventas se hallan colgantes los anuncios y los grandes programas de
lo que va a resultar mañana. Nuestra gente no está menos animada, y puestos en
marcha, no tardamos en llegar a un grupo de casas que le da su nombre al
partido de la Concepción, y por cuyo fondo pasa el famoso río. Por primera vez
atravesaba aquel río tantas veces nombrado.
Pasado aquel pintoresco caserío,
armonizado con el murmurio de bulliciosas aguas, se nos presentó un terreno
algo cultivado, en cuyo fondo emprendimos la subida de una loma, notable por su
vegetación prodigiosa.
Atravesando el prolongado bosque, hallamos a nuestra izquierda
del camino una famosa venta conocida con el nombre de Tienda de Varolla. ¡Cuántos
recuerdos no he llevado de aquella tienda! Todo era movimiento en ella. Porción
de montunos había ocupados en comprar unos, comer y beber otros, y fumar la
mayoría. Era aquello un solemne embullo. Puesto más en observación de lo que
allí pasaba, vi colgante un extenso cartelón, que contenía el programa de las
ruidosas fiestas de Sibanicú, así religiosas como populares.
Habiendo encontrado
varios conocidos en la Varolla, todas las cabalgatas se refundieron en una. Fue
aquello un tropel de caballos briosos; de jinetes blancos, mulatos y negros; de
esclavos, libres y ricos señores.
Yo no he visto un viaje más animado. Jinetes
había que montaban caballos de gran pujanza, ligeros corceles llenos de vigor y
de fuego, tan intrépidos, como osados eran sus guías. En las evoluciones varias
que se veían, unas veces aparecían los grupos en confuso remolino; otras se
dispersaban, corriendo unos al frente de la cabalgata; mientras que otros
cogían la retaguardia, o reforzaban el cuerpo de la expedición.
Habiendo traspasado la sierra,
Ojo de Agua, las tinieblas sucedieron a la claridad del sol, y la noche apareció con todo su cortejo de
terrores. Las orillas del Najarro despedían a nuestro paso ecos los más fúnebres
combinados con el susurro de los bosques y el sordo mugido de las aguas, que turbulentas
bajo nuestros pies se deslizaban.
Era asimismo imponente contemplar
el vasto horizonte. Ráfagas de viva luz salían del seno de los nubarrones. Un
continuo relampagueo deslumbraba a los jinetes, y no pocas veces los caballos
dieron un salto de terror.
Concluida la jornada, nuestra
llegada a Sibanicú fue celebrada por las circunstancias del tiempo. Al entrar en
la población, las sonoras campanas del santuario daban su primer repique; así como
los pirotécnicos ensayaban sus estrepitosas bombas, sus luces de Bengala y cohetes
reales, anunciando al público la vigilia de la Fiesta Mayor.
El Camagüey: viajes pintorescos por el interior de Cuba y por sus costas, con descripciones del país; obra literaria a la par que moral y religiosa; sumamente útil a la juventud, e interesante para todos los amantes de la Reina de las Antillas. 1899. Barcelona. Librería de J. A. Bastinos Librería de Luis Niubó.
El Camagüey: viajes pintorescos por el interior de Cuba y por sus costas, con descripciones del país; obra literaria a la par que moral y religiosa; sumamente útil a la juventud, e interesante para todos los amantes de la Reina de las Antillas. 1899. Barcelona. Librería de J. A. Bastinos Librería de Luis Niubó.
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